Detective 666 (8)
El reino motero.
EL REINO MOTERO.
Con el Colt en mi poder, me siento tentado de ir a por Basil Dassuan pero me lo pienso mejor. Antes debo ocuparme de ese cabrón de Predyss para que no tenga que seguir escondido, aunque es bien cierto que estar retirado de la vida policial me ha permitido disponer de tiempo para la búsqueda del arma.
Localizar a ese bastardo de consejero no supone problema alguno, ya que me cree muerto. Sin embargo, no voy a meterme de cabeza en este asunto sin tener algunas garantías o, al menos, saber quién mueve los hilos. Así que el eslabón más débil de la cadena vuelve a ser el bueno de Dylan, por supuesto. Él me contará lo que quiero saber de sus superiores porque no creo en absoluto que la comadreja del asesor sea quien lleva la voz cantante. Dylan Brestton es una pequeña pieza de este puzzle aunque la orden de búsqueda que ordenó el comisario lo ha sepultado en alguna cloaca. Pero, no obstante, el motero no puede sustraerse de ciertas debilidades a pesar que la policía le busque. Lo que vuelve gilipollas al rudo Dylan son los chochitos. Cuantos más guarros y putones, mejor. Por eso siempre está metido en los antros de moteros, dónde desfilan las chicas más tatuadas y salidas del universo Harley Davidson.
En Nueva Orleáns hay unos cuantos sitios así y pienso recorrerlos todos. Claro que, para ello, tengo que remodelar mi imagen un tanto y es cuando entra en escena Coco. Mamá Huesos le ha enviado un mensaje y se presenta en su consulta poco después. No sé nada sobre tal personaje pero, nada más verlo, intuyo que me va a gustar. Mamá me lo presenta como Coco Lamta y no mide más de un metro cincuenta y poco. Se parece cantidad a una mini versión de Michael Jackson en la época en que rodó su “Thriller”, cuando aún era medio negro y estaba lleno de energía.
¿Qué? Jipper me ha obligado a visionar un montón de ejemplos americanos a seguir y otros de los que es mejor alejarse. ¡Sé quién era Michael Jackson, joder!
El caso es que Coco es un tipo interesante pero que te puede hacer estallar la cabeza con su verborrea. Imaginaros un tío pequeñito y negro, de cabellera rizada y engominada, totalmente hiperactivo y enamorado de exagerados ademanes de reinona travestí. Viste ceñidos pantalones que se abren en “pata de elefante” por debajo de la rodilla y cuya caída oculta los zapatos de plataforma que elevan un poco más la corta estatura del personaje. Una camisa de satén y raso, de manga larga, y, sobre ella, un chaleco de espalda de fantasía que bien podría usarse en una pista de circo, completa su indumentaria. Sin embargo, Coco es el mejor maquillador de Nueva Orleáns. Los mejores artistas del estado y aquellos que visitan la ciudad para algún show le buscan para ponerse en sus manos. Cuando llega el Mardi Gras, suele pasarse un par de días sin dormir, ofreciendo su arte a los mejores grupos y comparsas del Carnaval y ha sido el protagonista de dos especiales de Halloween, desplegando su saber ante las cámaras nacionales.
Dayane, en la primera ocasión, me explica que Coco es un ahijado de Mamá Huesos, un familiar de su difunto marido. El tipo sobrepasa los treinta años y me estudia atentamente al darme la mano.
--- ¿Y qué quieres exactamente que haga con este hombretón? –pregunta, mirando de reojo a su madrina.
---Tengo que colarme en un garito de moteros y debo tener un aspecto que no desentone pero que tampoco cante demasiado –le contesto.
---Es que tú ya cantas un rato, nene –me dice con una sonrisa exuberante y acompañada de un sensual movimiento de caderas.
---Ya lo sé pero tengo que “cantar” menos, hermosa cosita –es mi turno de sonreír. Me cae bien el mariquita.
Coco se aturulla por un momento, al escuchar mi lisonja. Se abanica el rostro con los dedos, derrochando una teatralidad encantadora. Mueve las postizas pestañas y disimula su rubor bajo la pigmentada piel pero yo sé que mi presencia le turba y cuento con ello para que haga un buen trabajo.
--- ¿Dices que aún tienes ropa de tío Emile, madrina? –pregunta a la bruja sin dejar de mirarme. –Seguro que hay algo de cuero guardado, una chupa de cuero de los ochenta me vendría genial… y tú, grandullón, ¿tienes unos botillos vaqueros en tu zapatero?
---No pero siempre he querido tener unos. Dayane puede ir a comprar unos en World of Jeans. Calzo un 46 de horma ancha –respondo con todo desparpajo.
---Voy volando –exclama la diosa de ébano y se vuelve hacia mí antes de salir por la puerta. -- ¿Alguna preferencia en el tono de cuero?
---Preferiblemente oscuro, por favor y sin muchas filigranas.
---Pssshhheé… cuestión de gustos pero te verías muy bien con algo de plata sobre la piel.
---Deja la plata en casa, Coco –murmuro sofocando un escalofrío instintivo.
El caso es que, tres horas más tarde, cuando me miro a un espejo ni yo me reconozco. Coco, ese gay de bolsillo, es un genio y habría que usar sombrero para poder quitárselo en su presencia. Ha oscurecido mucho más mi tono de piel utilizando unos polvos, “egipcios” creo que los llamó, y ha atenuado el brillo del maquillaje con una capa de ocre terroso. En una palabra, ha acentuado mi herencia negra. Parpadeo para acostumbrarme a las lentillas que llevo puestas, las cuales oscurecen también mis pupilas. Me ha colocado un bigote de guías caídas que contornean mi barbilla, al más puro estilo macarra de los setenta. Una gorra de plato con la insignia de dos rayos cruzados –signifique lo que signifique –oculta mi cráneo casi rapado. Llevo pintados de un brillante dorado los dos incisivos, simulando rutilantes dientes de oro. También me ha acentuado los pómulos y la línea de la mandíbula con unos postizos de látex que han cambiado totalmente mis rasgos.
Todo ello lo complementa con una camiseta azul oscura con algún tipo de leyenda que ni he mirado siquiera; unos pantalones militares –auténticos según Mamá Huesos –que su esposo solía llevarse para cazar y una vieja cazadora de cuero con el cuello forrado de lana de oveja, el cual Coco arrancó de inmediato.
--- ¡No hay nada que llame más la atención que un cuello forrado de borreguito! –exclamó mientras rasgaba la tela con unas tijeras.
Con mis pies embutidos en unas botas nuevas de tacón reforzado, en verdad que me sentí otro ante el espejo. De hecho, me habría metido mano yo mismo si hubiera estado solo. Comprendí lo que los humanos querían decir cuando hablaban de la magia de la imagen.
Con el crepúsculo, empiezo a patearme los garitos de Nueva Orleáns en los que suele moverse Dylan aunque sé que no estará allí. Ya hay demasiados polis buscándole como para que se arriesgue, así que empiezo a abrir el círculo, abarcando otros más lejanos o más dispares. De pronto, me viene a la cabeza la voz del pobre Saikano comentándome la cantidad de trabajo que tenía la policía de la vecina Gretna con los moteros y otros indeseables que se solían reunir en un sitio privado… ¿cómo se llamaba? Era un rancho o algo así, en la interestatal 90… El dato asoma a poco que me concentre: Keller’ s land. Es un buen sitio para husmear. Está apartado y fuera del alcance de la policía. Enfilo el viejo Chevrolet de Dayane hacia el puente del distrito Lower Garden para cruzar a la otra orilla del Missisipi y seguir la interestatal hasta Gretna.
Me cuesta casi una hora encontrarlo pues no está incluido en el GPS. Se nota que esos tíos buscan el anonimato. Como me dijo Saikano en aquella ocasión, se trata de un rancho particular, a la orilla de la carretera. El desvío se encuentra dos kilómetros más adelante y un trozo de camino mal alquitranado se introduce en la propiedad. El local en cuestión está fuera de la vista de la carretera, oculto tras una loma. Es grande, de dos pisos. La planta baja está construida en piedra, la de encima, en madera. Unas grandes letras pintadas sobre un largo cartel situado en el alero del tejado deletrean el nombre. Sin embargo, algún gracioso a tapado de unos brochazos media letra de la primera E de Keller y ahora se lee: Killer’s land… tierra del asesino. Un jodido buen augurio, me digo, deteniendo el coche lejos de la fila de motos de todas las cilindradas aparcadas ante un vacío abrevadero.
Dos tipos malcarados me miran con descaro cuando subo los dos escalones de madera que conducen a la puerta de entrada. Están situados a ambos lados del umbral, como guardianes sudorosos bajo el porche. Uno de ellos termina de un par de caladas la pavesa de un porro de marihuana y lo arroja a mis pies. Me llevo dos dedos a la visera de la gorra en un tradicional saludo y me contestan con un gruñido.
Una vaharada de humo me asalta al abrir la puerta. La ley de “No fumar en establecimientos públicos o cerrados” no se ha hecho para ellos, seguro. Me detengo unos minutos, abarcando con mis ojos todo el local. Me encuentro ante una gran barra, con unas mesas y sillas ante ella y una zona despejada junto a una gramola electrónica de monedas. Más allá, distingo un pasillo demasiado frecuentado por lo que aventuro que los lavabos estarán allí y puede que alguna sala algo más privada. También se huele a carne asada y patatas fritas en el aire, así que debe de haber una cocina. En un rincón, hay un par de billares concurridos. Un antro de moteros de toda la vida, vamos.
Me acerco al mostrador, fijándome en los tipos con los que me cruzo. Al menos, hay varios hombres negros a la vista, así que no me clasificaran de inmediato. Me hubiera jodido un tanto si encima hubiera sido un nido de racistas. No veo a Dylan por ningún lado. Pido una cerveza bien fría a la chica de detrás de la barra y me sirve un botellín casi congelado con una agradable sonrisa. Bien, al menos la cerveza está fría y la camarera es una cosa agradable de ver. Dos puntos.
Me fijo mejor en la clientela. Hay moteros de un par de bandas, por lo poco, a juzgar por sus chalecos distintivos, pero también hay seudo vaqueros de hermosos Stetson de fieltro en distintos tonos y una buena docena de sujetos que aún no consigo clasificar pero con muy malas pintas.
--- ¿Me invitas a una cerveza? –me pregunta una voz a mi lado.
Una chica morena me está mirando fijamente, sus manos apoyadas sobre la madera del mostrador. También lleva una gorra pero de béisbol, roja y dorada, seguramente de algún equipo local. Se gira un tanto hacia mí, mostrándome el poderoso canalillo que sus senos forman al estar aprisionados por el oscuro chaleco encorsetado que únicamente lleva sobre su torso. Unos pantalones de vinilo, al parecer, marrones y brillantes delinean perfectamente sus largas piernas rematadas por botas de motorista. Tendrá sobre los treinta y pocos años y sus labios forman una irónica sonrisa.
---Cerveza es una buena elección –le digo, haciendo una seña a la camarera. -- ¿Y tu amiga?
Me refiero a la chica rubia que está a su lado, pero girada de espaldas al mostrador. También me mira y observo sus pecas y sus ojos azules verdosos. Se toca con un sombrero de vaquero oscuro que contrasta perfectamente con las dos rubias trenzas que enmarcan su bonito rostro. Parece más joven que su compañera pero su cuerpo es igual de firme.
---Ella no bebe aún… demasiado joven –me contesta la morena.
---No lo diría nadie –la rubia me sonríe, contenta por el halago. -- ¿Un refresco tal vez?
La morena encara a la camarera y pide por las dos. Parece conocer perfectamente a la chica de la barra, la cual le pregunta algo a la rubia y ambas ríen alegremente mientras la morena vuelve a posar la mirada sobre mí, como tomándome las medidas para el ataúd.
---No te había visto nunca por aquí. ¿Cómo conoces este sitio? –me pregunta.
---Bueno, llevo un par de años en Nueva Orleáns y, la verdad, hay demasiados garitos allí como para salir de la ciudad para beber…
---En eso tienes razón –y le da un buen sorbo a su botella de cerveza para estrenarla. La rubia levanta su vaso con algo rosado dentro en un mudo brindis.
---Pero mi colega Dylan me habló de este sitio y, como hace tiempo que no le veo, me he decidido a hacer una visita. Sin embargo, no me había hablado del comité de recepción –las señalo con un movimiento de mi botella.
La rubia se ríe con ese sonido de alegre carillón que ya he escuchado y coloca su mano sobre el hombro de su compañera.
---Yo soy Marion –se presenta la más joven, adelantando su botellín de cola para brindar conmigo como acto oficial. –Ella es mi hermanastra Carmen.
---Encantado. Soy Jack. No había caído en esa posibilidad…
--- ¿En cuál? –pregunta Carmen, la morena.
---En que fuerais hermanas. Os parecéis bien poco –sonrío.
---Somos hermanastras, distintas madres –comenta acremente Carmen, antes de medio vaciar su cerveza.
---Bueno, al menos algo es evidente…
--- ¿Qué es evidente? –esta vez es Marion la que pregunta, de talante más simpático que su hermana.
---El potencial genético de vuestro padre, por supuesto. Debe de ser un tío bien plantado.
Esta vez las dos se miran y se ríen.
---Es un jodido desgraciado inútil pero… tienes razón… aún es un tío atractivo cuando no está borracho –el comentario de Carmen es ácido pero parece sincero. –Así que Dylan te habló de Keller’ s land, ¿no? ¿Dylan Brestton, de los Metaloides?
---Ajá, ¿le conoces? –pregunto con indiferencia.
---Sí, suele venir por aquí e invitarnos –me contesta Marion.
---Es un buen colega. Nos hemos corrido juntos varias juergas memorables.
--- ¿Juergas memorables? ¿Con Dylan? Ha tenido que ser en otro universo, seguro –masculla Carmen después de estar a punto de escupir el trago de cerveza por la sorpresa.
---A no ser que llames juerga memorable a que se te suba encima una tía para mearte todo antes de follar –comenta Marion en voz baja, mirándome con ojos maliciosos.
---El bueno de Dylan… nunca deja de asombrarte –digo, agitando una mano como para quitarle importancia pero la parafilia de Dylan me toma por sorpresa. –No, yo no voy de ese palo pero Dylan no es quien asume los gastos de esas juergas, ¿entendéis? Solemos estar más chicos y cada uno tiene sus gustos y debilidades. Ya sé cuales son las de Dylan y no me importan… mientras no salpique, claro.
Esta vez nos reímos los tres y las noto que se relajan, empezando a confiar en mí.
---Nos ha liado un par de veces. Debo reconocer que sabe cómo camelar a una dama –me cuenta Carmen con total desparpajo. –No dejo que se folle a Marion pero sí la he animado a que se mee encima del guarro.
--- ¡Es divertido! –exclama Marion, chocando la palma de su mano con la de su hermana.
--- ¿Otra birra? –pregunto para afianzar la confianza.
---Vale.
---Tengo hambre –se queja Marion.
---Pide lo que quieras, rubita –la animo. –De hecho, yo también siento un hueco en el buche. Podemos sentarnos y picar algo, los tres –y señalo hacia una mesa vacía.
---Te recomiendo la jambalaya con pollo y cerdo –me susurra Carmen, despegándose del mostrador para dirigirse a la mesa.
Pedimos unos platos a una madura camarera con los brazos repletos de tatuajes ochenteros y una ronda más de cervezas y refresco. Las chicas me ponen al día de qué bandas visitan el Keller’ s land y de los tipos raros que suelen verse en el local. La verdad es que no comprendo qué hacen unas chicas tan vivarachas como ellas en un sitio tan cutre e ilegal. Puedo entender que se ganen un dinerito golfeando pero podrían ganar mucho más en un buen burdel en la ciudad, dónde estarían mejor protegidas y con clientela mucho más selecta. Pero sobre gustos no hay nada escrito oficialmente y parece que este ambiente odorífero es dónde se encuentran más cómodas.
Llega la jambalaya y una fuente de pollo a la criolla, junto con otro gran plato de patatas “al infierno”, que no había probado antes. Son patatas cortadas a grandes rodajas y que se sofríen entre pimientos, cebolla y unos cuantos chiles y que luego se terminan en el horno para darle un gratinado especial. Están deliciosas pero pican como las lisonjas de una suegra.
Cuando les pregunto por las chicas que suele frecuentar Dylan, Marion se gira sobre la silla y busca entre los presentes. El público ha aumentado desde que estamos sentados.
---Aquella del short deshilachado y las botas de estrellitas –me señala con disimulo –, es Gina, su última chica fetiche. Ella se encarga de suministrarle a las “meonas” de turno.
--- ¿Podríais hacerme un favor? Me gustaría ver a Dylan antes de irme pero no consigo ponerme en contacto. Ha debido cambiar de número…
---Y quieres que nos enteremos si va a venir esta noche o no, ¿es eso? –sonríe Carmen.
---Algo así.
---Marion, encárgate tú. Si Dylan va a venir esta noche que Gina deje recado en el mostrador cuando llegue. Será suficiente…
Marion se pone en pie y cruza la sala, dirigiéndose hacia la tal Gina, que se encuentra en el centro de un grupito de moteros de manos largas. Marion sabe como sortear esas manos mientras le habla a la chica de los deshilachados shorts al oído. Reconozco que esta sabe lucirlos sobre el apoteósico trasero que muestra en parte. Veo como asiente y también como señala la barra con un rápido gesto de su dedo. Marion la besa en la mejilla y regresa a la mesa.
--- ¡Hecho! ¡Tienes suerte! Dylan la ha llamado hace unos minutos. Viene para acá y quiere una “meona” para esta noche –sonríe al decirlo. –Me ha prometido dejarle una nota a Frankie para avisarnos.
--- ¿Qué le has dado como excusa? –le pregunta su hermanastra.
---Le he dicho que Dylan nos dejó a deber un pico en una visita anterior y que ya es tiempo de cobrárselo. Gina lo ha entendido enseguida.
---Bien hecho, Marion –la felicita y yo sólo puedo asentir, impresionado.
La noche ha mejorado bastante desde el momento en que decidí buscar el Keller’ s Land. Las chicas y yo rebañamos los platos entre rondas de cerveza. Carmen permite a su hermanastra beber un par de ellas con la cena. Les ofrezco tabaco al terminar y las hermanas encienden los pitillos.
---Necesito ir al baño –dice Carmen, poniéndose en pie. -- ¿Me acompañas, Marion?
---Oh, sí, ya lo creo –responde con una risita su hermana.
---Yo también tengo que cambiarle el agua al canario –digo, retirando la silla.
Así que las acompaño hasta los lavabos que están en el pasillo que había supuesto en un principio.
---Espéranos aquí. Sin duda, acabarás primero –me susurra Carmen, apretándome suavemente el antebrazo.
---Vale.
Sé que ambas están contagiadas por los efluvios de mi alma demoníaca y que andan más calientes que la paletilla de un brasero. Ya he previsto que eso me ayudará en mi misión pero jamás me hubiera imaginado que sucediera de una manera tan natural y fácil. Las chicas han facilitado muchísimo mi labor y puede que incluso me divierta un rato.
Las espero con los brazos cruzados y la espalda apoyada contra la pared de piedra. Veo pasar muchos caretos patibularios rumbo a los lavabos y también algún que otro pretencioso trasero bien esculpido en el interior de pantalones de cuero. Las chicas asoman con una sonrisa. Estoy seguro que han retocado a consciencia sus labios. Carmen alarga la mano y me atrapa por el cinturón que sujeta mis pantalones, tirando de mí hacia el fondo del pasillo, hacia una puerta que cierra el largo corredor.
---Ven –es lo único que me susurra. A su lado, Marion sonríe, totalmente cómplice en lo que hayan decidido.
Nos detenemos ante la puerta y la rubia se estrecha contra mi espalda. Noto su mano descender hasta mis nalgas. Carmen, con la mano en el picaporte de la puerta, se gira hacia mí.
---Mi hermana y yo lo hemos estado hablando en el baño… no nos importa el rollo que tienes con Dylan. Me da igual que le estés buscando para cargártelo o para darle por el culo. Pero nos debes un favor y pensamos cobrártelo…
--- ¿Queréis pasta? –me hago el sorprendido.
---No, tonto… pasta no –me susurra la rubia Marion al oído, desde atrás.
---Más bien algo de carne –bromea Carmen, abriendo la puerta.
--- ¿Las dos?
---Lo hacemos todo juntas, como buenas hermanas.
Me introducen en otro pasillo, algo más estrecho pero sembrado de puertas. “Reservados privados”, me digo. Sin duda, aquí es dónde se llevan a cabo las conversaciones que no deben ser escuchadas y se cierran tratos beneficiosos y absolutamente ilegales.
---Dame una moneda –me pide Carmen.
--- ¿Una moneda? –esta vez mi sorpresa no es fingida.
---Para la puerta, guapo –contesta a mi espalda Marion.
Es entonces cuando me doy cuenta que, en vez de un picaporte hay una ranura para monedas en el filo de la puerta y, sobre ella, uno de esos letreritos intercambiables, parecidos a los que hay en las puertas de los lavabos de un tren o de un avión, que dice “libre”. Le paso una moneda de medio dólar y Carmen la introduce en la ranura. Automáticamente, el cartelito cambia a “ocupado” y la puerta se abre. La habitación es estrecha como una celda pero es lo suficientemente larga para que quepa un largo sofá contra la pared y una mesa baja y rectangular. No hay otra cosa en la “celda”, ni siquiera una ventana o una tele, tampoco sillas.
---Joder, qué mal rollo da esto –susurro.
---No te preocupes. Son los cuartos VIP –me dice Marion, dejando que su hermana se siente la primera en el rojizo sofá.
---Se usan para charlas privadas o para ciertos encuentros que no deben ser vistos por todo el mundo –aclara Carmen.
--- ¿Ah, sí? –dejo escapar mientras examino el asiento del sofá.
---No seas remilgado. Estos cuartos se limpian a fondo todos los días, con desinfectante –se ríe la morena.
---En el piso de arriba hay dormitorios pero hay que pagar por ellos. Nos ha parecido mejor venir aquí ya que no queremos actuar como unas zorras –me dice Marion al empujarme para que me siente.
--- ¿Quieres beber algo más fuerte que cerveza? –me pregunta Carmen, echando su cuerpo sobre mi hombro.
---Ya lo creo. Necesitaré un buen reconstituyente como el Bourbon, por ejemplo –le contesto con una sonrisa.
---Marion, ve a por una botella y algo de hielo –ordena suavemente la morena, mirando a su hermanastra. –Dale algo de pasta, Jack.
Le alargo dos billetes de veinte y le pregunto con la mirada si es suficiente, a lo que ella asiente al coger el dinero. Se marcha contoneando el bonito trasero para mis ojos. La lengua de su hermana se cuela en mi oreja, haciéndome cosquillas, mientras que su mano se desliza bajo la cazadora. No se altera al tocar la funda sobaquera que llevo bajo la cazadora y en la que he conseguido meter el Colt Azamet. Está muy acostumbrada a que todo el mundo allí dentro porte armas.
---Es un arma muy grande, nene –me dice antes de volver a besar mi mejilla.
---Me gustan así. Será mejor que me quite el arnés.
---Ponte cómodo. Aquí dentro estamos seguros…
Me pongo en pie y me quito la cazadora, dejándola sobre el respaldo del sofá. Carmen mira con interés la gran culata de hueso del Colt. Aún no sé a qué animal pertenece o si acaso es un animal… podría estar hecha del hueso de alguna de sus víctimas, aunque no es algo que me inquiete. Dejo el arma sobre la mesa y Carmen alarga la mano para acariciar el cuero de la funda.
---Es antigua –musita. -- ¿Original?
---Sí.
---Eres un tío raro, ¿sabes? Pero hay que reconocer que tienes estilo…
Y es en ese momento cuando decide ponerse a besarme en serio, desmadejándose sobre mí, acariciando mi nuca con una mano. Me quita la gorra para dejarla sobre el Colt y pasa su mano sobre el pelado cráneo delicadamente.
---Eres un jodido tío duro –musita para luego sonreír. Me encojo de hombros y retomamos los cada vez más húmedos besos.
Unos suaves golpes en la puerta nos interrumpen. Me levanto y abro. Marion espera fuera, con una botella de Jack Daniel’s bajo el brazo y una cubitera entre las manos. Sobre el hielo, reposan tres achaparrados vasos. Galantemente, le quito la botella y la hago pasar. Por lo visto, la puerta no se puede abrir desde fuera si está “ocupada” la habitación.
--- ¡Wow! ¡Menudo pistolón! –exclama la rubia, al dejar la cubitera sobre la mesa y ver el Colt enfundado. – Sabes que existen las semiautomáticas, ¿no?
---Muy graciosa la niña. Sabes el ventano que abre este chisme, ¿no? –contesto, siguiendo con la broma. –Anda, siéntate… ¿Hielo para ambas? –pregunto, metiendo la mano en la cubitera y atrapando los vasos.
---Sí, por favor –Carmen agita unos dedos con displicencia mientras que con la otra mano acaricia el hombro de su hermana.
Sirvo los Bourbons generosamente sobre varios cubitos de hielo y le entrego un vaso a cada una. Antes de sentarme, me quito la camiseta e intuyo los ojos de las chicas pasearse por mi torso y vientre, admirando las formas esculpidas. En verdad, Jack hizo un buen trabajo de gimnasio y yo procuro no dejar que el cuerpo se desfonde. Me dejo caer entre las dos y brindamos alegremente.
---Ya te has morreado con Carmen, ¿verdad? –me susurra la rubia al oído. –Huelo su perfume en ti…
---No podía dejarle que se enfriara –contesta la hermanastra al otro lado de mi cuerpo. –Hazlo tú ahora, peque…
Yo ni siquiera cuento, en medio de aquellas dos devoradoras de hombres; sólo soy carne cálida y turgente que está a su disposición. Bueno, no voy a poner ningún reparo en ello, bien lo sabe el Diablo. Los labios de la rubia se apoderan de mi cuello como una ávida pero delicada lamprea que finaliza subiendo hasta mi boca para deslizar su versátil lengua en su interior. Mientras tanto, Carmen se divierte acariciando mi pecho y abdomen hasta terminar desabrochando el cinturón y la bragueta.
--- ¡Vaya, hermanita! ¡Aquí hay carne suficiente para las dos! –exclama la morena al sacar mi pene a la luz.
--- ¡La hostia puta! –blasfema deliciosamente Marion, al echar un vistazo a mi entrepierna. –Eres un tío muy completito, Jack. Tendríamos que pedir uno así a Papá Noel para Navidad, Carmen.
---Ya lo creo.
Carmen es ahora quien disputa mis labios, dejando que su hermanastra rubia palpe a placer mi miembro. Las manos son muy delicadas, casi tímidas, en contraposición con su ansiosa boca. Es una técnica que parece haber aprendido de su hermana Carmen, pues las dos actúan de igual manera al besar: hambrientas, glotonas y dominantes.
---Ven aquí, hermanita… ayúdame –dice Marion, quitándose el sombrero de ala ancha que deja sobre la mesita antes de inclinarse sobre mi regazo.
Carmen hace lo mismo con su gorra y las cabezas de ambas se unen cuando empiezan a disputarse mi erecto pene con sus bocas. Son dos fieras con mucha habilidad en ese cometido. Sus lenguas se alternan, ensalivando toda mi polla, desde el capullo hasta los huevos. Se esmeran en conseguir la mejor aspiración cuando se tragan más de media herramienta o uno de mis testículos. Usan sus dientes para ejercer una continua presión sobre mi sensibilizado glande o para dar diminutos mordiscos por todo el tallo de mi falo.
---Tranquilas, chicas, tranquilas –las aparto un poco de mi sexo, tirando de sus largos cabellos. -- ¿Quién va a ser la primera en recibirme?
---Yo soy siempre la primera –dice Carmen con voz ufana y claramente autoritaria. Marion asiente y me acaricia los testículos suavemente mientras su hermanastra se levanta y comienza a desnudarse.
Disfruto completamente del lento show que Carmen organiza al quitarse la ropa ante nuestros ojos. Me muestra que tiene algo escrito bajo el seno izquierdo pero no me detengo a leerlo. También tiene una liga rosa tatuada rodeando el muslo derecho. Apenas son detalles porque lo que atrae mi atención es el rotundo cuerpo que luce en plena desnudez. Músculos bien entrenados y tersa piel que pronto caen bajo mis manos cuando se sienta a horcajadas sobre mi regazo.
Me besa apasionadamente mientras su hermana sigue trasteando entre nuestros bajos y aprendo rápido cuál es la intención de la rubia. Conduce ella misma mi miembro hasta la hambrienta vagina de Carmen, quien, nada más sentir el roce de mi glande sobre la vulva, suspira y mueve el pubis buscando la completa penetración.
---Hala, hermanita, todo el obús pa dentro… ¡qué glotona! –dice Marion con una risita.
--- ¡Joder… joder…! ¡Cállate, Marion… que me corro si te escucho decir cochinadas! –jadea Carmen, alzándose sobre mis muslos y dejándose caer lentamente para que su coño pueda tragar algún centímetro más de polla.
La rubia, como contestación, sube su boca hasta colarse por un lateral de nuestros rostros para unir su lengua a las nuestras. Al poco, deja a su hermana cabalgándome y se pone en pie para desnudarse ella también. La miro atentamente mientras Carmen mordisquea mi cuello. Carmen es un pasada de chica pero Marion llega un poco más allá. En vez del cuerpo trabajado que posee su hermanastra, posee una figura voluptuosa de senos mórbidos y amplias caderas muy sensuales. El hueco de su columna vertebral está impreso de letras chinas cuyo significado desconozco.
Se coloca a la espalda de Carmen y se inclina un tanto, pasando sus manos por los desnudos flancos hasta abarcar con ellas los erguidos pechos de su hermana. Pellizca los pezones con arte y experiencia, demostrando que no es la primera vez que hace esto. Los ojos de la morena se entrecierran por el dolor y la pasión. Se mordisquea el labio inferior en una expresión de total deseo.
---Fóllatelo despacio, Carmen… así… siente esa gruesa polla barrenándote… sé cuánto te gustan así de gordas, putona –le susurra la rubia y puedo ver claramente el efecto de esas palabras en la otra hermana.
Con un golpe de riñones, intenta exprimir aún más mi príapo con su propio sexo, ralentizando la cabalgata para sentir el roce interno. Sonriendo, Marion se arrodilla en el sofá, alargando una mano y tomando mi barbilla para besarme lascivamente. Su lengua se interna con total eficacia, repasando mis dientes y encías. Como respuesta, llevo un par de dedos a su anhelante entrepierna y siento sus caderas temblar. Se tiene que aferrar al respaldo del sofá para no perder el equilibrio sobre sus rodillas. Su sexo es una fuente y gime dulcemente nada más recibir mis dedos. Apoya la mejilla sobre mi hombro, el rostro vuelto hacia su hermana.
---Córrete, Carmen, por favor… córrete ya… necesito que me la meta… ya –suspira. Su rostro es toda una súplica.
Carmen sonríe, los ojos cerrados, y aumenta el ritmo de su cabalgata. Al cabo de unos pocos segundos, se inclina hacia mí, posando su frente sobre el hombro que me queda vacío. Sus caderas adoptan un frenético movimiento algo errático pero que surte efecto en los dos. Marion sonríe y alarga un dedo que mete en la boca de su hermanastra, la cual lo succiona como si fuese un bocado de sibarita.
---Ooooh, sííí… mi hermanita se está corriendo –canturrea la rubia, contemplando el rostro de Carmen y los gemidos que deja escapar. -- ¡Aguanta, Jack! ¡No te corras todavía!
Consigo refrenarme y Carmen se baja de mis piernas, dejándose caer de espaldas en el sofá, apoyando la nuca en el brazo del mueble. Se queda allí, mirándonos y recuperando la respiración. Marion se inclina sobre ella y la besa suavemente en los labios, dándole las gracias. Entonces, se desliza sobre el cuerpo de su hermana, quedando de narices contra el vientre de la morena, al que se abraza. Se arrodilla, alzando las preciosas nalgas para ofrecérmelas. No hay que ser muy listo para comprender lo que desea. Apoyo una rodilla sobre el asiento del sofá, el otro pie en el suelo y arrimo mi glande gordo y en forma de seta al nido expuesto. Carmen tiene una sombra de vello sobre el pubis pero Marion no muestra ni un solo pelo, meticulosamente depilado.
Me hundo en ella como si se tratase de cálido barro. Ella se queja débilmente y acaba pasando la lengua sobre el vientre de su hermana.
---Le gusta muy lento y suave –me susurra Carmen.
Así que me pongo al asunto tal y como me ha dicho, moviéndome con lentitud, sacando el falo casi por completo y volviéndome a hundirme totalmente, hasta rozar con el vello de mis cojones. Marion deja escapar ruiditos nasales ya que tiene la boca ocupada, acoplada al coño de su hermana. Carmen ha cerrado los ojos y acaricia los dorados cabellos de Marion mientras disfruta de una espontánea lamida.
No tardo mucho en rendirme al impulso de aumentar velocidad y potencia, para buscar mi propio placer. Marion aguanta lo justo sobre el coño de su hermana como para arrancarle otro orgasmo. Entonces, posa la mejilla sobre el vientre fraterno y se abandona al placer de mis embestidas. Babea sobre el terso estómago de Carmen en el momento en que el éxtasis la embarga y le hace contraer los dedos de los pies. Tres embistes después, descargo con fuerza dentro de ella, haciéndola sonreír. Carmen no ha dejado de aferrar una de las rubias trenzas de su hermana.
La morena se incorpora y busca mi polla pringosa para limpiarla con su lengua. Unos segundos más tarde, Marion se le une. Entre lametón y lametón, las hermanas se besan y juegan con mi pene, no dejándole que se ponga mustio.
---Te ha hecho gozar, ¿verdad? –musita Carmen a su hermana.
---Oh, sí, ya lo creo –se ríe la rubia. –Este es de los buenos, Carmen.
Estamos a punto de empezar de nuevo con los juegos eróticos cuando unos suaves golpes resuenan en la puerta. Carmen se levanta y acude a abrir. La bonita camarera que nos atendió en el mostrador espera en el pasillo y cuando la puerta se abre, se inclina sobre la oreja de la morena y le susurra algo. Carmen asiente y la despide.
---Dylan ha llegado. Está en la habitación Dixie, al final del pasillo del piso superior –me dice, al cerrar la puerta.
--- ¿Dylan es muy rápido con este asunto? –pregunto.
---No, suele tomarse su tiempo –me contesta Marion, recreándose con su mano en mi rabo mientras su hermana se nos acerca.
---Bueno, mejor, así nos tomaremos también el nuestro –les digo, abriendo mis brazos. Ellas se aprietan contra mí con suaves risitas y nos besamos.
No hay nada como tomarse el tiempo necesario en los asuntos de la vida…
Una hora más tarde, subo las escaleras al piso superior. Las chicas se han quedado algo adormiladas sobre el sofá aunque Marion me ha dicho adiós con la mano cuando he salido por la puerta. El pasillo es largo, separando dos hileras de dormitorios, una a cada lado. El dormitorio Dixie está al fondo y tiene una bandera sudista pintada al lado de la puerta. Muy originales no son, que digamos.
Me aseguro que las puertas son normales, no como las de las salitas VIPs con monederos. Pego la oreja a la puerta de madera y los gemidos y grititos son evidentes aún para el rango de oído de un humano. Dentro están follando o pasándoselo bien de algún otro modo. Me acerco a la puerta de enfrente y, por mucho que escucho, no oigo nada. ¿Estará desocupada? Debo probar suerte ya que necesito esperar un poco sin que nadie me vea. Pruebo el picaporte y este gira suavemente. La habitación está a oscuras y no hay nadie. Me cuelo de inmediato y cierro suavemente. La puerta no tiene un pestillo por el interior así que me quedo apoyado contra la madera.
Enciendo un cigarrillo para matar la espera y justo después de terminarlo, escucho la puerta de enfrente abrirse y una voz femenina despidiéndose. Entreabro la puerta y puedo observar a una chica alejarse pasillo adelante. Eso quiere decir que Dylan se ha quedado solo. Es mi turno. Salgo al pasillo y me cuelo por la puerta de la habitación como una exhalación.
--- ¿Quién coño eres tú? –me llega la voz algo gangosa de Dylan desde la cama. -- ¡Aún tengo la habitación reservada, capullo!
Está despatarrado sobre la cama, desnudo, la sábana y colcha en el suelo. Tiene el cuerpo mojado y hay una gran mancha de humedad sobre el colchón. Huele a orines sin necesidad de tener un buen olfato. “Ya le han meado encima”, me digo.
Me mira sin reconocerme y se incorpora sobre un codo para coger algo de la mesita. Me muevo rápido y estoy encima de él en un salto, empujándole de nuevo sobre la cama. Abro el cajón de la mesita de noche y me encuentro con un 38 niquelado entre pañuelos de tela y calcetines enrollados.
---Eso no está bien, Dylan. Deberías escuchar primero y disparar después –le digo.
--- ¿Qué quieres? Espero que sepas quién soy y no estés haciendo el gilipollas, negrito…
---Vaya, qué dureza se destila en este cuarto, bwana –respondo. –Sobre todo para un tipo al que le han orinado encima…
--- ¡Joputa! ¡Me cago en tus muertos, cabrón! ¿Qué coño vienes a hacer aquí? ¿Quién eres? –se rebota el motero, intentando ponerse en pie.
Por supuesto que no le dejo. Le agarro de la larga barba rubia y lo arrastro fuera de la cama, sin hacer caso de sus berridos. Una vez tirado en el suelo, le acaricio las costillas con un par de puntapiés, más que nada para dejar en claro lo que le espera si no se aviene a escucharme.
---Espero que me escuches sin interrumpirme ahora, Dylan –le digo, acuclillándome a su lado.
---Ssss… --la afirmación apenas brota de su constreñida garganta.
---Verás, sé que el señor Predyss es el intermediario que te da las órdenes pero quiero que me digas, con tus propias palabras, para quién trabaja… es muy importante para tu futuro, amigo mío –sus ojos me miran, desorbitados por el dolor y la preocupación.
---No conozco a nadie aparte de Alain Predyss –susurra.
---No es buena idea el tratar de engañarme, Dylan. Sé ya muchas cosas sobre ti. De hecho, estaba sobre aquella azotea el día en que hicisteis volar a los polis.
--- ¿Qué? Eso es…
--- ¿Imposible? –le corto la exclamación. –Ya lo creo que estaba allí y vi cómo Predyss daba la orden de tirar los polis por encima del muro. Tú estabas allí, regodeándote lo mismo que los demás. También escuché otras cosas como que a la “señora” no le iba a gustar el asunto y que deberías haberte escondido en el pantano con Enrique y los demás cocineros de meta. ¿Ves cómo sí estaba allí?
Me mira con una expresión totalmente sorprendida y se arrastra hasta apoyar la espalda contra el lateral de la cama.
---Quiero saber quién es la señora y muchos otros detalles de la organización pero no nos quedaremos aquí, por supuesto. ¡Vístete!
Sé que va a intentar algo en cuanto se ponga en pie. Por eso mismo no he sacado el Colt, para hacerle comprender que no tiene escapatoria. Dylan lanza una buena patada giratoria, intentando golpear un lateral de mi rostro con su talón. Bloqueó el golpe duramente, usando el codo y lo empujo tan rudamente que atraviesa el dormitorio sin poner un pie en el suelo hasta golpear la espalda contra la pared de enfrente. Sentado en el suelo, sacude la cabeza. No esperaba que demostrara poseer tanta fuerza.
---Vístete y no hagas más tonterías. Te haré daño si no colaboras –le digo con mucha serenidad.
Gatea hasta un butacón sobre el cual tiene su ropa y se pone en pie, colocándose los pantalones primeramente. Cuando se está abrochando la camisa y ni siquiera se ha puesto las botas, lo atrapo por el cuello y lo llevo en volandas hasta la abierta ventana. De un solo vistazo, compruebo que no hay nada aparcado debajo y lo lanzo por ella. Dylan da un corto grito pero alcanza el suelo tan rápidamente que se corta enseguida. Yo salto detrás, aterrizando sobre mis pies, y lo levanto del suelo. Tose y se queja pero no está malherido. No hay tanta altura para eso.
Me jode largarme así, sin despedirme de las ardientes hermanastras, pero necesito que Dylan desaparezca, por el bien de ellas, sobre todo. Después de haber preguntado por él, sería muy sospechoso que el motero apareciera muerto. Así, si desaparece antes de que ellas puedan tener oportunidad de verle, quedaran libres de sospechas.
Rodeando el edificio, le conduzco a empujones hasta Chevrolet prestado. Dylan se queja pero no levanta la voz. El batacazo ha servido de algo, al menos. Le esposo una mano a la sujeción bajo el asiento del copiloto y arranco, enfilando hacia la carretera. He pensado llevarle hasta la Señora de los Mártires, la iglesia abandonada en la que renací. Allí estaremos solos y tranquilos.
Sin embargo, cinco o seis kilómetros más adelante, me doy cuenta que alguien me sigue. Dos faros altos, una camioneta o un furgón, sin duda, que no se despegan de mi trasera. Hay otros dos faros que, por un momento, creía otro vehículo pero ahora sé que son dos, dos motocicletas.
--- ¿Quiénes son? –le pregunto al callado Dylan.
---No sé a qué te refieres –contesta hoscamente.
Le doy un puñetazo a un lado de la rodilla, arrancándole un aullido. Mi fuerza es algo superior a la de un humano y eso se nota en un golpe así.
---Te he visto atisbar por el espejo de tu lado, capullo. Sé que nos están siguiendo. ¿Amigos tuyos? –le espeto.
--- ¡Estás jodido! ¡Tienen órdenes de protegerme o de acribillarme si no pueden salvarme de otra manera! ¡Esos tíos están muy colgados! –estalla, salpicando saliva hacia el parabrisas.
---Entonces, lo mejor será aminorar y detenerse en algún lado, ¿no? –le digo, bajando la velocidad de la camioneta.
Me mira con cara de pasmo y tironea de las esposas.
--- ¡Nos van a achicharrar, joder! –me grita. – ¡Van a soltarnos tantas balas que esta mierda de coche se va a hacer pedazos en la carretera! ¡Písale, coñooo!
Pero no le hago caso. Dejo que el vehículo que nos sigue se acerque más. Al pasar por una zona más iluminada, compruebo que las motos adelantan a sus compinches de la camioneta y se colocan delante del Chevrolet, en plan escolta. Estos tíos han visto muchas películas… ¡Ilusos! Bajo la velocidad a cincuenta millas y los tipos de la pick-up no se lo piensan más. Con un fuerte acelerón, me dan alcance y se ponen a nuestra altura, retrasando el adelantamiento. Es una camioneta Ford, bastante nueva. El copiloto me hace señas para que me detenga y le sonrío inocentemente mientras saco el Colt Azamet de su funda. Dylan desorbita los ojos cuando lo ve.
--- ¿Qué coño es eso, en el nombre del Altísimo? –farfulla. -- ¡Eso es una antigualla! ¡Estallará en tu mano!
---Si que estallará… tienes razón –digo, pulsando el botón para bajar el cristal de la ventanilla.
Tomo el volante con la derecha y la culata con la izquierda. Extiendo el brazo completamente fuera del coche, tomando por sorpresa a los dos tipos de la camioneta. El cañón del Colt apunta a la sien del copiloto y tengo la certeza de que el disparo será mortal. A mi lado, Dylan se encoge cuando Azamet ruge y deja brotar una llamarada en el aire nocturno. La bala atraviesa cristal y cráneo, volatilizando ambos, y acaba empotrándose en la sien del conductor. La camioneta se desvía hacia el otro carril y, por unos segundos, roza contra el Chevrolet, antes de que pise el acelerador y me quite de en medio. Sin embargo, algo se me queda grabado en la retina mientras me alejo. ¡He visto una mariposa revolotear contra el parabrisas!
Miro por el retrovisor y observo como la camioneta se sale de la carretera y rueda por un terraplén, desapareciendo de mi vista. Me pregunto si la mariposa es producto de alguna casualidad, de una inocente coincidencia, pero la impresión que el Colt Azamet me envía no me deja dudas. El arma envía a cuantos mata al infierno, así que si alguna de sus víctimas tiene pecados importantes que expiar, brotarán las mariposas, sea su hora o no. Creo que la sonrisa que aparece en mis labios es tan parecida a la mueca de un lobo hambriento que Dylan se pega todo lo que puede a su ventanilla, acojonado.
Aprieto el acelerador y embisto a los sorprendidos motoristas que están intentando dar la vuelta para socorrer a sus compinches. No sé si los he matado pero estoy seguro que sus motos no rodarán más por el momento.
--- ¡Por los clavos de Cristo…! –masculla Dylan.
---A callar, motero de los cojones. Sólo quiero escucharte hablar sobre los negocios que llevas entre manos cuando lleguemos a destino.
Dylan cierra la boca inmediatamente y se dedica a mirar al frente, moviendo ligeramente los labios. Creo que está rezando. Me río al pensar que es una salida fácil para un pecador pero que no hará más que exponer aún más sus suculentos pecados. Vuelvo a cruzar el río y atravieso el canal por la avenida Clairbone, lo que me deja en el centro del Lower Ninth. Remonto por la calle Andrys y, finalmente, aparco en uno de los solares vacíos y llenos de maleza que han quedado a lo largo de la calle Johnson, casi frente al abandonado templo. Saco a Dylan del coche de un puñado y tomo una linterna de la guantera. No quiero apuntarle con el Colt porque aún no conozco mi propia resistencia a la tentación. Tengo que hacerle hablar primero.
Entrar de nuevo en la destrozada iglesia que me vio nacer no significa nada para mí pero Dylan parece impresionado. La cruz sigue invertida y todos los bancos han sido apilados contra una de las paredes cuando el agua que anegaba todo el barrio se retiró. Nadie parece haber vuelto por ella, ni yonquis ni fugitivos. Mejor.
---Bien, es hora que te expliques, Dylan Brestton –le digo, empujándole contra el altar. -- ¿Quién le da las órdenes a Predyss? ¿Quién es la misteriosa señora?
--- ¡Tío, no puedo decírtelo! ¡Vas a hacer que me maten! –gimotea, apoyándose en el ara.
---Veras, Dylan… aún no entiendes la motivación que tengo en todo ese asunto, ¿verdad? –le digo mientras voy despegando el látex que llevo sobre mis pómulos.
Los ojos del motero están fijos en mi rostro, que está resultando fascinado por mis actos. El tinte sobre mi tez desaparece al arrancarme la capa de piel sintética y mi rostro queda alunarado. Fuera bigote de un tirón y termino quitándome todo el maquillaje con un pañuelo. A pesar que no esgrimo el Colt, Dylan no ha hecho ningún intento de escapar o atacarme. Ha aprendido la lección.
---Tú… eres uno de los polis… ¡No puede ser! –exclama al reconocerme.
---Oh, ya lo creo que es posible. Aquí estoy… vivo y con ganas de venganza –le digo, guardándome el pañuelo sucio. –Sobreviví aquella noche a la caída y estoy dispuesto a haceros pagar la muerte de mi compañero. Como comprenderás, no tengo ningún escrúpulo en destrozarte las rodillas o amputarte un pie, con tal de que me digas lo que quiero saber. De ti depende que sigas viviendo… entero.
--- ¡Dios santo! ¡No fue idea mía!
Hay que ver la propensión que tienen estos malvados de pacotilla para invocar el nombre del Creador cuando las cosas empiezan a ponérseles difícil.
---Puede que sea así pero tus manos me arrojaron por encima del muro de la azotea. Así que te quedan algunos segundos para contestar antes de empezar a darte golpes en las rodillas con la culata de esta belleza –le amenazo con tono inmisericorde, palmeando la cacha del Colt bajo mi chaqueta.
Es un tío listo. Sabe que no bromeo ni amenazo en vano. Me ha visto matar a sus escoltas sin titubeos. Así que empieza a hablar de forma atropellada pero perfectamente entendible. Me habla de Predyss, de los chanchullos que lleva a cabo en representación de la familia Dassuan. Últimamente, se ha volcado exclusivamente en los asuntos de la hija mediana de Basil Dassuan, Eliane, actuando como su lugarteniente y consejero legal. Eliane, la señora como la llaman, no suele aparecer casi nunca por la sede de sus empleados, aquel edificio por el que fui arrojado en Seabrook. Al parecer, los negocios ilícitos de Eliane han tomado un rumbo distinto al de los familiares. Hasta el momento, el clan Dassuan no había tocado las drogas sintéticas por lo que es totalmente comprensible que la hija haya sido un tanto más emprendedora que el padre. Sin embargo, sabiendo quién controla al viejo Basil, dudo mucho que Eliane se aleje de la protección de las alas paternas.
---Parece que la señora tuvo una discusión con el patriarca –comenta Dylan a una de mis preguntas. –Por eso mismo, ha iniciado un negocio independiente. Sin embargo, por lo que se cuenta, está disgustada porque su padre no parece querer hacer nada con respecto a la muerte de su hermano Arnold. Ella misma ha prometido, en distintas ocasiones, que encontrara al culpable y que lo meterá en una picadora de carne industrial.
No me queda otra que sonreír. El oscuro pasajero de Basil no va a hacer nada conmigo por el momento y eso cabrea a toda la familia, seguramente. Cada vez estoy más decidido a actuar contra todos ellos ya que es la única forma en la que me dejaran tranquilo. Bueno, para empezar, me digo que podría complicarle el negocio a Eliane, sobre todo si me ocupo de ese hijo de puta de Alain Predyss, ¿no?
Le saco los detalles que creo que necesitaré al cada vez más angustiado Dylan y se arrastra ante mí cuando me ve sacar el Colt Azamet. Me implora llorando. Es algo digno de ver, un tío con una barba tan enorme, con esos tatuajes y ese cuerpo rotundo, llorando como una magdalena… pero no me apiado de él. Como ya he dicho en una ocasión, la piedad es un sentimiento desconocido entre los moradores del infierno. Le disparo en mitad de la espalda, lo que abre un tremendo boquete que le destroza columna vertebral y pulmones. La sangre brota a raudales mientras Dylan se estremece de bruces sobre el sucio suelo de la iglesia.
Me siento en el suelo, a su lado, en espera que brote la primera mariposa pecado, lo que sucede en el siguiente minuto. Alargo la mano y la cazo al vuelo, devorándola lentamente, como un gourmet. Las otras que aparecen después, revolotean a mi alrededor, como esperando su turno para ser devoradas. Dylan era un pecador pertinaz por lo que me voy a dar un jodido atracón, sí, señor…
CONTINUARÁ...