Detective 666 (4)

El vuelo sin motor.

EL VUELO SIN MOTOR.

Han pasado un par de semanas desde que escuché las revelaciones del demonio que posee a Basil Dassian, unas revelaciones que me han hecho dar vueltas y vueltas en la cama sin pegar un ojo, amasando mentalmente la historia. ¿He sido el juguete del Padre Creador o bien fue una extraña reacción a mi intrusión en el Pilar? Como reacción resultó un poco exagerada, ¡hay que joderse! Puedo entender que convirtiera mi cuerpo en sal pero devastar todo un área alrededor del Pilar como describió el poseso… no sé… Nunca ha pasado algo así y siempre ha habido Excavadores que han intentado atacar, de alguna forma, la tierra sagrada.

Por otra parte, ¿de qué sirve matar mi cuerpo demoníaco pero transmigrar mi esencia –no diré alma por el momento –a un cuerpo humano? ¿Qué coño le importa un demonio de penúltimo Estamento a Dios? La costumbre me hace encoger los hombros un segundo, esperando el dolor pero no llega. Sonrío y me digo que eso también constituye otra pregunta. ¿Si aún mantengo parte de mi esencia infernal por qué no me afectan los símbolos sagrados como antes?

Todas esas preguntas deberán quedar aparcadas por el momento. “Ahora, tengo otros asuntos de los que ocuparme”, me obligo a pensar al apartar el pesado cortinaje que sirve de aislante acústico entre la sala y la puerta. La Boîte está prácticamente llena a pesar de ser temprano, apenas las diez de la noche de un viernes. Pero ya se sabe, este club del Vieux Carré –así es como llaman los “neorleanitas” al barrio francés –es célebre por su ambiente tremendamente sensual y atrae a muchos turistas.

Me muevo entre los cuerpos que se agitan y mecen, cubiertos de telas livianas y envueltos en dulces aromas, buscando con mis ojos la causa por la qué estoy aquí. La música me atraviesa físicamente y mis ritmos armónicos se aúnan a ella inmediatamente. La música es una de las cosas que más me han impactado desde que desperté en este mundo y aún estoy acostumbrándome a cómo reacciona mi cuerpo a ella. No tengo control alguno sobre ello, a no ser que me concentre plenamente, pero no es extraño encontrarme bailando de forma inconsciente a poco que me distraiga. Creo firmemente que el que no exista música en el infierno es otra forma de penitencia. ¿Cómo se puede escuchar un maravilloso blues o la interpretación improvisada de un clásico del jazz y no desesperar al sobrevenir el silencio?

Unas suaves manos abarcan mis caderas, adaptándolas al ritmo que baña al local. Giro la cabeza y me encuentro con mi objetivo. Me sonríe y hace que me acople a su cadencia. No tiene que insistir para dejarme llevar por la música. Levanto las manos por encima de los hombros y agito las caderas. El movimiento surge sensual y armónico, tan natural como si estuviese caminando. Creo que mis genes criollos tienen algo que ver en ello. Al menos, es lo que Benny le solía decir a Jack cuando salían a bailar.

Me inclino para gritarle a Judith al oído que salgamos a fumar y ella asiente con la cabeza. La tomo de la mano y abro camino hacia una de las salidas traseras pero ella corrige mi rumbo, encaminándome hacia un lateral. Se detiene ante una puerta de metal que no dispone de la barra horizontal de presión, sino que hay un pomo normal y corriente, redondo. Está abierta y nos metemos por ella para acabar en un rellano en alto, con varios escalones que bajan hasta un callejón poco iluminado. Una barandilla metálica bordea el rellano y unos metros más allá, una alta cancela cierra el callejón.

---Esta era la puerta de los músicos cuando el local era un club de jazz –me dice ella, explicándome el rincón y pegando la espalda a los ladrillos de la pared.

Saco el paquete de cigarrillos y le ofrezco uno. Ella escupe el chicle de la boca más allá de la barandilla y toma uno por el filtro, con unos finos dedos de uñas celestes. Encendemos los pitillos y la miro en silencio. Judith es una de mis informantes. Es joven –apenas ha llegado a los veinte –y es despierta. No es una cotilla y no habla por hablar, por eso mi fío de ella.

Se aparta un mechón de su alborotada cabellera oscura y lanza el humo al cielo, en un gesto repetido hasta la saciedad ante el espejo. A diferencia de otras chicas de su edad, apenas lleva maquillaje, salvo un suave carmín y una marca de lápiz bajo el ojo. Juega a buscar una imagen dulce, casi de colegiala, pero lo suficientemente mayor para dedicarse a lo que se dedica. Judith es una de las prostitutas de Jean Baptiste, el proxeneta del barrio francés por excelencia.

Tiene una sandalia de alto tacón apoyada en la pared, mostrando el muslo en casi su totalidad dada la escasa tela escocesa de su minifalda. La camisa de seda acrílica blanca con remates en las mangas a juego con su falda, no forma apenas pliegues sobre su cuerpo pero sí marca los endurecidos pezones. No puedo saber si es algo accidental o es parte de su rol de puta.

---Bueno, tú dirás, Judith…

Lleva conociendo a Jack desde hace unos años, incluso antes de trabajar de prostituta en la calle, cuando era una cría que hacía entregas en el viejo barrio. El poli la salvó de una situación de indefensión familiar cuando aún era menor y le consiguió un hogar de acogida, aunque no sirvió de mucho, por lo que he visto. Que conste que no me quejo… ¡me encantan las putas! No hay ningún otro grupo humano, apartando los millonarios, claro, que disfrute más del día a día de su vida y todo aquel que diga lo contrario es imbécil o un hipócrita, o bien un cura, que es una mezcla de los dos.

---Tengo cierta información sobre un alijo –dice y lo hace con un hilo de voz, como si alguien pudiera escucharnos a pesar de la música que se filtra. –Sobre ese Éxtasis tan chungo que está matando…

¡Joder! Esas palabras son de Primera División, me digo. Estamos teniendo problema con una partida de drogas adulteradas, en especial MDMA, que está causando muertes por sobredosis y potenciando fallos cardíacos. Los de la brigada ya lo han bautizado como Éxtasis Final. Parece ser que incluye un compuesto derivado del petróleo que causa estos fallos orgánicos…

--- ¿Cómo te has enterado de algo así?

---Ya sabes que presto mucha atención a lo que dicen los babosos –me sonríe antes de dar otra calada. –Un tío decía que me iba a llevar de vacaciones a Miami en cuanto cobrara su parte. En la guantera del coche había una bolsa enorme de pastillas azules con el logo del conejito de Playboy. Me dio un par de ellas como si nada. Nadie hace eso a no ser que sea camello. Yo no tomo esa mierda, ya lo sabes, pero pensé en regalársela a alguna amiga más tarde. Después, escuché de un colega de Jean Baptiste que las pirulas del conejito matan y ya no me fié de dárselas a nadie. Las tengo aquí…

Judith abre el mini bolso que llevaba en bandolera de una cadenita dorada y saca dos píldoras azules. Tomo una y la miro más de cerca. Efectivamente, hay un conejito idéntico al logo de Playboy marcado en ambos lados de la píldora. Al menos, son idénticas a las que hemos encontrado en los bolsillos de los cadáveres. Tendré que enviarlas a analizarlas.

---Así que ese tío que te va a llevar a Miami es un camello de MDA –tiro el cigarrillo y lo apago con la suela.

---Tiene toda la pinta, Jack –me contesta, imitándome con su colilla.

--- ¿Cómo se llama? ¿Dónde puedo encontrarle?

---Ha ha –levanta el índice y lo agita en una negación. –Primero quiero la recompensa…

Su mirada refleja picardía al acercarse más a mí. No me queda más remedio que suspirar. Desde que me la tiré en un portal, a los pocos días de mi regreso al Cuerpo, no ha vuelto a aceptarme dinero por sus soplos; sólo quiere follar, la muy puta.

Judith es alta, por lo que no tiene que ponerse de puntillas para colgarse de mi cuello. Sus cálidos labios atrapan los míos, pellizcándolos suavemente. Huelo el regusto de alcohol en su aliento. Vodka con zumo de naranja, seguramente. Me dejo llevar por el deseo y el hambre. La aplasto contra la puerta metálica. Una de mis manos se cuela bajo su faldita sin ningún problema. ¡A lo que toco no se le puede llamar braguita, por Satán! Es la mínima expresión de una tela sedosa que no tapa más que los labios mayores de la vagina. ¡Si podría hasta mear de pie sin mancharse si quisiera!

Judith me mete la lengua hasta la campanilla y me aprieta el cuello con sus brazos. No es que esté ansiosa… no, yo diría que acaba de entrar en el paroxismo sexual del siglo. Parece que no controla demasiado su excitación aún siendo prostituta pero yo mismo tengo que llamarme bocazas. Ella no es consciente de lo que la afecta mi presencia. Debo acostumbrarme a ello, a ver como las féminas van cambiando su actitud a medida que pasan los minutos a mi lado y, sobre todo, si interactúan conmigo; ya sabéis, charlando y eso… Claro que no es lo mismo charlar frente a una copa en un club a que te esté interrogando a cara de perro en la comisaría. Esa no es una situación muy apetecible para que una tía se te ponga a tono, aunque hay algunas que ya lo quisieran… bufff, si os contara…

El caso es que agarra mi mano, esa que tengo entre sus piernas, y la lleva directamente a lo más cálido de su entrepierna, urgiéndome a que la acaricie sin miramientos. Por mi parte, me digo que se me pide un deber social y cívico. Tengo que calmar a Judith antes de que se suba al coche de un cliente y lo vuelva del revés al follárselo. ¡Que uno es policía y está aquí para proteger y servir! ¿Qué queréis que os diga? La ironía es la mejor armadura del poli… aunque eso no te lo dicen en la academia, fijo.

Fricciono rápido y fuerte, consiguiendo que su vulva se humedezca mucho más y su flujo resbale lentamente por la cara interna de sus muslos. El clítoris le sobresale una barbaridad. Me lo puedo imaginar como un pequeño pene en miniatura que busca crecer para quedar más erecto. Judith junta su mejilla contra la mía. La conozco, su rostro ya debe haber adoptado una expresión como si le faltase el aire pero con los ojos cerrados.

---Ooooh… jodido poli… me matas con esa m-mano –susurra ella, levantando una de sus piernas contra mi cadera.

--- ¿Tienes tiempo para que te meta un pollazo, Judith? –jadeo en su oído.

---Siempre tengo tiempo para ti, guapo.

Y es ella la que echa mano a mi pantalón, desabrochando el cinturón y la bragueta hasta bajarlo un poco, hasta medio muslo. Mi falo aparece erguido y dispuesto como un payaso en una fiesta. También es ella la que aparta su ropa interior para que pueda deslizar mi miembro en su sexo, con una pericia que no sueles esperar de una chica con una carita tan dulce.

La espalda de ella golpea contra la puerta cuando empujo hasta el fondo y gime. La cabeza le cuelga a un lado y puedo ver esa expresión que antes he imaginado en su cara. Mis dedos se ocupan de desabotonarle la blusita y sus mórbidos pechos desnudos quedan ante mí. Los empuño con saña, estrujándolos, y Judith gruñe de placer, aferrándose con una mano al pomo de la puerta para evitar caerse. Una de sus piernas ha vuelto a elevarse contra mi costado y su sandalia me acaricia el dorsal del muslo.

Me lanzo a un rápido movimiento de pistón que la levanta del suelo poco a poco. Sus hombros y cabeza golpean cada vez más fuerte contra la puerta hasta que ella se encarama a mí como un naufrago a su tabla salvadora. Ahora sí que está colgada de mí, sus brazos alrededor de mi cuerpo, sus piernas cruzadas sobre mis glúteos. La penetro a pulso escuchando su entrecortado aliento.

---Jack… Jack… puto bestia… que me haces daño –se queja a media voz. –Me vas a… desgarrar…

Me freno con una honda inspiración. Si no fuera una buena informante, no me habría importado seguir clavándola así. La pongo en el suelo y le doy la vuelta, poniéndola de cara contra la puerta, las manos sobre el metal, a la altura de los hombros.

---Sí, eso, eso… ¡Madero, cachéame! –me incita con voz infantil.

Le separo la nalga con una mano y le cuelo la polla de nuevo en el hambriento coño. Judith se acomoda, sacando un poco el trasero, para que pueda darle duro si quiero… y vaya que si quiero. Casi lame la desconchada pintura de la puerta cuando me empleo a fondo. Las primeras veces con ella, me cuidaba de hacérselo a lo bestia, engañado por su apariencia juvenil y su dulzura, pero pronto aprendí que Judith es de las que disfrutan rozando el sadomaso. Sin embargo, con sus clientes es de lo más purista y, en ocasiones, se hace la novata. Cuestión de interpretación, digo yo.

Pero cuando se trata de buscar su placer, esta chica quiere que la follen duro y a lo guarro. En este momento, tiene que estar entre nubes, enculada en un sucio callejón.

---Oooh… nene… nene… --cacarea entre dientes –ya estoy… ya me vien… uuuuuhhhhmmmmm…

La ayudo a centrarse con un buen sopapo en la nalga derecha que enrojece toda el área de inmediato. Ella respinga pero al segundo sonríe y su mandíbula se tensa.

--- ¡Me… corro… jodido poli follador! –aúlla con gozo.

Prácticamente la traqueteo a toda potencia contra la puerta, pellizcando sus nalgas, lo cual parece aumentar su placer. Lleva corriéndose casi todo un minuto y creo que lo sigue haciendo cuando eyaculo en su interior.

--- ¡Wooow, nene! ¡Cuanta leche has soltado! ¡M’has inundao! –comenta ella con guasa, llevándose una mano a la entrepierna cuando me retiro. –Tus pececitos seguirán dormidos, ¿no? Porque no es un buen momento para hacerme un bombo. Ya sé que no te gustan los condones y eso, pero…

Alzo una mano mientras que con la otra me estrujo el pene, sacando las últimas gotas de esperma y dejando que caigan sobre el cemento.

---No hay problema, Judith. La vasectomía es total.

Bueno, es una mentirijillas piadosa, claro está, pero no es absolutamente mentira. Desde que Benny me abrió los ojos sobre el tema, me han realizado varios chequeos médicos sobre el tema; ya sabéis, la clásica investigación de prueba y fallo. Me hice un par de pajas concentrándome en controlar mis espermatozoides y otro par a lo que surgiera. Finalmente, otras dos queriendo mis “pececitos” activos y fértiles. Los resultados mostraron que yo tenía razón con lo que intuía. Podía controlar mi descendencia. De alguna forma, mi estado natural es estar “en pausa”, o sea que mi esperma no es fértil. Tan sólo se activa cuando deseo tener descendencia. Por alguna causa desconocida para mí, esa propiedad diabólica sigue vigente en el cuerpo de Jack. Apunta otro misterio, tío…

---A ver, niña, esa información… --le pregunto mientras guardo el manubrio en el pantalón.


El tipo en cuestión se llama Dylan Brestton y no es un camello del montón, no señor. Cuando uso la base de datos en comisaría la ficha del sospechoso tiene al menos una docena de entradas, aunque parece haberse zafado de la mayoría. El señor Brestton es uno de esos tíos que parecen haber nacido con la barba ya crecida. Apenas tiene pelo en la cabeza –unos mechones en el cogote y poco más –pero dispone de una señora barba rubia de más de una cuarta de longitud, bien recortada y cuidada. Según Saikano, se le parece a Billy Gibbons, el guitarra de los ZZ Top, pero no sé quien es ese.

Ha sido arrestado por consumo de drogas, tenencia, tráfico, y otros asuntos, así como pertenencia a banda armada por varias peleas. Sin embargo, parece que el señor Brestton dispone de un buen abogado que suele librarle de las acusaciones del fiscal. Lo que hay que averiguar es cómo paga a ese abogado tan bueno. Saikano sonríe. Es como un sabueso, cuando huele la presa nada lo detiene.

Así que nos ponemos en marcha. Nuestro sospechoso es fácil de encontrar, frecuenta los sitios adecuados para moteros vandálicos y otras lindezas. Le seguimos de un lado para otro. Se mueve bastante el tío. Al menos nos hace cruzar la ciudad en tres ocasiones, hasta que nos lleva hasta un edificio en Seabrook, justo detrás del aeropuerto. Es una zona que fue muy castigada por el desbordamiento del lago Pontchartrain cuando asoló el Katrina. El Congreso ha destinado unos fondos especiales para construir un nuevo dique en Seabrook y toda la costa está inmersa en titánicas obras, lo cual ha dejado la zona casi libre de moradores.

El edificio en cuestión hasta el que seguimos a Brestton es diferente a cuantos ha visitado en el resto del día. Está anocheciendo y cuando se baja de la camioneta que conduce, Dylan Brestton parece relajado. Camina sin prisas y saluda con un apretón de manos a los tipos que parecen estar montando guardia ante la puerta. Esa es la segunda cosa que hace el edificio diferente. Es un inmueble de los años cincuenta, en buenas condiciones. Sin duda estaba habitado por familias normales y decentes pero que dejaron la zona cuando el agua alcanzó el segundo piso y dejó todo barrido. El edificio tiene ocho plantas y las ventanas de la primera y segunda planta están cerradas con tablones. Tercer hecho sospechoso.

---Tiene toda la pinta que el inmueble haya sido ocupado por una banda –me dice Saikano, sentado al volante del coche camuflado de la brigada.

--- ¿Habrá venido a recoger suministros?

---Quién sabe… desde aquí no vamos a ver nada.

---No podemos acercarnos más. Esto está más vigilado que una embajada nuestra en Pekín.

---Lo sé –sonríe mi compañero. –He visto tipos apostados en los tejados vecinos y habrá más a la vuelta del edificio.

---Entonces… ¿qué hacemos?

---Esperar, no queda otra. Veremos si nuestro amiguito sale con alguna bolsa o bulto y el tiempo que estará dentro. Eso nos dirá más cosas…

---Claro –me arrellano mejor en el asiento, dispuesto a dejar pasar el tiempo.

Tengo ganas de fumar pero eso delataría nuestra posición a los que estén vigilando. Saikano es un tío estoico, no se mueve lo más mínimo. No tamborilea con los dedos ni agita los pies. Es el compañero ideal para una larga vigilancia pero yo sé que me volveré un poco loco dentro de una hora y que tendré que salir del coche para estirar las piernas y tranquilizar mis nervios. Entonces será el momento de comprobar lo bien escondidos que están los centinelas apostados.

Hemos abierto las ventanas del vehículo cuando Saikano detuvo el motor. Va a ser una noche bochornosa sin apenas brisa. El vehículo está aparcado detrás de varios apilamientos de bloques de hormigón, convenientemente embalados. El coche asoma el morro lo suficiente como para permitirnos echar un vistazo al bloque de apartamentos en el que se ha metido nuestro “conejo blanco”. Pero ese parapeto de hormigón que nos cubre también se convierte en un obstáculo que nos impide ver uno de nuestros ángulos. Escucho rasgarse una parte del plástico de embalaje cuando alguien trepa por él. Otro sonido es característico de la carga de un cartucho en una escopeta. Le pego un manotazo a Saikano en el hombro.

--- ¡Nos han rodeado! ¡Sal del coche! –exclamo y abro la puerta del coche.

Saikano tarda un segundo más que yo, sobresaltado y confuso, pero ya no disponemos de ocasión para escapar. Al menos cinco individuos han salido de detrás de los palés de bloques, rodeando el vehículo y apuntándonos con potentes armas de asalto. No nos queda más remedio que levantar las manos y dejar que nos cacheen. Se quedan con nuestras armas y nuestras placas y nos encaminan hacia el edificio. A medida que nos acercamos, puedo ver que ni siquiera con refuerzos podríamos haber entrado allí. Han blindado las entradas y hay tipos armados por todas partes. ¿En qué nos hemos metido? Esto parece una de esas escenas de guerra urbana en Faluya que vemos en la tele, joder.

Nos comprimimos seis tíos dentro del ascensor. Tengo el cañón de un AK incrustado bajo la barbilla. Un poco de espacio, por favor, señores… Nos llevan a la última planta. Uno de los apartamentos está siendo utilizado como cuartel logístico, me digo al ver un mapa de Nueva Orleans desplegado sobre la pared y las pizarras con diagramas de movimientos de efectivos. Parece planificación militar, según la experiencia de Jack.

Los tipos que se encuentran en el salón del apartamento parece que están repartiendo beneficios porque sobre la pulida y larga mesa de comedor hay varios montones de billetes dispuestos y separados, ya entendéis… este para ti, este para mí… La mayoría parecen ex militares reconvertidos a Ángeles del Infierno y, entre ellos, está Dylan Brestton, por supuesto.

--- ¡Son polis! Estaban vigilando el edificio –explica uno de los que tengo a mi espalda, empujándome con la culata.

--- ¡Yo tenía razón cuando dije que alguien me estaba siguiendo! –exclama Brestton, apuntándonos con el dedo. – He visto ese coche en varias ocasiones a lo largo del día.

“Vaya, no es tan tonto como parece el desgraciao”, me digo. “Nos ha atraído hasta aquí, hasta la guarida principal.” Eso no nos deja muchas esperanzas.

--- Y como un gilipollas los has traído detrás de ti –la voz proviene de detrás de nosotros, así que giro el cuello.

Es como ver un abejorro entre hormigas. Destaca totalmente entre aquellos tíos rudos y algo desaliñados. Estará cerca de los sesenta años, pelo teñido y fijado con gomina. Viste como un dandy: traje de tres piezas, camisa inmaculada, corbata con pasador dorado, pantalón de raya perfecta y unos zapatos absolutamente brillantes. Y lo que es más sorprendente aún: su cara me suena mucho pero no sé dónde la he visto, o mejor dicho, dónde la ha visto Jack.

---Intenté despistarlos pero no he podido. Así que he pensado que…

---Así que has pensado que si los traías aquí, los chicos se ocuparían de ellos –el recién llegado corta la explicación de Brestton

El barbudo no contesta pero su silencio da la respuesta por buena.

---Y, ahora, tu estupidez me obliga a tener que ocuparme de dos polis que han visto demasiado. Dylan…Dylan, ¿qué voy a hacer contigo?

El dandy saca una pitillera del bolsillo interior de su chaqueta y la abre, extrayendo un cigarro oscuro, seguramente confeccionado a mano. Indolentemente, comprime el tabaco dándole golpecitos al cigarro contra el dorso de su otra mano. Levanta la vista y nos mira, a Saikano y a mí, y termina mirando de nuevo a Brestton.

---Sabes que a la señora no le gustará este tema… así que, yo que tú, me iría una temporada al pantano, ya sabes… a hacerle compañía a Enrique y su gente hasta que los nubarrones se despejen –termina el hombre de más edad, antes de prender el cigarro con un encendedor que parece de oro.

---Sí, Mr. Predyss, gracias por el consejo –masculla Brestton, súbitamente meloso.

¡Ahí está! Miro a Saikano, sujeto lo mismo que yo por un par de tipos, y su mirada me hace ver que él también lo ha reconocido. Alain T. Predyss, uno de los asesores económicos y jurídicos de la familia Dassuan. Le hemos echado en falta un tiempo, parecía que se había alejado de la órbita de la familia pero, por lo visto, no es así.

---Bueno, señores… hay que silenciarlos –decide el dandy, expeliendo el humo por la nariz.

--- ¿Los tiramos al lago? –pregunta uno de los subalternos.

---No, no… eso sería hacerlos desaparecer. Canta lo mismo un poli desaparecido que un poli agujereado –parece que Predyss es algo más que un simple asesor. –Mejor un accidente, aunque sea dudoso. Tiradlos por la azotea –ni siquiera se inmuta al decidirlo.

Intento resistirme y Saikano me imita al momento pero llegan más hombres y prácticamente nos izan a pulso, por lo que no podemos más que debatirnos sin lograr nada. De esa forma, en volandas, nos llevan a la azotea comunitaria. Posee un alto muro en todo su perímetro, sin duda porque debía de haber niños viviendo en el inmueble. Como si fuésemos las víctimas de un ritual de sacrificio, nos acercan al muro, uno al lado del otro, aupados cada uno por cuatro hombres. Escucho a Saikano gimotear de miedo y eso me hace debatirme con más fuerza, por lo que es quizás la razón por la que me tiran a mí primero.

Me precipito en la noche y el instinto humano de supervivencia consigue que mi cuerpo gire sobre sí mismo en el aire, buscando la mejor postura de aterrizaje. El aullido de Saikano al ser arrojado al vacío resuena en las alturas, por encima de mí. Mi mente comienza una plegaria aún sin decidirme a qué patrono encomendarme. El golpe contra el suelo es sordo, brutal, definitivo… y todo se funde en negro.


Cuando escucho murmullos alrededor de mi, mantengo mis ojos cerrados con fuerza. Pienso que he regresado al infierno tras haberme abierto la cabeza contra el pavimento. Sin embargo, huelo a desinfectante industrial y a alcohol de uso médico. Escucho una llamada para un tal Dr. Garrido por un sistema de altavoces –algo que no tenemos en el averno, evidentemente – y empiezo a ser consciente de la tibieza de la ropa de cama que me cubre.

Abro los ojos y parpadeo varias veces. Me encuentro en la habitación de un hospital. Me asombra haber sobrevivido pero aún no sé en qué estado me encuentro; puede que esté tan destrozado que me hayan tenido que cortar las piernas… Suspiro con alivio. Al menos, no he perdido las piernas, ya que puedo verlas ante mí, fuera de la colcha. Una cuelga de la polea del armazón ortopédico que se acopla a la cama, con el fémur y la rodilla enyesados; la otra descansa en la cama pero con un botín de escayola que recubre totalmente el pie. El resto de la pierna parece estar bien.

Sintiendo ese alivio al menos, intento palparme la cabeza pero una de mis manos está sujeta y mantenida en alto. Llevo una escayola desde la muñeca hasta el hombro, lo cual mantiene mi brazo tieso como si estuviera saludando a mi primo Hitler. Sin embargo, la otra mano, la izquierda parece estar bien, así que me reconozco someramente. Mi cabeza está vendada pero parece que está todo más o menos bien. No me duele nada en especial pero todo en general, eso sí. Me siento entumecido y dolorido como si me hubieran pegado la paliza del siglo. Las costillas también están vendadas y me duelen cosa fina. Tocando con delicadeza, parece que la zona lumbar y los costados están inflamados.

Alargo la mano y activo el pulsador de llamada. No tarda ni un minuto en aparecer una menuda enfermera rubia que me sonríe como un ángel. Se lleva la mano al pecho y exclama:

--- ¡No puedo creérmelo! ¡Está despierto! ¡Voy a llamar inmediatamente al doctor! –y sale disparada, dejándome con las preguntas quemándome los labios.

Mientras espero, me pongo a repasar todo lo sucedido. Mi mente parece estar en forma ya que lo recuerdo todo, al menos hasta el trompazo contra el asfalto. Me pregunto si Saikano ha tenido la misma suerte que yo. En ese momento, la puerta de la habitación vuelve a abrirse y un médico con bata, de mediana edad, se me queda mirando como si hubiera visto una piscina en el desierto. Cuando carraspeo, él se lleva las manos a las gafas de carey que lleva puestas y se las quita para limpiarlas obsesivamente. Segundos más tarde, está comprobando todas y cada una de las constantes vitales, preguntándome dónde me duele y ordenándole a la enfermera que me someta a toda una repetición de análisis.

---Doctor, por favor... ¿mi compañero el detective Saikano? –cuelo la pregunta.

---Lo siento, ingresó cadáver –menea la cabeza el médico. –En cuanto a usted…

Se detiene, dudoso, y mira a la enfermera, la cual baja la mirada. ¿Qué significa eso?

---Suéltelo, doctor –mascullo.

---Bueno, sinceramente todos mis colegas y yo creíamos que no saldría del coma y moriría. Tenía varias hemorragias internas y sus órganos estaban tan inflamados por el trauma que no podíamos verlos bien con el scanner ni tampoco podíamos abrirle. Así que le inducimos el coma hasta que bajara la inflamación, si es que sobrevivía, claro –explica el doctor llanamente. –De eso hace apenas cuarenta y ocho horas. Ahora, está usted despierto en contra de todo lo que me han enseñado en la facultad. Ha superado los barbitúricos que le administramos para mantenerlo inconsciente y aunque está muy dolorido, algo muy lógico por supuesto, no es ni siquiera una fracción de lo que debería sentir. Esa es otra razón para mantenerle tan sedado, para que pudiera soportar los tremendos dolores de su cuerpo roto. ¡Jamás he visto una resistencia como la suya!

La enfermera, a su lado, me mira como el que se encuentra de frente al príncipe de Gales al entrar en la panadería. Es bonita y pizpireta, con una sonrisa que puede poner de pie un muerto. Es de corta estatura pero el uniforme tiende a estallar cuando se inclina. Perfecta para recuperarme de mis lesiones, pienso.

--- ¿Eso significa que me voy a poner bien? –pregunto como un idiota.

---Al menos está vivo, señor DuFôret. Su recuperación tardará meses –el doctor alza un dedo, como si me estuviera amonestando.

--- ¿Meses? No dispongo de meses, doctor. Ahora me gustaría que llamarais al comisario Tyler de la 12ª Comisaría y le dijerais que he despertado.

---Por supuesto –contesta la enfermera y se marcha con mi historial en la mano.

---Es usted un milagro clínico, señor DuFôret. Se ha caído de un octavo piso y ha sobrevivido. Además, su respuesta curativa es muy alta, quizás la más alta que haya visto o sabido nunca…

---No se entusiasme demasiado, doctor. Eso es debido a las ganas que tengo de perderle de vista –le digo socarronamente.

Una hora más tarde, el comisario y un detective de Asuntos Internos entran en mi habitación. El jefe me aprieta la mano izquierda, visiblemente emocionado de verme vivo. Me presenta al tipo que va con él como el detective Raimond. Es el encargado de investigar lo ocurrido con Saikano para A.I.  Es el protocolo cuando un policía cae en servicio.

--- ¿Qué sucedió, detective? ¿Cómo se cayeron usted y su compañero de la azotea? –me pregunta Raimond.

---No nos caímos, nos tiraron –contesto y el comisario alza las cejas.

---Empiece desde el principio, por favor –me pide el detective, sacando una pequeña grabadora del bolsillo.

Así que le explico todo, desde el soplo de mi informante al seguimiento de Dylan Brestton y cómo este nos condujo hasta el edificio en cuestión, en Seabrook, y, por supuesto, nuestra captura. Claro que me guardo mucho de decirle que reconocí al dandy. Eso es una cuestión personal entre él y yo.

---Revisamos todo el edificio cuando os encontraron. No había nada allí, todo vacío –me informa el comisario.

---Se largaron. El inmueble ha quedado marcado con nuestras muertes; ya no les sirve para nada –asiento. –Jefe, ¿quién nos encontró y cuándo?

---Una señora que sacó su perro a pasear, al amanecer, descubrió los cuerpos y llamó a Emergencias. Ella creyó que estabais los dos muertos, pero los sanitarios te oyeron gemir cuando te pusieron en la camilla. Entonces, empezó una carrera para mantenerte con vida, hijo. Te vas a convertir en una puta leyenda, ya verás –sonríe el comisario. –Primero apareces con vida tras haberte perdido con el Katrina y ahora esto…

El detective Raimond me mira intensamente pero no dice nada.

---He tenido suerte pero el detective Saikano ha caído en acto de servicio –suspiro.

---Cursaré órdenes de búsqueda para ese tal Dylan Brestton y te enviaré a un dibujante para ayudarte a recordar a ese tipo bien vestido. Los atraparemos, es una promesa, Jack –dice el comisario con toda determinación. –Pero ahora tenemos que protegerte. Cuando te trajeron, los paramédicos creían que te morías. Es lo que vamos a comunicar oficialmente, que has muerto al ingresar.

--- ¿Cree que vendrán a por mí? –enarco una ceja.

---Unos tíos que tiran a dos polis de una azotea no se lo pensarán dos veces para no dejar testigos –comenta el detective Raimond.

---Mientras se mantenga la investigación, te daré otra identidad para permanecer en el hospital. Esto no se reflejará en ningún comunicado interno del Cuerpo, sólo lo sabremos nosotros tres –parece que el jefe ya había pensado en el asunto y sabe que es posible que haya algún poli comprado que pueda irse de la lengua si conoce estos detalles. Es un buen tipo el comisario, sin duda. –Prepararé un sepelio adecuado junto al de Saikano, con honores y todo. Creo que no tienes familia aquí, ¿no es así, Jack?

---No, comisario, no estoy demasiado en contacto con ella. Mis padres murieron hace tiempo y mi único hermano está en algún lugar de Canadá.

---Mejor, cuanta menos gente impliquemos, más aguantará la historia. Pero tendré que darle un mal rato a tu ex… tiene que venir y llorar para que sea creíble –me advierte.

---Bueno, qué se le va a hacer, ya procuraré explicárselo y compensarla después –no había pensado en Benny pero el jefe tiene razón; es el broche perfecto para la tapadera.

Imagino a Benny vestida de negro, con falda cortita y llorando al borde de la fosa y, a pesar del dolor, la polla se me mueve con ganas. ¡Al diablo con la pelirroja!

Cuando me quedo solo empiezo a reconstruir lo que ha debido suceder tras arrojarnos de la azotea. Quizás tuve la suerte de caer de una forma en que no me reventara la cabeza instantáneamente, como parece haberle sucedido a mi compañero. Quizás quedó en mí un hálito de vida que mi esencia infernal mantuvo con testarudez y que, poco a poco, a lo largo de la noche que pasé tirado en la calle, fue recuperándose, sanando los órganos más afectados. Quizás, cuando llegaron los paramédicos, las heridas internas ya no eran tan traumáticas como al caer y, por eso, pudieron mantenerme con vida hasta llegar al hospital. Quizás… quizás… quizás… es el título de una canción, joder.

El caso es que estoy vivo y que me voy a recuperar. Y cuando lo haga, alguien va a lamentarlo.

* *  * * *  * *

A las dos semanas de estar en el hospital, ya doy algunos pasos con muletas y estoy empezando con la rehabilitación. El Dr. Rimes sigue empeñado en considerarme un milagro. De hecho, me he negado a que utilice mi nombre en un artículo que ha escrito. Lo que me faltaba es que encontraran más reacciones diabólicas en mi cuerpo para que la cosa se trasladara al dominio público.

Ya me han quitado todas las escayolas y vendas y me recupero plenamente bajo las atenciones de Roxanne, la adorable enfermerita rubia. Podría haberme ido ya a casa pero no puedo convertirme en un fenómeno médico y llamar demasiado la atención. Así que finjo estar mucho más desvalido de lo que soy y como el tiempo juega a mi favor, al recuperarme tan rápido, nadie cuestiona si me duele más o menos, si doy dos pasos en vez de diez, o si es imposible que no me duelan los riñones. Es mi palabra contra lo que dicen los libros de Medicina.

Me he tomado estas semanas como unas vacaciones, descansando, flirteando con Roxanne, viendo la tele, chateando con Jipper –la cual, por cierto, ha venido varias veces a visitarme y mira de muy mala manera a la pobre enfermerita. Tom me ha prometido que mi casa flotante estará terminada para cuando me den el alta y Jipper se ha ofrecido a decorarla por completo. La verdad es que todas esas atenciones me animan muchísimo. Ah, tampoco os creáis que la muerte de Saikano ha supuesto un trauma para mí… ¡Soy un puto demonio, joder! ¡Llevamos la muerte y la tortura en la sangre!

Pero me contraria que unos tíos como esos perdedores se salgan con la suya, jodiéndome de paso. Veréis, los juegos que desarrollamos los demonios desde nuestra infancia tienen una cosa en común: prepararnos para no rendirnos nunca. La competición entre nosotros es feroz, por el simple placer de ser el vencedor. Es por eso mismo que un demonio posesor vuelve una y otra vez a rondar a su víctima cuando es superado por un exorcismo. También se podría decir que la venganza es el pan nuestro de cada día…

--- Esta noche te traeré un poco de sopa de pollo y champiñones –me dice Roxanne mientras me hace la cama.

--- ¿Esa del chino de la esquina? –le pregunto, sentado en el mullido sillón de la habitación.

---La misma –me sonríe, girando la cabeza.

Yo estoy observando como se tensa su uniforme al inclinarse sobre la cama. ¡Qué culazo tiene la jodía! Llevo un rato con el pene morcillón, oculto bajo el pijama y el batín hospitalario. Le he hecho muchas carantoñas a Roxanne y he charlado mucho con ella pero nunca hemos llegado a nada. Ella siempre ha creído que estaba débil y dolorido y yo no he querido sacarla de su equivocación. No hay nada más evidente que echarle un polvo a una enfermera para que sepa que estás curado.

Pero se acerca el momento de marcharme, así que…

---Creo que no te he dado las gracias por cuidarme tan bien, Roxanne.

---Es mi deber –contesta, alisando la colcha con un par de tirones.

---Bueno… no sé pero parece que hay algo más que el deber, ¿no? No te veo pasar buenos ratos de tus horas libres charlando con el señor Tobber.

El señor Tobber es un octogenario con incontinencia severa dado el alto número de cálculos que tiene en la vejiga y está en la habitación de al lado. Roxanne se coloca las manos en las caderas y frunce deliciosamente la nariz. Da un par de pasos hasta colocarse delante de mí y me espeta, como sólo puede hacerlo una mujer de la que se duda:

--- ¡Si estás sugiriendo que tengo alguna preferencia por ti…!

Por un momento, se queda callada mirando como mi mano se introduce por el batín hasta acariciarme soezmente la entrepierna. Roxanne me ha lavado muchas veces con la esponja y conoce perfectamente mis genitales. Enrojece e inspira. Finalmente, sus manos alisan el uniforme sobre su pecho.

---…debo decir que tienes razón –musita la enfermera, con una mirada implorante.

Me pilla por sorpresa. No me esperaba que cediera tan fácilmente pero, en verdad, lleva dos semanas al alcance de mi influencia y debe de estar a punto de caramelo. Alargo mis manos y abrazo a Roxanne por la cintura. Por un segundo, tiembla al decidirse a dar el paso siguiente. La atraigo hacia mí y coloca sus poderosos senos sobre mi cabeza recién rapada. Froto mi mejilla contra su vientre lo mismo que un gato mimoso.

---Dime, preciosa, ¿qué es lo que deseas? ¿Cuál es la idea pecaminosa que ronda por tu cabecita en este instante? –susurro sin necesitar mirarla a la cara para saber cuál es su expresión.

--- No sé… me da un poco de corte…

--- ¡Atrévete, Roxanne! ¿Qué es lo que te colmaría de dicha ahora?

---Quiero… comerte el rabo –lo dice bajito pero absolutamente claro y después se mordisquea el labio inferior.

---Concedido –le hago saber muy bajito, retrepándome en el sillón y abriéndome el batín con un lento gesto.

Roxanne recorre mi cuerpo con la mirada. Sigue aún mordiendo su labio, indecisa, pero finalmente inspira y se gira para caminar hasta la puerta. Por un momento, me deja a cuadros pero enseguida revela su intención. Echa el seguro de la cerradura para atrancar la puerta y se vuelve hacia mí, sonriéndome ampliamente. Toda su apostura cambia desde el momento en que ha cerrado la puerta, como si desconectase de su trabajo, su deber, de su propia moralidad con ese simple acto. No hay nada que motive más la libido de una mujer que hacerla visualizar el objeto de su deseo. Bueno, debo decir que más que visualizarlo lo estaba palpando a conciencia.

---Desnúdame –le susurro y ella asiente, inclinada sobre mí y sobándome la entrepierna.

Me gustaría tener los poderes del Tercer Estamento para saber cuales han sido las fantasías que ha tenido sobre mí todos estos días atrás pero estoy seguro que habrá disfrutado mucho de ellas en la intimidad. Me quita el batín con toda profesionalidad pero, al dedicarse a mi pijama, se deja llevar por la impaciencia y tira con fuerza de las perneras del pantalón hasta quitármelo.

---Bruta –murmuro con una sonrisa.

Ella me la devuelve y contesta:

---Los pacientes deben estar callados y sosegados. Normativa del hospital.

Entonces, se inclina y empieza a retirar mi slip. Mi mano aprovecha para remangarle el uniforme y exponer su ropa intima. Ella sonríe, traviesa, y mira por encima del hombro hacia la puerta una última vez, antes de dejar al descubierto mi miembro.

Se arrodilla sobre mi ropa y una de sus manos se aferra a mi muslo, arañándome delicadamente el interior. Su otra mano se apodera del pene a medio erguir y le da un par de meneos juguetones. Su pulgar e índice aprietan de forma experta el glande, consiguiendo que mi relajada polla se encabrite. He estado muchos días sin catar carne femenina, sosteniéndome con alguna paja en la ducha. Menos mal que solucioné el tema del hambre con una anciana agonizante al final del pasillo. No eran pecados demasiado suculentos pero contienen mi hambre hasta el momento.

Roxanne aplica sus labios tan suavemente sobre el prepucio que parece soplar sobre mi piel. La punta de su lengua me acaricia el meato deliciosamente antes de tragarse media polla. ¡Por el sagrado culo de Lucifer, cuánto lo necesitaba! Al pasar los minutos, se aferra a mi cipote con ansias, con las dos manos, mientras no deja de tragar, chupar, succionar y deglutir, consiguiendo que su saliva resbale hasta mi pubis. No ha conseguido tragarla toda pero se afana realmente. La contemplo absorto en cómo se regodea ella misma con la mamada, cómo disfruta del sabor del miembro, de su textura, incluso de su olor. Creo que Roxanne es una chupapollas nata.

---Sigue, Roxy, sigue… me voy a correr en tu boca como un campeón –le digo bajito mientras mi mano ladea su cofia al empuñarla por el moño de pelo rubio.

Creo que ha gemido al escucharme aunque no estoy seguro porque ya estoy cabalgando el orgasmo, tensando mi cuerpo. La lechada es meritoria del Record Guiness. El semen se desborda de su boca, resbala por su mentón, mancha su mejilla y la punta de la nariz. Desesperada, traga y vuelve a tragar, mientras se relame y se limpia con los dedos. Está preciosa a mis ojos.

---Deja que te ayude –le digo, sentándola sobre mi desnudo regazo y aplicando mi lengua a su cara para saborear mi propio jugo.

La noto estremecerse, desarmada por mi reacción. Me besa con furia, deslizando en mi boca restos de semen. Su mano bajo hasta mi entrepierna, quizás para ayudarme a revitalizar mi miembro pero se encuentra con que sigue igualmente firme y dispuesto. Animosa y dispuesta, se pone en pie, abre su uniforme de enfermera sin quitárselo y, apoyándose en el sillón, se despoja de los pantys blancos y la braguita antes de cabalgar mi regazo de nuevo.

Ella misma se la clava, con enormes ganas. Gruñe cuando le cuesta que entre más a fondo y lo intenta de nuevo, con más brío. Grita sin contenerse al conseguirlo. Entonces, me abraza por el cuello y lleva mi rostro sobre sus grandes y mullidos pechos apenas contenidos por el estrecho sujetador. Lamo y muerdo todo lo que hay a mi alcance. Uso mis dedos para bajar el sostén y los pechos se quedan aún más enhiestos, los pezones a una distancia perfecta de mis dientes. La hago chillar de gusto, mordisco a mordisco. Ella no me suelta la cabeza y no deja de saltar sobre mí, empalándose sobre la estaca de carne.

Sé que se ha corrido un par de veces pero no da señales de querer detenerse. Así que le doy la vuelta y vuelvo a clavársela en el coño, iniciando un bombeo profundo y fuerte, tal y como me gusta. Poco a poco, Roxanne se va venciendo hacia delante hasta que tiene que poner las manos en el suelo, entre mis piernas, para contener mis embistes. Yo sigo sujetando sus caderas y hundiéndome furiosamente en su vagina. Una de mis manos se ha puesto a jugar, de forma inconsciente, con su esfínter pero sin penetrarlo… aún.

El sillón chirría con nuestros movimientos. Roxanne agita su cuerpo en suaves convulsiones, manteniéndose firme sobre las manos. Tiene buenos brazos, la chica. Está murmurando algo entre dientes y presto atención.

---Oooh… joder… ¡qué bien folla… el cabrón! Lo has c-conseguido, Roxy… te lo estás follando, chica… y te vas… a correr… otra vez… pronto… si te atrevieras… mandarías a tomar viento a… Sammy, aún estando p-prometidos… ¡Aaaaaahhhmmmm… me c…OOORRROOOO!

Aguantándome la risa, la atrapo por la cintura para que su cabeza no choque contra el suelo, pues sus brazos se quedan sin fuerzas con el orgasmo. La dejo resbalar hasta el suelo que refresca su piel ardiente. Me arrodillo detrás, la polla tiesa y pulsando como una entidad viva. La dejo recuperando el aliento, de bruces sobre las losetas del suelo, y voy rápidamente al cuarto de baño. Regreso embadurnándome las manos con jabón líquido. Ella me mira, aún con la mejilla en el suelo, y me pregunta:

--- ¿Te estás lavando las manos? –hay asombro en su tono.

---No, tonta, estoy lubricándomelas. Me voy a dedicar a tu culo como repaso final –contesto, arrodillándome a su lado.

---No… no… el culo no… me da pavor –niega ella con la cabeza, tan fuerte que la cofia se le cae.

---Seré delicado, ya verás. Ya es hora que estrenes esa parte de tu cuerpo, ¿no?

---Por favor… Jack… ten piedad –las lágrimas brotan, deslizándose por las mejillas.

“Lo siento, pequeña, pero no sé lo que es la piedad”, me digo, metiendo mis dedos enjabonados entre sus glúteos.

CONTINUARÁ...