Detective 666 (21)

Despidiendo a las coreanas.

DESPIDIENDO A LAS COREANAS.

El sábado por la mañana suele ser el momento perfecto para disparar unos cuantos cargadores en la galería de tiro. Para no perder puntería, más que nada. A pesar de lo que he bebido la víspera, me levanto temprano, enchufo la cafetera y la dejo humear mientras me ducho. Al salir, cruzo el salón y entreabro la puerta de la habitación de las chicas. Las dos coreanas están durmiendo juntas en la misma cama de la litera, como siempre. Desarropadas, medio desnudas y abrazadas. Sonrío y cierro con cuidado, dejándolas en su sopor. Estoy royendo unas galletas y sorbiendo de mi café cuando Brini sale del dormitorio, bostezando. Lleva los menudos senos al aire, sin darle importancia alguna, y me echa los brazos al cuello, sonriente. Me besa suavemente y me da unos cuantos picos en el cuello, al estrecharse contra mí.

---Te has levantado mimosa, eh –le digo, aun sabiendo que no me va a entender.

---Ayer viniste tarde. Queríamos esperarte pero nos dormimos –me dice en coreano, con los labios pegados a mi barbilla.

---Sí, estaba en una fiesta.

---La señora Sophie llamó anoche –sigue, pero ahora besa el hueco entre mis clavículas --. Nos vamos el lunes con ella.

Así que ha llegado el día, me digo. Los ojos de la coreana se clavan en los míos. Están húmedos. Solo puedo asentir y depositar un sonoro beso en la punta de su pequeña nariz. Entonces, recuerdo que hice algo parecido con alguien en la fiesta. ¿Estarán empezando a gustarme las frentes más que los labios? Inmediatamente, la pregunta se esfuma cuando Brini me besa larga e intensamente en la boca, fusionando lenguas alegremente. Después, me dirijo a la mesa sobre la que se encuentra mi portátil y lo enciendo.

“Tenemos que celebrar la despedida, tú, Nao Ge y yo. “, escribo en el traductor. A mi lado, Brini lee y asiente.

---Esta noche haremos una cena especial, Jack, para agradecerte todo lo que has hecho por nosotras.

“¿Habrá postre especial también?”. Ella se ríe y se aprieta contra mí.

---Habrá mucho, mucho postre –y me echa de nuevo los brazos al cuello.

Tardo diez minutos en conseguir que la chica me suelte y salir de casa. La galería de tiro a la que está adscrita la policía metropolitana se encuentra a las afueras de Michoud, al este, justo en el límite de la ciudad con el gran pantano. Allí, los agentes podemos disponer de hectáreas de terreno abierto en donde entrenarnos. También hay un par de naves de tiro olímpico.

Consigo un puesto en el que vacío algunos cargadores de la Sig Sauer y cambio a la Glock 31. Cuando quedo convencido de mi habilidad, dejo la galería cubierta y me traslado fuera, al campo de tiro abierto. No tengo experiencia apenas en disparar como francotirador y quiero probar. El asistente me recomienda empezar con un Heckler & Koch G3 de bajo retroceso y distancia media. El rifle pesa unos cinco kilos largos con la mira y usa balas de calibre 7,62mm.

Empiezo con tiro suspendido –o sea sosteniendo el rifle en mis brazos sin apoyo alguno –a una distancia de cincuenta metros. Meto en la diana casi todo el cargador. Es una distancia corta en la que me muevo bien. Paso a ochenta metros y aunque hago casi las mismas dianas, los impactos se quedan casi todos en los bordes. El asistente sonríe y me da ciertos consejos. No puedo apuntar como si lo hiciera con una pistola. El viento y la gravedad alteran el recorrido del proyectil. Con la diana a cien metros, comienzo a disparar con tranquilidad, reteniendo el aliento y soltando el aire solo tras el disparo. Me concentro en el gatillo y en la forma de apretarlo para que no ejercite ninguna presión sobre el fusil. Corrijo los errores posturales y aprendo a apoyar la culata y abrazarla como los francotiradores. Bala a bala, corrijo el tiro y quedo satisfecho con los resultados que obtengo cuando lo intento a ciento cincuenta metros. Otro día aumentaré esa distancia, pero, por el momento, me conformo.

---Lo ha hecho muy bien para estar tan verde –comenta el asistente, tomando el arma alquilada --. Tendría que probar otros fusiles más potentes cuando aumente la distancia.

---Sí, lo he pensado. Ya lo intentaré en otra ocasión –le digo, dándole un buen apretón de mano.

Es algo más de mediodía cuando regreso a casa. Antes de llegar, el móvil me avisa de un mensaje. Aprovecho una pequeña retención a la entrada de St. Roch para ver de qué se trata. Sonrío al ver el nombre de Sally.

“Eh, tú, ¿llegaste vivo anoche? Espero que no te encuentres tan mal como yo esta mañana. Ouch.”

Simpática la niña, hay que reconocerlo.

“Gracias por el interés, rubia. Sin problemas. Ya he estado entrenando en la galería esta mañana.”, contesto. Aun sin darle al OK, me pregunto si es una buena idea seguir cultivando esta amistad. ¡Que sea lo que el diablo quiera! Y pulso el botón. No tarda ni treinta segundos en llegar un emoji cabezón de Rambo con una ametralladora empuñada, lo cual me hace sonreír. Una buena despedida para ser chica.

Dejo la bolsa con armas en casa. Las coreanas no están. Supongo que han ido a comprar al mercado para esa cena especial. Ellas son muy de productos frescos y naturales. Me cambio de ropa y conduzco a casa de Mamá Huesos. Los sábados no pasa consulta así que puedo presentarle el informe completo sobre Sally y que ella informe a papaíto. Asiente con todo lo que le explico pero no le digo que estuve de juerga con la chica. Dayanne nos contempla desde el fregadero, donde está destripando y limpiando varios peces lustrosos.

---Parece una chica sensata –sentencia la mambo.

---Eso parece. Ya le daré otro vistazo cuando pase una o dos semanas.

---Muy bien, Nefraídes. ¿Te quedas a comer?

--- ¿Pescado? –señalo hacia Dayanne con el pulgar.

---Claro.

---Paso, Mamá –y ella se ríe.

---También hay niños mimados en el infierno –me dice, seguramente refiriéndose al axioma que dice que a la mayoría de niños no le gusta el pescado.

---No es eso, vieja, es que tengo que solucionar un asunto y quiero usar el almuerzo como excusa.

--- ¿Cheyenne? –pregunta la sobrina lavándose concienzudamente las manos.

---Has acertado, diosa mía –le digo, poniéndome en pie.

---Pues mucha suerte, demonio –susurra la agorera bruja.

Dispuesto a hablar y mejorar las cosas con la hermosa stripper, me paso por un garito chino y compro varios cartuchos de comida. Armado con la excusa gastronómica, me dirijo al apartamento de Cheyenne. Al llegar al rellano en cuestión, lanzo una furtiva mirada antes de salir del ascensor. No parece que haya nada raro. Ni querubines revoloteando, ni zarza ardiente en el rincón. Respiro con alivio porque, en verdad, me siento algo acojonado al venir aquí.

Cheyenne tarda un poco en abrir. Intuyo que está detrás de la puerta, pensándose en qué va a hacer tras mirar por la mirilla. Su semblante es serio, casi preocupado, al mostrarse. Viste un atuendo deportivo consistente en un pantalón corto y ceñido por encima de la rodilla, rojo y verde, una de esas prendas de aerobic, creo, y un top ancho y suelto que no revela nada porque lleva una camiseta corta debajo para asegurar. Seguramente estaba entrenando sus números de baile.

---Hola, Jack –me dice con un tono muy suave.

---Hola, preciosa. He traído algo para picar –le digo, alzando la bolsa de plástico.

---Bien hecho, no tenía ganas de hacer de comer –me contesta, echándose a un lado para darme paso.

Dejo la comida china en la cocina y abro la nevera.

--- ¿Una cerveza? –pregunto alzando un poco la voz.

---No, estoy a agua y zumos naturales.

--- ¿Y eso? ¿Intentas perder unos kilos? Yo creo que no te hace falta –le digo, saliendo de la cocina con un botellín de cerveza en la mano.

---No es por el trabajo, Jack. Necesito depurar mi cuerpo, alejarlo de sustancias corruptoras como el tabaco, el alcohol, los canutos… y otras cosas que me distraigan –esta vez me mira directamente.

---No entiendo.

---La noche en que el río se convirtió en sangre, mi padre me llamó –me dice, con un gran suspiro. Toma una toalla que está sobre el respaldo de una silla y la pasa por su frente, su cuello y sus brazos. Es entonces cuando me doy cuenta que está sudando --. Mi padre nunca llama, nunca utiliza el teléfono. Le disgusta hablar sin poder mirar a los ojos. Así que ya te puedes imaginar si estaba preocupado para tomar el móvil de una de mis tías y llamarme.

Solo puedo asentir y beber un corto trago. No me gusta hacia dónde va esta conversación.

---No sabía nada de lo que sucedía con el río Mississippi pero él había tenido sus propios eventos milagrosos, avisos de los espíritus. Me contó sobre ellos, sobre lo que creía que significaban, y yo le dije lo que había ocurrido ante mis ojos con las aguas. Por primera vez en nuestra vida, estuvimos de acuerdo en que todo parecía relacionado de alguna manera que aun no entendemos, con nuestra familia, con nuestro entorno vital. Me hizo prometerle que me mantendría alerta con cualquier cosa nueva que pasara en mi vida, que procurara no cambiar nada, no dejar que entrase nadie. Entonces, tu rostro me vino a la cabeza. Solo tú estabas introduciéndote en mi esfera vital. Ambos tonteábamos, nos sentíamos atraídos y estábamos a punto de dar un paso decisivo. No sé cómo he llegado a esa conclusión pero estoy cada vez más segura de ello.

--- ¿Cuál conclusión, Cheyenne? – le pregunto, sabiendo perfectamente a qué se refiere. Al parecer, no solo yo me siento asustado.

---Que no nos convenimos el uno al otro, sea por el motivo que sea, Jack.

---Sí, creo que tienes razón –y la dejo atónita con la contestación. Aunque estando segura de su intención, no espera que esté de acuerdo con ella.

--- ¿Has notado algo tú? –se acerca a mí, pellizcándose los dedos sobre su pecho.

---Puede ser. No tengo tus dones pero tengo intuición y hay algo que está en contra de que estemos juntos. No sé si es bueno o malo, pero es algo sobrenatural. No lo huelo, lo paladeo más bien –ella asiente y me coge la mano --. Así que visité a una bruja vudú amiga mía y me hizo un ritual. Al parecer, me han echado un mal de ojo bastante poderoso…

--- ¡Jack! –me encojo de hombros. Es mucho mejor explicarlo de esta forma que contarle la verdad, y necesito que confíe en mí. Sabe que las artes oscuras existen y se mueven a través de nosotros, no tengo que explicarle mucho más.

---Tenemos que mantenernos separados físicamente, tú y yo.

---Lo sé –musita, su rostro muy pegado al mío.

---Por mucho que nos duela –insisto, separándome un poco de ella.

Cheyenne sonríe y me suelta las manos. Camina hasta la cocina y yo la sigo. Mete un par de cartuchos de arroz con pollo en el microondas y se vuelve hacia mí.

---Parece absurdo, pero mi padre cree que uno de mis nuevos conocidos me conducirá hasta el niño índigo y que, hasta entonces, debo mantenerme pura y fuerte, aislada de las emociones humanas. Quizás sea una prueba para nosotros.

---Mamá Huesos me dijo que los loas han elegido peones entre los humanos y que he resultado afectado por eso. No puede saber si soy uno de esos peones o está relacionado conmigo de alguna forma. Pero lo mejor es que no una mi destino a ninguna otra persona por el momento, para prevenir.

---Sí, es más o menos lo mismo que piensa mi padre. He decidido mantenerme centrada y célibe durante un tiempo, hasta ver en qué queda todo esto –de nuevo se acerca a mí y me pone la mano sobre la mejilla, tiernamente --. ¿Lo comprendes, verdad?

---Sí, Cheyenne. Seremos solo amigos –cabeceo.

---A mí me vale, ¿y a ti?

---También, nena –el aviso del microondas nos trae de vuelta a la realidad.

Nos sentamos a la mesa y nos apoderamos cada uno de un cartucho de comida. Los otros están calentándose mientras empezamos a comer. Cheyenne me cuenta varias historias sobre sus compañeras de trabajo y yo le respondo hablándole de los últimos crímenes que nos traen de cabeza. Sé que puedo confiar en ella y así comparto ciertas ideas con alguien más abierto de mente que Jolie.

---Tienes razón, tiene semejanzas con ciertos rituales llevados a cabo por sectas ocultistas –me dice cuando termino de contarle con precisión los dos escenarios --. ¿Tienes aquí fotografías de esas runas pintadas?

---No, pero puedo enviártelas desde la comisaría. ¿Por qué?

---Tengo un amigo muy puesto en Criptografía y símbolos esotéricos. Quizás pueda decirnos algo…

---Esta tarde te los envió a tu móvil, descuida –toda ayuda es bienvenida, me digo.

Seguimos charlando de naderías y las bromas comienzan a afluir entre nosotros, llevándose esas oscuras nubes que se habían estancado alrededor nuestra. Me siento más ligero, libre de una preocupación que llevaba días rondándome. A ella creo que le sucede lo mismo, porque una hermosa sonrisa no abandona sus labios y sus ojos me miran de otra forma. No quiero perder la compañía de Cheyenne. Me vale estar así, como amigos, como compañeros.

A falta de pan, buenas son tortas, ¿no?


Nada más regresar a la casa barco, supone entrar de cabeza en las diez mil delicias del paraíso oriental más cercano. Las chicas coreanas ni siquiera me dejan abrir la puerta con mis llaves. Parece que están esperándome detrás de la batiente de madera. Visten dos livianos kimonos oscuros con filigranas doradas en los bordes, pero muy distintos a los trajes de geishas con los que las conocí, ya que el tejido se pega a sus cuerpos como el bizcocho a un papel de molde. Tiran de mí, entre risitas y manoseos, hasta el cuarto de baño. Me desnudan prestamente por mitad del camino y terminan sentándome en la banqueta de la ducha. Brini me entrega un té helado que sabe deliciosamente a jengibre y menta. Mientras lo saboreo, las dos coreanas me lavan el cuerpo con suaves esponjas enjabonadas en agua tibia.

No sirve de nada preguntarles, no entienden el inglés y el portátil está en el salón. De todas formas, prefiero dejar que ocurra la magia, ¿no? Nao Ge deja una buena cantidad de espuma sobre mi miembro y sus dedos se cuelan ágilmente en los pliegues de mis ingles, contorneando la bolsa escrotal y sopesando suavemente los testículos, todo ello sin dejar de mirarme a los ojos y sonreírme.  No hay más intención erótica por el momento, más que asearme y relajarme. Brini me ofrece un kimono muy parecido al que ella lleva, con el que visto mi desnudez.

Cogidas cada una de un brazo, me conducen de nuevo al salón. Me doy cuenta que la mesa está servida, sin duda lo estaba en el momento en que entré. Me sientan a la cabecera de la gran mesa y ellas me acompañan, ocupando mi izquierda y derecha. Me fijo en que hay muchos platos tapados con curvas tapaderas que estoy seguro que no me pertenecen. ¿Las habrán comprado ellas? Delante de nosotros no hay platos, solo palillos de metal, una cucharilla del mismo material con un rabo fino y largo, un cuchillo y una servilleta. Parece que vamos a comer directamente de los platos centrales tapados. Nao Ge levanta la tapadera de uno de ellos y surge un apetitoso aroma junto con algo de vapor. Ella sonríe y me dice el nombre. Son calamares y pequeños pulpos troceados, hervidos en una salsa de almendras, hojas de sésamo y vino de arroz. Ellas utilizan trocitos de tofu para mojarlos en la salsa, pero yo prefiero usar pan francés. Pa chuparse los dedos a fondo.

Me pasan una cerveza, pues saben que las prefiero para comer en vez de las infusiones que beben ellas. Levantan la tapa de otro plato y degusto fideos casi transparentes mezclados con col china y rábanos y con pedacitos de algo que creo reconocer como camarones deshidratados. No está mal pero pica lo suficiente como para que me eche toda la cerveza al coleto. Las chicas se ríen y comienzan a turnarse para darme bocaditos de los platos más alejados con los palillos. Lo depositan en mi boca con la habilidad de una mamá pájaro alimentando a su nidada. Alterno sabores y texturas entre tragos de cerveza para limpiar el paladar. No tardo en dejarme extasiar por el festín. ¡Qué remedio!

Sin duda, han tenido que comprar todo esto en algún local de comida coreana porque la carne que estoy masticando está marinada en especies y hierbas al menos por tres días, así que no es algo que hayan podido hacer ellas. Pero claro, me callo y sonrío como un buen profano. Un dado de arroz hervido recubierto de glaseado de plátano es depositado en mi boca por Brini. Su compañera espera para darme un pellizco de pescado en salmuera que sostiene expertamente con los palillos de metal.

No es que solo me alimenten a mí, no. Ellas también picotean de un lado y otro, pero solo mordisquean trocitos pequeños que degluten rápidamente para estar pendientes de mí. Creo que así es como debía sentirse cualquier reyezuelo de Oriente. Nao Ge desliza entre mis labios un pastelito de soya y arroz frito y ella misma muerde el extremo junto a mis labios para compartirlo. Está delicioso y su textura es suave y cremosa. Me recuerda los cortaditos de leche frita que suele poner Mamá Huesos con el desayuno.

El picoteo termina sin hartarme  ---bueno, yo nunca me harto, la verdad –y me limpian la boca con la servilleta y algunos besos.

---Ahora, a la cama –me susurra Nao Ge, tirando de mi mano para ponerme en pie.

Brini, por su parte, toma dos bandejas del extremo más alejado de la mesa. Su contenido está tapado con un paño de cocina. Abre el camino hacia el dormitorio, llevando las bandejas en alto.

---Es para picotear después –me indica Nao Ge, ceñida a mi cuerpo.

Previsoras las chicas, me digo.

Me doy cuenta que la cama está algo distinta cuando entramos en el dormitorio. Está libre de colcha y un gran plástico cubre toda la superficie. Sobre las mesitas hay una blanca jofaina y varios botes de aceites y potingues. El techo de metacrilato esta sin cubrir, dejando entrar los rayos de la luna. Las suaves luces de las lamparitas de noche iluminan la escena suficientemente. Brini deja las bandejas sobre una mesita auxiliar, en el vestidor, mientras que su amiga me despoja del kimono, dejándome totalmente desnudo. Me empuja sobre la cama y me hace instalarme en el centro del gran colchón, boca abajo. El plástico es fino y suave bajo mi cuerpo y cruje un tanto con el mínimo movimiento. Cuando levanto los ojos, Brini ya se ha unido a nosotros y, a espaldas de Nao Ge, la está despojando de su ceñido kimono. Esta última le devuelve el gesto, quedando tan desnudas como yo, totalmente depiladas en pubis y axilas.

Cada una se coloca a un lado de mi cuerpo y alargan la mano para tomar un bote de aceite distinto. Derraman un poco en el hueco de la palma de la mano y, por encima de mi cuerpo, unen sus manos para mezclar los aceites antes de posarlas sobre mi espalda. Demuestran de inmediato que son expertas masajistas terapéuticas y no una mera simulación erótica. Sus hábiles dedos buscan los nudos musculares, los tendones cansados, la posible dislocación de vértebras, nódulos inflamados… una en la espalda, la otra en mis piernas. Suspiro más de una vez, estremeciéndome dichoso, sobre todo después del largo manoseo al que someten mis glúteos.

Cuando se hartan de sobarme, me hacen girarme y continúan con su exploración táctil, siguiendo mis brazos, mi pecho, vientre y piernas. Antes de que sus dedos se deslicen sobre mi pubis, mi miembro está más que erguido, vibrando con impaciencia. Ellas murmuran algo bajito, con sus cabezas casi tocándose, y se ríen como niñas atolondradas, al deslizar los pringosos dedos sobre el tallo de mi pene.

Nao Ge se deja caer sobre la cama, a mi lado. Suspira y me mira a los ojos. Al otro lado de mi cuerpo, Brini sigue de rodillas, masajeando los músculos aductores del interior de mi muslo.

---Hay que quitar el exceso de aceite de tu cuerpo –me susurra Nao Ge, haciéndome asentir --. Túmbate sobre mí, cariño.

Abre sus brazos, ofreciéndome su cuerpo con una sonrisa. Brini me empuja hacia ella con sus manos. Mi piel oleosa se desliza sobre ella y me echa las manos al cuello, acogiéndome entre sus muslos. Mi sexo se frota contra su suave pubis, pero la coreana tiene cuidado que no tome el camino natural por instinto. Se abraza a mí y comienza a restregarse lentamente, moviéndose cuidadosamente, intentando que su piel extraiga todo el aceite posible de la mía. Al hacerlo, me mira tiernamente y me susurra al oído cuan agradecida está por mi ayuda. Le doy piquitos en los turgentes labios para callarla pero no lo consigo.

Brini hace lo mismo que su compañera, pero a mi espalda. Se desliza sobre mi dorso, apuntalándose con sus manos para no añadir demasiado peso sobre Nao Ge. Su pelvis parece fusionarse contra mis nalgas, de una forma muy natural. Sus pechos se mueven en círculos contra mi espalda, embadurnándose de aceite. Noto los tiesos pezones aplastándose contra mi sensitiva dermis. Sus labios se acercan a mi otra oreja, la que no está siendo utilizada por Nao Ge, y deja caer sus propias gratitudes, haciendo mucho hincapié en el honor que ha sido servirme. Entre la una y la otra, me están inflando el ego de una forma monstruosa y debo reconocer que me encanta. Para un demonio, es una cuestión vital, enardecedora.

Alargo una mano hacia atrás, atrapando una nalga de Brini, para adecuar su movimiento al que yo he iniciado, al frotarme contra su compañera. Mi miembro se ha colado entre los muslos de Nao Ge y el contoneo de nuestros cuerpos la está haciendo gemir por lo bajito. Me hundo lentamente en el delicado pliegue carnal, sintiendo el calor del cercano sexo, el sudor perlado en el interior de sus muslos, el aliento contenido en mi cuello. A mi espalda, Brini me mordisquea la nuca mientras sus caderas se mueven con urgencia contra mi trasero. Sus manos dibujan arabescos sobre toda la piel de mi espalda, mis hombros y mis flancos. Ahora somos tres pringosos cuerpos unidos, aquejados de un calor corporal que va en aumento como nuestro deseo.

Agito mi espalda, casi descabalgando a Brini y palmeo el plástico, justo al lado de Nao Ge. La chica que me cabalga lo entiende de inmediato y se desliza junto a su amiga, mirándome. Me alzo de encima de la coreana y la atrapo por los tobillos, indicándole que se gire para quedar de bruces. Le pido a Brini que haga lo mismo. Las dos quedan boca abajo, una al lado de la otra, mirándose y sonriendo. El deseo y la excitación se reflejan en sus miradas. Alargo la mano hacia una de las mesitas, atrapando una botellita de aceite. Derramo directamente un chorro sobre cada espalda femenina y me dedico a refregarlo por cada rincón con la mano, una sobre cada dorso, moviéndolas a la vez. Las chicas se ríen y patalean divertidas cuando les doy un azote al descender hasta sus nalgas.

Atareo mis manos sobre los glúteos, adentrándome en sus cálidas interioridades con ahínco, con deseo, hasta asegurarme que el flujo gotea de sus sexos, junto con amorosos quejidos. Me sitúo sobre Brini, rozando sus nalgas con el glande, aupándome sobre mis brazos. Me rozo lentamente, procurando que el pene repase los lugares estratégicos con moderada fricción. Brini levanta el trasero con toda intención, hundiendo su mejilla en el plástico sobre el colchón. Solo le hace falta pedirlo.

Es el momento de cambiar de chica. Repito los mismos pasos con Nao Ge. Creo que está aun más caliente que su amiga porque ha metido una mano por debajo de su cuerpo para acariciarse suavemente el clítoris. Mueve su dedo corazón, aprovechando el acercamiento de mi pene a su entrepierna, para rozarme el glande con toda intención.

Regreso mi atención a Brini pero, esta vez, ya no trato de rozarme sino de clavarme en ella. Apretó las nalgas con ambas manos, separándolas. Ella se apoya sobre las rodillas, alzando un poco las caderas y permitiéndome deslizar mi glande en el interior de su mojada vagina. Apoya la frente contra el plástico de la cama al sentirse traspasada. A su lado, tumbada de bruces, con la barbilla sobre el dorso de la mano, Nao Ge la contempla con sana envidia. Me hundo más con una riñonada que la hace gritar. Una de sus manos sale disparada hacia atrás, posándose contra mi flanco, indicándome que la deje acomodarse a mi miembro. Ella misma toma la iniciativa unos segundos más tarde, culeando hacia atrás hasta meterse toda mi herramienta.

---Chica valiente –murmura su amiga, posando una mano sobre mis nalgas.

---Vamos, Jack… dame duro –masculla Brini, adoptando la postura en cuatro.

Me encanta que una mujer me pida eso. Es una de las formas más sensuales de entregarse. Apoyo las rodillas sobre la cama y comienzo a moverme lento pero con decisión. Las paredes de su sexo me oprimen el pene con una fuerte presión, casi como si fuese una niña de coñito cerrado. No es algo que haya experimentado con ella antes, así que asumo que es una reacción emocional, quizás, debido a la despedida. Pero pienso aprovecharlo.

Doy un par de puntadas profundas, llegando al cérvix, lo que encabrita a Brini, antes de lanzarme a un ritmo más rápido y duro. La cabeza de la coreana se bambolea sobre el cuello debido a los fuertes embistes. Un gemido entrecortado surge de sus labios, subiendo en octavas a medida que el cuerpo es traqueteado sin miramientos. Los dedos de Nao Ge se han perdido entre mis posaderas, cosquilleando el perineo y adentrándose en el interior de mi esfínter. Parece querer controlar, de esta forma, la potencia de mi embate.

---Ooooh… Nao… aaaaaahh… Dios de la Luz… me voy a c-correr… es un a-animal… --jadea Brini con el rostro congestionado.

---Sí, sí que lo es –contesta su amiga, hundiendo aun más su dedo en mi ano.

El gemido que surge de la garganta de Brini se termina extinguiendo cuando los espasmos del orgasmo sacuden su cuerpo. Ondula las caderas sin tino alguno y sus manos resbalan sobre el plástico recubierto de aceite. Acaba tumbada de bruces, la mejilla sobre un charquito oleoso y una sonrisa bobalicona le curva los labios. Ha alcanzado el nirvana por ahora, pero yo sigo enarbolado y duro como un mástil. Giro la cabeza hacia Nao Ge, la cual ya me está mirando fijamente. Se coloca a cuatro patas sin que tenga que decirle nada y se palmea con fuerza la posadera derecha.

---A mí por el culo, maestro –me suelta tan pancha --. La necesito tota en el interior de mi trasero.

Bueno, soy de la sincera opinión que no se le puede negar nada a una dama. ¿Quién soy yo para hacerla cambiar de idea? Así que paso mis manos sobre el plástico, recogiendo una buena película de resbaladizo aceite y lo unto sobre mi glande y tallo, generosamente. Nao Ge está esperando, respirando corto y rápido, lo que indica lo excitada que se encuentra. Mantiene su rostro ladeado, la barbilla contra el hombro izquierdo, mirando de reojo mi juego de mano. No sé si se lo está pensando pero tengo que reconocer que mi miembro está palpitando después del meneo que le he metido a la otra coreana. Si a mí me parece que es el Gran Príapo el que se alza entre mis piernas, ¿qué pensará Nao Ge?

Pero es valiente. Se acerca a su aun laxa amiga y recuesta el vientre sobre su cuerpo, quedando terciada sobre ella. Se lleva las manos a las nalgas, abriéndolas ella misma con la fuerza de sus dedos. El esfínter aparece a la vista, pulsante, enrojecido, lo que me indica que se lo ha estado toqueteando ella misma.

---Vamos, Jack… hazme feliz –me susurra en su lengua.

No es la primera vez que sodomizo a Nao Ge y debo decir que posee una experta historia sobre esa aérea de su anatomía, pero, al igual que ocurrió con Brini, me cuesta la vida meterle el glande. Sé que mi miembro no ha crecido pero ya no estoy tan seguro que no haya ensanchado por algún motivo. Se me pasa por la cabeza que a lo mejor tiene algo que ver con la mariposa que me he tomado esta mañana. ¿Es consecuencia de algún nuevo don? La verdad es que estoy dosificando últimamente las mariposas, ya que quedan pocas reservas. Encontrar al o a los asesinos de los macabros crímenes me generaría un montón de comida, me digo.

Pero estamos a lo que estamos, me llamo al orden yo mismo. Tengo un tercio de miembro horadando las entrañas de la coreana, que no para de removerse y quejarse pero no se aparta ni loca. Le paso una mano entre las piernas, por delante, rozándole el clítoris sin miramientos. Casi se encabrita y empuja hacia atrás, metiéndose medio pene de un tirón. Brini alarga la mano para acariciar la mejilla y boca de su amiga, como tratando de darle ánimos.

---Espera, Jack… espera… un poco –masculla Nao, llevando una mano a mi cadera --. Está muy gorda, cabrón… ¿qué has hecho?

Es apenas un hilo de voz, pero me reafirma en mi idea. Mi polla ha crecido en diámetro y eso le está petando el culo. Sonrío sin que ellas se aperciban. Aferro un puñado de la cabellera de Nao Ge y tiro de ella, alzándole la cabeza y, de paso, el torso. Ella gruñe y Brini se sale de debajo para sostenerla mejor. El movimiento me ayuda a meterle otro trozo más de manubrio que la hace abrazarse a los hombros de su amiga, la cual está arrodillada ante ella. El dolor y la presión le impiden besarse con Brini, solo puede apoyar la frente sobre el hombro de su amiga y jadear contra su cuello.

No le doy tregua. Me muevo lento pero sin pausa, en busca de mi propio placer. Noto como el canal anal se abre a la presión de mi pene, consiguiendo que los quejidos de Nao se conviertan en ruiditos estimulantes. Brini le acaricia la nuca con una mano y con la otra estimula el clítoris sin parar. A medida que su cuerpo se adecúa a la sodomía, Nao Ge comienza a jugar con su amiga, devolviendo caricias y besos cada vez con más voluntad. Tiro de ella y pego su espalda a mi pecho. Sus manos abandonan los hombros de su amiga para aferrar mis nalgas con fuerza. La noto temblar contra mi cuerpo, abriéndose a las primeras pulsiones de placer que siente. Brini avanza sobre sus rodillas para abrazarse a nosotros. Asienta su barbilla sobre el hombro de Nao, lo justo para alcanzar con sus labios los míos. Su lengua se dispara, entrando en mi boca, hasta que su amiga me la disputa, iniciando un juego a tres apéndices.

Las manos de Nao Ge abandonan mis glúteos para abrazar las redondas caderas de su amiga. Intuyo que está pronta a correrse y por eso ha abandonado el juego de los besos. Yergue su torso al llevar una de sus manos a mi nuca, girando levemente su rostro para mostrarme su perfil. Sus ojos están semiabiertos, la pupila perdida hacia arriba. La entreabierta boca murmura algo que adivino más que entiendo.

---Un… poco más… Jack… ya casi… estoy… me viene el… grande…

Con un gritito, se desploma en mis brazos y en los de su amiga. Su esfínter exterior se contrae, aprisionando mi pene, mientras que el interior fluctúa alrededor de mi carne, masajeándola de tal forma que me corro yo también, sin remedio. Dejo en su interior unos cuantos borbotones de semen y la saco lentamente. Nao Ge vuelve a dar un extraño hipido, el cual me hace suponer que esto ha amplificado o, al menos, alargado su orgasmo. Me quedo de rodillas, manoseándome el cipote groseramente, sacando hasta la última gota de esperma. Contemplo las chicas abrazadas sobre el plástico. Se están besando tiernamente, felices de estar juntas.

Saco un pitillo de uno de los cajones de la mesita y lo enciendo. Algo hay que hacer con la cama para dormir esta noche, pienso.

---Bueno, esto del aceite ha estado muy bien pero… hay que quitar este plástico y adecentar esto, ¿no?

Las coreanas se me quedan mirando, aun abrazadas, como a un extraterrestre aparecido. No se enteran de nada. Así que les doy un par de sopapos en las nalgas, haciéndolas chillar y poniéndose en pie.

--- ¡A la ducha, zorras! ¡A quitarse todo este chumaque, joder! –les chillo, señalando hacia el cuarto de baño. Salen disparadas entre grititos --. ¡Ya podéis empezar a frotaros bien que voy a estar follándoos toda la noche!

Y con mucha pachorra, echando humo como un terrateniente cubano, levanto el paño de las bandejas que Brini dejó en el vestidor, descubriendo las golosinas recubiertas de sirope y mermelada, o de crujiente cubierta de chocolate. Devoro un par de pastelitos tradicionales de Nueva Orleans, al estilo francés, antes de seguirlas a la ducha. Hay que despedirlas bien. Que se acuerden de mí, cuando estén allá en Florida.

CONTINUARÁ...