Detective 666 (19)

El crimen de la Marabunta.

EL CRIMEN DE LA MARABUNTA.

Soy un gafe, un negado, un “desgraciao”…  Resulta que me encuentro con la criatura más hermosa y maciza del mundo mundial, que le hago tilín y tolón, y cuando me lanzo de cabeza, acariciando ya las mieles del calenturiento enredo amoroso, lo único que obtengo son unas señales ENORMES e inequívocas que me indican que esa carne ni se toca. Vamos. Acabo de caer en la cuenta que es como si hubiera vuelto al infierno, pero este es absolutamente psicológico, de los que joden bien. Ni siquiera el gran jefe Satanás tiene tanta mala leche.

Me he pasado toda la noche recapacitando y dándole vueltas a lo que quiere decir la expresión “hija del Gran Manitú”. Todo lo que he sacado es un buen dolor de cabeza y un cabreo descomunal. Internet no me ha aclarado mucho. He leído todo lo que hay sobre dioses nativos y no aparece ninguna hija o hijo de Manitú como tal. De hecho, la propia expresión Manitú representa más al espíritu de la Naturaleza que a un dios mayor del panteón. Gitchi Manitú significa Gran Espíritu  y su esencia está presente en todos los seres vivos, las plantas y los minerales. Los lakotas o sioux tienen a un dios creador llamado  Wakan Tanka, que se dividió para formar el sol, la luna, la roca y la raza humana, pero no dice nada de hijos.

Así que asumo que “Hija del Gran Manitú” vendría a significar, a mi parecer, una protegida o bendecida del poder superior, o sea del Creador. Pero, ¿qué intenciones tiene esa bendición? Todo apunta a que me puede caer encima el puto Diluvio en cualquier momento. Cheyenne ha soñado conmigo, me está buscando y está protegida por los designios del Más Alto. Blanco y en botella, macho…

Pero, ¿si ese poder que la protege es capaz de detectarme para avisarme de que no la puedo tocar, por qué no la avisa, de alguna forma, que yo soy… en fin yo? ¿Por qué jugar al gato y al ratón? ¿Estarán arriba sin tele por cable y se están divirtiendo a mi costa? Cualquier cosa es posible.

El caso es que el prodigio del río Mississippi ensangrentado ha activado una avalancha de curiosos que surgió en masa de sus casas para acercarse a las riveras y contemplar el suceso. Todo el mundo ha hecho fotos, grabado, discutido y se han dado las más locas hipótesis. La peña ha estado excitada como nunca y la cosa ha ido a más. Los noticiarios locales se han pasado toda la noche dando detalles muy curiosos que exacerbaron la imaginación de todos los oyentes. Así, que recuerde, un par de auténticos detalles muy suculentos. Uno, el río se ha convertido en sangre tan solo en el área metropolitana de Nueva Orleans. Las demás poblaciones ribereñas río arriba no informaron de nada extraño. Por lo visto, toda esa sangre ha acabado desembocando en el mar y perdiéndose.Dos, los análisis realizados en distintos puntos del río coincidieron en que el supuesto vertido –esa es la explicación oficial a que el agua se haya convertido en sangre durante casi una hora –tiene un origen animal. Hemoglobina porcina, sangre de cerdo. ¡Y la gente se lo traga tan a la ligera! ¿Alguien podría calcular, por favor, cuántos cerdos se necesitarían sacrificar para volver roja el agua de uno de los mayores cauces fluviales del mundo durante una hora? No sé, pero a mí me sale que no hay cerdos suficientes en todo el continente americano para hacer eso. ¿Y todo ello, para qué? ¿Para atraer más turistas? ¿Terrorismo ecológico? ¿O es un mensaje destinado para mí? Si es así, es una barbaridad. ¡Al que Tira los Relámpagos se le ha ido la olla!

Por eso mismo, esta mañana, apenas amanecer, me he vestido y encaminado a desayunar algo en uno de los bistró del barrio francés. Mientras me bebo el tibio “café au lait” y mojo un par de madalenas de arándanos, pienso en Cheyenne. Anoche, no pude explicarle nada, ni siquiera darle alguna razón. Estábamos besándonos y, de repente, el río se volvió rojo. Por supuesto, nuestra fiebre sexual se convirtió en otro tipo de excitación, repleta de curiosidad y locas teorías. Prácticamente, fue como si hubiera aterrizado un platillo volante delante de nosotros. Pero, a medida que remitía nuestro lógico estado de nervios, no aparecía, al menos en mí, deseo alguno de volver a nuestro quehacer anterior. Y pude ver en los ojos de la bailarina la decepción al no comprender mi comportamiento; no podía entender por qué no le estaba metiendo mano como un baboso. Ella lo estaba deseando y yo le había mostrado mucho interés en hacerlo en otras ocasiones. ¿Cómo podía contarle nada de lo que pasaba por mi cabeza en aquel momento? ¿Cómo podía confesarle que estaba tan acojonado que me ponía enfermo con siquiera acercarme a ella?

El caso es que le di unas tontas excusas y la metí en un taxi, de vuelta a su apartamento. No tenía sentido que pasara la noche en la casa barco sin haber “ñaca ñaca”. El jaleo de mirones, medios informativos, policía y técnicos de diferentes agencias duró más allá de la medianoche, aunque las aguas parecían haber vuelto a la normalidad. La gente empezó a marcharse a sus casas, agotados por la propia excitación mental que habían vivido. Puse música –blues & grass –y me quedé sentado mirando el río por la ventana. Absolutamente Bien Jodido.

Dejo un billete bajo la taza vacía y salgo a la calle. Me dirijo andando a la casa de Mamá Huesos. Se me viene de nuevo a la mente la conversación que Cheyenne y yo tuvimos antes de besarnos. La verdad es que dije con toda sinceridad aquello de que estaría siempre para ella, sin ningún tipo de compromiso. Ya sé que es algo que todos los tíos humanos anhelan, sexo y amistad sin tener que dar nada serio a cambio, pero creo que eso es lo que ella buscaba en ese momento. A su manera, Cheyenne también intuye que no puede mantener una relación, por la razón que sea, pero no quiere estar sola; desea un hombro en el que apoyarse, un brazo que la sujete, y eso es lo que le propuse. Sin embargo, creo que se ha jodido el invento. No creo que me deje acercarme de nuevo con esa intención.

Llamo por teléfono antes de llegar a la consulta de la mambo y me contesta la propia Mamá Huesos.

---Buenos días, Mamá. ¿Es muy temprano? –me excuso de entrada.

---Duermo poco, Nefraídes. ¿Qué necesitas? –puedo imaginar su sonrisita.

---Estoy frente a tu casa. Solo quería saber si estabais levantadas.

---Ah, bueno. Entra y desayuna conmigo, ¿te apetece?

---Siempre –contesto, aun saboreando el regusto del café en mi boca.

La bruja vidente me abre la puerta y me abraza tan fuerte como siempre. Parece más pequeña aun con la amplia bata que viste, como si anduviera medio perdida entre los pliegues de franela. Aferrada a mi brazo, me conduce a la parte privada de su casa, donde se encuentra la cocina.

---Dayanne no ha vuelto aun –me dice, mientras trastea con la sartén sobre el quemador --. Ayer salió con Jolie y me llamó para decirme que se quedaba a dormir en su casa.

---Sí, suelen jugar a esas largas partidas de Granja Feliz en la consola –trato de disculparla.

---Nefraídes, te estás volviendo demasiado humano –me sonríe al verter café en la taza que ha puesto frente a mí. Le indico que no quiero leche esta vez --. Sé perfectamente lo que hacen esas dos cuando están solas y no es precisamente jugar a videojuegos.

Me encojo de hombros y pellizco uno de las galletas que hay en el plato, en medio de la mesa.

---Jolie es buena gente –le aseguro.

---Lo sé, demonio, lo sé. Te diré que prefiero que esté con ella que con uno de los cafres habituales del barrio. Al menos, no le hará un bombo y se quitará de en medio.

---En eso tienes razón –la repentina imagen mental de Dayanne en un estado avanzado de buena esperanza me sorprende. Me regodeo en ella, en su hinchado vientre, en el crecido pecho, en la morbidez de su carne… Buff, necesito desahogarme, de verdad.

Mamá Huesos desliza un plato bajo mi nariz. Contiene una fina torta de sémola que sirve de base para los huevos mezclados con tiernos ajetes y algo de tocino. El aroma promete que estarán deliciosos. La mambo se sienta frente a mí, con una pequeña porción de lo mismo en su plato. También toma café negro en su taza.

--- ¿Te has enterado de lo ocurrido en el río? –dejo caer.

---Sí, escuché las noticias anoche. ¿Estabas allí?

---En primera fila. Creía que estaba en una escena de los Diez Mandamientos. El caso es que Cheyenne estaba conmigo y todo sucedió cuando nos besamos…

La bruja vudú me mira, entrecerrando los ojos, pero no dice nada.

---Creo que está protegida por… Él, de alguna manera. No sé si es de mí o por alguna cosa más, pero los signos son claros: nada de relación con ella. Incluso le propuse rollete de solo amigos, sin ataduras, y a ella le pareció bien, pero todo se fue a paseo cuando nos besamos.

--- ¿Así que piensas que es algo relacionado con el sexo?

---O sentimientos. Es como si la quisiera solo para Él, como si debiera estar dispuesta a sus… designios.

--- ¿Sabes si ella tiene vocación? –me pregunta.

--- ¿Religiosa dices? ¿Convertirse en monja? –parpadeo, sorprendido --. Mamá, es stripper...

---Bueno, cosas más raras se han visto –responde ella, antes de meterse el tenedor en la boca.

---No creo. Ni siquiera profesa la religión católica. Que yo sepa, las creencias de los nativos americanos no cuentan con sacerdotisas ni nada de eso.

---La verdad es que no. Así que tenías razón, ¿verdad? Es todo por ti.

---Sí –jugueteo con el tenedor y un grumo de huevo. Se me ha quitado el hambre.

--- ¡Pues lo tienes crudo, chaval! –exclama, palmoteando el dorso de mi mano.

--- ¡Joder, Mamá! –protesto suavemente, pero pienso lo mismo --. Creo que ella es la Hija del Gran Manitú…

Deja de comer y me mira seriamente. Le da un sorbo a su café antes de preguntarme:

--- ¿Por qué crees eso?

---Recordé lo que me dijo el demonio que poseía a Basil, sobre los susurros de la noche y que despertara a la Hija del Gran Manitú. Cheyenne es nativa, ¿no? Creo que es ella…

--- ¿Y los susurros de la noche?

---Ni idea.

---No vamos a ninguna parte con conjeturas, Nefraides. Tan solo son avisos por ahora, advertencias y profecías… Cuando se hagan reales, ya lo sabrás… porque viendo la magnitud de los avisos hasta ahora, espera lo peor –me dice en un susurro.

---Menudos ánimos me das, Mamá.

---Tienes que saber más, aprender de lo que ocurre, con un planteamiento de causa y efecto. Prueba tus teorías y aprende de lo que suceda.

---Es un poco suicida, ¿no? –me quejo.

---Todo lo que puede pasarte es que regreses al infierno, demonio –la sonrisa bailotea en los labios de la bruja.


La mañana no tiene visos de mejorar. Jolie y yo aun estamos leyendo informes sobre los casos de Frances Poullard cuando nos pasan el aviso de un homicidio, en Algier Point, cruzando el río. El sargento nos lo ha pasado directamente a nosotros porque, al parecer, tiene connotaciones con el crimen del centro comercial. Jolie me mira al subirse al coche. Se ha puesto pálida sin ni siquiera ver el escenario. Mi compañera es una tía dura pero las salvajadas la impresionan todavía.

Nos adentramos en uno de los barrios obreros de Patterson Road. Hay bastante gente rodeando el espacio enmarcado con cinta policial. Muchos rostros negros, de ojos huidizos y espaldas encorvadas. Flanqueando la puerta de un pequeño drugstore de barrio, dos compañeros uniformados nos abren la puerta al saludarnos. Sus rostros se muestran inexpresivos, muy profesionales, y, de entrada, eso no me gusta.

Otro asunto sorprendente es el suelo empapado. Innumerables botellas de refresco de todo tipo yacen sobre la solería, vacías; sus contenidos repartidos sobre las losas. Por lo que puedo ver, no hay botellas tiradas, ni vidrios, solo tapones por doquier, cientos. Al parecer, el o los responsables se han entretenido en abrir las botellas una a una y vaciarlas en el suelo. ¿Una forma de borrar huellas? Ni idea. Es algo que ya nos contará Parson, al cual distingo al fondo de la tienda.

El local no es muy grande. Un lateral está lleno de vitrinas frigoríficas con leche y productos perecederos, algunos refrescos y cervezas, y, sobre todo, agua mineral. Hay tres hileras de estantes que llenan la tienda y, al fondo, deben estar el almacén y los lavabos. Cerca de la puerta de entrada, un pequeño mostrador con la caja registradora. Hay miles de tiendas así en Estados Unidos.

Parson nos hace un gesto para que nos acerquemos. Chapoteamos en el par de dedos de refrescos que inundan la tienda mientras Jolie barbota entre dientes:

--- ¿Otro cadáver en los lavabos? ¿Esa es la connotación de semejanza?

No le hago caso. Está de mal humor está mañana. Ni siquiera le he preguntado por su velada con Dayanne, no fuera que me mordiera. Parson me da un firme apretón de manos. A pesar de ser bajito y canijo, el hombre aprieta en serio.

--- ¿Qué tenemos? –le pregunto. Él saluda con la cabeza a mi compañera antes de indicarnos que le sigamos.

Jolie no ha acertado. El cuerpo no está en el baño. Seguimos al técnico forense al interior del pequeño almacén, atestado de cajas vacías de distintos materiales, y abre otra puerta de recio metal al fondo, que comunica con un patio techado, más grande que el mismo almacén.

---Pisad sobre los cartones –nos avisa Parson, señalando los cuadrados en hilera que forman un cutre camino de baldosas recicladas sobre la tierra batida del patio.

No tiene que explicarme el motivo. Mis fosas nasales se llenan con el olor a sangre y algo más intenso… vísceras. Distingo varios trozos etiquetados de carne sanguinolenta. El sendero de cartón hace un giro, rodeando varios palés de jaulas y bidones vacíos, y entonces vemos el cadáver. A simple vista, no puedo distinguir si es un hombre o una mujer, solo es una masa rojiza que recubre el esqueleto que parece carne picada. Jolie se encorva con un espasmo y el atento Parson la conduce hasta un rincón en donde puede arrojar su desayuno.

El cuerpo está desnudo y cuelga de una viga de acero que sujeta el tejado de chapa. Está amarrado por las muñecas y por uno de los tobillos, manteniendo así forzosamente sus piernas abiertas, pero hay algo que me llama la atención. No es una ligadura normal. La cuerda es sintética y está trenzada con otra para hacerla más resistente. Además, pasa por unas anchas cinchas de tela que protegen la piel de la víctima. ¿Qué sentido tiene hacer soportable su aprisionamiento si se va a cometer una salvajada como esta?

La parte que está peor del cuerpo es la pierna que tiene sin atar. Se balancea como el badajo de una campana, los descarnados huesos de las falanges del pie rozando la tierra batida. Solo queda el hueso y los tendones de la extremidad y, a partir de la ingle, puedo seguir el rastro de lo que sea que ha seguido devorando el cuerpo.

--- ¿Qué coño han utilizado con la víctima? –mascullo cuando Parson regresa a mi lado.

---Hormigas.

--- ¿QUÉ?

---Dorylus gribodoi, también llamadas hormigas siafu, guerreras o legionarias, pero más conocidas  coloquialmente por la marabunta –me explica. Notó también la sorpresa en el ceniciento rostro de mi compañera --. Cuando el empleado contratado descubrió el cadáver, aun se lo estaban comiendo, lo que nos da cierta idea de cuándo ocurrió el hecho. No os podéis ni imaginar lo que les ha costado a los empleados del zoo adormecerlas y recogerlas. Sin duda, tiene que haber aun bichos de esos por ahí correteando…

--- ¡No jodas! –exclama Jolie, mirando nerviosamente a su alrededor.

---Tranquila. Una vez pasada la crisis, se vuelven muy pacíficas. El hambre y la supervivencia es lo que las motiva y, como podéis ver, se han hartado –explica el forense, casi jocosamente.

--- Pero… ¿es que el finado criaba hormigas de esas aquí, en Nueva Orleans?

---Esos bichos son tropicales o ecuatoriales. Si alguien quisiera tener una colonia de hormigas legionarias aquí, en el delta, no creo que tuviera demasiados problemas. Hay humedad y calor suficientes, pero no… no hay ningún indicio que fueran criadas aquí, en este patio.

---Así que las han traído de dónde sea. Es un asesinato –define claramente Jolie.

---Sí, las hormigas han sido transportadas en un cajón especial. Los del zoo las han vuelto a meter en él para llevárselas, pero han prometido tocarlo solo con guantes. Lo recuperaré en una hora o así –comenta el técnico forense.

---Vaya una manera de complicar el asunto. ¿Tan difícil era pegarle un tiro? –es mi turno de hacer la broma.

---La verdad es que tiene razón, detective. ¿Sabe cuántas hormigas se necesitan para hacer un daño así en un par de horas? –Parson me mira con el ceño fruncido.

--- ¿Mil? –me siento imbécil cuando la palabra me sale de la boca.

---Millones. El experto que he consultado me asegura que al menos de dos a tres millones de ejemplares y, además, haberlas tenido encerradas sin alimento al menos una semana. Dentro del cajón había un par de colmenas comunidades construidas por ellas. Sin duda, llevaban ya un tiempo establecidas en él antes de que lo movieran. Esto ha sido elaborado y llevado a cabo con total premeditación.

En silencio, contemplo el despojo colgado. Lo que me parecía, en un principio, carne picada no es más que el masticado y cortado amasijo de músculos que subyace bajo la epidermis y la grasa del cuerpo humano, los cuales, por supuesto han desaparecido bajo las fuertes quijadas tenazas de las hormigas.

---Le dejaron la pierna suelta para que las hormigas subieran por ella. Al principio, tuvo que contornearse y plegar la pierna todo lo que pudo, huyendo del dolor de los primeros mordiscos, pero la víctima se cansaba y cada vez dejaba caer la pierna más tiempo, dejando que los hambrientos bichos subieran a miles. El dolor debió volverle loco. He encontrado cinta adhesiva en el suelo que, seguramente, le taparía la boca para acallar los alaridos.

--- ¡Jesús, Parson! Ahórrate los detalles –musita Jolie.

---No es morbosidad, detective Brannan. Todo ello indica lo meticuloso que es el asesino y su forma de pensar.

---Lo sé –Jolie agita la mano, como disculpándose --. Es que me pone enferma.

---En comisaría nos dijeron que tenía semejanzas con el crimen de Frances Poullard, pero no las veo –le pregunto.

Pisando con mucho cuidado, nos acercamos más al cuerpo y Parson gira la ligadura que sostiene alzada la otra pierna del finado. Sobre la recia tela que aprisiona la carne desgarrada se halla una runa que me hace recordar rápidamente la otra escena.

---Hay otras diferentes en cada muñequera –nos dice el técnico, señalando las manos del cadáver --. Idénticas a las que se encontraron en el baño del centro comercial.

---No he tenido tiempo de dedicarle atención a eso –se excusa Jolie --. ¿Averiguaste algo sobre ellas?

---No son conocidas. Al menos, no pertenecen a idiomas asiáticos o escandinavos. He enviado peticiones a diversos especialistas pero aun no hay nada –suspira el pequeño forense.

---Lo que nos faltaba es tener aquí un puto culto de maniacos –dejo caer, volviendo de un par de saltos al sendero de cartones. Siento como si algo me cosquillease subiendo por mi espalda --. ¿Qué hay de todos esos refrescos y cervezas esturreados en la tienda? ¿No te recuerda al agua almacenada del lavabo del centro comercial?

Parson se encoge de hombros y se detiene al entrar en el almacén.

---No tengo ni idea. Ahora mismo están desaguando el local y peinaremos el suelo meticulosamente, pero, por el momento, no encuentro una razón lógica para ello más que el vandalismo desatado. En el otro caso, pudo haber lavado pistas pero aquí no tiene sentido… el crimen se ha cometido atrás.

---Quizás el culpable se aburría mientras las hormigas entraban en calor y se vino a la tienda cerrada a hacer hora… a divertirse –razona mi compañera.

---Parson, háblame del cajón que contenía las hormigas. Supongo que debe ser bastante amplio para contener unos millones de hormigas y sus colmenas, o como se digan –le pregunto.

---Suficientemente amplio y pesado para que una sola persona no pueda manejarlo fácilmente, detective. Pero por eso he hecho mucho hincapié para que no lo manipulen sin guantes y lo toque lo menos posible. Cuando lo inspeccione, podré buscar huellas o señales de algún torito o carretilla.

---Podría indicar que hay más cómplices en esto –asiente Jolie, antes de echar a andar tras Parson hacia la puerta.

Jolie está más ansiosa que yo de salir de allí. Antes de subirnos al coche, enciendo un cigarrillo y ella rebusca un chicle de menta en sus bolsillos.

---No se puede negar la evidencia. Esos símbolos relacionan los dos casos –me dice.

---Sí, pero métodos distintos de matar. Aun no conocemos la identidad de la víctima, así que el móvil se nos sigue escapando. A ver si tenemos más suerte cuando la identifiquen, pero me sigue pareciendo mucho trabajo para una sola persona… demasiado odio.

---Sí, esto tiene cada vez más pinta de ser un grupo organizado –asiente Jolie.

---Bueno, dejemos que los chicos  revisen todo ese patio a ver qué sacan –le digo, dando una profunda calada al cigarrillo.

---Otro puñetero misterio como el de Frances Poullard.

---Te juro que era más fácil en Anti Vicio. Pillabas el camello, le dabas de ostias y te decía el nombre de su contacto. Fin –digo con un reniego, tirando el cigarrillo.

--- ¿Y cuándo se trataba de putas? –me pregunta mi compañera, subiéndose al coche.

---Pues si estaba buena, le dabas cuartelillo y te hacía una digna rebaja, coño.

Arranco el coche mientras Jolie se ríe entre dientes.


Me siento conmocionado por todo lo que está ocurriendo, tanto que me es imposible quedarme en casa. Nao Ge y Brini están eufóricas por empezar a trabajar con miss Sophie. La madame ha accedido a llevárselas con ella a Florida en su pronta partida y las coreanas ya están haciendo planes sobre su nueva vida norteamericana. No cesan de parlotear entre ellas y soltar risitas y aunque sé que esperan recompensarme con maravillas sexuales en la cama, me siento incapaz de respirar toda esa dicha y optimismo que exudan.

Así que les he dado una excusa y las he dejado duchándose  juntas. Me he escabullido sin ruido y me he dado un paseo hasta la calle Bourbon, donde me pierdo entre turistas de todas las lenguas y borrachos balbuceantes. Esta calle es quizás el sitio más frecuentado del Viejo Carré, inmortalizada en películas y episodios de series. Mostrar Nueva Orleans y no enseñar un par de imágenes de esta “rue” repleta de antiguas fachadas estucadas, con galerías apoyadas sobre estrechas columnas que reposan sobre el borde de las aceras; de balcones engalanados con farolillos y separados por celosías de madera, y bajo los cuales se escuchan risas y exclamaciones etílicas. La calle Bourbon es famosa por la cantidad de locales de ocio –de los llamados de música y alcohol –que se aglutinan en sus edificios. Muchos de ellos son nuevos, de última generación se podría decir, pero otros ya estaban abiertos a mediados de 1800 y siguen incólumes.

Ni siquiera elijo destino. Me dejo arrastrar por el movimiento del gentío, por el aroma humano de la necesidad, y recorro varios garitos, tomando cervezas y chupitos de Jack. ¡Pura milagrosa medicina! Paso un buen rato, riendo y conversando con una chica canadiense que está celebrando su primera noche de viaje. Brindamos varias veces y acabamos bailando muy arrimados en un rincón. Pero aunque he conseguido apartarla de sus amistades, solo puedo meterle mano un rato antes de que la reclamen y se la lleven.

Finalmente, termino acodado en el lacado mostrador del Ojo de Bruja, uno de los garitos preferidos por los moteros y los amantes del Rock & Blues. Este sitio, de suelo enlosado de vieja cerámica y paredes de madera estucadas, fue noticia después del Katrina porque se convirtió en el único negocio de la ciudad que se mantuvo abierto durante el huracán ¡y con clientes! Sip, unos tipos bravos y duros, ¡auténticos alcohólicos sin duda!

El caso es que me sumerjo en el hipnótico ritmo de las electrizantes guitarras y sigo pidiendo más bebida. No quiero pensar en todo lo que ocurre en la vida de Jack DuFôret, en los últimos crímenes misteriosos, ni tampoco en su nulidad romántica.  Para ello, nada mejor que bromear con la simpática camarera que me sirve. Luce una bonita sonrisa y sus ojos azules chispean de interés cuando me contesta. Dejo que mis ojos recorran a placer su cuerpo mientras atiende a otros clientes. Es bajita pero con una figura de curvas agresivas que amenaza con hacer estallar los jeans que lleva. Lleva el pelo recogido en un alto moño del que sobresalen varios mechones pintados en diversos colores, como azul, rojo y verde, aunque solo son las puntas, ya que el resto es de un castaño muy claro, casi rubio.

Se llama Ardene y se pega a mi lado cada vez que tiene un hueco en su trabajo. Creo que ha aspirado todas las feromonas o lo que sea que dejo escapar, porque es todo sonrisas y miradas conmigo. Posee una larga y algo sinuosa nariz que suele fruncir graciosamente al soltar una carcajada. No es que sea una belleza, pero es atractiva, vital y simpática. Justo lo que me hace falta, me digo.

A medida que la noche transcurre y la clientela mengua, consigo charlar más fácilmente con ella. Ardene me cuenta que es de Natalbany, una pequeña población del norte del estado, perteneciente a la parroquia de Tangipahoa, que no llega a los tres mil habitantes. Que se marchó de casa a los diecinueve años –ahora tiene veintiuno –y llegó a Nueva Orleans siguiendo un grupo de rock. Lleva cuatro meses trabajando en el Ojo de Bruja y tiene un diminuto apartamento en el piso superior del local. El dueño del inmueble ha acabado acondicionando los dos pisos superiores para alquilar habitaciones a los empleados y turistas.

A la chica parece fascinarle mi trabajo y no deja ocasión pasar para palparme los músculos de los brazos. Pasada las dos de la madrugada, cuando cierra el negocio, la espero en la puerta, fumando. Se coge de mi brazo y me lleva a la parte posterior del edificio, en donde una firme escalera metálica conduce al piso superior. Aprovecho la estrecha escalera para manosearle las nalgas a placer. Ella deja brotar una risita.

El mini apartamento resulta ser casi claustrofóbico, aunque ella lo ha decorado de manera coqueta y minimalista. Al menos, la cama es de matrimonio y ocupa la sala principal, no más grande que el dormitorio de cualquier hija de vecino pueda tener. Junto a la única ventana, se ubica un pequeño fogón a gas y una estrecha nevera con un microondas encima. Al lado, un cuarto de baño adosado que contiene un plato de ducha y un váter.

---Ya sé que es enano todo esto pero al menos no me cuesta todo lo que gano –me dice con una sonrisa.

---Bueno, creo que tienes todo lo que necesitas, ¿no?

---Sí –me echa los brazos al cuello, poniéndose de puntillas, y desciendo mi cabeza para besarla lentamente, degustando sus labios antes de internarme más profundamente.

Ardene suspira roncamente al entregarme su lengua. Sabe a menta y hay un regusto a especies, seguramente del taco que ha cenado casi a medianoche. Su opulento cuerpo se pega tanto al mío que parece querer fundirse con mi piel. Puedo notar el calor que desprende bajo su camisa. Sube una pierna para frotar sensualmente el interior de su muslo contra la mía.

Mi pene responde de inmediato, alzándose y endureciéndose. Llevo unos pocos días a plan con todo el asunto de Cheyenne y está celebrando la ocasión casi por su cuenta. Las manos de Ardene se cuelan bajo mi camisa, desabrochando botones, abriéndose paso para palpar mi cuerpo mulato, todo ello sin dejar de besarme. Finalmente, me quita la camisa casi a tirones, regodeándose al pasar sus dedos por mi pecho. Con un suave empujón, me lleva hasta la cama sobre la que me deja tirado, mirando como ella deshace su moño y deja caer una frondosa melena sobre sus desnudos hombros.

Se ríe cuando se inclina y me saca los oscuros pantalones de un par de movimientos, junto con el bóxer.

---Quiero verla –murmura, indicándome que abra las piernas para dejar a la vista el tieso rabo.

Obedezco lentamente, sentado sobre la colcha de la cama, totalmente desnudo salvo por los calcetines. Ardene, en pie y aun vestida, se queda contemplando mi miembro erecto y pulsante. La veo sonreír. Al parecer, le gusta lo que ve.

---Tu polla es muy bonita –susurra.

--- ¿Ah, sí? Quizás es que solo refleje tu presencia –ni siquiera soy consciente de decir estas palabras.

---Oh, Dios, qué cursi –Ardene se lleva la mano a la boca, frenando su risa, pero alza los ojos hasta los míos y sé que las palabras le han encantado.

Parpadeo cuando ella lleva sus manos a los botones de la blusa del uniforme del trabajo y desabotona la prenda lentamente, sin dejar de mirarme. La deja caer al suelo para seguir con sus apretados leggins que baja por el método del pataleo con una y otra pierna. Su ropa interior es minúscula y sensual. La observo atentamente despojarse de ella, sabiendo que el espectáculo me está dedicado.

Al subirse a la cama, alarga su mano y la pasa delicadamente sobre mi escroto, terminando por abarcar mis testículos con ternura, lo que me hace tragar saliva. Hasta este momento preciso, no he sido consciente de dejarme llevar por sentimientos humanos, emociones que no conocía meses atrás. ¿Realmente me estoy “humanizando”? ¿Podría perder mi esencia demoníaca con el tiempo? La mano de la chica me hace abandonar esos pensamientos al recorrer mi pene hasta apretar el glande con urgencia. De nuevo alza sus ojos hacia los míos y se muerde el labio con toda sensualidad.

---Quiero que me la metas ya… llevo toda la noche esperándolo –musita, mirándome con pasión.

Ella se tumba sobre la liviana colcha y una de sus manos recorre el opulento cuerpo hasta deslizarse de forma natural sobre su vulva, reafirmando su deseo. Por mi parte, reacciono con la velocidad y expectación de un adolescente.

---Ven… Jack… fóllame… métemela ya… --Ardene me abre los brazos y las piernas para acogerme y dejo caer mi peso sobre su cálido cuerpo.

La cabeza de mi miembro busca por sí sola el camino prometido. Me froto un instante contra los entreabiertos labios mayores, consiguiendo que la humedad natural aparezca y se mezcle en nuestros dispuestos genitales. Ardene me está mordisqueando el lóbulo de la oreja, sus manos enlazadas a mi espalda. Jadea roncamente en mi oído, ansiosa. Me hundo en ella con una lenta riñonada, abriéndola lentamente, con gozo mutuo.

---Oooh, sí… cuánto lo necesitaba –creo que murmura antes de buscar mi boca y saciarse en ella largamente.

Inicio un lento movimiento de vaivén, pero su cuerpo se mueve con desenfreno debajo de mí, instándome sin palabras a ser más rápido, más duro, más perverso. Por un momento, se me pasa por la mente la idea que Ardene está más necesitada aun que yo. Me izo sobre las palmas de las manos, los brazos extendidos, trabajando solamente con la pelvis. La distancia me permite contemplar las expresiones de placer que se dibujan en el rostro de mi amante. Está realmente preciosa con los ojos entornados, las largas pestañas sombreando los redondos pómulos, los labios entreabiertos, húmedos y desafiantes. Sus talones se cruzan sobre mis riñones, afianzándose con maestría, con verdaderas ganas. El jadeo continuado que surge de sus labios me indica que está a punto de conseguir un esperado orgasmo, así que incremento aun más el ritmo.

Su boca se abre como si se estuviera asfixiando, su vientre se tensa, alzando un tanto mi cuerpo con facilidad. Las aletas de su nariz palpitan al ritmo del corazón. Se está corriendo.

---Jaaack… oh, mamá, qué… buenoooooo… --exhala desde lo más profundo de su pecho.

Reduzco mi ritmo, permitiéndole que saboree placenteramente el estímulo sexual y, al mismo tiempo, recuperando mi potencia. Abre los ojos y me sonríe. Al segundo, me está cubriendo el rostro de rápidos besitos.

--- ¿No te has corrido aun, verdad? –Me pregunta con traviesa entonación y sonríe de nuevo al verme negar con la cabeza --. Bien, bien…

Me echa un poco para atrás al moverse para cambiar de posición, dejándome de rodillas sobre la cama. Ella se estira, los redondos pechos sobre la colcha, los pies desnudos sobre la almohada. Se acoda mejor para tomar mi miembro entre sus dedos. Una sonrisa estira sus labios antes de dedicar esa parte de su cuerpo a acariciarme el pene. Tengo que reconocer, mientras dejo caer un poco mi cuerpo hacia atrás, que es experta en la materia. Mi espalda se electriza, endureciendo mis músculos, los testículos parecen burbujear en su interior por la presión de los labios y la lengua de Ardene. Gruño mirando al techo, como si quisiera hacerle saber que ya estoy a punto. Me dejo ir en un largo chorro blanco que roza su mejilla y acaba deslizándose por su hombro y espalda lánguidamente. Ella se ríe y succiona ruidosamente los pocos grumos que aun brotan de la uretra.

--- ¡Ooooh, Jaaack, parece que estabas cargaditoooo! –canturrea la chica, traviesamente.

Respondo con otro gruñido, al mismo tiempo que aprieto el tronco de mi pene con la mano, en una burda imitación de ordeñar mi sexo sobre su cara. Ardene saca toda su lengua para recoger las últimas gotas de semen.

---Sí, ha sido una semana complicada –digo, rodando hacia los pies de la cama para alargar el brazo y tomar el paquete de cigarrillos del bolsillo de mi camisa, tirada en el suelo.

Enciendo dos pitillos y le paso uno a ella. Nos quedamos tirados en la cama, de cara al techo, fumando en silencio. La mano de ella hace diabluras sobre la piel de mi costado. Ni siquiera termino el cigarrillo cuando ya estoy de nuevo besándola y metiéndole la lengua hasta la glotis. Yo mismo le quito el cigarrillo de la mano y lo apago en el cenicero de la mesita, junto con el mío. Ardene no retira su mano de mi nuca, instándome a seguir besándola y acariciando su rotundo cuerpo.

---Nena… ¿te lo han hecho alguna vez por el culo? –le pregunto con un jadeo entre dos inmersiones de lengua.

---Una… una vez… pero me da algo de… ---responde llena de indecisión.

--- ¿Tienes algo que lubrique bien, cariño? –no hago caso de su quejido y noto como la piel de sus brazos se eriza inmediatamente.

Creo que está dispuesta a probar una nueva faceta sexual esta noche. Se encuentra más excitada y receptiva que temerosa –benditas feromonas –y acaba señalando la mesita de noche.

---En el cajón –musita.

Me encuentro con un botecito de aceite corporal. Perfecto. Ardene suspira y se mueve, colocándose en pompa, con las nalgas bien levantadas y el rostro oculto entre sus brazos. Noto sus piernas temblar. Me siento sobre mis talones, a su lado, y dejo caer un buen chorro de aceite entre sus nalgas. Mis dedos se ocupan de acariciar, friccionar y ahondar delicadamente. Intercalo palabras de ánimo entre sus quejidos, los cuales no parecen de dolor en absoluto, y convierto su esfínter en algo maleable, distendido, que late con voluntad propia. También me dedico a manosear rudamente su vulva, lo que incrementa aun más sus cada vez más largos quejidos. Tras unos diez minutos de sobeo, ya puedo meter bastante bien tres dedos en el ano. Decido que ya está preparada.

En cuanto mi sitúo en posición, Ardene menea sus glúteos con deseo, pegándolos a mi pubis.

---Tranquila… déjame a mí… no te haré daño, ya verás –le susurro mientras manejo mi pene con una mano para ponerlo más firme.

A pesar de la holgura que he conseguido con mis dedos, el glande encuentra ciertos problemas. Se queda algo atascado cuando Ardene cierra instintivamente su esfínter debido a un impulso temeroso. Ella gime, su espalda envarada. Me inclino sobre ella hasta poder contemplar su rostro medio oculto. Tiene la mejilla que puedo ver totalmente encarnada, la barbilla le tiembla y su mirada de reojo es casi febril. No sé pero cualquiera diría que está a punto de correrse al verla así. Me reafirmo en que no conozco nada sobre las mujeres.

---Relájate, pequeña… no tengas miedo… seré muuuy dulce –le digo casi al oído y beso su hombro.

Ella suspira y asiente imperceptiblemente. Su esfínter me deja paso y me cuelo en ella tan lentamente que parece eterno. Su recto está ardiendo, parece volcánico pero acogedor. Se queja bajito por cada centímetro que le introduzco. Es una gozada de chica. Ella misma lleva sus manos atrás, abriendo las nalgas al máximo para aliviar la fricción.

---Ooooh… jodeeeer… me estás p-partiendo… ¡Tu polla de negro me está abriendo en canaaaaaaaaal! –acaba aullando, aunque en un tono gozoso.

Sí. Va a convertirse en toda una tragona por el culo, ya os lo digo. Tardo un poco en metérsela toda, aunque lo acepta bien. Cuando empiezo a moverme, se yergue sobre sus brazos, la cabeza colgando entre sus hombros. La escucho respirar afanosamente, y cuando incremento el ritmo, casi relincha de gusto.

---Oh, Dios mío… ooooh, dulce Señor… no sabía que esto fuera tan…  tan… aaaaahh… así de buenooooo –rezonga, colocando la frente sobre la colcha, los codos a los lados --. ¡Vamos, Jack! ¡Húndete más fuerte! ¡Dame duro, negro!

Ya os lo dije. Reconozco a las pecadoras.

CONTINUARÁ...