Detective 666 (18)

La primera Plaga.

LA PRIMERA PLAGA.

He disfrutado de estas últimas semanas en verdad. Después de la tensión vivida, los tiroteos, las heridas sufridas y todo el follón de la Yakuza, tener unos días tranquilos se agradecen.

En el trabajo solo me he ocupado de asuntos casi rutinarios: un par de casos de homicidios por violencia de género; un ajuste de cuentas entre grupos de inmigrantes caribeños, y varios asaltos a comercios con fatales resultados. Entre las cámaras instaladas y nuestros informantes, el departamento suele clarificar el setenta y seis por ciento de estos sucesos. Otra cosa es que detengamos al culpable, claro. Todo el mundo sabe que la mayoría de criminales optan por darse la fuga y ocultarse en cuanto escuchan una sirena policial. Sin embargo, hay un pequeño porcentaje de imbéciles que se quedan a plantar cara y, entonces, existe un alto riesgo de suicidio inducido, o sea, que te vuelen los sesos en el enfrentamiento. Eso es facilitarnos el trabajo. Mejor para nosotros.

En cuanto a mi vida social, bueno, Nao Ge y Brini me hacen acudir cada mañana al trabajo relajado y con una sonrisa de oreja a oreja. La verdad es que las preciosas coreanas se aplican con esmero a mi cuidado, ya sea cocinando, ocupándose de la casa barco o metiéndose en mi cama. Esos esbeltos y bronceados cuerpos impregnados en aceites exóticos me han tenido tan ocupados estos días que ni siquiera me he entretenido en tomar algo con Jolie tras la jornada de trabajo. Tengo que admitir que ella tampoco ha insistido demasiado, tan impaciente por reunirse con su querida Dayanne como yo por llegar a casa.

Han sido dos semanas de buena vida, de placer cómplice y sin complejidad emotiva… justo lo que suele recomendar el médico. Pero, por supuesto, es algo que no puede durar. Para ello, el Creador se sacó la Ley de Murphy de la manga, ya os lo digo de antemano.

El primer síntoma de que se acercan nubarrones oscuros me salta a la chepa en la misma comisaría, al cruzarme con Miss Sophie en la planta de Anti Vicio. La madame se me queda mirando con la boca abierta al reconocerme. Incluso se lleva sus esposadas manos a la boca. Me hago el tonto sigo a lo mío, intercambiando datos con un colega. Me ha pillado con las manos en la masa y no puedo darle excusa alguna.

--- ¿Esa es la madame del Pequeño Consulado? –le pregunto al poli de la brigada Anti Vicio con el que estoy charlando.

---Ajá. El fiscal piensa acusarla en el caso de la Yakuza. Los chicos la han detenido a primera hora de esta mañana en el aeropuerto –me contesta.

Mal asunto, me digo. No he pensado en el posible daño colateral que puede salpicarle. Tampoco es que me importe demasiado, claro está. Sophie sabe perfectamente a qué se arriesga siendo la proxeneta de un burdel de alto copete pero, en cierto sentido, me siento responsable. ¡Poco puedo hacer yo si el fiscal quiere sangre! Procuro informarme tras el interrogatorio y respiro aliviado. La fiscalía no va a por ella, pero intenta presionarla para conseguir pruebas sobre varios de sus clientes. Viéndose amenazada por todos lados, la madame ha decidido colaborar entregando su propia agenda personal al fiscal.

Al día siguiente, bajo a los calabozos, aprovechando un hueco en la mañana. Miss Sophie comparte celda con varias prostitutas callejeras, en espera que se revise la documentación aportada. Me mira malamente mientras el guarda abre la puerta. Le haga una señal con el dedo y ella se levanta del poyo de cemento para venir a mi encuentro. La conduzco al piso superior, a una pequeña sala de interrogatorios desocupada, sin que separe los labios por el camino.

---Así que eres madero, ¿eh? –masculla al dejarse caer en la silla, cabalgando una pierna sobre la otra, embutidas en un oscuro pantalón.

---Estaba de infiltrado –le miento, encogiéndome de hombros.

--- ¿En mi cama también? –me pregunta, alzando la barbilla con orgullo.

---Debía sacarte información, aunque debo admitir que fue realmente ameno.

---Vaya, me alegro por ti –casi escupe Sophie.

---Me parece que también lo fue para ti, ¿no?

---Psssheeee –ladea el rostro, apartando la mirada con desdén --. ¿Qué quieres?

---Quiero explicarte que nada iba contigo. Perseguíamos al yakuza, pero alguien se nos adelantó. Ni siquiera sabía que te habían arrestado. ¡Eso es cosa del fiscal, Sophie!

Parpadea y su gesto se dulcifica algo. Asiente y me mira directamente.

---Sé que es algo chungo… por la que se lió aquel día. Todas pasamos un miedo horrible. Los disparos, los cadáveres… pero ese fiscal me ha jodido el negocio en Nueva Orleans. Ninguno de mis clientes va a volver a mi casa en cuanto sepan que he hablado sobre ellos.

---Lo siento de veras.

----Al menos no tendré que testificar en ningún juicio, ya es algo. Por eso mismo, he entregado mis anotaciones personales.

--- ¿Qué vas a hacer ahora? –le pregunto, ofreciéndole un cigarrillo.

---Cambiar de aires, por supuesto. Creo que Florida es un buen lugar. Me llevaré unas cuantas chicas conmigo. De todas formas, ya habíamos hecho planes sobre ello –me comenta tras encender el pitillo.

---Entonces… ¿no te toma por sorpresa?

---Mala administradora sería si no tuviera planes de contingencia. ¿Cuál es tu verdadero nombre?

---Jack… detective DuFôret.

---Pues bien, Jack, me considero una mujer con ciertos valores, a pesar del camino que he tomado. No soy una perra avariciosa y egoísta. Cuido bien a mis chicas, las protejo incluso en su vida fuera del burdel. Me preocupo por ellas y procuro que estén en la mejor forma para los clientes. No engaño ni trafico con drogas, ni tampoco acepto chicas que no vengan a mí por su propia voluntad. Aun así, no soy una santa y sé cómo este mundo rutilante puede derrumbarse como un castillo de naipes. Así que sí, no es el primer escenario que monto y no será el último.

---Me alegro que te lo tomes así.

---No sirve de nada lamentarse y ofuscarse por algo que no puedes controlar. Tampoco te culpo por el engaño, Jack. Hacías tu trabajo y. la verdad, nos lo pasamos muy bien –me confiesa con un suspiro, arrancándome una sonrisa.

--- ¿Cuándo te marcharás? –le pregunto, poniéndome en pie.

---Quiero traspasar el local o, al menos, vender algún mobiliario, arreglas unos asuntillos… quizás en un mes o dos.

---Pues te deseo lo mejor –digo con total sinceridad, alargando la mano.

No hace caso de ella. Se levanta y camina hacia mí alrededor de la mesa. Se alza sobre la punta de sus zapatos y apoya las manos esposadas sobre mi pecho. El beso es muy tierno y cálido, dejándome un sutil regusto picante en la lengua.


Jolie detiene el coche en el vasto aparcamiento del centro comercial Genbries. Hay varios coches patrulla junto al costado del gran edificio alargado. Hay pocos coches aparcados en la sobremesa del martes, lo que hace que los coches policiales destaquen, todos juntos. Una de las puertas de emergencia laterales está abierta y, ante ella, hay un perímetro encintado, vigilado además por varios agentes uniformados. Le comento a mi compañera que un centro comercial no es un sitio habitual para cometer un asesinato, a no ser que sea un caso sobre un tirador loco.

Uno de los polis de uniforme alza la cinta con la mano cuando nos acercamos, indicándonos, de paso, el camino. Nos conoce, así que apenas presta atención a las identificaciones cuando se las mostramos. La puerta de emergencia da acceso a unas escaleras de servicio y a un pasillo interior que conduce a un ascensor montacargas y a unos lavabos públicos. Otro agente nos indica que la escena está ubicada en el baño de mujeres. Contemplo la faz de los patrulleros que se encuentran en el pasillo e intuyo que el escenario va a ser brutal porque la mayoría de ellos están lívidos.

--- ¡Joder! –deja escapar Jolie nada más entrar en el baño.

Debo reconocer el mérito del asesino por su puesta en escena. Impresiona al más pintado. Menos mal que he visto ya cuadros parecidos en mi tierra natal. El especial olor a sangre se mezcla con los desodorantes químicos, sin poder ocultarlo.

---Frances E. Poullard –nos pone en conocimiento un inspector novato llamado Grayson, usando un tono comedido y respetuoso --. Treinta y nueve años, casada. Lleva tarjetas de visita con su nombre y profesión: detective privado.

El novato despliega las tarjetas sacadas de la cartera de la víctima como si fuesen un mazo de cartas ante los ojos de mi compañera. Sin embargo, Jolie le quita la cartera de las manos, inspeccionando su interior con presteza.

---Las tarjetas de crédito están aquí y hay más de ciento cincuenta dólares en efectivo. Esto no es asunto de robo –me dice y el novato asiente.

---Te podría haber dicho lo mismo solo con ver eso –mascullo, indicando el escenario del crimen con un movimiento de barbilla hacia los robustos lavabos.

La señora Poullard es –era –de etnia afroamericana y lleva el cabello corto y peinado al estilo “garçon”, teñido en un tono caoba oscuro y rojizo. Nariz chata y corta, boca de gruesos labios rosáceos entreabiertos, entre los cuales aun mana una gota de sangre. Poco más que decir ya que solo hay medio cadáver. El cuerpo está cortado en dos, el tronco separado de las caderas. Hay sangre salpicada por todas partes, suelo, paredes, y hasta gotas en el techo. Chorreones carmesíes aun gotean sobre el pálido alicatado. No tengo ni idea de qué instrumento han usado para sajar el cuerpo, pero seguro que estaba aun viva cuando lo han hecho, dada la violencia de las salpicaduras de sangre. Parece imposible que tal cantidad de sangre haya surgido de una sola persona.

La parte superior –cabeza, brazos y tronco –parece apoyada, de alguna forma, sobre la encimera de granito pulido que contiene varios lavamanos enrojecidos por la hemoglobina. Las manos de la mujer se hayan firmemente aferradas al acerado grifo de uno de los lavamanos, como si de ello hubiera dependido su vida. Su rostro permanece ladeado sobre el hombro derecho y tiene los ojos entreabiertos, vacuos. El letal tajo de su cintura se queda a un par de centímetros de la encimera, todo su peso suspendido de un solo punto en la cabeza.

Ese punto en particular es el que en verdad impresiona, no solo porque sostiene el medio cuerpo erecto sino que el macizo machete parece crecer de su sien izquierda. Es fácil imaginar  que la hoja traspasa toda la bóveda craneal para surgir por el otro parietal, clavando firmemente la cabeza al astillado espejo encastrado en la pared. Está tan brutalmente introducido en el muro que sostiene el medio cuerpo como si se tratase del alfiler de un coleccionista de insectos. Por supuesto, no es un cuchillo común, ni siquiera uno de esos machetes de caza y montería, de filo aserrado por un lado. No, que va. Es un jodido machete largo como el antebrazo y más ancho que la muñeca de un hombre, de esos que se utilizan para desbrozar terrenos selváticos.

---Hay que ser una persona muy fuerte para conseguir asestar un golpe como ese –comenta un tío bajito de hombros estrechos que está anotando algo en su tableta informática. Lleva puesto un mono de agente forense.

--- ¿Qué hay, Parson? –le saludo --. Muy fuerte o muy hábil.

---Un segundo, Jack –responde, moviendo sus ágiles dedos sobre el teclado virtual --. Este es un escenario que impone muchas preguntas, a menos que sea la obra maestra de un sádico.

Mis ojos buscan la otra mitad del cuerpo pero no está a la vista. Entonces, me fijo mejor en la sangre que salpica el suelo y hay algo extraño en ella.

---También lo has visto, ¿no? –me dice Parson.

---El suelo está mojado. Ha diluido casi toda la sangre que debería haber.

---Hemos encontrado varios trapos con los que se había tapado el desagüe central –comenta, señalando el círculo encastrado en el centro de la dependencia --. También hay señal que el agua ha subido por encima del rodapié antes de ser evacuada.

---Llenar este cuarto con diez centímetros de agua lleva un rato –masculla Jolie, girando sobre sí misma para abarcar toda la habitación con la mirada.

Me muevo hacia las cabinas bajo las cuales hay más manchas rojizas. Menos mal que nos han hecho ponernos bolsas de plástico sobre los zapatos al entrar.

---Bueno, el tiempo puede ser un facto clave –argumenta Parson con calma --. Para realizar su ceremonial con la víctima, el asesino ha debido invertir al menos treinta minutos, empleándose a fondo y estando a solas con ella. Puede que haya usado el mismo machete de la sien para partirla en dos. Lo sabré cuando analice más a fondo las heridas. A simple vista no hay más heridas que esas, pero ha estado ocupado con las entrañas durante un buen rato.

---Ya veo –mascullo al abrir la puerta de la cabina que Parson señala. Ahora entiendo por qué todos los compañeros tienen tan mala cara.

Las piernas y caderas de la mujer asesinada están sentadas de forma muy natural sobre la taza del inodoro. Los jeans están bajados y enrollados sobre las rodillas y la prenda íntima a medio muslo, como haría habitualmente cualquier mujer al hacer sus necesidades. Los pies están calzados con unas cómodas sandalias de mediano tacón, pero, al igual que el pantalón, están machadas de sangre. Sin embargo, no es lo peor de la escena. No, señor. Este tío merece mención honorifica cuando vaya al infierno. Los intestinos de la víctima cuelgan en la pared, sobre la cisterna, recordando unas guirnaldas navideñas por su disposición. Metros de sanguinolentas tripas rodean una especie de tríptico improvisado y clavado en el centro del alicatado muro con largas puntillas de acero. Un críptico hecho con varios órganos; en concreto, un riñón, el hígado y algo que se parece al estómago, aunque está desgarrado. Hay una extraña pincelada en la pared sobre cada órgano, que parece una runa o un pictograma.

--- ¿Media hora? – Jadea Jolie detrás de mí --. Solo llenar de agua el suelo de agua se lleva unos buenos quince minutos. Ha tenido que chapotear en agua y sangre para realizar todo esto. Debía ir preparado, cubierto de plástico o cambiarse de ropa para huir. ¿Habéis encontrado algo de eso?

---No aquí dentro, aunque hay agentes buscando en todos los contenedores a la redonda.

--- ¿Qué opinas tú con las primeras evidencias? –le pregunto al forense, mientras le echo un ojo a las cinchas que mantienen los intestinos contra la pared. Están sujetas a unos tacos que han sido taladrados en la pared. El tipo venía preparado, con herramientas.

---Bueno, lo que le hiciera, lo hizo aquí, en la zona de los lavamanos. Después, se llevó las piernas al excusado y dio varios viajes, llevando órganos y tripas. No hay pisadas ni marcas, el agua lo arrastró prácticamente todo cuando abrió el desagüe. Después de hacer su obra, regresó y clavó la cabeza en la pared, post mortem –Parson se queda callado y pensativo, encarando el cadáver.

--- ¿Hay otros indicios en otros lugares del aseo? –pregunta mi compañera, mirando a su alrededor.

---No. Eso es lo extraño. Parece como si el asesino la hubiera traído en volandas hasta sentarla sobre el lavabo y hacer su tarea ahí –menea la cabeza Parson.

---Mantener un cuerpo en esa posición mientras le acuchilla… es difícil. Aunque sea una mujer, la resistencia instintiva que opone la víctima dificulta enormemente la tarea –elucubra Jolie.

--- ¿Nadie escuchó nada? –pregunto con asombro.

---No, pero tenemos testigos que afirman haber visto un cartel de pie en el pasillo. “No pasar. Obras.” Estuvo puesto hace un par de horas pero ha desaparecido. Así consiguió el tiempo necesario para hacer todo esto –informa el inspector novato.

---Aun así, esa mujer ha debido chillar y agitarse. El asesino no ha podido taparle la boca y cortarla por la mitad al mismo tiempo… –evidencia mi compañera --. ¿Alguna marca de mordaza?

---Nada a simple vista. Buscaré trazas de pegamento por si hubiera usado cinta –admite Parson.

--- ¿Un cómplice? –pregunto.

---Por el momento no hay evidencia de que implicara a más gente. Ya veremos si tenemos suerte con las huellas.

---Quizás la mujer no estaba consciente en todo momento; eso explicaría que pudiera manejarla a su antojo –aventura el inspector novato.

---Entonces… ¿todo esto sería una especie de mensaje? –pregunto cínicamente, abarcando con un gesto la sangre esparcida.

---Puede –me responde Jolie --. ¿Un mensaje para nosotros, para la poli?

---No sabremos más hasta la autopsia –finaliza Parson --. Ya están terminando de evaluar el escenario.

--- ¿Qué significan esos signos? –señalo con el dedo las runas del tríptico.

---No lo sé. A primera vista, es una especie de kanji y otro parece un pictograma escandinavo, pero no he podido reconocer nada en firme a través de Google. Ya buscaré en más profundidad –me dice el técnico forense, encogiéndose de hombros.

---Bueno, nos ocuparemos de hablar con la familia e investigar su entorno –dejo caer, señalando el cuerpo de la víctima.

Me hago con la cartera para averiguar la dirección. Jolie está extrañamente callada mientras nos dirigimos al aparcamiento.

---Espeluznante –susurra al sentarse en el asiento del copiloto --. Eso es un puñetero caso de crimen pasional. Eso que le han hecho es totalmente personal, con odio.

---Pues sí –respondo, arrancando el coche.

En ese momento, mi móvil vibra y resuena el sonido característico de la llegada de un mensaje. Decido mirarlo antes de ponerme a conducir y me sorprendo al ver el nombre de Cheyenne.

“Estoy de vuelta ¿lo celebramos?” Sucinto, quirúrgico, pero a la vez tan sugerente. Así es Cheyenne, la stripper.

--- ¿Alguien que conozca? –pregunta Jolie con el ceño algo fruncido.

---Es Cheyenne. Ha vuelto a la ciudad –digo, guardando el teléfono --. Regresó a Minnesota a ver un familiar accidentado hará un par de semanas.

--- ¿Qué rollo llevas con ella? ¿Os acostáis?

--- ¡Ya me gustaría! –exclamo con una risita --. No, aun no hay nada. Somos amigos más que nada. Me sienta bien hablar con ella. Me entiende y me aprecia.

Jolie me mira con gesto serio, casi preocupado. Bueno, lo que hemos visto en ese lavabo no es que invite precisamente a la fiesta, que digamos.

---Quizás necesites más una amiga que un ligue –desliza de forma filosófica.

---Te tengo a ti, ¿no?

---Claro, claro –y ahora sí sonríe --. Anda, vámonos a comisaría a indagar un poco en la vida de Frances Poullard…

No es que haya mucho, la verdad. La difunta Frances estuvo casada pero se divorció hace seis meses. Llevaba trabajando como investigadora exclusiva de una prestigiosa aseguradora nacional desde hacía tres años. No tenía hijos. Su madre murió en un accidente ferroviario quince años atrás y su padre trabajaba con ella como socio de la agencia. En realidad, el despacho de detectives rezaba a su nombre. Jolie llama a uno de los números de teléfono impresos en la tarjeta. El segundo –un teléfono fijo, quizás el del despacho –contesta.

---Es la oficina de la empresa de investigación –me comenta al colgar. He acertado --. La secretaria me ha dado la dirección personal. Al parecer, su padre no solo trabaja con ella sino que también compartían casa.

---Vamos para allá. A ver lo que nos puede decir sobre el ex –mascullo.

La casa se ubica en un suburbio del este, en Shrewsbury. Es una bonita casa unifamiliar con jardín reconvertida en un coqueto dúplex. Llamo a la puerta con decisión. Los malos tragos cuanto antes, mejor. Un tío negro, grande y de pelo blanco, nos abre. Sus ojos se abren con angustia al ver nuestras placas. Es como si se esperara algo así.

No suelo ponerme tierno con las escenas emotivas, pero ver a ese hombretón estallar en estremecedores sollozos al conocer la noticia me hace fruncir un poco la barbilla, lo reconozco. Jolie le trae agua y yo alargo la mano para darle unas suaves palmadas en el hombro. ¿Por qué coño he hecho eso? Es suficiente con darle el pésame, joder. Cada vez tengo más respuestas emocionales humanas que ni siquiera entiendo.

Tras unos minutos, el señor Poullard se recupera y comienza a responder a preguntas aunque sus respuestas son un poco erráticas. Salta de un tema a otro más trivial, perdiéndose en recuerdos. Me da en la nariz que tiene un principio de Alzheimer, pero aun así reconstruimos la historia que necesitamos.

Nos enteramos de detalles familiares que no aportan nada al caso pero que nos revelan el carácter de la víctima. A la muerte de su esposa, el señor Poullard –Charles – decidió que no necesitaba tanto espacio para vivir. Así que hizo las obras en casa y alquiló la vivienda de encima. Cuando su única hija se separó, papá le ofreció la planta superior, recién liberada de su último inquilino, para que se ahorrara unos dólares. En cuanto a la agencia de investigación –como ya sabemos –es de su propiedad y nos confirma que él mismo inició y enseñó a Frances cuando terminó la universidad y no encontraba trabajo. Pronto descubrió que la tarea de investigación se le daba bien. Era curiosa y paciente, dos cualidades importantes para el oficio.

Finalmente, nos cuenta que Frances estaba tomando el relevo en la agencia, quedándose con los casos más difíciles. Él la ayudaba con las vigilancias y recopilaba datos sobre todo. La agencia no llevaba casos criminales, solo investigaban los fraudes a la aseguradora, pero no tenía conocimiento de ningún caso que justificara un acto semejante.

En cuanto a John Mickael, su ex yerno, es un redomado vago y vividor pero incapaz de hacer una cosa así. Se habían divorciado en buenos términos, ya que ninguno de los dos poseía gran cosa en su matrimonio. De hecho, en ocasiones de mucho trabajo, Frances solía recurrir a su ex para que les echara una mano en las investigaciones, ya que tenía cierta experiencia en el asunto.

---Bueno, apretaremos un poco a ese ex marido pero no creo que haya sido él –me dice Jolie, una vez fuera de la casa.

---Estoy de acuerdo. Espero que tenga coartada. Tendremos que centrarnos en los casos que llevaba…

---… o en su vida personal –termina mi compañera.

Asiento y enciendo un cigarrillo, a pesar de su airada mirada. No sé por qué, pero me da en la nariz que va a ser un caso difícil…


El ascensor me deja en el rellano de la cuarta planta, donde se sitúa el apartamento de Cheyenne. El edificio es moderno y céntrico, justo en el Área St. Bernard, frente al verde City Park. Debe de ganar una pasta en ese club porque estos apartamentos no son de renta social, ni mucho menos. El rellano es espacioso y decorado con una mesita de cristal adosada a la pared, sobre la que hay un moderno candelabro con brazos aquejados de estrabismo divergente. El suelo es de una buena imitación de mármol sintético y el estuco de la pared es cosa de artistas. Hay cuatro puertas por rellano, al parecer. Dos pertenecen a apartamentos vecinos, otra lleva a las escaleras de servicio y la cuarta es la del ascensor, aunque camuflada bajo madera idéntica a la de las puertas de las viviendas. Pero hay algo más que me hace saltar hacia atrás, con la tentación de meterme de nuevo dentro de la caja del ascensor.

Menudo sobresalto me acabo de llevar y eso no se hace con un pobre diablo como yo, me cago en…

Los dos querubines que revolotean cerca del techo no parecen darse cuenta de mi presencia. Han aparecido de repente, como si hubieran atravesado el piso, procedentes del tejado, y se han puesto a canturrear bajito con unas agudas y estridentes vocecitas que me erizan la piel de forma brutal. Rasguean lánguidamente las pequeñas liras con sus rechonchos deditos, apoyadas en los malsanos  rollos mantecosos que se forman en sus costados. Tengo toda la piel de la nuca erizada y los dientes tan apretados que me duelen. El rechazo hacia esos seres es totalmente visceral, aun habitando en un cuerpo humano.

No había visto nunca un querubín, así en vivo, pero todos los demonios conocemos al enemigo; nos hablan sobre ellos desde que nacemos. Ángeles, serafines, querubines y otros bichos guapos y rastreros, ¡que Asmodeo se los lleve todos a sus lagos de lava ardiente! ¿Qué han venido a hacer aquí? ¿Me buscan? Ese pensamiento me cierra la garganta por completo. Mis dedos arañan la pared contra la que me aplasto inconscientemente, pero parece que no es el caso. Ni siquiera se dignan mirarme pues siguen ocupados con sus cánticos, orbitando el uno sobre el otro lentamente, a un palmo del techo. Parecen dos puñeteras muñecas bailarinas de una enorme caja de música. Quizás no pueden sentir mi alma demoníaca y, como humano, no les importo un pimiento, claro. Mejor no tentar la suerte. No sé si puedo defenderme de un querubín sin portar el Colt Azamet. Esos cabroncetes suelen ser persistentes y duros; no quiero que cambien sus arpas por los arcos y me acribillen.

Me muevo lentamente, procurando no llamar demasiado su atención, pero siguen sin hacerme caso y eso que destaco bastante en el rellano. Llego hasta la puerta del apartamento en cuestión y toco el timbre, conteniendo el aliento. Mientras espero, se me viene a la cabeza una de cosas aprendidas de mis instructores sobre los seres de luz: ellos, a diferencia de nosotros, no necesitan una conjunción especial que abra el Plano de los humanos. Pueden venir a este mundo cuando se les apetezca. De hecho, se rumorea que hay muchos de ellos viviendo entre los humanos, como ángeles custodio o de la guarda, aunque yo no he visto a ninguno hasta el momento. Tres segundos más tarde, otra visión celestial se aparece, pero esta vez es de las buenas. Cheyenne abre la puerta y me sonríe. Apoya una mano en la pared, la otra aun en el tirador de la puerta, consiguiendo que la liviana bata que viste se entreabra lo suficiente para mostrarme su ropa interior, blanca y sugerente.

--- ¡Jack! –exclama y avanza un paso, saliendo al rellano y colocando sus manos en mis hombros. Sus dos besos acarician mis mejillas sin afeitar --. Llegas temprano. Aun no me he vestido.

---Bueno, tampoco hace falta que te pongas de punta en blanco. Habíamos dicho que ibamos a quedarnos en tu apartamento, ¿no? –le contesto, mirando a los angelitos alados de reojo.

Las dos moscas cojoneras ahora sí parecen prestarnos atención, bueno, a decir verdad, se la prestan a Cheyenne. Coño, una mujer así puede tentar a un ángel, ya os lo digo yo. Se desplazan a su alrededor suavemente, con sonrisas de oreja a oreja. Casi puedo imaginar como el aire se llena de corazoncitos rosas brotando de los cuerpecitos angelicales. Claro que Cheyenne no es consciente de ello. Los ángeles son invisibles para los humanos, lo mismo que los demonios. Claro que todos provenimos de la misma base creadora, ¿no?

---Vamos, pasa, pasa, Jack –me dice la bailarina, taconeando con las suaves chinelas que calza.

Yo la obedezco, cerrando la puerta velozmente para dejar fuera a los dos bichos de mofletudos semblantes. No creo que una puerta de madera les impida entrar, pero no puedo dejar de seguir el impulso. Cheyenne conecta su móvil a un reproductor amplificable y una música suave brota en el coqueto salón. Ni siquiera me fijo demasiado en sus desnudas e imponentes piernas. Mi mente está ocupada en buscar el motivo por el que unos querubines parecen estar haciendo guardia delante de la puerta de una bailarina. ¿Tendrá algo que ver con esos sueños chamánicos en los que aparezco? Parece ser la respuesta indicada aunque no la más lógica. Pero, ¿qué hay de lógico en mi vida?

---Sírvete una copa, Jack y ponme una a mí también mientras me visto. Echa un vistazo por ahí. Estás en tu casa –me dice Cheyenne, antes de desaparecer por una puerta, seguramente la que lleva a su dormitorio.

El apartamento es amplio y parece más espacioso al estar decorado de forma minimalista. La cocina es pequeña y está indepediente del salón. Hay un pequeño lavabo con inodoro y, sin duda, otro cuarto de baño mayor al lado de los dormitorios, a los que se llega por el pasillo por donde se ha perdido Cheyenne.

---Así que vives tú sola aquí, ¿no? –pregunto alzando la voz, tras darle un trinque a la cerveza que me he agenciado.

---Por ahora sí, pero he pensado en buscarme una compañera. Tengo espacio de sobra y siempre viene bien compartir los gastos –me llega su voz desde el dormitorio.

---Claro, claro –murmuro, mirando de reojo hacia la puerta de entrada del apartamento. Parece que los dos repelentes niños alados se han quedado fuera.

Cheyenne camina hasta mí sin hacer ruido, pisando descalza la pulida madera. Viste una blusa beige de suave lino y una falda tubular de cuero negro. Un atuendo sencillo y cómodo pero que le sienta divinamente.

---He preferido cerveza, es demasiado temprano para empezar con algo más duro –le digo, ofreciéndole un frío botellín.

---Perfecto, Jack –lo acepta con una gran sonrisa.

--- ¿Qué tal por Minnesotta?

---Bueno, ya sabes cómo es la familia…

“No, no sé, encanto. No tengo familia.”, contesto mentalmente.

---Mi padre sufrió una angina de pecho y mis tías exageraron su estado para que yo regresara y así poder darme la charla sobre la responsabilidad que tengo hacia mi gente –explica ella y, al hacerlo, se ceño se frunce.

---Algo que, evidentemente, no te gustó demasiado.

--- ¿Tanto se me nota? –pregunta ella, carcajeándose --. Al menos, he aclarado las cosas con mi padre. Ambos hemos cedido un tanto en nuestras… cabezonerías. Él ha admitido que soy aun muy joven para abrazar el camino del Espíritu y yo he admitido que soy algo más paranormal de lo que me gustaría.

---Bueno, sigue siendo un empate, ¿no? –le digo, terminando mi cerveza.

---Algo así. El caso es que nos hemos dado un tiempo prudente en nuestras intenciones, sobre todo despues de que le hablara del sueño que tuve sobre el niño índigo…

Me levanto y camino hasta la cocina, para disimular mi turbación, preguntándole si quiere otra cerveza. Inspiro un par de veces y armado de un nuevo par de botellines regreso a su lado.

--- ¿Qué piensa él de ese sueño? –le pregunto, entregándole una de las cervezas.

---Lo de siempre… que es una búsqueda espiritual y que debo seguir con el impulso. Sin embargo…

No me gusta ese sin embargo.

--- ¿Sí? –la animo suavemente.

---Él también ha soñado con algo índigo –esta vez me atraganto con el trago y toso de mala manera, consiguiendo que ella se ría y me golpee la espalda –, pero para mi padre era un bisonte, un gran bisonte índigo que bramaba y coceaba, justo en medio de una gran carretera del hombre blanco.

--- ¿Y eso qué significa? –le pregunto, limpiándome la nariz con el dorso de la mano.

---A saber… para un chamán puede ser cualquier cosa pero nos preocupa el detalle, la coincidencia –contesta Cheyenne, tomando un pequeño sorbo de su botella --. El color índigo.

No sé si es una coincidencia, pero escucho rasgar suavemente en la puerta. ¿Han reaccionado esos dos asquerosos a la palabra índigo? Joder, lo que me faltaba. Procuro no mirar más hacia la puerta, como si eso pudiera tener la faculdad de calmarlos.

---Entonces… --musito, intentando saber más.

---Pues que, como te decía, nos hemos dado un tiempo de reflexión durante el cual intentaré averiguar más sobre el niño azulito y mi padre me llamará si tiene otro sueño parecido. Ya es todo un avance en nuestra relación –acaba ella sonriendo.

--- ¿De verdad crees que ese sueño es una visión que tiene que ver con algo de tu vida, Cheyenne? –le pregunto, muy serio.

--- ¿Y no una espantada mía con respecto a mi familia? ¿Una excusa? –termina ella misma lo que estaba pensando --. No puedo asegurarlo, Jack, pero siento algo muy intenso por esa extraña criatura, sea real o no. Si debo empezar a hacer caso al mundo espiritual, ¿por qué no hacerlo con eso?

---Tienes razón, por algun sitio tienes que empezar –le digo, poniéndole la mano en el hombro. Ella inclina la cabeza y toca delicadamente mi mano con su mejilla.

---Jack… te he echado de menos en estos días –susurra, mirándome a los ojos. Mi mirada se queda enganchada a esos ojos como miel líquida --. Te escuchaba en mi cabeza, respondiendo a mis preguntas con tu sarcasmo habitual.

---Eso es muy bonito, Cheyenne –digo, sin saber siquiera lo que estoy chamullando. Esta mujer tiene el potencial de bajar mi cociente intelectual al de un caracol.

---No sé… he pensado que podríamos dar un pasito más largo y ver lo que ocurre. ¿No te parece? –su pregunta se asemeja a un sensual ronroneo al inclinarse hacia mí.

Su mano deja el vacío botellín sobre la mesita y se mueve languidamente hasta posarse sobre la mía, que aun está aferrada a la olvidada cerveza. La punta de sus dedos acarician el dorso de mi mano, se pasean lentamente sobre los nudillos y remontan juguetonamente la muñeca y el antebrazo. Su respiración cae sobre mi faz y soy consciente que es cálida, almizclada, y enervante. Me fijo en el pequeño aro que se aferra a la aleta izquierda de su nariz y desciendo hacia esos cercanos labios turgentes y húmedos. La punta de su lengua asoma, tocando levemente los labios, cómo si husmeara una respuesta en mi aliento.

--- ¿Qué piensas sobre eso, Jack? –el susurro es ronco, muy cercano a mis propios labios, y sé que no tengo que responder, solo abrir mi boca y dejar actuar a mi lengua.

El suave rasgueo de las cuerdas de la lira me produce tal chirrido interior que me obliga a encogerme de hombros y entrecerrar los ojos, fallando totalmente mi objetivo. Los jodidos y rosados pitufos con alas se encuentran frente a nosotros, mirándonos y tocando una espantosa serenata, al menos para mí. No tengo ni idea de cuándo ni cómo han entrado, pero no me gustan nada sus sonrientes faces. Es como si fueran los mayores hipócritas del mundo esperando la ocasión de caer sobre mí.

--- ¿Qué pasa, Jack? –me pregunta Cheyenne, apartándose de mí y buscando en la dirección en que poso mis ojos --. Parece como si hubieras visto a un fantasma.

“Un fantasma no da tanta grima.”, mascullo mentalmente.

---A-acabo de acordarme de… que no he puesto el amarre mayor de mi casa –es la primera excusa que se me ha venido a la cabeza. –Tengo que comprobarlo ahora mismo… ¡Puede que mi casa esté flotando río abajo, sin control! Lo siento, tengo que irme, Cheyenne. Ya te llamo, ¿vale?

Barboto todo esto a medida que me pongo de pie y me inclino para pasar por debajo de los dos invisibles angelitos. Me dirijo a la puerta, sin dejar de mirarles de reojo. Solo sonríen pero ahora sus ojos sí siguen mis movimientos, como dándome a entender que lo mejor que puedo hacer es darme el piro. Un último vistazo a Cheyenne antes de cerrar la puerta. La pobre se ha quedado compuesta y atónita, aun sentada en el sofá. Seguro que se está echando la culpa de lo ocurrido, pensando en lo que me dijo unas semanas atrás sobre ir despacio.

“No es por ti, chica. Es mera supervivencia.”, me digo, saliendo del edificio a buen paso.

Mientras tomo un taxi hasta la consulta de Mamá Huesos, sigo preguntándome qué motivos pueden suceder para que dos ángelitos del Creador me tengan ojeriza en cuanto me acerco a Cheyenne. ¿Es algo que he hecho o es por ella? ¿Está bendecida de alguna forma? ¡Joder, por Mammón, lo que me faltaba!


Mi bruja vudú favorita tampoco ha sacado nada en claro. Le ha dado vueltas a todos sus libracos y tochos apergaminados, sin resultado alguno. Al final, me mira con expresión afligida y musita:

---Lo siento, Nefraídes. No hay nada sobre algo parecido. La Guarda del Señor es demasiado misteriosa para dejar evidencias.

--- ¿Seguro que eran querubines? –pregunta Dayanne, aun hojeando un viejo tomo.

---Ya te digo, preciosa. Del tamaño de un niño de un año, con pequeñas alas blancas, rubicundos, rollizos, mofletudos y tan desnudos como un naturista en una playa de Ibiza. Tocaban pequeñas arpas, aunque parecía que la arañaban más bien. ¡Qué grima me dio! –me estremezco involuntariamente --. Creo sinceramente que estaban custodiando a Cheyenne.

--- ¿Así que esa chica tuvo visiones sobre ti sin ni siquiera conocerte? –me pregunta por enésima vez la vieja bruja.

---Bueno, ya te lo he dicho… no es precisamente sobre mí como demonio, sino sobre un niño con el color de mi piel original. Sin duda es una especie de alegoría que su cerebro ha esquematizado porque el infierno es bastante jodido de interpretar para la mente humana, pero coincide con lo que me ocurrió. Los detalles coinciden, Mamá, y yo no creo en las coincidencias.

---Yo tampoco –me susurra, palmeándome la mano –, pero no podemos hacer nada si no sabemos más.

---He pensado lo mismo –mascullo, dejándome caer en una silla.

---Tienes que volver a verla, a ver qué pasa… pero procura que sea en otro escenario –Mamá Huesos agita una mano, haciendo que cascabeleen las pulseras.

--Ánimo, campeón –Dayanne palmea mi hombro al verme abatido por el canguelo.

¡Os juro que mi escroto ha desaparecido en el momento de pensar en volver a ver a los dos pepotes con alas!

Para intentar olvidarme del asunto un rato, me reúno con Jolie, al día siguiente, en comisaría y repasamos lo nuevo que aporta la oficina forense sobre el crimen del lavabo del centro comercial. No hay señal de ligaduras ni rastro de pegamento de cinta, tanto en muñecas, tobillos, ni alrededor de la boca. Así que no amordazaron ni ataron a Frances, me digo. El informe toxicológico aun no está y no podemos saber si estaba drogada, pero casi podría apostar a que fue de esa forma. De otra manera, tendría que empezar a pensar que el atacante no era humano.

---He comprobado la coartada del ex, John Mickael –me dice mi compañera --. Es consistente. Hay al menos dos testigos que confirman la hora y el lugar.

---Bueno, ya lo sabíamos, ¿no? Esto tiene que venir de alguno de sus casos.

--- ¡Pues tú me dirás! Todo lo que he leído hasta ahora son pequeñas estafas a las compañías de seguro, nada que motive un crimen así –Jolie empuja el montón de informes que nos dio el padre de Frances el día anterior.

---Bueno, a ver qué nos dice Barney de sus movimientos de cuentas. Quizás haya algo…

---Pffff –resopla mi compañera, indicando su nivel de esperanza.

A media mañana, recibo un mensaje de Cheyenne, preguntándome si mi casa está bien. Recuerdo la excusa que le di y respondo, aprovechando para invitarla a cenar en mi barco esta misma noche.

“Stá bien, wapo. Cambiaré el turno a compañera para tner noche libre. ¿T va bien a 7:30? Llevaré el postre.”, sonrío ante la inmediata contestación.

Intentando decidir si hacer yo la cena o comprarla, apago el cigarrillo y regreso a mi mesa, solo para encontrarme a Parson hablando con Jolie. Al lado de ella, el pobre se ve aun más retaco.

---Tenemos el informe de tóxicos –me dice mi compañera y por su sonrisa, comprendo que hay algo bueno.

---Buena intuición, detective –Parson apunta con un dedo el informe --. Hay rastros de cixodina y belladona.

--- ¿Belladona? ¡Eso no es un destilado natural, de plantas? –pregunto, rascándome la barba.

--Concretamente de la raíz de mandrágora –asiente el forense --.La cixodina se obtiene hirviendo las hojas del roble negro. La proporción que había en el cuerpo no es suficiente para desvanecerla o matarla, pero sí lo bastante para ponerla enferma. Quizás por eso fue al baño, porque se sentía mal…

---…y el asesino estaba esperándola allí –termina la frase Jolie.

---O la seguía de cerca –cabeceo yo. –Pero… ¿por qué venenos naturales habiendo otros químicos mejores y más fáciles de conseguir?

--- ¿De la vieja escuela? ¿Un brujo? ¿Un botánico? –enumera Jolie, sabedora de mi conexión con el mundo espiritual.

---Ahora, hay que averiguar cómo se administró esa mixtura. ¿Tiene sabor? ¿Color? ¿Qué tomó Frances en la hora inmediata y dónde?

---Pudo ser inyectada –sugiere mi compañera, pero Parson niega con la cabeza --. No has encontrado huella de pinchazo, ¿no?

---No y he examinado el cuerpo de nuevo tras llegar el informe. Nada –asegura el técnico.

---Habrá que tirar de cámaras en el centro comercial y en las inmediaciones –digo, poniéndome en pie.

Al menos, es un avance.

Al final, he decidido hacer la cena yo mismo. Tras copiar varios archivos de los discos duros de vigilancia, Jolie se ha puesto a mirar. A mí me cansa un montón eso de contemplar muñequitos que se mueven rápido en la pantalla; me adormece. Así que cuando pego la tercera cabezada, mi compañera me da una colleja para despertarme y, con una sonrisa, me envía a casa. Es temprano y me viene bien, así que me he parado en el camino y comprado medio costillar de cordero y un surtido de vegetales para la parrilla. Como buena nativa americana, Cheyenne es carnívora, me he asegurado de ello.

Casi es puntual. Me encuentro colocando chuletas en la parrilla que he montado en el pequeño embarcadero de popa, cuando escucho su voz cantarina desde la pasarela. La saludo con la mano. Viste un holgado y oscuro pantalón chino y una camisola de hombre que parece salida del siglo XVIII. Sus esplendidas formas quedan disimuladas, aunque me sonríe con franqueza; quizás eso debería decirme algo…

---Vaya, no me esperaba que tu casa fuera tan… --me dice al ayudarle a subirse a la plataforma de popa.

---No te mentía cuando te dije que podía haberme olvidado de la amarra mayor y que mi casa podía estar flotando río abajo –contesto, sonriendo.

---Iba a decir una casa tan chula. No te hacía marinero, Jack.

---Y no lo soy. No tengo ni idea de conducir esto, te lo juro, pero surgió una buena oportunidad de compra y la aproveché. Me ahorro una pasta en alquiler, ¿sabes?

Se ríe y husmea sobre la barbacoa.

---Mmmm… cordero –musita, salivando con los ojos cerrados.

---Anda, sígueme. Dejaremos estos que se vaya haciendo sobre las brasas mientras te enseño mi sanctorum.

---A veces, me dejas impresionada, detective. Hasta latín sabes.

---Sí, bueno, en ocasiones se te queda algo cuando te arrojan esas palabras –ironizo, aunque yo nunca he pasado por un exorcismo, ni quiero probarlo.

Le hago el tour completo y le encanta la casa barco, como a todo el mundo que ha estado en ella. El techo transparente del dormitorio, el alma de la casa que es el salón con su chimenea, y los pequeños dormitorios con literas. Menos mal que he enviado a Nao Ge y Brini a hablar con miss Sophie. Las chicas quieren quedarse en Estados Unidos y no puedo apadrinarlas. Así que he pensado que estarán bien con la madame. Las coreanas son espabiladas y podrán sacar oportunidades del burdel. Miss Sophie es una buena mujer dentro de sus límites, claro. Confío en ella. Le he pedido que se ocupe de las chicas durante un día y les enseñe lo que puede hacer por ellas. Me ha garantizado que lo hará lo mejor posible e incluso se ha buscado una chica coreana para que haga de intérprete.

Cheyenne le echa un buen vistazo a mi bodeguita de vinos –que voy llenando lentamente –y asiente como si supiese del tema. Se queda mirando a través de los ventanales de proa, junto a la mole de la caja fuerte, y finalmente se gira hacia mí.

---Tienes razón. Es una buena compra. Me encanta, Jack.

---Pues me alegro, encanto. Eres bienvenida siempre que quieras.

---Ya. Démosle una vuelta a esas chuletas que no quiero que se quemen.

Ese tono no me ha gustado. ¿Está dolida por mi huida de ayer? No creo, no demuestra enfado ni disgusto. ¡Por Satanás, qué complicadas son las mujeres!

Sin embargo, Cheyenne bromea mientras retiramos la carne de la parrilla. Se ríe con mi broma de perder el equilibrio al caminar por la estrecha pasarela de estribor, cargado con platos. Abrimos un par de cervezas y preparamos la mesa. La bailarina mira por el gran ventanal del salón cómo el sol comienza a ponerse.

---Es precioso –musita, sin dejar de contemplar.

---Sí. Se vuelve todo rojo, como si estuviéramos en el infierno –mascullo, pinchando un par de costillas de cordero y dejándolas caer en su plato --. Vamos, tienes que reforzar esas caderas, chiquilla.

--- ¿Qué? ¿No te parecen suficientemente apretadas? –bromea, dándose una palmada encima de la cadera cubierta por el oscuro pantalón.

---El gusto está en el ojo ajeno, querida –replico, alzando las manos.

No contesta porque acaba de ocupar su boca con un buen trozo de carne, arrancándola de un mordisco a la buena manera india, o sea con las manos. La imito, olvidándome de los cubiertos. La verdad es que pringarte los dedos y las comisuras es genial. De esa manera, debería alimentar más, ¿no?

Me mira con suspicacia cuando me observa pasar la chuleta por un par de pequeños recipientes lleno de diferentes salsas. Le indico con un dedo que las pruebe y ella lo hace, pero mojando una sopa de pan. Casi puedo imaginar que se relame como una complacida tigresa, los ojos bien abiertos por el sabor del chimichurri argentino y el mojo picón balear.

--- ¡Tío, eres un partidazo! –exclama con la boca medio llena --. Hasta yo estaría dispuesta a casarme contigo si me cocinas estas cosas.

--- ¿Eso es de verdad o parte de la broma? –le pregunto, entrecerrando un ojo.

--- ¿El qué?

---Lo de casarte conmigo.

Acabo de meter la pata porque se ha quedado súbitamente seria. Apura lo que le queda de cerveza y se queda mirándome. No tengo ni idea de qué está pensando.

--- ¿No habías puesto vino a enfriar? –No, desde luego lo mío no es adivinar.

Camino hasta el frigorífico y saco un Red Pinewood del 2005, un vino tinto californiano, suave y de excelente bouquet. Ya la había abierto antes de meterla en la nevera; una recomendación del somelier que veo cada madrugada en la tele. Sirvo un par de copas y ella, al tomarla, brinda desde la distancia del otro lado de la mesa.

---Jack… lo que pasó… o estuvo a punto de pasar en mi casa… es complicado –le ha costado empezar, lo noto --. Me siento muy a gusto contigo y me gustas –de hecho, estás un rato bueno, amigo --, pero…

En estas cosas, siempre hay un “pero”, ya lo sabréis seguro.

---No sé qué hubiera pasado si nos hubiéramos besado, porque yo estaba dispuesta a hacerlo si no hubieras salido corriendo con lo del puñetero amarre de tu casa –dice, abarcando con un gesto el salón. La mano se queda alzada, con un dedo tieso que me impide responder --. Anoche tuve un sueño, Jack, un sueño muy extraño. Fue un sueño, no una visión, de eso estoy segura, pero no por ello menos inquietante.

--- ¿Qué soñaste?

---Ahora está difuso, lo que recuerdo son más como sensaciones… mejor dicho, emociones. Estaba paseando por una de esas amplias aceras del boulevard Lafayette, empujando un carrito de bebé. Podía ver las gorditas piernas del niño patalear y escuchar sus ruiditos. Me sentía llena, completa y feliz. Había alguien a mi lado pero no le veía la cara. No sé si eras tú u otra persona, pero la emoción sí que la conocía… amor y cariño, puro y perfecto. ¡Era una puta vaca rolliza y feliz, Jack! Tenía todo a lo que cualquier mujer aspira en la vida.

---Vaya –no se me ha ocurrido que ella también buscara eso precisamente, pero debo admitir que es sincera en lo que cuenta.

---Y, de repente, unos nubarrones negros y pesados cubrieron el sol. El viento se levantó y pareció llevarse todas esas emociones felices. Miré a mi alrededor pero mi acompañante había desaparecido, así como toda la gente que estaba en la calle. Estaba sola y asustada, y eso me hizo aferrar el carrito con más fuerza, pero no sirvió de nada. La extraña presencia que se escondía en el viento terminó arrebatándome el niño. Chillé y lloré, tirada en el suelo, mientras que la oscuridad me envolvía. Me sentía desesperada, como nunca me he sentido, Jack. Aun ahora me estremezco al recordar.

---Tranquila, Cheyenne, solo fue un sueño.

---No, fue un aviso –contesta ella, sirviéndose un poco más de vino.

---No te comprendo. Un aviso sobre qué cosa…

---Sobre una relación –esta vez sus ojos se clavan en mí, con una intensidad que nunca he apercibido en ella.

--- ¿Te refieres a… nosotros?

---No hay especificación, Jack, solo el sentimiento negativo que se genera en mí al pensar en un lío amoroso, con quién sea. Mi subconsciente –que es mucho más listo que yo, seguro –me está gritando que un asunto amoroso complicará mi vida y me hará mucho daño; que no traerá más que problemas al enredarse con lo que me reserva el destino. Y te juro que me gustaría equivocarme, pero sé que es así –se retrepa sobre el respaldar de la silla --. He negado muchas veces toda esta parafernalia mística, pero se vuelve cada vez más poderosa y acaparadora. Ya me lo avisó mi abuela y mi padre, pero era joven y tozuda, así que… ¡Joder! Si me escuchara mi padre se iba a reír de lo lindo…

--- ¿Quieres decir que no te atreves a meter a nadie en tu vida porque puedes perderlo por culpa de tu… magia? –pregunto suavemente.

---Ya sé que parece una gilipollez, tío, pero así es como me siento –se encoge de hombros.

---No es ninguna gilipollez, Cheyenne.  He tenido otras experiencias con el mundo esotérico y he aprendido a confiar en el instinto y en los dones naturales de las personas. Puede que el destino no te tenga reservada una vida familiar como a los demás humanos, pero, sin duda, será algo mucho más intenso, que te llenará espiritualmente. ¡Ya te digo! El amor está muy sobrevalorado.

---Gracias, Jack –dice ella, sonriendo y alargando su mano para posarla sobre la mía.

---No, lo digo en serio. La humanidad se ha estancado en estos últimos tres siglos; no evoluciona por culpa de la moralidad, de los usos impuestos por una tiránica Iglesia que os ha vuelto débiles y sumisos. Matrimonio, monogamia, exclusión de las tendencias eróticas divergentes… control, control, siempre control… ¿Para qué? –me pongo en pie, súbitamente inspirado, y ella parpadea, impresionada por mi vehemencia --. Para que unos gordos y poderosos hijos de puta sigan manteniendo el estatus dentro de una sociedad alicortada desde hace siglos. Para que las logias clandestinas sigan gobernando el rebaño humano…

--- ¿Os? –la voz de Cheyenne es muy suave comparada con la mía.

--- ¿Qué? ¿Cómo? –me quedo con un dedo en alto, volviendo a la realidad.

---Has dicho “os ha vuelto débiles”, ¿tú no te consideras perteneciente a la humanidad? –me pregunta con un deje irónico.

---Bueno, es una manera de hablar. Me refería a los que siguen las normas y eso –me defiendo, pero sé que he metido la pata.

---Ya, porque tú no las sigues, ¿verdad? ¡Por Takesi-Soma, Jack! ¡Has estado casado por la Iglesia! ¡Eres policía! ¡Haces cumplir la ley! –agita una mano al enumerar.

---Bueno, sí… ¡Pero ya no pienso así! ¡He cambiado!

---Has abierto los ojos.

---Euh… sí –es lo que iba a decir.

--- ¿Ves? Por eso es tan difícil… eres un hombre genial, Jack. Cada día haces algo que me motiva, que me atrae, que me emociona… ahora mismo, te saltaría encima, quesito –se ríe al utilizar el apodo que me puso el primer día que nos conocimos.

---Yo no te lo impido –le digo, sentándome en el pico de la mesa, justo a su lado.

---Pero es a lo que me refería antes… sentimientos. Entraríamos en una dulce espiral que me atraparía, que me limitaría y… más tarde, cuando todo fuera inevitable, me lo arrancaría todo, incluso el corazón –me responde ella, levantándose de la silla y uniendo sus manos sobre mi nuca.

---Cheyenne –susurro, poniendo mis manos sobre sus opulentas caderas --, te prometo solemnemente que jamás te diré las jodidas palabras de rigor, aunque las sienta, pero podemos ser amigos, muy buenos amigos, con derecho a aperitivos y chuletones si queremos…

--- ¿Sí? –la sonrisa de la bailarina es distendida, sus ojos atrapan los míos.

---Ya lo creo, ambos necesitamos cariño y comprensión para poder mantenernos cuerdos en esta dura sociedad, ¿no es cierto? Somos adultos y conocemos la vida que nos espera. No te presionaré hasta que tú no lo hagas, ¿te basta con eso?

---Por ahora… sí –musita ella, acercando sus labios a los míos.

Esta vez nos besamos a fondo, con sentimiento. Empezamos lentamente, degustando el sabor del vino en la boca del otro, pero las lenguas no tardan en buscarse para iniciar su propio lenguaje de contacto. Al separarnos para tomar aire, le echo un vistazo al salón. No hay traza alguna de ningún querubín angelical, lo que me tranquiliza un montón. A lo mejor, me he preocupado por nada.

Las manos de Cheyenne exploran por debajo de mi camiseta, palpando a placer mis pectorales y los pliegues de mi vientre. Su aroma me altera el pulso, almendras y canela en mis fosas nasales. Su boca me aspira, extrayéndome el aliento con delicadeza. Sus dedos se pasean por encima de mi erección, enfundada aun en el pantalón, como si estuvieran midiendo por el tacto el alcance de la excitación que produce en mí. Con un ágil movimiento, Cheyenne se sube sobre la mesa, quedando a horcajadas sobre mi regazo. Su entrepierna busca mi miembro, tela sobre tela. Se frota lánguidamente, sin dejar de besar mis labios, la nariz, la barbilla…

Un destello rojizo me hace mirar de reojo hacia el ventanal y se me olvida la presencia de la stripper. De hecho, mi erección se va al garete. La sangre es reabsorbida por mi organismo para regar mi asombrado cerebro. Por un momento, mis ojos quedan atrapados por el inusual brillo carmesí del gran río. Las tripas se activan en mi interior, consolidando un retortijón que acaba malsonando a los oídos de Cheyenne; lo que sin duda, la hace darse cuenta que yo ya no estoy por la labor.

---Jack… ¿qué pasa? ¿Estás…?

No, no estoy bien, pero no puedo decirlo. Ella sigue mi mirada y contempla la escena. Con un juramento, gatea hasta el extremo de la mesa hasta posar la mano sobre el grueso cristal del ventanal.

--- ¡Manitú! ¿Qué está pasando? ¡El Mississippi está todo rojo! –balbucea, la nariz pegada al vidrio --. Debe de ser un efecto visual, un reflejo del ocaso…

---He visto muchos atardeceres desde que estoy aquí. Nunca ha pasado esto –mi voz no suena muy firme pero, al menos, he sido capaz de hablar.

Salgo al exterior y me dirijo al embarcadero de popa, donde meto el cubo de desperdicios en el agua. Lo saco más de medio. Cheyenne se pone a mi lado y mete la mano en el cubo. La saca impregnada en un oleoso líquido rojo que podría jurar huele a sangre.

---No es un puto efecto visual, Cheyenne. Esto es sangre… estamos viendo una de las antiguas plagas de Egipto en directo –mascullo, contemplando la corriente del río.

En ambos sentidos, hasta donde alcanza la vista, el caudal se ha vuelto rojo oscuro. Puedo escuchar exclamaciones del cercano parque. La gente está viendo esto, está grabándolo. Mañana los noticiarios van a echar humo.

---Pero… ¡eso no puede ser! Los científicos afirman que el agua del Nilo convertida en sangre no fue más que el resultado de escapes de dióxido de carbono y hierro como resultado de la violenta erupción volcánica de isla Santorini.

---Mírate la mano –le digo, cortando el tono histérico de la bailarina --. ¿Te parece eso una mezcla química?

Cheyenne se calla y se limpia la mano con un trapo que le alargo. No, esta vez no ha habido querubines, pero el puto Mississippi se ha transformado en un río de sangre en cuanto me he acercado a Cheyenne. Cuando tiene que dar una advertencia, el Creador no se anda con florituras, eh.

Ya no me quedan dudas. Por algún motivo, la bailarina mestiza está protegida por los seres celestiales y podría ser perjudicial para mí. Entonces, se me viene a la cabeza las palabras del malatchim que poseía a Basil Dassuan: “Cuídate de los Susurros de la Noche y despierta a la Hija del Gran Manitú; ella te será de gran ayuda…”. ¿Cheyenne es la Hija del Gran Manitú?

Posiblemente. Maldita sea mi suerte.

CONTINUARÁ...