Detective 666 (17)

Geishas en la cama.

GEISHAS EN LA CAMA.

Ouch.

Me duele al reírme… y al moverme y hasta al pensar, no te jode. Menos mal que Mamá Huesos me remendó con parsimonia y habilidad. Esa mujer podría entrar en cualquier quirófano del país y dedicarse perfectamente al arte de operar y sanar. Sus conocimientos sobre anatomía y pócimas me han venido muy bien. También hay que decir que tener la capacidad de que mis heridas dejen de sangrar rápidamente es una ayuda inestimable. Aun así, es verdad eso de que me duele al reírme. La larga incisión que me dejó esa katana en el vientre me impide bastante agitar mi diafragma en una risotada, como podéis suponer.

La herida que dejó el shuriken en mi brazo ha seccionado el bíceps, pero se está regenerando bien aunque no puedo hacer fuerzas para levantar peso con él, por el momento. Al mismo tiempo que la mambo me cosía, Dayanne le puso un buen plato de estofado a las dos geishas –coreanas, mejor dicho –que me acompañaron con la boca bien cerrada. No son nada tontas esas chicas, saben cuando deben callar y escuchar. Sospecho que parlotean mejor de lo que aparentan el inglés. Mojaron hasta pan en la salsa tras devorar varios trozos de cordero. Mientras ellas comían, Dayanne revisaba los desperfectos en su coche: sangre en el asiento del piloto y un rasponazo en el lateral que tuve con un contenedor. Le prometí que le pagaría el lavado y el arreglo y ella me sonrió; todo un intercambio.

El caso es que son poco más de las doce de la noche cuando un taxi nos deja –a mí y a las coreanas –en el muelle de la casa barco. Las chicas se quedan un tanto cortadas en mitad de la sala, mirando a todas partes, hasta que les enseño uno de los dormitorios de invitados. ¡Ja! Jipper quería meter niños en ellos. Las llevo hasta el cuarto de baño y les indico dónde hay toallas limpias y me hacen toda una inclinación de cuerpo en respuesta, agradecidas. Las dos se encierran en el baño y pronto escucho el ruido del agua.

Aprovecho para desnudarme y arrojar a la basura toda la ropa manchada de sangre. Me pongo encima un batín nuevo que no he usado aun y me sirvo una generosa ración de Bourbon, antes de agenciarme un paquete nuevo de cigarrillos. Ya estoy harto del regusto que tienen los que Mamá Huesos hechizó, por muy antídoto que fueran. Me dejo caer en un sillón y bebo y fumo relajado, a la par que escucho la frecuencia policial. No hay nada fuera de lo normal, salvo varios comentarios sobre la matanza en el burdel y el circo propio organizado por el despliegue de las autoridades. Aun es pronto para haber novedades sustanciosas.

Las geishas salen del cuarto de baño enfundadas en sus toallas y cruzan la sala de camino a su habitación. Me sonríen al pasar y cuchichean entre ellas en su idioma natal. Hago como si no las comprendo. Al poco vuelven a salir, ya vestidas con las ropas que se pusieron en el burdel, tras dejar los kimonos tradicionales. Una viste jeans y una liviana sudadera, la otra unos leggins oscuros que terminan en sus espinillas y un par de camisetas, la de debajo de manga larga.

Se sientan en el sofá y me miran. Una de ellas coloca su mano sobre su pecho y dice:

---Nao-Ge –señala a su amiga con un ademán. –Brini.

---Un placer –levanto el vaso en un brindis. Me señalo a mí mismo: --Jack.

---Jack… ¡Jack! –asienten las dos, repitiendo el nombre de mi cuerpo, y sonríen más ampliamente.

---Eso es.

Las contemplo a placer, ahora que están a escasos metros de mí y sin toda esa parafernalia de pintura y pelucas. Nao-Ge es la más bajita de las dos y puede que la de más edad, aunque ninguna pasa de los veinte y pocos. Las dos son morenas, de suave melenita y flequillos cortados en redondo. Sus ojos oscuros y rasgados me observan a su vez, calibrándome también. Brini tiene una nariz pequeña y chata, de aletas comprimidas. Sus cuerpos son menudos y esbeltos, típicos en las mujeres jóvenes de esa etnia; sus movimientos son vivaces, extrovertidos, y eso las hace atractivas y apetecibles.

--- ¿Lleváis mucho tiempo con Odonjawa? –les pregunto, pronunciando bien y lento.

---Un año –responde Nao-Ge, rotando una mano en el aire, indicando con ello “más o menos”.

---Tener que aprender arte geisha para él –aclara Brini con dificultad.

---Sí, mucho obsesionado con geisha –puntualiza su compañera.

--- ¿Sois familia? ¿Hermanas? –pregunto aunque no se parecen para eso.

---No, no, amigas… conocer en barco para USA.

---Buenas amigas… en un año –responde Brini, alargando una mano y tomando la de su compañera.

---Ok, mañana seguiremos hablando. Ahora a dormir, niñas –me pongo en pie y hago el gesto de plegar mis manos bajo la mejilla, como podría hacerlo un niño.

Las chicas asienten y también se levantan para dirigirse a su dormitorio. Aprovecho que me quedo solo para lavar los restos de sangre de mi piel, teniendo cuidado de no mojar los vendajes, y me meto en la cama. Estoy realmente agotado.

Al día siguiente, me presento en comisaría a primera hora. Si tengo cuidado, nadie se dará cuenta de mis heridas. Incluso se me ha ido el envaramiento del tronco, moviéndome con algo más de soltura. Jolie tarda unos minutos más en llegar y me sonríe al encararme.

--- ¿Qué? ¿Ya has despedido a tu primo? –me pregunta y procuro recordar la excusa que le di para desaparecer.

--- ¡El tío es un puñetero vago! Le presenté varios tipos que me deben ciertos favores, pero al cabrón no le parecía nada bien… de su categoría llegó a decir. ¡Ni familia, ni ostias, coño! Lo he subido esta mañana temprano a un autobús, de vuelta al pantano. ¡No pienso tenerle de mantenido en mi casa!

Jolie se ríe con mi falsa rabieta, pero asiente, reconociendo el problema. Le pregunto sobre el caso del burdel y casi me saca a empujones hasta la galería exterior, allí dónde los fumadores se dan al vicio.

--- ¿Qué pasa? –le pregunto.

--- ¿Qué que pasa? ¿No tendrás que ver algo en el asunto?

--- ¿Yo? –me hago el sorprendido, exagerando la mueca en mi rostro. -- ¿A qué te refieres?

---Atacaron a Odonjawa, el importador japonés. Varios de sus hombres están muertos y él está huido. El FBI lo está buscando con todos sus medios –me explica en un susurro.

---Vaya, ¿y eso por qué? ¿Qué ha hecho que los federales hayan metido las narices en el asunto.

---No lo sé con seguridad, pero se comenta que se encontró un pendrive en el bolsillo de uno de los cadáveres. No sé lo que contiene pero ha hecho que el FBI tome cartas inmediatamente.

---Mejor para nosotros. Un muerto quitado de encima –mascullo.

---Sí. Lo más seguro es que el tipo haya puesto tierra de por el medio y no vuelva en un tiempo.

“Ni él ni sus asociados yakuzas”, me digo, frotándome las manos mentalmente.

--- ¿Hay mucho destrozo en el burdel? Supongo que tuvo que haber tiroteo y todo tipo de jaleo para dejar… ¿cuántos cadáveres? –le pregunto.

---Según Tom Flinnn del distrito Siete, seis cuerpos que él viera y también unos cuantos intoxicados o envenenados. Él y su compañero llegaron los primeros pero los inspectores fueron relevados en menos de dos horas por los federales.

---Seis muertos, todos armados según he escuchado. Eso lo ha tenido que hacer un grupo de profesionales –me pongo a teorizar. –Supongo que algo saldrá en las cámaras de tráfico…

---Pues que tengan suerte. No hay ninguna en la manzana y tú mismo me dijiste que dentro del burdel no hay tampoco –comenta mi compañera. –El equipo forense estuvo toda la noche en el escenario, sacando huellas, fibras y toda la parafernalia. Ya dirán algo hoy o mañana.

Me tranquilizo a mí mismo. Los testigos hablaran de un tipo oriental pegando tiros y la sangre que vertí no sirve de mucho aunque la analicen, ya no es totalmente humana. En cuanto a las posibles huellas que dejé, bueno… espero tener suerte y que las pasen por alto. ¡Es un burdel, por el hocus pocus, debe de haber cientos de huellas que impliquen a buena parte del estatus relevante de la ciudad! Estoy medianamente seguro que la investigación no llegará demasiado lejos, sobre todo cuando tengan la confirmación de las identidades de los cadáveres como miembros pertenecientes a la mafia japonesa. Claro que eso puede tardar aun unos días, ya que esa información debe pedirse a las autoridades niponas.

Nos pasamos buena parte de la mañana dándole vueltas al caso de las partes robadas a los cadáveres. Debemos cerrarlo de alguna forma pero no podemos decir que Odonjawa tenía algo que ver en ello, ya que carecemos de pruebas. Jolie da unas pocas ideas que podrían servir a poco de pulirlas, pero espero que ese ritual del kitsune no vuelva a repetirse con la Yakuza fuera de las calles. El caso, con un poco de suerte, caerá en el olvido de los casos misteriosos y a otra cosa, mariposa.

La palabra activa mi estómago, haciéndolo rugir. Necesito alimentarme. He gastado mucha energía en mi aventura. Le digo a mi compañera si nos vamos a almorzar, pero ella declina la oferta ya que ha quedado con Dayanne en el Faubourg Marigny para almorzar y ver un par de tiendas. Me encojo de hombros. Mejor para mí, así puedo ir a casa y tomarme unas mariposas pecado para calmar el hambre.

Al aparcar el coche en el embarcadero, puedo ver a una de las dos coreanas –no sé cual de ellas a esta distancia –tomando el sol sobre el espacio acristalado que hace de techo en mi dormitorio. Está tumbada en una hamaca, vistiendo un sucinto bikini rojo que no sé de dónde ha sacado. Su amiga no se ve por ningún lado. Al poner el pie sobre la madera del muelle, me saluda con una mano, como una niña alegre. Es Brini. Le devuelvo el saludo. Me encuentro a Nao-Ge a popa, a pie de la escalerilla de la cabina. Su bikini es verde en su caso. Seguro que han ido de compras a las tiendas del margen. ¿Disponen de dinero? Tengo que averiguarlo.

Nao-Ge se engancha a mi brazo y me acompaña hasta la puerta. Puedo oler el cítrico que la crema solar ha impregnado en su piel.

---Tú comer… yo hecho jajangmyeon y mucho kimchi –me dice como si yo tuviera que saber qué son esas cosas.

Me conduce hasta sentarme en una de las sillas de la mesa del comedor. La chica se acerca a la cocina y remueve platos. Al poco me trae un pequeño bol con vegetales fermentados en vinagre y jengibre, creo. Repollo, raros rábanos, algo de pepino, cebollín y pimientos.

---Ser kimchi , bueno para energía –me dice.

---Vale, gracias, pero antes tengo que tomarme mis medicinas –le digo, levantándome y encaminándome a mi estudio, en el que guardo el bote con mariposas.

Tengo cuidado de cerrar las puertas para que la chica no husmee y abro la caja fuerte. Aún quedan bastantes mariposas del bokor Saxon por lo que no me tengo que preocupar por ahora. Masticó lentamente hasta cuatro de esos preciosos bichos, sintiendo atenuarse el hambre maldita. Salgo de nuevo y me encuentro con un buen plato de fideos con un montón de tropezones. Nao-ge está esperando, sonriente, al lado de la mesa. Me siento y se lanza a explicarme el plato en su vacilante inglés.

---Es jajangmyeon, fideo chino muy importante en Corea. Hecho con salsa de judías negras –esas dos palabras las pronuncia en su idioma natal –fritas con carne de cerdo en cubitos, calabacín y papas –de nuevo recurre al coreano. –Tú come. Muy bueno.

No puedo despreciarle el gesto, así que tomo los palillos –una habilidad que Jack me ha dejado en herencia –y me afano sobre el plato. La verdad es que está muy bueno y jugoso. Como buen demonio, me va el pique y el plato lleva un montón. Sorbo los fideos que cuelgan de mi boca y, tras limpiar los labios con la lengua, le sonrío a Nao-Ge. Alzo mi pulgar, felicitándola sin palabras, y ella sonríe, feliz.

--- ¿Puedes traerme una cerveza, por favor? –le pido, antes de rebañar el plato con una sopa de pan.

Ella corretea hasta el gran frigorífico y me trae un botellín de Missisipi Star, que me bebo de un solo trago, empapando bien los fideos en mi estómago. Me enciendo un cigarro, siendo consciente que la chica asiática no ha dejado de observarme.

---Así que tomando el sol, ¿eh? –comento, retrepándome sobre la silla.

---Sí, sí… muy buen día. Comprar bikinis esta mañana. ¿Hecho malo? –enarca sus cejas con preocupación.

---No, no… estáis en vuestra casa. Mi casa es tu casa –repito para que lo comprenda bien.

---Muchas gracias –me contesta, inclinando levemente su cabeza.

---Bien, ahora me gustaría hablar un poco de Odonjawa, ¿vale? Seguro que habéis visto cosas estando a su lado, aunque no parezcan importantes.

Por el gesto que hace, creo que se ha perdido con mis palabras. Joder, yo puedo entenderla si me habla en coreano, pero necesito posarle las preguntas adecuadas y que ella las entienda. Así que me voy en busca del portátil y lo enciendo. Unos minutos más tarde, estoy tecleando en el traductor a coreano que he cargado. Nao-Ge llama a Brini y ambas se sientan a mi lado, leyendo atentamente cuanto escribo. Se quedan muy intrigadas cuando les digo que pueden hablarme en su idioma natal, que las entenderé aunque yo no lo hable, pero aceptan inmediatamente por la comodidad que les supone. Al cabo de una hora de preguntas y contestaciones, me entero de unas cuantas cosas importantes.

En primer lugar, las chicas conocieron al tipo encargado de hacerle el incienso a Odonjawa. Según ellas, es una especie de monje budista, viejo y calvo, de ascendencia asiática pero no es japonés, más bien parece chino. El yakuza nunca dijo su nombre delante de ellas, solo lo llamaba sensei . Parecía un erudito pues siempre traía libros y rollos de pergaminos con él.

El segundo punto se refiere a las importantes visitas que Odonjawa ha recibido en el último mes, todas ellas llegadas desde Japón. Las chicas estuvieron atendiendo a los ilustres visitantes, comprendiendo perfectamente que eran superiores en rango a Odonjawa y que estaban allí para controlar sus avances y atender sus peticiones. Bueno, espero que le metan una puta espada por el culo al jodido yakuza por haber fallado en su propósito. No se merece menos.

En tercer y último lugar, todo lo que necesitaba Odonjawa, fuera material o dinero, le era aportado desde California, puede que de Los Ángeles o Sacramento, donde las chicas dicen que hay una rama yakuza afincada desde hace años. Los hombres, como ya sé, eran traídos desde el Pacífico, libres de antecedentes ni controlados por ninguna autoridad estadounidense.

Así que puede que el oyabun haya huido a California, a resguardarse del estropicio, me digo. No es algo que me haga mucha gracia. Lo ideal es que salga del país, que regrese a Japón, que se mantenga lejos del suelo americano. No puedo dormirme en los laureles. No temo a represalias porque ese tío no me conoce de nada –solo ha visto un engaño--, pero, aun así, puede llegar a averiguar más cosas.

---Bueno, chicas, habéis sido muy útiles. Me voy al trabajo. Me pondré en contacto con alguna gente para que podáis encontrar un sitio en el que trabajar. Ya encontraré algo –les digo, escribiéndolo en el traductor.

Como respuesta, ellas me abrazan y besan mis mejillas, muy contentas.

---Te prepararemos la cena para cuando vengas –me dice Nao-Ge, usando el coreano.

---No, no se a qué hora vendré –agito la mano. –Pedid unas pizzas y ya calentaré yo la mía si llego tarde.

---Se hará como tú digas, Jack.

Esa tarde toca papeleo en comisaría, pero yo paso mucho tiempo buscando templos budistas en Nueva Orleans. No es que haya muchos y los pocos centros que encuentro están regentados por blancos. De todas formas, me apunto unas cuantas direcciones para darme una vuelta otro día. Las chicas me han dado una descripción bastante buena del monje, así que no creo que me despiste si me lo encuentro.

A las siete de la tarde me harto de la comisaría. Jolie sonríe y decide cortar la jornada. Empieza a conocerme. Ella tiene una buena excusa, ya que Dayanne y ella van a ir a la inauguración de un nuevo restaurante. Mientras conduzco, pienso en qué película puedo escoger que las chicas coreanas entiendan. Lo mejor es dejar que ellas elijan.

La casa barco está muy silenciosa cuando abro la puerta. La gran sala está recogida y limpia, pero las coreanas no están a la vista. La luz del atardecer alarga las sombras en el salón. Llamo a la puerta de su dormitorio y nadie contesta, así que abro y me cuelo. Vacía.

---Nao-Ge, Brini –llamo, elevando un poco el tono.

La voz de una de ellas me responde desde mi alcoba. Frunzo el ceño. ¿Qué hacen allí? Me meto en el cuarto de baño y desaguo la vejiga. Me lavo las manos y cruzo la puerta que da al dormitorio. Me quedo quieto, sorprendido. La verdad es que no me esperaba esto.

Nao-Ge y Brini están tumbadas sobre mi cama, de bruces y desnudas. Una sobre la otra, Nao-Ge encima, Brini debajo, enseñándome sus desnudas nalgas. Giran sus cuellos hacia mí y sonríen, como desafiándome. Nao endereza su espalda, despegándose de su compañera y abre sus piernas, cabalgando las posaderas de Brini, las manos apoyadas en el cabecero de la cama. Su amiga tiene la mejilla aplastada sobre el almohadón y me enseña la puntita de su lengua al asomarla entre los labios. Sus desnudos sexos se muestran sin reparo a mis ojos, con el vello recortado muy corto.

Sus cuerpos brillan como si estuviesen sudorosos o quizás se hayan untado aceite corporal, lo cual me indica que, sea lo que sea, llevan ya un buen rato jugando desnudas. Tengo que recordarme que las chicas son geishas y saben un montón de estas cosas. ¡Joder, me encanta!

---Llevamos un ratito esperándote, Jack –se queja Brini en coreano, con un tono tan inocente e infantil que me pone el rabo a punto solo con eso.

--- ¡Por las barbas del profeta! ¡No tenía ni idea que estabais esperándome… así, tan… tan… --las señalo con un dedo.

--- ¿Desnudas? –termina Nao-Ge con una risita.

---Eso.

---Ven, Jack. Queremos darte las gracias por todo lo que has hecho por nosotras. Nos has salvado. Eres un héroe –Nao se arrodilla y alarga una mano para que me acerque.

---Bueno, es mi trabajo… soy poli –murmuro, quitándome la camisa y dando unos pasos hacia la cama.

Las chicas parecen pulpos cuando me pongo a su alcance. Sus brazos me rodean, sus manos me desnudan con la habilidad de un viejo sastre. Su piel huele a canela y cardamomo, a lima y ginseng, lo que me hace preguntarme de dónde han sacado esas cosas porque, que yo sepa, no es ninguna esencia de agua de colonia.

Sus sutiles caricias me aturrullan, sus risas me encandilan, sus miradas me atolondran… ¿Qué? ¡Soy un demonio, lo sé, pero sin apenas experiencia en estas cosas! ¡Casi podría decir que llegué virgen a este puto mundo, como un bebé! Así que lo mejor que puedo hacer es abandonarme en sus brazos, lo cual hago con una gran sonrisa, por supuesto.

Una se ocupa de besarme toda la cara, con suaves piquitos de labios rojos como la sangre, antes de llegar a los míos y aplicarse en serio. La otra repasa cada rincón de mi cuerpo ya desnudo con sus manos, frotando y untándome el mismo aceite que puedo oler en ellas –misterio resuelto sobre sus aromas exóticos. Brini se detiene sobre cada nudo muscular que se encuentra, incluso deshace una contractura en el trapecio izquierdo, haciéndome gruñir en el interior de la fresca boca de Nao.

Las oleosas manos de Brini se atarean con mis genitales, embadurnando todo bien de aceite. Repasa varias veces mi tranca, como si se estuviera haciendo una idea precisa de sus dimensiones. Bueno, ya sé que los japoneses tienen fama de tenerla pequeñita –que cada cual me perdone –por lo que es bastante normal que, en comparación, se sienta impresionada por la mía.

---Aquí hay suficiente para las dos, Nao –murmura a su compañera, lanzándole una sonrisa de complicidad.

---Ya lo creo –contesta la otra, dejando de besarme y bajando la cabeza hacia el lugar indicado.

Bueno, ¿qué puedo decir sobre contemplar aquellas dos cabecitas morenas atareadas a lo largo y ancho de mi pene? Es como admirar en exclusiva una pintura de Tiziano o escuchar una pieza de Bach en directo. Pura poesía, lujuria en movimiento. Se dejan llevar por sus propias ansias, saliéndose de su rol de geishas. Se aplican con toda lascivia, dejando que sus labios y lenguas empapen mi carne tumefacta, tragando sus mutuas salivas resbalosas entre ruiditos procaces y enloquecedores.

Se turnan amistosamente entre ellas, relevándose en el honor de tragarse lo más posible de mi erecto sexo. Sus gargantas se quejan al forzarlas con mi hinchado glande, derramando hilos de transparente saliva que su compañera se encarga de restañar con su propia y sedienta lengua.

Al final, ya no aguanto más. Nao tiene mi glande en el interior de su boca, ejerciendo una deliciosa presión con sus labios sobre el frenillo. Brini, por su parte, está jugando con mis testículos, metiéndose uno y otro alternativamente en la boca. Con un gruñido y envarando mi espalda, vierto mi semen en la boca de Nao-Ge, sin avisarla, pero no la tomo por sorpresa. La chica ya lo ha notado y admite la eyaculación con experiencia y ternura.

Brini me sorprende al acercar su boca a la de su compañera para besarla profundamente y compartir el semen antes que lo pueda tragar. Esos detalles son los que hacen notar lo que han vivido esas dos hasta el momento. De rodillas sobre la cama, las chicas abren sus bocas y sacan las lenguas, mostrándome que se lo han tragado todo. Se ríen cuando abro mis brazos, reclamándolas, y se dejan caer entre ellos, una sobre cada costado. Las beso por turnos, introduciendo mi lengua en sus bocas para hacerles comprender que no me asquea en lo más mínimo mi esperma. Ellas retozan como niñas traviesas, alternando sus besos entre mi boca y la de la compañera.

Nao-Ge tantea de nuevo mi pene, el cual no ha perdido demasiada dureza dadas las carantoñas femeninas, y, sonriendo, coloca sus manos sobre mi pecho para ayudarse a cabalgarme. No sé cómo sucede pero mi pene se acomoda a su entrepierna sin que ella utilice sus manos para guiarlo. ¿Acaso mi polla tiene empatía propia o bien responde al efluvio que emana de esa cuevecita húmeda que Nao restriega suavemente contra mí? Mi mente no está para detenerse en cuestiones metafísicas en este momento, así que a lo único que me dedico es a empujar con los riñones y clavar mi miembro en ese coñito rosado que me acoge con ternura y mucho garbo.

Nao-Ge se mueve como toda una artista. Parece fluir sobre mí, abrazando mi miembro con sus músculos vaginales cada vez que se alza sobre sus rodillas. Estas dos deben tener hasta un master en el tema, me digo. Por un momento, creo que Brini va a poner su entrepierna sobre mi cara cuando la veo acercarse, pero me equivoco. Me levanta la cabeza para acogerla sobre su regazo, sus muslos abiertos para servir de cálida almohada. Con sus dedos acaricia la piel de mi cabeza calva y las desciende por las mejillas, de forma muy suave y tierna. Después, alarga las manos hacia delante, hasta colocarlas sobre los pequeños senos brincadores de Nao, la cual le sonríe ampliamente cuando le pellizca delicadamente los pezones. Tengo un buen punto de perspectiva desde mi posición, aunque apenas veo el rostro de Brini.

Nao acelera su movimiento pélvico y cabalga ahora frenéticamente. Tiene los ojos entornados, casi cerrados, y la boca entreabierta para jadear. El placer que está sacando de esa cabalgata se muestra en su rostro, el cual se crispa más y más a cada segundo que pasa, acercándose a un clímax totalmente buscado. Brini la conoce y lo sabe, así que estruja los senos con fuerza, los manosea rudamente, e incluso los azota con los dedos. Nao-Ge se muerde el labio y echa la cabeza hacia atrás. Sus muslos se cierran contra mis caderas y se queda estática. Puedo detectar el espasmo que cruza su pelvis con la explosión del orgasmo. Cuando deja escapar el aire contenido, sonríe y abre los ojos, mirándome. Brini la ayuda a descabalgarme y la besa mientras la recuesta contra mi costado.

Tomando el relevo, Brini se me ofrece a cuatro patas, agitando sus bonitas nalgas a un palmo de mí. Por supuesto, no tiene necesidad de provocarme, yo ya estoy con la mecha prendida y loco por estallar, así que me incorporo y avanzo hasta ella sobre las rodillas. Mis manos se cierran sobre las redondeadas caderas para usarlas de asidero, pero debo soltar una para guiar mi embravecido pene hasta su contrapartida femenina. Brini gruñe con pasión al sentirse ensartada y ella misma empuja para clavarse totalmente en mí. Si su compañera me ha demostrado lo buena amazona que es, Brini no se queda atrás haciendo de jaca.

Me hundo en sus carnes íntimas con fervor, notando como se abre a mi avance, como su vagina parece licuarse bajo el empuje de mi glande. Ella gime y suspira. Parece más ruidosa que su compañera o quizás es una mera representación, pero no me importa pues lo hace francamente bien. Mis dedos siguen clavados a sus flancos, sintiendo el contorno del hueso coxal bajo la piel. Sus brazos tiemblan por el esfuerzo de mantenerse izada, hasta que, con un bufido deja caer su frente contra la cama. En ese momento, Nao repta hasta ella y la acoge sobre su pecho, atenta al inminente placer. Brini refugia su faz en el hueco del cuello de su amiga y yo ya no veo nada más porque mi propio placer me embarga. Culeo como un poseso, en busca del éxtasis más rotundo.

---Ooooh, sí, sí… uuuh… te voy a llenar… ese… coñito de leche, Brini –murmuro mientras mi pene deja escapar su caliente simiente sobre el cérvix.

Creo que ninguna de las dos me ha entendido. Tampoco es que importe mucho. Me derrumbo sobre la espalda de la chica coreana, aprisionando ambas bajo mi peso, lo cual las hace quejarse y reírse, todo a un tiempo. Ruedo sobre la cama y me quedo mirando al techo, con esa sonrisa de imbécil que ponen los machos humanos cuando han soltado una buena carga en el útero de una hembra. ¿Es una respuesta biológica de nuestros impulsos primarios, o es que nos volvemos medio tontos después de follar?

Giro el cuello hacia las chicas y las contemplo darse mimitos entre ellas. Susurran bajito, casi al oído, pero aun así puedo entenderlas. Nao-Ge le está preguntando a su amiga si ha gozado y esta asiente, con una sonrisa. Eso genera un estímulo en mi interior. Me hace sentirme orgulloso. ¡Las he hecho gozar a ambas! Pero la alegría dura poco, ya que acabo preguntándome por qué debe importarle a un demonio el contentar a una mujer o dos ¿No se supone que somos egoístas y vamos a lo nuestro? Otro clavo más en mi ataúd, otro detalle de lo que estoy cambiando, humanizándome…

¡A la mierda! ¡Se van a enterar lo que es gozar, joder!, me digo, súbitamente irritado.

Al incorporarme, noto como una ola de energía recorre todo mi cuerpo, desde los talones a los lóbulos de las orejas, llenándome de calor y un vigorizante hormigueo. Le echo un vistazo a mi pene y está como una barra de hierro, tieso como si hubiera dormido catorce horas y tuviera la vejiga a punto de explotar. Ni siquiera me pregunto a qué se debe esta reacción. Instintivamente, sé que he utilizado, de alguna forma, los dones de las mariposas pecado. Pero ahora no es el momento de pensar, sino de actuar. Le suelto un sopapo a Nao en las nalgas y ella gira la cabeza vivamente, sobresaltada.

--- ¡A ver, zorras! ¡Quiero que os pongáis tal y cómo estabais cuando llegué!

Me miran con cara de sorpresa. No me están entendiendo. Mierda. Recurro a la mímica y coloco la palma de una mis manos sobre el dorso de la otra y luego las señalo a ellas. Brini parece coger la idea al vuelo y se tumba de bruces sobre la cama, luego se palmea el trasero y le dice a su amiga que se tumbe sobre ella.

---Eso es, niñas. Vais a flipar en colores, joder… --mascullo mientras me acerco, enarbolando la polla como un ariete.

Las chicas se dan cuentan de cómo estoy y lo que pienso hacer. En susurros, se preguntan si me he tomado algo raro para ponerme verraco. Que piensen lo que quieran, yo a lo mío.

Me tumbo sobre Nao, procurando mantener el peso de mi cuerpo con mis entrenados brazos. Con una risita, la coreana sube sus nalgas para frotarlas contra el tieso pene. Tanteo un poco, moviendo la pelvis, hasta encauzar el pene en el agujero adecuado. Ni siquiera he pensado en tantear esos anos. Estoy más interesado en los entrenados coñitos. Se la cuelo de un tirón, clavándola sobre su compañera, la cual se ríe. Pero Nao no se ríe, no, señor. Creo que está pensando si mi polla ha crecido más en los últimos minutos, porque la he colmado completamente. Resopla sobre la nuca de su amiga y jadea entrecortadamente con cada una de mis embestidas.

Saco mi polla de la misma forma en que la he metido y me bajo unos centímetros, en busca de la vulva de Brini. Ahora sí tengo que apoyar mi pecho sobre los cachetes de Nao, pero ella repta sobre el cuerpo de su compañera, dejándome algo más de espacio. Brini se queja del empellón invasor que le meto, pero también noto cómo se estremece toda. Me la follo fuerte durante tres minutos y, entonces, busco de nuevo a Nao, la cual, adivinando mi intención, vuelve a colocarse en la misma posición con la que inició el juego.

Esta vez va mejor, parece. Nao echa una mano hacia atrás, aferrándome una de mis nalgas, como si pudiera controlarme con ella. Está medio girada hacia mí, pero poco puede hacer. La penetró con más fuerza y vehemencia aun, hasta hacerla pronto aullar. Brini también ha llevado una de sus manos hacia atrás pero no hacia mí, sino entre las piernas de su amiga, acariciando soezmente el clítoris de Nao. Por eso mismo está aullando, mis embestidas van unidas a la caricia clitoridiana, y eso la está matando de gusto.

Cuando vuelvo a cambiar de coño, Nao se toma la revancha y devuelve la frenética caricia a su amiga. Pronto las dos acaban soltando barbaridades en coreano, algo sobre lo zorras que son, posiblemente, pero yo sigo, erre que erre. Sus vulvas están considerablemente abiertas por el ariete que enarbolo, surgiendo visiblemente chorreando de sus interioridades. Están supurando todo el fluido que pueden metabolizar sus cuerpos y, a medida que me hundo en ellas con fuerza, se corren. Joder cómo se corren, una y otra vez, al golpear secamente sobre sus nalgas con mi pelvis. Gritan y lloriquean, abrazadas la una a la otra, dejando que sus salivas goteen sobre la piel de su compañera. Intentan besarse, murmurar lo que sienten, pero el placer crece y crece y debe surgir de sus cuerpos y mentes para dejar sitio a la siguiente ola extática. Ni siquiera piden que me detenga, demasiado atrapadas por el émbolo que las aprisiona, una encima de la otra.

Noto como una pelota de energía crece entre mis riñones e intuyo que se acerca mi propio clímax. Me convierto en un ser frenético, obcecado con su propia energía sexual, que se mueve solo con la promesa de un éxtasis mayor. Debajo de mí, primero Brini y luego Nao, vacían sus vejigas sobre el colchón en sendos largos chorros de orina que parecen hacer juego con sus gemidos cada vez más duraderos y apagados. Están exhaustas y quejumbrosas cuando me corro sobre sus cuerpos, emitiendo varios regueros de un semen níveo y grumoso que nunca antes había surgido de mí. Están tan cansadas y abrumadas que ni siquiera se dan cuenta de ello.

Terminado ese inhumano impulso, me levanto de la cama, dejándolas adormecidas, y enciento un pitillo. Contemplo a las chicas a placer mientras fumo, impregnadas de crema vital parecida a nata, amorosamente abrazadas y con sus rostros congestionados. Nao-Ge entreabre los ojos para mirarme un segundo y luego los cierra, pero sonríe.

Entro en el cuarto de baño y salgo con una suave esponja mojada, con la que lavo sus cuerpos mientras canturreo “I’m alive” de Uriah Heep entre dientes.

CONTINUARÁ...