Detective 666 (12)

Trabajo policíaco.

TRABAJO POLICÍACO.

Mi compañera no cesa de chincharme para que le cuente todo lo que ha pasado en mi visita al Pequeño Consulado. Apenas son las nueve de la mañana y el día vuelve a ser gris. El cielo plomizo amenaza con abrirse y ahogarnos a todos. Lo de la lluvia es algo que aun me sorprende, agua que cae del cielo…

Me sirvo una generosa taza de café aguado de la cafetera del office de Homicidios. Creo que soy el único de la comisaría que le gusta de verdad este mejunje. Ventajas de mi naturaleza infernal, diría yo. Jolie me sigue a todas partes, impaciente por saber qué he averiguado. Finalmente, me llevo la taza y a mi compañera a la azotea, dónde solemos subir casi todos los que fumamos en la comisaría. Jolie arruga la nariz con una mueca de asco cuando me ve encender un cigarrillo pero se aguanta.

---Tengo un nombre, compañera.

--- ¡Vaya! Parece que has tenido suerte –sonríe, apartándose un poco del humo del tabaco.

---Bueno, me costó convencer a la madame pero, finalmente, decidió confiar en mí –generalizo.

Por supuesto que no voy a decirle que me la estuve follando buena parte de la noche, hasta dejarla dormida en su cama como una bendita. Hay cosas que un caballero no cuenta y menos si no me reporta beneficio alguno. ¿Cómo que por qué? ¡Coño, Jolie es una torti y no la voy a poner caliente contándole escenas de cama con una madurita! ¡Hay que ser tonto para preguntar algo así, hombre!

---Me ha hablado de un importador japonés llamado Massui Odonjawa, quien le suele encargar ciertas reuniones festivas de negocios. En estas, el señor Odonjawa utiliza un aromático y penetrante incienso que tiene cierta particularidad en sus socios o clientes, e incluso entre las chicas del burdel –le digo a mi compañera, mirándola fijamente, entre buche y calada.

--- ¿Qué hace ese incienso?

--- Al parecer el incienso mermu, como lo llamó, alana el camino. Las putas acatan cualquier capricho y disfrutan realmente de sus clientes, y los hombres de negocios se ven impulsados a aceptar las condiciones del señor Odonjawa.

--- ¿Un gas hipnotizante?

---Más bien, un conjuro. Una especie de destilado de zumo de kitsune, diría yo –no me puedo resistir a la broma.

Jolie parpadea, mirándome. A pesar de ser una mujer escéptica, sabe perfectamente que la magia y el esoterismo existen y que se mueven entre las sombras del mundo. Acepta el hecho y cavila sobre la información.

--- ¿Es Odonjawa quien mata y hace la hechicería? –termina preguntando.

--- Eso aún no lo sé, pero, sea como sea, parece dar las órdenes. Habrá que vigilarle un poco más para verificar la información y encajarla en nuestras sospechas.

---Sí, tienes razón pero no podemos solicitar una orden de vigilancia con lo poco que tenemos. Ningún juez nos creería –me dice, agitando sus finos dedos en el aire.

--- ¿Quién ha dicho nada de una orden? Primero hay que averiguar más cosas de ese tipo. Al menos, vive aquí, en la ciudad, en donde tenemos jurisdicción y podemos vigilarlo sin tener que pedir nada a un juez, ¿verdad?

--- ¿Sin decírselo a nadie más? –me mira, los puños en sus caderas, los brazos en jarra.

---Solo tú y yo… nos turnaremos. Mientras uno trabaja en la comisaría y cubre a su compañero, el otro vigilará al empresario y sus afines hasta hacernos una idea aproximada de sus asuntos.

--- O quién es el culpable de asesinar y recolectar trocitos de cuerpo –puntualiza Jolie.

--- ¿Te parece bien? –me asombro de lo fácilmente que ha aceptado.

---No me gusta hacer esto sin autorización pero aún me gusta menos estas cosas de brujería.

---Sólo vigilaremos, te lo prometo; sólo hasta saber qué se cuece –le dijo, empujándola suavemente hacia la puerta de la terraza. Arrojo el culo de café que queda en la taza por encima del murete, exclamando: -- ¡BOMBA VA!

--- ¡¡Jack!! –me regaña y me río.


Una rápida búsqueda en Internet de Jolie nos presenta a nuestro sospechoso, al menos lo que se cuenta sobre él en sociedad.

Massui Odonjawa, nacido en Himeji, Japón, consiguió la nacionalidad estadounidense hace cinco años. Sin antecedentes policiales ni información alguna sobre actividad ilegal. Tiene cuarenta y dos años y posee cierta fama como inversor en los círculos financieros, tanto americanos como japoneses. Está casado y tiene dos hijos pequeños. El único dato relevante es la dirección de su residencia, situada en un barrio rico de West End, en los suburbios de la ciudad.

Decidimos echar un vistazo al barrio para ver el lugar donde vive. Muchas veces, el estilo de vida de un sospechoso puede dar pistas, o eso pensaba Jack al menos. West End es un pequeño mundo de casas unifamiliares con valla blanca y jardín, algunas más ostentosas y otras sacadas de cualquier cliché americano. Aquí vive parte de la burguesía de la ciudad, esa burguesía que no es millonaria pero que vive como un reyezuelo.

Nuestro sujeto mora justo frente al bonito parque Fleur de Lis, detrás de la Iglesia Unitaria Universalista. Procuramos no desentonar en el barrio. Menos mal que el coche que tenemos asignado está recién pintado. La casa es grande para tres personas aunque no llega a ser ninguna mansión, pero Jolie me hace ver ciertos detalles que revelan bastante dinero invertido, tanto en el esmerado cuidado del hermoso jardín como en el sofisticado sistema de seguridad que se puede adivinar desde fuera.

Nos pasamos toda la mañana en aquella parte de la ciudad, incluso recorremos a pie todo el barrio, cogidos de la mano para despistar a los vecinos. Comemos una buena mariscada en Brisbi’s Lakefront, una marisquería situada al lado del embarcadero deportivo del final de West End y, a punto de marcharnos, vemos llegar a Odonjawa a casa, seguramente terminada su jornada laboral. Se baja de la parte trasera de un caro Mitsubishi S.U.V. con los cristales oscuros que se detiene ante la alta valla. Se despide del conductor con un gesto y entra en casa. El vehículo de grandes dimensiones se marcha inmediatamente.

--- ¿Chofer? –inquiere Jolie, mirándome.

---Posiblemente escolta. Parece que nuestro hombre no conduce. A saber si tiene una empresa contratada o…

---O ese escolta es algo más... personal. Le he visto la cara, también es asiático –acaba la frase mi compañera.

---Es demasiado pronto para hacer una valoración –mascullo. ---Vámonos, compañera. Hay que dar señales de vida en comisaría.

Ella se ríe.

De vuelta en la comisaría, un agente nos pasa un anexo al informe de la autopsia de otro caso más antiguo, el de Arthur Ledoux, un conocido gestor inmobiliario de la ciudad que, la semana pasada, acabó asesinado de dos disparos, en una de las propiedades que administraba. Por lo visto, los análisis de la oficina del forense han extraído ADN no vinculante en el cuerpo de la víctima, concretamente en su pene.

---Parece que alguien se la chupó antes de que le mataran –le digo a Jolie tras echarle un ojo al informe.

---Vaya… ¿el asesino?

---Puede. El ADN es de mujer y está en la base de datos.

---A ver… Marie Josephine Fablas –murmura Jolie tras quitarme el informe de las manos y teclea el nombre de la sospechosa en su consola. ---Sí, está fichada por prostitución. Aquí dice que trabaja para Belinda Paulson.

Belinda Paulson es una empresaria bien conocida en la ciudad, una señora de la vieja escuela que se dedica, junto con sus hijos, a locales de espectáculo sexual. Posee varios clubes de strip tease en Nueva Orleans y otros pocos en Baton Rouge.

--- Puede que esta sea la excusa perfecta para visitar ese nuevo club de chicas que abrieron el mes pasado… ese que está dando tanto que hablar –me dice Jolie con una sonrisa sardónica pintada en su boca.

--- ¿El “Tierra Maya”?

---Ajá.

Me encojo de hombros y ella me golpea amistosamente el hombro. La verdad es que yo también tengo ganas de conocer ese antro. Por lo que he escuchado es cosa fina, con buen gusto y chicas de primera. El local en cuestión se encuentra en el Faubourg Livaudais, cercano al cementerio St. Joseph. Nos cuesta algo más de una hora llegar a destino. Claro está que antes hemos hecho una parada en un Beau Vis a comprar café y buñuelos.

El club aún no está abierto. Es uno de esos locales que trabaja a la vieja usanza –nada de abrir veinticuatro horas, solo trabajan a la clientela nocturna –y eso me acaba gustando. Jack no era partidario de tener a las chicas todo el día aferradas a sus barras. Tampoco tenía buena opinión de los tipos que vagueaban de día dentro de un club de strip tease. Los comparaba con vampiros que estuvieran ocultándose del sol que caía fuera. Yo no tengo opinión propia, así que he adoptado la suya.

Un par de preguntas al encargado de barra, al cual nos encontramos en la puerta del almacén, nos hace saber que la chica que buscamos trabaja allí pero que no llegará hasta que anochezca. Para matar el tiempo, entramos en un cercano bar español de tapas. Entre caña y caña de cerveza y tapa de tortilla de papas y ensaladilla rusa, intento sonsacar a Jolie.

---Entonces… ¿Dayane y tú habéis… salido?

Jolie me mira con un ojo –el otro lo ha entrecerrado –y suspira.

---Hemos merendado juntas en un sitio muy coqueto al que me llevó y charlado un buen rato –reconoce. –Hemos quedado para ir al cine…

---Así que no es un “aquí te pillo, aquí te mato”, sino algo más… romántico –le suelto, con cierto tono de sorna.

--- ¿Te arriesgarías tú a defraudar a una bruja? –bromea.

---Bueno, visto así… hay que ir pasito a pasito –cabeceo.

---Pero tienes razón. Siento que esto es diferente a los otros asuntos que he tenido. Dayane es una chica seria y no muy experta en el tema. No quiero herirla…

---Bien por ti. Estimo a esas mujeres…

Jolie asiente y acaba su trozo de tortilla de un bocado.

--- ¿Y tú? ¿Qué hay de tu vida amorosa? –me pregunta a bocajarro mientras alza una mano para llamar el camarero.

--- ¿Yo? Bueno, no hay nada serio desde que Benny y yo nos separamos. Hago mis pinitos –sonrío mentalmente al pensar en Jipper y en la opulenta Eliane Corrinson –pero no quiero ningún compromiso por el momento.

El camarero se lleva los vasos vacíos y trae otros llenos de cerveza rubia. Otros dos pinchos, esta vez de calamares con alioli, acaban delante de nosotros. Consigo que mi compañera me hable de su familia, de su adolescencia, y acaba sincerándose sobre su sexualidad.

---Siempre fui consciente de que me gustaban las mujeres, incluso siendo niña –me confiesa, bajando la voz. –Los chicos solo me servían para obligarme a superarme, sobre todo en algunos deportes o actividades. Constituían un reto para mí pues marcaban unos límites que yo debía traspasar. No sé de dónde me viene ese impulso pero aún me sigue motivando. Mis padres son buena gente que se han mantenido siempre objetivos sobre mis gustos y mis deseos. No son demasiado creyentes ni tienen prejuicios notables, así que no pusieron el grito en el cielo cuando me atreví a ir al baile de fin de curso con una chica.

---Fuiste muy valiente –la alabo, impresionado por decidir salir del armario siendo tan joven.

---La verdad es que me costó un poco entrar en el engalanado gimnasio del colegio y ponerme a bailar con Isabelle, que era la lesbiana reconocida del instituto. Sentía los ojos de todos los presentes clavados en mí, las oxidadas ruedas de la moral girando para emitir un juicio que acabaría marcándome. Pero Isabelle ya había pasado por todo eso. Atrapó con una mano mi barbilla y me obligó a mirarla. “Déjalos que nos miren. Ellos no me van a llevar a la cama esta noche… lo vas a hacer tú”, me dijo y eso me liberó de toda presión.

---La verdad es que es un buen incentivo.

---A partir de aquel día, he procurado dejar siempre las cosas claras. Soy lesbiana y policía. Puedo ser tan buena como cualquier hombre en lo que sea.

--- ¡Incluso follando!

--- ¡Jodido capullo! –amaga un puñetazo pero sonríe.

Cuando salimos del bar, ya ha oscurecido. Nos dirigimos hacia el “Tierra Maya”, que se encuentra a un par de manzanas. El neón de la entrada dibuja una estilizada serpiente emplumada que contornea el quicio de la puerta, destellando en varios colores. Dos tipos musculosos pero vestidos correctamente nos saludan de forma cortes cuando entramos. Ni siquiera miran a Jolie, como si estuviesen acostumbrados que allí entraran también parejas o mujeres.

El interior es amplio y hexagonal, con varias plataformas repartidas en estudiadas alturas sobre las que se contonean lánguidamente las bailarinas. Hay un par de jaulas hechas con madera y lo que parecen gruesas cañas de bambú como barrotes que cuelgan del entramado de luces. El verdadero techo es una cúpula a más de doce metros de altura y apenas lo distingo con la mirada. Lo que sí puedo ver son las galerías interiores del piso superior que se asoman a la sala principal. Hay mucha planta de plástico difuminando las luces y falsa piedra gris recubriendo paredes y mamparas. No está mal, me digo. Además, las chicas van vestidas de seudo indias, con muchos collares y abalorios encima.

--- ¿No te hace querer ser un poco Hernán Cortes? –le pregunto a Jolie, inclinándome sobre su oído.

--- ¿Te refieres a tantas indias buenorras? –bromea ella, abarcando las plataformas con un ademán.

---Ya te digo.

---No veo por aquí a nuestra sospechosa. Vayamos tras las bambalinas. Creo que por allí están los camerinos –termina mi compañera con el cachondeo, echando a andar.

No hay muchos clientes en el club a estas horas, aunque esos sempiternos hombres maduros que ya están repartidos por el local, con sus rostros lujuriosos medio desencajados, parecen morar dentro de esas paredes. Casi podría apostar que entran sin estar las puertas aun abiertas. Presentamos nuestras placas al gorila que controla el “ backstage ” y nos indica el camino hasta los camerinos de las chicas. Preguntamos a unas cuantas chicas que están pintándose como una puerta ante sus espejos, pero Marie Josephine no ha llegado aun y ya debería haberlo hecho.

--- ¡Mierda! –exclamo, atrayendo la atención de Jolie. -- ¡Tengo un mal pálpito!

--- ¿Sobre qué?

---Sobre esa chica. Nos pasan la evidencia que la relaciona con la víctima poco antes de enviarle al otro barrio y ahora no aparece. ¿A qué te suena eso?

---A huida pero… --Jolie parpadea, confusa. –Es imposible que sepa…

Deja la frase en suspenso y retrocede de nuevo hasta el camerino, ya que nos encontramos en el estrecho pasillo, cerca de una puerta de emergencia entreabierta que da al callejón trasero. Después de unos minutos, mi compañera regresa.

---Las strippers dicen que anoche mismo estuvo trabajando y que quedaron con ella como siempre –me cuenta. –No hay indicios que supiera que la buscamos.

--- ¿Has averiguado dónde vive?

--- ¡Claro! ¿Por quién me tomas?

---Solo me aseguro que no te has despistado ahí adentro. Ya sabes, con tantos bomboncitos…

Esta vez no amaga el golpe y la puntera de su bota me golpea fuerte en la espinilla, cambiando el color de mi cara.

---Vale, vale –mascullo, saltando a la pata coja.

---La esperaremos media hora más y después iremos a su casa.

Me salgo al callejón, sacando el móvil del bolsillo. La música del club se atenúa bastante allí.

--- ¿Cuál es la dirección? –le pido a Jolie mientras marco el número de la central.

---En el Lower Ninth, el 342 de la calle Gordon.

Pido a la operadora que envíe una patrulla con la orden de arrestar a Marie Josephine Fablas, pero que no la lleven a comisaría sino que nos esperen allí. Guardo el teléfono y echo mano a la cajetilla de cigarrillos. Enciendo un palito de cáncer bajo la atenta mirada de mi compañera. Espero su recriminación pero no llega. Parece que se lo ha pensado mejor.

En ese momento, el grave ronroneo de un motor de dos tiempos acalla lo que pensaba decir. La potente luz de unos faros barren el callejón y una moto de gran cilindrada entra despacio hasta detenerse a nuestra altura, separándonos físicamente a mi compañera y a mí. El casco cerrado no deja ver de quién se trata, pero la figura aún inclinada sobre la máquina pone un pie en el suelo y revela que su pantalón de baja cintura está taaaan baja que deja asomar buena parte de su tanga y sus apretadas nalgas. Es una chica y, por lo que puedo ver, menuda chica. Yergue su cuerpo al levantar los brazos y sacarse el casco. Una cascada de largo cabello, ensombrecido por la escasa luz del callejón, se vierte sobre sus hombros y espalda.

---Buena máquina –musito lo suficientemente alto para que me escuche.

Me mira y me sonríe. He podido captar el brillo de sus blancos dientes pero poco más. Camina hacia la puerta de emergencia, llevando el casco bajo el brazo. Allí se detiene, exponiéndose bajo la luz del rótulo. Me siento tentado de silbar mi admiración pero consigo mantenerme impávido. Ya había notado que era alta –al menos el metro setenta y cinco –y curvilínea, gracias a esos jeans apretados que ha debido calzarse seguramente con vaselina, de tan apretados que están. Pero ahora, he vislumbrado su rostro y si el cuerpo rozaba los estándares de la perfección, sus rasgos no se quedan atrás ni mucho menos.

Aún sigo sin estar seguro del tono de su cabello pero es castaño oscuro, al menos. Posee unas facciones exóticas, de pómulos afilados y mandíbula agresiva, quizás demasiado agresiva, pero le da carácter. No he podido distinguir el color de sus grandes ojos pero apostaría que son marrones claros como la miel. La nariz, fina en su nacimiento, se ensancha algo en su recorrido para terminar en unas dilatadas fosas nasales, poniendo de manifiesto su sangre nativa. Pero lo que más me impacta son sus labios, gruesos, mórbidos, abrumadores y pintados de rosa chicle. ¡Joder! ¡Tengo que conocerla!

Inconscientemente, echo a andar detrás de ella cuando desaparece en el interior del club, pero la mano de Jolie me detiene.

--- ¡Quieto, semental! Ahora no es momento para serenatas.

---P-pero… ¿t-tú has visto eso?

---Vaya que si la he visto. La tengo grabada en las retinas, compañero –se ríe Jolie. –Pero tenemos trabajo.

--- ¡Vale! ¡Vamos a empapelar a la sospechosa cuanto antes, que tengo que regresar para conocer a esa bailarina! Porque será una bailarina, ¿no?

---Vete tú a saber –masculla Jolie echando a andar hacia la avenida. –Quizás era una diosa escapada del Olimpo…

Pero cuando tienes la negra, es que la tienes para todo, macho.

Cuando llegamos al Lower Ninth, no solo hay una patrulla esperando sino tres, y, encima, el furgón de la oficina forense. Las luces intermitentes de las sirenas policiales se reflejan en los ansiosos rostros de los vecinos apostados tras el cordón amarillo desplegado. Un veterano patrullero nos pone al corriente del asunto: la patrulla encontró a nuestra sospechosa ahorcada de un perchero de hierro fijado a la pared. El apartamento está en el cuarto piso de un inmueble con evidentes señales de necesitar una rehabilitación urgente, como la mayoría de edificios del barrio. El Lower Ninth Ward salió muy deteriorado cuando el Katrina y la mayoría de sus moradores no podían costearse otros arreglos más que achicar el agua y recomponer sus enseres.

El equipo técnico aún está liado con el escenario así que pedimos más detalles al patrullero Jenkins que está a cargo de los demás policías por veteranía. Nos explica que la puerta estaba abierta y entornada, por lo que los agentes entraron sin problemas; que la difunta tenía las manos libres y sin marcas visibles y que no había señales de lucha. Todo hace suponer que ha sido un acto de suicidio, pero no quiere emitir un dictamen sin ver por mí mismo la escena.

Una hora más tarde, el equipo forense nos permite el paso. Jolie examina la cerradura al subir al apartamento, aun a sabiendas que los técnicos ya lo han hecho.

---No ha sido forzada –me comenta al ponerse erecta.

---Ya.

Contemplar el cadáver me hace pensar en la fuerza de voluntad. Marie Josephine era una chica bonita pero no ha quedado mucho de eso bajo el rostro amoratado y la boca desencajada, que deja asomar una lengua hinchada y oscura. La percha es de sólido hierro remachado –una antigualla –, capaz de resistir su peso y el de otra persona más, por lo menos. Sin embargo, las puntas de los dedos de los pies de la difunta rozan la solería. Pudo haber sostenido su peso quedando de puntillas si hubiera querido, de ahí lo de la fuerza de voluntad.

Hay que mantener una férrea decisión para ahorcarte en estas condiciones, ya que tú mismo eres el que cortas el paso del aire por la garganta. El instinto de supervivencia te chilla a pleno pulmón para que vuelvas a sostenerte sobre la puntera de los pies.

Anoué Tessibi es la “ chief ” de los forenses. Es una mujer madura de origen senegalés, casada literalmente con su profesión, ya que su esposo es también forense. Es una mujer corpulenta de piel oscura y perfecta, con unos brillantes y deliciosos mofletes que te dan ganas de pellizcar a pesar de estar hablando de muertos y autopsias con ella.

--- ¿Tiene una opinión preliminar, doctora Tessibi? –pregunta mi compañera mientras yo aun repaso el cuerpo de la muerta.

---No estaré segura hasta que no termine la autopsia y tenga los resultados toxicológicos, pero apostaría el culo de mi esposo a que la asesinaron. No hay ninguna evidencia de resistencia en última instancia. Sus manos no subieron a aflojar el cordel que tiene alrededor del cuello; las uñas de los dedos de los pies no están lastimadas o partidas, como si ni siquiera hubiera pataleado. Luego están esas manchas cárdenas sobre las mejillas y bajo los ojos.

--- ¿Si? --la animo a seguir.

---Puede ser síntoma de un shock anafiláctico… alguna alergia severa a un alimento, un medicamento… por eso hay que hacer las pruebas toxicológicas. Podría ser que ya estuviera desvanecida o medio muerta cuando la colgaron de la percha.

---Vaya –Jolie exhala la palabra junto con el aire que retiene.

---Bueno, habrá que registrar esto más a fondo. ¡Jenkins! –reclamo la presencia del patrullero, que está tomando declaración a unos vecinos en el pasillo. –Compruebe si hay cámaras…

--- ¿Cámaras? ¿Aquí? –me mira como si se me hubiera ido la olla.

---O en la calle. Quiero saber si los que han entrado en este edificio han sido grabados. Creo que he visto un cajero al otro lado de la calle.

---Me pongo a ello –contesta el agente, guardando el bloc y echando a andar.

Como es de suponer, ha pasado de la medianoche cuando hemos terminado con el registro del apartamento y las diligencias oportunas que nuestro trabajo requiere. Por un momento, me tienta volver al Tierra Maya para conocer mejor a la bailarina motera, pero una parte responsable en mí –que no creía poseer –me convence de irme a casa y descansar. Mañana tenemos que seguir la vigilancia de Odonjawa.


Llevamos cuatro días turnándonos para controlar los movimientos de Odonjawa pero no hemos sacado nada en claro todavía. El tipo parece un ejecutivo responsable que trabaja en una empresa de capital mixto, estadounidense y japonés, que se dedica a desarrollo energético e importación. Siempre viaja en un coche con conductor, propiedad de la empresa, y Jolie ha averiguado que todos los altos directivos de la corporación en cuestión disfrutan de tales privilegios. Así que no hay nada sospechoso por el momento.

En cuanto al caso Ledoux, la Dra. Tessibi nos ha pasado los resultados de las pruebas toxicológicas. Como había sospechado, Marie Josephine iba hasta arriba de escopolamina. Estaba tan ida que podrían haberle sacado las tripas sin que se enterase y, para reforzar la situación, había sufrido una reacción alérgica severa a este fármaco que le habría hecho perder el conocimiento. Habría muerto de todas formas, asfixiada por el cordón o por el colapso de su sistema respiratorio. De ahí, claro, que no se defendiera ni que fuese capaz de ponerse de puntillas para aligerar la presión del ahorcamiento.

La cámara del cajero grabó una serie de personas entrando y saliendo. Todas han sido identificadas como residentes en el edificio, salvo un hombre y una mujer, que llegaron en el espacio de tiempo adecuado para el crimen. Sin embargo, ocultaban sus rostros a consciencia, por lo que tenemos unos jodidos bultos que caminan y poco más. Me da en la nariz que el asesino “ha recortado flecos” como solemos decir en la jerga policiaca, o sea que se ha cargado a un posible testigo. Pero… ¿por qué no lo ha hecho antes? Ha esperado casi una semana para ir a por la stripper. ¿Alguien le ha soplado lo del ADN que se ha encontrado en el pito del muerto? Porque esa es la explicación más simple.

Joder, lo que nos faltaba. Otro topo en este departamento.

Sin embargo, carecemos de lo más importante, el dato que podría aclarar el crimen: el móvil. Ledoux era un agente de bienes inmuebles, un jodido vendedor de casas. De acuerdo, son casas caras y tiene una clientela de lo más saneado, pero eso no hace que te maten, ¿o sí? ¿Deudas? ¿Blanqueo de dinero? ¿Contactos mafiosos? Todo es posible. Habrá que desglosar toda su contabilidad y la de la empresa. Bufff, menudo trabajo para el contable forense de la comisaría.

Ahí estoy, dándole vueltas a la perola, abrumado por las hipótesis que se me ocurren, sentado a mi escritorio y girando lentamente el sillón sobre si mismo. Una bola de papel me golpea en el hombro. Levanto la cabeza y Jolie me hace una seña para que la siga. Me conduce directamente hacia el despacho del comisario Luang, sin explicarme una mierda.

El comisario es un sujeto realmente flemático. Rondará la cincuentena y es un coreano americano de segunda generación. De complexión media, cabello meticulosamente recortado, engominado y tintado de oscuro, y, por supuesto, traje caro y elegante. Todo eso no quita que sus rasgados ojos parezcan tener detectores de todo tipo. Nos indica los asientos delante de su gran escritorio, sin ni siquiera levantar la mirada.

---Usted dirá, comisario –se me adelanta Jolie cuando iba a abrir la boca.

---No es una misión oficial, detectives, pero me gustaría que tomaran parte en ella –nos dice el comisario, levantando los ojos de los papeles que tiene delante.

--- ¿Nos pagaran las horas? –pregunto mordaz.

---Por supuesto y puede que haya créditos para un ascenso –su tranquila mirada se detiene en mí. –La fiscalía tiene un testigo que puede relacionar a Dikran Moushian, el capo armenio, con el tráficos de personas. Se trata de proteger a ese testigo hasta la vista previa que será la semana que viene.

Suelto un silbido. Eso es un tema de primera división. Dikran Moushian es un criminal salvaje y bastante poderoso. De hecho, es una puta espina clavada en el culo del alcalde y de todo el departamento de aduanas. Es listo y escurridizo y si hay alguien que va a testificar contra él, tiene que tener un par de pelotas porque puede significar su muerte.

--- ¿Qué pasa con los Marshalls? ¿No es su trabajo? –pregunta Jolie.

---El testigo no es estadounidense, así que no tienen competencia. Debería ser el FBI el que se ocupara de un tema así, pero entonces perderíamos la competencia en el caso. Ni el alcalde ni la fiscalía quieren que eso suceda. Así que aquí estamos –nos explica el comisario, sin destrabar los dedos cruzados que mantienen sus manos unidas sobre la mesa.

Me toma por sorpresa al ponerse de pie. No es un movimiento habitual en él y eso me hacer ver lo incómodo que se siente al plantearnos esta misión.

---He leído vuestras fichas. Sé que ambos os habéis enfrentando antes a situaciones extremas y habéis salido con bien. Tenéis experiencia y sois resolutivos. Por eso mismo, os he elegido para este asunto. Ahora bien, es algo totalmente voluntario, no os lo tendré en cuenta ni lo rechazáis –dice, rodeando el escritorio y sentándose en la esquina de la mesa, pegado a mi butacón. –Tendréis en todo momento una pareja de agentes de paisano como apoyo, a vuestras órdenes, así como mantendré un coche patrulla en movimiento, orbitando cuatro manzanas en torno al piso franco. La centralita estará avisada de enviar efectivos solo con una palabra clave.

---Parece que la cosa está seria –mascullo.

---Son buenas medidas, comisario –comenta Jolie, asintiendo. Me mira y sabe que lo vamos a hacer. –Está bien, ¿quién es el testigo?

El comisario vuelve a sentarse en su sillón y abre un cajón, del que extrae una carpeta.

---Se llama Nadiuska Lena Komasheski, es ciudadana búlgara y estudiante de doctorado en Farmacología. Ha sido traída a este país con engaños y amenazas. Una redada de Aduanas en Biloxi, hace dos meses, la liberó de su esclavitud. La obligaban a prostituirse. Enseguida dejó constancia que no era una chica simplona y desamparada, y que estaba dispuesta a declarar. Claro que es una víctima y el sistema no podía meterla en una prisión, por muy de mínima seguridad que fuera. La han tenido en un cuartel de la Guardia Nacional, durmiendo en el barracón de mujeres.

---Vaya mierda –murmura Jolie. –Y ahora tiene que declarar y hay que traerla, ¿no?

---Exactamente. La vista previa será dentro de unos días y, después de eso, Komasheski tendrá protección estatal y federal, así que les tocará a otros la pelota.

La carpeta llega a mis manos. La fotografía de Komasheski muestra a una chica de veintitantos años, de facciones eslavas y ojos azules, así como una corta cabellera rubia. Es atractiva, me digo. Debe de ser una putada que te arranquen de tu tierra natal, súbitamente, y te lleven a un lugar en el que apenas conoce el idioma y las costumbres, y encima te obliguen a abrirte de piernas. Espera… ¿estoy hablando de Nadiuska Komasheski o… de mí? Bueno, debo reconocer que, en mi caso, me siento cada vez más contento de haber salido del puto infierno.

Durante casi una hora más, perfilamos detalles de la operación, elegimos nuestros apoyos y, además, comento la posible filtración del departamento en el caso Ledoux. Es muy pronto para hablar de topo, pero sí puede haber lenguas sueltas. El caso es que eso frena al comisario para enviar órdenes y solicitudes de traslado. Acaba escribiendo una carta con la que podemos sacar a Komasheski del cuartel de la Guardia Nacional y trasladarla nosotros mismos, sin que nadie más lo sepa. Mejor así.

Observo a Jolie mirar el reloj de su muñeca en un par de ocasiones. Al salir del despacho, le pregunto:

--- ¿Tienes prisa?

---Bueno, he quedado con Dayanne para ir al cine. Creo que lo comenté hace unos días.

---Sí, sí, ¿es hoy?

---Me llamó anoche para que escogiera programa –me contesta, con una suave sonrisa. –Me queda un par de horas para llegar a casa, ducharme y cambiarme…

--- ¡Pues tira, tonta! ¿Qué haces aún aquí?

Se despide con una sonrisa más amplia y subiendo dos dedos a su frente en una parodia de saludo militar. De verdad que me alegro por ella, aunque me joda no haber podido meter mano a la bruja. Yo también decido marcharme a casa, ya que son más de las cinco. Mañana nos espera un día complicado. De camino al muelle, me detengo en una pizzería de confianza y me llevo una cazuela de raviolis rellenos de espinacas en salsa de queso con gambas, para calentar en casa.

La casa barco me gusta cada día más. Me encanta la intimidad que me da el río y la soledad de mi hogar. El sitio es ideal, apartado pero, a la misma vez, cercano al bullicio del Barrio Francés. Nada más llegar, me voy directo a la ducha y luego, desnudo, me dedico a calentar los raviolis en un cazo. Me encanta estar desnudo en casa, sin preocuparme de si me ve alguien o no. El gran ventanal que cubre todo un lateral del salón mira hacia el centro del río. Si alguien consigue verme desde allí, peor para él, ¿no?

Me siento en el sofá y pongo La Bohème de Puccini a medio volumen. He descubierto que me encanta la ópera. Esa modulación de las gargantas humanas me produce vibraciones placenteras en todo mi organismo. Lo he comprobado y solo ocurre con ese tipo de música y canto. ¿Qué? No me miren así, no tengo ni pajolera idea de por qué sucede.

Así que devoro los raviolis escuchando “ Quando men vo ”, el vals de Musetta en el Acto II. Al terminar, enciendo un cigarrillo y contemplo como mi pene crece gracias a las vibraciones musicales. ¡Que maravilla! A pesar de haber comido, no estoy saciado. Me digo que hace cuatro días que no he tomado ninguna mariposa pecado. Me repito que mañana es un día en el que mostrarse preparado para cualquier cosa, así que me dirijo a la sala de proa, mi estudio privado. Abro la caja fuerte y saco el bote grande de cristal en el cual revolotean media docena de mariposas. Se muestran activas al darles la luz y se entrecruzan las unas con las otras, aleteando. No importa que el bote no tenga aire en su interior, las chiquitinas no necesitan respirar. Abro la tapa y atrapo una fácilmente. Me la llevo a la boca y, mientras la mastico, pienso que mejor sería tomar otra, por si acaso.

Plenamente satisfecho, andando descalzo y desnudo sobre el suelo de madera, regreso al salón, en el que se alzan las notas del aria de Mimi del tercer Acto. Me desmadejo en el amplio sofá y me dejo mecer por la música y la claridad de soprano de la cantante. Aún estoy moviendo una mano al compás cuando me doy cuenta que ya no me encuentro en mi barco. Parpadeo y me aferro a los duros brazos del sillón en el que he aparecido. Todo está a oscuras alrededor mía hasta que un fogonazo, frente a mis ojos, me indica que estoy en una sala de cine.

Por un momento, creo que se ha vuelto a repetir el Arrebato, que esa fuerza divina ha vuelto a secuestrarme, pero puedo moverme y mi cuerpo me indica que no siento ninguna de las nauseas y malestares que experimenté en esa ocasión. Me incorporo furioso, tanto que mi codo derecho se hunde en el costado de la persona que se encuentra sentada a mi lado. Me disculpo inconscientemente, pensando, al mismo tiempo, si mi vecino ha visto en la penumbra que estoy desnudo. Pero el tipo, un hombre de madura edad, sigue comiendo palomitas sin mostrar ninguna afección por su parte. Alargo suavemente mi mano y no puedo tocarle; mis dedos atraviesan su cuerpo como su fuese humo y no puedo sentirle ni ejercer presión sobre él.

El concepto comienza a abrirse camino en mi mente. Se trata de otro don de las mariposas pecado. ¿Intangibilidad? ¿Bilocación? ¿Visión remota? ¿Quién sabe? El caso es que estoy en otro sitio y parece que no me ven ni me notan. Pero, ¿por qué un cine? Me pongo en pie y mi visión nocturna se intensifica para profundizar en las filas. Cuando miro hacia atrás, comprendo el motivo de aparecer en esa sala. En una de las filas de la retaguardia, Jolie y Dayanne comparten un gran cubo de palomitas azucaradas. Los hombros que están juntos se tocan íntimamente, con esa confianza que da congeniar. ¿Eso significa que, inconscientemente, estaba pensando en ellas y por eso he saltado hasta aquí?

Me muevo, comprobando que puedo atravesar cuerpos orgánicos pero no objetos inanimados. Tengo que saltar sobre los asientos para pasar de fila, pero me sirve para garantizar que nadie me ve, ni siquiera poniéndole la polla ante los ojos. Bien. Me sitúo en el asiento delante de la parejita, arrodillado sobre el fondo esponjoso del sillón, las manos cruzadas sobre el respaldo. Apoyo la barbilla sobre ellas y me quedo así, observándolas de cerca, como si fuese el sueño de un puto mirón. Bueno, siempre digo que cualquier cosa es mejor que la porquería que ponen en la tele, ¿no creéis?

Las dos chicas se han puesto guapas, como hay que hacer en una cita. Jolie lleva una camisa sedosa de tono ocre y una falda… ¿una falda? ¿Jolie con falda? Pues sí… nunca la había visto lucir una antes; lo que hace el amor, joder. Bueno, lleva una falda entubada por encima de la rodilla y unos zapatos de plataforma. Dayanne ha optado por uno de sus vestidos de diseño tribal pero con una enorme abertura lateral porque puedo ver todo un muslo al aire libre. Lleva su gran cabellera rizada recogida en una cola, seguramente para no molestar al espectador de atrás –las mujeres piensan en esas cosas, que sí –con su redondo peinado afro.

---Nunca creí que elegirías esta película –le susurra Dayanne casi al oído.

--- ¿Por qué? ¿Es que crees que no tengo sensibilidad o que escogería algún thriller? –responde mi compañera.

---No, por supuesto, pero sí creía que no te gustarían los dramas ingleses victorianos.

Me giro para mirar la pantalla. Yo tampoco habría apostado a esa carta, seguro. Una dama inglesa llena de floripondios y telas aparece paseando bajo una de esas ridículas sombrillas tan pequeñas que no sirven para nada. Un caballero elegante camina a su lado, las manos a la espalda, luciendo un frondoso bigote que se une a sus patillas.

---Y no me gustan –musita Jolie.

---Entonces, ¿qué hacemos aquí? ¡A mí tampoco me gustan!

---Sssshhh… más bajo, chica. Mira… si tengo algún defecto es que no suele desaprovechar nada. Apuro las sobras de comida, no tira nunca el pan duro, aprovecho cada bala de la caja de munición y… si tengo que gastarme veinte dólares en el cine para meterte mano, cariño… no quiero encima perderme una película que me guste.

Dayanne está a punto de escupir parte del refresco que sorbe en ese momento. Tose un par de veces y, entonces, se pone a reír en silenciosas carcajadas que hacen florecer unas lágrimas. Jolie la imita y ambas se retuercen sobre sus asientos como mudas epilépticas hasta que la crisis pasa.

---Acabas de ganarte un beso, Jolie –susurra Dayanne, inclinándose sobre ella y besándola muy despacio en la boca.

---Mmmm… delicioso. Sabes a caramelo.

---Estamos comiendo palomitas al caramelo, tonta –se ríe la bruja.

---Más…

--- ¿Más besos?

--- ¡Más palomitas, carajo, que te las estás tragando todas! –exclama Jolie, metiendo su mano a lo bestia en el interior del cubo. Dayanne se ríe y se acomoda de nuevo contra su pareja, prestando atención a la pantalla.

Esa faceta cómica de Jolie me sorprende. Suelo ser yo el que hace las bromas en el trabajo y el que se suele llevar el sopapo de rigor. Pero debo reconocer que mi compañera es graciosa cuando se lo propone… ¿o es debido a la compañía?

Sonrío cuando comienzan con la sesión de besos entre ellas. Han dejado de lado el cubo de palomitas, olvidado sobre uno de los asientos vacíos de al lado. Se han asegurado que no hay nadie detrás de ellas y Jolie se ha enjuagado la boca con su refresco, arrastrando las partículas de maíz que hubiera. Desde luego, es la que lleva la iniciativa. Dayanne parece más comedida o, quizás, menos acostumbrada a este tipo de relación. Sin embargo, sus lenguas no se dan descanso, retorciéndose como anguilas frenéticas para alcanzar a la otra. Los húmedos sonidos que apercibo me hacen comprender que la pasión que comparten está llegando a un alto nivel.

La mano de Jolie asciende y se apodera de uno de los rotundos pechos de su pareja, apretando con firmeza, tanto que puedo escuchar el gemido que vuelca en la boca de mi compañera, tanto por la sorpresa o puede que por el dolor. El caso es que no hace nada por apartar la ruda mano y se deja magrear. Por lo que distingo, no lleva sujetador bajo el vestido y su seno se muestra alzado y firme. ¿Los tendrá operados? No creo. Joder, para eso es bruja, ¿no?

A su vez, Dayanne corresponde con la caricia, desabotonando la camisa de Jolie e introduciendo una mano por la abertura. Percibo el oscuro sostén de la detective que pronto es bajado de cualquier manera para acceder a la cálida carne. Creo que mi compañera tiene un pecho más reducido que Dayanne, aunque no puedo estar seguro, pues no he visto ninguno de los dos al natural, pero por los signos exteriores, diría que está en un par de tallas menos. Lo que sí sé con seguridad es que estará tan firme o más que el de su pareja, por todo el ejercicio que realiza.

Dayanne se aparta un poco, recuperando el aliento. Cuando Jolie se lanza de nuevo, alza una mano, pidiendo una tregua. Las dos aprovechan para beber de sus refrescos.

---Buffff… estoy muy acalorada –musita la afroamericana.

--- ¿Y eso? –puedo ver como una de las cejas de Jolie se alza.

---No estoy acostumbrada a esto… --casi lo ha dicho para sí misma.

--- ¿No te has morreado nunca en el cine?

---No.

--- ¿Ni con un chico?

---Tampoco.

---Joder, Dayanne… no me digas que eres…

--- ¿Que soy qué?

---Virgen, coño. Impoluta, inmaculada… --el asombro resuena en la voz de mi compañera.

--- ¿Eso sería malo, Jolie? –pregunta la bruja, algo decepcionada.

---No, no, por Dios, claro que no… --se apresura la detective a tranquilizarla. –Solo que me ha tomado por sorpresa. Una chica con tu edad… con tu educación… digamos liberal… no sé, yo creí que ya te lo habrías hecho…

--- ¿Cuántos años crees que tengo, Jolie?

---Bueno, cosita guapa, no lo sé exactamente pero eres sin duda mayor de edad. Yo diría unos veintiuno o veintidós.

---Cumplí dieciocho a principio de verano.

Hasta yo me asombro. Es aún una chiquilla. Por la rotundidad de su cuerpo y su desparpajo, cualquiera la hubiera clasificado en los veinte años largos, aunque recuerdo perfectamente que la primera vez que la vi, repartiendo folletos publicitarios de la consulta de Mamá Huesos, pensé que era una adolescente.

--- ¿Te estás quedando conmigo? –balbucea Jolie.

---No. he sido una chica adelantada, según Mamá Huesos. Siempre he parecido mayor de lo que realmente era. Tuve mi primer periodo con nueve años y me desarrollé como mujer a los doce.

---Vaya…

---He crecido con mi tía, aprendiendo rituales santeros, estudiando en el colegio, ayudándola en la consulta… no he tenido demasiado tiempo para amigas ni para citas, ni tampoco las había deseado hasta… conocerte…

---Oh –Jolie le atrapa la mano, llevándola contra su pecho, emocionada. ---Pero… entonces… ¿cómo puedes estar segura que te guste? Me refiero a que no has probado tampoco con un chico…

---No sé. Nunca he conocido a alguien que me atrajera como tú. Quizás estuviéramos predestinadas. ¿Crees en ello?

---Yo creo en lo que tú me digas, bonita.

---Me pareció de lo más natural que me pidieras salir, que me besaras… así que no creo que esté equivocada, Jolie. Quiero estar aquí, contigo.

---Sssííííí –Jolie recogió el puño contra su costado en un símbolo de victoria y eso hizo reír de nuevo a Dayanne.

Esa declaración da paso a un nuevo certamen de lascivos besos que consiguen que la negrita se abra de piernas, anhelante.

---Despacio… por favor –musita contra los labios de su pareja.

---Sí, sí, voy a hacértelo tan despacio que vas a obtener un orgasmo de dos minutos, preciosa –le responde Jolie, introduciendo su mano por la abertura lateral del vestido de Dayanne, alcanzando fácilmente su entrepierna. -- ¡Coñoooo!

La imprecación surge sin contener, audible para todo el mundo, pero coincide con el rayo de una tormenta en la pantalla y hasta parece adecuada.

--- ¡No llevas bragas, putón! –silba al oído de Dayanne, la cual ha enrojecido como una amapola. Sonríe, cogida en falta, y niega con la cabeza. –Sabías que te iba a meter mano, ¿verdad? –con la pregunta, Jolie le pellizca con fuerza uno de los erectos pezones.

Dayanne asiente, perdurando el rubor en sus mejillas. Tiene los labios entreabiertos y parece faltarle el aire.

---Me… estaba m-masturbando cuando te… llamé por t-telé… teléfono para preguntarte… qué película querías ir a ver… --confiesa la bruja, enloquecida por el dedo de Jolie sobre su vulva. –Me corrí con tu voz y… estoy sin bragas desde entonces…

---Oh, creo que vas a ser una linda putita a poco que te enseñe, ¿verdad?

La brujita vuelve a asentir y sube sus piernas, enganchando sus corvas a los reposabrazos y quedando espatarrada como si estuviera en una camilla ginecológica. El vestido se abre totalmente, dejando asomar su sexo al desnudo, con el vello púbico recortado en una pequeña “V” muy coqueta. La suplicante mirada que dedica a Jolie hace que esta hunda dos dedos en el ávido coño hasta tocar el tirante himen. Imagino que pensaría algo así como: “Un cine no es el sitio adecuado para desflorar a esta flor”. Así que saca sus dedos y se dedica al clítoris, atormentándolo de tal forma que Dayanne se abraza a la nuca de la policía al correrse viva, dejando una mancha sobre la tapicería del sillón.

---Oh, Jolie… oooooh… Joliiiieee… ¡Qué buenooooo!

Jolie la deja recuperarse y sigue pellizcándole los durísimos pezones y sopesando los pesados pechos.

--- ¡Dios, qué tetas, madre mía! ¡Qué duras y perfectas son! ¡Qué ganas de verlas desnudas! –susurra Jolie mientras la negra baja las piernas hasta sentarse normalmente.

---Cuando vayamos a tu casa –gime Dayanne.

--- ¿Es una promesa?

Dayanne sonríe y asiente como lo haría una niña pequeña, con grandes movimientos de su cabeza.

--- ¿Quieres que yo…? –Dayanne señala con un dedo la entrepierna de Jolie.

---Oh, ya lo creo –afirma la detective, subiéndose la ajustada falda en sucesivos tironcitos hasta dejarla por encima de sus caderas.

También desliza sus braguitas de encaje hasta dejarlas al final de los muslos, por encima de las rodillas. Entonces, toma la mano derecha de Dayanne y la lleva hasta su entrepierna.

---Me tienes chorreando, cariño… mira, toca, toca…

Dayanne apoya su cabeza en el hombro de su acompañante y toca, soba y palpa cuanto le viene en gana, tranquilamente, con curiosidad, sin prisas, consiguiendo que Jolie se corra una y otra vez mientras ven el final de la insulsa película.

Ahí las he dejado y he regresado a mi casa barco, más caliente que el radiador de un “Seiscientos” en verano. Miro mi erguido pene, pensativo, y no me queda más remedio que escupirme en la mano y darle a la zambomba antes de irme a la cama.

CONTINUARÁ...