Detective 666 (11)

Jolie Brannan.

JOLIE BRANNAN.

Han pasado unos meses desde el asunto de Basil Dassian y mi vida ha dado cierto giro. El primero en conocer la noticia de la muerte del gran bastardo fue el viejo Tom. Me abrazó con todo sentimiento, dándome las gracias al oído. Creo que se sintió muy aliviado de saber que su cuñado estaba en el infierno y que se pasaría allí un buen tiempo. Su nieta, Jipper, sigue viniendo a darme vuelta. Aunque nos hemos distanciado como amantes –de hecho, ella parece muy interesada últimamente en un joven abogado de los prestigiosos bufetes de Gentilly –, seguimos siendo muy amigos, buenos amigos realmente. Solemos contarnos nuestras cuitas y ella me sigue aconsejando con respecto a mis problemillas sociales, totalmente ignorante de mi naturaleza sobrenatural.

La segunda y tercera persona en saber de mi éxito fueron, por supuesto, Mamá Huesos y Dayane. Comparto con la mambo una afinidad especial, una conexión espiritual que me solaza. Es la única humana con la que puedo compartir mi vida demoníaca; le cuento mis vivencias en el infierno y ella me escucha en silencio, secretamente emocionada por conocer el más allá a través de mí. Sin embargo, no he tenido demasiado tiempo para intimar como hubiera querido con su hermosa sobrina. Nos une una amistad, no, mejor dicho, una complicidad muy especial, pero ella no se atreve a llegar más lejos simplemente por lo que soy y represento, y yo me he vuelto tan humano y tonto que no doy el paso adecuado por respeto hacia ella.

De todas formas, reintegrarme al cuerpo de Policía se ha llevado prácticamente todo el tiempo disponible para otros temas. Ha costado largas sesiones de control, informes y explicaciones, tanto mías como del comisario Tyler. El certificado de “muerte natural” que el médico de Basil Dassuan extendió para cubrir su óbito, ayudó a enterrar muchos detalles incómodos y me permitió regresar al mundo de los vivos. Claro que antes de eso, Eliane y yo habíamos ultimado un plan que conduciría a que se cerrasen las diversas investigaciones, implicando tanto a su hermano muerto y a su padre como directos instigadores de los crímenes. La señora Corrinson anunció, desde el mismo instante en que tomó las riendas del clan familiar, el firme propósito de conducir todos sus asuntos dentro de la legalidad y disolver sus ramificaciones criminales. Eso y una magnífica donación al fondo de Huérfanos del Cuerpo ayudaron a cerrar casos y cuentas pendientes.

Eliane, por su parte, supo meter en cintura al díscolo Pincho, destinándole como capataz para la construcción de una fábrica de alcohol Bayou que iba a aprovechar los alambiques ilegales que el clan tenía en el páramo. También redefinió los cultivos de cannabis que se cultivaban en las orillas del lago Salvador para canalizarlos solamente con fines medicinales. Eliane tiene la cabeza bien amueblada y ya me había comentado muchos de sus proyectos. Ha invertido en hostelería y turismo, dos sectores que están creciendo a medida que la ciudad se recupera. Le auguro un grandioso porvenir.

Claro que, verdaderamente es ella quien ha acaparado el poco tiempo disponible para relacionarme con mis otras amistades. En principio, dijo que contaría conmigo una vez por semana para tratar nuestras diferencias pero terminó pidiendo más tiempo a poco de catar con tranquilidad mi rabo. Eliane es una mujer muy sensual y decidida que se desata enormemente con la pasión que le contagio. De hecho, siempre suplica que la maltrate un poco –al menos que la trate con rudeza –antes de entregarse al más puro frenesí.

Se ha trasladado con su marido e hija a la mansión familiar aunque lleva sus negocios legales desde un ático en pleno centro de la ciudad. La mayoría de las veces, nos vemos allí –no he vuelto por la jodida mansión –pero, a veces, me visita en la casa flotante.

En cuanto a mi vuelta al trabajo, bueno… de hecho he decidido tomar otro rumbo en la vida policial y he aprovechado una vacante en el departamento de Homicidios para pedir un traslado. He dejado Antivicio y ahora estoy en la Octava Comisaría, en el Distrito Garden, bajo las órdenes del comisario Luang.

He hecho buenas amistades entre nuevos compañeros y el comisario me emparejó, desde el primer momento, con una detective inspectora que ya lleva tres años en el departamento, una mujer de treinta y dos años, con un octavo de sangre negra en las venas, llamada Jolie Brannan.

Creo que hemos intimado nada más conocernos. Lo digo en el mejor sentido de la palabra, ya que la detective Brannan es una convencida lesbiana, de tendencia feminista agresiva, que parece querer competir con todo hombre que se le acerca, menos conmigo. Quizás sea debido a lo que sea que exudo pero, al tercer día de trabajar juntos, me había convertido en su hermano del alma. Nos compenetramos bien y no hay tensión sexual entre nosotros, lo que siempre viene genial para solidificar una buena amistad.

El hecho es que estamos trabajando en varios asesinatos de turistas que parecen tener el mismo patrón y eso nos tiene pateando los viejos lugares turísticos como locos. La verdad es que, por ahora, no parece tan divertido como los casos de Antivicio pero, a veces, puedo encontrar aún alguna mariposa revoloteando en los escenarios de los crímenes. Ah… y he comprobado que sólo yo las veo.

--- ¿En qué piensas? –me pregunta la detective Brannan, sacándome de mis abstracciones.

---Que necesitamos recapitular porque nos estamos perdiendo –contesto, echándome para atrás en el reservado de la cafetería Tik’s de la calle Rousseau. Fuera está cayendo una tromba de agua y mi compañera y yo hacemos algo de tiempo, en una larga tarde tormentosa.

---Vale. Empieza tú –me dice, mirándome a los ojos.

Contemplo el atractivo rostro de la detective. Es una mujer hermosa, de mandíbula fuerte y voluntariosa. Sus ojos pardos son grandes y luminosos y tiene unos labios gruesos y turgentes que son el único indicativo de su mezcla de sangres, ya que su piel es tan blanca como puede serlo la de una hispana, por ejemplo. Tiene un cuerpo rotundo, machacado en el gimnasio a consciencia. Puedo fiarme de ella en una pelea cuerpo a cuerpo; no será la más débil, seguro.

---Tenemos cuatro asesinatos, todos en sitios turísticos, todos turistas de distintos puntos del país. El ViejoBarrio, City Park, Bayou St. John y Treme-Lafitte. Parecen ser el resultado de un latrocinio, pues les han quitado cartera, reloj y cualquier cosa de valor. Las víctimas son hombres, entre los veinte y los cincuenta y pocos. El más joven ha muerto de un disparo en el pecho…

---Una treinta y ocho Smith & Wesson –puntualiza mi compañera.

---Sí, un estudiante universitario de veinte años, de Minnesota. Otro ha recibido varias puñaladas en el vientre y a otro le han cortado el cuello con una navaja muy afilada, posiblemente una barbera. El primero de cincuenta y un años, llegado de Miami; el segundo, un tipo de treinta y cuatro de Nueva York que estaba celebrando su divorcio –continúo la lista.

---Al último le han aplastado el cráneo con un bate. Un comercial de Carolina que asistía a una feria de productos agrícolas –termina Brannan.

---Sí, pero lo que los relaciona a todos es que les han cortado la oreja izquierda para llevársela, lo que indica que se trata del mismo asesino.

---O de una simbología que aún no entendemos –debo decir que la detective Brannan tiene más experiencia que yo en esto.

--- ¿Te refieres a algún tipo de ritual tipo vudú? –no había querido pensar en eso.

---Puede, o quizás se trata de un cabrón que busca trofeos sangrientos. Dios no lo quiera.

Me estremezco al oírla, sólo por lo que solía significar para mí ese nombre.

---Lo que han aportado las pruebas forenses es que seguramente sea un hombre de mediana estatura, de complexión fuerte dada la fuerza de los golpes del bate.

---Y es meticuloso y prudente. No ha dejado ni una sola evidencia sobre sus víctimas y no se ha dejado pillar por ninguna cámara –enumera Brannan.

---Bueno, conozco a alguien que podría hablarnos sobre la importancia de una oreja humana en un ritual vudú –digo, apurando la taza de café y poniéndome en pie.

--- ¿Ah, sí? ¿Desde cuándo tienes conocidos en el mundo esotérico? –me suelta ella irónicamente mientras me imita.

Aún sigue lloviendo con fuerza cuando detengo el coche a la altura de la casa de Mamá Huesos. A pesar de no haber más que una veintena de metros de distancia hasta su puerta, nuestros impermeables son azotados por la lluvia y el viento. Por un momento, pienso en el Katrina, aún sin disponer de recuerdos algunos sobre ello.

Dayane nos sonríe al abrir la puerta, contemplándonos como si fuésemos un par de cachorros perdidos bajo la lluvia. Ella, por el contrario, refuerza la idea que tengo sobre una diosa africana de la lujuria. Se ve increíble, embutida en una larga túnica anaranjada de diseño tribal que marca su voluptuosa figura como un guante.

---Hola, Dayane –le digo.

---Menuda tarde has elegido para visitarnos, Ne… Jack –se recompone ella a tiempo, mirando de reojo a mi compañera y echándose a un lado para dejarnos pasar.

---Es una cuestión oficial –contesto, antes de señalar a Jolie. –Ella es mi compañera, la inspectora Brannan.

---Hola –me sorprende que Brannan adelante su mano para estrechar la de Dayane, ya que nunca lo hace. Según ella, no le gusta el contacto físico con los civiles.

---Encantada –responde Dayane.

Me quedo con un par de detalles que ponen la mosca detrás de la oreja. Ambas manos no se mueven, como sería lo normal, sino que se quedan ahí quietas, como si estuvieran deleitándose con el tacto de la otra. El otro signo es que ninguna de las dos mujeres se quita el ojo de encima, los melosos ojos de mi compañera clavados en los negrísimos de Dayane. ¡Con razón la brujita no respondía a mis intentos de pescarla! ¡Parece mucho más sensible a los encantos de otra fémina! ¡Hay que ver los detalles que se me escapan, coño!

---Nos gustaría hacerle unas preguntas a Mamá Huesos –digo, rompiendo el embrujo que rodea a esas dos.

---Claro, claro –responde Dayane, soltando la mano de mi compañera y tosiendo levemente. –No hay clientes con esta tarde de agua. Podéis dejar vuestros impermeables aquí –nos indica un perchero de pie, bajo el cual hay un pequeño balde metálico.

No se me escapa la furtiva mirada de reojo de Dayane cuando Jolie se quita el amplio chubasquero, como si se cerciorase que bajo el plástico hay un cuerpo que vale la pena. Con una indicación, echa a andar pasillo adelante y seguimos su espalda hacia el boudoir/consulta de su abuela. Le doy un suave codazo en el costado a Jolie.

--- ¡Deja de mirarle el culo! –mascullo en un susurro y ella alza las manos y enarca las cejas, haciéndose la inocente.

Mamá Huesos se levanta del butacón en el que está hundida, leyendo un pequeñísimo libro bellamente encuadernado, al verme entrar. Una sonrisa estira las arrugas de su rostro. Viste una sencilla bata de estar por casa y unas pantuflas rosas de conejitos. No parece una mambo en este momento, ni mucho menos. Me da un fuerte abrazo y yo acaricio la tela del eterno pañuelo que esconde su cabello. Mamá Huesos es muy de dar abrazos a toda aquella persona que le importa y parece que yo he entrado en ese círculo.

---Así que esta es tu compañera ¿no? –comenta después de que yo haga las presentaciones. –Veo que tienes raíces africanas, niña.

Jolie me mira de reojo y me encojo de hombros. Nunca le he comentado a Mamá sobre mi compañera, más allá de su mera existencia, pero la hechicera sabe reconocer la sangre y la estirpe. La detective Brannan es muy puntillosa con su propia naturaleza. No es que le avergüence portar genes negros, pero quiere estar segura de la gente que debe saberlo, aunque no sé el por qué.

---Mi abuela era cuarterona –explica suavemente. –Tanto mi abuelo como mis padres son blancos.

---Ya veo. Sentaos, detectives, sentaos –señala Mamá la circular mesa.

A pesar de ser aún de día, una numerosa colección de velas y candiles están encendidos, llenando la amplia habitación de sus especiales olores. Las dos ventanas están veladas por cortinas que se asemejan más a tapices, impidiendo el paso a la mayor parte de luz del exterior. Jolie no deja de mirar a su alrededor, tal y como me sucedió en mi primer visita.

--- ¿Qué es lo que queréis saber? –pregunta la vieja hechicera.

---Tenemos entre manos unos cuantos crímenes de turistas de otros estados. Diferentes tipos y edades, diferentes estilos de muerte, pero a todos le han cortado la oreja izquierda –se adelanta mi compañera en explicar. –Quisiéramos saber si tiene que ver con algún tipo de ritual o hechicería.

---No es demasiado común este tipo de mutilación, salvo cuando el hougan quiere oír lo que ocurre a sus difuntos marionetas.

---Como un micro a distancia –explica Dayane, quien no se ha sentado con nosotros, sino que se mantiene de pie detrás de su abuela.

--- ¿De verás? –musita mi compañera, parpadeando.

---Pero claro, si los muertos siguen en la morgue, ese conjuro no sirve absolutamente de nada, así que no creo que ese sea el motivo –continúa Mamá como si no la hubiese escuchado, quitando una imperceptible mota del tapete con sus dedos.

--- ¿Y dices que las víctimas son todos turistas? ¿Estadounidenses? –pregunta Dayane, mirando a mi compañera.

---Sí –responde esta, sonriente. –Todos estaban aquí de vacaciones, proveniente de Florida, Nueva York o Minnesota.

---Extraña coincidencia –musita la nieta, sentándose a la mesa.

--- ¿A qué te refieres? –pregunto.

---A algo que leí anoche en la cama…

--- ¿También lees en la cama? –el comentario de mi compañera no suena jocoso, sino interesado.

---No me gusta la tele –contesta Dayane con una sonrisa. –El hecho es que estaba hojeando ese libro de folclore japonés que me diste, abuela…

--- ¿Sobre los kitsune? –parpadea Mamá Huesos.

---Sí. Hay un pasaje sobre un hechizo de adaptación o integración que tiene algo de semejanza.

---Explícate, Dayane –la animo.

---Verás, cuando un kitsune tiene que meterse en un territorio hostil o perteneciente a otro espíritu zorro, debe mejorar su capacidad de integrarse en él…

--- ¿Qué coño es un kitsune? –la corta mi compañera de repente.

---Kitsune significa zorro y es un animal de mucha importancia en el folclore japonés –explica Dayane con mucha paciencia, mirándola directamente. –Es más que un animal, un espíritu travieso y protector de la campiña y las aldeas. Se dice que cuántas más colas tenga, más poderoso será.

--- ¿Un zorro? Pffff… --bufa mi compañera con desprecio.

---No le hagas caso, Dayane. La inspectora Brannan es de las escépticas. Continúa…

Dayane me mira y asiente, siguiendo con su explicación.

---Decía que cuando un kitsune necesita introducirse en un territorio que no es el suyo, muchas veces usa un hechizo que le permite adaptarse a la esencia de la zona, de sus habitantes, para no ser detectado por otros kitsune o por un enemigo. Recuerdo que para ello usaba partes del cuerpo de los forasteros o extranjeros que pasaban por la zona. Los atraía hacia accidentes fatales y obtenía lo que buscaba. El caso es que el hechizo funcionaba como capas de protección, cuántas más partes de foráneos conseguía, más inmerso estaba en el ambiente, siendo prácticamente indetectable.

---Aquí sólo falta una oreja por cadáver –masculla Jolie.

--- ¿Y si el asunto es más antiguo de lo que creíamos? –le pregunto, poniendo mi mano sobre su hombro. Ella me mira, sin comprender. –Sabemos que tiene todo el aspecto de ser un ritual o un jodido asesino en serie. Podríamos revisar viejos casos no resueltos, en busca de coincidencias.

---Turistas asesinados a los que hayan quitado una parte del cuerpo –repite Jolie, comprendiendo a dónde quiero ir a parar. –Bueno, es una posibilidad, pero te aviso… ¡No pienso salir a cazar un puto zorro!

Aunque lo ha dicho muy en serio, Dayane se echa a reír y eso consigue mejorar el humor de mi compañera. Nos despedimos de Mamá Huesos y atisbo el gesto de Jolie al pasarle su tarjeta a Dayane en la puerta.

--- ¿De qué conoces a una bruja vudú, Jack? –me pregunta mi compañera al subirnos al coche. Esta vez, conduce ella.

---Es una amiga de la familia. Me ayudó a instalarme cuando me vine a Nueva Orleans –le miento descaradamente. Es mucho más fácil que contarle la verdad. -- ¿Qué me dices de la nieta?

--- ¡Qué está para mojar sopas, amigo! –me guiña un ojo, arrancando.

---Sí, es lo que pensaba –musito para mí.


Me quedo en comisaría mientras Jolie se va a casa, a descansar. Yo no necesito dormir apenas y me encuentro en un estado exaltado, con unas cuantas ideas extravagantes corriendo por mi cabeza. Me dedico a revisar viejos casos del departamento, remontándome hasta diez años. Al ensanchar mis criterios, la búsqueda pronto me veo recompensado con otras víctimas que pueden estar relacionadas.

Encuentro turistas y extranjeros con dedos cortados –uno de los casos habla sobre una lengua desaparecida –; un par de ojos sacados que no han dejado rastro, un escroto mutilado y hasta tres penes cortados de cuajo. También hay órganos desaparecidos pero no tengo forma de diferenciarlos del asalto de traficantes de órganos. Con todo, he ampliado a veinte y uno los casos relacionados y eso convierte la hipótesis de Dayane en cada vez más cierta.

Pero, ¿qué tiene que ver una leyenda folclórica del medievo nipón con la actualidad en Nueva Orleans? Lo único pausible que me responde a la pregunta es que alguien haya importado la leyenda de alguna manera.

Miro el reloj. Han dado las diez de la noche. Pienso que necesito información sobre ocio y, para ello, nadie como Judith. Me pregunto por dónde andará. Hoy es jueves, puede que esté en los antros universitarios de Calhoun Street, paralela a la universidad Tulane. De todas formas, va a ser una consulta no oficial, así que mejor busque a la bonita Judith a una hora fuera de horario de oficina, me digo al buscar las llaves del coche asignado.

Judith sigue siendo la única confidente que retengo de mi etapa de Antivicio. Me ha dado varias pistas útiles, como aquella sobre el MDMA adulterado llamado Éxtasis Final, la que me llevó a dar con Eliane. Judith sigue bajo la batuta de Jean Batiste, ese mulato criollo que es, sin duda, el mejor proxeneta de Nueva Orleans. Aunque su territorio es el Barrio Francés, suele mover a parte de sus chicas por diferentes barrios en función del día que sea. El jueves es el día que toman para juerga los ricos estudiantes de la universidad privada Tulane. La cercana calle Calhoun está repleta de bares, de locales de strippers, de garitos de comida rápida y pequeños clubes nocturnos. Varios centenares de chicas se mueven por ellos, dispuestas a sacarse un buen dinerito. De todas formas, al subirme al coche, envío un mensaje al móvil de Judith, aunque lo más seguro es que ni lo escuche si está en el meollo.

Tengo suerte. Antes de enfilar la avenida St. Charles, me llega un mensaje. Judith responde que está en MaZone y que está a punto de hacer un trabajito en el piso de “chambres”. Me dice que la espere allí en media hora. Bien, me da tiempo de comer algo en uno de los garitos.

Como sabéis, siempre tengo hambre aunque la controlo mejor desde que aprendí a poner a las mariposas “en conserva”. Sin embargo, me encanta devorar la comida humana y, normalmente, almuerzo y ceno un par de veces seguidas. Mi compañera Jolie alucina cada vez que me siento a comer ante ella.

MaZone es una club nocturno que se especializa en clientela soltera, masculina y femenina. Se charla, se bebe, se baila y, si hay suerte, se puede alquilar una de sus habitaciones, las famosas chambres, del piso superior en dónde acabar bien una noche gozosa. Claro está que las prostitutas hacen buena recolecta en ese garito, quedándose rápidamente con todos los chicos desencantados. Para subir al piso susodicho, tengo que introducir mi tarjeta de crédito en la ranura específica del ascensor, con lo cual se me cobra una especie de “entrada” que me será deducida si alquilo una de las habitaciones. Puro negocio, joder.

Envío otro mensaje al teléfono de Judith y, esta vez, me responde con una llamada.

--- ¿Qué hay, guapo?

--- ¿Estás libre?

---Oh, ya lo creo. Si te das prisa, en este momento, estoy a punto de meterme en la bañera y darme un buen remojón. Podemos charlar los dos metidos en el agua caliente, ¿no te parece, grandullón? Hace mucho tiempo que no te veo –deja caer con un fingido tono lastimoso.

---Vale. No voy a decir que no a un baño contigo, Judith –escucho una exclamación alegre al otro lado. -- ¿Qué habitación?

---La 104, cacho poli.

Otro ritual parecido para abrir la puerta de la habitación. Introduzco mi tarjeta y se me cobra el alquiler por una hora. Judith podría haber abierto desde dentro pero, de todas formas, necesitamos la habitación un rato más, así que hay que pagar. Que conste que no me importa pagar por una chica tan atractiva como Judith…

La cama está deshecha y hay ropa femenina sobre una butaca. La llamo y me contesta desde el cuarto de al lado, el baño. La puerta está entreabierta y la contemplo al empujarla. Está desnuda y sonriente, cubierta por una capa jabonosa.

--- ¿Por qué no te quitas esa ropa y te metes aquí dentro conmigo, Jack?

Es lo único que vengo pensando desde que la he visto. Así que pongo las manos en ello, desnudándome pero sin prisas. Ella me observa, la punta de la lengua a medio asomar entre sus bien definidos labios.

---Creía que te habías olvidado de mí, guapo.

---De eso nada, Judith. No hay nada que pueda hacerme olvidar de tu preciosa sonrisa… y otras cosas –ambos nos reímos. –Pero el cambio de comisaría, de compañeros y de rama se ha llevado gran parte de mi tiempo.

---Así que Homicidios, ¿no? –pregunta ella, rehaciendo sus piernas para dejarme sitio al introducirme en la bañera.

---Sí. Era lo que perseguía desde la academia. Mi meta.

---Me alegro por ti, Jack, aunque eso signifique que nos veamos menos –me susurra, alargando la suave planta de su pie y rozando todo el interior de mi muslo.

---Bueno, siempre serás mi más maravillosa confidente.

A lo mejor no es lo que toda mujer quiere escuchar, pero en el caso de Judith hace surgir una amplia y maravillosa sonrisa. Tampoco es que ella sea como las demás féminas, diría yo.

Tiene el cabello suelto y lo hace flotar en el agua al incorporarse y apoyarse en mí. Sus brazos me rodean el cuello, con toda delicadeza, y se pega a mi torso. Sus ojos marrones y algo verdosos se me clavan, estudiando mi rostro con atención. Es un momento de ternura que no puedo explicar y del que intento salir preguntándole:

--- ¿Jean Batiste te trata bien?

--- ¿A qué viene eso? –frunce el ceño. – Ya sabes que ese hombre es un encanto y nos trata como a reinas, siempre. Nosotras somos su negocio, hombre.

Vale. Acabo de meter la gamba. Sé perfectamente que Jean Batiste no es el clásico gigoló seductor que engaña a las chicas para ponerlas a trabajar para él. En primer lugar, el tipo es gay, así que nada de tema sexual con sus protegidas. En segundo lugar, Jean Batiste tiene un ojo casi clínico para los negocios. A poco, sabe cuál de sus chicas va de un palo o de otro, y las convence para ahondar más en ese tema en particular. Así mismo, invierte en los físicos de las jóvenes promesas, arreglando una nariz por aquí, unos pezones por allí, añadiendo un piercing o borrando un tatuaje vulgar. No quiere chicas neumáticas sino lo más naturales posibles, aunque eso sí, debidamente repasadas. Todas ellas le adoran y estarían dispuestas a ir a la cárcel por él.

--- ¿Estás bien, Jack? –me pregunta Judith, sin dejar de mirarme a escasos centímetros.

---Sólo cansado, pequeña. No es nada –respondo, abrazándola, y, entonces, ella termina besándome larga y profundamente.

El agua caliente se agita y desborda la bañera cuando ella se gira e incrusta su espalda contra mi pecho. Abarco su trabajado vientre con las manos, acariciando arriba y abajo, regodeándome en las zonas más erógenas de su anatomía, haciéndola vibrar y gemir bajito, los ojos cerrados, las aletas de su nariz palpitando rítmicamente. Deslizo una mano más abajo aún, enfundando dos dedos en la aterciopelada profundidad de su vagina. Mi otra mano se alterna en pellizcar vivamente sus erectos pezones. Creo que ya he comentado que Judith suele buscar la rudeza en sus amantes y, a veces, algo más que el “hardcore”.

--- ¡Oh, dulce Jesús! –gime al estremecerse y, como respuesta, le pego un mordisco en el cuello que la solivianta.

Aferro su garganta con la suficiente presión para callarla y la alzo lo justo para que mi erecto miembro busque, bajo el agua, el orificio apropiado para introducirse. Judith quiere protestar pero mantengo su cuello firmemente, dejando pasar la justa cantidad de aire por el momento. Seguramente, pensaba jugar primero de forma tradicional, ya sabéis, un buen coito. Pero acabo de decidir que quiero ensartarla por detrás. No es algo a lo que Judith se oponga, sólo que la ha tomado por sorpresa y no está preparada.

Se agita aún más en el interior de la bañera, a medida que la presión de mi glande obliga a su esfínter a ceder. La abrazo con más fuerza para que no pueda debatirse y sigo empujando.

---Relaja el culo, Judith. Déjate forzar, pequeña. Ya verás como apenas duele –susurro en su oído.

---Ca… brón… --jadea ella.

Pero obedece y mi nabo aventaja finalmente al músculo, colándose lentamente en su ano. La sigo abrazando contra mi cuerpo, a medida que compenetramos nuestros ritmos. Mis dedos siguen masajeando su vulva y clítoris como sé que le gusta. Al cabo de unos minutos, me dejo vencer hacia atrás, hundiéndome un poco más en el líquido caliente y ella saca sus pies del agua para afianzarse sobre el borde de cerámica de la bañera, permitiéndome así moverme con más ímpetu debajo de ella. Lleva las manos detrás de su cabeza, hasta hundir los dedos en mi cabellera, revolviéndomela con ansias, realmente apresada por lo que está sintiendo.

---No sigas… tocándome… que me meo… --jadea.

--- ¿Qué? ¿Es que nunca te has meado en la bañera? –le pregunto jocosamente.

---Oh… jodido… poli –musita Judith, levantando la pelvis.

El chorro surge con fuerza, tanto que no sé si es orina o una emisión de fluidos vaginales. El caso es que salpica y se mezcla con el agua caliente, sin que me importe lo más mínimo. Eso es agua de rosas para mí. Me he bañado en cosas mucho peores. De un tirón de pelo, atrae mi rostro al alcance de su boca. Me besa con pasión, quizás demasiada. No me gustaría que Judith desarrollara fuertes sentimientos hacia mí. Es algo contraproducente para su negocio. Me gusta pero ya he dicho que lo mío no es amar…

Una vez vaciada su vejiga, vuelvo a meter mis dedos, más adentro y más numerosos. Judith chilla, taladrada por delante y por detrás. Sé que mi puño no le cabe –ya lo hemos intentado –pero cuatro dedos la están volviendo tarumba. Se agita espasmódicamente sobre mi mano y no dejo de empujar dentro de su intestino. En el espejo de baño que tengo en frente, puedo ver su expresión de trance gozoso que transfigura su rostro, volviéndola aún más bella. Que una puta goce así es todo un milagro del Padre creador, ¿no?

Me quedo quieto un minuto, dejándola recuperarse, pero sin sacar ni mi polla ni mis dedos. Se medio gira sobre sí misma para mirarme y me sonríe.

---Eres un cabrón que sabe lo que me gusta –me susurra.

---Para eso están los amigos –contesto, sacando los dedos de su coño y dándoselos a probar. Su lengua recorre cada centímetro de mi mano con total voluntad.

---Termina en mi boca –me ofrece, dejándose caer en el agua y pivotando hasta quedar de rodillas frente a mí.

Me pongo en pie en la bañera y la miro desde arriba. Judith está preciosa, con la cara lavada, el cabello húmedo y restos de espuma en el pecho y los hombros. Acoge en su cálida boca toda la turgencia de mi sexo. Su experta lengua se desliza y se comprime sobre el tumefacto glande, en una secuencia que me enerva tan rápido como si fuese un amante novel.

---Joder… joder… ¡qué boquita! –dejo caer con un gemido, y ella sonríe con los ojos, al mirarme.

Soy incapaz de aguantar más y llevo mi mano a apretar mi capullo con fuerza y saco el nabo de su boca, presionándolo contra su pequeña barbilla. El chorro de semen salta, llenando su mejilla y parte de su pelo con ímpetu. La expresión de la joven prostituta es de gozo y orgullo, la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados. Joder, cómo me encanta la Tierra…

Nos aclaramos con el grifo de la ducha y ella se coloca un suave albornoz mientras yo me visto de nuevo. Enciende un par de cigarrillos que saca de su bolso mientras espera que la ponga al día de lo que quiero.

---No sé lo que busco, Judith. No sé si es una droga, una persona, o un jarabe, pero sé que no es de aquí, sea lo que sea, y, posiblemente haya llegado de fuera del país, allende el Pacífico –le digo y ella me escucha muy seria. Ambos fumamos, sentados en la cama. –Puede que hayas visto o escuchado sobre algo exótico, incluso extraño…

Judith se pone en pie y camina hasta un monitor de televisión encastrado en el muro. Juguetea encendiéndolo y cambiando los canales, todos porno o de deportes, claro.

---No sé si tiene algo que ver con lo que buscas, Jack, pero he escuchado rumores de algunas chicas sobre ciertas reuniones de negocios… que han terminado desmadrándose de una forma tan exagerada que no parecía normal. Parece que todo está relacionado con un gas o velas aromáticas, no se sabe muy bien. Todo parece muy aleatorio y caótico, pero, a la misma vez, muy natural, por lo que algunas de las chicas hablan de drogas nuevas o en fase de prueba. Por lo visto, nadie se ha quejado de efectos secundarios detectables ni resaca posterior.

---Reuniones de negocios –repito, pensativo. --- ¿Dónde?

---En un burdel camuflado de la parte alta de la ciudad, un burdel de ricos.

La parte alta o rica de la ciudad es la que está al borde del lago Pontchartrain, allí donde se sitúan las mansiones de Lakeview y los altos edificios de Little Woods. Ah, y también está el aeropuerto de la ciudad, desplegado hacia el lago como un pequeño pene.

---Se dice que en estas reuniones, muchas de las chicas han perdido totalmente los papeles, entregándose al deseo más puro de los invitados, como si se olvidaran que son putas, y esos invitados son todos extranjeros, que es dónde quería llegar.

--- ¿Extranjeros? ¿De qué parte? –me intereso.

---Creo que japoneses o coreanos.

Noto en mis huesos que es un acierto pleno. Debe de estar relacionado.

--- Según comentan, es como si hubiera algo que las empujara a rendirse ante los invitados.

--- ¿Quién es la madame y cómo se llama el burdel?

---El Pequeño Consulado. La madame es una tal miss Sophie. Se hace pasar por francesa pero, en realidad, es de un bayou cercano a Baton Rouge.

---Será cuestión de echarle un vistazo –le digo, acercándome a ella y dándole un lento beso en los labios.


El día ha mejorado con respecto a ayer –al menos no llueve –pero sigue estando ventoso.  La gran casa de dos pisos que ocupa toda la manzana esconde el burdel de altos vuelos, bajo la pantalla de un club de socios. Se halla en Fillmore, concretamente en la avenida Mirabeau.  Jolie y yo la escrutamos en silencio, metidos dentro del coche.

--- ¿Tu informante está segura de que esta es la dirección? –me pregunta mi compañera, jugueteando con el tapón de su botella de agua mineral.

---Sí. Es una buena tapadera para un burdel de alto nivel… un club de socios importadores. Nadie sospechará de los buenos coches aparcados en la calle ni de los hombres bien vestidos que entran y salen. Seguramente, las chicas viven en el interior y tienen todo ese espacio reservado para respirar aire libre –señalo con una mano sobre el volante, los altos setos que contornean la parte trasera de la mansión.

---Vale. Ya has dejado claro que entiendes de casas de fulanas –masculla mi compañera. -- ¿Cómo vamos a entrar ahí sin una orden?

---Tú no vas a entrar, a no ser que quieras hacerte pasar por una puta –niego con la cabeza, mirándola de reojo.

--- ¿Entonces?

---Te vas a dedicar a investigar en el registro municipal a nombre de quién está la propiedad y ver qué es lo que puedes sacar de este sitio en Internet. Yo entraré esta noche, como un cliente más…

--- ¿Ta dao algo en esa cabeza? –salta Jolie, dándome un puñetazo en el hombro. – ¿Cómo vas a simular ser un tipo de pasta?

---Tengo mis trucos, compañera –le digo con una sonrisa maquiavélica. --- ¡Y ahora a almorzar!

--- ¿Otra vez? –Jolie pone los ojos en blanco mientras arranco el vehículo.

Tras un segundo almuerzo, dejo a mi compañera en la comisaría, dedicándose a husmear delante de un monitor y yo me marcho a mi casa. Quiero echar una cabezadita antes de vestirme y acudir al Pequeño Consulado.

Al anochecer, me ducho y me afeito a consciencia. Saco de mi vestidor un traje sin estrenar, gris oscuro con fina raya diplomática, y asiento ante el espejo al ver cómo me sienta. Perfecto. Me dirijo a proa, a mi estudio privado, y abro la caja fuerte. Cojo la mayor parte del dinero que me queda. Me digo que tengo que hacerme con más efectivo inmediatamente. El improvisado tarro de mahonesa de tres kilos que utilizo para almacenar las mariposas pecado se está quedando vacío también. Necesito dinero y mariposas. Controlo el hambre con un par de ellas y, al mismo tiempo, me recargo con algún don que quizás pueda hacerme falta.

Echo un vistazo al Colt Azamet, adormilado en el interior de la caja fuerte, pero decido que no me va a hacer falta esta noche. Pero una cosa es no llevar el Mata Dragones de paseo y otra es ir desarmado, así que abro uno de los armeros de la pared y escojo una Beretta 92FS. Le meto un cargador de dieciocho balas y deslizo el arma en una funda que acoplo a mi cinturón, detrás. Voy a un burdel, así que me digo que lo más seguro es que termine desnudo. No es una noche para llevar más armas y tampoco me pienso meter en problemas. Sólo husmear y follar, me digo.

Tomo un taxi en Decatur Street que me lleva al norte, por la avenida St. Bernard hasta cruzarse con Mirabeau. Me digo que tengo que agenciarme un coche cuando consiga dinero fresco, no puedo depender del parque móvil de la comisaría; canta demasiado. Las farolas del bulevar Wisner, que bordea el Bayou St. John, reflejan su luz en las quietas aguas y alegran mi ánimo, como si fuese un paleto que va de putas en su primera vez. Le digo al chofer que se detenga y termino el recorrido andando.

La gran casa es mucho más impresionante de noche que de día, con la mayoría de sus habitaciones iluminadas y los focos destacando su impresionante fachada y delineando el vasto jardín trasero. No sé gran cosa sobre el protocolo que sigue esta madame pero no creo que cambie mucho con respecto a las de la competencia. Estas mujeres sólo pretenden una cosa: dinero y más dinero.

Un joven negro, vestido con una decadente librea con chorreras dorada, me abre la puerta y se me queda mirando. Es todo un estereotipo que me hace sonreír.

---Un amigo me ha dado esta dirección y me ha hablado muy bien de miss Sophie –le digo, con cara de hastío.

Me invita a pasar con un gesto muy estudiado pero que le queda elegante. Se nota que el sitio tiene clase. Le sigo hasta un vasto salón de enlosado suelo que forma diseños geométricos en tres colores. En él hay media docena de hombres de mediana edad, bien vestidos y muy bien acompañados por un ramillete de chicas elegantemente vestidas. No parecen putas, ya lo creo, sino más bien las invitadas de un baile de alta sociedad. Un par de chicas atractivas, vestidas de doncellas francesas, portan bebidas en pequeñas bandejas. Al contrario que en otros sitios parecidos, no se ve mostrador por ninguna parte. La música es liviana e instrumental, de estilo clásico vanguardista, pero es tan suave y etérea que parece provenir desde otra habitación. No reconozco a ninguno de los hombres, pero parecen empresarios. Eso sí, todos caucásicos y americanos.

--- ¿Es su primera vez en el Pequeño Consulado? –me pregunta una voz cálida y algo rasposa a mi espalda.

Me encuentro cara a cara con una señora de unos cuarenta y tantos años, embutida en un traje de falda y chaqueta de corte ejecutivo, en tono melocotón. Sin duda ha sido muy hermosa porque aún es bastante atractiva, con un cuerpo opulento y bien distribuido. Su cabello, que forma una elaborada trenza que se recoge sobre su nuca, es castaño claro y parece muy fino y suave. Sus ojos, de un azul ceniciento, se clavan en mí con calculador interés.

---Así es, ma chère –amago una corta inclinación que ella acusa inmediatamente. –Me presento… Henry Garfield Mesencour, de los Mesencour de Lafayette…

--- ¿Mesencour? Creo que conocí a su padre, ¿podría ser?

---Ah, el bueno de papá tenía debilidad por los clubes sociales de esta índole –mi voz engolada baja una octava, consiguiendo que me preste atención. –Pero hace tres años que pasó a mejor vida…

---Oh, cuánto lo siento, señor Mesencour –ella coloca su mano sobre mi antebrazo.

---Por favor, señora…

--- ¡Qué boba soy! ¡No me he presentado! Bassiner, Sophie Bassiner, pero todos mis invitados me llaman miss Sophie.

---Me parece absolutamente maravilloso, miss Sophie –le contesto suavemente, colocando mi mano sobre la suya. –Es perfectamente posible, como digo, que conociera al patriarca Joseph, el augusto juez Mesencour, pero no es él quien me habló de esta casa.

--- Ah, por supuesto… ¿y de quién se trata, mi querido Henry?

---Hace unos meses, vine al entierro del pobre Basil Dassuan…

---Una pérdida terrible –susurra ella, sin apartar sus ojos de mis labios, que están justo a su altura.

---Desde luego. El hecho es que me encontré con algunos caballeros que rigen esta ciudad en el mismo camposanto, entre ellos, el concejal Bickson y el juez Creefall. Sus alabanzas sobre este lugar me han animado a comprobar en persona…

Miss Sophie sonríe abiertamente al escuchar nombrar a esos dos personajes. Judith indagó entre sus conocidas qué personalidades de la ciudad acudían habitualmente al Pequeño Consulado, como tarjeta de presentación, más que nada, y la madame ha picado. Ciertamente, me asombro de mi propia dicción y del empleo de palabras que no creía conocer siquiera. Sea cual sea el don que estoy utilizando, es mano de santo, joder.

---Pues siéntase bienvenido en esta casa, Henry. Cualquier cosa que necesite o desee, sólo tiene que decírmelo –me ofrece ella, palpando lentamente la dureza de mi brazo.

---Es usted realmente encantadora, miss Sophie, una auténtica anfitriona sureña. Hace que añore dolorosamente a mi madre…

--- ¿También la ha perdido? –me pregunta la mujer, abriendo bastante sus ojos.

---Algo así, se marchó al norte y se casó con otro. Una especie de apaño orquestado por papá, pero no volvimos a verla –le cuento, dándole a entender que el inventado Henry Mesencour es todo un bastardo mulato.

--- ¡Es… es… intolerable! –mi presencia ya está empezando a afectarla, por lo que puedo ver.

---Pero así es la vida, mi querida señora. Usted me la recuerda muchísimo a pesar del tono de piel, claro. Hay algo en su porte, en su belleza… Mamá también era muy hermosa y distinguida… en fin, me estoy poniendo sentimental y este no es lugar para ello.

---Descuide, es comprensible. Tómese algo, charle con las lindas señoritas, brinde con los demás caballeros, y rehaga su ánimo.

---Permítame despedirme como su nuevo amigo, mi señora Sophie –le digo, tomando su mano e inclinándome para besar arteramente su dorso, lo cual parece encantarle definitivamente.

En cuanto miss Sophie se aleja para atender a otros clientes, un par de sus chicas se pegan a mí. Al menos, debo reconocer que las chicas saben sacar conversaciones ya que, en unos minutos, estamos charlando animadamente y riéndonos. De vez en cuando, la madame lanza unas miradas hacia nosotros, asegurándose que seguimos allí y no sé si eso la irrita o la tranquiliza. Creo que la cosa funciona, sólo hay que menear un poco más el guiso.

La pesco mirándome en un par de ocasiones mientras charlo con un tal Ethienne Mallfoy, uno de los socios de la gran empresa que lleva un par de años reconstruyendo varias zonas de la ciudad. El interés de la madame es tan intenso que casi puedo olerlo. Esa es una de las razones por la que no le he hecho caso a ninguna de las chicas; la otra es que miss Sophie, como gerente, debe conocer muchos más datos sobre quien busco.

Me hago el encontradizo con ella junto a la mesa de aperitivos. Le sonrío y atrapo una nueva copa de champán al paso de una de las doncellas francesas.

---Veo que no se ha decantado por ninguna de mis pupilas, Henry. ¿Acaso no son de su agrado? –me pregunta.

---Oh, sí, por supuesto, mi querida miss Sophie –musito tras beber un corto trago de la copa. –No sé qué es lo que me ocurre esta noche, pero estoy reviviendo una serie de sentimientos que creía ya extintos en mí.

--- ¿Sentimientos? Explíquese, Henry.

---Verá, antes le comenté que me recordaba, en cierta manera, a mi madre y eso ha hecho aflorar un montón de recuerdos, unos buenos pero otros…

---Siento mucho que esto le ocurra…

---Mi madre me tuvo siento casi una niña. Por motivos que no vienen al caso, pasó su pubertad en casa de los Mesencour. El hecho es que quedó encinta debido al incesante interés de papá –mi mente ya ha hilado una historia a la que aferrarme, un retazo biográfico ficticio que hará su trabajo. –Yo tenía casi cuatro años cuando mi madre terminó la secundaria y accedió a la universidad, “subvencionada”, por supuesto, por el patriarca del clan.

“Mi madre y yo siempre estuvimos muy unidos. Vivíamos en una casita adosada a la mansión familiar, totalmente ignorados por la rancia esposa del juez y sus hijos. Mamá terminó su grado de pasante y comenzó a trabajar en el juzgado de la ciudad; otra oportunidad que le brindó el juez.”

“Crecí admirando a mi madre, su desparpajo, su tozudez, su valentía al enfrentarse al mundo… era toda una heroína para mí. A veces, la escuchaba llorar por las noches, cuando estaba en su dormitorio, y, entonces, me deslizaba en su cama y me abrazaba a ella para consolarla. Aún tengo su perfume en mis fosas nasales, la calidez de su cuerpo contra mi mejilla, el ronco susurro al decirme cuánto me quería, justo antes de quedarnos dormidos.”

“Pero ahora comprendo que aquello no podía durar. Por muy civilizada que fuese, su esposa no podía soportar que el juez dispusiera de su amante de forma tan descarada y le obligó a echarla de casa. Al menos, tengo que agradecer a Joseph Mesencour que no nos pusiese de patitas en la calle. Le buscó un pretendiente a mamá, un tipo maduro del este que conocía de sus años de abogacía en Washington y que se había quedado viudo dos años atrás. Mamá aceptó el apaño sólo porque, a cambio, yo me quedaba en la mansión, acogido por la bondadosa ama de llaves.”

“Y así me vi privado del amor de mi madre, del consuelo que nos dábamos mutuamente. A medida que fueron pasando los años, recibía cartas y llamadas de mi madre, pero nunca una visita. No podía ir a verla ni ella volver. Escuchar su voz al teléfono me producía más daño que beneficio. Empecé a pensar que ahora había otro hombre abrazándola, que ni siquiera sabría consolarla cuando se sentía triste, pero que se aprovechaba de cálido cuerpo. Quizás había otros niños que se colgaban de sus rotundos pechos para alimentarse, otras bocas que la llamarían mamá y que reclamarían su afecto. Me pregunté muchísimas veces si era eso lo que había ocurrido para que no volviera más. Acabé odiándola por abandonarme y a mi despegado padre por alejarla. Como puede ver, querida Sophie, soy todo un caso de Edipo.”

La madame exhala el aire que contiene su pecho. Casi se ha olvidado de respirar, sus ojos clavados en mis labios mientras escuchaba la supuesta historia de mi vida, su corazón palpitando cada vez más agitadamente en su pecho. No sé qué imágenes ha podido generar mi historia en su mente, pero está deseando recrear algunas de ellas en este momento. Se me está dando cada vez mejor eso de introducirme entre las ideas y los deseos de las féminas.

---En este momento, usted me la recuerda muchísimo, se lo juro, y por ello, se han desvanecido de mi mente todas sus bellas y obsequiosas pupilas, barridas por su presencia. Si me atreviera, Sophie, la cogería en brazos y la llevaría a una de las alcobas para acurrucarnos juntos.

---Oh, por todos los santos… atrévase, Henry… ¡A la mierda, yo me atreveré! –masculla ella, dándome la mano y girándose de prisa hacia una arcada del salón.

Su ímpetu me arrastra hasta salir del salón y subir una escalinata, casi corriendo. Su pasión me hace sonreír. En un largo pasillo, abre una puerta y me introduce en una alcoba, amplia y bien decorada. Hay una gran foto de Sophie rodeada de un par de docenas de chicas sobre el cabecero de la cama, como si fuese un cuadro de honor. Adivino que se trata de su propio dormitorio y que nadie vendrá a molestarnos aquí. El suelo está alfombrado alrededor de la cama, aunque apenas me doy cuenta de ello, ya que ella me empuja hasta caer de espaldas sobre el colchón. Me río por la acción y, sobre todo, por ver su rostro encarnado por la excitación y el esfuerzo de la subida.

Me quita los zapatos y los arroja hacia atrás, sin mirar. Me desnuda y sus dedos no paran de recorrer mi piel desnuda, incluso de arañarme suavemente, como si quisiera asegurarse de que soy real. Me siento al filo de la cama y deslizo mis manos por sus caderas, buscando la cremallera de la entubada falda. Mientras la deslizo hacia abajo, ella contorsiona sus hombros y se deshace de la chaqueta. La blanca blusa de seda sigue el mismo camino y, entonces, me detengo para contemplarla a placer. Miss Sophie está en lencería, de pie ante mí, su opulento cuerpo delineado por las filigranas de encaje que bordean el fino raso. Ella comprende mi mirada y se muerde el labio inconscientemente. Creo que se ha olvidado de su propia experiencia, dejando que el morbo y la excitación primen.

Con un exagerado suspiro, se inclina sobre mí y se sube a horcajadas sobre mi regazo. Sus brazos rodean mi cuello y sus manos se encuentran en mi nuca. La boca femenina choca contra la mía, con urgencia, los labios deseosos de saborear mi saliva. Mis dedos tratan de engarfiarse sobre sus posaderas, intentando abarcar sus rotundas carnes. Ella gime en mi boca y casi se encabrita cuando aprieto sus nalgas. Me obliga a caer hacia atrás, arrastrándola sobre la cama.

---Oooh, mamá –susurro y eso la enerva aún más.

Su experta mano se cuela entre nuestros cuerpos, buscando urgentemente mi miembro. No estoy seguro, pero me da la impresión que hace tiempo que la señora no se ha sentido tan cachonda.

---Espera, espera… --le digo, aferrando su mano y frenándola.

--- ¡Quiero follar! –masculla ella, la mirada turbia.

---Primero tengo que castigarte, mamá… todos esos años perdidos… desperdiciados… me olvidaste, mamá –le espeto al oído y la noto retorcerse con la sola mención de ser mi progenitora.

La hago rodar sobre la cama y la despoja de toda la lencería que cubre su cuerpo, medias y liguero incluidos. Sophie sólo me mira y jadea entrecortadamente. Mis dedos pellizcan el pezón derecho con fuerza, haciéndola saltar sobre el colchón. Realizo lo mismo con el izquierdo y luego los dos a la vez.

---Tantos años lejos de ti… pensando en tu cuerpo todas las noches, en cuánto te echaba de menos, mamá. Has sido muy mala, muy mala…

Estiro los pezones como si fuesen de chicle y sus senos se encabritan. Gime de dolor pero sus manos siguen pegadas al colchón. No se opone al castigo.

---Necesitas sentir más el castigo –murmuro.

---En el cajón de la mesita –apunta ella con voz entrecortada.

Alargo la mano y abro el cajón. Me encuentro con una colección de dúctiles penes de caucho, vibradores, y varias pinzas para los pezones. Me apodero de dos de estas. Se parecen bastante a pinzas para tender ropa, sólo que más grandes y largas, fabricadas en metal brillante.

---Me pregunto para qué tienes estas cosas en tu mesita, mamá –le pregunto, chasqueando una de las pinzas muy cerca de su nariz.

---Para entrenar… a las chicas nuevas –jadea ella, con una pequeña sonrisa en su boca.

---Ya veo, ya veo…

Tironeo de nuevo del pezón antes de atraparlo con el pellizco de la pinza. Un pequeño quejido se escapa de sus labios. Le coloco el otro y la miro directamente a los ojos, acercando mi cara a la suya.

--- ¿Ahora lo sientes, mamá?

---Los noto arder y latir… ponme otra en el clítoris, por favor –me susurra la madame, poniéndome una mano en el pecho y empujándome suavemente.

Tras tomar otra pinza del cajón de la mesita, me decido a pellizcar y golpear suavemente ese punto sensible hasta encresparlo por la excitación. Entonces es cuando lo aprisiono con la pinza. Sophie tensa la espalda, respondiendo a la presión, los ojos cerrados, la boca entreabierta, más bella que nunca.

Me siento de nuevo en el borde de la cama y tiro del cuerpo femenino hasta entrelazar una de sus piernas con las mías y la otra situarla sobre mi hombro, bien aferrada con una de mis manos y manteniéndola bien espatarrada. La madame sigue con los ojos entrecerrados, el rostro algo ladeado, gozando de la presión de las pinzas. Deslizo uno de los dedos de mi mano libre por la entreabierta vulva. Ya está llena de flujo, anhelante por ser usada.

Dilato la vagina con un dedo, después con dos. Mis falanges se mojan en el fluido vaginal e incremento el ritmo. Las caderas de la madame rotan, su garganta se queja dulcemente, todo ello sin abrir más los ojos. Mantiene sus manos a la espalda, como si estuviesen atadas por etéreas e invisibles ligaduras, pero lo que quiere darme a entender es que se entrega completamente a mí. Joder, ¿por qué no entenderé siempre tan bien a las mujeres como en estos momentos?

Sophie se corre en silencio, casi inmediatamente. Palmeo y acaricio su pubis para dejarla recuperarse. La madame posee un monte de Venus abultado y atractivo, de pelaje bien recortado y una definida silueta pálida del bikini que utiliza para tomar el sol. Le quito la pinza del clítoris y hundo de nuevo mis dedos en ella. Rebulle, quejosa, pero en cuanto saco y meto los dedos recubiertos de hebras de flujo, ya está de nuevo dispuesta a gozar.

---Oh, dulce Niño Jesús… me matas, Henry…

---Es que nunca habías estado tan cachonda, mamá. ¿O sí? ¿Recuerdas alguna vez que hayas sentido algo así?

Miss Sophie abre los ojos y me mira. Se muerde el labio pero sólo es para impedir gritar en el siguiente orgasmo. Alarga una mano que se aferra al brazo con el que sujeto su pierna sobre mi hombro. La contracción del orgasmo la hace despegar la espalda del colchón y casi morderme el antebrazo.

--- ¡Para… detente, Henry! Hijo… --murmura, cayendo hacia atrás de nuevo.

---Vamos otra vez, mamá… así lo recordarás mejor, ¿no? –le digo, volviendo a hundir mi mano en su coño, esta vez cuatro dedos. Ella intenta detenerme con una mano pero no tiene más fuerza que un insecto. Niega con la cabeza y respira fuertemente, necesitada de más oxígeno. – Cuéntame de esas veces que te has sentido tan deseosa como ahora… venga, hazlo por mí…

A medida que el placer va llenando de nuevo su mente, Sophie empieza a hablar con voz entrecortada y débil. No sé cómo lo consigo pero parece que el placer de ahora la hace conectar con el de sus recuerdos, dándole viveza a estos.

---Ese incienso raro… el olor que llena toda la… mansión… el incienso mermu… nos pone a todas…malas… más salidas que gatas en celo…

--- ¿Incienso? ¿De dónde sale? ¿Quién lo trae? –tengo que frenar mi mano para que no se corra otra vez. Tengo que mantenerla en la cresta del clímax para que hable. No tengo ni idea de dónde me viene ese conocimiento, palabra.

---El incienso mermu lo trae el señor Odonjawa… cada vez que programa una… unaaaaa… de sus reuniones de n-negocios. Ya no asisto a… sus fiestas… desde que perdí el conocimiento en una de ellas… pero mis chicas… oh… mis chicas… acaban follando entre ellas para… satisfacerse…

Vaya, ese incienso tiene que ser la repera.

--- ¿Fiestas de negocios? –le pregunto suavemente.

---Sí, cada vez que intenta cerrar un negocio puntual y de beneficio… tengo que organizar una fiesta… como si fuese a celebrar el éxito de su empresa… sólo que la fiesta empieza antes de… que el negocio se cierre…

¿Tendrá algo que ver ese incienso con el negocio? Todo parece indicar que sí. Si esa cosa es capaz de hacer que unas profesionales del sexo se olviden de su conducta, puede hacer virguerías con unos pocos empresarios soliviantados.

---Muy bien, mamá… ahora sólo te queda decirme quién es ese señor Odonjawa y por dónde se mueve y, para premiarte, te follaré a fondo, mamita querida…

---Oh, síííí –deja escapar atrayéndome sobre ella al tiempo que me susurra datos al oído.

CONTINUARÁ...