Detective 666 (10)

La mejor solución.

LA MEJOR SOLUCIÓN.

Desde mi puesto de observación, a caballo sobre una gruesa rama de roble castaño, veo llegar a Eliane y su familia a la mansión familiar. He venido directamente desde Chalmette hasta la gran finca aislada del patriarca, usando la noche para apostarme en uno de los grandes árboles que rodean el muro exterior. Eliane ha tardado más de tres horas en personarse, lo cual me hace suponer que ha tenido serias dudas en obedecerme, pero puede que haya pensado que la desgracia podría servirle para congraciarse de nuevo con su padre. ¡Ah, la ingenuidad de la ignorancia! Yo no espero simpatía o lástima en la reacción del patriarca, sino ira y furia vengativa. Los demonios solemos ser muy pero que muy emocionales, ¿sabéis? Aunque Eliane no sea más que otro peón en los planes de la criatura de Tercer Estamento, siempre será su peón y lo protegerá con egoísmo y alguna pizca de amor paternal que debe quedar aún en su interior.

Sonrío cuando distingo a Eliane apresurarse a subir la escalinata de entrada, sin esperar a su marido, quien lleva a su hija en brazos. Me da la impresión que la señora está deseando motivar a papi en mi contra y que la vuelva a tomar entre sus brazos.

Por el barullo que se forma en la cuidada explanada de acceso, comprendo que el plan está saliendo bien, de momento. No ha transcurrido más de media hora desde la llegada de Eliane cuando cinco hombres se suben a un voluminoso todo terreno de cristales tintados. Entre ellos, a la luz de las farolas que bordean el pavimento, reconozco al bastardo de Dassuan, el tal Pincho, quien luce una nerviosa sonrisa en su cara. Sin duda, han sido enviados a buscarme. Supongo que recogerán más hombres por el camino y se pasaran por el muelle dónde tengo atracada mi casa. He tenido la precaución de dejar algunas luces encendidas y una película en bucle en el DVD digital. Creo que eso los engañara por un rato, hasta que decidan entrar a la fuerza, claro, lo que activará la alarma silenciosa que he instalado. Con suerte, puede que mis compañeros de profesión me quiten esa preocupación de encima… Estaría bien, ya os digo.

La salida de esos cinco tíos debería mermar significativamente la seguridad de la mansión, ¿no? No sé cuánto personal debe quedar en ella pero apuesto lo que sea a que no son más de cuatro o cinco. ¡No me doy un besito de reconocimiento porque no llego a mi mejilla con este cuerpo humano! Palpo el bulto del Colt Azamet, cruzado sobre mi pecho. Lo he pegado a mi piel con esparadrapo médico, volviéndome así invisible para el patriarca Dassuan. De otra forma, podría detectarme a poco que se concentrara. De la pequeña mochila que llevo al hombro, saco el bote de cristal que contiene las mariposas pecado, recolectadas de Dylan, de Predyss y de sus escoltas. Aún revolotean, vivaces a pesar del poco espacio que disponen. Parecen muy vivas y reales para ser unas representaciones simbólicas. Lo que importa es que no se han desvanecido a pesar de las horas que han pasado. Puede que saque buenas conclusiones si llego a mañana. Desenrosco la tapa y atrapo fácilmente a cuatro de ellas, que devoro lentamente. Para enfrentarme a ese cabrón y tener una oportunidad, debo estar al máximo de mis fuerzas, aunque, a partir de este momento, todo es pura improvisación. Creo que, en el fondo, me gusta así…

Me concentro unos segundos, buscando una sensación en mi interior, una especie de energía que me ayudará en esta locura que estoy a punto de cometer. Estaría bien que dispusiera de un jodido apéndice en el que vinieran listados estos poderes adquiridos, ¿no? Lo haría todo más sencillo. ¿A quién quiero engañar? Esto es lo que hay.

Noto mi cuerpo flotar, como si perdiera la mayoría de su peso, y me siento ingrávido y eufórico. Me pongo en pie sobre la gruesa rama del roble y salto hacia otro entramado de madera, sobre mi cabeza. La sensación recibida no me engañaba, es como si mi cuerpo escapara a la ley universal de la gravedad. El impulso de los músculos de mis piernas me arroja contra la rama y debo aferrarme con brazos y piernas para no seguir ascendiendo sin control. Con una sonrisa, trepo como una ardilla de dos metros hasta situarme en las delgadas ramas superiores. Desde allí, compruebo que hasta la mansión hay varios grandes árboles separados por unas decenas de metros, los unos de los otros. El muro de piedra que circunda la propiedad queda lejos de las ramas pero el siguiente árbol está justo detrás, tentándome a dar ese imposible salto.

Ni siquiera me lo pienso. Las luces estratégicas que iluminan el camino de grava y los bien cuidados setos están situadas para descubrir cualquier intruso que se acerque a la casa pegado al suelo, pero, en cambio, producen reflejos y conos focales que ocultan cualquier cuerpo que salte por el aire. Con un ronco y apagado grito, me impulso con todas mis fuerzas y, un segundo después, me encuentro cruzando el espacio abierto entre los árboles, con tensión suficiente como para batir una marca olívica. Sin embargo, el control es otro cantar. Creo que tengo la escasa precisión de un globo medio lleno de helio arrojado por un niño. Sin embargo, alcanzo mi objetivo y me aferro a las ramas que hay a mi paso, quedando colgado boca abajo. Me quedo quieto, escuchando, pero no parece haber respuesta al pequeño fragor de mi cuerpo quebrando varias ramas pequeñas con el impulso.

El siguiente salto me sale un poquito mejor, además el árbol está más cerca. Tras unos cuantos elaborados saltos, consigo encaramarme al alero de una buhardilla –algo más bajo que el resto del tejado –y termino tumbado de bruces sobre la rasposa pizarra oscura que sirve de cubierta.

Me quedo a gatas delante de la ventanita con tejado, buscando indicios de la instalación de alarma mientras que me pongo unos suaves guantes de vinilo. No estoy seguro, pero no veo cables ni la clásica lucecita parpadeante que indica que el sistema está conectado. Puedo suponer que el hijo puta de Dassuan se siente muy seguro en su nido; no espera que nadie venga a zurrarle la badana. La acerada hoja de mi cuchillo salta el pestillo de la ventana y me deslizo al oscuro interior en silencio.

Utilizo mi móvil para iluminar un poco la habitación. Es un desván y los enseres están cubiertos con lienzos o metidos en cajas. Todo está bien ordenado pero el polvo se levanta cuando paso la mano sobre una de las sábanas. Por aquí no suele subir demasiada gente, me digo.

Salgo a un pasillo igualmente tenebroso. Sin duda, esta planta debe de estar dividida en varias buhardillas usadas como trasteros. Mi nariz empieza a cosquillearme, afectada por el polvo que flota por todas partes. No es el momento para tener una reacción incontrolada, me quejo mentalmente. Si después de todos los cuidados que estoy teniendo, me descubren por un jodido estornudo es que me merezco que me pateen directamente de vuelta al infierno.

En previsión, me sueno la nariz con los dedos, a consciencia, limpiándome a continuación sobre la pechera de mi propia camisa. ¿Qué? ¿Qué soy un guarro? A ver, no llevo pañuelos y no pienso dejar un rastro de ADN a mi paso. Faltaría más, joder.

A medida que me acerco a la escalera en penumbras, mi despejada nariz parece despertar, captando tenues olores que normalmente no obtengo a no ser que esté muy, pero que muy cerca, del sujeto u objeto. ¿Otro don de las mariposas? Me tomo mi tiempo para olisquear y dejar que mi mente reconozca la pista odorífera. Sí, huele a leche y galletas, así como un aftershaves varonil pero muy suave. Desciendo los peldaños de madera con sumo cuidando, utilizando la mengua de gravedad de mi cuerpo para impedir que crujan las tablas. La escalera me conduce hasta un estrecho pasillo del piso intermedio. No es el pasillo principal que recuerdo de mi anterior vez aquí, el que conduce a la estancia del mafioso poseído, pero debe ser uno de servicio, quizás paralelo. La mansión Dassuan es lo suficientemente enorme como para tener pasillos secundarios, ya lo creo. Mi nariz sigue el aroma a galletas calientes hasta el fondo del pasillo.

Hay una puerta entreabierta y luz que sale por el hueco. Arriesgó una mirada con un solo ojo. Es un dormitorio decorado infantilmente pero pomposo. Sobre una cama de cuentos de hada, la hija de Eliane moja galletas en el vaso de leche que sostiene un estirado y maduro mayordomo, sentado a su lado. Juro que el tío es de verdad, con uniforme inglés y todo. El viejo Dassuan debe de ser de lo más excéntrico.

El olor a colonia varonil proviene del mayordomo, por supuesto. Sin embargo, mi nuevo sentido del olfato recoge un aroma conocido procedente de la niña que me recuerda al que exudaba el cuerpo de su madre cuando la estaba forzando. Es natural, se trata de su madre. Sin embargo, mi definido olfato llega más lejos y atisba cierto efluvio del que no soy consciente de haberlo olisqueado antes. Tras unos minutos de concentración, mientras el mayordomo continúa contándole a la niña un cuento sobre princesas para que siga comiendo sus galletas, recupero el detalle oculto en mi memoria. Sí, es el mismo olor que flotaba en la habitación del viejo Dassuan, pestilencia a decrepitud y enfermedad. ¿Se le ha pegado ese olor a la niña al visitar a su abuelo o es que mi olfato ahora es capaz de reconocer las pautas hereditarias de la genética? Vaya usted a saber, querido Mendel.

La niña está apurando la leche así que me digo que es el momento para esconderme y sorprender al mayordomo. Me vendrá muy bien conocer la disposición de la gente que se mueve por la mansión y cuántos son. Por un momento, me pregunto por qué no entro en el dormitorio y le obligo a hostias sin más. Por la niña, llego a la conclusión mientras me introduzco en otra habitación. ¡Por los jodidos y eternos monjes condenados! ¿Cuántos cambios más van a sucederme?

Bueno, tengo que decir que el estirado mayordomo seudo inglés es todo un leal sirviente de su amo Dassuan. Ha sido todo un reto sacarle información sin hacerle gritar como una sirena antiaérea. Estaba dispuesto a morir sin revelarme nada y eso que no le pedía secretos de estado, ni mucho menos. Suerte que lo que Jack aprendió en la academia sobre interrogatorios, más mi propia sensibilidad y astucia me hacen un buen interrogador. Aún así, me ha costado quince buenos minutos sonsacarle lo que quería saber.

Seis hombres armados –cuatro en la planta baja, dos en la gran alcoba de Basil, como la otra vez --, dos sirvientas en sus aposentos, en el ala de servicio, abajo; la madura enfermera que recuerdo y, por supuesto, Eliane y su familia, es el recuento que obtengo. Casi lo que había supuesto. Maniato y amordazo al mayordomo con el mismo rollo de esparadrapo con el que me he pegado el Colt Azamet al pecho y me lo cargo al hombro. Pienso subirlo al desván y dejarlo en alguna de esas buhardillas. Así no molestará.

No sé si el por la colonia del sirviente o es que el don olfativo se me ha ido finalmente, pero no detecto al gorila a tiempo. Me sorprende en mitad del pasillo, llevando al mayordomo como un fardo.

---Señor Queller, el jefe me ha pedido que… –llega diciendo el matón desde el fondo del pasillo. No debe tener muy buena vista porque ha confundido el bulto de dos personas por una sola. -- ¿Qué cojones…?

Se acabaron las sutilezas. Cuando le veo llevar la mano a la trasera de su cintura, sé que se me acabó la sorpresa. En un instintivo movimiento, me pongo de perfil, colocando el cuerpo del mayordomo para que me haga de parapeto y, de un salvaje tirón, arranco el Colt de mi pecho. Me muerdo el labio por el vivo dolor del vello arrancado, las lágrimas inunda mis ojos. Aún así, caigo de rodillas y alzó mi arma. La primera bala del arma del guardaespaldas pasa por encima de nosotros y se estampa en la pared, unos metros más atrás. El Colt Azamet ruge como un cañón de doce libras y su tranquilizador retroceso me hace sonreír. El sobrenatural proyectil levanta al matón del suelo como si fuese de paja. Ni siquiera tengo que cerciorarme que está muerto. El Colt no deja heridos y menos con humanos.

Dejo al señor Queller –curiosa manera de conocernos –sentado en el suelo y la espalda contra la pared, los ojos desorbitados, y me alejo a la carrera. Ya no hay tiempo para estrategias ni florituras. Debo llegar a la alcoba de Dassuan antes que él pueda traer a todos los hombres que le quedan y, sobre todo, pueda atrincherarse tras sus habilidades infernales. Aún no puede localizarme ni saber qué está ocurriendo con seguridad y esa es la única ventaja de la que dispongo.

Por lo visto, la suerte sigue sonriéndome, ya que sorprendo a los hombres de Basil –los cuatro que permanecían en la planta baja – justo cuando se disponen a entrar en la alcoba. Llego como un vendaval por sus espaldas. Azamet no es un arma rápida como una semiautomática pero lo hago escupir fuego y muerte aprovechando la confusión. Me lanzo contra los cuatro en tromba, usando mi cuerpo como ariete. Sigo disparando al caer sobre ellos, a bocajarro, técnica aprendida en las pelis sobre Mr. Wick, el Hombre del Saco.

Mientras ruedo por el suelo, escucho chillar a Eliane y elevarse un rugido bestial que reconozco como un desafío entre entes infernales. No pienso darle el gusto de luchar conmigo en igualdad de condiciones a ese lameculos de Tercer Estamento… nanay, me mataría…

Debo seguir moviéndome y esquivando. Las cosas se están poniendo movidas en el interior de la alcoba. Hay cuadros, sillas, medicamentos y hasta un colgador médico girando enloquecidos en el aire, como si un invisible tornado se hubiera colado en la casa. Al fondo, la pesada cama médica traquetea como si estuviese viva. Sobre ella, un escuálido Basil Dassuan, vestido con un caro pijama de seda, brama como un enfurecido toro en celo, los brazos en alto. Una pesada silla me golpea en la espalda pero no me derriba. Sin embargo, toda esta infestación demoníaca sirve para dificultar las cosas al único hombre armado que queda en la casa, quien se está cubriendo como puede por los proyectiles improvisados que maneja su iracundo jefe.

Por un momento, al levantar el cañón de mi arma maldita, me digo que es muy bueno el que no tenga que detenerme a recargar su tambor, sólo amartillar y apretar el gatillo. El hueso parietal del guardaespaldas humano revienta, arrojando grumos de materia cerebral hacia el rincón en el cual se acurruca la madura enfermera de carrillos saludables. Grita brevemente, fruto del asco que la embarga.

Los cristales del gran ventanal que cubre la pared oeste estallan súbitamente, convirtiéndose en improvisada metralla transparente para el poder del demonio. Tanto la enfermera como Eliane –las dos humanas que se encuentran en el dormitorio –están tumbadas en el suelo, intentando protegerse de los sobrenaturales efectos. Instintivamente, subo un brazo para cubrirme mientras que, por un segundo, me pregunto si Eliane ha visto a su padre hacer algo de esto antes. Me quedo esperando la punción de los cristales en mi carne pero nada llega. Aparto el brazo y echo una mirada. Los cristales están clavados en la pared de enfrente pero ninguno me ha tocado. Los objetos que aún giran en la gran habitación, como tiburones enloquecidos buscando algo que morder, me rozan y me atraviesan sin que los note. Los ojos se me desorbitan cuando la explicación alcanza mi mente.

¡Estoy en fase, desmaterializado!

Varios superhéroes de comics pasan por mi mente, haciendo lo mismo. Spectrum, Dr. Fate, la Visión, Kitty Pride… Jamás hubiera pensado que los pecados de los condenados pudieran otorgarme un don tan poderoso, un poder que es inherente al Segundo Estamento. ¡Vaya!

Basil Dassuan ha dejado de saltar sobre la cama, enmudecido por el pasmo. Me está mirando con fijeza, sus hinchados párpados recorridos por un tic nervioso que los hace parpadear sin pausa. Sus pupilas se han vuelto rojizas y la mandíbula inferior le cuelga, mostrando sus encías desdentadas. Le sonrió maliciosamente a la par que levanto el Colt Azamet, apuntándole. Es la primera vez que ve el arma frente a frente y la reconoce inmediatamente, seguramente más por el vacío innatural que deja ante él que por su aspecto. Lívido, levanta un dedo acusador hacia mí mientras, con toda calma, amartillo. ¡Lo estoy disfrutando!

En ese momento, como una furia desatada, la rolliza enfermera cae sobre mí, chillando, arañando e incluso mordiendo. El disparo sale desviado e impacta en una de las piernas del anciano, destrozándole una rótula. Acabo de aprender otra de las particularidades del arma maldita. No falla cuando se trata de matar a alguien natural, como un humano o un animal, pero cuando se caza a una entidad sobrenatural, Azamet depende de la voluntad y puntería de quien la maneja para acertar.

Me deshago de la madura mujer de mala manera, arrojándola como una muñeca rota contra la pared erizada de grandes y resistentes cristales, en los que queda clavada como una sangrante libélula. Me giro de nuevo hacia Basil, quien se está revolcando de dolor sobre la cama, intentando taponar con las manos el agujero que tiene en la rodilla. Instintivamente sabe tan bien como yo que la maldición del arma le está envenenando la sangre y todo su organismo. La herida es igualmente mortal, sólo que es más lento que un disparo a la cabeza. Puedo adivinar la desesperación que le posee; todos sus planes destrozados en un instante por un demonio menor.

Me detengo un momento, decidiendo si quiero verle agonizar con ese sufrimiento o me conviene terminar el asunto de una vez. La detonación me pilla por sorpresa y el fuerte dolor recorre mi antebrazo derecho, obligándome a abrir los dedos y dejar caer el Colt Azamet. A cuatro metros, Eliane se mantiene apuntándome con un niquelado revólver, las piernas abiertas, el busto estremecido por sus jadeos.

¡Mierda! ¡Vaya un momento para que desaparezca el don de la inmaterialidad! De un vistazo, encuentro el Colt Dragoon en el suelo. Podría…

--- ¡Venga, inténtalo, cabronazo! –escupe Eliane con rabia. –Si crees que dudaré en reventarte la cabeza es que aún no me conoces, hijo puta…

He aprendido a no cuestionar nunca a una mujer herida en sus sentimientos y la he herido suficientemente como para desearme la muerte, no hay duda. El revólver no tiembla en su mano, lo que indica su firme resolución y su entrenamiento con armas. Mal asunto. Tengo que distraerla.

--- ¿Cómo explicas eso? –le pregunto suavemente, señalando con la mano sana todos los objetos caídos en el suelo en el mismo momento en que la bala de Azamet tocó la carne del anciano criminal. -- ¿Has visto hacer algo parecido a esto a tu padre antes de hoy?

Eliane mira a su alrededor, la mandíbula apretada, pero sin dejar de apuntarme.

---Pasan cosas extrañas a veces –se encoge de hombros.

--- ¿En tu vida o en esta casa? –pregunto con cinismo.

Eliane echa una mirada de reojo hacia su vociferante padre. La bala sobrenatural de Azamet ha cortado drásticamente el torbellino metafísico.

--- ¡Me has violado! –me espeta, entrecerrando los ojos.

---Sí pero no ha sido nada… personal. Sólo quería cabrear a papi –le digo, señalando al herido con el pulgar.

--- ¡Podías haberle mandado una foto haciéndole un mengue, capullo!

---No se me ocurrió –le contesto, encogiéndome de hombros.

--- ¡ELIANE!

La puerta de la alcoba se abre y George Corrison entra impetuosamente, portando a su hija en brazos. A pesar de los fuertes ruidos y de los gritos, la niña no parece asustada.

--- ¡Eliane! ¿Estás bien?

--- ¡Jodido imbécil! ¡Te dije que te quedaras en la habitación de Sissi!

--- ¡Tenía que saber qué pasaba! ¡Ha habido muchos disparos!

Y el preocupado marido da el paso que estaba esperando, acercándose a su esposa y obstaculizando el movimiento de brazo de su esposa cuando salto hacia el Colt Azamet.

--- ¡Maldito seas…! –no sé si la imprecación de la señora mafiosa va para mí o para el tarambanas de su marido.

Las cachas del Dragoon se adecuan perfectamente a mi mano al empuñarle y parece llenarme de una energía espectral y una frenética ansia por disparar de nuevo.

--- ¡NNNOOOoooooooooo…!

El largo aullido nos hace detenernos y mirar hacia la cama. La criatura que se arrastra por la cama, llenándola de oscura sangre, ya no se parece demasiado a Basil Dassuan. Es apenas un remedo de un cuerpo humano. Su piel cuelga por todas partes, como si sus huesos hubiesen encogido. El vientre aparece muy hinchado bajo su pijama de seda. Tiene una mano levantada que más bien parece una garra esquelética.

--- ¡A mi nieta no! ¡No dañes a Sissi! –balbucea afónico, como si el grito que ha soltado hubiese menguado sus fuerzas. –Por favor… no dispares…

George acaba por darse cuenta que se ha metido en la línea de tiro, tanto mía como de su mujer, y salta hacia atrás con un chillido poco masculino, protegiendo la cabecita de la niña con una mano.

--- Ella heredará toda la fortuna de los Dassuan. Es el futuro –me suplica con voz entrecortada. –No destroces el destino de esta familia… por favor…

---Papá –rezonga Eliane, sin dejar de apuntarme, aunque ya no la veo tan seguro como antes, ahora que el feo agujero del cañón del Colt la enfila. –Teddy y yo aún podemos hacernos cargo de los asuntos de la familia.

---Ptáh –un ruido despectivo surge de la cada vez más desfigurada boca del anciano. –Teddy sólo es bueno en gastar dinero en putas y en juego… y tú… tú eres una mujer, Eliane… no puedes dirigir una empresa como esta…

--- ¡Pero Sissi también es una mujer, o al menos lo será! –chilla Eliane, conteniendo lágrimas de frustración.

--- ¿Crees que a esa cosa que hay dentro de tu padre le importa lo más mínimo el futuro de la familia? –dejo caer con suavidad, tomándola por sorpresa. –No, ni de coña, cariño. Sabe que la encarnación que la contiene en este momento está acabada, que lo bueno se termina, y se está asegurando una salida.

--- ¿A qué te refieres? –pregunta su esposo, a un paso de la puerta.

---Había un hedor en tu hija cuando la encontré en su cuarto, una peste que identifiqué como la que emana de tu padre. Creí que el tufo se le había pegado a la niña al abrazar a su abuelo, como podría ser normal, pero…

--- ¿Pero qué? –Eliane empezaba a sentirse histérica. Las evidencias le estaban cayendo todas juntas encima.

---La entidad que posee a tu padre la ha marcado con su esencia.

--- ¿De qué coño hablas?

Suspiro y bajo el arma. Incorporo el cuerpo y muevo el cuello para liberar tensión.

--- ¿No te has preguntado por qué estoy persiguiendo a tu padre? –ella enarca una ceja y niega con la cabeza. – Yo soy uno de los polis que mandaste arrojar por aquella azotea. Sobreviví gracias a cierta intervención, digamos que preternatural…

--- ¡Mentira! –exclama el demonio desde la cama, en un vano intento de destaparme pero no tiene ya fuerzas.

---Se me ha permitido una segunda oportunidad a cambio de cazar entidades demoníacas.

--- ¿Eres un cazador de demonios? –me pregunta George con los ojos muy abiertos.

---Así es. Tu padre es uno de ellos desde hace mucho tiempo. De hecho, ya no queda nadie de tu progenitor, sólo la cáscara, Eliane. Sin duda, vienes sospechándolo dado tus frecuentes encontronazos con él, ¿verdad?

---No le escuches, hija mía… te está engañando…

--- ¿Qué ganas con esto? –me pregunta ella, sin hacer caso a su padre.

---Justa retribución – “y un poco de tranquilidad”, me digo mentalmente. –Esa cosa quiere a tu hija como nuevo traje. Este se ha gastado y lo abandonará cuando deje escapar el último aliento. Pero ya ha preparado a Sissi para acogerle a su muerte. Se introducirá en ella y, durante unos años, hasta la adolescencia, la dejará crecer como una niña normal, aprendiendo y adecuando su esencia al nuevo cuerpo. Después, relegará la inexperta mente de Sissi a un oscuro rincón de su interior y, lentamente, año tras año, el alma de tu hija será consumida como una golosina. De esa forma, el demonio tendrá de nuevo el mundo a su alcance.

Puedo notar el endurecimiento de la mirada de la mujer. Ha tomado su decisión. Eliane baja su revólver y hace una profunda inspiración.

---Te creo, poli. Ahora puedo explicar muchas cosas. Termínalo ya.

Asiento y le hago una seña al marido para que se acerque a mí. La herida de mi antebrazo ha dejado de sangrar aunque aún duele, pero no me impide apuntar con el Colt a Basil. Me concentro en el arma maldita y utilizo lo que me queda de los dones atribuidos por las mariposas. Ni siquiera sé cómo lo hago ni el motivo, sólo que es algo que debe hacerse. El cañón de Azamet empieza a calentarse y virar hacia un color brillante. Alargo la otra mano y aparto el pelo de la nuca de la niña, ahora a mi lado. Con suavidad, coloco la boca del Colt sobre la sensible piel, justo bajo el nacimiento del cabello en el occipital. Se produce un siseo y la piel se arruga debido al calor del arma.

Sissi chilla de dolor y Basil de angustia. El padre la estrecha más fuerte, tratando de tranquilizarla y su madre se acerca a ver lo que le hecho. Un pequeño círculo imborrable queda en su nuca, una marca que la volverá indetectable para cualquier entidad infernal. Eliane la toma en sus brazos y la mece con amor maternal, calmando los llantos de la pequeña.

--- ¡Tercer Estamento! Acabo de cortar tu vínculo con este mundo y ahora te voy a enviar de cabeza al infierno, de dónde no deberías haber salido, puto engendro –le digo, dejando ir dos proyectiles muy bien guiados esta vez.

La cabeza del anciano revienta como una madura sandía arrojada desde una ventana. El cuerpo se desinfla sobre la cama como si le hubieran extraído el sistema óseo. Percibo un alarido esotérico en mi mente, perdiéndose en la distancia.

“Buen viaje, capullo”, le despido mentalmente.

---Aún tengo serias dudas en aceptar todo esto –Eliane se vuelve hacia mí, sosteniendo aún a su hija. –Y no creerás que voy a perdonarte lo que me has hecho en mi casa.

---Bueno, siempre podemos ir a terapia los dos juntos. Por tu parte, no es que tengas buena experiencia con las relaciones paternas.

Se me queda mirando fijamente, enormemente seria y, de repente, la comisura de sus labios se pliegan solo un poco, lo justo para aceptar el sarcástico comentario.

--- ¿Cómo te llamas? –me pregunta.

---Se me conoce como detective Jack DuFôret pero tú puedes llamarme Nefraídes.

---Curioso nombre pero, por algún motivo que desconozco, te sienta bien.

---Bueno, ahora dispones de las riendas del imperio de tu padre. Procura que no tenga que interesarme en ello, ¿comprendes?

---Tranquilo, fiera –responde, agitando la mano a la espalda de la niña. –Voy a legalizar los negocios. He comprobado que esta vida no compensa.

De nuevo esa mini sonrisa. Una señora criminal con humor, ver para creer.

--- ¿Qué pasa con los hombres que fueron enviados a por mí?

---Estarán a punto de llegar. Papá… bueno, eso –dice, señalando con un dedo hacia la cama –los mandó llamar cuando comenzaron los tiros. Es mejor que no te encuentren aquí hasta que me invente una historia y los calme, sobre todo a Pincho. Él adoraba al viejo.

---Tienes razón. ¿Qué les vas a decir? –le pregunto.

---No te preocupes, ya pensaré algo.

---Es muy buena inventando excusas y pretextos –comenta jocosamente su esposa, acercándose y quitándole a Sissi de los brazos. Eliane le sonríe y le besa en una mejilla. –Voy a acostarla y me quedaré con ella para que duerma.

---Claro. Gracias, cariño.

Los dos miramos a George salir de la alcoba con su hija.

---Entonces, ¿qué va a pasar con todo esto? ¿Voy a tener problemas? –insisto.

--- ¿Dices que Pretyss está muerto?

---Ya lo creo.

--- ¿Puedes hacer desaparecer el cadáver? –pregunta ella. Hay un brillo juguetón en sus ojos.

---No hay problema. Espero que no lo hayan encontrado.

---Bien, creo que le acusaré de este intento de golpe de estado. No podrá desmentirlo, ¿verdad? –esta vez su sonrisa es mucho más amplia, lo que la vuelve más hermosa.

---Ya veo por dónde vas. Está bien, ahora me marcho.

---Sal por la puerta de atrás y salta el muro, así no te encontraras con los chicos – me aconseja dulcemente. Cuando estoy a punto de ponerme en marcha, me agarra del brazo y me voltea, encarándome. –En cuanto a lo que ha sucedido esta noche en mi casa, deberemos discutir seriamente sobre ello, los dos.

---Estoy a tu disposición –asiento gravemente y sinceramente, pero estoy muy equivocado.

---Me conformo con repetirlo, digamos una vez por semana. Ya buscaré el lugar y la ocasión, guapo –me sorprende aún más al pellizcarme una nalga con toda intención.

Me alejo de la mansión tras saltar el muro –esta vez no tan elegantemente como a la entrada –cavilando sobre la cuestión de que no conozco nada sobre las mujeres. Aún estoy sorprendido de la reacción de Eliane pero… ¿quién soy yo para opinar sobre ello? Un simple demonio de Cuarto Estamento que se acaba de quitar de encima un peligroso enemigo, ese soy, je. Y, además, creo que puedo cultivar una aliada que será de ayuda.

Todo está bien si termina bien, ¿no? Al menos, es lo que dijo Shakespeare. Arranco el coche y pongo rumbo hacia cierto sendero entre grandes setos de pantano dónde he dejado unos pocos cadáveres de los que tengo que ocuparme.

CONTINUARÁ...