Detaché (Cruel World)

La primera impresión siempre es la que cuenta

Gracias por los comentarios. Tomo nota de todos ellos. Gracias concretamente a quien describió mi manera de escribir como "detaché", me ha hecho tanta gracia que he cambiado el título de la posible saga. De nuevo, gracias.



Me senté en mi habitación, en la silla de mi escritorio. Estuve así durante varios minutos, quieto, escuchando mis propios pensamientos. No estaba enfadado, eso lo tenía claro; pocas cosas podían enfadarme y lo que acababa de pasar no era una de ellas. Pero sí que me sentía extraño, con un ligero frío en el estómago, sopesé la idea de darme una ducha bien caliente.

Limpiar casas. Esa era la intención de mi padre. Que trabajara de madrugada limpiando los bloques de pisos del centro de Madrid, en los que la mayoría contaba con portero y limpiadores de Mariscal Servicios . “Ya que no te interesa nada, al menos trabaja a ver si eso cambia algo”. Recuerdo haber levantado un poco las cejas, entre sorprendido e interesado. Quería ver hasta donde llegaba eso.

“¿Y mis clases?”, pregunté suavemente, “Trabajando de madrugada ya puedo olvidarme de ir a las de la mañana, que son las de Derecho”. Lo mencioné de manera interesada, quería ver que respondía; el derecho (ser abogado) era su vida, y la vida que él quería para mí. Mi padre pareció titubear, pero luego se irguió en su silla. “Ya son bastantes los profesores que me han trasladado tu visión sobre las clases de Derecho, por suerte tendrás todos los libros y manuales que quieras para mantenerte al día”, dijo todo con un rastro de desaprobación contenido, mi fría visión chocaba con el romanticismo místico con el que él miraba la abogacía.

Era inevitable. La única posible salida era mi madre, sabía perfectamente lo que pensaría, pero ahora mismo estaba en Washington poniendo orden para torcer una proposición de ley del Congreso a su favor. Mi padre estaba actuando a sus espaldas claramente o al menos sin su consentimiento expreso, Mariscal Servicios dependía de la familia Melagio, y aunque fuera una empresa de cuarta o quinta fila los Moreau no se mezclaban en los asuntos de los Melagio y viceversa. Tampoco me hizo gracia la idea de que mi madre se enfadara con mi padre, tendría que intervenir.

Mi padre me estaba mirando atentamente, estudiando mi reacción. Por eso mí no-reacción le estaba poniendo nervioso por momentos. Yo suspiré interiormente. Me atraía la idea, era interesante y mi madre volvería en un mes; podía estar un mes intentando divertirme limpiando escaleras. Desde luego era un reto. “Está bien, estoy conforme”, respondí “Mientras no suceda nada por perder clases lo intentaré al menos”. No sé qué esperaba mi padre, pero desde luego eso no, se derrumbó en su silla, perdiendo sus hombros la línea segura que siempre exhibía. Otra decepción más que sumar a la lista, supongo que esperaba que me rebelara. Me incliné y recogí mi contrato, le eché un rápido vistazo y pedí subir a mi habitación para ponerme cómodo y cenar. Mi padre asintió y con un gesto de la mano me despidió.

Y allí estaba ahora, mientras recodaba todo había ido leyendo el contrato. Al parecer se renovaba cada dos meses, a no ser que se incurriera en un par de supuestos, como no asistir sistemáticamente al trabajo sin justificación. Todo correcto, todo bien atado. El sueldo no era una maravilla, tenía una vaga visión del dinero mínimo con el que se podía subsistir y lo que pagaban era un poco por encima de eso. O quizá me equivocaba y me planteaba la vida más cara de lo que era. Se entraba a la una de la mañana y se salía a las siete. Seis horas de trabajo, intenté hacer un cálculo mental de cuantos bloques podían ser esos pero no pude; no sabía cuánto era el tiempo que se podría tardar en limpiar solo uno.

Dejé el contrato cuidadosamente encima de la mesa, por el pasillo oí que mi hermana me medio gritaba que ya estaba la cena. Antes de bajar cogí la pluma que siempre llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta. Poco a poco, releyendo el contrato un par de veces durante el proceso, firmé y coloqué mis iniciales donde se me pidió. Al acabar admiré mi obra, Didier Moreau-Melagio limpia escaleras. El suave estremecimiento de mi estómago creció un poco, sentía curiosidad con lo que me encontraría mañana; aunque no me hacía ilusiones al menos era algo diferente.


Nombre: Guillem Azcona. Nacionalidad: española (raíces catalanas). Edad: 21 años. Fortuna familiar: estimada en 25.000€

Fue una despedida emotiva. Se jubilaba Paco, mi compañero de trabajo durante los dos últimos años. Acudió a la hora de siempre, al mismo portal por el que siempre empezábamos a limpiar la calle. No dijo nada, pero podía ver una película brillante recubriendo sus ojos a veces; intentaba contener las lágrimas.

Como siempre hablamos de todo, excepto de que aquel era su último día. Saqué y cargué los materiales, subiendo como siempre lo mío y lo de Paco, que nunca admitió que no tenía fuerzas suficientes para cargar con su parte toda la noche escaleras arriba y abajo. Se interesó por mi familia y como me iba en la Universidad, fui sincero con él como siempre, bien y mal respectivamente. Bien la familia, porque por suerte podíamos vivir bien pero sin muchos caprichos y mal porque me costaba compaginar trabajo y estudios. Pero sin ese trabajo no podría pagarme la Universidad y el piso que tenía alquilado en Cuzco ya que mi familia vivía en un pequeño pueblo de Cataluña, así que como siempre le decía “estoy atrapado de pies y manos”. Y como siempre que teníamos esa conversación Paco me dio ánimos.

Me preguntó por los chicos, Paco sabía mi errática evolución como bisexual confuso consigo mismo. Llegue de Sant Jordi (mi minúsculo pueblo cerca de Banyoles y su famoso lago), hace ya tres años tras haber conseguido plaza en la Politécnica de Madrid (UPM) para Ingeniería Aeroespacial. Llegué de Sant Jordi con novia y convencido de mi heterosexualidad.

Tras un año en Madrid y después de cortar la relación por culpa de la distancia un día me sorprendí besándome con mi mejor amigo de clase en un portal tras volver de fiesta; después fueron meses complicados, como poco. Pendulé entre una relación a medias con ese chico y encuentros esporádicos con chicas, intentando poner orden en mi vida. Ahora ya no tenía relación alguna y se habían acabado los encuentros esporádicos con nadie, mi vida era un desastre en lo personal y no quería añadir más líos al asunto. Llevaba un tranquilo celibato que ya rozaría el año en pocos meses.

Durante todos esos momentos Paco había sido mi confesionario personal. Y creo que sin él estaría aún más perdido en mi vida. Le respondí con un escueto “sin novedades”, porque no había nada más que contar, evitaba escrupulosamente cualquier cosa que pudiera oler a lío de faldas o de braguetas. Por no saber hasta no sabía ni en quien pensar al masturbarme, a veces chicas, a veces chicos. Durante una temporada solo chicas y durante otra temporada solo chicos. Que solo necesitara pocos minutos para correrme pensando en ambos sexos no mejoraba las cosas, entre el celibato y lo joven que era hasta podría haberme corrido sin pensar en nada, solo por pura estimulación manual.

Yendo de conversación en conversación acabamos por limpiar todos los bloques de aquella noche. Fue un momento agridulce, acabamos de guardar todo el material y como era costumbre nos fuimos a algún lugar a desayunar. Hoy era una ocasión especial y por eso entramos en el restaurante del NH de Neptuno, al lado de nuestra zona para limpiar. Nos reímos y nos dimos mutuamente consejos, me contó sus planes ahora que estaba jubilado y yo les di mi visto bueno. Desde luego acordamos seguir viéndonos, incluso me invitó a comer a su casa con su mujer como ya había hecho alguna que otra vez.

En un momento dado surgió el tema de su sustituto, cuando ya acabábamos nuestro café. Paco me dijo que ya tenían asignado a alguien, al parecer era extraño porque normalmente se enviaba un pequeño informe de la central y esta vez no había sido así. Eso quería decir que era hijo de alguien, seguramente de algún supervisor. Empezábamos mal, no me gustaba esa discriminación de posibilidades. No quería a un vago enchufado por aquí, porque mi trabajo dependía de cumplir un número mínimo de portales. Al parecer Paco solo había podido conocer su nombre: Didier. Yo fruncí el ceño levemente, no se me ocurría de donde podía venir, y el nombre no era catalán, que era a lo que más podría tirar.

Acabamos el desayuno y nos despedimos, yo tenía que irme rápido a mi piso, necesitaba dormir para poder estar fresco para las clases de la tarde. Me hubiera gustado quedarme con Paco más tiempo, pero se me cerraban los ojos. Con un fuerte abrazo nos despedimos tras dos años de estar trabajando juntos.

Llegué a mi solitario piso de universitario, pasé al lado de la otra habitación que todavía esperaba un compañero de piso y, tras desvestirme rápidamente, me dejé caer en la cama. Tenía la polla dura como una roca, pidiendo a gritos atención, pero tenía tanto sueño que lo dejé estar, pidiendo a la nada no tener ningún sueño caliente que me hiciera correrme sin tocarme, como a veces me pasaba.

* Didier ***

Solo fui a las clases de la tarde. Me había pasado toda la noche en vela y había dormido toda la mañana, hasta pasada la hora de comer. Necesitaba acostumbrarme a mi nuevo horario y no quería quedarme dormido el primer día, no era una imagen que quisiera dar. Por suerte en la universidad nadie se dio cuenta de mi ausencia, lo vieron como normal. Dudé entre contárselo o no a mis compañeros. No sabía que dirían. Al final decidí confrontar mis impresiones con Wolfram y Yamir, los más sosegados de mis amigos.

A la salida fuimos a un Starbucks cercano, también tenía claro que necesitaba cafeína. Le pedí a Rubén que retrasara mi recogida. Tras haber acabado mi corto relato el primero en hablar fue Yamir, llevaba una camisa blanca con vaqueros azul claro. Contrastaba con su piel morena y sus ojos entre verdosos y marrones, era guapo desde un punto de vista exótico. Su rostro estaba bien dimensionado y tenía un cuerpo delgado que llevaba intentando todos estos años llenar de músculo en el gimnasio sin demasiado éxito. Le pareció una idea extraña de mi padre, aunque admitió que sí que necesitaba algo en mi vida con lo que romper la suave indiferencia general que tenía hacia todo. En el fondo parecía que le hacía gracia la idea, aunque se abstenía de decirlo.

Wolfram por su parte simplemente se reclinó en la silla, no dijo nada. En esa posición parecía sacado de un cuadro del siglo XIX, con su traje de tres piezas gris y su corbata celeste. En sus ojos grises durante un segundo brillo el suave fantasma del clasismo, que siempre fue su gran defecto. Me incomodó ese brillo en su mirada y mi gesto se debió endurecer, porque Wolfram simplemente desvió sus ojos hacia su café con caramelo; no avergonzado, pero si cauto. Finalmente comentó que “es una prueba de tu padre, cuanto antes la superes antes te podrás olvidar de eso”.

Me dieron algunos consejos sueltos que ya había pensado por mi cuenta. Ir con ropa de calle, no ir en chofer y no mencionar a nadie de quien era hijo, lo más fácil era pensar que era un chico normal sin nada destacable. Wolfram señaló que a pesar de todo “en cuanto alguien por algún motivo se entere de tus apellidos ya estará hecho, si es un poco listo sabrá relacionarlo todo”. Asentí, desde luego no quería que nadie supiera quien era, no por vergüenza, si no por lo diferente que me tratarían. Estaría allí para limpiar escaleras y escaleras limpiaría como cualquier otro.

Me preguntaron sobre si estaría supervisado o tendría compañeros. No lo sabía, suponía que sí porque no creo que una persona fuera capaz de limpiar un bloque entero. Yamir comentó alegremente que quizá me viniera bien para tener un cambio de aires en cuanto a chicos se refería, yo no dije nada aunque a mi mente vinieron las envejecidas caras de los porteros que había visto en mi vida. Ninguno era menor de treinta años, y eso con suerte.

Después la conversación evolucionó a temas más intrascendentes. Se hacía tarde, tenía que volver a casa, cambiarme y volver al centro de Madrid. Me despedí de Wolfram y Yamir, que decidieron quedarse más tiempo, porque a ellos nada les ataba para volver pronto. Wolfram vivía en una finca a las afueras y Yamir en un piso del centro. Llamé a Rubén y tras diez minutos estaba aparcado en la puerta, me despedí de ambos y fuimos directos a casa.

La cena fue rápida y más copiosa de lo habitual. Mi hermana, Emma, ya se había enterado de lo que iba a hacer y a sus quince años le pareció interesante hacer comentarios jocosos. Estaba en plena edad del pavo y lo formal que había sido de niña estaba evolucionando a una personalidad caustica, ácida y afilada; lo peor que tenían los Melagio combinado con lo peor de los Moreau, el romanticismo de que eran los herederos de una saga de grandes, destinados a hacer grandes cosas. Al menos era guapa e inteligente, era lo que se podía salvar de ella. Y al menos no había heredado la arrogancia intelectual que aquejaba a ambas líneas genéticas, de momento.

Durante la cena mi padre se abstuvo de hacer comentarios, más que regañar a mi hermana por algunas bromas que rozaban el clasismo de perfil bajo. Emma se dio cuenta del sentido que sus comentarios sarcásticos podían dar, y pidió perdón. Yo no dije nada, pensativo, esos comentarios que no tenían malicia, hechos de manera inocente, bien podrían acabar en el brillo que tuvieron los ojos de Wolfram; un sentimiento mucho más profundo, asimilado y plenamente consciente. Una cosmovisión demasiado extendida en según qué círculos. Corrosiva, a mi modo de ver.

Acabada la cena y en mi cuarto rebusqué que ponerme. Obviamente no aparecería en traje, tampoco veía adecuado ponerme una camisa. Por lo que sabía no tenía uniforme. Así que tendría libertad. Finalmente encontré unos vaqueros que me quedaban un poco prietos en las caderas, no mucho, pero si lo suficiente como para notarlo. Me decidí por una camiseta lisa, marrón, y una vieja sudadera azul oscuro, que también me quedaba más justa de lo que me gustaría.

Salí a la calle, tendría que aprenderme como llegar e ir en transporte público; pero no hoy. No me quería arriesgar a llegar tarde mi primer día. Rubén, que también era consciente de mi nuevo cometido, me esperaba en la puerta, en la mano sujetaba delicadamente el juego de tres tuppers que guardaba la cena que habíamos cenado antes. Como siempre que le pedíamos venir a horas fuera de lo habitual. Durante años me esforcé en convencerme de lo contario, pero la realidad era la que era, le dábamos las sobras. Al menos parte de ellas. Poco importaba que las sobras fueran una ración cuidadosamente apartada de antemano. En algún punto de mi mente me ofuscaba esa idea. Lo ignoré, como de costumbre, eran trivialidades terminológicas.

Le pedí que me dejara en Atocha. Me tocaba barrer por la zona de la Plaza Neptuno y la que quedaba enfrente del Congreso de los Diputados. Desde allí subiría andando, y así me despejaba. Eran las doce de la noche cuando bajé del coche. Y debía estar a la una en Duque de Medinaceli 2, para comenzar la jornada. Tenía una hora para subir tranquilamente por el paseo del Prado.

Algunas personas se giraron curiosas al ver un Bentley acercarse a la acera y al verme a mí, con mi sudadera, mis vaqueros y mis zapatillas, descender de él. Supongo que les debió chocar. Me despedí de Rubén que me deseó suerte. Cerré la puerta y me quedé unos segundos para ver como el coche arrancaba. Hacía frío, supongo que empeoraría conforme avanzara la madrugada.  Comencé mi camino hacia el ministerio de agricultura y de allí hacía la suave cuesta a Neptuno. La ropa me incomodaba un poco, pero no le di importancia.

Me lo tomé con calma, observando a la gente pasar y remoloneando cerca del Prado para ver su iluminación por la noche. Había tiempo. Cuando se acercaba la hora me dirigí al portal. Justo detrás del Hotel Palace en el que más de una vez había cenado.

Faltaban cinco minutos para la hora, sentado en el portal ojeando su móvil vi a un chico de mi edad, quizá mayor. Me quedé parado en el umbral, sin saber muy bien si entrar o no. La calle en esos momentos estaba desierta. Supongo que él notó mi presencia porqué alzó la vista, clavándola en mí, directamente en mis ojos. Debió suponer que era el nuevo, entre otras cosas porque nadie estaría a esa hora exacta esperando en un portal. Se levantó con la mano extendida, presentándose como Guillem. Yo supuse que sería mi compañero, o al menos uno de los posibles.

Le estreché la mano, que correspondió con un apretón firme. Un pequeño silencio se coló entre los dos, supongo que los dos estábamos midiendo al otro.

No sé qué vería él en mí, pero por mi parte yo tenía delante a un chico de efectivamente mi edad más o menos. De mi misma altura, llevaba un corte de pelo estándar, aunque lo llevaba un poco revuelto, quizá porque se había despertado y duchado hace poco. Tenía el pelo negro y la piel tirando a blanca. Sus ojos eran de un verde oscuro, como el de las botellas de vino. Tenía un rostro normal, nada destacaba más que la piel un poco tirante sobre las mejillas y los pómulos, no podía verle el cuerpo por tenerlo tapado por un abrigo, así que podría ser que fuera bastante delgado o que en todo caso su cuerpo no tuviera demasiada grasa, los labios eran un poco más carnosos de lo normal, pero tampoco demasiado. En general su rostro no destacaría si no hubiera sido por sus ojos, que tampoco eran demasiado espectaculares. Sus manos fueron un poco rugosas. En líneas generales el chico al menos por su rostro podría conseguir que alguna cabeza se girara al pasar por la calle o en un bar; tampoco demasiadas.

Transcurrido ese segundo de análisis Guillem me invitó a entrar y empezó a hablar de cosas técnicas del trabajo.

* Guillem ***

Me sentí inmediatamente incómodo con el chico, Didier. No estaba muy feliz en el fondo por tener que dejar de trabajar con Paco pero decidí que haría lo mejor por llevarme bien con el nuevo. Pero en cuanto le miré a los ojos sentí como si se me hubieran quitado todas las ganas.

El chico era atrayente bajo mi punto de vista, lo que por cierto no mejoraba las cosas. Tenía la piel ligeramente tostada. El pelo castaño corto y una de esas barbas de mes y medio cuidadosamente recortada que se estaban poniendo de moda. De medio centímetro de espesor, lo justo. Algo que le daba un aire varonil. Sus labios eran finos o quizá estaba tenso y por eso parecían tener una línea dura. Bajo esa barba se notaban rasgos afilados y elegantes, aunque desdibujados por el vello facial. La nariz era de tabique fino, como tallada, algo que me atraía también. Pero eran sus ojos lo que lo destrozaban todo. Eran castaño claro y en principio deberían ser cálidos, como los de mi madre. Pero los suyos estaban desprovistos de toda calidez, me miraron con una pizca de curiosidad para luego volverse un tanto inexpresivos e indiferentes. No me gustaba esa mirada. El chico con otros ojos hubiera ejercido atracción en mí, era objetivamente guapo algo que ni me iba ni venía, pero tenía los rasgos justos para resultarme atrayente. De no ser por esos ojos que a mi entender malograban todo el conjunto. Aun con todo sentí que se marcaba una pequeña muesca en mi mente.

Parecía de cuerpo larguirucho. Los vaqueros se ceñían a una cintura estrecha y la sudadera le quedaba lo suficientemente apretada como para intuir un poco de espalda en V. Le invité a entrar y le resumí en pocas palabras la bienvenida oficial y las instrucciones de nuestro cometido. Cuando sacáramos el material de limpieza ya se lo explicaría con más cuidado. Tenía un nombre curioso, pero me abstuve de hacer comentarios. Era una persona que cogía confianzas con rapidez si la otra persona parecía predispuesta. Y sobre Didier parecía flotar un velo de frialdad e indiferencia.

Le encaminé a la parte oculta del edificio, el cuarto de contadores, el de la limpieza y los trasteros de los vecinos. Le fui explicando el procedimiento, siempre cogeríamos el material de este o de otro edificio en el otro extremo de nuestra zona. Los lunes, miércoles y viernes limpiaríamos los números impares de nuestra zona y los martes, jueves y sábado los pares. Descansábamos todos los domingos y de cada cuatro fin de semana uno no trabajábamos ese sábado. Abrí la puerta del trastero de la empresa y comencé a sacar el material.

Eran dos carros bajos, dos cubos y aproximadamente el mismo número de productos de limpieza. Aparte de dos mochilas. La idea era movernos rápidos entre edificio y edificio y tener siempre a la vista los materiales, para evitar posibles robos. En general limpiaríamos suelos, barandillas y cualquier posible adorno que tuvieran los rellanos. Usaríamos guantes solo cuando fuera necesario y de vez en cuando usaríamos mascarillas, aunque era muy poco habitual. Mientras él limpiaba de arriba abajo yo lo haría de abajo arriba, y nos encontraríamos en medio del edificio. Salvo aquella noche, que iríamos juntos para que viera lo que había que hacer. Didier no decía nada, simplemente asentía levemente mientras parecía memorizar todo lo que le decía y todos los diferentes productos de limpieza que le iba mostrando.

Empezaba a tener calor. Llevaba un jersey bajo el abrigo, que me acabaría quitando dentro de los edificios, porque acababa sofocando después de subir tantas escaleras con el material a cuestas. Aunque al menos esta vez no tendría que cargar ya con el de Paco.

Sin preámbulos me quité el abrigo y tras un momento de duda me quité el jersey también, de la forma menos eficiente que pude, de modo que se me levantara también la camiseta, al menos en parte. Didier que estaba repasando los productos me miró durante un segundo. No es que estuviera muy fuerte, pero tras dos años de subir y bajar escaleras con bastantes kilos de peso me había acabado fortaleciendo el cuerpo. No tenía volumen como si hubiera ido al gimnasio, ni seguía ninguna dieta. Estaba fibrado, desde fuera podría parecer algo fuerte, como si fuera por la genética, pero si alguien me tocaba con la mano sentiría que estaba duro como una piedra. No tenía apenas grasa en el cuerpo.

No sé qué esperaba, pero tras ese segundo Didier volvió a mirar los productos de limpieza. No reaccionó de ninguna forma, como si fuera otro cubo de fregar más. Pues genial, encima me tocaba un hetero. Tampoco es que prefiriera que fuera gay, pero me cabreé con el mundo, no quería líos ni con chicos ni con chicas pero me gustaba saber que podrían existir de quererlo. Cuestión de orgullo quizá. Pero con el nuevo sería imposible.

Había un silencio sepulcral en el edificio y Didier tampoco era el alma de la fiesta. Era un silencio que me resultaba incómodo pero en el que Didier parecía sentirse como en casa. Comenzamos a limpiar ese bloque.

La situación mejoró cuando me di cuenta de que el chaval no era imbécil. Aprendía muy rápido, parecía absorber mis palabras como una esponja. Y tras un par de pisos ya me ayudaba a limpiar. Recuerdo que hasta que no hicimos tres bloques no me atreví a pedirle a Paco que si podía limpiar con él, por miedo a joderla en mi primer día. Claro que por aquel entonces yo tenía diecinueve años y acababa de pillar ese trabajo como caído del cielo. En cambio allí estaba Didier, limpiando, con toda la atención volcada en hacerlo bien. Cometía fallos claro, como usar demasiada cantidad de del detergente especial para el tipo de madera concreto de este rellano o no distribuir lo suficientemente bien la mezcla. Pero mejoría con el tiempo, y por lo visto no en demasiado.

Lo que me fastidiaba es que no hablaba. Parecía estar allí para hacer su trabajo y nada más. Temí que se habían acabado mis largas charlas de madrugada. Aunque tenía que darle tiempo al chaval de soltarse, pero no las tenía todas conmigo. Intenté sacarle conversación y lo único que se me ocurrió fue empezar con su nombre.

Didier paró de fregar y yo también lo hice, sorprendido. Parecía que no se esperaba la pregunta. Tardó medio segundo en responder, era un nombre francés al parecer estaba muy en desuso en aquel tiempo. Quise preguntarle porque se lo pusieron entonces, aunque me pareció muy atrevido. En su lugar le pregunté si era de origen francés. Esta vez respondió sin parar de fregar. Su familia paterna era francesa y la materna italiana pero desde hace muchas generaciones vivían en España. Eso explicaría sus rasgos afilados, supuse. Iba a continuar intentando que se soltara cuando me di cuenta de que estaba fregando dándome la espalda. Es cierto que solo le quedaba esa esquina por fregar, pero me sentó mal que no intentara fregar sin darme la espalda.

Desistí de entablar cualquier otro tipo de conversación con él de momento y me centré en fregar. Me empezaba a no gustar el chico, aunque me esforzaría en no dejar que nuestra relación fuera por sitios tortuosos. Al menos durante dos meses, hasta la revisión de contratos, le tendría casi todas las noches.

* Didier ***

Me habían incomodado en parte sus preguntas. Sabía que no iban encaminadas a sacarme nada más que una conversación amistosa pero quería evitar cualquier posible pregunta sobre mis apellidos. Y tal y como iba encaminada la conversación era donde iban a desembocar. Guillem parecía demasiado afectivo y yo no me llevaba bien con ese tipo de personas.

Debo admitir que me estaba resultando interesante limpiar rellanos. Al menos el primero. Me sorprendió la cantidad de productos que se supone que íbamos a usar, sobre todo dependiendo del tipo de superficie que estuviéramos limpiando. No me costó mucho memorizar para que servían la gran mayoría. No era muy optimista, seguramente me aburriría cuando lleváramos varios bloques. Pero no por eso iba a dejar de aplicarme, sobre todo cuando todo esto venía de mi padre

Tantas noches, tantas horas que iba tener durante tantos meses. Me entretuve haciendo cálculos de todas las horas, rellanos y bloques que suponía eso. Absorto en mis cavilaciones no me di cuenta de que, al llegar al último piso Guillem se había sentado en la escalera y me había preguntado algo. Sopesé sentarme cerca de él, pero lo descarte enseguida. Me había preguntado donde vivía. No quería mentirle, no iba conmigo; pero tampoco podía decirle que vivía en la Moraleja.

Le dije que en Delicias, en un pequeño piso de estudiantes, y antes de que me preguntara me adelanté y le dije que Derecho. Se centró más en mi supuesta casa que en mi carrera. Lo que agradecí. No era una mentira. La casa era mía. Esa y otras cientos repartidas en otros puntos de la ciudad que mi familia poseía a través de la participación en varias inmobiliarias. No era del todo mentira.

Guillem no parecía dispuesto a limpiar, si no a verme, supervisarme mejor dicho, hacerlo. No me molestó mientras no me siguiera preguntando cosas. Pero lo volvió a hacer. Entrecerré los ojos imperceptiblemente mientras fregaba. No me gustaba hablar de mí mismo. En esta ocasión me preguntó si vivía solo. Sopesé no responderle, o decirle que no tenía por qué decírselo. No estaba enfadado, pero sí ligeramente incómodo. Por suerte saltó a otro tema. Al parecer el sí que vivía solo, me contó que venía de un pequeño pueblo de Cataluña y que tenía alquilado un pequeño piso en Cuzco.

Me di cuenta de que era una forma sutil de echarme en cara que no le hubiera preguntado. Pero la verdad es que no me interesaba su vida. Acabé de fregar el piso y dimos por terminado el bloque, mientras se secaba no me quedó otra que quedarme en la escalera que subía a la azotea con él. Me senté varios escalones por encima suya, pero Guillem se giró dispuesto a seguir hablando. Yo me recosté en los escalones, intentando transmitir desinterés para evitarme más preguntas.

Tras un segundo de duda se quedó callado, sacó su móvil y comenzó a revisar sus mensajes. Yo no podía sacar el mío, costaba varios cientos de euros y era evidente que los costaba. El silencio se interpuso entre los dos. Desde luego iba a ser una relación fructífera.