Desvirgué a una abuela
Una compañera de trabajo de chantajea haciendo que sea su esclavo sexual para no perder mi trabajo
Era agosto, hacía mucho calor y la ciudad estaba casi desierta. A mí, como casi todos los años, me tocaba trabajar. La verdad es que lo prefiero, no están mis jefes ni la mayor parte de mis compañeros, de hecho, estoy solo en una parte del edificio. Como no está mi jefe, tampoco es que haya mucho que hacer, si no fuera por todo lo que me encargó antes de irse, simplemente reorganizar el sistema de archivo de la oficina en tres semanas, casi nada, sobre todo con las ganas que yo tenía de hacerlo, pero bueno, en eso estaba.
Por otro lado, también estaba solo en mi casa, porque mi mujer se había ido con los niños a la playa, así que, aunque alguien pudiera pensar que es el estado ideal, (yo también lo he pensado muchas veces), en realidad estaba aburrido como una ostra.
Pues en eso estaba, organizando el archivo desde primera hora y eran las 12:00 de la mañana y no había hablado con nadie, así que decidí parar un rato y meterme en el ordenador. Estaba mirando los correos electrónicos que me mandan mis amigos que, curiosamente, poseen todos una característica común, tres X en el título, con los auriculares puestos pero muy pendiente por si entraba alguien. Algunos eran los mismos de siempre, pero había otros muy buenos, y empecé a notar como se me iba poniendo dura, cada vez mas, hasta que llegó un momento en que pensé que iba a reventar el pantalón. Me levanté para ir al baño a masturbarme, pero inmediatamente me di cuenta de que no podía ir en esas condiciones por la oficina, porque se notaba mucho, me volví a sentar y abrí el cajón del escritorio para coger unos pañuelos de papel, pero no quedaban, uf, no aguantaba mas, y no sabía que hacer, en ese momento me acordé que Marta, mi compañera del despacho de al lado, que estaba de vacaciones, tenía una caja de pañuelos en la mesa, y allí me dirigí, me disponía a coger la caja y volver a mi despacho cuando observé una serie de fotografías que Marta tenía en la mesa, en la playa, en el campo, con unos amigos… La verdad es que estaba bastante buena, era rubia, no muy alta pero tenía buen cuerpo y decidí correrme allí, en su despacho, sentado en su silla y viendo sus fotos sonrientes. Me desabroché el cinturón y el vaquero y me saqué el pene que estaba ya como una piedra, y muy despacio empecé a subir y bajar sin perder de vista las fotos de Marta, cuando sentí que estaba a punto de explotar aumenté el ritmo y cogí el pañuelo, aaah, que placer. Tenía los ojos entornados, disfrutando el momento mientras seguía saliendo mi semen caliente cuando oí un pequeño ruido a mi espalda, giré instintivamente la silla con ruedas y, ¡ Dios mío ¡, allí estaba Carmen, la secretaria del Director. No me lo podía creer. ¿Como se me había podido pasar que el despacho de Marta tenía conexión directa con el cuarto de fotocopiadoras y este con el resto de las oficinas? Pues sí, allí estaba yo, con la polla en una mano, un pañuelo lleno de semen en la otra y mirando a Carmen que esbozaba una extraña sonrisa.
¡Carmen! no podía ser otra persona, mas de cien trabajadores en la empresa, con tres cuartas partes de ellos de vacaciones, y me pilla Carmen, que no solo era la mano derecha del Director de la empresa, sino la mas arpía, mala y retorcida de todas las personas que trabajaban en ella, y si me apuras de la ciudad.
Alucinado como estaba no sabía ni que hacer ni que decir, y fue ella la que habló primero ¿Has disfrutado?, me dijo. Su voz me devolvió a la realidad y lo más rápidamente que pude metí mi pene, que se había quedado flácido de golpe, en el calzoncillo, me abroché el pantalón y el cinturón como pude y me guardé el pañuelo en el bolsillo del pantalón. “No es lo que parece Carmen”, acerté a decir. Según lo pronunciaba mi mente me decía, ¡como que no, te ha pillado con la polla en una mano y el semen en la otra, que otra cosa puede ser!
¿No, verdad?, dijo ella.
“El Jefe va a estar muy interesado cuando vuelva de vacaciones en saber a que se dedican sus empleados en las horas de trabajo”, dijo
“Yo dedicaría mejor el tiempo en buscar trabajo, porque tal como están las cosas, y sabiendo que en breve va a haber despidos en la empresa, en cuanto se entere, tu nombre será el primero de la lista”, añadió
“¡Que zorra!, pensé. “Estoy acabado”, “Tengo que solucionar esto como sea”
“Está bien, que quieres por no contar esto al Jefe”, le dije.
“No sé, ¿Qué ofreces?”, dijo, volviendo a sonreír de la misma forma extraña de antes.
“Lo que quieras, sólo pídelo, pero por favor, no le cuentes esto al Jefe”
“Está bien, déjame que lo piense, hasta dentro de quince días no viene el Jefe, ya veremos”, dijo, y ahora vuelve al trabajo, ¡guarro!
Unas horas mas tarde me llamó por teléfono y me dijo “Ya lo he pensado, ven a verme ahora mismo”, y colgó.
Una voz en mi cabeza me decía que no fuera pero el sentido común me impulsaba a hacer lo que estuviera en mi mano para conservar mi trabajo, así que me levanté y me dirigí a su mesa.
Cuando llegué me estaba esperando en la puerta del despacho del Jefe.
“Pasa y siéntate en el sillón del Jefe”, me dijo.
La miré, y me pareció volver a ver esa sonrisa maliciosa durante un instante.
“¡Venga!, repitió desde fuera de la puerta.
La verdad es que desde que llevaba en la empresa sólo había pasado una vez a ese despacho, hacía mucho tiempo. Era enorme, muy bonito, con cuadros, con una gran mesa de caoba para reuniones en el centro y una mesa de trabajo, también de caoba, con el ordenador y los efectos personales.
Pasé e hice lo que me pedía, me senté en el sillón del Jefe.
¿Y ahora qué?, le dije
Entró y cerró la puerta detrás de ella. Lo que quiero que hagas es lo mismo de antes, que te masturbes, aquí, en el sillón del jefe, delante de mí, y que no dejes de mirar la foto de Ana que hay en la mesa. ¿Ana?, pregunté, a la par que comprobaba que en la mesa había una foto de una chica adolescente. Inmediatamente comprendí que era la hija del Jefe e intenté protestar pero cuando iba a abrir la boca ella dijo: “Hazlo ahora y no le diré nada al jefe de lo de antes”. Estaba atrapado, así que suspiré y me dispuse a desabrocharme los pantalones.
“Espera” me dijo, mientras se acercaba a una estantería dándome la espalda. Cuando se dio la vuelta llevaba en la mano una caja de pañuelos.
“Los necesitarás luego”, me dijo, pero no me los dio.
“¿Me das los pañuelos?, le dije.
“No”, me dijo ella, córrete en la foto de Ana.
“Bien”, dije, que quería acabar cuanto antes.
Me baje los pantalones, el calzoncillo, y me saqué el pene, estaba flácido y me costó un poco que se pusiera duro. Cuando lo conseguí comencé a subir y a bajar rápidamente para acabar lo antes posible. Carmen no decía nada, sólo miraba con esa diabólica sonrisa. Cuando estaba a punto de correrme cogí la foto de la mesa y eyaculé encima, de reojo me pareció ver que Carmen se estaba acariciando un pezón por encima del vestido, pero enseguida retiró la mano.
“Ya está”, le dije. ¿Me das los pañuelos?
Ella me tiró la caja desde la puerta, donde había estado quieta todo el rato.
“No olvides limpiar bien el marco de la foto”, dijo.
Limpié todo rápidamente, me subí los pantalones y le pregunté “¿Estamos en paz?”.
“Ya se me ha olvidado lo que pasó en el despacho de Marta”, me dijo ella. Y me fui rápidamente a mi despacho.
“Vaya mierda de día”, no dejaba de pensar, “para que me habré levantado esta mañana”, “a ver si dan ya las tres y me voy a mi casa, porque el día no puede ir a peor”.
Pero estaba equivocado.
A las tres menos cinco recibo un correo electrónico de Carmen, no tenía título ni texto, solo un archivo de video.
Un estremecimiento me recorrió el cuerpo. Con la mano temblorosa pinché el botón de abrir, y ante mí vi el despacho del Jefe, y a mí sentado en su sillón, haciéndome una paja y corriéndome en la foto de su hija. “Hija de puta”, lo había grabado todo. La grabación estaba hecha desde la estantería donde había cogido los pañuelos, y a ella no se la veía ni se la oía. “¡Será zorra!, y yo gilipollas. Fui corriendo hasta su mesa, pero ya se había ido. Estaba bien jodido.
Esa noche no dormí, pensando que iba a hacer en esa situación y que me iba a pedir la maldita Carmen.
Al día siguiente, al llegar a la oficina tenía un nuevo correo electrónico de Carmen que decía “¿Te gustó el video? Creo que sales muy favorecido. Sobre todo en el momento en que te corres en la foto de la hija del Jefe. Aunque no se si a este le va a gustar cuando se la mande…, aunque.., puedes hacer algo si quieres evitarlo. Si es así, quédate hoy cuando todos se hayan ido y ven a mi despacho”
¡Dios|, me tiene atrapado y me está chantajeando. No me lo podía creer, pero no me podía arriesgar a perder mi trabajo y posiblemente mi matrimonio, así que asumí que tendría que hacer lo que ella me dijera.
A las tres y media fui a su despacho. Ya se había ido todo el mundo, sólo estábamos los dos en el edificio. Cuando llegué me sonrió. Yo, le espeté, “bien, que es lo que quieres”. “Muy fácil, dijo ella”, vas a ser mi esclavo sexual, y vas a hacer todo lo que yo te diga si no quieres ver arruinada tu carrera y tu matrimonio. ¿Lo has entendido? Sí, asentí, que me imaginaba por donde iban los tiros, pero me equivocaba.
Carmen tendría unos cincuenta y pocos años, medía 1,65, era castaña, no era delgada pero tampoco gorda, gruesa, digamos, no era guapa, tenía cara de vinagre, pero tenía unas tetas grandes y un buen culo, y estaba divorciada desde hacía muchos años. Me hice una composición de lugar y pensé que había cosas peores que follarsela, pero tenía que asegurarme de recuperar ese video como fuera.
“Entra en el despacho”, me dijo, y cogiendo una bolsa de deporte que había bajo su mesa, abrió la puerta, pasamos, y cerró tras de mí. “¡Desnúdate|, me dijo, y yo, lentamente me fui quitando la ropa mientras ella buscaba algo en la bolsa. Cuando terminé, comprobé, asombrado, que lo que llevaba en la bolsa de deporte era un montón de juguetes sexuales, esposas, vibradores, bolas chinas, lubricantes, un látigo de cuero, y yo que sé cuantas cosas más. La verdad es que me estaba empezando a excitar aquella situación, y me estaba empalmando. “¿Te gustan los juguetes por lo que veo?, me dijo, “sí”, le contesté, “déjame que te demuestre como darte placer hasta que pierdas el conocimiento”, me lancé a la piscina, pensando que estaría tan caliente como yo. “¡No!, me dijo. “Aquí la única que juega soy yo”, y me ordenó que me tumbara en la mesa de reuniones de caoba. Así lo hice, y ella sacó de la bolsa un rollo de cuerda con el que minuciosamente me ató las manos y los pies a las patas de la mesa. No me lo podía creer. Esta zorra me tenía desnudo y atado en la mesa de mi jefe y yo me estaba poniendo cachondísimo.
“Venga, desnúdate tú”, le dije “No hables”, me dijo, y me dio un latigazo en el muslo con el látigo de cuero que había en su bolsa.
“Ahhh” que dolor, me retorcí pero estaba bien atado. En ese momento se acercó a mí y comenzó a acariciarme el pene que, para mi asombro, estaba a punto de explotar, luego lo cogió con fuerza y empezó a hacerme una paja con tal energía que me hacía daño, pero cuanto mas me quejaba, mas fuerte lo subía y bajaba. Nunca había experimentado ese dolor, pero, ¡que placer!, estaba a punto de correrme cuando, de repente, lo soltó. “No, todavía no, es pronto”. De la bolsa sacó algo que no acerté a identificar, hasta que se acercó a mí y comprobé que se trataba de pinzas eléctricas para los pezones. Me los puso con mucho cuidado y comenzó a subir el voltaje, creía que me moría del dolor, pero, sin embargo, también disfrutaba.
Estaba deseando que me soltara para lanzarme sobre ella, arrancarle la ropa y follármela, y parece que me leyó el pensamiento, porque dijo “¿quieres follar?, SI, contesté, “¿Estás seguro?, repitió, “SI” volví a gritar, ¿Y te gustaría que te la chupase?, añadió, “SI, Hasta el fondo”.
“Bien, como quieras”, dijo, sonriendo de esa forma aviesa que ya conocía. Se fue a la bolsa y sacó una mordaza. “Pero no puedes hablar”, y me la puso. En ese momento se dirigió a la puerta del despacho y la abrió.
En el umbral había una persona. Carmen le dijo que pasara, que estaba todo preparado. Cuando pasó me quedé de piedra, era la señora de la limpieza que limpia el edificio por las tardes, y que, sobre la marcha, recordé que era muy amiga de Carmen. Se llamaba Pascuala, tendría unos sesenta y tres años, al parecer, había trabajado toda su vida limpiando, desde los catorce años, por lo que tenía las manos agrietadas y ásperas, le faltaban algunos dientes y tenía el cuerpo muy arrugado para su edad. No era guapa, nunca lo había sido, y se había quedado soltera, cuidando de una madre enferma que murió hace unos años. Yo recopilaba todos estos datos mentalmente cuando Carmen la dijo. “Mira, que te parece lo que tenemos aquí”.
“Uyy que grande”, dijo Pascuala mirando con los ojos desorbitados mi polla “¿Son todas así?, e inmediatamente se acercó y me la tocó con la yema de un dedo. “¡Está húmeda!, dijo. “Puedes hacer con el lo que quieras”, le dijo Carmen. Yo no podía creer lo que estaba oyendo, ¿que está pasando?, estaba pensando esto cuando de repente Pascuala dijo, “Uyyy, esto se está bajando”.
“¿Y te extraña?, pensé.
Cógesela con la mano fuerte y muévela arriba y abajo suavemente le indicó Carmen, mira, así, y llevo la mano de Pascuala a mi polla y le indicó como tenía que hacer para masturbarme. “Ahh, que bien, dijo Pascuala, no había visto nunca una”.
Abrí los ojos como platos, ¡Que no había visto ninguna, y giré la cabeza para mirar a Carmen que me sonrió mientras subía el voltaje de las pinzas que todavía estaban en mis pezones, lo que hizo que me empalmara otra vez, y Pascuala comenzó a subir y bajar muy suavemente con su mano áspera por mi pene totalmente hinchado.
“Ahora te la metes en la boca y la chupas”, le dijo Carmen, y ni corta ni perezosa se la metió en la boca. Carmen iba jugando con el voltaje que me transmitían las pinzas de mis pezones, y yo solo podía pensar que tenía la polla en la boca de una vieja a la que le faltaban varios dientes, pero, sin embargo, estaba disfrutando.
Pascuala, que estaba cachondísima, empezó a desnudarse, comenzando por la bata de limpiadora y acabando por “la faja”, llevaba una gran faja que cuando logró quitarse dejó ver unos pechos caídos y arrugados, lorzas por todas partes y un abundante vello tanto en el pubis como en el sobaco. Esta visión escalofriante hizo que se me viniera todo abajo, pero ella, que estaba revolucionada le dijo a Carmen. “Quiero metérmela dentro”.
¡Vale!, dijo Carmen, “súbete a la mesa y ponte encima de el”, y eso hizo, se subió encima de mí. Yo no quería ni mirar. Me cogió el pene, pero no se levantaba.
“No te preocupes, yo lo arreglo” dijo Carmen y se dirigió a su bolsa de deportes. Yo no podía ver lo que estaba haciendo porque Pascuala que estaba encima de mí aprovechaba para sobarme todo el cuerpo y lamerme, de pronto noté algo húmedo en la zona del ano y, de repente, lo ví. Pascuala se apartó y Carmen se asomó con un consolador en la mano que estaba impregnando de lubricante. Según asimilaba lo que estaba viendo noté que Carmen, con la mano que tenía libre me metía un dedo por el ano que previamente había llenado de lubricante también. ¡Ahhh, que dolor, me quemaba mientras Carmen movía lentamente su dedo dentro de mí. Cuando consideró que ya era suficiente metió de golpe el consolador y empezó a moverlo lentamente en círculos. Poco a poco el dolor iba disminuyendo y para mi sorpresa, me había empalmado otra vez. Carmen dejó el consolador dentro de mi ano, y se dirigió a ayudar a Pascuala que, torpemente, intentaba metérsela. “Yo te ayudo”, le dijo mientras me la sujetaba, y Pascuala buscaba la apertura de su vagina escondida entre una mata de pelo. Cuando la encontró y separó los labios, Carmen la metió dentro y volvió a seguir manejando el consolador.
Pascuala subía y bajaba jadeando, y Carmen entraba y salía, y yo estaba disfrutando con ello. Unos minutos mas tarde, empecé a notar por los gemidos de Pascuala que estaba a punto de correrse, puso los ojos en blanco, convulsionó varias veces y soltó un chorro de flujo vaginal que me dejó empapado. Yo no podía aguantar mas, estaba tan excitado, tan excitado, que exploté, me corrí dentro ella, llenándola con semen caliente por primera vez en su vida. No me lo podía creer, que polvazo, la mejor corrida de mi vida, y había sido con una abuela,
¡Había desvirgado a una abuela!
Y me había encantado. Pascuala seguía sobre mí, con mi polla dentro de ella, con los ojos entornados y con pequeños estertores. Cada vez que se movía lanzaba más flujo que ya empapaba la mesa de caoba. Carmen paró y sacó el consolador de mi ano que me escocía bastante, pero el placer que me había dado había sido indescriptible. Cuando se recuperó Pascuala Carmen le dijo. “Y ahora que quieres hacer!, “No se”, respondió. “Ven”, le dijo. La cogió de la mano y le hizo sentarse en mi cara. “Cómele el coño”, me ordenó Carmen. Yo lo intentaba, pero solo había pelo, tenía la boca llena de pelo empapado de flujo vaginal mezclado con mi semen, pero no encontraba su vagina. “Ayúdale”, le dijo Carmen a Pascuala, que con sus manos abrió el camino para que yo pudiera llegar con mi lengua a su clítoris, donde empecé a lamer de arriba abajo, muy despacio. Pascuala se retorcía de placer, y se apretaba contra mi cara. Pasé a meterle la lengua en la vagina y chupar todos los fluidos que encontraba y parecía que estaba a punto de correrse otra vez, de hecho se corrió, y me llenó tanto la boca de flujo que casi me ahogo, comencé a toser y se bajó de encima para que pudiera respirar.
“¿Qué te parece el sexo, te gusta? Preguntó Carmen a Pascuala.
“Me encanta, podría hacer esto todos los días”.
“¿Qué mas te apetece hacer? Dijo Carmen. “Bueno, no se, ¿duele mucho que te la metan por el culo? Respondió Pascuala. “No, si lo haces bien, no. ¿Quieres probar?, “Sí”, respondió Pascuala. Entonces vuelve a subirte encima de su cara. Y eso hizo.
“Lámele el ano, hasta dentro”. Me ordenó Carmen.
Pascuala se subió y acercó su ano a mi boca, yo, poco a poco empecé a lamer a su alrededor, pero Carmen, me cogió de la nuca y me empujó hacia delante diciendo “mete la lengua hasta dentro”, y eso hice durante un tiempo que me pareció una eternidad.
Luego Carmen la ayudó a bajar y le dijo que se agachara, cuando lo hubo hecho extendió una buena cantidad de lubricante en su ano y con el dedo empezó a meterlo dentro y a dar vueltas muy suavemente. Pascuala jadeaba un poco y yo me estaba volviendo a poner cachondo viéndoselo hacer, así que cuando Carmen acabó y Pascuala se volvió a subir a la mesa, yo la tenía otra vez como una piedra. Carmen me la sujetó mientras Pascuala se sentaba encima muy, muy despacio. Le dolía un poco al principio, y se movía muy despacio, pero poco a poco fue incrementando su velocidad y cada vez la metía mas profundamente hasta entró toda, me la estaba destrozando, de placer, y me corrí, no pude evitarlo, me corrí dentro de su culo. Ella sonrió al notar el semen caliente dentro de ella, e incrementó la velocidad, lo que hizo que empezara a dolerme mucho por lo sensible que la tenía, comencé a gritar. Mis gritos hicieron que ella empezara a jadear y a gemir, y un minuto más tarde se corría también ella. Estaba destrozado, no podía mas, tenía el pene morado y dolorido, tenía entumecido todo el cuerpo y el culo escocido. Pascuala estaba cansada pero feliz, había esperado 63 años, pero había merecido la pena, ¡que orgasmazos!. Y Carmen, allí estaba, con su sonrisa maligna mirándome. “Quieres hacer algo mas Pascuala”, dijo Carmen. “No, no puedo mas, estoy agotada”, dijo mientras terminaba de vestirse “voy a ducharme a los vestuarios” y se fue.
“Te has portado muy bien”, me dijo Carmen mientras me soltaba
“Pues devuélveme el video”, le dije
“Ya veremos”, dijo ella.
“No”, grité, “me dijiste que si hacía esto no se lo enseñarías al Jefe”.
“No se, lo tengo que pensar mejor, has sido tan complaciente, y todavía faltan quince días para que vuelva el jefe que, a lo mejor, me puedes hacer otro favor. Ya veremos Por el momento vete a casa, mañana hablamos.”
Me vestí y me fui a casa. Menos mal que no había nadie durante unos días porque estaba destrozado, y lo peor de todo es que mi pesadilla no había acabado todavía.
CONTINUARÁ…..Si queréis