Desvirgando a la hermana del cura

-Sí y no. La cabeza me dice que no debo pecar y el cuerpo me pide el pecado. Estoy temblando y no sé que hacer...

Lola, la hermana del cura, hacía un mes que llegara al pueblo, tenía 44 años y era una puritana, de las de rosario, de misa diaria y de esas que creían que había que seguir las leyes de Dios para no morir en pecado.

Era morena, delgada, de estatura mediana, ojos marrones, su cabello era negro y largo. Tenía buenas tetas y un buen trasero. Era una mujer que no dejaba indiferente a nadie.

Una tarde iba Lola por el camino cuando le pasó entre las piernas un pequeño perro que corría persiguiendo a un gato. La mujer tropezó con él y dio con sus huesos en el suelo. Fui a su lado, tenía la falda levantada y vi que estaba sangrando por una rodilla. La ayudé a levantarse. Saqué mi pañuelo del bolsillo, se lo dí, y le dije:

-¿Por qué no vas a la fuente y te lavas con agua la rodilla?

Limpiando la falda de tierra, me respondió:

-No, al llegar a casa lavaré la herida con agua oxigenada y le pondré tintura de yodo

-La tintura de yodo es muy escandadosa.

-Le pondré una tirita encima. ¿Siempre tratas de tú a las mujeres mayores?

-A las mujeres mayores las trato de usted, a las jóvenes y de mediana edad, si son guapas y tienen un buen meneo las trato de tú.

-¡Serás crápula!

-Cada uno es como es. Lo que tengo de bueno es que digo las cosas como las siento.

-Aún va a resultar que te gusto.

-Más que el chocolate. Soy un tipo al que le gustan las mujeres con clase. Bueno, en realidad me gustan todas, pero las que son como tú, más.

Lola, me miró de arriba abajo.

Yo llevaba puesta una camisa blanca con los cuatro botones de arriba sin abrochar y enseñaba los pelos del pecho. En mi pantalón vaquero se marcaba un buen paquete, y la verdad, con mi larga melena castaña, mis grandes ojos marrones, y mi cuerpo bien musculado, a Lola, a la que quitaba una cabeza de altura, no le debió desagradar lo que estaba viendo, aunque me dijera:

-Lo que eres es un sinvergüenza.

-No vale la pena tenerla.

Lola, limpiando la herida con el pañuelo, me preguntó:

-¿Por qué lo dices?

-¿A cuánto se paga el kilo de vergüenza?

-La vergüenza... ¡Serás...!

-Sí, crápula. Ten un buen día.

Dos días después estaba yo sentado a la vera del río pescando con una caña artesanal, de esas que se hacían con una caña india que se cogía en el cañaveral y a la que se anudaba un trozo de tanza con un anzuelo.

A la sombra de los árboles hacía fresco. Con una bolsa hecha de saco a mi lado para meter las capturas sentía piar a verderones, jilgueros y otras avecillas que se camuflaban entre las hojas de los chopos huyendo del calor. Sentía el croar de las ranas en la orilla, y la eterna canción que cantaba el río al descender la corriente. Sentía y olía la paz, paz que iba a desaparecer cuando oí la voz de Lola. Venía de la huerta de maíz que había al lado del río, que era de su hermano el cura y que llevaba ella.

-¿Pican, Quique?

-Mira en la bolsa y ya verás mi gran pesca.

Lola, vino a mi lado, cogió la bolsa, y me dijo:

-Aquí no hay nada.

-Picaste.

Funfurruñó:

-Picaste, picaste. ¡Qué gracioso!

Me eché a reir, después le pregunté:

-¿Como va la rodilla, Lola?

-Bien, va curando.

-Me alegro. El otro día te vi las piernas y las tienes preciosas.

No lo tomó a mal.

-Lo importante de unas piernas es que sirvan para caminar.

-Y para correr si te digo lo que estoy pensando.

Su voz me sonó maternal.

-Pues no lo digas.

-Sí, mejor será. Hay cosas que las puritanas no deben oír.

Se ofendió.

-¡Puritana y a mucha honra! Y puedo oír lo que sea. ¿Qué me querías decir de las piernas?

-Nada, tienes razón. Las piernas da igual que sean feas o que sean bonitas como las tuyas.

-Igual, igual no da.

-Creeme, da.

-¿Por qué?

-Por que al hacer el amor se apartan.

Se puso seria como un palo.

-¡Mal educado!

Sacó de la manga del vestido el pañuelo que le había prestado, ya lavado, y extendiendo el brazo, me dijo:

-Toma. Me voy que hoy hace mucho calor.

Cogí el pañuelo, y guardándolo en el bolsillo, le dije:

-Aquí hace fresco.

-Pues que lo disfrutes. Que tengas buena pesca.

Sabía que no tenía amigas y como a todas las mujeres les gusta darle a la sin hueso, le pregunté:

-¿No tienes ganas de hablar?

-Tengo, pero no con un crío mal educado.

-De crío, nada, los dicisiete años ya no los cumplo.

-Ni yo los cuarenta y cuatro. Nuestros temas de conversación y nuestros juegos son muy distintos.

-Porque tú lo digas. ¿Alguna vez jugaste a preguntas de cultura general?

-No.

-Siéntate a mi lado y juguemos.

-Sin mala fe.

-Es un juego.

Se sentó a mi lado.

-A ver cuanto sabes, Lola. ¿Cual es la capital de Bulgaria?

-Sofía

-Estás puesta. Pregunta.

-¿Quiés escribió cartas desde mi celda?

-Gustavo Adolfo Bécquer, pero me gustan más sus rimas, especialmente la rima XXI.

-¿Qué es poesía?

-Sí.

-Con lo bruto que eres hablando con una mujer de ciertas cosas se me hace raro que te guste la poesía

-Pues me encanta, me gustan Becquer, Espronceda y su A un ruiseñor, Machado y la Casada infiel..., pero sigamos jugando.

-No me creo que leyeras, A un ruiseñor.

-Quiero que sepas una cosa de mí. Yo nunca miento. No es que lo leyera. Lo aprendí de memoria. ¿Quieres que te lo recite?

-Recita.

-Canta en la noche, canta en la mañana,

ruiseñor, en el bosque tus amores,

canta, que llorará cuando tu llores,

el alba perlas en la flor temprana.

Teñido el cielo de amaranta y grana,

la brisa de la tarde entre las flores

suspirará también a los rigores

de tu amor triste y de tu esperanza vana.

Y en la noche serena, a puro rayo

de la callada luna, tus cantares

los ecos sonarán del bosque umbrío.

Y vertiendo dulcísimo desmayo,

cual bálsamo suave en mis pesares,

endulzará tu acento el labio mío.

-Me has sorprendido gratamente.

-Volvamos al juego. ¿Cuál es el símbolo del Sodio?

-La respuesta es: Na, pero esa fue una pregunta con mala fe.

-No, una pregunta con mala fe es: ¿Qué tenía muy grande Rasputín?

-No sé quien era Rasputín.

-¡¿Pero tú dónde has estado metida?!

-En un convento. Hasta hace un mes y algo era monja. ¿Quién era Rasputín?

-Un monje ruso.

-¿Y qué tenía muy grande?

-La verga, la tenía más gorda que la de un caballo.

Se levantó y me dijo:

-Al sentarme ya me olía que el juego iba a derivar en algo así... Pasar de la poesía a la grosería. ¡¿Habrase visto semejante desfachatez?!

La cagara. Sólo le pude decir:

-Antes de irte, dime: ¿Cómo diste conmigo para devolverme el pañuelo?

Ya estaba entre el maíz, cuando me respondió:

-Acostumbro a vigilar la huerta. Hay mucho chorizo y las espigas tienen ahora el maíz de leche.

Ya la había cagado, así que la seguí cagando.

-Yo tengo un chorizo ríquísimo y mira por donde que también tiene leche. ¿Quieres probarlo?

Me respondió con cara de enfadada.

-¡Lo qué vas es a comulgar sin ir a misa!

-Pensé que las hostias las daba tu hermano.

Se calmó.

-Vas a arder en el infierno como no cambies.

-Arder te hacía arder yo a ti.

-En mis cuarenta y cuatro años de vida no me había encontrado con alguien tan atrevido.

-Si estviste en un convento...

-También es verdad. Allí no había hombre que pudiesen seducirme.

Se paró delante de un pie de maíz. Le arrancó la espiga, que estaba picoteada, y le dijo al espantapájaros que tenía al lado:

-En tu cara. Se comieron el maíz los pájaros delante de ti. ¡Vaya espantapájaros estás hecho!

Seguí dándole conversación.

-Me recuerdas a Dorothy, la del Mago de Oz.

Le quitó las hojas que le quedaban a la espiga y empezó a comer el máiz lechoso. Me dijo:

-¿Lo dice el hombre de hojalata o el león?

-Lo digo yo. ¿Te gusta la leche, Lola? La mía...

-¡Y dale! No sabes más que faltar.

Al no haberse ido me dio esperanzas de poder mojar con ella.

-No te falto. Parece mentira que los hombres de este pueblo estén tan ciegos y no vean lo que tienes.

Usaba mis dotes de seductor y ella parecía que se quería dejar seducir. Colocándole bien el sombrero al espantapájaros, lamiendo la leche del maíz y comiendo los granos, me preguntó:

-¿Qué es lo que tengo que debían ver, demonio?

-Belleza. Sensualidad. Tu figura sin un gramo de carne de más...

Estaba equivocado. No era de las que le gustaba que la adulasen, o eso me dio a entender.

-¡¿Te piensas que no me miro al espejo?! No soy sensual. Nunca lo fui, ni de jovencita ni ahora.

-La belleza y la sensualidad están en los ojos que miran y yo te veo bella y sensual.

Yéndose, dijo.

-¡Me voy, me voy que esto no puede acabar bien!

Lola echó a andar entre el maíz.

-¿Tienes miedo a acabar entre mis brazos?

Por mirar para atrás metió un pie en un hoyo que había en el maizal y torció el tobillo del pie izquierdo.

-¡Aaaaaaay! Rompí el tobillo.

Se sentó en la hierba. Fui a su lado, y le dije:

-Seguro que sólo torciste el pie.

Me arrodillé. Le quité la chancla y le doble los dedos con una mano.

-¿Te duele?

-No.

Le toqué la planta del pie.

-¿Y ahora?

-Tampoco.

Le pasé las yemas de mis dedos por el tobillo.

.¡Ay! Creo que lo tengo dislocado.

-Estarías pálida, sudando y mareada si tuvieras el tobillo dislocado.

-¿Tienes conocimientos de curandero?

-No, pero no es el primer tobillo que disloco. Tú sólo torciste el pie. Dentro de nada te pasa.

Quiso levantarse pero no pudo apoyar el pie. Se volvió a sentar.

-Tendré que descansar.

-Una vez me torcí yo un tobillo y me lo curó una mujer en el molino.

-¡¿La esposa del molinero?!

-Se dice el pecado no la pecadora.

-¿Cómo te lo curó?

-Con el sana, sana, culito de rana.

-Besitos... en el molino... ¿Estabais solos?

-Nos acompañaban los gorriones.

-¡A saber que más te haría!

-¿Lo quieres saber?

-Cuenta. ¿Fue Adela, la esposa del molinero?

-Jamás doy el nombre de las mujeres con las que paso un buen rato.

-Fue ella... En el molino... ¿Quién iba a ser?

Busqué su boca con mis labios y me hizo la cobra.

-¡¿Qué haces?!

-Decirte lo que me hizo.

Se puso muy seria.

-Dímelo con palabras. ¡¿Te besó?!

-Me comió vivo.

-¡Qué fijación tienen algunas con los jovencitos!

-¿A ti no te gustan?

Rehuyó la pregunta. Mentir no era lo suyo.

-¿Y qué más te hizo?

Le volví a coger el pie y le di varias lametadas en la planta, y un beso en el tobillo.

Su curiosidad, y mis caricias la animaron.

-¿Eso te hizo la cochina?

-Y esto.

Le chupé el dedo gordo del pie.

-¡Esa mujer es una guarra! ¿Qué más te hizo la...?

-¿La gata?

-¡¿Te arañó?!

-No, me clavó las uñas en la espalda cuando se corrió debajo de mí.

-¡Lo que debía de estar gozando! ¿Dije yo eso? Estoy perdiendo los modales.

Le besé, lamí y chupé dedo a dedo del pie mirándola a los ojos. Al acabar, me dijo:

-Estás abusando de una pobre cojita. Yo no soy como esa...

-¿Perra?

-¡¿Mordía?!

-No, era un perra cariñosa, besaba lamía y chupaba. ¿Quieres que te haga lo que me hizo?

Se moría porque la comiera viva pero le costaba arrancar.

-No, mi curiosidad ya me llevó demasiado lejos y..

-Y te estás calentando y tienes miedo de que acabemos follando.

-¡Antes me voy de aquí a gatas! Tú...

La callé con un beso. Levantó la mano pero no la estampó en mi cara. Dejó que mi lengua entrase en su boca y que acarciase con ella la suya, hasta dejó que se la chupase. Sentí como comenzó a temblar. Era su primer beso. Tenía que seguir. La huerta estaba apartada y los pies de maíz nos ocultaban. Raro sería que nos pudiesen ver.

Al acabar de besarla, abrió los ojos y me dijo:

-Lo que me has hecho es una guarrería. Esa mujer es una perdida.

La besé en el cuello y le susurré al oído:

-¿Sabes qué es una guarrería, que a las mujeres les encanta que les haga y que me gustaría hacérte a ti?

-No. ¿Qué me harías?

-Comerte el culo.

Le mordí el lóbulo de una oreja. Me respondió, también susurrando:

-Eso es asqueroso. Y un pecado muy, muy gordo

-Pequemos.

-¿Quieres comerme el culo?

-¿Quieres que te lo coma?

-No. Déjame.

Ya aprendiera a mentir, pero mentía muy mal.

-Me encanta que me hables susurrando. Me has puesto la polla dura como el acero. -le llevé una mano a mi verga- ¿De verdad quieres que deje de jugar contigo?

Lola cogió mi polla por encima del pantalón. Se le escapó un gemido y comenzó a temblar otra vez.

-Sí y no. La cabeza me dice que no debo pecar y el cuerpo me pide el pecado. Estoy temblando y no se que hacer.

-Déjate querer.

-¿No me harás daño?

-No es el primer virgo que quito.

-Tengo algo de miedo.

-Relájate y disfruta.

Le di un pico en los labios, y le pregunté:

-¿Tienes el chochito mojado?

-No me hagas mentir.

La miré, seguía temblando y estaba colorada como una grana. Lola, volvió a susurrar:

-Creo que te debrías ir. Yo no soy así.

-Acabarías haciendo un dedo al llegar casa.

-¿Qué es hacerse un dedo?

-Masturbarse.

-La masturbación es pecado.

-Será, pero yo, si no te follo, me la voy a pelar esta noche pensando en ti. Te comeré el chochito...

-Eres un cochinote. Esas cosas las hacen los animales...

Le di otro piquito.

-Racionales, y yo quiero una ración tuya.

-¿Una ración? Me quieres comer enterita, vicioso.

Le iba a dar otro piquito, abrió la boca y nos besamos sin lengua, después le pregunté:

-¿Me lo vas a dar?

-¿Que quieres que te de?

Nos volvimos a besar sin lengua.

-De beber.

Ahora fue Lola la que me dio el pico a mí.

-¿Lo qué?

-El jugo de tus orgasmos

-Eres malo, muy malo.

Ahora sí, ahora fue su lengua la que buscó mi lengua y su boca la que me la chupó. Mi polla se puso tan dura que quiso romper los calzoncillos y el pantalón. Lola, que no había quitado la mano de ella sintió como latía... La eché hacia atrás sobre la hierba. Nos volvimos a besar con lengua. Con sus brazos rodeando mi cuello, volvió a susurrar:

-Me estoy perdiendo como una...

Le puse un dedo en los labios, y le dije:

-Chissssst. Esta tarde eres una princesa.

La besé en el cuello, le mordí los lóbulos de las orejas. Mis manos cogieron sus tetas y mi boca le metíó un mordisco a cada una de ellas por encima de la blusa marrón. Le levanté la falda. Sus bragas negras tenían una enome mancha de humedad encima de la raja. Le pasé la lengua por ella. De su boca salió un dulce gemido. Aparté las bragas hacia un lado y lami los labios mayores, primero uno y después el otro. Entre gemidos, me dijo:

-Eres el Mal.

-Sí, pero lo hago todo muy bien.

La besé. Le desabotoné la blusa y le subí las copas del negro sujetador. Sus tetas eran aún más grandes de lo que parecían tapadas por la ropa, y estaban esponjosas. Tenía pequeñas areolas marrones y pequeños pezones. Las magreé y se las mamé bien mamada. Lola, no paraba de gemir. Saqué la polla y se la puse en los labios.

-Es hermosa. El diablo sabe bien con lo que tienta.

Con una mano cogió mi polla y con la otra mis huevos. No sabía mamar. Lo importante era que ya arrancara.

Metí mi mano derecha dentro de sus bragas y me encontré con con una charca de jugos y un clítoris fuera del capuchón que era tan grande como la falange de mi dedo meñique.

Se arqueó y le quité la falda, ella se quitó el sujetador y yo después de la falda le quité las bragas. Parecía una muñeca con buenas tetas y chocho y sobacos peludos. Lo primero que hice fue beber todo el jugo de su chochito a lametadas, como un perro. Después metí aquel enorme clítoris en la boca y lo chupé como si fuera un caramelo. Pasado un tiempo, Lola, me agarró la cabeza con las dos manos, y me susurró al oído:

-Me va a venir el gusto, Quiquiño.

Dejé de chuparle el clítoris. Volví a lamer su coño empapado, y después le fui metiendo mi polla en su estrechísima vagina, Con mi gorda y larga verga clavada hasta el fondo, ajustada, ajustadísima, y besándola, la follé despacito, muy muy despacito... Al rato apretó con las dos manos mi culo contra ella. Movió el suyo alrededor, y con su clítoris rozándose con mi pantalón, y mirándome a los ojos, susurró:

-Me viene, Quiquiño, me viene.

Vi como sus ojos miraron a su cielo. Los cerró de golpe, y gimiendo sentí como su chochito apretando y soltando mi polla la bañaba con su jugo.

Al acabar de correrse bajé al estanque, lamí y tragué todo el jugo que lo anegaba y después me quité la camisa, los Lois y los tenis y me eché boca arriba. Esperé a que se recuperase, y le dije:

-Fóllame hasta dejarme los ojos en blanco.

Lola, me sorprendió.

-No puedo hacerlo.

-¿Por qué?

-Eso sería lujuria, y es un pecado capital. Ya bastante he pecado dejándome.

-No hay pecados capitales, ni provinciales ni de pueblo ni de aldea.

-No juegues con esas cosas.

-No juego, Lola. No hay pecados. La religión es una farsa. Mira las Cruzadas. Se mató gente en nombre de Dios... ¿Por qué dejaste de ser monja?

-Eso es algo personal y muy íntimo.

-Hacer el amor tambien lo es.

-No te esfuerces. No voy a subir encima de ti. No te haría el amor, te follaría. Sería como la otra, una perra, una gata... Sería un perdida.

-Vale. Date la vuelta.

Se puso boca abajo. Le abrí las cachas con las dos manos y le lamí el periné y el ojete.

-No hagas eso, guarro.

Seguí lamiendo.

-Para ya.

Acariciando sus nalgas le metí la punta de la lengua dentro del ano y se lo follé.

-Marrano.

Después de estar un par de minutos con el lame, saca y mete, le eché las manos al vientre para que levantase un poco el culo, y se resistió.

-Déjame. No me gusta. Es asqueroso.

-Como desees. Ponte en la posición que quieras. Yo lo único que busco es darte placer.

Lola, me había mentido otra vez. Se puso a cuatro patas, y me preguntó:

-¿Está bien así?

La tramposa quería que le siguiera comiendo el culo. ¿En que lugar del camino habría muerto la puritana?

Jugué con mi lengua en su culo y en su chochito y magreé sus tetas durante más de quince minutos. Después jugué con la cabeza de mi polla haciendo círculos sobre su ojete y pasándola entre los labios menores del chochito. Me volvió a sorprender, diciendo:

-Hazme alguna cosa rara de esas que te gusta hacer.

Sin atreverse a decirlo me estaba pidiendo que se la metiese en el culo.

Se la metí hasta el fondo en el chochito. La saqué lubricada, se la puse en la entrada del año y le metí la puntita, Lola, echó el culo hacia adelante, como queriendo escapar de la polla, yo, agarrándola por las tetas, cada vez que lo hacía, se la metía un poquito más. Cuando iba por la mitad, o algo más, empujó hacia atrás con su culo y la metió hasta el fondo. El gemido que salió de su garganta no fue de dolor, fue de placer

-Aaaaaaaaaaaaaaay.

No pude nalguearla porque podían oír las ruidos, sólo le acariciaba las tetas y las nalgas y dejaba que ella me follara. De su chochito salía jugo en cantidad. Mis huevos se mojaban al chocar con él... Minutos más tarde, su respiración se comenzó a acelerar. Empecé a darle yo. Se la clavé con fuerza. Le cogí las tetas. Le apreté los pezones. A Lola le comenzaron a temblar la piernas, sus brazos quedaron sin fuerza, y jadeando, se derrumbó sobre la hierba. Su cuerpo se sacudia debajo de mí. Gemía con el placer que recorría su cuerpo. Sus manos cogían hierba y la arrancaban. No aguanté más y le llené el culo de leche.

Al acabar de corrernos, le di la vuelta y volví a lamer su coño para a saborerar los jugos de su corrida, Lola, me dijo:

-¡Qué vicio tienes, Quiquiño, qué vicio tienes!

Su enorme clítoris seguía empalmado. Se lo volví a chupar mientras mi polla se iba recuperando. A los pocos segundos, Lola, comenzó a gemir, y ya no paré, lamí, chupé y mamé su chochito, lo follé con mi lengua, le hice de todo hasta que estremeciéndose me lo agradeció con una corrida espectacular que recibí en mi boca avída de mujer.

Al acabar, Lola, tenía una inmensa sonrisa en los labios. Me eché a su lado, y me dijo:

-Nunca había sido tan feliz en mi vida. Ser mala me hace mucho bien.

Se subió encima de mí. Cogió mi polla, la llevó a la entrada de su chochito y se lo metió hasta el fondo. Me dio las tetas a chupar, y me dijo:

-¿Sabes qué, Quique?

-¿Qué?

-Que la tierra no va a dejar de girar porque yo folle o deje de follar.

Lola, me besó y me folló... Después sacó la polla de su chochito y me lo puso en la boca... Luego la volvió a meter y follándome me dio las tetas a mamar... Media hora más tarde, cuando estaba a punto de correrse, la sacó, me la mamó y después me puso el culo en la boca. Le follé el ojete con la lengua, luego puso mi polla en él, se la metió hasta el fondo y me folló con su culo... Más tarde, al sentir que su corrida ya era inminente, la volvió a quitar, la metió en el chochito, y me dijo:

-Me va a venir otra vez el gusto. Por lo que más quieras no te corras dentro de mí.

Lola, me cabalgó al trote, hasta que de pronto, se paró. Me miró. Sus ojos se cerraron y exclamó:

-¡Aaaaaaaaaaaaaaah!

Se derrumbó sobre mí y se corrió como una condenada, sacudiéndose como si yo fuese una silla eléctrica que la estuviese electrocutando. Sentí su coño apretar mi polla y el jugo de su corrida empapar mis pelotas. Estaba acabando cuando se la quité del coño, se la metí en el culo y se lo volví a llenar.

Al acabar, boca arriba, entre el maíz, gozosa, Lola, me dijo:

-¿Esta vez no bebes de mí?

Descubrí que le gustaba que le lamiera el sexo después de correrse, y a mí me encantaba que le gustara. Volví a beber el jugo que aún quedaba en su chochito. Al acabar, me dijo:

-¿De qué manera te gustaría que echásemos el último polvo?

-¿El último? 69.

-¡Quedarías rebentado! Pero bueno, si no son 69 podemos echar hasta donde llegues.

¡Joder con la puritana! Mejor explicarle lo que era un 69.

-No, mujer. El 69 es una posición en la que tú, encima de mí, me mamas la polla y yo, debajo de ti, te como el chochito y el culo.

Lola, se dio la vuelta, subió encima de mí, me puso el chochito en la boca y cogió mi flácida polla con la mano.

-¿Así?

-Sí.

Lola, me la meneó y me la mamó. La polla no tardó en ponerse dura. Lola estaba tan caliente que no paraba de gemir. De vez en cuando se sentaba en mi boca con su culo para que se lo follase con la punta de mi lengua. Se lo acabé follando con el dedo pulgar... ¡Cómo se puso! Le encantaba. Debió de ser por eso que también me metió ella a mí un dedo en el culo... Me agarró los huevos con una mano y me mamó el glande... El resultado fue que le llené la boca de leche. Tragaba con lujuria cuando sentí como su ano apretaba mi dedo. Se estaba corriendo. Me cayó una plasta de jugo en la boca. Era como baba espesa y blanquecina, a esa plasta siguieron tres más, algo más pequeñas, y después hilillos de jugo fueron cayendo en mi boca mientras Lola se estremecía y seguía chupando mi polla.

Después de ese polvazo, lo dejamos, lo dejamos por ese día, ya que acabaríamos follando en el confesionario de la iglesia, en la sacristia y en su casa.

Quique.