Desvirgado por mi tia

En una semana santa en la que mi tía y yo nos vamos unos días de vacaciones, se produce mi estreno como hombre-

Todos coincidían que tía Nuria y mi madre eran totalmente diferentes. Sólo era dos años menor que ella, aunque la apariencia era que mi tía pasaba más por ser mi hermana mayor que la de mi progenitora.

Cuando sucedió todo lo que voy a contar, yo tenía tan sólo 18 años y mi tía 36. En casa las cosas no estaban demasiado bien y temía que mis padres, en cualquier momento, decidieran separarse.

Según fui creciendo, entendía más los comentarios y críticas de mi madre hacia ella. Muchas veces la llamaba por teléfono algún fin de semana por la mañana y no podían conversar porque había dormido acompañada. Eso le sacaba de sus casillas.

En los últimos tiempos, al deteriorarse la relación con mi padre, esa crítica tan voraz ante tanta promiscuidad, según ella, ya que raramente, de una semana a otra era el mismo hombre, se convirtió en admiración y en cierta medida, en envidia.

Por mi parte, tenía una relación especial con ella. Era su único sobrino, ante lo cual, desde niño fui muy mimado por su parte. Con el tiempo, ese cariño especial, se tornó en una confianza mutua. Estábamos muy unidos.

En febrero había sido el aniversario de boda de mis padres. Todos los años lo celebrábamos con la familia. Ese era un poco diferente, debido a las tiranteces entre ellos, por eso mi tía decidió regalarles unos días románticos en Canarias durante la Semana Santa. Por supuesto, se ofreció a cuidar de mi durante esos días. Yo también tendría mi regalo. Nos iríamos a pasar esos días a un parque temático cerca de la playa.

Por fin llegó el día. Mis padres se marcharon al aeropuerto y mi tía pasó a recogerme a casa para marcharnos de vacaciones.

Unas horas después llegamos al hotel. Cuando subimos, se sorprendió porque la habitación contaba con tan sólo una cama. Bajó a recepción a intentar cambiarlo, pero le dijeron que no había posibilidad ya que con motivo de la Semana Santa era temporada alta y estaba completo.

  • ¿A ti te importaría dormir conmigo en la misma cama? – Me preguntó
  • Por supuesto que no, tía. Es enorme. No nos rozaremos.

Hasta ese momento, siempre había visto a mi tía como una mujer mayor, que no me causaba ninguna sensación erótica. Siempre la había observado como alguien de mi familia y no tanto como mujer. Algo similar a lo que sucedía con mi madre.

Nos acostamos. Al verla con el pijama, con sus pechos sueltos al no llevar sujetador, con el pelo recogido, vi en ella a la mujer que seguramente veían todos los hombres con quien mantenía relaciones.

A pesar de tener las cortinas cerradas, entraba cierta luz en nuestro cuarto, principalmente en el lado de la ventana, que era donde dormía mi tía.

Por su respiración supe que se había dormido. A mi me costaba conciliar el sueño. Al girarme y contemplarla vi que estaba con el cuerpo hacia arriba y con la cabeza ladeada hacia el lado contrario a mi. No puede más. Estaba excitadísimo y me masturbé, teniéndola a ella como musa de mis deseos eróticos.

Al día siguiente nos levantamos pronto. Desayunamos y un autobús turístico nos llevó al parque temático. Fue estupendo. Mi tía disfrutaba tanto o más que yo. Montamos en todas las atracciones que nos dio tiempo, y apenas paramos unos minutos para tomar un tentempié y algún refresco.

Estuvimos en el parque hasta que cerraron. Llegamos a la habitación justo a tiempo de darnos una ducha rápida y vestirnos para bajar a cenar.

Estábamos cansados pero aún así después de cenar fuimos al lobby del hotel a ver el espectáculo que ofrecían a los turistas que allí estábamos alojados. Tomé un refresco y ella un gin tónic.

Hora y media más tarde entrábamos de nuevo en la habitación. Mientras Nuria guardaba y ordenaba su ropa, aproveché a lavarme los dientes y a meterme en la cama. Posteriormente ella hizo lo propio, se encerró en el baño y salió minutos después.

Lo que me sorprendió fue la ropa que iba a utilizar para dormir. La noche anterior se había puesto un pijama de dos piezas, sobre el que se podía contemplar el relieve de sus senos, pero ahora llevaba un camisón con un generoso escote, no muy tupido a la altura de sus pechos y un palmo por encima de sus rodillas.

Supongo que debió notar mi extrañeza, por no decir mi excitación al verla así, por lo que se justificó.

  • Me he puesto este camisón porque del sol que me ha dado, necesito estar más fresquita. Mira como se me nota¡¡¡¡

Me enseñó las marcas que tenía en los brazos y piernas, de donde había estado su piel cubierta por la camiseta y el pantalón pirata y eran muy evidentes.

A la mañana siguiente vi que el sol no entraba por la ventana. Además se oía un chisporroteo fuera. Me levanté a mirar y mis peores temores se hicieron realidad. Estaba lloviendo. Una espesa cortina de agua distorsionaba la imagen del exterior.

Quedamos desencantados al ver la lluvia. No podríamos hacer lo mismo que el día anterior. Remoloneamos hasta que bajamos a desayunar, ya bastante tarde. Nos quedamos en el hotel. Mi tía comenzó a realizar llamadas de teléfono, que sin duda eran para sus amantes habituales. Me molestó. A pesar de no ser adulto aún, pensé que me hacía de menos y me molestaba que no me tuviera en cuenta como hombre.

Bajamos a la hora de la comida y después fuimos caminando bajo la lluvia a una heladería cercana. De nuevo comenzó con las llamadas y los tonteos telefónicos. Cuando terminó la llamada, decidí intervenir sin saber muy bien a dónde quería llegar.

  • Tía. Tienes mogollón de novios. A mamá le molestaba, pero últimamente dice que has elegido bien tu vida.
  • ¿Si? ¿Eso dice de mi? – Contestó riendo. – Y dime........¿Tú que opinas?
  • Pues que tienes muchos novios.
  • No. Son sólo amigos. No tengo relación sentimental con ellos ¿Y tú? ¿Tienes novia?
  • No – Contesté escuetamente mientras enrojecía.

Yo tampoco podía llamar novia a la relación que tenía con Tania, una chica de mi edad y con quien coincidía en mi círculo de amigos, pero mi tía se dio cuenta que ocultaba algo. Eso hizo que comenzase a hablarme con voz dulce de las relaciones entre hombres y mujeres.

Hablaba con naturalidad de todo, explicándome que solía llevar a casa a algún hombre los fines de semana. Me sentía a gusto conversando con ella y por lo que me propuso, imagino que ella conmigo.

Comenzó a rondarme la idea de seducirla. No tenía nada que perder. Sabía que tenía un fuerte atractivo para las mujeres y mi propia tía, me había comentado muchas veces que era una pena que fuera su sobrino y veinte años más joven. Aquel día, ninguno de los dos handicaps me parecían insalvables.

Por la noche una orquesta actuaba en el hotel. Me pareció el momento ideal para empezar mi acoso. Cuando comenzó la música, a parte de todos los viejos que allí se encontraban, hice que Nuria me acompañase a la sala de baile.

Sin saber apenas hacerlo, comencé a moverme, agarrándola por todos los lugares que podía, intentando no parar para desarbolarla. No lo debíamos estar haciendo demasiado mal, ya que de inmediato, nos hicieron un círculo y nos aplaudían al ritmo de la orquesta.

Estuvimos bailando hasta que cesó de tocar la orquesta. Antes de volver a la habitación decidimos tomar algo. Ya en ella, noté que mi tía estaba más desinhibida que de costumbre, por lo que decidí continuar mi plan de acoso y derribo.

  • Tía. Me gusta mucho tu camisón negro. Póntelo esta noche.
  • Vaya¡¡¡¡ A mi sobrino le gusta el camisón. No te excitarás al verme con él.

Sonreí descaradamente, sin inmutarme, intentando aparentar la madurez que requería la ocasión y de la que yo carecía. Supongo que tal vez enrojecí, pero seguí hablando evitando parar y que todo se parase.

No sabía en qué iba a terminar aquella noche, pero en ese punto, tenía claro que a mi tía le hacía cierta gracia que yo la tratase como un potencial ligue, así que mientras ella fue a cambiarse al baño, yo lo hice a solas en la habitación, quedándome sólo con mi boxer, tumbado en la cama, esperando que ella se reuniese conmigo.

Unos momentos después salió del baño. La veía nerviosa, inquieta y con una ligero tembleque. Al percatarse que lo había observado, procedió a intentar explicarlo con una contestación poco creíble.

  • Me ha entrado frío al cambiarme. – Diciendo esto procedió a meterse en la cama y a taparse dentro de ella.

También me introduje dentro de las sábanas y de inmediato la abracé, intentando darle calor. No entendía que temblase, ya que la habitación tenía una temperatura óptima y yo estaba desnudo de cintura para arriba.

Colocó su cabeza sobre mi pecho. En aquellos momentos empezaba a olvidar en muchas ocasiones que era mi tía. No tenía excesiva experiencia sexual, pero tener una relación con la mujer que tenía a mi lado, era lo que más ansiaba aquella noche. Además, sabía que nunca se volvería a dar una ocasión tan clara para intentar algo.

La abrazaba fuerte pero no dejaba de temblar, por lo que empecé a acariciar su espalda por encima del camisón. Subí la mano hasta su pelo y en ese momento giró su cara y me miró fijamente. Sus ojos se clavaron en los míos. No pude aguantar y mis labios se juntaron con los suyos.

No sabía cual sería su reacción al besarla pero permaneció inmóvil. Ello me dio alas para volver a rozar sus labios con los míos. Fueron dos o tres veces hasta que ella abrió ligeramente la boca y metí mi lengua dentro de ella.

Me agarró con violencia la cabeza para llevar mi boca hacia la suya, tomando la iniciativa. Supe que el tembleque que le había acompañado hasta hacía unos momentos no era fruto del frío, si no de los nervios y la excitación.

Apoyé mi mano por encima de su pecho. Lo palpaba, consciente que no llevaba sujetador. Ella pasó la mano por mi torso hasta llegar a mi bulto, que ya comenzaba a tener un tamaño considerable.

Al tocarlo me lanzó una pícara sonrisa, satisfecha por el volumen que había alcanzado. Me sentía dueño de la situación y volví a tocar su pecho, esta vez, intentando introducir la mano por el escote.

Tenía los pechos muy duros, a parte de ser enormes. Se lo dije, intentando piropearla.

  • Pedro, la cirugía hace milagros. – Respondió riendo

Me gustaba el tacto. No se parecía en nada a los pechos de mis amigas, y eso que mi amiga Laura, con quien había salido meses atrás, eran de un tamaño similar.

A mis dieciséis años, aún era virgen. Aunque había jugado con varias amigas, jamás había llegado a hacer el amor con ninguna de ellas.

Bajé la mano hasta alcanzar sus muslos. Empecé a subir por ellos, accediendo por debajo del camisón hasta alcanzar las bragas. Toqué su culo, sus caderas y llegué a la parte frontal. Fui suave, acaricié con la punta de los dedos marcando la abertura de su sexo.

Nuria me apartó. Se incorporó en la cama y se quitó de manera brusca el camisón, quedando sólo con sus bragas negras. De nuevo me agarró y dirigió en volandas mi cabeza hasta sus pechos para que comenzara a besarlos.

Aunque su actitud hasta aquel momento había sido pasiva, era quien llevaba la iniciativa, moviendo mi cabeza para que se dirigiera de un pecho a otro, del pezón derecho al izquierdo.

Sólo permitía que parase para que en lugar de sus senos, me dirigiera a su boca, donde me besaba y mordía a su antojo. Finalmente se incorporó y decidió retirarme mi calzoncillos.

De inmediato, noté mi pene en su boca. Me sentía raro. Se notaba que era una mujer experta. Recordaba una conversación con un amigo mayor que yo, que afirmaba que las mujeres solteras y divorciadas eran las que mejores felaciones practicaban. Eran más expertas porque tenían relación con más hombres.

Era la mejor experiencia de mi vida la que estaba viviendo en esos momentos. No sólo se limitaba a mover mi glande, sino que la sacaba de la boca para acariciarme los testículos con su lengua, y darme pequeños mordiscos en la punta, a parte de tocarla y masturbarla a la vez.

Temía no estar a la altura. Me encontraba a cien. Temía correrme en cualquier momento y quedar como un crío. Intentaba pensar en otras cosas pero sus movimientos con la boca, me hacían volver a la realidad. No pude contenerme y me corrí en su boca.

No mostró ningún asco. Todo lo contrario. Sacaba su lengua, recogiendo el semen que partía de mi miembro.

Me sentí desolado. Ligeramente humillado por no haber cumplido con ella. Pensé que podría enfadarse, pero lejos de ello, limpió su boca con la sábana y besó suavemente mis mejillas.

  • No te preocupes. Te recuperarás en breve. No puedes dejarme así. – Intentó consolarme al verme tan descorazonado.

En ese instante me di cuenta que aún no había desnudado a mi tía. Me había corrido con tan sólo un par de lametones y ni tan siquiera había podido contemplar, ni mucho menos disfrutar de su sexo.

Todo aquello hirió mi orgullo de hombre y me giré de nuevo para dejar mi cara a escasos centímetros de la suya. Nos miramos fijamente hasta que ella me sonrió. Fue la señal que esperaba para volver de nuevo a besarla y tocar sus pechos.

Nuria se apartó ligeramente, estiró sus manos para agarrar sus bragas y bajarlas. Quedé maravillado al ver su sexo. Era negro, más oscuro que el de su cabeza, con forma rectangular y con el vello muy corto. Era una mujer preciosa en todo su esplendor.

Volví a besarla mientras mi mano se acercaba a su entrepierna. Pasé por encima los dedos. Notaba la humedad. Recorrí su abertura de arriba a abajo hasta llegar a su vagina donde me entretuve y metí mi dedo corazón hasta el fondo. Ella lo dirigía lo sacaba y metía para posteriormente llevarlo hacia su clítolis, donde me hacía moverlo de manera circular.

Mi boca continuaba en sus pechos. Sus manos comenzaron a empujar mi cabeza hacia abajo. Torpemente, la iba besando mientras estiraba sus manos en dirección a su sexo.

Con la nariz y la lengua jugaba. Me manejaba en la entrepierna. Notaba como toda mi cara estaba humedecida por los flujos que generaba.

Separó sus piernas hasta dejar sus labios y clítolis abiertos y exultantes. Sus manos apretaban mi nuca que se pegaba en su sexo.

La notaba moverse de forma excitada, la oía gemir sin tapujos.

  • No pares¡¡¡¡¡¡ Sigue¡¡¡¡¡¡¡¡ Me encanta¡¡¡¡¡¡

Ahora era ella quien estaba a punto de correrse como una quinceañera. En realidad, me había dirigido en todo momento para llegar al orgasmo.

Noté como después de unos fuertes movimientos se relajó. Nunca había visto tener un orgasmo a una mujer. Después de ver aquello, me había dado cuenta que no había hecho gozar a ninguna de mis amigas cuando había estado con ellas.

Por mi parte, estaba recuperado. Quería hacerlo con mi tía, pero no sabía si ella aceptaría una relación tan íntima con su sobrino, aunque después del sexo oral, tampoco perdía nada por intentarlo.

  • Tía. Quiero hacerlo. Quiero metértela
  • ¿Quieres follar a tu tía? – Preguntó riendo.

No esperó que contestase. Se levantó y se dirigió a coger algo de su bolso. Me excitó aún más volver a verla desnuda, como se movían su culo y sus tetas.

Al volver a la cama, lo hizo con un preservativo en la mano.

  • Póntelo. No tomo protección y no quiero quedarme embarazada, y mucho menos de mi sobrino

Obedecí. Nunca me había puesto un preservativo y por tanto, no era un experto en su uso. Mi falta de experiencia hizo que quedase aire dentro de él y tuve que usar otro. Esta vez fue ella, quien con ayuda de su boca, lo llevó al fondo, quedando el capuchón cubriendo mi pene.

  • ¿Qué quieres hacer? ¿Cómo lo quieres hacer?
  • Pues no sé, como siempre. Yo arriba.
  • Qué tradicional eres¡¡¡¡

Me hacía gracia que lo tomase con tanta naturalidad. Se colocó sobre la cama, mirando hacia arriba y separó ligeramente sus piernas. La miré y pensé.

  • Dios, es preciosa. Es lo mejor que me podía pasar. – Pensé al verla debajo de mi.

Me tumbé sobre ella y de nuevo comencé a besarla. Mi miembro se resfregaba torpemente sobre su sexo que no encontraba, a pesar de estar muy lubricada y mi pene tremendamente duro, el orificio de entrada para la penetración.

Tuvo que ser ella, quien agarrando mi miembro lo dirigió a su lugar natural. Quedé extasiado al sentirla dentro por lo que fue ella misma quien moviéndose lateral y de arriba hacia abajo ejercía el movimiento que me hubiera correspondido a mi.

  • ¿Es todo lo que sabes hacer? Los jovencitos no sabéis follar. Yo te enseñaré.

Se levantó y se colocó con las rodillas y las manos apoyadas en la cama. Por su situación pensé que deseaba sexo anal. Así que se lo pregunté.

  • Ni se te ocurra metérmela por el culo. Quiero que hagas lo mismo que hacen los perros. Espero que tengas buena puntería porque ahora yo no llego para dirigirla.

No le contesté. Sabía mis limitaciones ante una mujer muy experimentada y mi actuación y envalentonamiento había terminado en el momento en que conseguí que se arrimara a mi en la cama. Ahora, me limitaba a aprender las lecciones prácticas que con tanto lujo de detalle me daba.

Me situé de rodillas. Detrás suyo. Agarré mi miembro y antes de introducírselo acaricié su sexo. Me gustaba la sensación de su pelo entremezclado con la humedad que rezumaba.

De inmediato, procedí a clavársela. Lo hice de forma violenta, metiendo todo el miembro hasta dentro.

  • Sigue¡¡¡ Sigue¡¡¡ Dale placer a tu tía. Dame fuerte.

No hablaba, sólo me concentraba en lo que hacía. Le gustaba que mostrara virilidad, que fuese rudo hasta que dijo que lo fuera más.

  • Agárrame las caderas, dame azotitos en el culo, demuéstrame lo hombre que eres.

Sabía que sus palabras eran provocaciones para que diese todo de mi. Me esforzaba en hacerlo. Ahora si conseguía a veces pensar en otras cosas para intentar evitar correrme tan pronto.

Vi que empezaba a gritar más y sus órdenes eran más descordinadas y dirigidas a que fuese viril, o tal vez una bestia.

Cuando terminé, mi tía tenía el culo rojo de tantos azotes que había recibido. Cayó rendida sobre la cama, sin decir nada. Estaba exhausta. No hablaba. Tardó varios minutos en reaccionar.

Llegué a pensar que se había enfadado, pero poco después se giró para darme un beso y acariciarme.

  • Nunca hubiera imaginado que pasaría esto. Me ha encantado. ¿Y a ti?
  • Tía. Me has hecho un hombre. Lo mejor de todo es que aún nos quedan dos noches en el hotel.
  • Si. Con independencia del tiempo que haga mañana, creo que cambiaremos la diversión del parque temático por otra más placentera dentro de esta habitación.