Destrucción de una familia 8
La madre y la hermana del amante de Miranda conocerán el terror.
Capítulo 8 – La familia del profesor de gimnasia
Miranda corría desesperada en medio de una jungla. El terror que sentía solo era comparable con el episodio que sufrió en casa de su hermana pocos meses atrás, o quizá peor, puesto que el temor al peligro es mucho peor que el peligro mismo. Sabiendo lo que le podría volver a ocurrir estaba en un estado de horror que le desfiguraba la cara y hacía que sus músculos se tensaran tratando de correr más y más rápido.
Sus ropas de exploradora casi habían desaparecido, hechas girones se adivinaba una camisa color verde y unos pantalones cortos caqui. Debajo de las tiras producidas por espinas y ramas que la laceraban cuando pasaba a toda velocidad tenía un traje de baño de dos piezas color fucsia.
Detrás de ella una horda de negros empuñando lanzas y desnudos, salvo unos pocos con taparrabos, la perseguían aullando ferozmente.
Mientras corría desesperada recordaba cómo horas antes su campamento había sido atacado por aborígenes pintarrajeados y de piel negra. Allí fue hecha prisionera junto a su amante, el profesor de gimnasia, un grandote musculoso pero de poco valor que se había entregado sin ofrecer resistencia. Conducidos maniatados fueron ambos conducidos a la aldea después que asesinaran a los asistentes negros con que contaban en la expedición.
Luego de ser atados en postes fueron objeto de manoseos de curiosidad por los habitantes ostiles. Pero ella había sido liberada, dándole una oportunidad de escapar. Una especie de juego macabro con que los negros se divertían.
Así se había lanzado a correr desesperada por la jungla perseguida rato después por los cazadores, sin importarle los arañazos y rasguñones que recibía y destrozaban su ropa.
Obviamente no podía competir contra esos indígenas criados en la selva y prontamente fue atrapada nuevamente en medio de sus desgarradores gritos. La arrastraron de vuelta a la aldea aullando de alegría, quién sabe qué planes macabros tenían para la mujer blanca que había caído en sus manos.
Loca de terror, Miranda, sentía en su cuerpo manoseos y empujones hasta que llegaron a una gran choza donde la introdujeron a empujones.
Seguidamente unas cuantas mujeres aborígenes entraron a la misma choza. Eran estas de diferentes edades y contexturas. Las había gordas sebosas con las tetas colgando hasta el ombligo, esbeltas jóvenes de pechos incipientes y firmes, viejas arrugadas a más no poder y todo tipo de especímenes. Todas ellas con los senos al aire y con una especie de taparrabos cubriendo su sexualidad.
Dentro de la choza fue desnudada de sus ropas hechas jirones, como así también de su bikini fucsia. Mientras entre varias la inmovilizaban en cuatro patas otras procedieron a bañarla vertiendo sobre su desnudo cuerpo tinajas de aguas hasta empaparla, fue fregada por varias manos en cada rincón de su anatomía hasta quedar totalmente higienizada.
Luego, en la misma posición procedieron a untarla toda completa con una especie de aceite con fuerte olor perfumado. Fregaron sus brazos y piernas con la sustancia, espalda, nalgas y abdomen, así como sus pechos y vagina. Miranda sentía como sus pezones rosados cobraban vida ante el frotamiento mostrando ahora un erguido imponente. Otras manos se colaron entre sus piernas, friccionando su vagina e insipiente vello púbico, así como su ano hasta quedar toda completamente cubierta del aceite y generando cierta humedad su sexo ante las caricias resbalosas. Largos minutos les llevó a las negras indígenas prepararla así con vaya a saber con qué fin, mientras ella sollozaba y suplicaba que se detengan.
Le colocaron un taparrabos similar al que ellas usaban y maniatándola la sacaron de la choza. Fue conducida por la aldea entre una multitud de indios de todos los sexos y edades que exclamaban admiración a su paso.
La pobre víctima pudo apreciar a su amante colgado por los brazos de un gran tótem mientras un grupo de guerreros lo atormentaban con cuchillos y assegais. Claramente el musculoso cuerpo del profesor de gimnasia mostraba rastros sangrientos donde las armas habían cortado.
No pudo Miranda saber si estaba vivo o muerto puesto que no se movía ni emitía sonido.
Así llegaron hasta otra choza más grande e imponente donde fue atada a un poste en el centro dejando la cuerda o liana bastante suelta, lo que no le impedía moverse con cierta soltura ni acostarse o sentarse. Varias antorchas iluminaban cada rincón de la habitación desprovista de cosas.
Y comenzó la espera. No supo calcular cuánto había pasado, pero sin dudas bastante tiempo cuando el cuero curtido que hacía de puerta se apartó para dejar entrar un indígena.
Era este gigantesco, fornido y sin más pelos en su oscuro cuerpo reluciente que en las nalgas de un bebé. Al trasluz de la entrada, Miranda vio que estaba desnudo y una boa constrictora se balanceaba entre sus piernas al caminar hacia ella.
Al iluminar las antorchas la cara del negro y a pesar de la pintura que tenía, Miranda tuvo un ataque de pánico al reconocer ese rostro sin expresión como el del senegalés. Aquel desalmado negro que prácticamente la había destrozado unos meses antes en la pieza de su hermana.
Verlo y recordar el dolor que experimentó en su vagina y ano mientras esa gigantesca verga la violó fue todo uno.
La locura hizo presa de la pobre mujer y desesperada se alejó del monstruo todo lo que la cuerda lo permitía profiriendo gritos de terror.
No otra vez pensaba mientras el negro se acercaba como siempre sin emitir sonido. Llegó hasta ella y tuvo que calmar su arrebato de un cachetazo que la arrojó al suelo.
Y aunque continuó debatiéndose con pocas fuerzas el senegalés la inmovilizó contra el piso y pasando una mano sobre sus pequeñas tetas siguió su camino hacia abajo para levantar el taparrabos y meter toda la mano entre sus piernas. Con algo de rudeza frotó un par de veces la palma desde el monte de venus hasta el ano para incrustar después firmemente dos dedos como morcillas en su concha.
Justo en ese momento Miranda despertó. Empapada de sudor y con el corazón latiendo a mil, su vista se fijó en el techo de su propia habitación y Antonio le metía y sacaba un par de dedos de su vagina encharcada de flujo.
-NO! NO! NO! DEJAME!!!! – gritó desesperada tirando manotazos a su marido que sorprendido se retiró de su intimidad para proteger su cara de la lluvia de golpes que la aterrada hembra repartía en todas direcciones.
-Esperá! Tranquila! Soy yo!!!! ¿Estabas soñando? Pensé que te estaba agradando… - le dijo Antonio.
-Dejame maldito!!!! Te dije que no me toques!!! – lloraba Miranda mientras se alejaba de él.
-Disculpame Miranda, creí que ya lo habías superado, no fue mi intensión molestarte ni hacerte daño, pero al oírte gemir parecía que te estaba gustando y ya no quise parar… ni pude. Pero no te toco más, no te preocupes… te voy a esperar lo que sea necesario.
Calmándose un poco al oírlo Miranda se fue tranquilizando y fue ella la que ahora pedía perdón y que tuviera paciencia, que solo fue una pesadilla en la que quedó envuelta.
-No te preocupes amor, tomate tu tiempo, yo quiero que cures y seas la de antes, lleve el tiempo que lleve. – le informó Antonio riendo sarcásticamente para sus adentros.
Consultando el hecho con Fabián, este vio un síntoma positivo a sus planes. Parecía que la terapia estaba dando frutos. Teoría esta que pudo comprobar el psicólogo en la consulta de ese día.
Al preguntar a Miranda por el sueño, logró que esta se lo narrara como lo recordaba y confesó que se había excitado hasta cierto punto donde sobrevino un quiebre y la realidad volvió.
Fabián le propuso hipnosis nuevamente para encontrar el punto ese que ella hacía referencia, y suministrándole una píldora de la nueva droga alucinógena procedió.
Los resultados fueron fantásticos. Miranda no solo habló con soltura describiendo sus sensaciones si no que aseguró sentirse muy excitada en ese momento. Hecho que el depravado profesional aprovechó al máximo para inculcarle sus propias ideas llegando incluso a manosearla suavemente por sobre sus ropas sin que ella protestara, incluso ella misma se frotó los pechos mientras el sudor corría por su cara y cuello.
Recostada en el diván ella estimulaba sus pezones y él su vagina, siempre sobre la ropa y cuando aceleró los movimientos, en medio de jadeos y gemidos de placer la mujer tuvo un orgasmo quedando luego como desmayada, sin movimientos, reposando plácidamente.
Él espero que la respiración se normalizara y la despertó del trance viendo con regocijo que ella no recordaba absolutamente nada.
En los días siguientes siguió poniendo en práctica el tema de la hipnosis, siempre suministrándole drogas y continuó escucha sus temores, sus fantasías, lo prohibido que se escondía en su subconsciente. Llegó al fin a relatarle con detalles como fue ese funesto día en casa de su hermana, su sorpresa y miedo, la tortura que le infringió el jefe cuando la desnudo y azotó para después sodomizarla por primera vez en su vida. Las posteriores violaciones por parte del resto de los delincuentes, para finalizar con la exquisita agonía con el senegalés. El dolor más allá de lo imaginable al ser penetrada primero por la vagina y luego por el ano por ese negro silencioso, gigantesco y cruel.
Escuchó de su boca la infidelidad a la que sometió a su marido con su jefe y su compañero de trabajo, las sensaciones que acontecían dentro de ella cuando el joven profesor de gimnasia la tomaba. Como se había apagado la chispa con su esposo, al que, a pesar de seguir amando no lograba explayar toda su femineidad con él.
Poco a poco fue torciendo su voluntad y principios para volcarla en un mundo imaginario de lujuria y prohibidos donde todo acto sexual estaba bien, dando rienda suelta a su imaginación y convirtiéndola literalmente en una puta insaciable.
Más de una vez logró que se excitara a más no poder, haciendo que se masturbara y acabara en delirantes orgasmos. Aunque no podía llegar a su piel. Cada vez que Fabián intentaba tocarla por debajo de sus ropas ella reaccionaba adversamente, cortando la hipnosis con recuerdos de su violación que la atemorizaban y hacían entrar en pánico por lo que se debía suspender la sesión.
No obstante el manipulador psicólogo lograba sacarla del trance a tiempo despertándola, alegrándose que no recordara nada.
Así fueron pasando los días. Sin noticias de las secuestrada Eleanor ni sus hijas. La desesperación empezó a dar paso a la desesperanza en Jorge, Miranda, los padres de esta y Antonio que fingía como un excelente actor.
Un día Fabián llama a Antonio por teléfono explicándole que el vasco y su banda ya habían logrado su objetivo.
El regocijo de este fue inmediato, como así su excitación al contarle su amigo que más tarde le alcanzaría el video para que se constate el aberrante hecho.
Quedaron de acuerdo para la noche poder verlo juntos en la casa del psicólogo.
El día pasó lentamente para estos dos desalmados, la ansiedad hacía estragos en sus perversas mentes.
Pero al fin llegó la noche y ya instalados frente al led, ambos se entregaron a visualizar la noche de terror, tortura y violencia que pasaron el profesor de gimnasia, su madre y su hermana.
Las primeras tomas mostraban una casa común, bastante grande y bien ordenada. La cámara temblaba un poco, seguramente debido a la excitación que embargaba al camarógrafo, persona que no se pudo adivinar quién era.
Un paneo general de la casa dejaba a las claras que no estaba ninguno de los residentes.
Hicieron un primer plano de algunas fotografías sobre un mueble en el que se veía a un hombre maduro, alto, fornido, en algunas fotos solo y en otras junto a un equipo de basquetbol. Las tomas databan de cierto tiempo ya debido a la vestimenta y al color de las fotos.
Seguramente ese señor fue el padre del profesor, pensaron Fabián y Antonio, un basquetbolista de la década del setenta aproximadamente.
Otras fotos mostraban a este tipo con una joven rubia de pelo hasta los hombros, muy bonita ella y buena figura. Más allá una foto de la misma mujer en traje de baño enterizo y gorro alzando un trofeo. Una nadadora a todas luces, fotos viejas también, sin duda la madre del grandote.
Facciones masculinas para la dama pero sin quitarle belleza, no muy alta, poco pecho pero una figura envidiable. Caderas estrechas, cintura más pequeña aún y poco pecho, pero una espalda musculosa y apetecible.
Aparentemente la familia era de deportistas empedernidos. Cosa que se confirmó al ver fotos de la niña. Una jovenzuela con vestimenta de hockey, pollerita y camisa entallada sumado al tradicional palo.
Había fotos de la chica desde la más tierna juventud hasta casi la actualidad, incluso había fotografías de ella con algunas de las leonas (seleccionado argentino femenino de hockey sobre césped).
En una salía con Luciana Aymar abrazadas por las cinturas, mientras en otra aparecía la joven con la misma Lucha, más Magui Aicega, Soledad García y un par más de las leonas que no se pudo identificar.
En otra foto mucho más actual se veía a la chica con las hermanas Habif, Delfina Merino y Carla Rebecci.
La piba en cuestión era bastante alta, como un metro setenta, ancha de hombros y cola prominente. Aunque no tenía mucha teta lo que llamaba la atención eran sus piernas. Tremendas piernas musculosas y estilizadas cargaba, así como una carita dulce e inocente de niña bien educada.
También se veían fotos del profe grandote jugando básquet y rugby.
En definitiva todos buenos deportistas, uno más que el otro, en buen estado y para aguantar muchas bajezas, se imaginaron los depravados amigos mientras observaban.
La cámara seguía recorriendo la casa por todas las habitaciones, cruzando en la toma a varios integrantes de la banda. Así fue que vieron al ruso y al negro, antiguos integrantes bien conocidos de los observantes. También vieron al vasco, que se instaló en un sofá a fumar un porro mientras miraba televisión y se pudo ver a un desconocido de rastas con una cara que daba miedo. Solo quedaba la intriga de saber quién era el camarógrafo, aunque sospechaban que era la pareja del vasco, Jeny.
Los minutos pasaron y se podía apreciar que a veces cortaban para volver a filmar rato después hasta que el ruido de una llave en la cerradura dejó claro que el primer integrante de la familia había llegado.
Con las luces apagadas, en sombras siguió la escena aunque era de día aún.
La joven jugadora de hockey entró a la casa. Vestía su uniforme, por lo que era de suponer que venía de entrenar. Se dirigió a la cocina sin sospechar la presencia de los intrusos. Abrió la heladera sirviéndose agua de la misma. Transpirada y sofocada bebía largos sorbos de líquido cuando fue sorprendida.
El loco de las rastas la sorprendió desde atrás cuando la chica tenía la botella de agua empinada.
Solo un tenue gemido alcanzó a exteriorizar, pero la botellita se le escapó de las manos mojándola no solo a ella sino al rasta también.
-Tranquila piba, colaborá y no te va a pasar nada. – Con una tranquilidad que helaba la sangre le dijo el vasco.
El ruso se acercó a ella y le ató las manos a la espalda y luego la amordazó con una servilleta.
-¿A ver que tenemos aquí? – preguntó el vasco con lascivia.
Y mientras sus secuaces la sujetaban cada uno de un brazo, se paró enfrente de ella recorriéndola completamente con la mirada.
La cámara mostraba una muchacha no muy alta, alrededor del metro sesenta, pero ancha de hombros, cintura y caderas estrechas, con unas piernas terriblemente musculosas.
Tendría unos 20 años más o menos y su rostro, muy bello y armonioso mostraba rasgos de adolescente aún. Rubia, de media melena algo ondulada sujetada en una cola.
Sus pechitos no destacaban precisamente en su ajustada camiseta de deportista, ahora mojada por delante, mitad transpiración, mitad agua derramada.
Completaba su atuendo una pollera de hockey, de esas a medio muslo con un short tipo calza debajo, medias hasta la rodilla y zapatillas.
Un bolso y un palo de hockey se veían sobre la mesa.
El vasco libidinoso y cruel con una sonrisa maléfica congelada metió una mano entre los potentes muslos de la chica, fregando toda la palma por su vagina protegida por el short.
La retiró y la llevó a su nariz. Había humedad en la zona y su mano quedó impregnada de ella como así su aroma femenino, mezclado con una fragancia agradable. Pero fue el olor característico de la entrepierna femenina transpirada lo que deleitó y excitó al viejo decrépito.
Seguía la pobre forcejeando con sus captores mientras ese ser anciano y aberrante continuaba sobando su entrepierna para después olerla repetidas veces, incluso chupándose los dedos impregnados en el sudor de la joven.
-Delicioso y embriagador. –exclamó el vasco. –La verdadera esencia de una hembra caliente se puede percibir en su olor natural. Veo que has transpirado chiquita… y esa conchita jugosa ha dejado escapar un aroma capaz de volver loco a un macho que se precie de tal.
Manoseó también su remera empapada por sobre sus pechitos haciendo que la chica se sintiera extremadamente incómoda, violada en sus partes pudorosas, vejada su intimidad.
Obligó a la joven a recostarse sobre la mesa apoyando sus tetitas en la tabla, siempre sujetada por el ruso y el rasta, maniatada sobre la espalda y amordazada. Y mientras forcejeaba emitiendo sordos gemidos y sollozos le bajó el shorcito y la bombachita juntos.
El culo de la piba era para poner en un cuadro, perfecto, redondo, firme. Seguido de unos muslos impresionantes por lo musculosos y firmes que estaban.
Separó ligeramente las piernas y tomando ambas nalgas, una con cada mano las abrió todo lo que pudo. Un oscurito ano sin pelos y estrecho con pliegues pequeños fue tomado en primer plano. Después con los pulgares separó los labios mayores de la concha de la chica mostrando todo su interior rosado así como un clítoris pequeño encapuchado y sin un solo pelito a la vista, si bien sobre el monte de venus se podían apreciar unos pendejos castaño claro.
Luego de aplicar la nariz a esa entrepierna húmeda de sudor el asqueroso vasco inspiró hondo deleitándose con las emanaciones sudoríparas, hasta parecía que masticaba el aroma femenino juvenil de la muchacha.
Y la lamió. Toda. Desde el clítoris hasta el anito. De abajo hacia arriba y vuelta hacia abajo. La desagradable y mojada lengua del viejo recorrió cada milímetro de la intimidad de la deportista, embadurnando toda la zona con babas espesas.
Obviamente ella mostraba su disgusto a través de gritos apagados por la mordaza y lagrimones de indignación nublaron su visión.
-¿Me dejás un poco vasquito? – preguntó una voz femenina aunque gruesa seguramente por el uso prolongado del tabaco.
-Esperá un poco mierda! Ya te va a tocar… -contestó el vasco antes de insertar toda su lengua dentro del culo de la chica, haciendo que esta se ponga en puntas de pie tensando todos sus músculos.
Al hablar la mujer quedó dilucidado el misterio del camarógrafo. Era la pareja del vasco, Jeny, esa vieja descarnada bisexual tan depravada como su novio.
Entre tanto el vasco seguía violando el ano de la joven con su lengua, sin producir dolor en ella, algo mucho peor, humillación, el sentir que su cuerpo reaccionaba a su abuso. Su conchita sudorosa segregaba jugos que el viejo sorbía y volvía a insertar toda su lengua en el culito.
Una situación de lo más incómoda para la pobre víctima, imaginen, maniatada y semi desnuda, delante de varios tipos desconocidos, culo para arriba y con uno chupándole el ojete y la vulva de forma inmoral después que ella venía de jugar al hockey toda sudada. Un momento de mierda para la muchacha, más aún si la mamada le hacía erizar la piel y lubricar la concha mientras sus pezones se ponían como piedra, cosa que le hacía doler al estar aplastando las tetas contra la mesa.
Y hubiera tenido un orgasmo aún en contra de su voluntad, pero todo fue interrumpido por la llegada de su madre.
Oscurecía rápidamente cuando la señora entró a su casa proveniente de su trabajo de ejecutiva.
Nunca se dio cuenta que la casa estaba ocupada por malvivientes que ya se encontraban en la tarea de profanar, violar, vejar a su hija pequeña. Su nenita como ella le decía pues las madres nunca terminan de aceptar que sus hijos crecen.
Entro preguntando en voz alta si había alguien en casa y llamando a su hija. Así siguió su camino hasta entrar en la cocina donde el panorama la descolocó. Quedó petrificada y sin voz.
La cámara la enfocaba a ella y seguramente entre el viejo y el rasta sujetaban a la nena para que no se moviera. Detrás de la señora aparecieron el ruso y el negro que la tomaron de sorpresa apresándola y tapándole la boca.
Ahí la cámara volvió hacia la joven y no era para menos que la madre se sorprenda puesto que solo el rasta la sujetaba, el vasco había seguido haciendo su trabajo lingual entre las nalgas de la chica tirada arriba de la mesa.
Unos segundos aún tardó en reaccionar la mujer no dando crédito a lo que veía. Y cuando entro en su conciencia lo que pasaba el miedo se hizo presente en forma de un fuerte debatir de brazos y piernas intentando soltarse de sus agresores.
-Adelante señora, adelante… bienvenida a la fiesta! –exclamó un cínico vasco retirándose de entre las piernas de la joven dejándola brillosa y pegajosa de la mezcla entre babas y flujo.
Desesperación se apreciaba en la cara de la madura, unos cincuenta años, tal vez más. Media melena como su hija, rubia, pero mucho más clara, a todas luces teñida. Mandíbula fuerte, masculina, pero los demás rasgos finos y bellos. Tenía puestos lentes y su cabello muy bien peinado. Vestía un traje sastre con pollera a las rodillas y saco con una camisa con bolados debajo y botas cortas. La altura oscilaba el metro sesenta, como su hija.
Se la veía algo más rellena que en las fotos pero de onduladas formas con unas piernas soberbias.
-Su hijita ya nos estaba atendiendo, haciéndonos sentir como en casa… jeje, porque en realidad al que esperamos es a su hijo. Pero no se moleste eh, nosotros seguimos picoteando algo por acá mientras llega… -se burlaba un odioso vasco en su versión más diabólica.
-Pero póngase cómoda señora! Quítese el saco y las botas y háganos compañía, como si fuera su casa jajajajaja… -continuó con su negro sentido del humor el viejo feo.
-Yo voy a continuar con mi cena mientras esperamos al hombre de la casa, muchachos, la señora es suya… tranqui, es solo un aperitivo… ¿me entienden? –les dijo a los dos que tenían sujeta a la mujer mientras se dirigía a la joven que seguía culo para arriba en la mesa sujetada por el rasta.
Los desalmados ya le estaban apretando los pechos desde el principio, pero en el estado de shock en que se encontraba la pobre mujer ni se daba cuenta.
Le sacaron el saco para poder magrearla a gusto y ella se empezó a reaccionar tratando de soltarse emitiendo berridos muy bien controlados con la cinta que le pusieron en la boca.
A su vez el vasco ya estaba hincado nuevamente entre las nalgas de la chica. Goloso lameteaba la zona pudorosa mientras ella volvía a verter silenciosas lágrimas. El rasta no perdía tiempo, sujetándole los brazos con una sola mano, con la otra palpaba lo que podía, más que nada recorría la espalda sobre la remera y cada tanto le pegaba una acogotada al ganso que se le estaba poniendo duro.
El ruso se aprovechaba solo de la madre, Le había abierto la camisa y apretaba los melones son lascivia colocado entre las piernas de ella para evitar una patada, la tenía arrinconada contra una pared. Le lamía el cuello y apretaba sus pezones por sobre el corpiño ensañándose a veces, recuerden que el ruso era de los más sacados de la banda.
El negro se apoderó de la cartera y la revisaba buscando plata, cigarrillos, droga o lo que sea. Ahí fue cuando encontró la identificación de la mujer y exclamó:
-Nacida en 1961!!!! Esta vieja tiene… -tardó un rato sacando la cuenta, un rato largo de sumas, restas, cálculos, recuerdos añejos de la primaria incompleta. – ¡55 AÑOS! Bueno, 54 porque aún no cumplió los 55… ¿La tenían? Muy bien está para los abriles que carga!
En efecto la señora tenía un cuerpo envidiable para su edad. Deportista desde la niñez, nunca abandonó la práctica de deportes, sobretodo la natación que era su debilidad.
El rusito seguía magreando a la veterana a la vez que le hacía abrir más los poderosos muslos metiendo su cadera entre ellos con lo que la pollera se le subió casi hasta la cintura, dejando ver unos calzones tipo vedetina y hasta más recatados aún, cubiertos por medias tipo cancán. Medias que el degenerado arrancó a tirones dejando pedazos puestos, colgando y hasta en el piso, mientras la señora abría los ojos que parecía que se le iban a salir de las órbitas emitiendo agudos gemidos de indignación.
Unas lágrimas empezaron a gotear por sus ojos. La desesperación hizo presa de la mujer madura y comenzó a llorar con ganas cuando el ruso metió toda la mano en su entrepierna sobándola por sobre la bombacha. El negro también se acercó y metía mano por donde podía, una teta, las piernas, la carita asustada y bañada en lágrimas…
Cuando podía la señora miraba a su hija, la que seguía siendo abusada por la lengua y los dedos del vasco. Al borde de la deshidratación estaba la joven de la transpiración, lágrimas y flujo que soltaba. Con la pollerita puesta aún pero enrollada en la cintura, todo su redondito y carnoso culo sobresalía sobre la mesa, y el viejo chupaba y chupaba y el rasta se pajeaba delante de sus ojitos inundados de lloros.
-Jefe, esta veterana está a punto ya… ¿la podemos coger? Tengo la verga que me explota!!! – exclamó preguntando el ruso.
-Paciencia amigo, paciencia… -le contestó el vasco separando su cara de los glúteos de la piba. –Tenemos que esperar el grandote… jejeje ahí si la fiesta va a ser completa, tenemos órdenes que cumplir.
-La puta madre jefe! La vieja esta está jugosa!!! Ensarte a la pendeja de una vez y déjenos bombear a la mamá un poco… -protestó el ruso.
El vasco se iba a levantar de mal humor para imponer conducta a sus secuaces cuando se oyó que la cerradura era abierta desde afuera.
-Ahí está! –confirmó. –Llegó el momento de la verdad jeje…
Unas babas brillosas adornaban su mandíbula mientras ordenaba con sadismo al rasta y al negro que vayan a la puerta. El sujetó firmemente a la joven y el ruso hizo lo propio con la madre. La cámara acompañó a los otros dos que se apostaron cerca de la puerta… que comenzó a abrirse lentamente.
CONTINUARÁ...