Destrucción de una familia 12
Paralelamente... en algún rincón de este salvaje mundo...
Capítulo 12 - Para servirle amo
La mujer estaba en la tina. De pie mientras la relajante agua tibia caía en su espalda desde la ducha se rasuraba las piernas. Con sumo cuidado recorría cada centímetro de sus extremidades con la maquinita, una después de otra, dejándolas lisas, tersas y agradables al tacto.
Sus piernas eran su orgullo, al menos lo fueron en el pasado. Hoy poco le importaba verse bien. Lo hacía porque era su obligación.
Siguió pasando la rasuradora por toda parte de su cuerpo donde crecía vello. De su entrepierna se ocupaba ahora aunque estaba completamente lisa, pero cuidado que no le encuentren un pelo en la zona porque la podría pasar mal. Así que se empleaba minuciosamente en eliminarlos.
Luego utilizando un espejo exploraba con detalle la zona entre las nalgas. Su ano de color ligeramente más oscuro que su piel dorada por el sol, también debía estar sin pelillos, cada pliegue del esfínter era observado por reflejo y removía cada pequeño vello que encontraba.
Su hermoso y carnoso trasero se presentaba terso y atrayente. Un poco alargado y con pequeñísimas estrías donde se unía a las piernas pero que pasaban desapercibidas si no se miraba en detalle. Nunca había estado orgullosa de su cola, pero debía reconocer que había mejorado con los años; y alguna cirugía reconstructiva, obviamente.
Después observó tu torso. Desde el ombligo hasta el cuello, siempre reflejándose, sacó algún que otro pelito de las areolas que coronaban sus grandes senos.
Pensó nuevamente en retrospectiva cuando esas tetas eran naturales, más bien pequeñas y algo caídas por la maternidad y por qué no el paso del tiempo ya que había pasado las cuatro décadas.
Ahora eran enormes y tersas, erguidas con pezones grandes de color marrón. Recordó la operación de implantes mamarios ocurrida pocos meses atrás.
Una joven de rasgos árabes, muy hermosa la observaba. Vestida como una odalisca con largos velos cubriéndole las zonas pudorosas pero con los pechos al aire.
Sin duda estaba para atender sus requerimientos puesto que sin mediar palabras se acercó a la mujer cuando esta le dio la espalda.
Su tarea consistía en revisar las partes que la señora no alcanzaba, por lo que recorrió su espectacular espalda atentamente deslizando sus suaves palmas por la misma produciendo un erizamiento erógeno en la dama.
Luego le alcanzó un par de toallas y la ayudó a salir de la bañera. La mujer se envolvió su larga cabellera castaña con destellos de oro con una y con otra el cuerpo.
Se secó y quedando de pié completamente desnuda se dejó encremar el cuerpo por entero, sintiendo nuevamente latigazos cuando la jovencita pasaba sus manos por sitios erógenos.
Después se vistió. No le llevó mucho tiempo puesto que la vestimenta era muy escasa y ligera.
Un corpiño conformas de hojas esculpidas de color oro y plata con separaciones de tul. En las caderas un cinturón con las mismas formas esculpidas terminando en una flor formada siempre por pétalos oro y plata que tapaba el pubis, y se uní por entre las piernas con un delgado hilo formando así una erótica braga que dejaba las suculentas nalgas a la vista. Del mismo cinturón pendían velos de tul también oro y plata que no ocultaban nada su figura. Estos velos llegaban casi hasta el piso y tenían algunos bordados muy finos formando también hojas.
La doncella la peinó, cosa que si llevó su tiempo puesto que trenzó algunos hilos de flores formando trenzas individuales y de forma simétrica. Una tiara en la frente, brazaletes de flores en los brazos y tobillo y los pies descalzos.
El maquillaje le llevó más tiempo aún. Era de rasgos muy bellos, si bien se atisbaba alguna huella de edad y sufrimiento. Sin duda los tratamientos quirúrgicos habían rejuvenecido su rostro pero no pudieron borrar la expresión melancólica de sus ojos.
Con sombras y delineadores sus facciones fueron aún más embellecidas si cabe, se perfumó íntegra y colocándose la túnica negra que cubría completamente a las mujeres dejando ver solo los ojos a la vista se miró en el espejo. El velo ese llamado niqab o burka, la convertía en una misteriosa mujer. Sus grandes y lindos ojos resaltaban como dos luceros exagerados con rímel.
Así con esa vestimenta se dirigió al aposento del amo.
No dejaba de pensar Eleanor, pues de ella se trataba, las vueltas del destino cruel que la llevaron a su actual situación.
Pasó de ser una empresaria medianamente exitosa, con un marido al que amaba y dos hijas hermosas, una posición económica estable lograda a base de sacrificios, rodeada de familiares y amigos con los que interactuaba diariamente. A ser una esclava.
Nunca pensó que existiera hoy en día la esclavitud, y mucho menos de blancas y menos aún a su edad, la que, si bien era joven aún y representaba menos, ya había cumplido 43 años.
Un año había pasado desde que fue secuestrada junto a sus hijas. Al recordarlas una pequeñísima lágrima quiso asomar a sus ojos.
Un año del fin de semana donde fue violada, sodomizada, ultrajada delante de la familia.
Un año desde que supo quién estaba detrás de todo. Su cuñado Antonio. Maldito desgraciado, lo odiaba. Él también junto a su amigo degenerado, el psicólogo, la habían violado contándole la verdad de los aberrantes abusos sufridos por su hermana, sus hijas y ella misma.
Un año de que la habían dopado y embalado como un equipaje cualquiera para volver a ver la luz no podía precisar cuánto tiempo después, ni dónde.
Interrumpió sus pensamientos puesto que había llegado a la opulenta sala de juegos del amo.
Zahí Al Jabber era un poderoso político y terrateniente en Manama, capital de Bahréin, lleno de petróleo y para colmo familiar del primer ministro Jalifa bin Soliman. En realidad el parentesco es lejano y por parte de la esposa del primer ministro, pero todo tiene importancia en cuanto al poder se trata.
Este sujeto bahreiní, que nadaba en petróleo y oro, excéntrico y retorcido, guardaba hacía el mundo una imagen que para nada coincidía con la vida que llevaba en la privacidad.
Aficionado a los excesos, hacía caso omiso a ciertas prohibiciones del Corán. A saber tomaba vino hasta saciarse, no le importaba fumar ni comer cerdo y era ostentoso con joyas de oro. Bastante seguido organizaba fiestas descomunales en su palacete donde se llegaba hasta ingerir sustancias dopantes también prohibidas por el Islam.
Sus amistades sabían que concurriendo a estas fiestas se unían a un libre albedrio. Donde las noches de juerga se prolongaban hasta la madrugada.
Este peculiar sujeto era el dueño de Eleanor desde hacía unos 3 meses. Si, tenía esclavos y esclavas sexuales en su poder, aunque vale aclarar que en esto no infringía ninguna norma del Corán, pero si las leyes del país.
Poseía un variado y selecto grupo de mujeres, sobretodo, pero también algún hombre entre los que había eunucos, negros y enanos.
Dentro de las mujeres estaba nuestra mujer. El raro gusto de Zahí por las maduras, lo diferenciaban en general de sus compatriotas, al ser estos devotos de las niñas y mejor, vírgenes.
Pero este magnate las prefería ya maduras, rondando los 40 y de ser posible madres. También tenía predilección por las latinas de formas redondeadas. Todo esto encuadraba perfectamente en la descripción de Eleanor, siendo ella la última adquisición y la de mayor edad. Aunque también poseía chicas más jóvenes entre las que había alguna que otra menor de edad, la mayoría había pasado los 30.
Las sesiones de sexo forzado a las que sometía a Eleanor eran variadas y degradantes al máximo. Le gustaba sodomizarla por horas, lentamente, machacaba su ano con lapsus de ímpetu frenético por momentos alternando con eternos minutos de lento bombeo en los que notaba ella que su esfínter se volvía sensible e irritable.
También la entregaba a sus amigos e incluso a sus esclavos machos. Tampoco faltaban las relaciones lésbicas con otras esclavas en la vida de la dama.
Y lo más aberrante que había padecido la pobre fueron dos episodios zoofílicos que le tocó protagonizar. Uno cuando fue penetrada vaginal y analmente por dos mastines de caza propiedad del amo, hecho que ocurrió a poco de llegar al lugar. Y otra vez en que tuvo que practicarle una fellatio a la mascota preferida de Zahí, un viejo orangután criado en cautiverio desde pequeño.
Su mente en las noches de insomnio recordaba los degenerados momentos vividos esas veces y la torturaban psíquicamente por lo anti natural y degradante. El momento en que el simio se corrió en su boca y cara se le quedó grabado a fuego como el hecho más desagradable jamás vivido, sumado el pánico que le causaba el animal, peludo de largas mechas, con garras larguísimas y con una verga no muy grande pero colorada y húmeda.
Afortunadamente luego del mono no había tenido que protagonizar ninguna experiencia más con animales. Pero no sabía hasta cuándo.
Esa noche el amo tenía una comitiva de Sudán. Solo eso sabía Eleanor. Varios hombres de color bebían y jugaban juegos de azar junto a Zahí y algún que otro bahreiní, servidos por algunas esclavas vestidas con burkas, a las que se sumó ella.
Un par de esclavas jóvenes con muy poca ropa bailaban movedizas danzas árabes frotándose entre ellas y quitándose poco a poco los escasos velos que las cubrían, todo de manera muy sensual y erótica.
Los estupefacientes y el alcohol corrían a raudales lo que no auguraba una noche feliz para las pobres chicas sometidas.
Según avanzaba la fiesta los hombres se iban excitando y aprovechando las esclavas desnudas metían mano siendo recibidos con sonrisas forzadas por parte de ellas.
Y ya no faltó alguno que se prendía a un pezón como lechón. Dedos que se insertaban profundamente en vaginas, jadeos y gemidos por todos lados. Para cuando el anfitrión dio vía libre a sus amistades ya había dos o tres que eran obligadas a mamar a la vez que otro la exploraba.
Hasta el momento a Eleanor la habían dejado en paz. Continuaba tapada y sirviendo vino y brebajes varios a los invitados.
Pero su buena suerte habría de acabar, su amo la llamó. No con palabras, no había forma de entenderse pero en estos meses ella aprendió a hacer lo que su amo le indicaba con gestos.
La vestimenta cayó dejando a la vista las exuberantes formas carnales de la MILF. Los negros sudaneses se agitaron con los ojos inyectados en sangre, y un hilo de babas se deslizó por sus comisuras.
Zahí le señaló a su esclava un grupo de oscuros de la escolta africana. Cinco de ellos que oficiaban de guardaespaldas del importante negro la rodearon acariciando sus hombros, su cabello, sus brazos.
Resignada y acostumbrada Eleanor no se movió mientras los morochos la siguieron manoseando y quitando las pocas ropas que le quedaban.
La fragancia que despedía la hembra blanca llevó a los esbirros a un estado lujurioso sin retorno.
Ya con las tetas al aire y con los pezones erguidos producto de los nervios, los muchachos la magrearon de lo lindo regodeándose con esas ubres siliconadas.
Minutos después ya Eleanor se quedaba sin nada. Completamente desnuda entre los cinco negros de los cuales cuatros eran grandotes y musculosos, siendo el quinto más esmirriado y de poca edad.
A partir de ahí no tuvo descanso, fue sobada y lamida por todos lados hasta dejarla empapada de saliva. Se fueron desnudando ellos también sin dejar la tarea y sintió ella un escalofrío cuando uno se agachó detrás y le empezó a lamer el ano.
La sensación no era desagradable físicamente, pero aniquiladora mentalmente, una lengua gorda y esponjosa recorría toda su cavidad incluso insertándose en el esfínter.
Luego la ataron. Ella se dejó, demasiado acostumbrada estaba ya a ser amarrada. Casi en el centro de la sala unas cuerdas bajaban desde el techo. De ellas sujetaron sus muñecas a la vez que unos grilletes en el piso aprisionaban sus tobillos. Las cuerdas se tensaron y dejaron estirada y en equis a una Eleanor resignada que imaginaba lo que se le avecinaba.
Un esclavo de Zahí se adelantó con un látigo de siete colas fabricado con delgadas lonjas de cuero blando.
Un azote de este instrumento si bien es doloroso, no es lacerante ni deja marcas irreversibles.
El árabe comenzó su tarea de bondage golpeando las nalgas de Eleanor. Uno tras otro los latigazos restallaban sobre su culo y ella emitía un estridente y seco grito sin prolongarlo. Estaba muy bien entrenada, ya sabía que no debía ser escandalosa porque el castigo si sería rígido.
Cuando sus glúteos comenzaron a enrojecerse, el esclavo se posicionó y comenzó a azotarle las tetas, como así también la entrepierna.
Este castigo fue bastante más doloroso debido a la sensibilidad de las zonas, pero no duró demasiado. Así y todo el esclavo se regocijó en castigarle sobre todo la concha. Unos buenos y dolorosos latigazos restallaron sobre la carnosa vagina de de la mujer haciéndola sufrir hasta que la vulva le quedó colorada.
Su sádico amo disfrutaba en demasía de hacerla azotar antes de poseerla y le aplicaba pequeños tormentos para satisfacer su retorcida mente dominante.
Eleanor con lágrimas en los ojos, veía al negrito más flacuchento que parecía horrorizarse cuando era golpeada, pero no decía nada, mientras su amo junto al negro más viejo reían y comentaban en un idioma que ella no entendía y se sobaban las vergas bajo sus túnicas.
A una señal el esclavo detuvo el castigo e instigaron con arengas al negrito para que se acercara a la estaqueada hembra.
El se ubicó junto a ella y la sobó por todos lados, recreándose con las opulentas nalgas de la esclava blanca.
Tocó, apretó y pellizcó a Eleanor en diferentes partes de su cuerpo mientras otro esclavo le colocaba unas pinzas en los pezones. Un dolor inmenso la embargó. Sufrió horrores con esa tortura aunque no era la primera vez que le ocurría.
Como pudo el flacucho sacó el miembro largo y delgado y la penetró vaginalmente haciendo equilibrio en tan complicada posición.
La bombeó con desesperación emitiendo guturales gemidos. Parecía un conejo fornicando por la velocidad lo que hacía que Eleanor dejara escapar algún quejido cada vez que tocaba fondo pues era bastante larga la poronga del negrito.
Con desesperación acabó enseguida dentro, tiempo después ella se enteraría que era la primera vez del púber. Luego se retiró agitado a descansar siendo recibido con palmadas y felicitaciones por parte de Zahí y el negro viejo, que a todas luces era su padre.
La tortura de Eleanor no terminó ahí. Los otros cuatro morochos tomaron posesión de su cuerpo.
Por detrás uno de ellos la penetró vaginalmente haciendo que sus tetas se sacudieran con cada embiste. Los otros manoseaban y chupaban diferentes partes de su anatomía. Los negros se fueron sucediendo en las penetraciones, unos por delante, otros por detrás, pero sin tocarle el culo, cosa que ella agradecía interiormente observando los grosores de esas vergas.
Más de media hora los sujetos vejaron a la pobre y estaqueada mujer. Alrededor ya se había armado un verdadero desmadre de sexo. Una orgía en la que cualquiera se relacionaba con cualquiera, menos los dos jefes que sentados en el trono seguían bebiendo acompañados del negrito flaco recién desvirgado y por sendas esclavas asiáticas que les practicaban sexo oral.
El negrito viendo tanto desborde sexual se empezó a empalmar de nuevo, sobretodo mirando a la mujer con la que había perdido la virginidad que era atacada por sus cuatro guardaespaldas a la vez.
Su padre lo entendió, entonces ordenó a sus hombres descolgar a Eleanor. La desataron y tumbaron sobre una mesa boca abajo, pero dejando sus pies apoyados en el piso, con lo que todo su carnoso y liso culo quedó a la altura justa.
El negrito se acercó a tremendo culo y casi eyaculó de excitación. Lo tocó y pellizcó y mordió. Se recreo con aquel culazo todo lo que pudo. Ordenó a un ayudante que le separara las nalgas y este lo hizo sin misericordia clavándole los dedos en la zanja separó cada cachete hasta su límite y algo más lo que provocó un nuevo dolor a la pobre. Ahí el pibe se agachó y le chupó el ano. Le metía la musculosa lengua todo lo que podía saboreando el aroma femenino y recorriendo cada pliegue del ojete. Muy a su pesar Eleanor se excitó. Muchas veces en los últimos tiempos había pasado por esa situación y siempre fue placentero que le lamieran el ano.
No es que comenzaba a pedir verga Instantaneamente, no, solo sentía ese placer vedado en el fondo de su sentir, pero nunca dejó traslucir que le gustaba, es más, de haber tenido la oportunidad de ser dueña de su cuerpo y actos hubiese salido corriendo de la habitación. Esta vez y todas las anteriores en que fue forzada y degradada en su condición de mujer y madre.
La lengua del muchacho parecía un ventilador en el culo, y las carnes cedieron, se dilató aunque no quería y lubricó su vagina también.
Él se dio cuenta que la concha de la esclava destilaba jugos propios mezclados con su propio esperma del polvo anterior, puesto que los esclavos no habían tenido autorización de eyacular en ella.
Su larga y delgada pija daba cabezadas de gozo al observar tanto jugo y aroma de hembra. La untó varias veces en el líquido pasando el glande por entre los labios de la vagina y presionó el esfínter.
Eleanor apretó los dientes a la vez que trataba de relajarse, sabedora que cuanto menos resistencia ofreciera, menos dolor sentiría.
Y el agujero cedió, entrenado en cien enculadas se abrió como una flor para dar paso a la juvenil verga, que sin demasiado esfuerzo se alojó entera en el recto estirando al máximo los bordes del ano.
El nene no cabía en sí de gozo y comenzó una enculada profunda sacándola casi por completo y enterrándola hasta el fondo en una velocidad que se incrementaba a medida que pasaba el tiempo y la sangre bombeaba con más fuerza.
Ella empezó a sudar y sin abrir la boca emitía quejidos que le nacían en la garganta pero no dejaba escapar fuera de ella. El esclavo que le abría los cantos le hacía daño de verdad, pero lo toleró como parte de su ingrato destino, tampoco es que tuviera otra opción.
En resumidas cuentas fueron diez minutos que el chico la sodomizó antes dejarle su cargamento lactal en las profundidades del culo. Luego se tiró sobre un diván a recuperarse.
El sudanés viejo, padre del muchacho, también la usó después. En la misma posición, alternó concha y ano de Eleanor en forzadas envestidas. Ahí si fue más doloroso para ella ya que el veterano poseía un pene bastante más gordo que su hijo, aunque más corto. Algún que otro pequeño gemido dejó escapar cuando su violador se la metía hasta los huevos por el culo.
Eleanor trataba de desconectar su mente, sin mucho éxito, encomendándose a Dios que la librara de su padecer. Que terminen de una vez de humillarla y torturarla para poder ir a descansar. Pero la faena se hacía eterna. Largo rato el viejo la disfrutó con experiencia, procurando retardar al máximo su orgasmo.
Al fin todo tiene un final, que llegó en forma de catarata láctea para el negro y emitiendo gruñidos de cerdo regocijado, en tanto ella volvía a respirar con tranquilidad.
Pero la alegría le duró poco a nuestra pobre madre, ex empresaria y recatada mujer. Ya que después volvieron a tener autorización los guardas grandotes para que se descarguen de tensiones con ella.
Varias horas después, Eleanor tratando de conciliar el sueño después de una orgía desbastadora en la que fue penetrada decenas de veces, torturada, castigada y humillada, rememoraba su pasado intentando relajarse para dormir. Pero todo su hermoso cuerpo se empeñaba en recordarle su sufrir. Garganta irritada por haber tenido que tragar infinidad de vergas, vagina ultrasensible producto de feroces embestidas. Y su ano era una llaga al rojo, aún muy dilatado no le daba descanso. También sentía escozor en nalgas y piernas por los castigos y sus pezones maltratados con pinzas y latigazos no la dejaban reposar.
Su mente vagó al instante en que había despertado a su nueva vida. La habían narcotizado luego que su cuñado y su amigo la violaran y desde allí perdió la noción del tiempo y el lugar.
Recordó haber tenido uso de razón en una habitación casi a oscuras, encadenada por el cuello a un poste y tirada en el suelo desnuda con solo una manta para aislarla del frio piso.
Una proyección veloz de imágenes le recordó los aberrantes primeros días ahí. Fue golpeada con diferentes objetos, privada de alimentos y estaqueada por largas horas en las que no podía mover un músculo. Castigada en sucesión sistemática por uno o varios sujetos, sin motivo la degradaban para volverla una sumisa, una mascota sexual sin decisión, sin voluntad.
Tenía que hacer sus necesidades en un tacho, sin higiene, casi sin comer y cada tanto en medio de castigos sucesivos era violada otra vez. Toda una vorágine de sufrimiento que querría olvidar pero no había forma.
Con el tiempo os castigos fueron disminuyendo a cambio de su entrega total. Ella los satisfacía sexualmente y le daban alimentos, no la golpeaban y la dejaban bañarse.
Así conoció a su dueño, un anciano de unos 60 años, elegante y fino, pero tan retorcido y pervertido como su finura.
Eleanor no sabía dónde estaba, solo que hablaban en español de España, con lo que supuso correctamente que estaba en ese país.
Pasado algunos meses de su estadía allí, su cuerpo fue tomando carnes otra vez y las laceraciones desparecieron. Algunas mujeres rondaban su celda procurando mantener su estado físico bello.
Ahora las violaciones tenían lugar en lugares limpios y más o menos cómodos, aunque no menos humillantes. En ellas debía entregarse a todo personaje que le indicara su amo.
Unos 5 o 6 meses de llegada, su dueño se aburrió de ella. La vida de estos depravados llenos de dinero hacía que se aburrieran pronto de las tareas emprendidas y buscaban nuevos excesos. Entonces Eleanor pudo descansar. Rara vez era requerida para alguna orgía y casi no la violaban más. Como supo después, su la tenía en venta, puesto que seguramente tendría nuevas mascotas sexuales y querría recuperar lo invertido en esa madura argentina después de usarla hasta hartarse.
Varios candidatos se presentaron junto a su amo en su celda para revisarla a fin de comprarla. Sujetos de nacionalidades diversas que la examinaban como se revisa un caballo o un perro caro.
En general atraía a los compradores, pero su escaso pecho era un escollo a la hora de negociar. Si atraía el resto de su cuerpo perfectamente desarrollado y depilado, así como todos los piercing que cargaba en zonas erógenas.
Fueron tantos los que rechazaron la compra por tener las tetas no muy grandes que su dueño decidió invertir un poco más en ella y la obligó a operarse.
En medio del secreto, moviendo influencias un cirujano inescrupuloso inmerso en el oscuro mundo de la trata le agregó pechos de siliconas elevando su medida de noventa y poco a más de cien.
Eleanor recordaba esos tiempos en que sufrió la operación, la recuperación dolorosa, el acostumbramiento. Alguna vez en su vida normal de madre y mujer de negocios había pensado en dicha operación, como lo piensan todas las mujeres de escaso busto, pero había desechado la idea por miedo al dolor, a su edad, su escaso tiempo libre, etc etc etc…
Y ahora, en contra de su voluntad se veía poseedora de unas tetas que sin ser enormes, eran bastantes voluminosas.
Allí fue cuando entró en la vida de Ely el bahreiní Zahí. En persona la revisó inescrupulosamente mientras ella de pié y desnuda se dejaba toquetear por todos lados, palpar sus ahora grandes pechos e imponente trasero.
El negocio se realizó y Eleanor pasó a ser propiedad del bahreiní. Su amo español se despidió de ella fornicándole el ano por última vez, le retiraron las argollas de pezones y labios vaginales a pedido de Zahí y la durmieron y embalaron como una mercadería cualquiera para su transporte ilegal hacia medio oriente.
Después de mil pensamientos Eleanor ya conseguía dar descanso a sus sentidos y comenzaba a dormirse cuando un susurro apenas perceptible le llamó la atención.
Se levantó dolorida de su cama y se acercó a la puerta para escuchar a través de ella. Del otro lado otra vez el susurro aunque ahora más audible:
- Elanor…
Solo su asistente árabe la llamaba así. Es más, solo eso le decía.
Eleanor al reconocerla abrió la puerta sigilosa y allí estaba la jovencita en actitud temerosa.
Con cara de susto y muy misteriosa le entregó un papel doblado y desapareció rauda.
El corazón de Eleanor comenzó a latir con violencia y el flujo veloz de sangre le hizo olvidar los dolores.
Con fuertes temblores en las manos se acercó a una pequeña luz, la encendió y desplegó el papel.
En él unas pocas palabras en una caligrafía despareja y en español (la mayoría) aunque que grandes errores ortográficos leyó lo siguiente:
“en tres dia volver a mi pais y llevarte a ti con migo. yo salbar de tu. yo se que tu esta por rapto.
estad atento. Billy.”
Leyó la esquela varias veces no dando crédito a lo que sus ojos veían. Los interrogantes y la esperanza la abrazaron.
-¿Quién es Billy?
-¿Cómo sabe que estoy secuestrada?
-¿Será una broma?
CONTINUARA...