Destinos de superheroínas(OldGuard) I

OldGuard, el nombre de nuestra heroína, se encuentra limpiando la ciudad; pero hoy descubrirá algo que cambiará su vida para siempre

Buenos días, tardes o noches. En primer lugar, un saludo de nuevo a la comunidad. Llevaba mucho tiempo sin subir nada y lo cierto es que reconforta volver a escribir algo. Antes de empezar, quisiera comentar sobre otros relatos que he escrito y no he proseguido. No es que los haya dejado varados, sino que no he sacado ni el tiempo ni la fuerza de voluntad para poder continuarlo. Mismamente, el relato que subo hoy, seguramente tarde en tener una continuación. Espero en un futuro continuar subiendo escritos, pero por ahora esto es lo que puedo ofrecer.

Sobre el relato que os presento hoy, es principalmente culpa del escritor de esta pagina manuel, que me ha inspirado y conducido por esta senda desde hace varios meses... y siendo sincero, porque estaba cansado de que me dijera que ya no subo nada. Como todo lo que hago, he intentado crearlo con mi mayor esfuerzo en mis ratos libres, pero siempre habrá erratas o fallos. Si esto sucede, me gustaría que me lo hicierais saber para poder mejorar mis futuros escritos. Por último, solo desear que disfruten de este relato tanto como disfruté yo escribiéndolo


Era una noche fría para el clima estándar de la ciudad. Lo normal era que el bochorno provocado por aquella zona de clima casi ecuatorial se dotará una sensación de ahogo constante, pero esta vez no se sentía así. Erika no se sentía así. Observaba la calle, camuflada entre las sombras como una víbora entre la maleza, esperando a que un pequeño ratón apareciera, aunque la metáfora perfecta sería rata.

La callé estaba desolada, cosa normal, ya que no era un área concurrida de la ciudad. Demasiado peligrosa. Demasiado siniestra. Demasiado de todo aquello que una persona decente aceptaría como correcto. No era que estuviera desierta, en verdad. Yonkis tirados en la calle, riendo por el efecto de la última piedra hachís que se había fumado; prostitutas dejando ver sus senos a los conductores, rezando por dentro para que algún vehículo parara y evitarse otra paliza de los proxenetas que observaban desde los rincones, como gatos agazapados, invisibles a los ojos de gente poco perspicaz; ladrones que hurtaban a hombres demasiado borrachos para darse cuenta, recién salidos de algún club de la zona donde una pobre stripper le habría quitado casi todo su sueldo para dárselo a su jefe, mafioso de grandes humos pero poca influencia. La ciudad siempre funcionaba igual.

Libercity era, lo que muchos consideran, la utopía fracasada. Basados en la inspiración de los esclavos liberados de formar Liberia, los primeros pobladores de la ciudad quisieron crear una ciudad-estado donde la principal premisa era la libertad de sus ciudadanos; pero, como en toda utopía de falsa libertad, la libertad se confundió con libertinaje, el libertinaje con caos, y el caos con corrupción. La ciudad enfermo por dentro, derivando en la ciudad y el estado más corrompido por habitante, un fracaso en toda regla del que muchos se aprovecharon.

Aunque el concepto inicial de la ciudad fracasó, aquel estado de libertinaje potenció la economía de la zona, creando una burbuja judicial a base de corrupción donde el rico se enriquecía lo que quería y el pobre podía ser usado como fuera. Un lugar perfecto para que esta separación social similar a la vista en el siglo XIX. Sin embargo, los idealistas siguen en la ciudad, creyendo aún en la posibilidad de aquella ciudad de una libertad real.

Erika se mantuvo en su esquina, observando. Todo lo que observaba eran presas pequeñas. Sabía que con solo salir a la calle ya era suficiente para espantar a las cucarachas; pero, ¿aquello sería útil? Cortar la cola de una lagartija no sirve, ya que esta vuelve a crecer. Sus primeros meses fueron para aprender aquella dura lección. También que hasta el ladrón más inofensivo podía tener una navaja, o en el peor de los casos, un arma de fuego. Era por ello que no valía la pena gastar su tiempo o arriesgarse por algo inútil, menos aún cuando había un premio más goloso en las cercanías.

Su mente salió de sus pensamientos cuando un vehículo de gama alta cruzó la calle. Por supuesto, era negro. Demasiados estereotipos con ese tipo de vehículos para que esta vez no se cumpliera. Aparcó junto a los otros vehículos frente a un hotel casi en ruinas, un suburbio para yonkis a vista de una persona inexperta, pero los rasgos como dejar un vehículo tan opulento a la vista de todos sin protección, la falta de gente apoyada en la fachada del edificio o el simple hecho de que hubiera luz dentro, eran muestras incuestionables de que aquello era una base secreta. Puede que no una donde se reunieran los cargos principales de una mafia, pero por lo menos si una sede secundaria o un almacén.

Erika lo había identificado hacía días, ya en una de sus pasadas por aquella calle. Había aprovechado que la gente se había ido de allí para infiltrarse en el edificio, con lo que pudo conocer mejor el interior del edificio. Cierto era que podría haber conseguido más información de las operaciones de aquella banda, pero eso implicaría que tendría que haber dejado pistas. No, un cazador no permite que su presa sepa que está siendo acechada a menos que saque partido de ello. Quería que estuvieran en el edificio, todos juntos, sin escapatoria.

Se movió como una sombra, escalando por las débiles cañerías que crecían como enredaderas por las paredes. El sonido del metal, casi imperceptible, no delataba a aquella figura vestida bajo su armadura negra como el carbón. Al llegar arriba, Erika buscó el punto de apoyo que utilizó el otro día, una especie de salida de aire, de donde enganchó un cable. Disparó el dardo con una de sus armas, proyectando el cable hasta el otro extremo de la calle. Tirolina improvisada.

Ya había identificado una ventana sin tablones, y por el aspecto de otros días, parecía que no tenía una utilidad aquella habitación. Se deslizó con la tirolina hasta la ventana y entró. Cayó como un gato, sin peso alguno que identificará su posición. Cortó la cuerda y dejó que esta volviera al lugar de donde se arrojó. No podía dejar pistas en su retaguardia que provocarán una emboscada. Ahora estaba en verdadera tierra hostil.

Se acercó al marco de la puerta, aprovechando la oscura habitación en la que no había nada. Ya había activado sus gafas de visión nocturna. Una tecnología de última generación que aunque la enfocarán con una luz no la cegarían pero podía ver en la cueva más oscura. Escuchó pasos pesados, con tablones crujiendo. Seguramente estaban ascendiendo alguna escalera. Miró al pasillo, pero a penas había nada que resaltar. Era un piso alto, así que lo más probable es que la reunión fuera unos pisos por debajo. Sin embargo, seguramente mandarían a alguien a los pisos de arriba para asegurarse de que no hubiera nada. Se quedó agachada, agazapada, esperando a que la reunión empezase.

El crujir de las tablas no se hizo esperar. Miró al pasillo y vio a un hombre subir de forma pesada, sosteniendo una linterna en una mano y una pistola en la otra. Por sus movimientos, podía decir que tenía instrucción de policía o militar. Sería difícil de evadir. Por su constitución, tal vez con un golpe fuerte, dos en el peor de los casos, serían bastante para noquearlo, pero eso podría llamar la atención de los demás. Tenía que hacer parecer que no había nadie en el edificio antes de empezar a cazar.

Se dirigió a la ventana, y aprovechó el dardo que había clavado para sujetarse a la fachada. Era un movimiento arriesgado, pero no podría dejar que la viera. Miró abajo, viendo una caída considerable, puede que más de quince metros. No la mataría, pero sus amortiguadores no le librarían de partirse una pierna o las rodillas. Suspiró, mientras una gota de sudor frió se deslizaba por su cuerpo. Le sudaban las manos, pero no le quedaba otra que esperar. El hombre acababa de entrar en la habitación.

Apretó la mano alrededor del dardo, notando como el guante friccionaba contra él. La otra mano apenas estaba apoyando su peso en una pequeña grieta que parecía ceder en cualquier momento. Pero sabía que tenía que esperar. Se mantuvo quieta mientras observaba la luz que salía de la ventana, fruto de la linterna. Entonces, esta se apagó. Unos instantes después, un fogonazo salió de la ventana, seguido de un hilo de humo. El hombre había encendido un cigarrillo.

Erika maldijo su suerte, pero no le quedaba otra que esperar. No tenía miedo de ser descubierta, ya que podía eliminarlo en pocos segundos. Lo que temía era dar al traste una oportunidad así. Barajó sus posibilidades. Si seguía en esa posición, su cuerpo se cansaría, lo que la haría menos eficiente. Sin embargo, con el factor sorpresa de su lado, a penas necesitaría mucho esfuerzo para dejar fuera de combate al grupo de hombres. Por otro lado, si atacaba ahora, tendría que hacerlo todo de forma más apresurada, perdiendo el factor sorpresa y su mayor ventaja. La opción era obvia. Tenía que esperar.

Los segundos pasaron como si fueran minutos, viendo como cada calada era ralentizada por el tiempo. Era como si viera al hombre disfrutar de su sufrimiento, como si supiera que cada calada lenta que diera era un segundo más de aquella tortura. Se mordió el labio y dejó que el tiempo pasara. Sus manos temblaban, y sus brazos comenzaron a dolerle. Aquello era mala señal, pero sabía que podía aguantar.

Un suspiro de alivio salió cuando vio la colilla salir por la ventana. En ese momento, la linterna se encendió otra vez, pero la luz se fue apagando lentamente. El hombre había salido de la habitación. Se encaramó a la ventana, dejando tiempo para observar que no estaba aún allí, esperando en una emboscada. La buena señal es que no era así. Entró en la habitación, y se permitió mover un poco sus brazos para soltarlos. Había sido un buen calentamiento para luego.

Se apoyó en la pared y dejó pasar los minutos. El hombre subiría ahora los pisos restantes, así que no había prisa para actuar. Además, estas reuniones eran lo opuesto a breves. Tendían a tardar varias horas en nimiedades o ver simplemente quien era el que tenía la polla más gorda… metafóricamente hablando. A Erika siempre le había gustado que los hombres tuvieran esas competiciones de ego entre ello. Facilitaba mucho su trabajo, dando siempre una oportunidad para salir.

Esperó pacientemente hasta que el hombre volvió a bajar. Como suponía, ni siquiera revisó el pasillo por si había algo distinto. Bajó directamente por las escaleras, con andares pesados, cansado por las altas horas de la noche. Existía la posibilidad de que hubiera un segundo hombre arriba, pero no tendía a ser el modus operandi de estas bandas. A parte, no sería un problema ahora.

Siguió los pasos del hombre, pero evitando cargar más del mínimo de su peso en cada tabla. Sabía que harían un leve crujido, pero se podía achacar a los viejos maderos que componían la estructura. Mientras no hubiera sonidos sospechosos, nadie se daría cuenta. Bajó hasta el piso que estaba justo encima de donde se reunían los hombres, dato que sabía por la afluencia de personas. Caminó con pasos felinos hasta la sala que se encontraba encima de la reunión. Podía escuchar las palabras bravuconas de los hombres, discutiendo negocios que serían tan truculentos como los hombres que hablaban. Si mal no recordaba, esta banda se especializaba en trata de blancas, así que sería ese el tema a debatir.

Se acercó hasta una de las esquinas de la sala, y allí, agachándose, puso en práctica su plan. Extrajo un pequeño taladro de se traje, y aprovechando la posición, comenzó a taladrar el suelo. Sabía de los peligros, pero el sistema tenia un pequeño aspirador que absorbía los pequeños trozos de suelo que perforaba. Eso eliminaba la caída de pequeños escombros. Otro punto era el ruido, pero el sistema funcionaba con un motor silencioso, por lo que no había ruido proveniente de taladro, y el agujeró lo hacía lentamente, con lo que tampoco sonaba demasiado. Era una operación arriesgada, pero calculada para que no hubiera ningún fallo.

Cuando el agujero estuvo hecho, coló un pequeño cable con una pequeña cámara con la que ver la sala. La reconoció al instante. Una sala de tamaño pequeño para la gente acinada allí. Contaba con unos seis hombres sentados a una mesa, con otros seis de pie detrás de ellos. Seguramente, en la puerta hubiera más hombres, aunque por el número de vehículos que vio llegar hasta aquel edificio, no podían ser más de cuatro siendo generosa. Esos eran muchos aún así. En combate singular, podría derrotar a diez. En grupo, a unos ocho con suerte. Con el factor sorpresa, a catorce. Seguían siendo demasiados para sus números, pero su plan de entrar de golpe no era una opción… a menos qué…

Sacó de su traje unas bolsa con esferas parecidas a canicas negras y las colocó al lado del agujero. Despues se movió al centro de la sala y dejó unos objetos en el suelo, formando un circulo perfecto. Suspiró levemente, con un poco de nervio por lo que iba a hacer. Respiró profundamente y empezó a lanzar las canicas por el agujero que había hecho. Los golpes de las bolitas al golpear el suelo silenciaron la sala de abajo, que en pocos segundos fueron sustituidos por gritos de alarma. Erika contó hasta diez mientras se acercaba al circulo de objetos y cuando finalizó apretó el botón del detonador. Las bombas detonaron a la vez al rededor de ella, partiendo el techo en grietas perfectas. Su traje amortiguaba las explosiones, por lo que no se preocupó por ellas, sin embargo, el golpe contra el suelo sería mayor.

Cayó sobre la mesa de la sala, ahora cubierta de una espesa capa de humo. Las canicas habían llenado la estancia cerrada de humo, con lo que ninguno de sus enemigos la vería. Sin embargo, sus gafas si le permitía verlos. Se lanzó contra los primeros dos guardias, antes de que pudieran moverse de la sorpresa inicial. Un golpe directo en la nuez, cargando con todo su peso, suficiente para dejarles sin respiración unos segundos, lo que reiniciaría sus cerebros. Cuando tocó el suelo se lanzó a por el tercero. Rodilla en los testículos, nudillos en la barbilla, codo en la garganta. No se levantaría hasta mañana. Lanzó una de sus canicas de titanio al cuarto y al quinto como si fuera una jugadora de baseball profesional. Las esferas de metal impactaron en sus pechos, tirándolos al suelo. Ahora había que rematar. Corrió hasta ellos. Al primero le cayó encima con sus botas, seguramente partiéndole varias costillas de su pecho. Se equilibró y corrió al quinto, que ya se estaba levantando. Agarró el brazo de apoyó y lo giró hasta que un chasquido producido por los dos pesos se oyó en su hombro. Otro que no se levantaría.

Quedaban siete personas en la sala aún en pie, pero estos ya se habían movido. El último guardia corría a la puerta. Erika se colocó detrás y le hizo una zancadilla, dejando que cayera de bruces contra el suelo. El golpe sería suficiente por ahora. Los otros seis hombres se movían sin rumbo, demasiado confundidos para entender nada. Seis enemigos fáciles. Lanzó seis de sus canicas de titanio contra ellos, derribandolos al toque. Ahora solo le quedaban dos canicas. Justo cuando lanzó la última, la puerta se abrió. Uno de los guardias que estaba fuera ahora quería entrar en su fiesta. Que descarado.

Saltó contra el, derribándole con el peso y golpeando su cara con un puñetazo que le sacó los dientes. El siguiente guardia, aún sorprendido, no tuvo tiempo para reaccionar. Erika le lanzó una de sus bolas de titanio, dejándole fuera de combate. Eso hacían dos… y faltaban otros dos. Erika cayó sobre el guardia de la puerta y se levantó a velocidad felina para detectar a sus otros dos oponentes, pero no había nadie. No había más de dos guardias en la puerta.

La pelea parecía haber terminado, pero no era momento para relajarse. Rápidamente, Erika comenzó a engrilletar a los hombres, apresurandose con aquellos que era posible que se recuperaran antes. Catorce hombres se encontraban atados en el suelo cuando por fin se disipó el humo.

-Old Guard, perra engreida.- maldijo uno de los mafiosos mientras miraba a Erika, identificandola por su nombre de heroina.

-No es bonito insultar a las damas, Presno.- una voz burlona y arrogante salió de debajo del traje de la heroína, con el típico cinismo que la caracterizaba. -Menos cuando tienen… preguntas para caballeros tan honrados como ustedes.-

El humo se disipó lo suficiente como para que la heroína fuera visible lejos de un manto de tinieblas. El nombre de Old Guard fue invención de la prensa por su vestimenta, pero era bastante aceptable. Su traje parecía una armadura medieval, salvo por algunos detalles. Su cuerpo, ceñido bajo un vestimenta de plásticos endurecidos antibalas, quedaba cubierto desde la cintura hasta casi debajo del cuello, incluyendo hombros y clavículas. Sus brazos se protegían con dos brazaletes donde ocultaba parte de su material que usaba para investigar, además de unos guantes largos semiendurecidos en las zonas menos móviles como los antebrazos. Sus piernas se cubrían con botas de caña alta, con un ligero tacón ancho, más destinado para andar por zonas cenagosas si encharcar los pies que para desfilar; y medias que parecían nacer directamente del traje superior, dejando absolutamente ni una sola parte de su cuerpo sin cubrir, a escepción de un pequeño triangulo entre su garganta y el nacimiento de sus generosos pechos. Cierto era, una mujer de cuerpo perfecto. Su rostro se cubría bajo una especie de yelmo alado, que dejaba la parte inferior de su rostro y cuello sin cobertura. Para completar el atuendo, una capa negra colgaba por su espalda, cerrando aquel atuendo oscuro como el hierro o el carbón.

-Ja, pregunta lo que quieras, zorra; no sacamos nada contestando.- Le lanzó una mirada amenazadora, típica de aquellos que se creen en posición de poder.

Erika se le quedó unos segundos mirando, hasta que al final dijo.- Presno, si mal no recuerdo, eres solo uno de los jefes menores.- Se acercó lentamente hasta el hombre tirado en el suelo que hacía ahora de interlocutor. -¿Por qué entonces eres el que habla en vez de estar callado como los demás?- Los otros hombres solo se quedaron mirando, apretando los dientes en una expresión fría. -La lealtad no es nunca una de las virtudes de ustedes, caballeros. Así que he de suponer que tus colegas piensan “El sabé algo, que se saque las castañas del fuego y nos dejen tranquilos a nosotros”- Volvió a mirar a los otros hombres, pero, al parecer, esta vez el que calla otorga.

-E… eso es estúpido.- replicó titubeando.- Es obvio que se guardan información para negociar.-

-Y ahí esta la falta de lealtad que había dicho antes.- Se colocó justo delante de él, separando ligeramente las piernas en una posición en la que sus encantos femeninos eran demasiado visibles para que fuera solo casualidad. -Pero, el que tiene información que sea verdaderamente jugosa, y por tanto peligrosa para su portador, es usted, caballero.- Extendió su dedo índice y le dio unos golpecitos en la frente, sonriendo de forma altanera ante aquel burdo intento de mafioso. -Bueno, ya me cansé. Llamaré a la policía, que será más provechoso.-

Se dio la vuelta y salió por la puerta, dirección al tejado, donde tendría mejor cobertura. Era increíble la cantidad de inventos que se producían, pero que la mejor forma para avisar de un crimen siguiera siendo una llamada telefónica. Subió las escaleras, aunque notó que se había excedido un poco en el esfuerzo. No es que le costará subirlas, pero notaba como la falta de aire de aquel ejercicio rápido había sido suficiente como para dejarla sin aliento.

El aire frío de la noche golpeo su cuerpo nada más salir. Era una hora tardía de la noche, puede que las dos o las tres de la noche. Aún así, no era la única alma que vivía de la zona. Erika observaba con desprecio las cucarachas que se movían por las calles, vidas trágicas por malas decisiones en la vida eran vidas predestinadas a ese fracaso. Era por estas vidas, por gente así, por lo que Libercity no era más que los escombros de un sueño perfecto.

Sacó un dispositivo similar a un walkie-talkie y apretó el interfono.

-El objetivo está en el distrito 13, sector 12, edificio 84…- soltó el interfono y miró un momento el número de ventanas del edificio, contándolas tan rápido como pudo. -… tercera planta.- Volvió a decir, y apto seguido lanzó el interfono a una esquina del edificio.

La policía de aquel lugar era poco más que una mafia en potencia, aunque siempre había gente en la que confiar. La desgracia de estar en aquella corruptela pública era que había ciertas leyes que no podían saltarse, y el no atrapar a criminales buscados cuando el avisó había sonado en toda la comisaría era una de las más difíciles de saltarse. Aún así, seguía siendo aquella solución más optima para Erika que el atraparlos ella misma. Era una detective, no una policía. Su trabajo era ayudar a la policía, no suplantarlos. El hecho que se pusiera un “disfraz” y que la llamaran heroína, no distaba de su hobby de encontrar maleantes para reducir el crimen de la ciudad. Bajó otra vez hasta la planta, pero esta vez quiso hacer un cambio. Su trabajo de detective no era para atrapar a aquella banda que se hacían pasar por mafiosos, sino la de saber que era lo que habían tramado. Podía ser que su plan ya estuviera en marcha, por lo que muchas vidas pudiera cometer errores y dar al traste. Recogió al mafioso Presto, arrastrándolo como si fuera un sacó de patatas por el suelo.

-Agr… pero, ¿qué haces puta?- se quejó, pero Erika simplemente le ignoró. Ahora tenía otras cosas en la cabeza que pensar. -¿No sabes del respeto que merece un hombre o qué? Agg… para coño. Zorras como tu deberían aprender su lugar de una puta ve… ¡Ah!- La última frase había sido lo suficiente como para que Erika simplemente lo pateara por las escaleras. Iba hacerlo igualmente, pero ahora lo había disfrutado más.

-Venga, levántate. Apenás ha sido un roce.- dijo la mujer, bajando lentamente las escaleras. Agarró al mafioso por el hombro, levantándolo sin esfuerzo apenas.

-Me has dislocado el hombro, puta.- Se quejo a la par que hacía una mueca de dolor al notar como le subía del hombro.

-Si te lo hubiera dislocado, de verdad, lo sabríamos.- Le observó con hastío mientras lo llevaba plantas abajo.

Su vehículo se encontraba aparcado en un callejón del edificio. Un lugar de fácil acceso, pero con demasiada penumbra para que alguien osará encaminarse por aquel trozo de asfaltó en solitario. Así mismo, el vehículo negro como la noche cerrada parecía invisible a los ojos de la gente corriente, lo que era un protección extra. Arrastró al hombre hasta la parte trasera del vehículo y lo introdujo en el maletero. De nada le serviría gritar, no solo porque el vehículo estaba insonorizado, sino porque nadie se molestaría en ayudar a nadie allí. Un paraíso terrenal.

Erika aprovechó la situación para cachear a Presno. Lo normal hubiera sido hacerlo con todos, pero era demasiado tiempo y había que economizar las cosas. Además, si había algo útil y no estaba en esa mesa, lo llevaría él. En un principio no parecía que llevará nada interesante. Pistola, cartera, llaves de lo que debía ser su auto, etc. Útiles para investigar, pero nada que fuera relevante, o eso pensó hasta que empezó a cachear la zona de la entrepierna.

-¡Ah! ¿Qué haces puta?¿Es qué quieres polla o qué?- dijo en un tono entre sorprendido y preocupado, algo sorprendente por no ser jocoso.

-No te preocupes, “hermoso”.- Se burlo ella, he hizo incapie en la zona, introduciendo su mano por dentro del pantalón. -No le diré a nadie del gusanillo.- Aunque si debía admitir, reconocía que era considerablemente grande. Aún así, Erika estaba más atenta a un bulto que llevaba. Al retirar la mano, pudo sacar una pequeña bolsita con un polvo dentro. -¿Y esto qué es?¿Tus polvos picapica?-

-Devuélveme eso, zo...- la voz se cortó cuando cerró la puerta del maletero. Se quedó unos segundos mirando la bolsita, y observó el extraño color de su interior. Los polvos parecían de un color violeta o morado, algo llamativo para ser un producto nuevo. Parecía que había dado con algo gordo.

Se retiró para entrar en su vehículo, pero entonces algo captó su atención.

-¡Socorro!- La voz, femenina, sonaba desde la calle, entrando al callejón como su portadora.

Una mujer, que por sus ropas Erika identificó como prostituta, se adentró en la oscuridad, con un aspecto desesperado. Tenía las ropas rasgadas, como si una bestia la hubiera atacado. Y algo así había sido. Tras ella, un hombre la seguía de cerca. Apenás vestía ropas, una camisa y pantalones de chandal más que nada, pero su aspecto era más delatador de que era algún tipo de drogadicto. Apenás le quedaba cabello, el cual estaba descuidado. Su cuerpo parecía esquelético, y tenía una barba desarreglada. Parecía cualquier cosa menos un ser humano.

El hombre se lanzó contra la mujer, que por algún motivo parecía que no podía escapar de él a pesar de la lentitud de este. Decir que la situación era extraña era decir poco. Erika lo observó un momento, procesando lo que pasaba. Fue ahí que se dio cuenta de que el hombre tenía su erecta polla fuera de los pantalones, lista para ensartar a la mujer. Era todo, cuanto menos, ridículo.

Erika se acercó a la pareja que forzajeaban o parecía que lo hacían por lo menos. La mujer tampoco parecía oponer una resistencia clara.

-¿Qué están haciendo?- habló con una voz clara y potente, actuando más como un policía que como un detective. Estaba claro lo que sucedía, pero supuso que era mejor disuadir la situación a romperle los dientes a un pobre diablo. Total, seguramente solo la mala fortuna había hecho que la mujer entrará en un callejón sin salida, y era improbable que volviera a suceder.

El sonido de la voz detuvo al hombre, sorprendiendole y dando tiempo a la mujer para que pudiera zafarse de él. Fue una huida cuanto menos ridícula, pero una huida a fin de cuentas. Simplemente se alejó y volvió a salir corriendo, dejando al hombre que ahora miraba detenidamente a Erika, como un guepardo observa a una gacela.

Erika se mantuvo confiada en su posición. No tenía el factor sorpresa, pero era solo un hombre. Además, se le notaba borracho o drogado, coordinando de forma errática sus movimientos. No parecía un combate difícil. El hombre, por su parte, avanzó hacía ella de forma tan acelerada como podía. Se mostraba ligeramente patoso, dando bamboleos con la cabeza y el torso, tratando de dirigir su peso hacía delante sin mucho existo. Fue entonces que Erika se replanteó actuar.

-La mujer ya se ha ido.- señaló, manteniendo su aspecto estoico y duro.-No tengo motivos golpearte ¿Por qué no solo te rindes? Eso, o te ayudará a dormir el mono.-

-C...call...a… puta...- apenás podía hablar. Su estado errático le hacía parecer más un despojó que otra cosa.

-Qué perdida de tie...- se exaspero. Ya le había dado una oportunidad, pero en el momento que decidió moverse se paró en seco.

El hombre se había acercado a apenás dos metros de ella, una distancia letal para sus habilidades, pero fue en ese momento que lo notó. El hombre tenía un olor raro. Era un olor fuerte, desagradable, como el sudor mezclado con almizcle. Hubiera hecho arrugar la nariz a cualquiera, pero Erika no sufrió eso, sino lo opuesto. El olor penetró en sus fosas nasales. Era vomitivo. Asqueroso. Pero estos sentimientos chocaron en su cabeza con algo más. Algo que no debería estar ahí. Su mente empezó a calentarse, a la vez que su cuerpo. Pudo notar como su mente tenía un toque demasiado extraños. Erika entró en crisis.

Dio un par de saltos hacía atrás, poniéndose en guardia ante aquella reacción. Había pasado algo demasiado extraño para poder definirlo. Su cuerpo se recompuso del olor, pero lo notó más pesado. Su mente se había perturbado ligeramente, como si algo hubiera luchado contra ella por tomar el control. Algo que ella no era capaz de definir. Observó detenidamente al hombre que se presentaba ante ella, que seguía con sus movimientos erráticos, intentando entender que sucedía.

-¿Q… qué has…?- preguntó en voz alta, con un tonó ligeramente alterado por la situación, pero apenás podía hablar.

El hombre volvió a estar en un rango corto, y el mismo aroma volvió a ella. Sin embargo, esta vez, el golpe por la sensación de repulsión fue menor, creciendo una sensación más perturbadora. Erika aún podía pensar, pero su mente se sentía pesada. Podía oír una voz en su adentro, algo inaudible casi e incomprensible, pero esta ahí, junto a la sensación de pesadez de su cuerpo.

Volvió a alejarse, pero al hacerlo, la sensación no desapareció. Dio pasos hacía atrás de forma pesada, tropezando con las grietas del destrozado suelo. Cuando estuvo a una distancia suficiente, se agachó, respirando de forma agitada, mirando con ira hacía el violador.

-¡Detente!- ordenó, pero su voz no era estoica, sino casi un gemido, una súplica.

-Foll… ar… puta...- dijo el hombre aún en trance, acercándose más a ella.

El hombre volvió a acercarse, y esta vez Erika intentó moverse, pero futilmente. Trastabilleó y cayó hacía atrás, quedando sentada sobre el húmedo y frió suelo. Sus sentidos se enturbiaron de nuevo, y la voz dentro de su cabeza sonó un poco más fuerte:

“F...ar, ...oll…, p...t…, c...ñ…, c...pa…, ...” sonó en su cabeza como un mantra, aún incomprensible para ella, pero que golpeaba en su cabeza como un martillo neumático, perfornado su razocinio.

Su cuerpo también enloqueció. Su cuerpo se notaba pesado, caliente y con una sensación extraña que erizaba el vello. No sabía como actuar, pero había algo más extraño aún. Notaba como debajo de su armadura, su pecho se sentía apretado. Sus pezones estaban erectos, rozando las frías placas de fibra, contrastando su temperatura. Notaba un latido en la zona de su entrepierna. Un calor nacía de la zona, a la vez que notaba como se humedecía. Estó sumado al hecho de que su mente estuviera nublada, la estaba volviendo loca.

El hombre se acercó a ella. No fue una aproximación rápida, o segura. Fue más un movimiento patoso y lento. Demasiado previsible, pero que Erika no podía hacer nada ante ello. Su cuerpo no le respondía, ni siquiera cuando ya estaba encima de ella. Cayó encima, dejando caer su peso sobre el cuerpo de la heroína. Se notaba pesado, tanto que aún con sus fuerzas hubiera tenido problemas para actuar sobre él. Podía notar su pene erecto rozando sus mulos, dejando el liquido preseminal en manchas sobre sus medias.

No hubo juegos ni nada. Directamente, el hombre atacó contra las protecciones de la entrepierna. La fibra, diseñada para aguantar cortes y puñadalas, aguantaba bien los tirones del hombre. Levantaba la tela, levantando con ella la cintura de Erika, lo que empujó su espalda contra el suelo. Se sintió indefensa, tumbada frente al maloliente hombre, pero excitada a la par. Era demasiado extraño.

Intentó mover sus manos, empujar al hombre, pero no reaccionaban casí. Al llevarlas hacía las del hombre, estas no lucharon contra él. No podía. Su mente se atontaba, al punto de que solo quería una cosa. Movió los dedos hasta los seguros encima de sus piernas, los que permitían desacoplar la zona inferior del traje. Al hacerlo, las placas que protegían esa zona cayeron al suelo, dejando la entrepierna de la heroina a la vista, cubiertas por unas bragas que no durarían los abusos de las manos del hombre. Segundos después ya tenía sus labios expuestos.

Su zona intimá, rasura en su totalidad, estaba a la vista, perfecta para ser mancillada por el hombre. Guió su miembro hasta el coño de Erika, y simplemente lo uso como un ariete. Erika cerró los ojos, y una sensación de placer corrió por su espalda, como una descarga de adrenalina. Gimió de placer, notando como la polla de aquel despojo humano se deslizaba por su húmedo coño. Sus piernas envolvieron al hombre, y sus caderas jugaron al errático ritmo del hombre. Erika siguió bufando y gimiendo, como un animal en celo, despreocupada por la situación que se estaba dando. Sus manos se apoyaron en el suelo, ayudándose de ellas para ganar más empuje.

Cada estocada que recibía era mas profunda que la anterior, o eso notaba ella. En verdad, todo era lo mismo. El hombre introducía su polla en el coño de la heroína hasta que sus huevos golpeban sus nalgas, entonces salía hasta casi el glande y vuelta a empezar. Mientras lo hacía, el babeaba del gusto, dejando que la saliva se desparramará sobre el cuello de la mujer. Sus manos se apoyaban sobre la acerá, siendo los que soportaban principalmente el peso. Aumentaba el ritmo hasta faltarle el aliento y luego volvía a bajar. Quería correrse dentro, pero la falta de oxigeno le hacía reducir hasta recuperarlo y vuelta a cargar. Algo relativamente cíclico, pero, para Erika no era así.

No duro mucho sobre ella. Tras las sucesivas embestidas, completamente descompasadas y torpes, el semen comenzó a brotar, disparando una carga directa en su útero. Erika llegó en ese momento, pareciendo algo premeditado el que llegaran los dos a la vez. El gemido fue suficiente como para avisar a toda la calle de lo que sucedía, aunque nadie le importaría. Sería el sonido de una puta más satisfaciendo a un cliente.

Durante unos momentos, ninguno se movió. Los dos respiraban de forma agitada, recuperándose de la primera ronda que se había iniciado. El hombre la miró detenidamente, observando la sensual silueta que elevaba su pecho con cada respiración. Retiró su miembro, el cual se había endurecido otra vez, preparándose para la siguiente acción.

Erika, por su parte, había perdido los efectos de la calentura. Ya no se encontraba tan necesitada, pero se encontraba cansada, como si su energía hubiera sido drenada de ella. No pudo oponer resistencia cuando el hombre le dio la vuelta, como si fuera un saco de patatas. Cayó de bruces, golpeando su cara contra el suelo, notando el sabor de la graba mojada en sus labios. Giró su rostro, solo para ver como el hombre le empujaba la cabeza contra el suelo con una mano, mientras con la otra retiraba la capa, que ahora no era más que un trapo mojado, y la parte de la armadura que cubría sus nalgas.

El hombre levantó su cintura, como si de un juguete se tratara. Su juguete para hacer con el lo que quisiera. Erika intentó luchar esta vez. Sus manos se movieron, e intentó levantar su cuerpo, pero no pudo zafarse del férreo agarré. Entonces, sin avisó, notó como la polla del hombre se deslizaba por su interior, como una espada siendo enfundada. Su cuerpo reaccionó al instante, y su coño comenzó a humedecerse de nuevo, facilitando el movimiento en su interior.

-¡Oh!… p¡Ah!...ra… pa… r¡Ah!... - gimió entrecortadamente, mientras las lagrimas comenzaban a brotar de sus ojos. Unas lagrimas de impotencia, pero no dolor. No, no había dolor, solo placer.

La mujer siguió gimiendo, mientras el hombre aumentaba el ritmo. Los golpes de las penetraciones, torturando las nalgas de Erika con la cintura del violador, eran trasmitidos por todo su cuerpo, provocando el roce de la grava contra su cuerpo. Su pecho, aprisionado en su armadura, sufría una tortura con sus pezones siendo frotados contra la dura superficie de las placas pectorales, y su rostro se mantenía en esa posición sumisa, con la mano sobre su mejilla mientras gemía.

-Por f¡Ah!… f¡Ah!… ¡Ah!… vor...- lloró ella, pero sus caderas comenzaron a moverse al ritmo del hombre, y sus manos se apoyaron sobre la graba para mejorar su equilibrió.

Estaba siendo violada como un animal, violada por una bestia, y aquello era confuso. Confuso porque no era desagradable, pero a la vez sí. Confuso porque no entendía que sucedía. Demasiados pensamientos contradictorios, pero no había tiempo para pensar. Solo podía pensar en mover sus caderas para aceptar la polla de aquel hombre.

Los gemidos continuaron hasta que el hombre volvió a correrse en su útero por segunda vez, haciendo que ella se corriera también por segunda vez. Esta vez, la finalización fue suficiente para dejar a los sujetos fuera de combate. El hombre simplemente cayó hacía atrás, disfrutando del momento de placer que había sentido. No difirió de como quedó Erika, tirada sobre el suelo mientras lentamente el semen brotaba de su coño usado. Había sido demasiado para ella, por lo que quedó ahí en el suelo.

Pasó casi una hora hasta que uno de los dos se pudo mover. Para la suerte de la heroina, esta fue ella. Su cuerpo se encontraba extrañamente recuperado, casi como si no hubiera sucedido nada. Lentamente, se incorporó, helada por el contacto con el frió suelo. Se levantó lo mejor que pudo, y comenzó a arreglarse la armadura tras las magulladuras que había sufrido. Cerro la parte inferior con los pestillos ocultos, avergonzada por lo que había sucedido.

Pero no solo hubo vergüenza. La ira se abrió camino lentamente, y al mirar al hombre no pudo aguantarse. Se acercó a él y comenzó a patearlo. Lo golpeó, pateó, arañó, todo lo que se le ocurrió para descargar su ira sobre él, hasta que se hartó y empezó a saltar sobre su rostro, aplastándolo hasta hacer de su cabeza un amasijo de carne.

Tardó tiempo en conseguirlo, pero al estar satisfecha de ello, solo pudo caer de rodillas para romper a llorar. Las lagrimas brotaban de sus ojos. Lagrimas confusas, de mil sentimientos distintos. Ira, miedo, desesperación, vergüenza… incluso culpa por matar a aquel hombre. Se abrazó los hombros, llorando como una escultura del arte griego, bajo aquella luna que iba bajando lentamente.

Pero, ella era una heroína. Esas palabras le abrieron los ojos. No podía permitirse llorar aquí, debía hacer algo. Miró el cuerpo del hombre, y comenzó a pensar, a interpretar que había pasado. Había sido demasiado extraño, y debía investigarlo. Comenzó a registrar al hombre, que en principio no contenía nada… salvo una bolsita con cierre. Podría haber sido una droga normal, lo que explicaría el comportamiento del hombre, pero lo que llamaba la atención era el color del polvo residual que quedaba dentro. Era un color morado.