Destino manifiesto (9)

Jason, absolutamente traumatizado, se entrega a las drogas y la perversión. Una noche conoce a la actriz Sarah McMullen, que le propone un juego sexual con su novio que no dejará indiferente a Jay.

La angustiosa necesidad de expulsar mis demonios internos me condujo derechito a una espiral de autodestrucción que yo creí ser lo bastante listo como para vadear cuando empezó mi carrera artística, dos años atrás. Y así hubiera sido en circunstancias normales, pero la revelación del pasado oculto de mis padres y mi frustrada relación con Evan, (de quien no sabía nada desde que se rindió a la evidencia y cesó de enviarme correos suplicándome que me pusiera en contacto con él), me estaba convirtiendo en un inadaptado social y un peligro público, por decir poco.

Nada más terminar la gira americana, que cosechó llenos multitudinarios, y harto como estaba de los constantes desplazamientos, y del contacto permanente, y en los últimos tiempos algo tenso, con los chicos de la banda, opté por refugiarme con mi perro, un samoyedo que respondía (con ladridos) al nombre de Jasper, en mi nuevo hogar, un espacioso chalet de tipo español de tres plantas, en la misma playa de Malibú.

Pero ni siquiera en la paz beatífica de este paraíso frente al océano encontré la calma y, menos aún, la solución a mis numerosos problemas existenciales. Empecé a desbarrar gravemente, a consumir todo tipo de drogas y, lo más peligroso, a mezclarlas, sin recordar en ningún momento las advertencias al respecto de mi padre, notorio extoxicómano. Iba de fiesta en fiesta, colgado del brazo de cualquiera que me prometiera un poco de diversión. Cuando mi hermano Zach vino a verme a la ciudad, salimos cada noche a un club de moda distinto, y, en uno de ellos, convencí a una preciosidad de aspecto latino, un pibón en toda regla, posiblemente "call-girl" en horas libres a la caza de algún cliente con pasta, para que se la chupara a Zach en el reservado VIP que ocupábamos. La broma no me salió barata, pero mi hermano del alma se llevó un recuerdo imborrable de la ciudad de los ángeles…y de los milagros.

En otra ocasión memorable acudí a una entrega de premios con una actriz emergente, nativa de Memphis, a quien había conocido en el instituto años atrás. Ni que decir tiene que era la guarra oficial del colegio, y en Hollywood había continuado la meritoria labor por la que se dio a conocer en los servicios del insti desde muy jovencita. A la discográfica le traía al pairo si yo era gay, bisexual o asexual, lo que tenían claro es que mientras estuviera a sus órdenes debía acudir a los saraos acompañado de las guarronas que me aconsejaran los del departamento de Imagen. Yo, al principio, no quería salir con Sarah McMullen, porque desde siempre me pareció una tonta del culo, pero, una vez metido en materia, debo decir que me lo pasé muy bien a su lado.

La fiesta en cuestión era una entrega de premios, con un detalle muy simpático y especial. Eran los niños los que elegían, y entregaban, los premios a sus artistas favoritos. Yo acudía en representación de mis compañeros de banda para recoger el premio al mejor grupo del año, un honor que me emocionó profundamente por venir del sector de público más incontaminado y sincero de todos. Me lo pasé en grande con las bromas y chistes (pàra todos los públicos) que se contaron, y, al día siguiente, los periódicos comentaban mi actuación como la más divertida de la gala, y proponían que el año siguiente me nominaran además como "showman" del año. Después de aquella inmersión en la infancia actual (mucho más moderna que la mía propia), Sarah y yo nos fuimos de copas con su verdadero novio, un guaperas texano llamado Ralph, que buscaba abrirse camino como actor en la meca del cine. Después de innumerables copas y alguna que otra raya, acabamos en el lujoso apartamento de Sarah, que, según decían las malas lenguas, le había pagado un conocido productor de mediana edad, casado y con hijos, para más señas. Nada más llegar, la muy puta, que estaba más salida que el palo de una escoba, nos condujo al dormitorio, en el que destacaba la decoración en tonos rosa palo de las paredes, el edredón, los cojines desperdigados encima de la cama y por el suelo…en definitiva, aquello era como un universo paralelo diseñado por la mismísima Paris Hilton, quien, sin duda, no hubiera desentonado en aquel entorno inverosímil. Tras tumbarnos los tres en la espaciosa cama de matrimonio, ideal para esos polvos a tres bandas por los que era conocida la McMullen, dio comienzo una de las conversaciones más sorprendentes y surrealistas que he escuchado en mi vida.

Ralph, cariño, te toca…- dijo Sarah en un tono cantarín seudo-infantil.

Ralph no se daba por aludido. Seguía allí, con los ojos cerrados, ajeno a las demandas, presuntamente amorosas, de su novia.

¡No te hagas el dormido, Ralph! ¡Vamos, despierta! – y le empezó a palpar el paquete por encima de los pantalones- ¡uy! ¡esto promete, chicos!.

Ralph protestó. No parecía estar por la labor esta vez.

Te lo dije en broma, mi amor. ¿Realmente me ves capaz de hacer una cosa así? Y no es que tenga nada en contra de Jason, me mola mucho su música y su imagen tan rompedora, pero de ahí a lo que tú pretendes, hay un abismo ¿no crees?.

A Ralph no le ponían los tíos, eso estaba claro. Pero Sarah no era chica que aceptara un no por respuesta. Hecha una furia se levantó de la cama, y, con los brazos en jarras, le echó en cara su machismo visceral.

¡Claro! ¡El señor no puede hacérselo con el chico más atractivo de la ciudad, y yo en cambio tuve que comerle el coño a esa golfa de mierda que ni es actriz ni es nada, sólo una puta barata que no sabe ni lamerle el clítoris a una diosa como yo.

Vaya, vaya , de lo que se enteraba uno a esas horas de la madrugada. Realicé combinaciones mentales tratando de imaginar a que conocida actriz podía referirse. En vano…había tantas candidatas posibles como estrellas en el cielo, o en el cemento del Paseo de la Fama de Hollywood, que viene a ser lo mas parecido a un cielo laico para los egos de las estrellas habidas y por haber.

No es lo mismo…vosotras sois dos chicas guapísimas. Eso pone mucho a un hombre.

Sarah estaba indignada con la respuesta, y así se lo hizo saber.

Y vosotros sois dos chicos guapísimos, y eso PONE MUCHO a una mujer. ¡Al menos a una mujer liberada como yo!.

Ralph se hacía el remolón. Yo no me movía mucho por si la pantera de su novia se lanzaba a devorarnos sin contemplaciones.

Asi que…-prosiguió la rubia de bote- ya te estás desnudando y poniendo en posición de recibir a Jay inmediatamente.

Aquello empezaba a prometer de verdad. ¿Qué querría decir "en posición de recibir"? ¿A cuatro patas, tal vez? Sólo de pensar en esa remota posibilidad mi nabo empezó a endurecerse y a tomar forma dentro de mis calzoncillos de marca. Dudo que al pobre Ralph le estuviera ocurriendo lo mismo.

De lo contrario –amenazó una airada McMullen, en una de sus más conseguidas interpretaciones- no hay chochito. No. No hay chochito que valga.

Aquel enternecedor rapapolvo pareció convencer de inmediato al bueno de Ralph. De mala gana, pero obediente a las consignas de su amada, se fue desnudando por completo. Por imitación, y por alusiones, yo hice lo mismo.

¡Asi me gusta! ¡Mis dos machotes en pelotas al mismo tiempo!

¿Y que pretendes que hagamos ahora? – pregunté indiferente, pero con una erección bien visible, que no le pasó inadvertida a la fogosa actriz, y al maromo que tenía al lado, menos aún, a juzgar por las miradas nerviosas de reojo que echaba a mi prominente miembro viril.

Su cara ahora era un poema homérico. Con un dedo señaló mi rabo, implorando piedad a su media naranja.

¿Y tú pretendes que me meta esto…por el culo? ¿Así, sin más?

Bueno, es lo que me prometiste a cambio de enrollarme con esa guarra delante de ti, y más cosas que me callo. Y lo que se promete…¡se cumple!. Pero no te preocupes, ¡he pensado en todo!.

Se acercó a un armario de cuerpo entero con dos lunas enormes, y descorrió una de ellas. Tras hurgar en los cajones inferiores, sacó, poniendo cara de vicio, un consolador de respetable tamaño y un tubo de crema lubricante, ideales para la ocasión, e imprescindibles para el culito virgen de su novio. Ralph casi se cae de espaldas del susto, pero, a base de promesas de futuros polvos a tres bandas con famosillas de tres al cuarto, y un poco de mano izquierda femenina, fue entrando en razón. No era tan duro, le decía, es algo que las mujeres llevamos haciendo miles de años, y no pasa nada, le contaba al oído para animarle, pero el bueno de Ralph no las tenía todas consigo.

Tras aplicarse a la tarea de untar de crema el cerrado ojete de su novio (a quien la presión de un simple dedo de su novia en el ano ya le hacía gritar como si fuera a quedarse embarazado), y a rebozar de lubricante igualmente el negro consolador, la muy puta se lo fue introduciendo lentamente, pero sin pausa, en medio de escalofriantes gritos de dolor por su parte, hasta que, a requerimiento de la propia Sarah, le metí la polla en la boca de un golpe para que se callara. Y tengo que decir, que, si bien en principio se atragantó por lo inesperado de la acción, al poco lo cogió gusto al asunto, y, mientras Sarah le desvirgaba por detrás con el consolador, yo hacía lo mismo con su virginal boca, solo acostumbrada hasta entonces a los jugos vaginales de las golfas que se trajinaba.

Según le iba cogiendo el tranquillo al sexo entre hombres, el buenorro de Ralph se fue desinhibiendo sin complejo alguno. Los lametones que me pegaba en el capullo no desmerecían de los de mis anteriores amantes, mucho más experimentados que el novel actor de reparto. Lo cual tenía su mérito, a qué negarlo. La cachondona de Sarah también se había ido quitando ropa mientras tanto, seguaramente pensando que, pese a la fama de maricón que iba cogiendo entre los chismosos del lugar, a lo mejor me había pillado en un día tonto, y algo le tocaba en la pedrea. A mí aquella escena, propia de una de las pelis porno que mi hermano escondía celosamente en su habitación de Memphis, me pareció sublime y excitante a no poder más. Cuando la muy perra consiguió encasquetarle el generoso vibrador hasta la empuñadura, me guiñó un ojo con descaro incitándome a que le diera una buena tunda por haber sido un chico muy, muy malo, últimamente. No me lo pensé dos veces, y vestí a mi rabo con un transparente condón, que embadurné de crema, antes de clavársela sin compasión allí mismo, a cuatro patas. Ahora Sarah fue clemente con el vencido, y le dio a beber sus propios jugos vaginales, plantándole el coño en la cara, algo que debió excitar sobremanera a su novio, que me ofreció más facilidades de penetración que antes. Ahora estaba totalmente relajado, y el ano había dado de sí lo suficiente como para permitirme embestirle con saña sin mayor problema. Tengo que decir que Ralph aguantó mi potente follada como un campeón, sin queja alguna, y hasta se permitió pajearse con la mano al tiempo que lamía ansioso el coño de la putita aquella, que estaba gritando como una gata en celo apoyada en el rosado cabecero del poblado lecho.

Probé a follarle después de lado, lo que pareció gustarle, pues siguió masturbándose con brío, sin proferir más que pequeños gritos producto del doloroso placer que sin duda estaba sintiendo. Que la situación le ponía, por más hetero que resultara ser, lo demostraba el pedazo de erección que lucía el angelito, y que pocos pasivos primerizos llegan a conseguir. Decidido a darle un toque humano a aquel feo asunto, me le follé de frente, como los verdaderos novios, y me atreví incluso a besarle los labios, morderle el lóbulo de la oreja y lamerle el cuello con nocturnidad y alevosía. El se dejó hacer y siguió a lo suyo, machacándosela sin piedad. Para rematar la jugada, me puse en diagonal, penetrándole casi de pie, lo que aprovechó su novia para empujarme el culo con fuerza y asegurarse de esta manera, quien sabe, que el malote de su chico recibiera el correctivo que merecía. Cuando me cansé de fornicar con el chulazo aquel, y mira que tengo aguante, me deshice del condón, y me la fueron chupando por turnos, peleándose casi por acaparar la atención de mi erecta polla, para luego relevarse democráticamente en su uso y disfrute, que para eso todo quedaba en pareja. Cuando la enorme excitación que estas mamadas alternativas y bisexuales me producían me impidió resistir por más tiempo, un enorme chorro de lefa salió disparado y su onda expansiva alcanzó por igual a la cara de perra en celo de ella y a la de chulo consentidor de él, tapizando sus bonitos y fotogénicos rostros de un espeso líquido color beige, que sin duda resultaba más familiar a los pómulos de Sarah que a los de su entregado noviete. Tras limpiarse mutuamente con sendas toallas, mi cita obligada decidió felicitar efusivamente a su pareja por su buen comportamiento y espíritu de colaboración. Su humor cambiante había virado hacia el optimismo después de mi abundante corrida, y, tal vez por ello, la imperiosa starlette se sintió clemente, y, en un acto de generosidad digno de admiración, se entregó implacable a la noble tarea de recolectar el semen escondido de Ralph, por medio de una rumbosa felación. Que el chico estaba encantado de su premio no había que ser astrólogo para adivinarlo, pues sus caras de placer y la forma en que empujaba adelante y atrás la cabeza de chorlito de su nena lo iba diciendo sin necesidad de palabras. Tras llamarla puta unas cuantas veces, en lo que pretendía ser un juego morboso pero respondía a una evidente realidad, la regó de nuevo la cara y se paseó la chorra recién corrida por la boca para que le terminara de limpiar el cabezal, pues no debía gustarle dejar las cosas a medias. El resto de la noche la pasamos los tres juntos y abrazados, yo en el medio por ser el invitado, y ellos a ambos lados, deshaciéndose en mimos y toqueteos.

Horas después, ya amaneciendo, mientras su novia dormía placidamente a mi costado entregada al sueño reparador, observé un incipiente empalme en Ralph que no podía caer en el olvido. Ni corto ni perezoso me puse a pajearle, a ver si crecía, o se trataba de una falsa alarma. Mi sorpresa fue cuando el machote de Ralph, tan hetero él, me comió la boca, mientras susurraba en mi oído que le había encantado la metida de antes, y deseaba repetirla en privado, lejos de su indulgente compañera, a lo que accedí encantado, a cambio de dejarme cascarle una gayola para culminar la noche. Así lo hizo él, cumpliendo nuevamente su palabra como un caballero, y cerrando los ojos en concentrado éxtasis me donó su leche al poco tiempo, que cayó en mi mano. Para evitar despertar a la dormida Sarah, y para no manchar aún más la rosada sábana, propuse al semental que me limpiara los restos de su leche a base de lengüetazos, lo que le hizo gracia, y, tratándose de sus propios flujos escrotales, no debió importarle, porque parecía un perro pachón lamiendo el plato de su amo. En el silencio del naciente día, intercambiamos nuestros números de teléfono en el mayor de los secretos, y, poco después, el aspirante a actor visitó en solitario y sin dar recado a su flamante novia mi mansión de la playa, donde le di un par de repasos a su culo y nos pusimos ciegos de champagne y coca, que pagaba el líder de la banda, como es natural. En vista de que cogía confianza, y la causa bisexual había ganado un nuevo adepto, introduje algunas variantes en la ecuación para complacerle y divertirnos, y, unas veces era un maromo de pago el que se lo follaba hasta reventar, cediéndome luego el turno de pernada, y, otras tantas, era una putita de alto standing la que recibía su poderoso rabo por el culo, mientras yo miraba complacido y me pajeaba a la salud de ambos, corriéndome después sobre sus rostros expectantes, para perpetuar la tradición que nos enseñó la McMullen.

En medio de todos estos excesos, comprensibles en un chaval de mi edad y con mis complicaciones vitales, aunque moralmente poco recomendables, mi carrera hacia el éxito de masas siguió su curso ascendente. Poco importaba que acudiera a una entrevista con Oprah más colocado que de costumbre, mi ingenio natural y mi buen humor me brindaron el apoyo del público, que seguía viendo en mí un buen chico que frecuentaba malas compañías, pero recuperable sin duda para las causas nobles con el tiempo. Una mañana de resaca y condones esparcidos por el suelo, sonó mi móvil personal, de los dos que uso habitualmente. Yo no estaba preparado mentalmente para contestar, pero el nombre de mi hermano en pantalla y lo inusual de su llamada, dado su carácter independiente, me incitaron a responder de inmediato.

¿Qué pasa, Zach, ¿ocurre algo?¿se ha lesionado Pau Gasol, o qué?...- yo seguía de coña, como siempre con mi hermano. Sin embargo, no las tenía todas conmigo.

Al otro lado se escuchó un lamento entrecortado. Después resonó su voz profunda, desgarrada por un dolor insoportable.

Tienes que venir, Jay. Tienes que venir de inmediato. ¡Es mamá!

(Continuará)