Destino manifiesto (6)

Jason conduce a Evan hasta la cabaña del lago, donde hacen el amor impetuosamente. Luego es Evan quien le presenta a sus padres en Nashville, que le informarán de ciertos hechos del pasado de su padre.

Tras revolcarnos como cerdos por el suelo del porche, a Evan se le ocurrió una brillante idea, propia de un genio. Tomándome cuidadosamente en brazos como a una casta doncella, me depositó suavemente en la hamaca de cáñamo trenzado y, una vez instalado allí, me desabrochó el pantalón, se deshizo de él sin contemplaciones, y se dedicó, sediento como estaba de sexo y morbo, a magrearme el paquete con ambas manos, como si estuviera amasando el pan en una tahona, hasta que a fuerza de manotazos mi polla respondió a sus incesantes demandas de crecimiento. No tardó mucho el maestro panadero en agacharse a saborear su obra, y se la llevó a la boca con solemnidad y decisión. Allí mismo me realizó la felación más depravada, morreándonos por un lado, pajeándose él mismo con la otra, y con la boca llena de rabo, succionando con ansia mientras me balanceaba lánguido hundido por el peso en aquel rudimentario pero cómodo diván. Procedimos después a entrar en la cabaña, comiéndonos a besos por el camino, semidesnudo él, en pelota picada yo, hasta alcanzar el sofá como si fuéramos náufragos nadando hacia una isla desierta. Le tumbé esta vez yo en el sofá, retirándole sus pantalones vaqueros por los pies, contemplando su erección con ojos complacidos y relamiéndome de gusto ante el convite que pensaba darme a su costa. Descendí lentamente hasta palpar su miembro, ya en formación de ataque, y me lo llevé gustoso a la boca, paseando mi traviesa lengua alrededor de su capullo y obteniendo de él los primeros gemidos de placer de la noche. Me la metí entera en la cavidad bucal, con avaricia, sin dejar rastro de su existencia, como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra, para volver a emerger unos segundos después, lubricada y brillante, dispuesta a una nueva inmersión oral y a lo que fuera menester. No sé cuanto tiempo estuve adorando bucalmente esa maravilla fálica, porque de nuevo perdí la noción del tiempo. Si mis padres hubieran hecho su repentina aparición en aquel momento en el chalet alpino, acompañados a su espalda por una banda de jazz completa tocando "Barras y estrellas para siempre" no hubiera mostrado, en mi autista concentración oral, el más leve signo de pertenecer a la especie humana, se me hubiera podido considerar un apéndice de Evan, una rémora apalancada a su hermoso falo, el lugar donde me gustaría vivir para siempre. Evan, yo y su polla en mi boca. Felicidad garantizada.

Cuando me consideré saciado de aquel miembro imponente, me dediqué a gratificarme manualmente, sentado en su pecho, ante aquel rostro diabólicamente hermoso que tenía ante mis ojos. Le volteé después para lamer su endurecido culo, aquella obra maestra de la naturaleza que se ofrecía ante mí en todo su esplendor. En la soledad de la cabaña, sus gritos de placer incontenible resonaban en la noche como aullidos de lobos en el monte, reverberaban en las plácidas aguas del lago, rebotaban contra las rocas de la orilla, y su eco adormecido perforaba mis oídos, calentando mi imaginación con desbordantes fantasías. Resultaba difícil de creer, pero allí estaba ante mi vista: Evan White, 25 rotundos años, top model, 1’89 de estatura, 90 kg de peso, muy bien distribuidos, por cierto, rubio trigueño natural, ojos azul cobalto, guapo entre guapos, músculos hasta en el carnet de conducir, me ofrecía sus posaderas para que le penetrase. A mí, Jason Mills, 20 años, cantante revelación de la temporada (presunción que los Grammy del año siguiente se encargaron de confirmar), 1’81, 75 kg de peso, moreno, ojos verdes heredados de mi madre, más definido que musculoso, aspecto andrógino, uniforme negro, chico malo, vampiro bueno. Allí fallaba algo: ¿cómo era posible ese milagro? Y, sin embargo, él parecía encontrarme lo suficientemente atractivo como para otorgarme el premio mayor de la lotería del amor: su ano reluciente y depilado. Me evadí de pronto de esta nube de emociones contradictorias que me embargaban y me apliqué con celo a perforar con los dedos la abertura al mundo de Oz que me prometía esa visión celestial. Según aumentaba el número de dedos que profanaban su agujero negro, oscuro como la propia noche de Tennessee, así lo hacía el volumen de sus quejidos, de sus nada tímidos gritos de placer, de sus lamentos apasionados. Empalmado hasta el tuétano como estaba, no quise esperar más tiempo para poseer aquel macho prodigioso, y, un poco a tientas, busqué un globito de plástico que había depositado horas antes en un cajón de la alacena, previendo lo que había de llegar con la luz de la luna. No erré en mi propósito, y, puesto a cuatro patas sobre el sofá, con la cabeza gacha, como un perro lastimado, le introduje la verga por su santo ojete, que, relajado como estaba, engulló enseguida mi rabo con fervor insano. Hacía tanto tiempo que llevaba esperando este momento, en mis sueños húmedos, en las frías noches de aeropuertos y hoteles, que bendije a Dios por su clemencia antes de ensartarle de una tacada, hasta la empuñadura, deseando morbosamente escucharle proferir un grito de dolor y rabia, que no llegó a emitir debido a la ingente dilatación alcanzada y al hecho cierto de ser un pasivo concienzudo, entregado a la tarea con ardor guerrero. Tras un metesaca de calentamiento, para ir aclimatando su culito, que resultó culazo, a mi travieso nabo, me le follé de frente, cara a cara, sin testigos, con sus lampiñas piernas apoyadas en mis hombros, abrazado a su cintura, haciéndole mío mientras se retorcía de placer, mordisqueaba un cojín al que se aferraba como un niño de pecho a su osito de peluche, y me lanzaba miradas incendiarias pidiendo a la vez guerra y paz, caña y compasión con su sufrido culo. Cuando alcanzamos el clímax mutuo, me libré del capuchón, trepé a su cara, y, al sentir los espasmos previos al placer supremo, apoyé la polla contra su rostro inmaculado, que quedó bañado en semen, al tiempo que una descarga léfica de Evan sobre su abdomen convirtió su envidiada tableta de chocolate puro en otra, no menos apetitosa que la anterior, de chocolate con leche. Aquella noche de amores inflamados dormimos abrazados en la cama tamaño king size de la habitación de mis padres. Creo que nunca he vuelto a sentirme tan feliz y tan libre como entonces.

Al cabo de unos días, tras nadar y pescar truchas en el lago, nos acercamos a Nashville a visitar a sus padres. El les había avisado de nuestra llegada el día anterior, y ellos insistieron en que me quedara el fin de semana en su casa de los suburbios, para conocernos mejor, como si yo fuera la prometida de su hijo y ellos mis adorables pero inquisitivos suegros. El porqué de esta petición se debía al interés que sentían los White en su conjunto por todo lo relacionado con los Deep South Miners, y contar entre ellos con el retoño del cantante de la banda, que para más morbo, había sido novio de la respetable señora White, debía parecerles un reclamo irresistible.

Buenos días, Jason. Estás en tu casa -.me espetó un sonriente (y sorprendentemente joven) Jordan White, extendiéndome la mano abierta para que se la chocara.

Buenos días, señor White. Es un placer.

Eh, eh, nada de formalismos. Mientras estés de invitado en esta casa me llamarás Jordan a secas ¿entendido? Nosotros no somos como esos estirados del este

Como quieras, Jordan.

Evan, hijo, deja el equipaje de Jason en la entrada. Carlos y Rosa lo subirán a su habitación.

Vale, papá.

Me introdujo por un pasillo iluminado hasta el salón comedor. Olía a nardo y gardenia. No era de extrañar porque enormes centros de flores, con infinitas combinaciones, ocupaban las mesas y todos los rincones de aquel espacioso salón, demasiado recargado para mi gusto, pero indudablemente bello. Al fondo, sentada en un sillón de orejas de mimbre, de espaldas al jardín, había una mujer sentada con los brazos apoyados castamente en el regazo. Me recordó por un instante a la reina de Inglaterra esperando para recibir en audiencia pública a sus nobles invitados. Según me acercaba pude admirar con todo detalle la belleza bondadosa de esa madre y esposa sureña, que parecía sacada directamente de un cuadro renacentista de Rafael.

La saludé cortésmente, y le ofrecí un pequeño regalo que llevaba en la recámara: una caja de bombones de marca, un detalle fino, pero que, a la vista de su cutis de porcelana, tal vez bombardeado de microinyecciones de bótox, me pareció casi un desaire impertinente por mi parte. Ella me lo agradeció en tono dulce, casi colegial, lo dejó sobre la mesa, y se levantó para mostrarme la casa y mis aposentos. Sí, digo bien, aposentos, porque la mansión, de estilo clásico georgiano, era un verdadero palacete, y ella la emperatriz de Tennessee en persona. Ni Grace Kelly en sus días de esplendor hubiera resultado mejor anfitriona que esta dama sureña, intensamente rubia y eternamente joven, por lo que pude comprobar aquel día.

Nunca pensamos que llegaríamos a conocer al hijo de Dave – razonó Jordan durante la comida de bienvenida en el comedor de gala – Para nosotros ha sido un shock enorme enterarnos por boca de Evan de que erais amigos desde hace tiempo, y que iba a traerte a casa.

Pero no sólo es el hijo de Dave Mills – continuó su esposa desde el otro extremo de la alargada mesa- también es un triunfador por méritos propios, que apunta muy alto en la carrera artística que ha elegido.

Evan, situado enfrente mío, me miró con aire resignado.

Vamos, mamá, no exageres, Jason y su grupo están comenzando a tener éxito, pero aún les queda mucho camino por delante. Sin quitarle méritos a lo conseguido hasta ahora, que es mucho.

Intervine yo ahora, por alusiones varias.

  • Muchas gracias, señora White, pero

No, no, Linda, por favor

Gracias, Linda, pero me temo que Evan tiene razón. Estoy aún muy verde en este mundillo, a pesar de que he dedicado toda mi vida a estudios relacionados con la música y la interpretación, y que no siento apenas miedo escénico. Con el tiempo espero abrirme camino entre los elegidos, como dice mi padre.

Al momento me arrepentí de haber incluido a mi padre en la conversación, pero ya era tarde. Miré a Evan consternado, en busca de ayuda, pero él parecía tan abochornado como yo mismo, sin duda temeroso de que los viejos fantasmas del pasado sobrevolaran Nashville de un momento a otro.

Linda rompió el hielo con su saber estar permanente. Llevándose con delicadeza el vaso de vino a los labios, preguntó con fingida indiferencia.

¿Y como están tus padres? ¿Cómo está Dave? Todo este tiempo hablando de banalidades y hemos cometido la descortesía de no preguntarte por ellos.

Jordan echaba miradas nerviosas al reloj de pared y a su encantadora esposa. Yo hubiera querido hacerme invisible para todos en ese momento, salir corriendo a por mi coche, y echarle millas hasta llegar a Memphis. Pero me sentí obligado a responder ufano:

Mi padre está fantástico. Retirado por completo del mundillo musical, como sabéis. Pero dicen que la cabra tira al monte, y él no para de darme consejos para construir mi carrera de forma inteligente.

¿Y mi querida Stacey como está? – se interesó Linda nuevamente. El tono de su voz era ahora un pelín afectado. No parecía muy sincera al decir esto.

Me quedé anonadado. No tenía la menor idea de que ambas mujeres, rivales en el amor de mi padre, se conocieran, y menos aún hasta ese punto de inusitado afecto.

Pero…¿quieres decir que conoces a mi madre?- por la cara de bobo que puse se debieron dar cuenta de que en mi casa la comunicación padres-hijos dejaba mucho que desear.

Linda sonrió divertida. En ese momento me di cuenta de que cuando reía era el vivo retrato de Evan, y viceversa. Eran seres luminosos, angélicos, semejaban proceder de algún lejano planeta, alejado de este mundo cruel de desengaños y rencores.

Por supuesto que nos conocemos, Jason. De hecho tu madre era mi mejor amiga en aquella época. Y lo hubiera seguido siendo, de no haberse separado nuestros caminos hace tiempo.

Su diplomática respuesta me dejó aún más escamado. Apenas podía probar bocado, aunque la comida estaba deliciosa. Jordan intuyó el origen de mi desasosiego, porque decidió sincerarse sin tapujos, en este marco tan solemne como poco apropiado para las confidencias.

No te preocupes por el pasado, Jason. Te aseguro que nosotros no le guardamos ningún rencor a tu padre por lo sucedido. Es más, yo estaría dispuesto mañana mismo a reunirme con él si me lo pidiera. En mi corazón le he perdonado completamente. No te quepa la menor duda.

Ahora sí que estaba fuera de juego. No solo Linda resultaba ser íntima de mi madre en otra época, sino que además ninguno de los dos mostraba signo alguno de arrepentimiento por su probada traición al amigo caído en desgracia. Lo que era más grave, se endosaban el derecho a perdonar a mi padre, que había sido víctima inocente de sus devaneos amorosos a sus espaldas. Aquello me pareció intolerable, pero no repliqué, por educación y por cierta sensación de impotencia. Me di cuenta de que no dominaba el tema en absoluto, carecía de certezas, salvo lo que había tenido a bien contarme mi padre en un hotel de Los Angeles. ¿Y si él me había mentido? ¿Y si no me había dicho toda la verdad?. O bien mirado ¿estaban mintiendo vilmente los padres de Evan para proteger su reputación (y su linaje), para que nadie la pudiera acusar a ella de mala pécora y a él de traidor inmisericorde?.

La voz grave pero bien modulada del padre de Evan me devolvió a la realidad en cuestión de segundos.

No sé que te habrá contado tu padre de todo esto, pero te aseguro que nosotros nunca hicimos nada para provocar su cólera de aquella manera. Nosotros hicimos lo que pudimos por él. No le abandonamos como un perro si eso es lo que te ha contado.

Bueno, en realidad no me ha contado mucho. Y mi madre, menos aún.

Evan se mantenía en estricto silencio. Su esmerada educación le impedía contradecir o interrumpir a sus padres en la mesa. Sin embargo, si me hubiera visto acorralado a preguntas hubiera venido en mi rescate con toda seguridad.

Es lógico, - opinó Linda- para tu padre esos hechos debieron resultar muy traumáticos. Es una pena que todo terminara así. Pero el pasado, pasado está. Por cierto, Evan, no nos has contado nada de tu reciente campaña para Dolce & Gabbana. ¿Creías que tu madre no se iba a fijar en los anuncios del Vogue?

Dos días después de aquella reveladora conversación, regresé a Memphis a despedirme de mis padres, antes de partir con la banda de gira por 40 estados de la Unión. Sabía que con mi padre sería imposible retomar la conversación, por eso esperé a que él saliera a una reunión de negocios en sus oficinas, y que mi madre terminara la última consulta astrológica del día en su despacho profesional junto al porche, para interrogarla en profundidad, si se dejaba, sobre lo acontecido un cuarto de siglo antes.

Mi madre se encontraba sentada aún tras la mesa estilo Imperio, con las cartas astrales de los clientes del día desplegadas. Con sus elegantes gafas de pasta apoyadas en la punta de la nariz repasaba mentalmente la información contenida en aquellos gráficos incomprensibles, sólo aptos para iniciados.

Llamé con los nudillos a la puerta.

  • ¡Adelante!

  • Soy yo, mamá. ¿tienes un momento?.

Ella se quitó las gafas y las dejó reposar sobre la mesa. Parecía cansada, pero lo disimuló hábilmente. Me indicó que me sentara frente a ella, y, sin ningún protocolo, me pidió que le contara el motivo de tan inesperada visita.

Quería preguntarte un par de cosas

Ahora me miró de frente. Sus acuosos ojos, siempre al borde de las lágrimas, fascinantes en cualquier caso, hacían resaltar su extraña belleza. Una belleza con personalidad propia, para nada standard. Era la anti-Linda. Tal vez lo era literalmente, quizá incluso su enemiga eterna. Pronto lo averiguaría.

(Continuará)