Destino manifiesto (3)

Jason, el hijo de David, triunfa ahora en su incipiente carrera musical. En una fiesta conoce a Evan, un guapo top model, con quien hace el amor en su apartamento. Evan le revelará algunos hechos del pasado que él desconoce.

Sin mediar palabra ni tiempo para presentaciones innecesarias, Evan se acercó hacia mí, me hizo levantar de mi improvisado asiento y me comió los morros sin tiempo material de poder reaccionar. Mi pelo, disparado en todas direcciones, que constituía parte innegociable de mi imagen comercial, y mi flequillo desfilado en capas asimétricas, de un color negro azabache, parecieron centrar todo su interés, mientras se esforzaba con ambas manos en destrozar mi complicado peinado (que le había llevado cerca de dos horas de preparación a mi estilista personal, Giorgio). La pérdida momentánea de mi rasgo de identidad más apreciado no impidió que mi miembro empezara a hacer de las suyas, amenazando con hacer reventar el pantalón de un momento a otro. Evan parecía enfebrecido, y, en un arranque de energía, me bajó los pantalones a la altura de las rodillas para poder gozar del espectáculo inusual de aquel nabo en erección. Los ruidos de la gente alrededor nuestro aumentaban la libido a cotas insospechadas, y, tras magrearme con esmero y liberar al pobre músculo del calzoncillo que le aprisionaba dentro sin piedad, palpó la polla con deleite sensual, en cuclillas; aquel chulazo se llevó después el rabo a los labios, lo paseó como un trofeo alrededor de sus acaloradas mejillas, y, al fin, se lo introdujo en la boca mientras me miraba extasiado, como pidiendo permiso para succionar lo que por derecho propio le correspondía. Como es lógico, no puse ninguna objeción. El placer oral que me estaba dando aquel desconocido, de rodillas ahora ante mí, parecía no tener fin. Me senté de nuevo en la tapa del water disfrutando aquella sensación de plenitud, al tiempo que mi bello acompañante, tras sacar de paseo a su mejor amiga, se la machacaba con ganas mientras seguía batiéndose el cobre lamiéndome el capullo, sacándole brillo y tragando después de un golpe todo mi miembro, que no es precisamente pequeño, hasta quedar exhausto y pedir una tregua para respirar, y volver por un momento al universo que habíamos conocido antes de este súbito arranque de pasión y gloria. Satisfecho por el momento con sus servicios, decidí recompensarle con una mamada similar, me bajé al pilón y me encontré con un mango de considerable grosor y aceptable tamaño en un cuerpo de escándalo que quitaba el hipo al más pintado. Me lo llevé a la boca con ansiedad de siglos, como si fuera el último rabo sobre la tierra, mientras aquel cabronazo, que desde mi posición parecía enorme como una estatua clásica, se pasaba ambos brazos por detrás de la cabeza en un rictus de placer incontenible. Al tiempo que el gigante semidesnudo suspiraba, ebrio de gusto, mi boca se aferraba sin complejos a aquel caramelo inesperado, que había encontrado en esa fiesta insulsa y sin interés alguno, fuera del estrictamente promocional.

Cuando mi lengua de fuego ya no pudo hacer más con su lubricado nabo, me incorporé indeciso preguntándome si ahí había terminado todo y ahora nos correríamos como buenos hermanos, haciéndonos una paja mutua a lo sumo. Tenía claro, que pese al decidido desbarre vivido en aquel ridículo habitáculo, no pensaba poner perdido de lefa, propia o ajena, tanto daba, mi camisa y pantalones, y mucho menos aún mi costosa y delicada levita diseñada por Gaultier, que me había costado una pequeña fortuna. Sin embargo, Evan, vestido de manera mucho menos estudiada, pero con finas prendas de diseño que no se encontrarían en los escaparates de Macy’s, tenía otros planes en mente. Me cogió de la mano y me besó en los labios con pasión irrefrenable, como si él fuera Indiana Jones y yo su Santo Grial tantas veces anhelado. Me rodeó con los brazos, y, tras vestirnos y adecentarnos, pero, con el mismo calentón de antes, abandonamos aquella fiesta de pijos y famosos para dirigirnos a mi apartamento. Una vez dentro, tras repartir democráticamente la ropa por todos los rincones de la casa, nos ofrecimos un gustoso homenaje mutuo en forma de 69 tumbados en la cama, mientras los Linkin’ Park berreaban al fondo, y mi perro Jasper nos miraba desde un rincón, cariacontecido y algo frustrado por no poder participar de un juego tan divertido con su amado dueño. Llegado el momento de la verdad, saqué un condón de la cómoda, y descubrí complacido que aquella montaña de músculos y aquel imán para las mujeres se iba a dejar follar como una perra sin mayor problema. No sólo no puso mayor objeción a mis avances, sino que él mismo iba preparando el terreno mientras me ajustaba el preservativo lubricando su precioso culo con la crema de manos que había descubierto el muy cotilla en el cajón superior de la mesilla. Superado por la visión de aquel semental haciéndose uno, dos y hasta tres dedos, y por la previsible evidencia de que me iba a follar a un espectacular tiarrón que casi me doblaba en tamaño, mi erección pasó de 0 a 100 en medio minuto, y como su hermoso rostro despertaba en mí un anhelo imprevisto de ternura, desconocido en mí hasta la fecha, me decidí a follarlo de frente, lo que pareció gustarle. Me tumbé sobre él, seguro de que resistiría mis 75 kg, y me dispuse a darle candela sin más preámbulo, no fuera a arrepentirse a última hora y dejarme frustrado, y el rabo ardiendo e impaciente. No entendía como aquella beldad se había fijado en un tío tan normal como yo, pues, aunque yo también iba al gimnasio para lucir un cuerpo fibrado en las espantosas fotos de promoción de revistas pijas como Esquire o GQ, lo cierto es que mi cuerpo, libre de esteroides y sustancias extrañas, no daba mucho más de sí que lo que la sabia naturaleza y el trabajo constante con mi entrenador personal podían conseguir. Se la ensarté a traición, despacito para no asustarle y que saliera huyendo de mi cuarto y de mi vida, y, poco a poco, se la fui introduciendo. Me pareció tan guapo que me abalancé hacia delante, despreocupado de la penetración por un instante, para besarle los labios con frenesí y alevosía. El volvió a aprovechar para tocarme el pelo, que se había convertido en su obsesión desde el minuto 1 de conocernos, y mesarme los cabellos alborotados mientras mi lengua enfebrecida le repasaba ansiosa todos los secretos recovecos de su cuello, sus titánicos pectorales y unos pezones en punta del tamaño de guisantes que pugnaban entre sí con saña por conseguir la volátil atención de mis papilas gustativas.

Procedí después a variar de posición, a lo que se prestó encantado, ofreciéndome su perfecto trasero para que lo atravesara de un lanzazo, él a cuatro patas, mirando al cabecero de mi cama, que ahora me parecía inmensa y a la vez dignificada por la presencia de este especimen macho de seductora mirada y tranquilas maneras sureñas.

Le entrabuqué sin contemplaciones, ajeno a sus dulces lamentos y ruidosos gozos mezclados en insólita combinación, pero luego, compasivo en mi perversidad, como un republicano de Texas, me ofrecí a masturbarle mientras le lanceaba duramente, lo que me agradeció girando el rostro hacia mí con una sonrisa angelical que se me quedaría grabada de por vida. Probé luego de lado, seguro de obtener su aquiescencia, y aproveché para besarle el cuello y el lóbulo de la oreja en tanto me movía en su interior con el ritmo propio que marcan los latidos de Venus, mi estrella de la suerte, según los ancestrales conocimientos de la mujer que me dio la vida.

Cuando decidí que mi pobre miembro ya no daba más de sí, y observé que su grado de excitación era ya extremado, le saqué la verga, ennoblecida por el contacto con su recto, y, liberada del capuchón que la mantenía secuestrada, descargó un torrente de semen sobre el pecho, el cuello y hasta su hermoso rostro de armónicos rasgos clásicos. En ese mismo instante, cuando me disponía a besar sus labios almendrados, su propia lefa vino a sumarse a la generosamente donada por mi parte, y, en un orgasmo inacabable, descargó su crema como un estibador del puerto lo hace con sus fardos. Fue en ese preciso instante, cuando, tras limpiarnos con sendas toallas, decidimos abrazarnos con todas nuestras fuerzas, que comprendí en el acto que estaba condenado de antemano, y, mi voluntad perdida. Mi insulsa vida anterior desapareció de mi mente y surgió una única fuente de iluminación en mi cerebro, que repetía sin cesar: "Esto no puede quedar así. Tengo que hacerle mío al precio que sea". El debió pensar lo mismo, porque, a pesar del cinismo asociado a su profesión, se le veía serenamente entregado.

Me llamo Evan. Evan White. No hace falta que te presentes. Ya sé quien eres. – y sonrió de forma enigmática. Su voz era viril y tierna a la vez, con un leve acento sureño, parecido al mío, que hacía que me derritiese en su presencia.

Ah ¿sí? ¿me has visto en la tele? ¿en el video de "Evil" tal vez? – fue lo único que se me ocurrió decir.

No exactamente, aunque te ví hace poco en la MTV. Recibías un trofeo en una entrega de premios en Los Angeles.

¡Ah, sí, lo recuerdo!. Nuestro primer galardón. No está mal para llevar tres meses en la vida pública.

Yo en cambio te conozco de siempre. Te hubiera reconocido en cualquier sitio.

Mi cara de extrañeza tuvo que ser de antología, porque se echó a reír con ganas, antes de explicarme.

Soy el hijo mayor de Jordan y Linda White…¿lo entiendes ahora?.

Rebobiné un momento. ¿De qué me sonaba a mí ese nombre? ¡Jordan White! Porque estaba seguro de haberlo oido alguna vez, o de haberlo leido en algún sitio.

Sospecho que tiene algo que ver con mi padre.

Pues claro, tío. M padre tocaba la Fender Stratocaster en los Deep South Miners. Nuestros padres fueron amigos íntimos durante años.

¡Ah!…vale. Mi padre nunca habla de aquellos años, sólo se lamenta de no haber conseguido sus objetivos al fundar el grupo. Y de ahí no hay quien le saque.

Evan sonrió con el aire de suficiencia de quien está en posesión de importantes secretos de familia.

Es normal que no quiera hablar de esos años. Al fin y al cabo, todo aquello acabó en un desastre, y además…- frenó en seco su exposición y miró al suelo avergonzado de haber osado pronunciar esas palabras.

Yo sentí curiosidad inmediata. Insistí en que me informara de aquellos hechos tan relevantes en la vida de mi padre que me eran totalmente desconocidos.

Bueno, allá tú. Lo que iba a decir no va a gustarte. Me refería a que tu padre sin duda se sentirá molesto con mi padre.

¿Y eso porqué? Mi padre nunca habla con nosotros de esas cosas. Me estás dejando alucinado.

Pensé que lo sabrías. Mi padre se casó con mi madre, que anteriormente había sido novia de tu padre durante años. Al parecer, se armó un escándalo y tu padre acusó públicamente al mío de haberle robado la novia mientras se encontraba recluido en una cura de desintoxicación.

¡Joder, que mal rollo! Pero de esto último sí sabía algo. Mis abuelos maternos no querían al principio que mi madre se casara con él por ese motivo. Son judíos de Nueva York, gente abierta y tolerante, ya sabes, pero el tema de las drogas les asustó. Por muy retirado y rehabilitado que estuviera mi padre entonces. Ellos conocían su historial de excesos, y sus noches locas en Studio 54. Mi madre es hija única, y sus padres la protegían demasiado.

Pues ya sabes lo que pasó. No se hablan al menos desde 1979. Y mira que los nostálgicos de los Miners han intentado muchas veces que se reúnan a tocar sus viejos éxitos con ocasión de algún festival benéfico, al estilo Beach Boys o Eagles, pero no ha habido manera. Tu padre siempre ha vetado ese tipo de encuentros, y, además, no quiere ver a mi padre ni en pintura. Y, mira por donde, nosotros nos conocemos y a los cinco minutos estamos follando como leones.

Yo estaba flipando con aquel destape mental, redescubriendo la faceta oculta del carácter de mi padre, su talón de aquiles y su némesis : Linda y Jordan, respectivamente. Evan prosiguió su exposición de los hechos.

Mi padre colecciona toda la memorabilia disponible sobre el grupo y sus componentes, incluyendo todo lo relativo a tu familia que ha aparecido a lo largo de los años en revistas como People o el National Enquirer.

Todo lo contrario de mi padre, que odia a los medios y nunca concede entrevistas- reconocí apesadumbrado.

Por eso digo que te conozco desde pequeño, por las miles de fotos que mis padres guardan de vosotros. Y ahora que te estás haciendo famoso por tus propios méritos, mi padre sigue recortando cosas tuyas y bajándose fotos de Internet. Dice que tienes el carisma de tu padre, ¡pero que eres mucho más guapo que él a su edad!

¡No le falta razón!- bromeé- Por suerte he sacado los genes de mi madre, que desciende de judíos polacos y rusos. Tengo un físico peculiar. No parezco el clásico anglosajón como tú. Eso me da cierta sensación de exotismo, no tanto aquí en Nueva York como en Tennessee, donde vive mi familia.

Y la mía, claro. A mis padres seguro que les gustaría conocerte

Fruncí el ceño en señal de disgusto.

Un momento…¿no me habrás seducido y llevado al catre sólo para exhibirme como un trofeo de caza ante tus padres?.

Ahora Evan se descojonaba de risa. Su simpatía natural era arrolladora.

¿Por quien me has tomado, tío? Eso no tiene nada que ver. Ha sido una coincidencia nada más. Pero debo reconocer que siempre me has gustado. Y últimamente, aunque no paro de viajar por todo el mundo, siempre encontraba un hueco para entrar en la página web de los Naughty Dollars, para curiosear un poco. Ya ves lo que son las cosas.

¿Y te gusta lo que hacemos?

En realidad quien me gusta eres tú. ¡Me pones a 100!. Por eso esta noche no he dudado un segundo en seguirte al baño, y dejar tirada a la pobre Daniela.

Que debe estar a estas alturas acordándose de todos tus parientes, vivos o muertos.

¡Que va! Dani me conoce, y sabe que si he hecho algo así es porque la otra persona merecía realmente la pena. Además, antes de irnos, me despedí de ella con un gesto de la mano. Ella lo captó al instante

Una luz pareció encenderse en la oscuridad de la noche. No se lo había hecho conmigo sólo por vicio o morbo.¡Yo le gustaba!.

En ese caso, si yo te gusto de verdad, por la razón que sea, no debería haber problema para que volviéramos a vernos.

Evan no pareció sorprenderse de mi propuesta. Que alguien como yo se atreviera a imaginar semejante despropósito parecía un disparate. Y, sin embargo

Por supuesto que sí. Me encantaría. No me siento como un extraño contigo, hay un lazo de familia entre nosotros – se echó a reir- Aunque sólo sea porque mi madre podría haber sido en realidad la tuya.

¡Muy gracioso!. Déjalo, yo estoy muy contento con la mía, gracias de todos modos.

No, en serio. Tengo que salir mañana para Europa, pero en cuanto me sea posible te daré un toque al móvil. Te lo prometo.

¿Y eso cuando sería?

¡Uff! Por lo menos dos meses, Jason.

¡Dos meses! Aquello me pareció el fin del mundo. Suspiré resignado. El debió darse cuenta de mi decepción y me pellizcó cariñosamente la mejilla.

Dos meses se pasan volando. Y luego me tomaré unas vacaciones. Bajaré a Tennessee a visitar a mi familia. Y quien sabe…si estás de paso por Memphis tal vez haga escala para visitar Graceland. No he vuelto desde que tenía nueve años.

Sonreí aliviado y agradecido a la vida, y nos abrazamos tiernamente, compartiendo un último beso antes de ducharnos y vestirnos nuevamente. El cielo de Nueva York estaba cubierto y encapotado, y el pronóstico del tiempo anunciaba frío y viento. Mi corazón, en cambio, se había deshelado por completo. El cambio climático le había alcanzado de golpe y sin previo aviso.

(Continuará)