Destino manifiesto (2)

La carrera musical de David se ve afectada por factores externos, y por su reacción extrema a la crítica despiadada de su padre. Su relación con Linda también conoce un inesperado final.

Acurrucado junto al aparato de radio, como un mendigo ante una hoguera en las frías noches de la ciudad, Dave escuchaba, con atención y nerviosismo creciente según descendían los números, la lista semanal del American Top 40, basada en los cuarenta primeros puestos del Hot 100 de Billboard, y que, en aquella lejana época, presentaba Casey Kasem, un auténtico monstruo de la comunicación, poseedor de la voz más evocadora que hubiera escuchado él nunca en un ser humano (Elvis y Sinatra aparte).

Dos semanas antes, tal como habían previsto los linces de Capitol Records, su balada se había situado en el nº 2 de la lista, con serias opciones a llegar al nº 1 en poco tiempo. El sueño de su vida estaba a punto de cumplirse. O eso le parecía a Dave entonces. Sus compañeros de escenario se encontraban en el hall contiguo, jugando una timba de poker, ajenos al gran momento que estaban a punto de vivir. Dave no olvidaría jamás el escalofrío que le recorrió la espalda cuando, tras los correspondientes jingles publicitarios, y la cuña que anunciaba con voz cantarina el nº 3, la voz de oráculo de Casey anunció en el tono jovial que le caracterizaba:

Y en el nº 3, después de dos semanas consecutivas en el nº 2, se encuentra la banda de Memphis (Tennessee) Deep South Miners con su balada "Never forget this moment".

Sintió en aquel momento un estremecimiento interior imposible de ocultar. Se echó a llorar y a gritar, a golpear la mesa con el puño hasta hacerse sangre, y a maldecir a todo y a todos con tal rabia que sus compañeros, asustados, entraron en estampida a socorrerle. Su preciada canción sonaba impávida por la radio, pero ya no sería nunca nº 1. El momento de gloria había pasado de largo ante ellos, y sus compañeros ni siquiera lo habían notado. Una rara intuición le invadió: nunca volverían a estar tan cerca de conseguirlo. Y así fue. Los dos siguientes singles funcionaron solo a medias. El último ni siquiera alcanzó el Top 10. Habían tenido cuatro sencillos de éxito en un mismo álbum, algo poco común entonces, pero también sabía que en el futuro, sin un gran éxito atronador, irreprochable, un auténtico nº 1 como los de Elvis o los Rolling su carrera corría el riesgo de empantanarse en la mediocridad.

Algunos meses después intentó reconciliarse con su padre, a instancias de su hermana Rosemary, y le presentó a su novia, con la que estaba de paso por el estado, buscando un terreno para construir su futuro hogar en su ciudad natal, Nashville. El reverendo Mills, durante la tradicional cena de Acción de Gracias no mostró el menor interés por los logros de su carrera, y mucho menos por las legiones de fans que les seguían y que habían bloqueado la entrada principal de la modesta residencia paterna.

¡Paparruchas!- se limitó a decir de todo el asunto para asombro de Linda y consternación suya- Los verdaderos triunfadores de esta casa son tus hermanos, personas decentes donde las haya y trabajadores de prestigio.

Mi madre intentó frenar su viperina lengua, sin mucho éxito por su parte.

¡Déjame, Joan! Tengo que decirle a este cretino un par de cosas antes de que vuelva a salir por esa puerta. En primer lugar, la fama y el dinero rápido se acaban cuando no hay una base sólida detrás, como en tu caso.

¿No cree de verdad que su hijo haya triunfado en la música? – terció una valiente Linda – Dave es un verdadero ídolo de masas, se lo puedo asegurar. Yo misma tengo problemas por la agresividad de muchas de sus seguidoras, celosas de nuestra relación. Con eso le digo todo.

¡Eso no significa nada!. También Hitler era muy famoso, y ya ves como acabó por su mala cabeza. Y, además, tú y tus amigos no habéis conseguido llegar a lo más alto, me he informado bien – señaló con la vista una mesa auxiliar atestada de pilas de revistas musicales, principalmente Billboard y Radio & Redcords- Nunca habéis llegado al nº 1 en ninguna lista, sólo sois unos mediocres y unos aficionados con suerte. ¡Elvis sí que es un nº 1!. ¡Y no le hizo falta abandonar Tennessee como vosotros para conseguirlo! ¿Y sabes porqué? Porque él tenía algo que a vosotros os falta: ¡ TALENTO !.

Aquellas despiadadas palabras de su padre resonarían en su cabeza durante muchos años. Nunca más volvió a verle ni acudió a su entierro el día de su muerte. Para él había muerto aquel día de 1976 tras aquel fallido reencuentro. Ni los buenos deseos de su madre ni la mediación de mis hermanos consiguieron que su padre y él volviesen a cruzar una sola palabra más el resto de sus vidas.

Y, sin embargo, en su interior sabía que algo de cierto había en aquellas duras e hirientes declaraciones. Ellos nunca serían tan buenos como los Rolling ni podrían presumir jamás de la colección de números uno de unos Beatles o de una Barbra Streisand. Eran un grupo famoso, popular, de moda, si se quiere, con una base amplia de seguidores, pero no eran ni de lejos los mejores, aquel no era el sueño de adolescencia que habían compartido aquellos cuatro amigos de Memphis.

El tercer y último disco de los Deep South Miners, grabado a toda prisa para la ocasión, en medio de una gira desastrosa en lo económico y atroz en el terreno personal, salió a la venta a mediados de diciembre de 1977. Era el cartucho final, se jugaban el todo por el todo con este álbum de "consagración definitiva", como decía su mánager, pero que se convirtió, por una serie de motivos encadenados, en una verdadera tumba musical, en su apócrifo testamento artístico. Las razones que provocaron este cataclismo fueron diversas; la primera y principal, los inevitables cambios y fluctuaciones en los gustos del público. Tan sólo unos días después de publicarse el álbum, cuando el primer sencillo, "Love is the answer, not hate" empezaba a sonar en todas las emisoras, se estrenaba en Estados Unidos la película "Fiebre del Sábado Noche", que, en cuestión de semanas, se convertiría en un auténtico fenómeno musical y social. A caballo del éxito de este filme, la un tanto apagada carrera del grupo apátrida Bee Gees (no se sabía bien si eran ingleses, australianos, norteamericanos, o todo junto a la vez) se revitalizó de inmediato al amparo de su vibrante banda sonora. Por espacio de seis meses el nº 1 del Hot 100 estuvo acaparado, directa o indirectamente, por Bee Gees o sus directos satélites, su hermano, el guaperas Andy Gibb, por entonces ídolo de las nenas, o su amiga Olivia Newton-John, con la banda sonora de "Grease", en la que también colaboraban ellos con el tema principal, que cedieron en esta ocasión a la vieja gloria Frankie Valli. Su dominio del Hot 100 en 1978 fue tan descomunal, con cuatro números uno consecutivos, sin contar los otros dos de su hermano Andy, (uno de ellos, "Shadow dancing", se convertiría en la canción del verano en Estados Unidos, ubicua y permanentemente sonando en las emisoras de radio y en las pistas de baile), que apenas dejaron espacio para los demás, incluyendo a los pobres Miners. En estas circunstancias sus ambiciosas canciones no consiguieron pasar del Top 5. El tercer single, ya entrado el verano, a duras penas asomó la cabeza en la lista, y no llegó a entrar al Top 30. Aquello era el principio del fin. Su sonido no se había adaptado a los nuevos tiempos, a la música "disco" que arrasaba en aquel momento, y se estaba quedando algo anticuada, si bien las críticas seguían siendo inmejorables. Pero de las críticas no se come, como bien les hizo saber la casa de discos. El álbum se estancó pronto en los puestos intermedios de la lista, y vendió dos millones de copias menos que el anterior. En Capitol empezaron a sonar las alarmas. Pero el estilo de vida de la banda no se modificó por ello aparentemente. Continuaron las giras maratonianas, las orgías de sus compañeros con "groupies" escogidas, las fiestas salvajes hasta el amanecer, y, en el caso de Dave sobre todo, las drogas y el alcohol en dosis cada vez más masivas, que terminaron por hundirle en una vorágine interminable de peleas con la `prensa, discusiones con Linda y sus compañeros de fatigas, curas de rehabilitación interrumpidas por su impulsivo carácter y posteriores recaídas, al socaire de un drama íntimo que le atormentaba, y que se resumía en las palabras pronunciadas por su padre tiempo atrás: su evidente falta de talento.

Empezó a dejar de componer, los ensayos eran cada vez más caóticos, coincidir los cuatro a la vez en el estudio de grabación se convirtió en una auténtica proeza, y las peleas y los insultos entre ellos, hasta entonces amigos del alma, empezaron a convertirse en moneda habitual. Su relación con Linda también empezó a deteriorarse. Ella era una chica muy tradicional, salvo en el sexo, como la gustaba decir en broma, y no aceptaba sus coqueteos con las drogas ni su evidente desfase vital a partir de 1977. Y un día, tal como había amenazado anteriormente muchas veces, le abandonó. Fue el día de Año Nuevo de 1979, Dave no lo olvidaría jamás. Dos meses después, Capitol decidió rescindirles el contrato que les unía hasta el 81 por incumplir el 90% de las cláusulas firmadas, incluyendo la grabación de material original para un nuevo álbum, que debía salir al mercado ese mismo año, y del que no habían compuesto un solo tema a esas alturas de la película.

El resto era bien conocido por los medios, que se habían ensañado con sus miserias y habían hecho su agosto a costa de su terrible calvario. Mientras sus hermanos conseguían recluirle en un centro psiquiátrico especializado en problemas de adicción y recibía un tratamiento de choque brutal, Linda y su compañero Jordan, el único de los cuatro que se había mantenido con la cabeza fría en medio de ese maremágnum de incongruencias, decidieron concederse una oportunidad mutua y empezaron a salir. Jordan siempre había bebido los vientos por ella, eso era innegable, pero Dave no le veía como a un rival importante, y, además, en sus días de triunfo sobre el escenario, endiosado como estaba, se creía invencible y todopoderoso, como un pequeño dios laico que realizara milagros ante las masas cada noche. Al salir de la clínica aquel verano, después de tres meses de incomunicación absoluta, y un poco grogui por la fuerte medicación recibida, Dave recibió el golpe más mortífero de su vida: se enteró de pronto, sin anestesia ni calmante alguno, y por medio del sensacionalista National Enquirer, de la inminente boda entre Jordan y Linda.

El 15 de Julio de 1979, tras un noviazgo relámpago que coincidió con su estancia en la clínica californiana, Jordan White y Linda Matthews se casaron por el rito episcopaliano en una recoleta iglesia de Nashville. El no estuvo invitado, por razones obvias. Aquel día creyó morir del disgusto. La depresión posterior le duró casi dos años. En sus noches de angustia, especialmente después del nacimiento del único hijo de la pareja, en 1980, solía encerrarse en la habitación, con la luz apagada, las persianas bajadas por completo si era aún de día, y, como siguiendo un ritual secreto, abría con delicadeza un vinilo antiguo, siempre el mismo, como mandaba su obsesiva naturaleza, y lo escuchaba atentamente, con intensidad mórbida. Era siempre la misma canción, que repetía una y otra vez e interiorizaba hasta el tuétano: "The first time ever I saw your face" de la inmensa Roberta Flack. Una obra maestra de 1972 a la que no había prestado atención en su momento, pero que ahora, en esta difícil encrucijada de mi vida, se convirtió en su única y vital droga, en su medicina reconstituyente, según la cadenciosa y susurrante voz de la diva afroamericana desgranaba aquella letanía de verdades que describían perfectamente lo que él sentía y sabía que siempre sentiría por Linda Evangeline Matthews. Aunque ella nunca llegara a saberlo, inmersa como estaba en su nueva vida en Nashville como esposa adorada de un exbatería de un grupo de moda y ahora reputado productor de música country, Jordan White.

Después vino la complicada rehabilitación, que le llevó años, la casa que adquirió con sus magros ahorros junto al lago Kentucky para terminar de reponerse y repensar su vida, y, por fin, el negocio de importación de aparatos electrónicos de Extremo Oriente, con el que consiguió una pequeña fortuna (a sumar a la que previamente poseyó en los 70 y que en la práctica había terminado por dilapidar).

Y, para rematar, en el 84, la boda con Stacey Goldberg, una antigua empleada del departamento de A&R de Capitol, y posteriormente asistente personal de la banda en sus mejores días, con quien había vuelto a coincidir casualmente en Los Angeles años después de haber perdido todo contacto, y que abandonó su trabajo en Nueva York por una vida de princesa de pueblo en Memphis, dedicada a sus dos hijos y a los arcanos de la ciencia astrológica, que tanto parecía apasionarla. Y sus hijos, claro, Jason y Zach, sus dos tesoros, por los que daría hasta la vida. A los que crió, especialmente al mayor, con el pensamiento único de que remataran la jugada que él no pudo llevar a cabo en su momento. Ser los amos del cotarro. Ponerse el mundo por montera y conseguir el nº 1 que Dave no pudo alcanzar en su día, cuando lo tuvo tan cerca que casi podía acariciarlo con las manos. Y no reparó en gastos para ello. Profesores particulares de solfeo y piano clásico, de guitarra, batería y bajo a partir de los 10 años, de canto y expresión corporal, clases de baile de todos los estilos imaginables, drama y oratoria…y, tras graduarse en el instituto, el sueño de cualquier músico adolescente: el curso para jóvenes talentos en la Escuela Julliard de Nueva York. Sí, Jason conseguiría lo que él tan sólo pudo soñar. Si su carta astral no mentía, el éxito de sus desvelos estaba asegurado. Pero por si acaso él hizo todo lo posible para que su destino manifiesto se adelantara al plan previsto. Nueva York, la magia de la Gran Manzana, unida a la ambición propia de los 20 años de Jason "Lucky star" Mills, y sus antiguos y aún valiosos contactos en el mundo de la música harían el resto, y, como se suele decir, marcarían la diferencia.

FIN DEL PROLOGO

NUEVA YORK, 2005

La noche había transcurrido muy deprisa cuando me levanté aquella mañana de invierno con una considerable resaca en mi apartamento del bajo Manhattan. A mi lado, durmiendo como un tronco a pesar de lo avanzado de la hora y del sol que entraba a raudales por la ventana de aquel loft de mediano tamaño, suficiente para mí y para "Jasper", que, de momento, pagaba la discográfica y que adquirí en propiedad tiempo después, frente al Central Park, se encontraba aquel guapo modelo a quien conocí la noche anterior durante la fiesta de presentación de un perfume. Yo no pensaba acudir, pero mi representante me informó de que todos los fotógrafos de la Costa Este acudirían en masa al reclamo de la presencia de la inefable Paris Hilton. Madonna y Demi Moore también se encontraban entre los invitados al acto, ésta última acompañada de su nuevo fichaje, el joven actor Ashton Kutcher. Kylie Minogue, amiga de los patrocinadores, de paso por Nueva York, tampoco faltó, y repartió sonrisas y buen rollo por doquier, muy en su estilo. Pero todo pasó a un segundo plano para mí cuando reparé en Evan. Iba acompañado de una escultural rubia de interminables piernas y físico longílineo, pero rotundo, al estilo de una Nicole Kidman rejuvenecida al menos 15 años. Por un momento pensé que tal vez sería su novia, pero sus insistentes miradas incendiarias durante gran parte de la noche me indicaron a las claras que con ese pedazo de maromo había posibilidad de rollo seguro.

Desde su cerca de 1’90 de estatura, con su fuerte musculatura destacando en un físico imponente de atleta, su pelo rubio, nariz californiana de tobogán (heredada de su madre, según descubrí después) y facciones varoniles con un toque de ambigüedad irresistible, me dejó totalmente obnubilado. A su lado, mi 1’80 de estatura, pelo y ojos negros, que solía resaltar con "kohl" y maquillaje blanco en la cara sobre el escenario para resaltar aún más la palidez de mi rostro, mi levita gótica y mis piercings en labios, orejas e incluso cejas, el contraste no podía ser más pronunciado. Sin embargo, yo era ya una figura emergente en el mundo del espectáculo, y, a mis 20 años, se me empezaba a considerar como uno de los solteros de oro de la década. Mi primer disco junto a mi grupo, Naughty Dollars, publicado dos meses antes, había obtenido muy buenas críticas, si bien el recibimiento en la calle resultaría algo tibio. Tampoco era culpa mía. Desde la aparición de Internet y del fenómeno del pirateo en la red, las ventas de discos se habían hundido, y ahora los músicos vivíamos de las giras y las actuaciones en directo, de los derechos de imagen y de los pocos "royalties" que aún nos llegaban de nuestras grabaciones. El primer single extraído, "Evil", era un trallazo de energía con mezcla bien medida de géneros como el rock gótico de mis admirados Evanescence, la energía salvaje de mis idolatrados 30 Seconds to Mars, el irresistible pop after-punk de Green Day o el estilo aún más cañero y atrevido de los Linkin’ Park, todo ello unido a una cuidada puesta en escena y a la elegancia innata sobre el escenario propia de unos Killers o unos Franz Ferdinand. Mi padre, que, aparte de un genio para los negocios era también, para mi desgracia, un fanático del control y las estadísticas, me bombardeaba el móvil con correos del tipo:""Evil" nº 29 Hot 100. Subiendo" o "Evil" nº 23. Estable", todo lo cual yo ya conocía con detalle en las reuniones semanales en la sede de mi sello discográfico, Universal.

Evan, a sus 25 años, se encontraba en la cúspide de su carrera de modelo. Portada desde hacía un lustro de las principales revistas de moda europeas, triunfaba a la vez y a lo grande como modelo de publicidad y pasarela. Había hecho sus pinitos como actor en un par de comedias románticas, en sendos roles secundarios, e incluso había presentado durante un par de temporadas un espacio dedicado a las nuevas tendencias en moda, diseño, arte y música en un conocido canal temático. No tenía pareja conocida aunque, como de muchos otros top-models, se rumoreaba de él una posible bisexualidad, nunca confirmada por su parte, y su ambigüedad sexual se daba por segura, pese a su apariencia varonil y su voz de barítono.

Tan pronto como pude deshacerme de mi acompañante me dirigí al baño, en ese momento colapsado de gente famosa y anónimos con pasta poniéndose hasta las trancas de todo tipo de sustancias ilegales, y me dirigí al único compartimento que parecía libre (¡y limpio!). Sentado en el inodoro con la tapa bajada conté mentalmente los segundos que tardaría el guapo modelo en llamar con sus nudillos en la puerta. Ni siquiera había pasado un minuto cuando sentí el ruido de las bisagras crujiendo. Evan se encontraba ante mí en carne mortal, con una sonrisa picarona como tarjeta de visita y la camiseta de Armani levantada por encima de los pezones.

(Continuará)