Destino manifiesto (14 - Ultima)
Evan y Jason deberán tomar una decisión crucial, que servirá además para reunir a gente distanciada. Jason conocerá por fin a una persona que le obsesionaba desde hace tiempo.
Cuando aquel verano, tras vender su apartamento en Manhattan, y adquirir una nueva residencia en Miami, (ciudad que nos encanta a ambos), Evan se trasladó a vivir a mi residencia de Malibú, los fotógrafos del corazón encontraron un nuevo filón con el que distraer a sus lectores habituales, ávidos siempre de nuevas y morbosas sensaciones con que atiborrarse durante la semana en curso. En nuestro caso en concreto, primero aparecieron unas fotos robadas mientras hacíamos "jogging" por la playa, acompañados de mi perro, Jasper. A partir de ese momento, el acoso periodístico creció, a pesar de nuestra negativa a definirnos como pareja o como gays, por considerarlo parte estricta de nuestra intimidad.
En la discográfica, sin embargo, se encendieron las alarmas. Me llamaron a capítulo y me recomendaron encarecidamente que optara por la discreción absoluta como estilo de vida, si pretendía continuar con mi ascendente carrera de cantante. Pero yo ignoré sus consejos. Opinaba, y opino, que no debía esconderme, ni tampoco ocultar mi amor por mi pareja de hecho. Ser prudente equivalía en mi caso a esconderme en la madriguera, en lo más oculto del armario. ¿Porqué debía hacer algo así?¿Acaso hacía algo malo o dañino para mí mismo o los demás? Como ni mi mánager ni nadie en la discográfica supieron responder a esta pregunta, yo seguí con mi vida sin inmutarme. Y el resultado me fue favorable. Yo tenía muy claro que si mis seguidores me querían tanto como demostraban en los conciertos, o tras mi estancia en el hospital, debían respetar mis deseos y mi tendencia sexual, les gustase a ellos o no. Y, para sorpresa de muchos, lo que ocurrió fue justamente lo contrario de lo que se temían los jerifaltes de la compañía. Nos convertimos en la pareja sorpresa del año, con más morbo, además, porque no había confirmación oficial de nuestra relación, que para Universal era de "simples buenos amigos". No hacía falta confirmarlo, porque las fotos hablaban por sí solas. Se nos veía juntos en todas partes. Y a la gente empezó a gustarle la idea de una pareja mediática (no reconocida, para más morbo) formada por dos chicos guapos, triunfadores (el viejo cliché americano) y, lo más importante en mi país, jóvenes. A Evan comenzaron a lloverle las ofertas de cine y televisión, y eligió comenzar por pequeños papeles secundarios hasta coger confianza en su nuevo medio. Pero el éxito de la serie en la que interviene actualmente, donde sólo pensaba actuar por espacio de dos meses, ha obligado a los guionistas a dar mayor relieve a su personaje y a extenderle un sustancioso contrato de dos años, que no tuvo más remedio que aceptar dada la cuantiosa aportación económica que le ofrecían.
El verano pasado, mientras nos bañábamos en la piscina, un fotógrafo free-lance, aupado a lo alto de un árbol en una propiedad vecina, haciendo malabarismos, consiguió, por medio de un potente teleobjetivo, sacarnos unas fotos comprometidas.
Aquel día nos había entrado un repentino calentón, y decidimos bañarnos desnudos, creyéndonos protegidos por los altos muros de mi propiedad. Tras los juegos preliminares en el agua, Evan se subió a una colchoneta y se tumbó todo lo largo que es, con el mástil en punta, esperando mi boca traviesa como agua de mayo. Intenté chupársela en todas las posturas, pero siempre terminábamos volcando y en el agua, por lo que optamos por continuar la labor iniciada en una cómoda hamaca. Cómodamente instalado, me ofreció su rabo entero, que metí en mi boca con avaricia innoble. Le lamí el capullo como un sorbete de helado, le levanté las piernas, todavía con la piruleta bien calada en la cavidad bucal, y, con un dedo juguetón, y después dos, procedí a abrirle el culo para dejar paso a mi propio trabuco, que pedía paso con insistencia desde hacía rato. Encontré un condón en mi bolsa de deporte, y me lo instalé en segundos. Evan se dio la vuelta para mejor recibir la embestida, y, a cuatro patas, se la calcé con ganas, despacito primero para que no sufriera su culito, y a buen ritmo después, cuando ya se había adaptado a la nueva y placentera situación. El cabrón del fotógrafo debió hacer algún ruido, porque Jasper, que remoloneaba por allí, siempre atento a nuestra actividad sexual, de la que se ha convertido en gran admirador, (y en nuestro único mirón autorizado), empezó a ladrar con fuerza en dirección al maldito árbol en cuestión.
Pero, con tal calentón encima, y sin pruebas materiales de la presencia del intruso en nuestras vidas, Evan y yo proseguimos nuestra gozosa coyunda en todas las posturas imaginables, siempre encima de la bendita hamaca que cobijó nuestros ardores. Cuando me cansé de empujarle por las bravas, me decidí a descansar yo sobre la hamaca y que fuera él quien se ensartara mi nabo por el culo por el simple procedimiento de hacer sentar su fornido corpachón encima mío, y encajar su dilatado ano en mi excitado falo.
Cuando ví llegado el momento de correrme, me decidí a hacerlo en su cara, lo que debió satisfacer sobremanera al jodido invasor de la intimidad ajena. Mi chico eyaculó al instante, y, tras limpiarle a lengüetazos la cara de mi propio semen, nos fundimos en un casto e interminable abrazo, que culminó en ducha colectiva, ya en el interior de nuestro hogar.
Cuando la amenaza de publicación de las fotos porno llegó a oídos nuestros (y de nuestros respectivos mánagers) los nervios dieron paso a un conato de histeria. Si nos pedían dinero a cambio de no publicarlas, podíamos arruinarnos en el intento. Por eso decidimos plantar cara a los responsables de esa "hazaña" y les anunciamos seguras represalias legales en caso de llegar a ver la luz. En este toma y daca de intereses creados, al final se llegó a un acuerdo salomónico: la conocida revista del corazón a la que el afortunado fotógrafo había vendido su mercancía nos ofreció un acuerdo de colaboración: ellos nos entregaban los negativos de las fotos a cambio de que nosotros saliéramos del armario y reconociéramos públicamente nuestra relación. Si, además de eso, accedíamos a casarnos en una ceremonia privada, otorgando la exclusiva de la misma a dicha publicación, nos pagaban una buena cantidad de millones. La revista sabía perfectamente (y nosotros también) que ellos salían ganando en el trato (la simple aparición de una boda gay en portada podía cuadruplicar sus cifras de venta, debido al morbo y a la novedad de la situación). Después de mucho pensarlo, de reuniones de urgencia con abogados, especialistas en marketing de la Universal y, por supuesto, con nuestros respectivos mánagers, llegamos a la conclusión de que merecía la pena arriesgarse y dar el paso. En California se había aprobado recientemente el matrimonio gay, y algunas parejas estables, como la formada por la presentadora de televisión Ellen DeGeneres y su compañera, la actriz Portia de Rossi, se habían decidido a dar el paso y pasar por el altar. No éramos ajenos a la polémica que se instalaría en nuestra vida a partir de ese momento, pero también lo veíamos como una oportunidad única que nos brindaba la vida de hacer público nuestro amor y dejar de escondernos. Nuestras familias sabían lo nuestro desde hacía tiempo, y se nos ocurrió que sería una buena idea compartir con el público nuestra felicidad. El dinero cobrado con la exclusiva iría a parar a causas benéficas, nadie nos podría acusar de beneficiarnos de un hecho tan importante en nuestra vida como aquel. Sabíamos que posiblemente perderíamos algún contrato publicitario o alguna oferta cinematográfica por casarnos, pero también teníamos claro que los tiempos estaban cambiando y la mentalidad de la gente ya no era tan retrógrada como antes. Si Hollywood le cerraba las puertas a Evan por hacer pública su homosexualidad, siempre quedaba la televisión, que en mi país es un medio infinitamente más liberal. Y si yo perdía algún contrato publicitario o un patrocinador, también lo podía reemplazar por un nuevo mecenas "gay-friendly", que los hay, y a patadas, en la actualidad. Todo es relativo.
La boda tuvo lugar en el mayor de los secretos, para evitar que otros medios reventaran la exclusiva, en el jardín de mi mansión californiana. Yo iba de negro riguroso, fiel al estilo que me ha hecho célebre sobre el escenario, con chaqué y levita. El sombrero de copa lo dejé para mejor ocasión. Evan estaba guapísimo, vestido íntegramente de blanco, en lo que parecía una versión gay de una boda convencional. Mi tía Rosemary, famosa fotógrafa desde hace décadas, que trabaja en la actualidad para la revista Harpers Bazaar, se encargó de realizar toda la sesión oficial de fotos de la ceremonia. Fue la única condición que exigimos para llevar a cabo el enlace. Entre los invitados, no muy numerosos dado el carácter semiclandestino de la ceremonia, se encontraban algunos famosos. Entre ellos no podía faltar la exuberante Sarah McMullen, con un exagerado vestido palabra de honor de color rosa, por supuesto, que apenas ocultaba sus abundantes encantos, acompañada de su fornido jugador de rugby. Los chicos de la banda acudieron con sus respectivas parejas, casi todas ellas modelos. ¿Qué tendrán los/las modelos, que parecen atraernos como un imán a los músicos de rock?.
Encontrar un clérigo que quisiera casar a una pareja gay no resultó tan difícil como podría parecer en principio, y rápidamente contactamos con un pastor unitario que bendijo nuestra unión sin mayores obstáculos por su parte. Al fin y al cabo, él a su vez se había casado con otro hombre en Massachussets, uno de los pocos estados que permiten el matrimonio homosexual, y su marido se encontraba en primera fila durante la ceremonia. La Iglesia Unitaria es una de las confesiones religiosas más liberales del país, quizá porque su sede social se encuentra en la progresista ciudad de Boston. Aunque no soy practicante de ninguna religión, debo reconocer que siento afinidad por las creencias (o falta de ellas, según los cristianos evangélicos) y filosofía vital de esta centenaria organización.
Uno de los momentos más entrañables de aquella boda fue la posibilidad de ver con mis propios ojos el abrazo que sellaba la reconciliación definitiva entre los dos futuros consuegros, es decir, mi padre, por un lado, y Jordan, el padre de Evan, por otro. Nada más verse se fundieron en un abrazo largamente aplazado, y, posteriormente, en una interesante conversación privada que me hubiera encantado presenciar, pero, debiendo atender al resto de invitados, me resultó imposible enterarme de su contenido. Por su lenguaje corporal, sin embargo, yo diría que estaban haciendo buenas migas, y que los problemas que llevaron a la sonada ruptura de su amistad hace 30 años están superados por completo. El hecho de que una elegantísima Linda, que ejerció por derecho propio como madrina de su hijo y como gran dama de sociedad que es, congeniara tan bien con Jessica, la asidua acompañante de mi padre en los últimos tiempos, es otra buena señal a sumarse a la tónica general de buen rollo que imperó a lo largo de la jornada.
Para el necesario acompañamiento musical en el banquete nupcial, no pude encontrar mejor ocasión para contratar y conocer en persona al otrora ídolo de las nenas Larry Kovacs, acompañado de los restos de su antaño puntera banda Allstar Convention. Y, tratándose de ellos, y con motivo de una boda por amor, no podían dejar de tocar su mayor éxito, "Sunshine in my heart", una preciosa canción atemporal cuyo título describe a la perfección el sentimiento que me embargaba en el día más feliz de mi vida. Que también debió serlo para la revista que patrocinaba el enlace, porque la portada con el beso en los labios de los contrayentes se agotó en los puntos de venta, y se convirtió en uno de los números más vendidos en la historia de esta veterana publicación semanal.
EPILOGO
En un momento del banquete, tras la actuación musical y proceder a partir junto a Evan la tarta gigante con dos muñecos del mismo sexo cogidos de la mano que coronaba su cima, fui a saludar a los músicos, ofrecerles puros e invitarles a unirse a la celebración. Mi padre biológico, Larry Kovacs, aceptó gustoso. Le encontré algo mayor y un poco fondón, si bien es verdad que de voz anda todavía muy bien, aunque lleve años retirado de la escena, dedicado a sus negocios y a la cría caballar, y solamente actúa en pequeños eventos como bodas y celebraciones por el estilo. Hice con él un aparte en una mesa alejada, y le ofrecí una caja de puros, que aceptó encantado. Mientras se encendía un habano con prontitud, yo me interesé, un poco por compromiso, pero también por conocer detalles vitales de mi progenitor, por su existencia actual y su familia.
¡Uff! La buena vida ya concluyó para mí hace muchos años. Yo también terminé casándome, quien lo iba a decir. Pero te confesaré un secreto, y espero que no te moleste escucharlo.
Adelante. Soy todo oídos. Ya estoy curado de espanto, no se preocupe.
Cuando yo era joven como tú era un hombre muy mujeriego, un bala perdida. Esto no es ningún secreto, desde luego. Tuve muchas novias y muchos rollitos, eso es cierto. Pero lo que nadie sabe es que estuve enamorado durante muchos años, en el mayor de los secretos, de una mujer maravillosamente atractiva e inteligente, pero de aspecto triste. Me dio siempre la sensación de no ser amada como debía.
¿Y era una mujer famosa en la época tal vez? pregunté yo ingenuamente.
Larry mostró una sonrisa campechana y abierta, muy parecida a la mía. De nuevo los genes habían hecho de las suyas.
Sólo entre los que la conocimos bien ahora parecía mostrar una faceta nostálgica, como si estuviera añorando un ser definitivamente perdido en el recuerdo pero tú sí la recordarás bien, porque se llamaba Stacey Goldberg ¿te suena?.
¿¡Mi madre!? ¿Usted estuvo enamorado de mi madre? mi tono de incredulidad no podía sonar más auténtico. Mi madre siempre dejó en claro que lo suyo con Larry sólo había sido un rollo sexual por ambas partes.
Bueno, ella nunca quiso verlo así. Yo me declaré a ella en infinidad de ocasiones, pero no quiso aceptarme. Pero ten por seguro que, si me hubiera aceptado, me habría casado con ella de inmediato. De hecho, fue mi gran amor.
No puedo creer lo que estoy oyendo - y doy fe de que era así realmente.
Y si yo hubiera sabido ciertas cosas que ella me ocultó, y de las que he sido consciente hoy aquí por primera vez en todos estos años habría arriesgado mucho más para conseguir casarme con ella. La hubiera intentado convencer de la sinceridad de mi amor a toda costa. Pero ella era muy lista .sabía hacer las cosas. sonrió de nuevo levemente- El que salió ganando en todo esto fue tu padre, que se llevó un tesoro, pero no le guardo rencor en absoluto.
Yo estaba un poco aturdido por lo que acababa de escuchar, aunque pocas cosas podían sorprenderme ya en esta vida. Hice un esfuerzo extra por articular palabra.
Larry, dígame una cosa ¿A qué se refiere
Tutéame, hijo, por favor, que estamos en familia bromeó él.
Aquella broma, cargada de evidente segunda intención, me desarmó por completo. Continúe como pude con mi pregunta sin prestar atención a sus malévolas insinuaciones.
Larry, ¿Qué has querido decir con que mi madre te ocultó cosas? conocía la respuesta de antemano, pero necesitaba escuchársela decir a mi padre de sus labios- ¿Y porqué razón dices que hoy has sido consciente de ellas?.
Mi padre biológico parecía encantado con la tensión creciente que había generado en mí su extraño proceder. Sin mediar palabra, pero con una sonrisa de oreja a oreja, sacó del bolsillo del esmoquin blanco con el que había actuado una cartera. Sin más preámbulos, extrajo de su interior una foto de tamaño mediano, en la que aparecía un muchacho de mi edad, o eso me pareció desde lejos.
Como te he dicho antes, yo también terminé casándome, cuando superé el rechazo de tu madre. Entre medias hubo otras aventurillas, por supuesto - se echó a reír al recordar sus tiempos de Casanova hasta que conocí a Claire en el 87. Dos años después nació mi hijo Troy, que acaba de cumplir 19 años. Es el de la foto ¿Qué te parece? ¿Es guapo, verdad? y me extendió la foto orgulloso para que la echara un vistazo.
Yo no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Un relámpago imaginario pareció atronar en el fondo de mi mente cuando miré aquella instantánea, tomada aparentemente en una playa local, al ver que el chaval de la foto y yo éramos prácticamente idénticos. El mismo corte de cara, el mismo color de ojos, la misma nariz, rasgos similares, y un toque de familia más que evidente. Era mucho más parecido a mi hermano desconocido que a Zach, y, desde luego, mientras que nadie diría que Larry era mi padre basándose en el simple parecido físico, (una de las razones de que me decidiera a contratarle para la fiesta, tampoco hubiera estado bien humillar así a mi padre putativo/real), en cambio era innegable que el chico de la foto y yo éramos miembros de la misma familia.
Le devolví la foto, sin poder asimilar mi enorme sorpresa, e incapaz de hacer ningún comentario medianamente inteligente. Mi cara de infinita sorpresa lo decía todo. No se pudo llamar a engaño, desde luego. Estaba claro: él era mi padre, y nada más verme lo había adivinado. Así de fácil.
Me puso una mano en el hombro, en actitud ciertamente paternal, y, mientras se guardaba la cartera de nuevo, se levantó con la excusa de ir al servicio. Me guiñó un ojo buscando mi complicidad y desapareció entre el resto de invitados. Me quedé en la silla unos minutos, y pedí a un camarero que pasaba cerca una copa de champagne. Por abstemio que fuese desde que había vuelto a entrenar en mi gimnasio privado con Evan, en este momento la necesitaba. Fui sorbiendo lentamente su contenido, sonriendo para mis adentros por las extrañas formas que tiene la vida de conducirnos hacia donde ella quiere. Me sentí plenamente feliz en aquel momento, relajado y en armonía conmigo mismo y con el resto del mundo. Dejé la copia a medio beber sobre la mesa, y me uní a Evan y al resto de invitados, sabiendo que tal vez nunca tuviera un padre biológico al estilo tradicional, pero sí había ganado un buen amigo de por vida.