Destino manifiesto (13)

Jason recibe el cariño y el apoyo de sus fans al salir del hospital. Ahora deberá rehabilitarse en un centro de desintoxicación, donde recibirá una vsita inesperada.

Cuando algún tiempo después recibí el alta médica y abandoné el hospital, pude comprobar de primera mano la verdad en cuanto decía mi padre acerca de lo que la gente me quería. Una multitud inmensa me animaba, me vitoreaba, me entregaba regalos, pequeños detalles que me llegaron al alma. Se veían grupos de chicas muy jóvenes con pancartas algo siniestras, a mi entender, con mensajes tan subliminales como: "Eres todo corazón, por eso no te cabe en el pecho" o "Te ofrezco mi corazón, ¡tómalo!", en su doble sentido amoroso y de trasplante de órganos, algo que era totalmente innecesario y fuera de lugar en mi caso. Pero mis fans son así. Tan enloquecidos como su ídolo. También se veían fans masculinos disfrazados como lo hago yo en el escenario, maquillados y hasta alguno con levita y sombrero de copa. Todo un poco friqui, para ser sinceros. Allí estaban también los miembros de mi banda, nuestro manager, por supuesto, mi familia, como es natural, y representantes de mi casa de discos y de las marcas que patrocinaban nuestros conciertos.

Después de esto - le comenté a mi mánager en la limusina que me condujo a mi apartamento en Park Avenue - seguramente los de los relojes de lujo se estarán pensando continuar con el patronazgo, me imagino.

El se echó a reir sorprendido.

¿Pero que dices? Todo esto habrá sido malo para ti, pero buenísimo para tu carrera. No te puedes imaginar los progresos que has hecho en un mes. Echa un vistazo, anda.

Me mostró un dossier interno con el sello de la Universal estampado en todas sus hojas.

Efectivamente, nunca un mal propio había traido tanto bien colectivo. Porque de mí y de mi salud dependían ahora muchas familias americanas.

Eddie continuó desgranando un rosario de hitos que yo veía reflejados en los estudiados gráficos y comparativas del dossier.

En este tiempo que has pasado en el hospital han pasado muchas cosas. El single continúa mandando en el nº 1 del Hot 100, y el álbum pasó en una semana del nº 9 al n º 1 en ventas. Es evidente que esto último no hubiera sucedido tan rápido de no haber sido por la polémica que rodeó tu enfermedad.

Ah, sí ¿Y qué es lo que dicen por ahí?.

Eddie parecía contento, de forma harto sorprendente tratándose de un artista suyo y de la prensa del corazón, un binomio imposible de compatibilizar.

Pues, aunque no lo creas, por una vez no se han portado mal. Han respetado bastante a tu familia, quizá por respeto hacia el dolor de tu padre. Y han relacionado tu consumo de drogas con la muerte de tu madre, dicen que no lo llevas bien, que estábais muy unidos, y que no has podido superar su pérdida. En líneas generales, el público te disculpa, y se ha puesto de tu parte. Cosa rara, porque a otros…y a otras que no quiero mencionar, les han crucificado públicamente por mucho menos que lo tuyo.

Vaya, veo que tengo suerte hasta para eso. Mi madre – cerré por un momento los ojos al recordarla- mi madre decía que yo había nacido de pie, que las estrellas estaban de mi parte. Y que no abusara de mi suerte, que jugara a su favor.

¡Eso es lo que tienes que hacer!- su tono cambió de la broma a lo serio de inmediato- No pienses que la gente te va a disculpar tus excesos eternamente. El público no es tonto, y sabe distinguir lo que es una depresión circunstancial de una adicción irreparable. Te aconsejo que no destroces tu imagen de chico bueno con carisma morboso por otra de artista patético y atormentado consumido por las drogas y el alcohol. Ese número ya lo han representado muchos otros antes que tú…y nunca salió bien. La gente se cansa de esos pobres diablos, por muy creativos y geniales musicalmente que sean. Y su cuerpo también se cansa de ellos…y les dice: ¡Ahí te quedas! ¿Me has entendido, chaval?

Perfectamente, Eddie. Y no puedo estar más de acuerdo con tu apreciación.

Entonces no hay más que hablar. ¡Toma!

Me alargó un folleto y un formulario adjunto. Yo no entendía nada.

-¿Y esto para qué me lo das?.

El sonrió ufano señalando la primera casilla del formulario. Apellidos y nombre.

Muy fácil, Jay. Para que lo rellenes. Es el mejor centro de desintoxicación de drogas que conozco. Está en California. Quiero que rellenes voluntariamente la solicitud y que hagas las maletas después.

¿Las maletas?

Si, ingresas dentro de tres días. Tu familia está de acuerdo. Solo falta tu consentimiento. ¡Ah!...¡no te olvides de firmarlo!

La estancia en aquel centro fue la experiencia más dura de mi vida. Pero también me sirvió para recapacitar, tomar contacto conmigo mismo, por primera vez en años, y abandonar por un tiempo la vorágine de viajes, hoteles y actuaciones en que se había convertido mi vida. Si bien es cierto que mi familia venía a visitarme a menudo, eso no impedía que me sintiera profundamente solo en aquel entorno rural, excesivamente alejado de mis gustos urbanos y de la sofisticación de mi vida anterior. Allí no era ninguna estrella del rock. Allí era simplemente Jason. Ni siquiera Jason Mills o Jason Gandolfi. No, allí no contaba ni la profesión, ni el estatus, ni los apellidos. Me aburría soberanamente confiando en que llegara pronto el día en que me dieran el alta, pues consideraba que había hecho muchos progresos, sobre todo a nivel psicológico.

Una tarde me anunciaron una visita. Yo no esperaba a nadie en esos momentos. Tenía limitación voluntaria de visitas, un detalle menor que venía incluido en el formulario que firmé antes de ingresar y que impedía que más de cinco personas me visitaran cada semana. Esta era la quinta que lo hacía, y el cupo se cerraba… ¿pero quien coño sería?. Debía ser una sorpresa, porque nadie me había avisado con antelación, como otras veces. En ese centro no se permite el uso de móviles, por lo que si quiso avisarme de ese modo se encontraría el terminal apagado o fuera de cobertura.

Me dirigí raudo a la entrada del edificio principal, y cual no sería mi sorpresa cuando vi desde lejos a un mocetón en vaqueros, camiseta y cazadora de cuero negra, que me miraba sonriendo. No, no podía ser cierto, me dije a mí mismo. No podía ser él. Y no es que no hubiera pensado en Evan durante las últimas semanas. De hecho, cada vez le echaba más de menos. Pero no me imaginé nunca que viniera a visitarme.

Hola, Jason. ¿Cómo te encuentras? – me cogió por los hombros con una familiaridad que me sorprendió.

Hola, Evan. Bueno, según mis cuidadores estoy haciendo muchos progresos. Prevén que en un par de semanas a lo sumo pueda estar dando guerra sobre el escenario. En la discográfica cuentan las horas que faltan para mi salida. No ven la hora de que me vaya de gira, y la máquina recaudadora vuelva a funcionar.- comenté con un deje indisimulado de desencanto.

Evan me miró de arriba abajo, como si me viera por primera vez.

Oye, te ha venido bien el descanso. Esto del campo y del aire puro te está sentando de maravilla. Pareces otro desde la última vez que nos vimos. Has ganado mucho peso.

Si te digo la verdad- reconocí yo mientras salíamos a pasear por las extensas praderas de bosque mediterráneo que rodeaban el centro – me paso el día comiendo. La ansiedad me lleva a comer más de la cuenta. Es un efecto secundario del tratamiento tan severo que realizo.

Que te está viniendo fenomenal – señaló Evan.

Había llegado el momento de agradecerle lo que había hecho por mí en aquella fiesta de fin de año. Aquella acción de emergencia pudo haberme salvado la vida. No podía esperar más tiempo para decírselo.

Escucha, Evan

Te escucho.

Hay algo que quiero decirte. La verdad es que no consigo recordar nada de lo que sucedió aquella noche. Ya sabes, la de fin de año. Pero en el hospital me comentaron que tú me acercaste hasta allí, y quería agradecértelo personalmente. Lo hubiera hecho al salir de aquí. No quise llamarte ni mandarte un mensaje porque me parece demasiado impersonal. Necesitaba decírtelo en persona.

El sonrió aliviado. Su rostro se abrió en una sonrisa permanente a partir de entonces.

¿¡No pensarías que iba a dejarte allí tirado!? Me desesperé al ver que no llegaba la ambulancia… - se le notaba incómodo hablando de este tema - Por cierto… ¿quieres decir que… no recuerdas nada de lo que pasó aquella noche?.

Negué con la cabeza.

Lo he olvidado todo. Dicen los médicos que es un mecanismo de defensa del cerebro ante un shock traumático tan fuerte como el mío.

Por una vez me alegro del mal ajeno – bromeó él.

¿Porqué dices eso?- yo no entendía nada.

Muy sencillo. Porque así no te acordarás de las cosas horribles que te dije aquella noche.

¿A mí? ¿después de que te invité a mi fiesta? ¿porqué?

El tragó saliva antes de responder. Torcimos por un sendero de grava hacia un bosquecillo de pinos californianos. Me senté en un columpio improvisado, compuesto de un simple neumático de camión y una cuerda atada a la rama más alta del árbol.

No tiene importancia, y tampoco quiero generarte más stress obligándote a recordar algo relacionado con aquella noche. Sólo te diré que tú estabas muy colocado, y te era imposible disimularlo. Y yo, en lugar de mantener la boca callada, me puse a jugar al papel de hermano mayor pesado. Eso es todo. Por eso venía a pedirte disculpas. No te he traído ningún regalo porque no sabía si me permitirían dártelo.

Aquel detalle me emocionó. Pero no dije nada. Bajé del columpio, y decidimos descansar sentados bajo un frondoso pino. No podía creer que estuviera tan cerca del ser que más amaba en el mundo.

No tienes por que disculparte – le corregí- en realidad soy yo el que debería agradecer todo lo que has hecho por mí, incluyendo esos consejos de fin de año, que por desgracia llegaban tarde para mí. Me imagino que me puse ciego en la fiesta.

Me temo que sí, y que no era la primera vez ¿verdad?.

Bajé la cabeza avergonzado.

Estás en lo cierto. Creo que he desbarrado mucho estos dos últimos años.

Con los brazos alrededor de las piernas, sentado con la espalda apoyada en el tronco del viejo árbol, Evan parecía estar posando para una sesión de publicidad de Burberrys, si bien las prendas que llevaba encima eran mucho más informales, aunque todas de diseñadores conocidos. Me miró compasivo.

No importa, Jay. Lo que tienes que hacer es no recaer en los mismos errores. Intenta no frecuentar los mismos antros ni a los colegas de antes. Desconozco la razón por la que me rechazaste y elegiste ese estilo de vida, lo único que te puedo decir es que echo terriblemente de menos al Jason que yo conocí.

Hundí mi cara entre las piernas antes de responder.

Ese Jason que conociste ya no existe, Evan. Han pasado demasiadas cosas en mi vida, demasiadas movidas. Ha habido algo que ha marcado mi vida.

Evan volvió a pasarme la mano por los hombros.

Bueno, si alguna vez quieres confiarle a alguien tus problemas, quiero que sepas que en mí siempre vas a encontrar un buen amigo, Jay.

Me volví hacia él entristecido. No era eso lo que deseaba escuchar de sus labios. O no sólo eso, al menos. En esta nueva etapa de mi vida, iba a necesitar los fuertes brazos de Evan en mis hombros, pero también sentir el tacto de sus labios en contacto permanente con los míos. Decidí encarar la situación con sinceridad.

Ese es el problema, Evan. Yo no quiero que seas mi amigo. Eso está muy bien, pero yo echo de menos tu amor, tu compañía, tu cariño, tu sexo. Todo.

Evan cambió de expresión. Por primera vez le ví perder la compostura. No sabía que hacer con las manos. Se comportaba como si hubiera encontrado un tesoro enterrado.

¿Quieres decir que tú también me echas de menos tanto como yo a ti?.

La expresión de mi rostro cambió de forma radical. Una radiante sonrisa apareció escrita en mi cara.

Ya ves que sí. ¡Y no sabes cuanto!.

Nos abrazamos en silencio, y, por primera vez en mucho tiempo, nuestros labios se unieron en un dulce beso de reconciliación.

A propósito, Evan . No te he preguntado que haces en Estados Unidos en plena temporada de desfiles en Europa. ¿Estás de vacaciones?.

Evan tenía ese as guardado en la manga para el final.

En realidad no. Simplemente he decidido retirarme del mundo de la moda. Llevo diez años en esto, he llegado a lo más alto, y siento que he tocado techo, que en este sector ya he ofrecido todo lo que podía dar. Ahora me esperan nuevos retos. En mi país, en los Estados Unidos.

Sonreí inadvertidamente al escuchar eso. Era la mejor noticia que podía recibir para acelerar mi curación e infundirme ánimos para retomar mi carrera.

En los meses siguientes, a la salida de la clínica, completamente rehabilitado, según me aseguraron, mi vida dio un vuelco absoluto. Inesperado y súbito. Todo pareció ponerse patas arriba. En primer lugar, la música. "Chains around my heart" permaneció nueve semanas como nº1 de la lista Billboard americana, se convirtió en una de las canciones más populares del año, y arrastró al podio a los dos siguientes singles, que finalizaron en el nº 2 y en el nº 5 respectivamente. Tanto el álbum como el DVD de la gira americana se agotaron en las tiendas, pese a la creciente crisis económica. En Universal estaban encantados y nos renovaron el contrato. Esta vez las condiciones, tanto económicas como profesionales, mejoraron sensiblemente. A partir de ahora, por contrato, se me permitía el suficiente tiempo libre como para compaginar mi carrera musical con mi incipiente actividad cinematográfica. Por esa época, empecé el rodaje de una película como actor secundario, cosechando buenas críticas en general, lo que me ha valido nuevos contratos con papeles más importantes, y también cameos y apariciones estelares en series de TV. Por otro lado, las condiciones económicas y los royalties recibidos han mejorado sensiblemente, lo mismo que nuestra libertad artística a la hora de elegir repertorio, tomar decisiones relativas a nuestra imagen pública (esto incluye desde video-clips a posters promocionales) y fijar un calendario de giras de acuerdo a nuestras necesidades personales. Todo un avance que me ha hecho ganar mucho tiempo libre en el último año.

Mi padre encontró por fin un inesperado hobby que le mantiene ocupado en sus ratos: los bailes de salón. Gracias a esta desconocida afición tardía ha conocido a una mujer llamada Jessica, de 50 años, divorciada y sin hijos, que, aunque aún es pronto para asegurarlo, podría haberle devuelto la ilusión por la vida. Ambos estaban apuntados a las clases del mismo club social, pero ninguno de los dos encontraba una pareja disponible. Cuando la profesora les sugirió que formaran pareja de baile, a pesar de no conocerse en persona, ellos decidieron probar suerte. Y todo parece indicar que la alegría intrínseca propia de la actividad lúdica que realizan se ha contagiado a su vida privada. Las salidas y entradas de ambos desde hace meses se suceden con asiduidad, y las largas noches de brandy e insomnio de mi padre en su estudio de Memphis han pasado a mejor vida. Lo que no significa que no siga recordando a mi madre, y siendo fiel a su cita con ella y con su rosa roja. Cita que podría ser ahora semanal, no diaria. Los negocios y el baile le impiden acudir con más asiduidad. Pero, de algún modo, también sacó tiempo para algo más durante este último año.

La vena política de mi padre, dormida desde que a los 15 años hiciera campaña en su barrio de Memphis con fervor adolescente por el llorado Bobby Kennedy, (a espaldas de su padre, que apoyaba a Nixon), resurgió en 2008 dedicándose en cuerpo y alma a la campaña a la presidencia de Barack Obama. Nunca le vi tan enfervorizado por un candidato, del color que fuera, que por el brillante senador de Illinois.

En una de las cenas que el Comité Demócrata local de Memphis organizó con el objetivo de recaudar fondos para la campaña del senador de Illinois, coincidió con unos visitantes inesperados, recién llegados de Nashville. Los padres de Evan, fervientes demócratas del ala más liberal del partido. Ellos no se percataron de su presencia entre bambalinas, controlando el desarrollo de la cena y la posterior subasta, pero mi padre sí les reconoció perfectamente (la eterna juventud de esa pareja, que parece haber firmado un pacto con el diablo, sin duda ayudó mucho en la tarea). Y, para su vergüenza, pudo comprobar la profunda unión que existía entre ellos, sus miradas cómplices durante la cena, sus manos cogidas disimuladamente por debajo de la mesa durante la subasta, y la profunda complicidad que demostraban compartir en todas las esferas de la vida. No parecía en absoluto una pareja que llevase casada casi 30 años. Más bien mi padre tenía la impresión de encontrarse ante una pareja de novios o como mucho de recién casados que estuvieran aún disfrutando de su luna de miel. Fue en ese momento cuando se dio cuenta del terrible error de juicio que había cometido con ellos en estos largos años de rencor y odio eterno. Pero cuando, acabada la cena, se armó de valor y decidió salir a saludarles, y a disculparse una y mil veces por aquellos hechos del pasado, descubrió que acababan de marcharse, pues habían sido de los primeros en salir, al parecer, para llegar a tiempo de coger su vuelo de regreso a Nashville. Mi padre pensó entonces que, una vez más, había llegado tarde para salvar su relación con su gran amor del pasado y con su mejor amigo de juventud. Se equivocaba. Pero esa es otra historia.

(Continuará)