Destino manifiesto (10)
La repentina muerte de su madre pilla a Jason desprevenido, y no consigue llegar a tiempo de despedirse de ella. Pero antes de morir ella le ha dejado escrita una extensa carta.
El avión con destino a Memphis salía con retraso, y mi estado de nervios era tan alto que ni los tranquilizantes más potentes del mercado podían hacer algo por mi alma. Repantigado en el asiento, con la vista perdida en la eternidad del Medio Oeste, mis ojos, abiertos como platos, pedían una tregua que yo no podía concederles. Intenté en vano cerrarlos y dormitar al menos un rato, pero la imagen de mi madre enferma no se me iba de la cabeza.
Mi familia había sido hábil en ocultarme la mortal enfermedad de mi madre, que se encontraba en fase terminal sin yo enterarme. Aquello me sublevó cuando lo supe, por más que me dijeran que había sido decisión materna para no interferir en mi brillante carrera musical, como si cuidar y preocuparte de tus mayores, compartir con ellos al menos sus últimos días de vida no fuera una necesidad vital, que cualquier hijo tomaría de resultarle posible; y yo hubiera removido cielo y tierra para conseguirlo. Bien es verdad que parte de la culpa era achacable a mí mismo. Desde nuestra trascendental conversación en su despacho de la casa familiar de Memphis no había vuelto a verla en persona. Mi dolor y mi sorpresa por la gravedad de los asuntos hablados habían hecho mella en mi ánimo, habitualmente afectuoso, y no sentía ganas de encontrarme de nuevo en su presencia. No me sentía preparado para mirarla a la cara después de lo ocurrido. En mi interior la había perdonando, no podía juzgarla porque ella era mi madre y había sido buena con mi padre y conmigo, por no hablar de Zach, su pequeño tesoro, como le llamaba. Pero algo más fuerte que yo me impedía visitar la casa familiar con la frecuencia relativa de antes. Mi padre lo achacó al fulgurante ascenso de mi trayectoria artística, que me retenía en lejanos lugares, ofreciendo lo mejor de mí mismo, y no se preocupaba demasiado por ello. Pero mi madre, intuitiva como era, debió darse cuenta, y, debido al amor sin límites que me profesaba desde niño, ese amor inmenso del que ella presumía sin reparos, aquello la afectó en lo más íntimo, y, de este modo, la enfermedad se cebó en ella con más ahínco al encontrarla desprotegida, débil e indefensa, lejos de su retoño, de su estrella de la suerte.
Cuando llegué al hospital, y encontré a mi padre a las puertas de la habitación, deshecho en lágrimas, él, que no hubiera llorado ni si los Grizzlies hubieran perdido una final de la NBA, comprendí que había llegado tarde. Ya no había nada que hacer. Mi madre estaba fría como el mármol y yo maldije a todo y a todos por haberme ocultado la gravedad de la situación. En seis meses se había consumido como una vela, y ahora lo que estaba viendo ya no era mi madre, sino el resultado final de un cruel proceso de metástasis en un cáncer múltiple diagnosticado tarde, demasiado tarde.
Al cabo de cierto tiempo, cuando recuperé la cordura, tras abrazarme a mi hermano por un lapso de tiempo indefinido, me acerqué a mi padre, que había perdido a su compañera de vida, a la mujer que, por las buenas o a las bravas, recondujo su vida y le dio dos hijos y una estabilidad que nunca creyó posible para él.
Nos ha dejado, Jay, se ha ido sin nosotros tenía el rostro aún bañado en lágrimas, pero parecía algo más sereno y sosegado, quizá resignado a su suerte.
No quise enturbiar su dolor con mis justas protestas por el ocultamiento de la gravedad del mal que devoraba a mi madre, del que sólo tuve noticias tranquilizadoras ("era sólo un tumor benigno, ya se lo han extraído", me decían los muy falsos, supuestamente para no afectar mi rendimiento artístico sobre el escenario. ¡Lo que hay que oír!), y me abracé a él como sólo un hijo y un padre pueden hacer, en completo silencio, sintiendo un amor incondicional hacia él y con el pensamiento puesto en mi madre, que se había ido demasiado pronto, cuando aún la restaba tanto por hacer aquí; tantos clientes que atender, tantas almas que cartografiar, y tanto amor que repartir.
Ella ha sido el auténtico motor de mi vida me confesó mi padre aquella noche- y ahora no sé si podré continuar mi rutina normal. Stacey me ha querido como ninguna mujer lo ha hecho con anterioridad, y yo no sé si la supe corresponder de la misma manera. Ella se hubiera merecido un marido más atento, más pendiente de ella. Y no un viajante profesional como yo, pero así son las cosas. Yo he hecho lo que he podido.
Tú has sido un buen marido y un mejor padre, te lo aseguro. No creo que mamá tuviera la menor queja de tu comportamiento.
Mi padre, hundido en el sofá, aquella última noche antes del entierro de su esposa, se sentía totalmente abatido.
Lo sé, pero ahora me arrepiento de no haber sido más cariñoso con ella. Y, sobre todo, de haber dedicado mis pensamientos más íntimos a Linda en lugar de a la maravillosa mujer con la que compartía mi vida. Hasta en eso he sido egoísta. Mi amor por Linda siempre se interpuso entre nosotros. Nunca pude superar su ausencia- se lamentaba mi padre, visiblemente avergonzado de sus palabras- y he perdido gran parte de mi vida rememorando un sueño de juventud que estaba muerto, y descuidando lo único real que daba sentido a mi vida.
¿Has seguido pensando en Linda todos estos años?.
Mi padre asintió con la cabeza, sin levantar la vista del suelo.
Todos los días de mi vida. Y tu madre, que era muy lista, tuvo que darse cuenta. En una ocasión me sorprendió en mi estudio, desprevenido, leyendo una carta de Linda, que me escribió al poco de conocernos, confesándome su amor eterno y el deseo irreprimible de ser mi esposa y la futura madre de mis hijos. De fondo estaba sonando el "Look away", de Chicago, una canción que siempre me ha llegado al corazón, y que habla de un amor perdido que ha rehecho su vida, como Linda. Pero Stacey no dijo nada, hizo como que no se había dado cuenta, pidió disculpas por la intromisión y se dio la vuelta. Era una señora de la cabeza a los pies. Que Dios la acoja en su seno.
Mis sentimientos encontrados respecto a mi madre no impidieron que me uniera de corazón a su deseo. Al fin y al cabo, ella era mi madre. Cuando iba a levantarme, con el absurdo plan de intentar dormir aunque fuera un par de horas, mi padre me agarró del brazo, y me hizo entrega de un misterioso sobre blanco.
¿Y esto qué es, papá?
Mi padre sabía tanto del asunto como yo.
No lo sé. Me lo entregó tu madre poco antes de al darse cuenta de que no llegarías a tiempo. Estaba muy débil, y poco después perdió la lucidez y entró en coma profundo. Me dijo que te lo entregara, y que te bendijera de su parte.
Apreté aquel delgado sobre contra mi pecho, y volvimos a abrazarnos. Mi madre me había dejado un mensaje, una despedida formal. Después de todo, no me iba a ir de vacío de aquella casa. Recibiría de ella, ya que no su aliento, al menos su palabra.
Nada más llegar a mi residencia de Malibú, días después, me decidí por fin a visionar el contenido del sobre que mi madre me había legado antes de morir. Sin duda, debía tratarse de algo de fundamental importancia, de lo contrario no se hubiera molestado en esperar hasta el último hálito de vida para hacérmelo saber.
Me tumbé en la cama, descalzo, mientras Jasper correteaba alegre por la habitación, feliz de reencontrarse con su amo. Era una extensa carta que empezaba así.
"Querido Jason,
Cuando leas estas líneas, con toda seguridad ya no estaré entre vosotros. Al dolor físico que siento, calmado a duras penas con sedantes y una fuerte medicación, se une también el dolor emocional al comprender que había perdido tu respeto de hijo al enterarte de mis maquinaciones injustificables para conquistar a David.
No puedo morir en paz sin confesarte, para mi mayor escarnio, un secreto que llevo guardado en mi interior desde hace muchos años, y que me oprimía el corazón hasta un punto en el que ni siquiera mi ferviente dedicación a la enseñanza e interpretación de los textos astrológicos me permitía sobrellevar.
He sido una mujer obsesionada con obtener a toda costa el amor de un hombre que no me correspondía, pero a quien yo estaba convencida de poder hacer feliz hasta un punto que ninguna otra mujer podía igualar. Ni siquiera Linda Matthews. Sé de lo que hablo. Como astróloga profesional he comparado infinidad de cartas natales de amantes y parejas, y puedo asegurarte que el matrimonio de tu padre y Linda hubiera fracasado sin remedio por incompatibilidad de caracteres. Te explicaré en que me baso para decir esto. La poderosa Venus de Linda caía exactamente sobre el ascendente de David, y esto fue lo que les atrajo en un principio el uno al otro, como las moscas a la luz. Linda respondía al prototipo físico ideal de tu padre, eso es lo que dicen los astros. Y así, de esa base física tan endeble, surgió ese amor volcánico y apasionado, que, sin embargo, difícilmente hubiera podido resistir la prueba del tiempo. La carta comparada de Jordan y Linda mostraba una compatibilidad de pareja muy grande, y, aunque yo entonces no dominaba el lenguaje astrológico como lo hago ahora, la aconsejé por su bien que dejara a David y eligiera a Jordan en su lugar. A pesar de todo lo que se pueda decir a favor o en contra de mi modo de actuar entonces, lo cierto es que, por lo que me has contado, el tiempo me ha dado la razón, y ellos disfrutan de una felicidad como pareja que los astros les habían garantizado por escrito.
¡Y que decir de tu padre! Infeliz al lado de Linda, por quien sentía un amor obsesivo, pero que hubiera sido incapaz de hacer feliz a un hombre tan complicado como Dave. Sin embargo, nuestra carta comparada me abrió los ojos y me decidió a actuar de forma impetuosa.¡Todo cuadraba! Su sol y mi luna, su Marte y mi Venus, Júpiter y Venus, todos en feliz armonía en una de las cartas más compatibles que he visto en mis largos años dedicada al estudio de los astros. Me di cuenta de que tenía que buscar mi felicidad con él al precio que fuese, yo SABIA que teníamos la oportunidad al alcance de la mano, que seríamos inmensamente felices juntos. Y luché por ello, apasionadamente. Fracasé en primera instancia, porque cuando salió de la clínica de desintoxicación, en 1979, y fui la única persona en el mundo que acudió a recibirle, me ignoró por completo, ni me reconoció siquiera, y se marchó llamando a gritos a Linda, fuera de sus casillas, en peor estado mental de lo que había entrado, aunque ahora limpio de drogas. Estaba loco de amor, de un amor imposible que le condenaría a sufrir eternamente.
Yo me quedé allí, demudada, a la puerta de la clínica, con las manos vacías y llorando desesperada la desgracia que me afligía, el rechazo visceral del único hombre que había amado en mi vida. Destrozada, estudié mi carta natal con más detalle, y descubrí que el universo no me negaba la posibilidad de conocer al amor de mi vida, pero que debería luchar a muerte para conseguirlo.
Con la lección bien aprendida, cuando el destino quiso que volviera a coincidir con tu padre en California, en el 84, no me lo pensé dos veces. Dispuesta a todo por retener al hombre que seguía amando y que las estrellas me habían destinado, no dudé en seducirle, a pesar de que en su estado de ebriedad hubiera dado igual que se hubiera ido con una mujer que con una estatua de escayola. Una vez en su habitación, procedí a desnudarle y le metí en la cama para que durmiera la mona. En su estado era imposible que pudiera mantener relación sexual alguna, pero es lo que le hice creer a la mañana siguiente, cuando me encontró desnuda y abrazada a su cuerpo, aparentemente saciada de su amor viril.
La realidad es mucho más dura y retorcida, y no sé si tengo o me quedan fuerzas para contarte el mayor secreto de mi vida. Pero lo haré porque te lo debo, te debo una explicación de tus orígenes, del porqué y el cómo llegaste a este mundo. Días después de estos hechos, cuando David había regresado a Memphis, y yo a mi trabajo habitual, consciente de que estaba entrando en mis días de mayor fertilidad, tomé una decisión descabellada e insólita en una mujer tan comedida en ciertos temas como yo. Sin pensármelo dos veces, me hice invitar a cenar por mi protegido, el cantante Larry Kovacs, un hombre guapísimo, y famoso por su afición desmedida a las mujeres. El se me había insinuado muchas veces con anterioridad, sin éxito, pero ahora era yo la que quería dar el paso, y eso le sorprendió, pero gratamente, para qué negarlo. Tu madre también ha sido una mujer joven, y, a decir de algunos, bastante atractiva.
Por espacio de un mes mantuvimos una relación, puramente sexual, en el mayor de los secretos. Le hice saber que no debían enterarse siquiera sus compañeros de banda; ¡ellos menos que nadie!. De lo contrario, le advertí, su carrera en Capitol Records, donde había conseguido sus recientes triunfos, podía darse por concluida.
Cuando comprobé con certeza que estaba embarazada de Larry, corté la relación de inmediato. Sé que me comporté injustamente con él, y que le utilicé como un simple donante de esperma, sin su previo conocimiento, pero conocía bien a Larry, y sabía de antemano que él no se preocuparía de esos temas. Las demandas de paternidad se acumulaban en la mesa de nuestros abogados, por lo que en ningún momento reclamaría ningún derecho futuro sobre el niño.
Al mes siguiente, embarazada de dos meses, acudí a ver a David. Le comuniqué sin pestañear que el hijo que esperaba era suyo, fruto de la noche de pasión vivida en Los Angeles. El me creyó sabía de mi fama de mojigata y estrecha de la época en que trabajábamos codo con codo, y no opuso resistencia. Los tests de paternidad no eran tan populares ni tan efectivos como en la actualidad. Más difícil fue convencerle de que se casara conmigo, el verdadero motivo de mi visita, y mi verdadera misión en la vida, junto a la popularización de la astrología entre las masas. Pero no hay nada que una mujer inteligente no pueda conseguir si se lo propone firmemente, ni hombre capaz de resistir la infalible combinación de unas lágrimas femeninas bien representadas, y el hábil recurso del hijo abandonado por un padre egoísta e irresponsable.
Ahora conoces toda la verdad, y puedes juzgarme conociendo todos los detalles y todas las razones que motivaron mi inhumano comportamiento. Soy consciente de haber actuado mal por una buena causa. No sólo por haber obtenido finalmente el amor del hombre que amaba y amo con cada átomo de mi cuerpo, sino por haber dado a luz a dos hijos maravillosos. Tú, el hijo del pecado, si lo quieres ver así, heredaste el innegable carisma y la belleza física de tu verdadero padre, Larry Kovacs. Naciste para ser una estrella, como él, y tu carta natal lo confirma punto por punto. Es tu único camino, tu destino manifiesto. No hay nada que puedas hacer para evitarlo. Aunque sólo aparecieras cinco minutos en el metraje de una película, la gente se quedaría con tu hermoso rostro y con tu potente voz, y pedirían con insistencia que te concediesen papeles de mayor enjundia. Eres una gran estrella, Jason, no desaproveches las armas de que te ha dotado Dios o el destino, como prefieras llamarlo. Gracias a ti obtuve el amor y la compañía de tu padre, porque Dave es, y debe seguir siendo, tu auténtico padre. La información que te doy es confidencial; no hagas daño a tu padre y tu hermano haciendo público algo que podría destrozarles totalmente. Piensa en tu hermano Zach, el hijo del amor nacido entre Dave y yo, la expresión perfecta de un amor inmenso e incondicional. La verdad duele, Jay, y a veces es mejor mentir que hacer sufrir a nuestros seres queridos.
Me despido de ti, en estos últimos días que me restan de vida, deseándote toda clase de éxitos y parabienes en tu vida artística y personal. Has sido una bendición en nuestras vidas, y el misterio de tu origen no debe deprimirte ni acobardarte. Con la cabeza bien alta, afronta tu existencia recordando que eres una auténtica estrella, y que podrás conseguir por méritos propios todo aquello que te propongas en esta vida. No mires atrás, mi pequeño Jay. ¡Tú siempre serás mi nº 1!.
Con amor eterno, desde más allá de las estrellas
Mamá
Empapado en lágrimas y conmovido en lo más profundo por la terrible dimensión de lo que acababa de leer, me hundí en la desesperación de un modo como nunca imaginé sentir. Mi vida entera había tocado fondo, y los cimientos sobre los que estaba construida habían sido dinamitados en el acto. No me quedaban fuerzas ni para respirar
(Continuará)