Destino caprichoso.
Dos hermanos, Ana y Juan, unidos en la infancia muestran sus diferencias durante la adolescencia.
Tan sólo separados por un año, de pequeños fueron inseparables compañeros de juegos. Era tan habitual verles jugar con las muñecas de Ana, como con los coches de Juan. La unión entre los hermanos era tan profunda, que no era de extrañar que algunos vecinos estuvieran convencidos de que eran mellizos.
Reían juntos y lloraban juntos, lo cual, siendo divertido en los buenos momentos, desesperaba a sus padres durante los berrinches que ambos sufrían. Era indiferente cual de los dos hermanos comenzase la rabieta, al instante el otro se unía a sus llantos a menudo sin ni siquiera saber porque.
Pero todo momento en la vida tiene un punto de inflexión. Y ese punto llegó durante la adolescencia. Tal vez fuesen los cambios hormonales de Ana, las amistades de Juan o un conjunto de muchas circunstancias. Lo cierto es que la empatía entre la pareja se perdió. Ahora, cuando Ana lloraba su hermano la increpaba para que se callase. O como aquella noche en que Juan trató de escabullirse de casa para asistir a un concierto al que sus padres le habían prohibido ir y Ana se apresuró a dar la voz de alarma del intento de fuga.
Esas eran heridas que tardaban demasiado en cicatrizar, y la presencia de los primeros noviazgos durante esa época no hizo más que agravar la situación. Con motivo de la primera menstruación de Ana, Juan, su orgulloso hermano mayor, la cubrió de besos y abrazos e insistió con locura para llevarla a ver una película en el cine. Sin embargo la primera vez que fue besada por un chico, se lo ocultó durante semanas.
De pequeños, permanecían todo el tiempo juntos. De modo que para ellos era normal cambiarse de ropa o desnudarse en presencia del otro. Pero a medida que la pubertad acrecentaba las líneas de sus cuerpos, sus habitaciones pasaron a convertirse en auténticos fortines. Durante unos años, vivieron en una película de espías. Ambos ocultaban sus cuerpos en formación, mientras sentían la irremediable necesidad de contemplar al otro. Así se vivieron escenas de lo más rocambolescas, como una tarde en la que Juan rompió la cerradura del baño para poder observar a su hermana mientras se duchaba desnuda, o aquella mañana de sábado en la que sin ser vista Ana presenció como Juan se masturbaba en la cama: Sus pequeños pezones a punto estuvieron de explotar ante la imagen del semen de su hermano volando entre las sábanas. Corriendo se refugió en su habitación convertida en un coctel del nervios y excitación. Y a pesar de sentirse algo culpable por espiar a su hermano, no tuvo otra opción que la de masturbarse para aplacar la furia con la que sus hormonas la mojaban las braguitas.
Sin saberlo, sus primeras relaciones siguieron un mismo patrón. A Juan, sus primeras chicas le dejaban llegar hasta los mismos lugares a los que Ana permitía que llegaran los dedos de sus amantes. Casualidad fue que perdieran la virginidad con un solo día de diferencia, claro está que debido a su diferencia de edad Juan tenía dieciséis años frente a los quince de Ana, y más curioso aun que lo que más deseaba experimentar Juan era a lo que más se negaba a realizar Ana. Bueno, en realidad, supongo que todos los chicos hemos vivido esa etapa en la que enloquecíamos por sentir jugar la boca de una chica en nuestro pene, al igual que las chicas sentían una especial repulsión a probar el sabor del semen.
Lo más paradójico de este asunto, es que Juan, sin saberlo, fue el artífice de que su hermana diera el paso y realizase una felación a su chico. Ocurrió una tarde de sábado:
Todos andaban disfrutando de su tiempo libre y, a sabiendas de ello, Juan acudió a su casa con una chiquilla que estudiaba con él en el instituto y con la cual ya había pasado algún buen rato durante la semana. En su habitación, la chiquilla (Que por cierto era una monada de ojos claros y media melena castaña que reía como una niña a pesar de sus pechos de mujer) le regaló el capricho más anhelado por Juan.
A todo esto, los planes de Ana para esa tarde se habían torcido obligándola a esta a regresar a su casa. Ya en la entrada se imaginó, al ver una chaqueta de mujer (Que no era suya ni de su madre), que su hermano no estaría solo. Caminando con sigilo, ya de niña su hermano decía que andaba como una gacela, se acercó hasta la habitación de Juan. Intuía que se encontraría con alguna sórdida escena de sexo, pero la imagen de la chiquilla; con los pechos colgando sobre las piernas de Juan e introduciéndose una y otra vez la polla de éste en su boca, la descolocó.
A escasamente dos metros de ella, su hermano permanecía tumbado sobre la cama con los ojos cerrados y una terrible mueca de placer. Todo esto mientras esa chica hacía con él lo que ella siempre se había negado a realizar a los chicos que se lo pedían.
La costaba reconocer que de nuevo se estaba excitando al ver la polla de su hermano, y más en estas circunstancias. Y a pesar de que tenía un miedo atroz a ser descubierta aguantó espiando hasta el final.
Y el final llegó cuando Juan jadeando agarró la cabeza de la chiquilla y comenzó a controlar el ritmo de las penetraciones bucales. Fueron unos veinte segundos. Juan alejaba y atraía la cabeza de la chica hacía su polla de manera frenética. Ana percibía con claridad como el torso y el rostro de su hermano enrojecía, mientras de la boca de aquella muchacha escapaban de forma incontrolada jirones de saliva. El final lo anunció un fuerte espasmo mientras Juan presionaba con fuerza la cabeza de la chica. Ana observó con claridad como la polla de su hermano se sumergía por completo en aquella boca e intuyó la brutal entrada del semen en la garganta de la chiquilla que tragaba con aparente conformidad.
Tras ese suceso, se encerró en su habitación y se masturbó de forma enfurecida. Primero encima de la cama, después en la ducha mientras sin saberlo su hermano la observaba ajeno a las fantasías de su hermana.
Aquella noche Ana mintió al chico con el que llevaba dos semanas saliendo. Con cierta ironía le comentó que necesitaba comprar condones, porque tenía la menstruación. No era necesario mentir para realizar una felación, pero Ana no quería dar la sensación de que se trataba de algo premeditado. Prefería que pareciese algo improvisado, pues no sabía si volvería a repetir algo así.
Decepcionado en un primer momento, el chico pareció aceptar la situación y trató de conformarse con tocar los pechos de Ana y dejarla que le masturbase. Así que cuando ésta, se introdujo por sorpresa la polla en la boca, él pareció estar viviendo un sueño. Ana se concentró en un primer momento en prestar atención al sabor y la textura del pene de su pareja. Después, cuando ya hubo comprendido que aquello no era tan malo, aceleró en busca del semen. Cuando los jadeos empezaron a subir de tono, Ana agarró con ternura las manos de su novio, aunque en realidad lo que quería era evitar que presionase su cabeza y finalizase muriendo ahogada en semen.
El sabor era muy distinto a todo lo que Ana había probado en su vida, pero lo que realmente la sorprendió fue la temperatura y la fuerza con la que el semen de su chico era expulsado a su boca. Afortunadamente no la inundó como en un principio había imaginado. La cantidad de semen fue moderada y Ana pudo tragar con comodidad, aunque algo molesta por la consistencia de la sustancia que quedaba pegada en su garganta.
Satisfecha por la experiencia, pero totalmente insatisfecha por no recibir ni la más mínima caricia (Algo que no le podía reprochar a él, pues la mentira fue suya), se apresuró a llegar a su casa, para de nuevo masturbarse con locura.
La adolescencia dejó paso a una época de cierta estabilidad en sus vidas. Los estudios, después el trabajo y el cambio hormonal que propició la aparición de parejas más duraderas. Hasta el punto de empezar a llegar los planes de boda por parte de Juan y su novia Cristina, con la cual se fue a vivir a un pequeño apartamento. Ana por su parte se refugió en los brazos de un educado y culto idealista algo más mayor que ella. Con él descubrió formas más sofisticadas y duraderas de mantener relaciones sexuales, aunque con el tiempo se tradujeron en un detrimento de la pasión.
Por su parte, Juan y Cristina se fueron conformando como una pareja ideal. Con veintiseis años contrajeron nupcias y poco después llegó el primer hijo. Aunque antes de ese momento Juan con su puntiagudo sentido del humor “negoció” con Cristina una condición antes de dejarla embarazada: Tendría que probar el sexo anal. Él alegó que después de tener hijos las mujeres bajaban su actividad sexual. Cristina, ante esas palabras le miró con cara de pocos amigos, pero era tal su deseo de tener cuanto antes un hijo que aceptó. Durante una semana Juan la fue dilatando con sumo cuidado el ano, primero con sus dedos y después con un pequeño vibrador que compró con tal fin. Cuando llegó el día, o mejor dicho la noche, Cristina cumplió con valentía su promesa y se dejó encular por su marido. El cual recordaba no haber disfrutado tanto desde que en la adolescencia una chiquilla le realizara la primera felación de su vida.
Cristina era una mujer divertida, y bromeó hasta el último instante moviendo el culo de un lado para otro. Juan introdujo su polla con máxime cuidado y una gran cantidad de lubricante. Escuchó una escueta queja por parte de su mujer, “la puntita” siempre era lo peor como solía decir entre risas Cristina, después la cabalgó con ternura admirando como entraba y salía dilatando el ano. “¡Sentir tu culo sin condón es lo mejor de la vida!” –Diría después al observar como su semen escapaba del ano de su mujer para acabar goteando entre los labios que pronto verían salir a su primer hijo.
Juan estaba en lo cierto, después de algún tiempo el deseo sexual de su mujer disminuyó hasta límites insospechados. La casa, el trabajo, el niño. Ella era consciente de la creciente insatisfacción de su marido y aquella situación la producía un enorme malestar interior. Ahora, más que nunca, permitía a Juan que la penetrara el ano, con el fin de apaciguar el sentimiento de culpa por su carencia de deseo. En unas semanas, sería el aniversario de su boda. Cristina totalmente enamorada de su marido, comenzaría a preparar una de esas noches inolvidables.
Llevando su vida por otro rumbo, parecía que la simetría entre hermanos había desaparecido. Bajo ningún concepto Ana, a pesar de su gran apetito sexual, permitiría ser penetrada analmente, cuestión que desesperaba a Jorge, su pareja desde hacía cinco años. Y él sentía autentico pavor ante la idea de casarse y tener hijos. Algo que entraba de lleno en los planes de Ana.
La relación entre Ana y Juan, jamás había recuperado el nivel de confianza de la infancia. Pero al menos ahora se veían cuando Ana y Jorge les visitaban para ver a su sobrino. Entre mujeres poco más hablaban que del niño, la casa, y los trucos de belleza que compartían entre ellas. Sin embargo, entre los cuñados, Juan intentaba de manera sutil conocer los entresijos sexuales de su hermana. Y la mejor manera era de boca de Jorge. No hay nada que un par de cervezas no puedan sonsacar, y pronto Jorge se desahogó contando a su cuñado la constante negativa de Ana al sexo anal.
Juan quedó sorprendido por los detalles sobre la fogosidad de su hermana, aunque no le sorprendió la negativa a ser enculada. Él mismo había vivido esa situación durante años con Cristina. Finalmente confesó a Jorge la táctica que tan buen resultado le había dado a él.
Ni con la promesa de una boda Ana accedió al deseo anal de Jorge. Discutieron varios días: Ana le acusaba de chantajista y jorge a ella de negarse a satisfacer sus necesidades.
Finalmente la solución provino de un anuncio en una Web en Internet. Ana no sería penetrada, pero acudiría con Jorge a locales de intercambio de parejas. Él en un principio acogió con recelo la idea de que su novia se la chupase a otros hombres, pero al final accedió pensando en la de culos que le esperaban.
La primera vez que Jorge penetró un ano, lo hizo ante la curiosa mirada de Ana. Que no terminaba de entender que placer podía recibir aquella mujer de tal experiencia. Sin embargo Ana aprendió a encontrar su propio placer en las parejas de “las culonas” como ella definía a las jóvenes que su novio enculaba.
Un aniversario de bodas es un momento muy especial, de modo que si la abuela se queda con el niño se convierte en más especial aun. Y si tu mujer, que es la persona que mejor te conoce del mundo, te asegura que tiene una gran sorpresa para esa noche mientras se coloca un conjunto de lencería recién estrenado la cosa promete grandes emociones.
Como podéis imaginar, lo que el destino separa unas veces, el propio destino se encarga de unir. Cristina pasó semanas preparando una noche inolvidable para su marido. Empezaron con una cena romántica en un bonito restaurante de estilo Frances que a ella le apasionaba. Después, ante una incrédula sonrisa de felicidad por parte de Juan, se encontraron en el reservado de una sala de intercambios de pareja.
Aunque he de explicar, que haciendo gala de su buen sentido del humor y el exquisito conocimiento de su marido, Cristina pidió unas condiciones especiales al encargado de la sala: Participarían en un intercambio privado con únicamente otra pareja. Además, durante los primeros cinco minutos, los cuatro protagonistas deberían permanecer con los ojos vendados, en ropa interior y en silencio, a fin de excitar más aun a su marido. También añadió que deseaba una pareja culta, educada y hermosa.
Como ya os he avisado, no fueron los dueños del local los encargados de elegir la pareja adecuada, sino que fue el destino: Tan caprichoso como juguetón.
La sala, no demasiado grande, estaba gobernada por una gran cama, o mejor dicho colchoneta pues carecía de sábanas. Las pareces pintadas de negro, ayudaban a unos tibios focos a crear una sensación de total intimidad.
Las parejas entraron por puertas distintas, y desconociendo sus identidades se encontraron en el centro de la sala. Se palparon esforzándose por ocultar las carcajadas que amenazaban con expandirse por todo el local.
Los pechos de las mujeres, fueron la pieza clave para identificar a las que serían sus cómplices de placer. Juan amarró los pechos de la desconocida, después acercándose a su mujer la beso de forma cariñosa en los labios y se llevó a la desconocida a un extremo de la cama. Por su parte Cristina hizo lo correspondiente con Jorge, el cual mostraba un claro interés por el ano de su desconocida, el cual acariciaba por encima de la braga de manera constante.
La norma impuesta por Cristina, exigía que durante los primeros cinco minutos no se podían quitar ni la ropa y las vendas, pero en realizad fue ella la primera en quebrantarla y a los pocos segundo ya estaba despojada de su ropa. Jorge la imitó y palpando a tientas las piernas comenzó a lamerla el clítoris.
Ana y Juan intuían lo que pasaba a su lado, al escuchar los jadeos de Cristina, y aunque también respetaron la norma de no quitarse la venda de sus ojos pronto se encontraron lamiéndose en uno al otro.
Hacía tanto tiempo que Juan sólo se preocupaba del ano de su mujer, que no recordaba la maravillosa sensación que produce la saliva de una mujer mojando tu polla.
Empujó las piernas de la mujer sobre él, y enseguida ella entendió la postura que buscaba. La vulva de esa mujer le cautivó: Emanaba un discreto aroma a sales de baño, y su piel tersa y desprovista de vello le excitó de sobremanera al pensar en las horas que esa mujer habría pasado preparándose para ser follada por él.
Cuando sonó la alarma que indicaba el paso de los cinco minutos de rigor, Cristina jadeaba extasiada gozando con las caricias de la lengua de Jorge en su clítoris, él cual seguía con su obsesión de penetrar el ano de la mujer aunque aun sólo fuese con el dedo.
Ana y Juan continuaban enlazados en un interminable baño de sensaciones formando un idílico 69.
La primera en ser consciente de la situación fue Cristina. Jorge, con la polla enloquecida la miraba descolocado negándose a separarse de su culo. Ambos miraron a la pareja de hermanos que seguían comiéndose de manera mutua. Tras unos momentos de desconcierto el hombre tomó la iniciativa e indicó a Cristina que se colocara a cuatro patas sobre la cama, y evadiendo la complicada situación la penetró el ano.
El cuerpo de Ana se convulsionó con los irresistibles lametones de su hermano. Juan, temiendo estar demasiado excitado la instó a levantarse, no quería correrse tan pronto aunque no le hubiese importado llenar aquella jugosa boca de leche.
Sin quitarse la venda, Ana se tumbó de espaldas. Abrió con intensidad sus piernas y agarró aquella polla desconocida que tanto ansiaba sentir. Juan accedió sin miramientos y dejó que su polla se empapase de la humedad que emanaba de esa vagina.
La penetró muy despacio, queriendo alargar el tiempo de juego, se dedicó a buscar los pezones de la mujer y saborearlos como antes hiciera con su clítoris. Fue en ese preciso momento, cuando Ana se liberó de su venda y aturdida desató la venda de Juan.
Sus miradas chocaron como dos trenes a gran velocidad. Juan continuaba moviendo su cadera y Ana envolvía con sus piernas las nalgas de su hermano. Se hicieron eternos aquello segundos, percibieron el movimiento creado a su lado y ambos contemplaron el gesto de excitación de Jorge mientras su polla se sumergía en el abierto ano de Cristina.
Supongo que en ese instante no se atrevieron a interrumpir la follada de Jorge, o tal vez en el fondo deseaban ese momento. Lo cierto es que sin hablar, llegaron a un acuerdo tácito para acabar lo que habían empezado. No se besaron, pero tampoco dejaron de mirarse, como si temieran que al cerrar los ojos y volverlos a abrir el otro ya no estuviera allí.
El torso de Juan se tornó rojizo, Ana recordó aquella vez que le hubo espiado en su habitación y supo que pronto todo acabaría. Le ayudó empujando su pelvis hacía delante y Juan recibió aquel regalo parando su movimiento. Ahora era ella la única que se movía. Juan contempló unos segundos como los dos grandes labios envolvían su polla en cada movimiento. Después empujó con fuerza su semen al interior de su hermana.
Con las entrañas empapadas Ana desvió la mirada hacía Jorge, que estallaba dejando que parte de su semen salpicara las nalgas de Cristina, quien sin apenas atreverse a mirar esperaba encontrar la cara de satisfacción de su marido.