Destino

La miré y me gustó; la volví a mirar y me gustó más todavía. Dejé escapar un suspiro. Le sonreí, me estaba mirando y eso me llenaba de euforia. Nunca había sentido algo así. Ella tendría no más de 23 años, yo 25.

La miré y me gustó; la volví a mirar y me gustó más todavía. Dejé escapar un suspiro. Le sonreí, me estaba mirando y eso me llenaba de euforia. Nunca había sentido algo así. Ella tendría no más de 23 años, yo 25. El cabello oscuro caía graciosamente sobre una sonrisa que deleitaba a cualquiera. Una boca preciosa. No quise acercarme, el juego de miradas era muy alentador. Ella estaba sola pero yo no.

Mi amigo insistía en seguir la discusión, creo que más por captar mi atención que por resolver el conflicto. La música estaba fuerte y las luces molestaban. La gente que iba y venía entorpecía el diálogo de nuestras miradas. Volví a mirarla y esta vez fue más allá, con un guiño cómplice me invitó a su lado. Di el paso que nunca me había animado a dar. Mi amigo me siguió con la mirada. Me acerqué a ella, pero no le dije nada, tampoco la miré; caminé en dirección al baño, ella me siguió; entré y ella también. La esperaba con los brazos extendidos, ella se refugió en mi pecho. Tímidamente levantó la cara y nos besamos, nos acariciamos y nos quedamos mirando muy de cerca, su boca pegada a la mía.

La primera vez le dije algo fue para invitarla a mi casa. No estabamos lejos, por lo que decidimos caminar. Cuando llegamos liberé mi deseo. La volví a besar con pasión, besé sus labios, sus mejillas y cuello, ella respiraba cada vez más fuerte, cada vez más excitada. Nos recostamos en el sillón, ella quedó tendida de espaldas. Suavemente fui quitándole la ropa y cuando finalmente la tuve desnuda frente a mi me invadió un calor que no había sentido jamás.

Besé sus pechos pequeños y turgentes; sus pezones respondieron a las caricias de mi lengua y poco a poco fui bajando por su cuerpo; me detuve un momento en el ombligo y luego seguí. Ya abajo el deleite fue aún mayor, su sabor era especial y su suavidad inigualable. Se estremecía con las vueltas que mi lengua dibujaba en su sexo y no podía controlar sus gemidos, que se hicieron cada vez más fuertes y reales y hasta dejé de reconocer su voz.

A mi lado yacía mi amigo que lloraba en sueños. Me desperté muy transpirada y sumamente excitada a la 3:23 de la mañana de, quizás, la noche más fría del invierno. Pero con seguridad en el momento más frío de vida. Estaba todo terminado y esto no podía confirmarlo de un modo más contundente. Ahora sabía lo que me haría felíz.