Destinados. Especial: La justicia del verdugo

Recuerdo esa noche, no por las atrocidades que hice, sino porque descubrí que en realidad no tenía limites...

Hola de nuevo, continuamos en la recta final de esta historia. Acá les traigo el último especial, en el, Armando revela su lado de la historia, sus motivaciones más macabras y la razón de su regreso, espero sea de su agrado. En los próximos días publicaré el capítulo 31, que es el penúltimo, trabajo para no hacerlos esperar mucho.

Espero sus comentarios y valoraciones,

Saludos,

Derek W. Johnson

Destinados. Especial: La justicia del verdugo

Intentando no ensuciar mi ropa de tierra, terminé de cubrir la protuberancia que quedaba en el suelo, para llevar de nuevo los implementos hasta el almacén. Era una tarde calurosa, según recordaba. Se lo había advertido pero no me hizo caso. Le dije que si se volvía a meter conmigo me las pagaría y así fue. Ni siquiera los maullidos ensordecedores lo salvaron de su triste destino. Más de una vez le dije a Pelusa que ni se me acercara, pero el estúpido gato hizo caso omiso a mis advertencias y acabo por dejarme media pierna sangrando por sus arañazos. Ahora yacía enterrado bajo nuestro jardín. No había mejor lugar para que descasara en paz.

Les confieso que este tipo de cosas no eran nuevas para mí. Desde mi niñez, cuando no me gustaba una mascota o esta hacia algo que me enfadara siempre buscaba la forma de deshacerme de ella. Nadie me hacía daño y se salía con la suya, siempre pagaban las consecuencias. Es así como nuestro jardín es un cementerio secreto de todas mis mascotas. Esa misma filosofía de vida la aplico en mi entorno diario. Nadie me falta el respeto sin salvarse de mi furia, nadie se burla de mi sin luego quedar devastado y arrastrándose a mis pies por mis represarías. Todos los saben y por eso me respetan.

Desde que tengo memoria siempre le he dejado claro a toda la manada de ovejas que me rodea quien es el superior y a quien le deben respeto. Siempre procuré hacerme aliados o mejor dicho, monigotes que piensan que están a mi nivel pero en realidad son unos más del montón que cumplen mis órdenes al pie de la letra, pero quedémonos con lo de “aliados” o amigos para que suene mejor. Son esa clase de amigos muy selectos los que me han ayudado a labrar mi reputación a lo largo de estos años, como alguien a quien hay que temer y de quien nadie se libra una vez que te metiste en su camino.

Uno de los pocos “amigos” o quizás el único que me queda es Diego. Desde que lo conocí en mi pubertad me cayó bien, su agilidad e inteligencia lo hicieron el perfecto candidato para entrar en mi selecto grupo. Con el pasar de los meses nuestra afinidad fue creciendo y los días de convivencia forjaron un lazo que bien podría parecerse a la amistad; por ponerle un nombre. Fue así como cuando llegamos al bachillerato éramos inseparables y pasamos a ser más que amigos.

Nunca me he considerado homosexual, ni bisexual, solo una persona que sabe apreciar la belleza de otras personas. No me gustan las etiquetas. Pero si hay algo que me molesta son los maricones, esos que se visten con pantalones tan apretados que se les ve el alma, que se maquillan más que las propias mujeres o que tienen más ademanes que una dama de la alta sociedad, ellos si me hacen hervir la sangre ¿Acaso no ven los ridículos que se ven? Es por ellos, por esos maricones de mierda que; personas como nosotros que les gusta experimentar, tenemos apodos, por eso los odio tanto. Odio que siempre se hagan los débiles, que pretendan hacerse ver como damiselas en peligro a la espera de un príncipe azul que las salve, odio todo eso.

Quizás sueñe extraño que odie a quienes en algún modo comparten mis prácticas, y a lo mejor, en las situaciones más inesperadas, mis pensamientos con respecto a las etiquetas, pero no puedo evitar despreciarlos, es un repudio que va más allá de mí. Es ese repudio el que me ha dado la motivación para cometer actos que no creí fuese capaz. Claro, hoy sé que nada me impide defender mis preceptos y dejarle claro al mundo que nadie se mete conmigo, pero no todo siempre fue así. En mi adolescencia, cuando mi juicio acerca del mundo y las cosas, aún se formaba, siempre me pregunté qué tan lejos podría llegar, que tan malo podía llegar ser. La curiosidad por ver que tanto podía hacer con tal de satisfacer mis pretensiones me carcomía a diario, y hubo una oportunidad.

Recuerdo esa noche, no por las atrocidades que hice, sino porque descubrí que en realidad no tenía limites, que era capaz de hacer eso y mucho más. Sé que David no era culpable de nada, solo era un compañero más de clases, pero no sé porque el odio se apodero de mí en ese momento y mi cuerpo actuó por instinto. Siendo sincero, disfruté cada patada y cada golpe que le proporcione, era como la descarga que llevaba esperando desde hace años, era mi manera de drenar todos los deseos impuros que llevaba reprimidos, como soltar la llave de una llanta que está a punto de explotar. Esa era mi motivación, bueno, no la única. Otra cosa que descubrí esa noche fue que nada se compara con el placer de ver a alguien a tu merced, implorándote misericordia, sufriendo ante tu asedio. Esa excitación de tener la vida de alguien entre tus manos no se compara con nada.

Confieso que antes de aquella paliza que le proporcione a David con ayuda de Diego, mi repudio hacia el castaño era tan grande ni enfermizo, tal vez un tanto acentuado porque yo era uno de los pocos o quizás el único que podía reconocer a David como lo que era, solo bastaba con ver esa estúpida mirada de cachorro abandonado para darte cuenta que era, un maricon más, débil y sin carácter. Sin embargo, todo eso cambio por culpa del mismo castaño. El muy imbécil no pudo mantener su boca cerrada y por su lloriqueo toda la mala suerte cayó sobre Diego y yo.

Ambos fuimos enviados como presidiarios al exilio, inscritos en un internado y dejados al olvido. Eso no lo podía perdonar. Era inaceptable para mí. No podía dejar que ese malnacido se saliese con la suya sin pagar las consecuencias. Nadie, absolutamente nadie, barría el piso conmigo sin morir en el intento. Por eso lo comencé a odiar, porque él era feliz mientras yo me podría en una institución que mataba mi juventud, eso no se lo perdonaba a nadie.

Fue por esa razón que usé a Diego como mi conejillo de indias. Necesitaba de alguien que tanteara un poco el terreno, que probara que tan vulnerables estaban mis enemigos. Que tanto daño les podía hacer. Lo primero, mandarlo de regreso a casa y darle unas claras instrucciones de lo que debía hacer, luego yo haría el trabajo sucio.

Sabía que Diego era la persona indicada para este encargo, no solo por la relación cercana que teníamos sino porque estaba enamorado de mí. Su amor era mi mejor carta, la más poderosa podría decir. Con tan solo pedírselo, Diego mataría a una ciudad entera con tal de ganarse mi cariño, eso lo tenía claro, por eso desde que me percibí sus sentimientos hacia mí he aprendido a manipularlo y algo que me dejaba claro cuánto me quería era el grado de lealtad que tenía para conmigo. En ningún momento; en toda esta situación que quizás muchos vean como un locura, se ha reusado a una de mis peticiones, protestó, sí, pero nunca dijo que no. Por eso entendía que Diego sería capaz de derramar sangre por mí y le sacaría provecho a eso.

Ahora, luego de haber probado el terreno encontré ciertas complicaciones  con las que no contaba. Una de ellas eran los estúpidos de Santiago y Fabián. No entendía como dos chicos que se habían ganado mi respeto cayeron tan bajo. ¿Cómo pasó? ¿Cómo se enamoraron ese imbécil? No entendía que podría estar pasando por su cabeza. La verdad nunca vi señales en ellos que me dieran una pista lo que en verdad eran. Tal vez no eran como esos maricones, pero igual eran débiles, su amor los hacia débiles, eran también parte del rebaño de ovejas. No obstante, ellos representaban una considerable amenaza a mis pretensiones. Su afán por proteger a David me tenía atado de manos, no podía actuar sin ser descubierto, y no planeaba pasar el resto de mis días en la cárcel, no, eso no pasaría. Tenía claro que no me importaba nada con tal de lograr mi objetivo, pero tampoco era estúpido como para sacrificar mi libertad, ninguno de los imbéciles a mi alrededor lo merecía, mi libertad valía más que una simple vida, por eso ya la decisión estaba tomada, ellos seria los primeros en mi lista y cuando acabara tendría el camino libre para mandarles al castaño, así los tres estarían destinados a amarse en el más allá.

Y no solo serían ellos los que acompañarían a David, sino también la puta de su amiga, Rebeca era otra de las que debía pagar y bueno, si alguien se entrometía no prometía misericordia. Llevaba muchos años esperando el momento oportuno y ya había llegado. Mi primer asesinato ya tenía los primeros candidatos.