Destinados. Capítulo 20: Saliendo del abismo

- Es que…- sus ojos se veían llorosos-… duele tanto. No tienes idea como duele el saber que la persona que fue el centro de tu vida, ya no está-.

Hola a todos, antes que nada quiero desearles un feliz 2017, espero que este año sea prospero para ustedes, todos sus sueños se cumplan y lo más importante, que logren ser felices… Bueno, este es el primer capítulo del año, ya es el número 20… para mí es un gran logro llegar hasta este punto. Es un placer para mi compartir con ustedes esta historia que comenzó con escuetos borradores, los cuales no aspiraban a ser más que un pasatiempo personal y una manera de plasmar mi pasión por la literatura, y que ahora se convierten en una historia que ha tomado vida propia, a la cual le he dedicado mucho esfuerzo, a tal punto de que cada vez que escribo busco la excelencia, pues, creo que ustedes; mis lectores, merecen una historia de calidad. Les confieso que para poder quedar satisfecho con un capítulo, debo sentir cada emoción y vivencia que escribo, de lo contrario me paso horas modificándolo hasta que esté conforme con el resultado.

Espero que estos primeros veinte capítulos hayan logrado cubrir sus expectativas, pues, a pesar de que no soy un escritor profesional hago lo que está a mi alcance para hacerlos reír, llorar y soñar con Destinados… Y les aseguro que los veinte que vienen estarán cargados de más drama y emoción… Tengo preparados varios especiales donde conoceremos detalles de la vida de algunos de nuestros personajes que se han mantenido en silencio pero que a partir de esta nueva etapa comenzaran a revelar sus secretos. Cosas inesperadas ocurrirá y demarcaran un panorama completamente distinto para la historia, así que a los que pensaban este sería el final les digo que no. Estos capítulos un tanto tristes no serán eternos, así que no se preocupen pues ningún hecho es definitivo… A quienes son fanes de Fabián les digo que en menos de lo que piensan volverán a tener noticias ese moreno que le roba el aliento a cualquiera.

Ahora sin más que decir, disfruten del relato…

Derek W. Johnson

Destinados. Capítulo 20: Saliendo del abismo

REBECA

Como una vieja costumbre fije mi vista en la entrada del aula de clase, manteniendo la esperanza de que en cualquier momento, mi mejor amigo entraría, pero nunca lo hizo. Ni en esa ni en ninguna de las clases que le siguieron. Otro día más que faltaba David al colegio. Según había escuchado decir a uno de los profesores, sus padres habían llamado para avisar que su hijo se encontraba pasando un virus de gripe muy fuerte, y aquello era la causa de tantas inasistencias. Todos los profesores se tragaron el cuento, así que David no tendría problemas cuando regresara. Eso era si tenía ganas de regresar. Pues había tenido una actitud de completa desconexión, en donde ni siquiera quería hablar conmigo. Ya no sabía que pensar. No tenía idea de cómo reaccionaría a esta situación.

Fabián lo había sido todo para él los últimos meses, había sido quien le devolvió el ánimo, el buen humor y el brillo en sus ojos. El había sido el responsable de que el David alegre y divertido hubiese vuelto. Y ahora sin él, sin ese apoyo importante; que además fungía como su motivación más grande, no sabía cómo evolucionaria todo. Era demasiado dolor para ser digerido. Pero a pesar de todo, aún mantenía mi deseo de ayudarlo.

Pensando en todo aquello estaba cuando sentí mi celular vibrar en la mesa. Estaba en clase y debía tener el teléfono apagado, o en silencio total, porque si solamente se escucha un leve sonido en aquel salón, el problema en que me metería seria grande. Así era el nuevo profesor, Raúl se llamaba, no le bastaba con torturarnos con los problemas matemáticos, sino que también nos trataba como si fuésemos militares. Era demasiado estricto. Sin embargo tampoco era imposible su clase, solo debías saber cómo comportarte para no llevarte un regaño y prestar bastante atención a sus explicaciones. Si lo sabias hacer no sería tan difícil aprobar la materia.

Tomé el teléfono entre mis dedos y lo lleve bajo el escritorio intentando ser lo más discreta que se pudiera. Esteban a mi lado me dedico una mirada de desaprobación, pero no le hice caso y abrí el mensaje:

“Hola Rebeca, espero estés bien. Sé que te debe de extrañar mi mensaje pero en medio de mi desesperación no sabía que hacer. Necesito tu ayuda. ¿Te parece si nos vemos esta tarde en el restaurante que esta unas pocas cuadras del colegio?

Alberto”

Me quede un poco desencajada luego de leer aquello. ¿Qué hacia el padre de David escribiéndome? ¿Qué quería de mí? ¿Debía aceptar? Ciertamente estaba algo confundida. Bueno, quizás quería hablar de su hijo, siendo así la cosa cambiaba ¿Pero y si no? Bueno, si no era así me podía marchar simplemente ¿No? Espante esas especulaciones y decidí comprobar en persona verdaderamente las intenciones del señor. De modo que acepté. Se lo hice saber a través de un mensaje en donde le contestaba que estaba de acuerdo, que apenas saliera del colegio; que sería en pocos minutos, iría hasta el establecimiento.

La clase no tardó en concluir, tan solo quince minutos después, el timbre de salida resonó por todo el colegio.

-¿Quién te escribía?- preguntó Esteban caminando junto a mí hasta la salida.

-El padre de David- contesté un tanto distraída.

-¿Y qué quería?-.

-No lo sé. Pero según dijo necesita hablar urgente conmigo. Nos veremos en el restaurante que está a unas cuadras de aquí-.

-¿Quieres que te acompañe?-.

-No. Prefiero ir sola. Creo que es lo más adecuado- le dije mientras le daba un beso en los labios a modo de despedida.

-De cualquier forma si hay algún problema no dudes en marcarme- me dijo mientras me alejaba.

-Tranquilo lo haré-.

No tardé mucho en llegar al establecimiento. Lo primero que recordé al pasar la puerta de entrada, fue la tarde en que fui con David a agradecerle a Fabián por ayudarnos en aquella fiesta donde mi amigo por poco cometió una locura. Todavía podía recordar la cara de incomodidad de David cuando se sentó en la mesa. Sin embargo ese encuentro entre ese par, fue el inicio de un romance envidiable. No cualquiera tiene la suerte de encontrar a alguien que le amé hasta la locura. Esa dicha la tienen pocos.

Pero toda esa felicidad había sido opacada por los prejuicios de alguien. Y ese alguien lo tenía sentado frente a mí. Ciertamente debía reconocer que no era mentira los que decían que el señor Alberto tenía un aspecto de militar, que intimidaba a cualquiera; incluso yo era víctima de ese efecto que aquel hombre causaba en las demás personas. Mi amigo había tenido suerte al no heredar su malhumor, bueno, cuando se enojaba se ponía como un ogro; y ya sabía de donde lo había sacado, pero él no llegaba a ser tan dramático como me imagino que lo era el señor Alberto. David era un poco más flexible en cuanto a mal genio se trataba.

Mientras me sentaba, el señor Alberto me dedicó una sonrisa y un gesto con la mano a manera de saludo, los cuales intenté corresponder lo más naturalmente posible. Su presencia no me agradaba en lo más mínimo. Y menos después de saber cómo trato a David luego saber que era homosexual. Pero debía controlarme, no era el momento de reprochar los errores que pudo haber cometido. De modo que hice silencio y posé mi atención en aquel hombre, expectativa a lo que diría.

-Rebeca – empezó – te he pedido que vinieras, porque estoy desesperado. Ya no sé qué hacer - fijo su vista en mis ojos, se le notaba un tanto acongojado- el estado de David es cada día peor. Temo que pueda sucederle algo-.

-¿Aún sigue deprimido?- pregunté preocupada.

-Eso es poco. Ya no quiere comer. Desde hace dos días no prueba bocado- contestó con un gesto de inquietud.

-¿Y que se supone que deba hacer?- volví a preguntar, aun perdida por no entender el motivo de la cita.

-Necesito que tú, que eres su mejor amiga, lo ayudes a salir del estado en el que está. Ni a mí ni a mi esposa nos hace caso. Y eso que hemos tratado de ser comprensibles con él y le hemos hecho saber que no nos importa su orientación sexual. Y tampoco han servido mis peticiones de perdón. No sabes cómo me arrepiento haberle avisado al señor Cascante de lo que pasaba- en ese instante mi rostro esbozo un gesto de desconcierto, el pareció notarlo- fui yo quien le conto todo al padre de Fabián - dijo a manera de respuesta, suponiendo la pregunta que me hacía mentalmente. Ya decía yo que no era casualidad que el señor Mauricio se hubiese enterado de la relación de Fabián y David. Pero jamás me imagine que hubiese sido el señor Alberto el portavoz del chisme. Porque para mí eso era un chisme, el cual por estúpidos prejuicios intentaba a un par de chicos que lo único malo que hicieron fue quererse. Ahora entendía un poco más la razón para que la depresión en la que estaba inmersa mi mejor amigo fuese tan fuerte. No era fácil de digerir ni de aceptar que tu padre es el responsable de gran parte de tu sufrimiento.

-¿Y que tiene planeado que haga?- inquirí aun sorprendida por lo que acaba de escuchar.

-Nada. Por eso estoy acudiendo a ti. Tu más que nadie lo conoces; incluso más que yo, así que, quien mejor para levantarle el ánimo que tu- no di señales de expresión alguna- Rebeca eres mi última esperanza. No sabes lo desesperado que estoy. Tengo miedo de que mi hijo no quiera seguir viviendo-.

-Está bien lo ayudaré - termine aceptando. Sin embargo lo hice por el profundo cariño que le tenía a David, el cual no me permitía quedarme de brazos cruzados mientras se consumía día con día.

ERIC

Eran alrededor de las seis de la tarde cuando salí de la universidad. Estaba mentalmente agotado, acaba de salir de un examen para el cual había estudiado casi una semana entera. Una semana un tanto estresante para mí. Pues, tener el brazo inmovilizado era lo peor. Era como estar incapacitado para hacer las cosas. Y eso lo odiaba. No me gustaba depender de nadie. Así que en todo momento intentaba lo menos que pudiera pedirle ayuda a mi hermana o mi madre. Una mujer que era dramática por naturaleza. Aun me retumbaban en mis oídos los alaridos de sorpresa que dio cuando vio mi hombro. Cualquiera que hubiese pasado cerca de nuestra casa hubiese pensado que lo que acaba de acontecer una tragedia. Por suerte durante los últimos días había logrado dejarle en claro, que mi lesión no era tan grave y que podía valerme por mí mismo. Aunque aquello me costara tardarme más de lo normal en mis actividades y hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener mis labores cotidianas. Y lo logre, pude sobrevivir durante toda la semana con la mínima ayuda. Solo tenía que aguantar una semana más, solo una.

Otra de las novedades durante los últimos días, era mi extraño interés en el chico que casi me atropellaba, Eduardo. No entendía porque razón, no podía olvidarme de él. No era alguien importante. Si, era guapo; lo había visto antes un par de veces, pero tampoco era para tanto. Creo que ya después de siete días debía haberme olvidado de él. Pero, no, aun lo seguía recordando. No sabía que me sucedía. Tal vez si lo viera de nuevo calmaría un poco mi extraña ansiedad, sí, eso quizás ayudaría. ¿Pero cómo lo vería? ¿No sabía dónde vivía? “Sin embargo sabia donde entrenaba” pensé fugazmente, y al estar el gimnasio relativamente cerca de la universidad; una de las razones por la que me inscribí en él, decidí pasar casualmente por allí, nadie sospecharía nada. Francamente no entendía que me estaba sucediendo últimamente, quizás debía calmar mis necesidades sexuales porque ya estaba comenzando hacer estupideces.

No tuve que andar demasiado para llegar al edificio donde se encontraba el gimnasio, pero cuando estuve a punto de entrar me arrepentí y retrocedí. Lo pensé mejor ¿Qué estaba haciendo? Si en verdad quería olvidarme de ese chico no tendría que buscar verlo, al contrario debería evitarlo. Así que decidí dejarme de estupideces y seguir mi camino. Pero no sé si por casualidades de la vida o por alguna otra razón, en ese mismo instante Eduardo iba saliendo del recinto; con rumbo al estacionamiento. A penas lo vi no pude evitar tensarme. Pero no fui tan evidente como para que alguien se diese cuenta. Debía salir de allí. Por Dios ¿En que estaba pensando? Parecía un chico de quince años con las hormonas alborotadas. Sabía que aún era joven, no obstante me consideraba lo suficientemente maduro como para controlar mis impulsos. Definitivamente debía hacer algo para calmar mis deseos carnales.

Ya sin nada que hacer, intente actuar como si nada. Quizás si lo hacía pasaría desapercibido y no se daría cuenta de que estaba pasando por allí. Pero de nada sirvieron mis esfuerzos por ser invisible.

-Eric- escuché que me llamaban. Suspiré pesadamente. Me había visto- Eric- volvió a llamarme, esta vez caminando hacia mí. Al estar en esa situación y sin poder escapar tuve que detenerme. Tendría que saludarlo- ¿Cómo estás?- me preguntó cuándo logró alcanzarme.

-Mejor, gracias- contesté mientras me volteaba a verlo.

-¿A dónde vas?- pregunto curioso. Ese era mi problema ¿No? Pero no le podía responder eso. Él no tenía la culpa de mis estupideces. Di un respiro profundo intentando calmarme para poder contestar.

-A la parada de autobuses, pero creo que voy tarde, así que te debo dejar- contesté intentando zafarme de esa situación.

-¿Te parece si te llevo?- sugirió señalando hacia el estacionamiento.

-No te preocupes, además no quiero causarte molestias…-.

-No causas ninguna- dijo interrumpiéndome- Además, iras más cómodo en mi auto-.

-Pero…- intente protestar pero él no me dejo.

-No acepto un “no”, por respuesta-.

-Está bien- no tuve opción tendría que aceptar. Eso era lo que me ganaba al intentar hacer estupideces de adolescente enamorado. Bueno ni tan estúpido era, porque había que reconocer que Eduardo, tenía un cuerpazo… ¡y que cuerpazo! Ahora que lo detallaba mejor, así con esos shorts y esa franelilla, se podía decir que el chico estaba como quería, tenía unas piernas y unos brazos de infarto, y ni hablar de su espalda o de sus ojos; eran admirables…. ¡Eric cálmate! ¡CALMATE! ¿No se supone que lo quieres olvidar? Concéntrate, respira profundo y concéntrate, no lo mires, ¡no lo mires!.... Pero… no podía dejar de hacerlo, el cuerpo de Eduardo era digno de apreciar y si sumamos a eso las ganas que tenia de acostarme con alguien, era prácticamente una tortura estar adentro de ese vehículo. No sé cómo logré calmarme en el trayecto hasta mi casa. Creo que fue una hazaña descomunal alcanzar a quedarme tranquilo durante el viaje, la técnica de quedarme callado funcionó, así que no hubo oportunidad que mis nervios me delataran con alguna palabra mal dicha o dejando en evidencia mi nerviosismo.

-Bueno, llegamos- pronunció estacionando el auto frente a mi casa.

-Sí, gracias por traerme- contesté intentando abrir la puerta.

-Antes de que ¿te baje te puedo pedir un favor?- asentí - ¿Me puedes dar tu numero?-

-¿Mi numero?- fruncí el ceño.

-Sí, para saber cómo sigues o para planear una salida un día de estos, ya sabes en plan de amigos-.

-Bueno- dude por un segundo- ¿Tienes donde anotar?- el asintió y anotó el número que le di.

REBECA

Quien me recibió esa mañana fue la señora Elena. Se le veía contenta de verme. Tal vez también tuvieras puestas sus esperanzas en mí, seguramente al igual que su esposo esperaba que ayudara a su hijo. Y para eso había ido. Sin dar más largas le pregunté si podía subir a la habitación de David. Ella asintió amablemente con la cabeza.

Sin mucho apuro subí las escaleras y llegué a la puerta de la habitación de David. Esperé oír algún sonido desde el interior antes de entrar, pero lo único escuchaba era el tétrico silencio que reinaba dentro de aquellas cuatro paredes. Muy sigilosamente, y sin hacer ruido alguno abrí suavemente la puerta. Al asomar mi cabeza me encontré con una habitación totalmente a oscuras, totalmente desordenada, libros por todos lados, algo de ropa tirada en el piso; suponía que la señora Elena hacia lo posible por organizar las prendas cuando lavaba la ropa. Mis ojos también se toparon con un plato de comida el cual aún contenía alimentos; “seguramente la cena de ayer”, pensé. En general, el estado de aquel espacio era deprimente. Al igual de quien lo habitaba. Pues tirado entre una montaña de tela, que presumía que eran las sabanas, se encontraba un cuerpo completamente inmóvil, el que no daba la más mínima señal de vida, a excepción de la respiración.

Ver todo eso me impactó un poco. Sin embargo dejé esas sensaciones de lado, y me concentré en lo que había ido hacer. Que sinceramente no sabía que era exactamente. Pero de lo que estaba segura era que no me iría de allí sin haber logrado algo, por más mínimo que fuese, que me advirtiera que mi mejor amigo mejoría. Aun impactada, dirigí mis pasos a la cama. Me paré por unos segundos aun lado de la misma contemplando aquel cuerpo que yacía completamente inmerso en aquel montón de tela. Luego de unos minutos me senté en el pie de la misma posando una de mis manos en la espalda de David. Solo unos pocos segundos después pude sentir como su cuerpo se tensó y se revolvió levemente.

-Déjenme solo- musitó con la cabeza hundida en la almohada.

-Soy yo David-dije inclinándome hacia él- Rebeca-.

Tras mis palabras giró su cabeza, en dirección a mí con un gesto que denotaba confusión, y allí pude apreciarlo. Sus ojos estaban hinchados; de tanto llorar, estaban adornados con un par de ojeras inocultables, su rostro se encontraba completamente descuidado, con tan solo verlo te dabas cuenta de que llevaba días sin lavarse la cara, mientras que el cabello estaba hecho un desastre; indiscutiblemente necesitaba un corte nuevo. Pareció reconocerme por un momento y luego de darse cuenta de quien se trataba; o no sé qué otra cosa, se lanzó en mis brazos. Los sollozos no tardaron en aparecer.

-Tranquilo - le decía mientras sobaba su espalda- estoy aquí, contigo-.

Aquella escena se prolongó por un rato. Cuando creí prudente hablar lo hice- David, ¿Qué se supone que estás haciendo?-.

-Llorar ¿no ves?- me dijo entre los quejidos que aún no habían cesado por completo.

-No me refiero a esto ¿Me refiero a que estás haciendo con tu vida?- le reproché- David, mírate, estas hecho un harapo. Te estas dejando a la perdición. Estas dejando que el dolor se apodere de ti-.

-¿Y qué quieres… que haga? - intentó decir con la respiración entrecortada- ¿qué me alegre… con todo lo que pasó?-.

-No estoy diciendo que te alegres. Solo que, no puedes dejar que un golpe de la vida te destruya así. ¿Sabes? Fabián se moriría si te viera en este estado de depresión-.

-¿Y qué? ¿De qué me sirve pensar en eso? Son solo estupideces- culminó diciendo mientras intentaba apartarse de mí, pero no lo dejé.

-No son estupideces David…-

-Claro que lo son- me interrumpió- fue por pensamientos estúpidos como esos que me pasó esto. Fue por pretender jugar al cuento de hadas que estoy sufriendo ahora. Fue por culpa de esos sueños estúpidos que hoy en mi corazón no hay cabida para más dolor, y mi vida… no tiene sentido…-no pudo continuar porque el llanto se intensifico.

-Sabes que las cosas no son así. Lo que tú y Fabián tuvieron fue real. No fue un sueño estúpido. Fue un amor puro y sincero que en este momento no pudo ser. Y es en eso en lo que debes aferrarte. Cuando en este mundo dos personas se aman tanto la misma vida se encarga de unirlas. Pero mientras tanto debes reponerte. Debes superar ese dolor- le dije intentando sonar lo más optimista posible.

-No es tan fácil- musitó en mi hombro.

-Lo sé pero no es imposible. Además ¿Dónde quedo el David que no se rinde por nada?-.

-Ese David ya no existe- dijo con desgano.

-Claro que si existe. Aún está allí, solo que, no lo quieres dejar salir- el no respondió, al ver aquello decidí proseguir- Ahora la pregunta es ¿Estás dispuesto a dejarlo salir? ¿O quieres quedarte encerrado aquí por el resto de tu vida, ahogándote en el dolor?-.

-No quiero seguir sufriendo, pero… no es tan fácil dejar de sentir todo este dolor en mi corazón- contestó- es demasiado fuerte-.

-Te entiendo pero yo estoy aquí para ayudarte- hice que se separa para que me mirara- Cuentas con migo- le dije mirándolo a los ojos- Sin embargo el primer paso lo debes de dar tu ¿Estás dispuesto?- pareció pensarlo por un segundo, y tras un breve silencio asintió- Bueno pero debes prometerme algo…- hizo un gesto de desconcierto-… tienes que prometerme que  partir de ahora harás todo lo posible para reponerte y dejaras que te ayudemos ¿De acuerdo?-.

-De acuerdo- susurró aun con la duda en su rostro. Pero eso no importaba. Lo importante era que el ya había dado el primer paso.

ERIC

Tenía que aceptarlo. Eduardo me gustaba demasiado. Tal vez esa fue una de las razones por las que acepté ese sábado salir con él a cenar. No sé si era o no una cita, porque francamente parecería una. Algo me decía que aquello no era tan en plan de amigos; como tanto se encargaba en convencerme. Pero no me importaba, no me desagradaba la idea de que le gustara a Eduardo.

A ciencia cierta no sabía si era o no gay, dado que el chico no era amanerado, ni nada de lo que le pareciera, sin embargo mantenía la sospecha. Algo que influía en mi duda con respecto a su sexualidad, era su mirada. No lo sé, tenía algo cuando me miraba. Un brillo que siempre había visto con mis anteriores novios. No es que fuese un experto en leer miradas, pero cada vez que Eduardo me miraba sentía que la atracción era mutua, que ambos nos deseábamos. Quizás estaba viendo cosas donde no las había, pero estaba dispuesto a acabar con eso esa noche. No sabía cómo lo haría, buscaría la forma de acabar con mis sospechas. No obstante eso lo haría más tarde, en ese momento lo importante era arréglame adecuadamente. Por suerte ya no tenía el brazo inmovilizado. Había ido el viernes a la consulta, el médico logró conseguir todo en orden consideró que ya no era necesario mantener mi brazo inmovilizado. Así que ya no estaba incapacitado para hacer cualquier actividad. Cuando estuve listo, me dispuse a bajar las escaleras y dirigirme hasta la entrada de mi casa.

-¿Se pude saber a dónde vas tan animado y así de guapo?- preguntó Rebeca, sentada en el sofá, quien al darse cuenta no pudo evitar curiosear.

-Mmm no lo sé. Quizás una cita- contesté pasando frente de ella para ir hasta la cocina y beber un poco de agua.

-¿Enserio?... ¿Y es guapo?- podía percibí la picardía en su voz aun desde la cocina.

-Bastante- dije entrando de nuevo a la sala de estar- pero no es una cita de verdad-.

-¿Cómo, no entiendo?- quitó la vista del televisor para mirarme.

-Como lo escuchas, es solamente una cena de amigos- dije- bueno, esa fueron sus palabras cuando me invitó-.

-¿Qué chico invita a cenar a otro chico en plan de amigos?- me volvió a preguntar.

-No lo sé, muchos- contesté.

-¿Cuáles? preséntemelos porque serían los primeros que conozco- dijo con sarcasmo en su voz. Solté una leve risa por la gracia que me causaban sus palabras

-Dependiendo de cómo me vaya hoy lo conocerás. Ahora perdóname pero me tengo que ir- le dije dándole un beso en la mejilla.

-Suerte cazador- se despidió de mi- ¿Y llevas condón?- preguntó antes de que saliera por la puerta. Me voltee fingiendo estar ofendido.

-Rebeca, sabes que no soy de esos- le dije cerrando la puerta tras de mí.

*<<<

Debía reconocer que Eduardo tenía gusto para elegir lugares elegantes. Aquel sitio se veía espectacular. Más elegante de lo que pensé. No era para menos, “ Diamond” era uno de los restaurantes más caros de la ciudad. Era un sitio donde ibas a comer en una ocasión especial. Lo que me hizo preguntar ¿Qué situación era la nuestra? ¿Era especial? Pero, eso significaba que… bueno, ya tendría tiempo para analizar todo muy detenidamente luego, en ese momento lo que debía era concentrarme en nuestra “cinta, no cita” por así decirlo. Porque siendo francos no le dimos una connotación a nuestro encuentro, pero por las circunstancias podría ser catalogado como una verdadera cita, y eso querría decir algo más y… y estaba hecho un manojo de nervios. Probablemente esa era la razón para que mis pensamientos estuviesen en un desorden total. Lo mejor era quedarme callado, pues de lo contrario un mal comentario o una palabra mal dicha me delatarían.

-¿Y que tal te parece el lugar?- preguntó terminando de tragar un bocado de su cena.

-Muy elegante- contesté mientras de reojo repasaba el sitio con la mirada- ¿Vienes muy seguido?-.

-Mmm- ladeo su cabeza de un lado a otro- podría decirse que vengo cuando la situación lo amerita-.

-¿Y esta lo amerita?- dije en tono sugerente sonriendo pícaramente.

-¿Qué piensas tú?- preguntó un tanto insinuante.

-Yo pienso muchas cosas, pero no sé si estoy en lo correcto- respondí.

-¿Y porque no pruebas? Quizás, si expresas una de esas cosas podremos develar en qué tipo de situación estamos- se inclinó un poco hacia mí para poder hablarme en un tono más de confidente. Ante su comentario no pude reprimir una risa. No lo sé pero aquello también me causaba un poco de gracia. Una gracia seductiva -¿Por qué te ríes? ¿Acaso dije algo malo?- preguntó dedicándome una sonrisa.

-No- negué con la cabeza- solo que todo esto me da un poco de gracia-.

-¿Yo te doy gracia?- parecía ofendido.

-No, no, para nada… solo que esto, la cena, el estar juntos, esta conversación… es tan típica de la primera cita de una pareja- comenté recordado las miles de veces que mi madre nos contaba a Rebeca y a mí como conoció a papá.

Sonrió negando con la cabeza y se dispuso a responder- No lo había pensado pero en verdad tienes razón. Entonces ahora que - pausó - ya tenemos una connotación clara ¿qué tipo de cita seria la nuestra?-.

-¿Lo nuestro es una cita?- inquirí un tanto incrédulo, el asintió.

-Tú mismo lo acabas de denominar así ¿o no?-.

-Bueno, en cierto sentido aunque alguno de los dos quiera negarlo esto es una cita- contesté- ahora, el dilema está en encontrar la tipología de nuestro encuentro… y… no lo sé- me encogí de hombros - quien debe definir qué tipo de cita es la nuestra deberías ser tú, quien la organizo ¿No lo crees?-.

El volvió a soltar una leve risa. Y tras parecer rendirse en su esmerado empeño por conseguir alguna confesión de mi parte o algo parecido; que le dijese lo que ya ambos intuíamos, comenzó a hablar- Quizás, pero no sé si te guste lo que te diga-.

-¿Qué te hace pensar eso?-

-Nada- dijo- es solo que en esta vida nunca se puede estar completamente seguro de algo-.

-¿Entonces?- le incité a que continuara.

-Entonces… esta es la cita de un par de chicos que se gustan - dijo sin más rodeos.

Después de esa frase se creó un inesperado ambiente de tensión, donde el silencio era el principal protagonista. Una reacción inusual por parte de ambos. Tal vez fue la impresión de confirmar algo así, fue la que nos hizo volvernos unos niños de diez años, quienes acababan de confesar una travesura y ahora tenían miedo de las reacciones.

-¿Te gusto?- pregunté con nerviosismo.

-Para serte sincero, sí- respondió- Hace mucho que no sentía esta atracción por alguien ¿Y tú? ¿También te gusto a ti?-.

-¿Crees que es necesario preguntarlo, o ya no he sido bastante evidente?-.

-La verdad no. A veces eres demasiado inexpresivo-.

Pensé por un par de segundos y lo dije- Si -.

-Sí, que- inquirió no muy seguro del significado de mi respuesta.

-Tú también me gustas…- pausé-… pero n…- no pude terminar la oración porque en ese momento sus labios se juntaron con los míos.

-¿Qué estás haciendo?- le pregunté mientras lo separaba.

-Algo que hacen dos personas que se gustan- respondió buscando un segundo beso, pero esta vez lo paré. Casi nos tiramos la comida encima.

-Sí, pero no en público. Que va a pensar la gente-.

-No me interesa lo que piensen- dijo volviendo a besarme.

REBECA

Allí nos encontrábamos, parados una vez más frente aquel portón de metal. Miré por un segundo a David verificando que no hubiese señal de arrepentimiento en su mirada, pero esta se veía inexpresiva, sin emoción alguna. Esa mirada otra vez había vuelto. Escruté un poco más abajo esa capa de autosuficiencia que sabía que era solo apariencia, y muy en lo profundo de su mirada podía percibir el miedo que sentía. Por algo era su amiga, lo conocía demasiado bien. Sin embargo algo era el que hubiese aceptado regresar al colegio. Significaba un avance, quizás no el más transcendental pero si uno importante, ya que, ese había sido uno de los grandes pasos que había dado David para retomar su vida y salir del abismo de depresión en donde se encontraba atrapado. No digo que estaba bien del todo, pero por lo menos había avanzado en su recuperación emocional. Al menos estaba logrando algo con mi ayuda.

-¿Entramos?-pregunté señalando hacia el interior. El asintió.

Cuando estuvimos adentro, las miradas no se hicieron esperar. Era de presumirse, dado que David llevaba más de dos semanas que no asistía a las clases. Hecho con el cual no había problema gracias a que el padre de David se había encargado de solucionar todo al conseguir un informe médico; el cual lo obtuvo de la misma fuente que consiguió el primero. La vez en que no dejó volver a David a clases por descubrir que era gay, que a pesar de que no tuvo repercusiones graves, si dejo una consecuencia inevitable. La desorientación de David durante las clases. Tuvo suerte al tenerme a mí para estudiar en los exámenes finales del trimestre, pues logré despejarle las innumerables dudas que se aglutinaron en su cabeza. Ahora en esta ocasión debía volverlo hacer, debía ayudarlo de nuevo a ponerse al corriente con las clases. Definitivamente David no podía seguir perdiendo clases, otra ausencia como esta sería mortal, perdería el año.

-Tengo hambre- habló de pronto mientras caminábamos.

-¿Quieres ir a la cafetería?-

-Sí, desayunemos allí- contestó.

Fuimos hasta la cafetería, donde luego de comprar el desayuno; un par de sándwich y dos botellas de jugo de naranja, nos sentamos a comer. Mientras lo hacíamos pude ver a lo lejos a Esteban. Muy animadamente se acercaba a la mesa donde nos encontrábamos. De inmediato le hice un gesto dejándole ver que lo mejor era no acercarse. ¿Por qué? Bueno, en esos momentos creía que lo más adecuado sería no aturdir a mi amigo. Dejar que primero se adaptar de nuevo al ambiente del colegio, el cual inevitablemente le traería numerosos recuerdos, que seguramente serían los más intensos. Por eso prefería que David pasara solo por este difícil periodo de reintegración y adaptación; por así decirlo, sin las perturbaciones de nadie. Además la presencia de cualquiera le incomodaría. Si yo que era su mejor amiga notaba su inquietud de tenerme siempre cerca, imagínense que quedaría para algún otro. Lo más sano sería dejarlo solo lo más que se pudiese y que poco a poco alcanzara ser el mismo de siempre.

-¿Cómo te sientes?- le pregunté viendo como jugaba con su comida.

-Mal- dijo secamente.

-Eso no es muy específico que digamos-dije.

Tardo varios segundos en responder- ¿Quieres que te diga?... esto no es fácil para mí-.

-Lo sé, pero no debes dejar que te invadan los sentimientos de tristeza- contesté con intenciones de sonar un tanto motivadora.

-Suena tan sencillo, pero es más complicado de lo que piensas- respondió de nuevo con un tono de desánimo.

-Sí, es complicado, pero analiza bien las cosas ¿Qué ganas con lamentarte? Nada, solo conseguirás amargarte más la existencia. David sé que por lo que pasaste es duro. Pero debes ser fuerte, no puedes derrumbarte… y no te digo esto por solamente darte ánimos, te lo dio porque sé que tú tienes la fortaleza para soportar esto y más-.

  • Es que…- sus ojos se veían llorosos-… duele tanto. No tienes idea como duele el saber que la persona que fue el centro de tu vida, ya no está-.

-Aunque no lo creas te entiendo. Cuando murió mi padre yo me sentía igual- le tomé de las manos- Sin embargo alguien me ayudo a reponerme, me dijo que mi tristeza no le alegraría. Y esas palabras te las repito hoy, David- hice que me mirara- a Fabián jamás le gustaría verte así de decaído, esto no es lo que él hubiera querido para ti - por primera vez en muchos días esa mirada sin expresión se llenó de emociones y sentimientos. Dejó su careta de lado dejando ver lo indefenso que se sentía. Sus ojos pasaron de ser los de alguien que no necesita de nadie a unos de un niño de diez años que necesita de sus padres.

-¿Sabes?- comenzó a decir- Fabián es lo mejor que me ha pasado hasta ahora, tú y él han sido los únicos seres que me han hecho sentir amado. Importante. Él marco mi vida. Él era mi motivación-

-Bueno, entonces síguelo usando de motivación. Cada vez que quieras rendirte piensa que a Fabián. Piensa que a él le dolería saber que por su abandono, tú te rendiste- el solo asintió dedicándome una tímida sonrisa. Él sabía que mis palabras eran ciertas. Suspiré aliviada. Había dado en el clavo. Esperaba que fuese suficiente.