Después del dominio

Un marido machista descubre un dìa que las cosas pueden cambiar. Y cuanto¡

Me casé a los 30 años. Había tenido tres relaciones previas al matrimonio. Ninguna de ellas me había satisfecho mayormente. Es más. Estaba convencida que yo tenía problemas sexuales insuperables.

Lograba los orgasmos solamente cuando me masturbaba, fantaseando o mirando alguna película erótica o, incluso, pornográfica.

El matrimonio con Andrés era relativamente feliz usando este adjetivo con mucha generosidad. Éramos un matrimonio "tipo", de profesional del derecho con una mujer independiente. Yo también soy profesional universitaria. Concretamente, arquitecta. Todo era "vistoso", digno de envidia para mis amigas, con posición económicamente acomodada, algunos viajes de placer, una casa hermosa, etc.

Pero en la cama todo era aburrido. Andrés era un marido machista típico. Preocupado por acostarse y hacerme el amor (si se le puede llamar así) alguna vez en la semana, disponer las cosas a su antojo, ser el "hombre" de la casa. Poca cosa se le podía discutir. Las cosas eran como él quería y nada más. En la cama solo habìa rutina. Yo fingía algún orgasmo y él sentía un hombre a carta cabal.

A cierta altura empecé a sentir rechazo y la rutina me mataba. Llevábamos cuatro años de casados y comencè a pensar seriamente en divorciarme. Pero no son fáciles de decidir esas cosas. Por demás, nada me atraía especialmente. Mi placer seguía siendo fantasear con algún hombre divino y sobre todo con escenas "perversas" y sentir el orgasmo con la ayuda de mis deditos en el clítoris.

Todo empezó a cambiar un día que se me ocurrió simplemente decirle que no tenía ganas de hacer el amor. Pasó todo en forma inadvertida hasta que a la cuarta o quinta vez en que expresè mi falta de deseos mi marido empezó a enojarse primero y a perder compostura después.

Una tarde de sábado estábamos vistiéndonos para salir a cenar con unos amigos y vi a Andrés realmente excitado mirándome mientras yo caminaba en tanga y tacos altos. Me dijo "por favor quédate así unos minutos" y se empezó a masturbar mirándome. Lo vi "acabarse" en plena paja mirando a su mujercita. Y a partir de esa tarde las cosas empezaron a cambiar entre el marido "machista" y la mujer "sometida" e insatisfecha. Me dio un cierto placer verlo tan desesperado haciéndose una paja mientras me miraba. Me di cuenta que podía tener yo misma cierta cuota de autonomía y dominio sobre él. Al fin y al cabo.¿Por qué no ser yo quien ponía algunas reglas? ¿Qué obligación tenía yo de estar a su disposición si no me generaba placer ni me hacía disfrutar del sexo?. Por el contrario sentí un cosquilleo nuevo mientras el maridito machista se acababa mirando a su mujercita en tanga.

Él a partir de ese día empezó a pedirme cada vez mas veces para mirarme en bombachita y pajearse. Ya ni me reclamaba nada. Había descubierto que estar "rogando" y simplemente mirar lo enloquecía. Yo empecé a divertirme con la situación. En las horas más insólitas me lo pedía. Yo podía estar en mi estudio o en mi biblioteca y él entraba y me rogaba "por favor, ¿no me dejas?". Y yo, por ejemplo, me bajaba un poquito el jean y le mostraba las caderas, mi cola que es muy redonda, firme y grande y él se masturbaba y se chorreaba enseguida.

Empecé a fantasear con nuevas cosas. Un día le dije que le iba a hacer algo especial y lo hice acostar desnudo en el medio de nuestro lecho. Le pasé crema por todo el cuerpo y él estaba feliz y enloquecido. Cuando le acariciaba las nalgas, los muslos, la espalda gemía de placer. Y así, despacio, por primera vez en la vida le puse un dedito adentro de su culito. Comenzó a delirar, gimoteando, pidiendo más, levantando su culo hacia mí y tuvo una acabada feroz sin tocarse. Solamente penetrado por mí.

Empezó la fase más divertida y placentera. Yo lo dominaba y él rogaba que se lo hiciera otra vez. Así, en una oportunidad, lo dejé mirarme en tanga pero sin que se tocara, y él mismo rogó que "me lo cogiera". Y para su sorpresa le encremè la colita y despacio le puse una velita en el culito. Deliró, lloriqueó y también se acabó gritando y suplicando que no se la sacara. Comenzó la fase más sensacional de mi vida sexual. El marido machista se transformó en un pobre hombrecito humilldo y la mujer dominada en perversa. Todo mejoró aun más cuando le susurré al oído que me estaba haciendo falta un hombre de verdad. Pero eso es otra historia.