Después de todo...
Carta a mi ex
Después de todo lo que hice por ti ahora te vas y me dejas acariciando mi soledad.
El amor que sentí por ti impide que te odie, incluso ahora y también en mis momentos de ofuscación, y los insultos que te dedico son producto de esa ira pasajera.
Creo que en el fondo aún te amo como me has hecho amarte, con entrega total más allá de todo límite.
En los primeros tiempos tu lanza me dominaba, los mordiscos en mis nalgas y la lengua en mi ano vencieron el último escollo en la pérdida total de mi virginidad. Y allí me tuviste doblada ante ti, sacrificándome en recibirte para calmar tus bajos instintos pero, debo reconocerlo, altamente sensuales. Me ensartaste cual bandera y aprendiste a hacerme gozar por ambos lados.
Pensé que eso era todo, que te había cedido el último bastión de mi femeneidad —que te ofrendé por amor— pero estaba equivocada y, cuando estuviste seguro de la posesión de mi trasero y de mi alma, continuaste haciéndome vencer nuevos e impensados desafíos que hubiera rechazado aún en mi afiebrada imaginación.
Una de tus tantas noches en pedo, liberado y saltando los escollos, me measte sin quererlo y ese chorro caliente sobre mi piel despertó un no sé qué morbo que luego fui yo la que descaradamente te pedí que lo hicieras. Me embriagó el calor de tu orina y su olor reconcentrado; más aún, me emborraché de placer aquella vez que empezaste a limpiar con tu lengua las gotas ambarinas quedadas en mi piel para culminar poseyéndome en todas las posiciones y arrancarme orgasmos tras orgasmos. Fue una noche inolvidable y el inicio de un ciclo de desbordes en el que tus fuentes de placer, imaginación, verga y lengua, se enseñorearon de mi cuerpo, de mi alma y aún más.
Quise pasar esa etapa y me oriné sobre tu pecho, primero en cuclillas y luego parada contigo acostado en la bañera o en el piso recibiendo mi chorro, para después limpiarte con mi lengua y volcar la esencia de mi pis, así recogida, en tu boca, con un beso que sellaba la complicidad de dos meones.
Como, además, nos llenábamos de cerveza para orinar rápido y abundante, una vez sucedió lo previsible que no habíamos previsto y, para evitar que me mee abriste tu boca golosa para tomar mi jugo, que intenté graduar para evitar derrames, y el placer de vaciarme con tu boca en mi vagina fue no una, sino muchas veces más intenso ya que continuaste lamiéndome el coño con una mineta superior, lo que repetimos hasta el cansancio.
Aunque el anuslingus era habitual en nuestras prácticas, y a veces tu culo de macho tenía olor y sabor fuerte, recuerdo aquella vez en que nos encontrábamos en un lujurioso sesenta y nueve y un gas indiscreto se salió empujando líquido de mis entrañas y, sin darme tiempo a protegerme y protegerte, te abalanzaste sobre mi trasero aseando mi mierda por fuera y por adentro. ¡Que gozo inesperado!
Si no fuese por tu inclinación a la inmundicia sensual, aún estaría colorada de vergüenza, pero, como no podía ser menos, te retribuí la atención y me entretuve penetrándote con mi lengua, ayudada por el anular, el que sirvió de cuchara para sacar tus restos y limpiarlos con mi boca.
Para que no se piense que aquellos placeres morbosos fueron los únicos que cultivamos, recuerdo que hiciste perder mis puritanos límites franeleándome sin recato en el transporte público. Desde luego que no faltaron después los aprovechados de siempre que -tal vez reconociéndome por viajes anteriores en los que habíamos coincidido mientras hacías de las tuyas- se apoyaban en mi trasero con la pija discreta primero y, después, abiertamente parada, para masturbarse lo que duraba el viaje y calentarme para el resto de la jornada. Tuve que cambiar los horarios y las líneas del transporte porque llegaron a molestarme las miradas recriminadoras de las pasajeras habituales.
Una vez que viajaste por unos días me dejaste por toda compañía un quid de consoladores para que no te extrañe. Cuando me llamaste aquella noche aproveché para usar algunos al compás de la línea caliente que te tiraste conmigo y yo contigo.
Luego aprendimos del placer de los utensillos en nuestros juegos solitarios o compartidos, ¡cómo te gustaba cuando me masturbada solo para ti, pero nunca sabrás quien estaba en mi fantasía!
Como buena chica de colegio religioso fui obediente y cada deseo tuyo era una orden.
En nuestra búsqueda permanente de incentivos descubrimos algo de dolor, de pornografía expresa y del cambio de roles, cuyos pininos ya habíamos dado con las dedeadas en tu orto. Fue una siesta, en el calor del verano, cuando se me ocurrió eso y lo llevé a la práctica. Mientras te calentaba y lubricaba el ano con mi lengua me puse, lo más sigilosamente que pude, un arnés con uno de los penes de menor tamaño. No sé si te diste cuenta de mis intenciones pero cuando me dirigí a chuparte la nuca, te asenté el plástico y tu corcoveo sirvió para que el aparato, mi verga, se metiera hasta el fondo. En ese momento me sentí plena y superdominante. Pasado el primer instante con mi verga en tu culo, comencé mi danza culiándote y masturbándome al mismo tiempo con la base del apósito hasta que uno y dos orgasmos se escaparon de mi concha. ¡Quédate!, suplicaste, y así lo hice hasta que tu trasero, con movimientos autónomos, se desbocó en su propio ritmo hasta hacerte reventar con la más profusa eyaculación que te haya visto.
Luego vino la calma y tu vergüenza. Intenté calmarte con palabras acordes mientras te besaba primero, y chupaba después tus tetillas al compás de tu verga que crecía en una nueva erección.
Profundizamos el jueguito del cambio de roles, dejándonos llevar por lo nuevo y lo reiterado. En la intimidad comencé a llamarte mi chica y a decirte que era tu macho, dándote cada vez más por el culo en todas las posiciones que supimos descubrir sin olvidar nuestras viejas prácticas.
Pensé a veces que éramos dos lesbianas descubriéndonos. Ahora sí podíamos hablar y compartir las fantasías mutuas de sexo exacerbado, completar el cuadro con afeites compartidos para suavizarte la piel y feminizar tus facciones. Cayeron los bigotes, la depilación hizo lo suyo y los ejercicios te dotaron de un culo redondeado y apetitoso, al punto que sentí algo de envidia por tu nueva gracia pero era mi consuelo que tú eras mi obra como yo la tuya.
Desde luego que seguías cogiéndome por todos lados y, entre orgasmos cada vez más ruidosos de mi parte, tomaste y comiste mucho más de mis esencias líquidas y sólidas. Te tragaste hasta mi alma.
Amor, un día te presté un culote con el que fuiste a trabajar y vi que te quedaba bien y me contaste que la pasaste bárbaro con la femenina textura sobre tu piel. Fue uno de esos descubrimientos que fueron jalando la historia de nuestra relación. Así empecé a proveerte de pantis, faldas, blusas, pelucas y pinturas que amenizaron nuestros encuentros cada vez más intensos y extensos. A veces eras mi Tarzán y yo tu Jane, otras yo Tarzán y tu Jane hasta desencolar las camas y otros muebles con placeres desenfrenados.
Por ese camino de experimentar y experimentar con dividendos en goce y desenfreno, discretamente, probamos el trío HMH y aprendimos también entonces a intercambiar los roles. Nunca olvidaré como se encendieron los ojos del Tercero cuando te vio en tu papel de hembra y te dedicaste a satisfacerlo. Y ese fue el comienzo del fin, con más frecuencia él te quería en tu papel de hembra y yo, aunque al principio no quise aceptarlo, fui ocupando un segundo plano cada vez más relegado hasta ese momento en que me dijiste que quedábamos como amigos y que te ibas con él, como su pareja, y me largaste el rollo de la amistad como amor sublimado.
Y que puedo hacer, me tiraste como un tejo y me dejaste sola con todo lo que hice por ti.
Lamento haberme puesto nostálgica en esta circunstancia. Agradezco la invitación pero debo rechazar el discreto honor de ser testigo de tu boda. Que sean felices.
PD: Yo estaré acá. Tal vez alguna vez, más adelante. Recuérdale a él que te va a gustar más si toma mucha cerveza cortada con whisky.