Despues de tantos años

Hacía tiempo que no veía a Mª José

Hacía tiempo que no veía a Mª José. Habíamos estudiado juntos en la Universidad y en el último año de carrera habíamos comenzado a salir. Nuestra relación duró hasta unos meses después de terminar los estudios, cuando ella volvió a su ciudad y la distancia fue apagando poco a poco la atracción que sentíamos el uno por el otro. Después de tantos años, allí estábamos los dos de nuevo, sentados uno junto al otro a la mesa de un café que solíamos frecuentar, hablando de cosas interesantes de la vida, conscientes de que no teníamos tiempo para trivializar la conversación ni de caer en los típicos comentarios y preguntas sobre la familia y el trabajo.

El paso del tiempo había hecho de aquella joven hippie y llena de sueños una mujer decidida, con carácter y segura de sí misma. Sin embargo, sus ojos seguían dándole el mismo aire dulce y expresivo de siempre. Físicamente no había envejecido. Al contrario que yo, quien había engordado y perdido un poco de pelo en las entradas, ella se conservaba joven. De hecho, estaba mucho más atractiva que cuando estudiábamos juntos. Seguía teniendo un tipazo. Lejos de ser exuberante, era de constitución fina pero atlética. Tenía unas buenas piernas, duras pero no demasiado musculadas, un trasero redondo y perfecto, cuerpo delgado y pechos medianos. Lucía como siempre pelo corto, que realzaba un cuello fino y esbelto.

Nuestras sillas se iban aproximando poco a poco según avanzaba la conversación. Poco después nuestras manos se entrelazaron. Su mano se posaba de vez en cuando en mi muslo. La deseaba más que nunca. Su sonrisa me tentaba cada vez más. Seguía encontrando irresistible su cicatriz en el labio superior y por fin decidí besarla de nuevo. Todo era mágico. No había en mí ningún atisbo de temor a que ella rechazara mi beso y fue una grata sorpresa sentir cómo lo recibió dulce entre sus labios, acariciando los míos con su lengua tibia y aterciopelada. La conversación fue dejando paso a los besos y las caricias. Nuestras bocas se fueron buscando con más deseo, ofreciéndose una a la otra con mayor avidez, más profundamente. Nuestros dedos se entrelazaban con fuerza apretando nuestras manos. La suya no dejaba de acariciar mimuelo arriba y abajo, masajeando con fuerza. Mi otra mano se colaba por debajo de su jersey acariciando su cintura, desesperada por sentir más de su piel. Perdíamos a un ritmo vertiginoso la noción de espacio y todo a nuestro alrededor desapareció en un mar de besos, caricias, lenguas, respiraciones, saliva

Una hora después cruzaba la puerta de su antigua habitación. La casa estaba cambiada, pero reconocía cada rincón y recordaba cada cuadro, cada vela, cada mueble… Algunos seguían allí y otros no, pero el delicioso perfume a rosa y miel seguía supurando de las paredes, dándome la bienvenida.

Mª José cerró la puerta detrás de mí. Los paneles rectangulares de cristal texturado difuminaron la sala detrás de la puerta. Pegó su cuerpo al mío. Recuerdo la primera vez que ella lo hizo, acoplando su cuerpo perfectamente a mi cuerpo y cómo aquella sensación me cautivó durante los siguientes dos años. Como entonces, sus piernas quedaban entrelazadas en las mías, su pubis pegado a mi sexo, su torso contra el mío, sus pechos contra el mío y su cabeza, ladeada, llamaba a mi boca para seguir con los besos que habíamos cesado al abandonar el café.

Nos devoramos a besos, cada vez más profundos, más húmedos. Mis manos se colaban de nuevo bajo su jersey, pero esta vez subían hasta deshacerse de él por encima de su cabeza. Mientras tanto, ella despasaba mis vaqueros y los dejaba caer al suelo para después hacer lo mismo con mi ropa interior. Yo mordía su cuello, lo besaba y lo lamía mientras mis manos despasaban su sujetador. Su mano se enredaba en mi pelo bajando mi cabeza hasta sus pechos, que yo empezaba a lamer y chupar a tiempo que mis manos se deslizaban bajo la tela de sus leggings para bajárselos junto con sus braguitas de algodón blanco. Mª José terminó de deshacerse de ellos y se dio la vuelta, dándome la espalda y yo aproveché para terminar de desnudarme. Pegaba su cuerpo al mío de nuevo y tomándome las manos hacía que la abrazara desde detrás. Sentía sus nalgas pegadas a mi sexo que crecía rápidamente. Mis manos sobaban su vientre liso, sus pechos medianos y suaves, su sexo caliente y ya mojado. Ella se inclinaba entonces hacia delante y abría sus piernas para pasar su mano entre ellas, alcanzando mi sexo y colocándolo entre sus muslos. Comenzaba un vaivén delicioso para masturbarme así, con mi sexo alojado justo bajo el suyo. Pero Mª José siempre ha sido muy visceral y fogosa. Los preliminares nunca han sido su parte favorita y, como otras veces, unos minutos después me pedía que la penetrara. Y así mismo, todavía de pie, se volvía a inclinar hacia delante. Yo alojaba mi sexo contra la entrada de su coñito y abrazándola por la cintura empujaba. Como otras veces, nuestras voces se fundían en un gemido largo de placer mientras mi sexo hinchado y duro se deslizaba dentro del suyo, caliente, empapado. Pronto empezamos a subir el ritmo, hasta culear juntos desbocados, entregados completamente, sin poder esperar más. Mª José me anunciaba que se iba a correr mientras se masturbaba y justo cuando yo sentía que mis huevos se contraían y la leche comenzaba a llenar mi verga desde la base del tronco. De nuevo nuestras voces se fundían, esta vez en sonoros jadeos al tiempo que yo explotaba dentro de ella y ella se derretía sobre mí. La sensación era más fuerte que nunca, más placentera, más salvaje, más desinhibida, más sincera. Era como revivir el pasado, pero mejorándolo infinitamente. Yo la sabía totalmente satisfecha y ella me sabía totalmente complacido. Flotaba en el aire una sensación de complicidad, de satisfacción por habernos tenido un al otro así, sin más, sin explicaciones, justificaciones, excusas ni remordimientos.

Cuando desperté mi primer impulso fue llamar a Mª José. La sentía cercana, tremendamente cercana. La deseaba. Pero ¿con qué barata excusa la iba a llamar? Hacía años que no la veía. Habíamos estudiado juntos en la Universidad y en el último año de carrera habíamos comenzado a salir, pero nuestra relación duró hasta unos meses después de terminar los estudios, cuando ella volvió a su ciudad y la distancia fue apagando poco a poco la atracción que sentíamos el uno por el otro. Después de tantos años