Después de tantos años
Aquella noche, como tantas otras, comenzó buscando en la barra del bar un rostro conocido, o acaso un desafío que conquistar. Al apartarse un grupo de personas que se arremolinaban creí distinguir a alguien...
Aquella noche, como tantas otras, comenzó buscando en la barra del bar un rostro conocido, o acaso un desafío que conquistar. Al apartarse un grupo de personas que se arremolinaban creí distinguir a alguien. Me aislé de las conversaciones del grupo de amigos que me acompañaban para fijar mi mirada en aquel punto. Al cabo de unos minutos pensaba estar seguro: Clara. Habían pasado los años, demasiados diría yo, pero parecía ella, una antigua compañera de trabajo de mi madre, uno de los mitos sexuales de mi juventud. En aquella época, yo tendría quince, ella, con sus veinte años más, su tez morena, su pelo rizado, su manera de vestir elegante y sexy a la vez, me volvía loco. Nunca pasó nada obviamente porque yo era un crío y ella se movía en otros ambientes, pero en mi mente junto a las cantantes, sex symbols o actrices de moda, siempre estaba ella. Viéndola aquella noche en el bar se podía decir que no todo era culpa de las hormonas revueltas de mi adolescencia y que Clara había envejecido relativamente bien; seguía delgada, su piel tenía alguna marca por el sol, su pelo, más corto que antes, seguía luciendo rizos… Pensé en los años que habían transcurrido, en mi edad actual, calculé la suya, la cincuentena larga, y sólo pude pensar ¡qué deprisa pasa el tiempo!
- Disculpad - me excusé con los amigos, y abriéndome paso en el bar llegué hasta la barra. En los escasos minutos que habían pasado desde que reparé en ella había constatado que estaba sola, y de sobra sabía que no me iba a recordar como yo a ella. – Perdona que te moleste, ¿eres Clara, verdad?- .
- Sí… - su mente trataba de recordar quién era yo y porqué sabía su nombre. Le ayudé a hacerlo. –No sé si te acuerdas de mí, soy Marcos, trabajabas con mi madre, con Paqui, hace muchos años, como veinticinco. El caso es que estaba ahí con unos amigos, me ha parecido verte, no estaba seguro, pero quería saludarte y… -
- Marcos - mi nombre escapó de su boca antes de que se la tapara con la mano. – Sí, claro que me acuerdo, ¡cómo has cambiado, si eras un crío! ¿Qué tal está tu madre? Hace también años que no la veo -. Iniciamos una conversación agradable, en la que los recuerdos se juntaban con las novedades y en la que echar la vista atrás nos servía para juzgar en silencio nuestros respectivos presentes. Cuando uno de mis colegas se acercó para decirme que se marchaban, de un gesto de la mano le indiqué que siguieran sin mí, que yo me quedaba. Ella se dio cuenta.
- En serio, si te tienes que ir, no importa, ha sido un placer reencontrarnos… -.
- No, no, no te preocupes ya los veré otro día, me apetece seguir hablando contigo, si no te molesta, claro -.
- Cómo me va a molestar, es más, te lo agradezco, no me apetecía nada seguir aquí bebiendo sola -.
- En ese caso me quedo, y déjame invitarte a otra copa - con una seña le indiqué a la camarera que nos pusiera dos más de lo mismo-. Quizás fuera el alcohol, quizás lo relajados que estábamos, tal vez recordar viejos tiempos, el caso es que unos minutos después me atreví a confesarle algo: ¿sabes una cosa? No te rías, eh, que me da mucha vergüenza… . Antes de que contara nada Clara ya reía. – Cuando tenía eso, catorce, quince años, eras mi mito sexual.
- ¿Quién, yo? - preguntó alzando la voz y riendo, lo que provocó que algunas personas se giraran pese al ruido del bar.
- Sí, tú, no te rías. A ver, que también me gustaban otras, yo que sé, las famosas de turno, pero tú eras estabas ahí, eras más real, más accesible, aunque luego no me hicieras ni puto caso… - dije.
- Pero si eras un niño, y además hijo de mi amiga - argumentó Clara.
- Era - repetí dando a entender que habían pasado muchos años y que… bueno, dejándolo a su elección. - ¿En serio no te dabas cuenta? Cuando mi madre decía, hoy no vendré a comer porque me iré con Clara a la playa, yo siempre me las arreglaba para dejarme caer por allí, no puede ser que no te dieras cuenta, ¿o acaso pensabas que era por estar con mi mamá…? Joder, recuerdo que tenías un bikini verde, no sabes la de veces que me… Venga, un brindis, por el tiempo pasado y los sex symbols reencontrados - concluí riendo. Nuestros vasos chocaron y la conversación fluyó por otros derroteros.
- Creo que me debería ir yendo - dijo de pronto Clara. Miré mi reloj, el tiempo siempre transcurre deprisa cuando se está a gusto. Le propuse acompañarla y ella aceptó.
- Es aquí - dijo deteniéndose en un portal apenas cuatro o cinco minutos después de abandonar el bar.
- ¿Vives aquí? Vaya, sí que hemos llegado rápido - comenté algo decepcionado por la brevedad del viaje.
- No, no vivo aquí - mi cara le debió decir que no entendía nada-. Si quieres subes y lo entiendes . Subimos pues al primer piso.
- ¿Una oficina? - mi expresión debía continuar siendo de sorpresa.
- Si continuábamos hasta casa igual me arrepentía por el camino - dijo, y añadió: yo necesito un polvo, y tú… digamos que te has ganado follar con el mito de tu juventud, espero no decepcionarte .
- Seguro que no - dije y caminé hacia ella.
Mis labios se posaron en su boca al mismo tiempo que mis manos lo hacían en su cuerpo. A los nervios previos y la excitación del momento se unía el calor que todavía desprendían los ordenadores apagados apenas un rato antes. Sobre la mesa del despacho, perfectamente apilados, distintos expedientes esperaban su turno mientras Clara permanecía expectante ante mi siguiente movimiento. Sobre su blusa mis manos buscaron sus pechos, ni muy grandes ni demasiado pequeños, quizás con un tacto más flácido que el que yo imaginaba. Cuando sintió mis besos en su cuello ella cerró los ojos lentamente y se dejó llevar. Después de haber deseado tanto ese momento, no sabía si acelerarme y disfrutar cuanto antes de lo tantas veces soñado o tomarme mi tiempo, hacerlo sin prisas, desvestirla lentamente, tomándome un instante para admirar su cuerpo al quitar cada prenda. Al final, como siempre, fue el grado de excitación el que acabó imponiendo su ritmo. Clara vestía un conjunto de lencería gris perla cuando mis manos la auparon y la sentaron sobre su escritorio. Yo me acomodé en su sillón giratorio e inmediatamente mi cabeza busco abrirse camino entre sus muslos. Ella me abrió paso para instantes después retener entre sus piernas y con las manos, mi cara contra su sexo. La tela de su braguita se humedecía presa entre mi saliva y los flujos que empezaban a aflorar en su vagina. Cuando mis dedos apartaron la ropa interior apareció ante mis ojos su coño, oscuro, con los labios carnosos y muy replegados y totalmente rasurado, tal y como lo había imaginado siempre en aquella época en el que Clara y su sexo eran mi meta, tan deseada como inalcanzable. Tendí su cuerpo sobre la mesa; me hubiera gustado descontrolarme, empujar los montones de documentos guiado por la excitación y la necesidad de espacio, obligar a su secretaria a la mañana siguiente a ordenar de nuevo todos aquellos dossieres, también aquellos papeles que el sudor acabara pegando a nuestras pieles, pero me limité a jugar unos minutos con mi lengua en su coño. Hasta que la excitación de nuevo llevó a sentar a Clara en mi regazo. Su cuerpo se movía guiado por el instinto, buscando frotarse contra la dureza que se insinuaba bajo mi pantalón.
Sus manos me instaron enseguida a desvestirme de cintura para arriba, y las mías pronto hicieron volar su sujetador al otro lado de la mesa, donde dos sillas vacías nos miraban expectantes. Nos entretuvimos en lametones, besos y caricias hasta que me incorporé, con Clara prácticamente enroscada a mi cintura; caminé hasta chocar con la pared, entre lo que parecía un título universitario enmarcado y una lámina de arte contemporáneo. Ella volvió a posar los pies en el suelo y mis brazos la giraron. Recorrí su espalda morena con mis manos y mis labios. Me agaché, mi lengua llegó hasta sus muslos, y volví a ascender, a mordisquear esas nalgas que de tan soñadas en mi juventud no podía creer ahora reales. Mis manos mantenían las suyas pegadas a la pared, mi nariz se escondía en su pelo embriagándome con su aroma. Bastó un gesto para soltar el cierre de mi pantalón, empujarlo, calibrar la dureza de mi polla y acercarla a su sexo. Luego, un mínimo golpe de riñón nos llevó a la gloria. Ella inclinaba la cabeza, hasta apoyarla en la pared, ofreciendo a mis labios su cuello largo. En la penumbra de aquel primer piso, con la escasa luz anaranjada de las farolas filtrada por los estores, me follaba a Clara como sólo había ocurrido en mis mejores sueños. El pantalón caído a la altura de los tobillos, mis manos despegándola de la pared, acompañando las embestidas, ella se mordía los labios y los gemidos se veían obligados a mezclarse con la respiración agitada. Años atrás, cuando yo era apenas un adolescente, no hubiese sabido ni podido estar a su nivel, pero después de tantos años tenía la experiencia, conservaba el vigor y el deseo. Mis manos empujaron sus hombros contra mí, inicié una nueva tanda, algo se descontroló en Clara, que empezó a agitarse mientras no dejaba de penetrarla; aguanté sus sacudidas, los arañazos de sus uñas perfectamente cuidadas, mi polla surcaba su coño y en cada viaje parecía sumergirse más y más en un mar sin fondo. Reteniendo su cuerpo contra el mío asistí a su orgasmo, había hecho correrse al mito sexual de mi juventud, no cabía en mí de orgullo.
Mi pene parecía brillar cuando la saqué impregnado de Clara. – Ven, móntame - le dije mientras me tumbaba con la espalda apoyada en una alfombra blanca que protegía el parqué. – Necesito verte la cara, saber que eres tú -.
Fui consciente de su edad esperando que su cuerpo, todavía fatigado después del orgasmo, se decidiera a acoplarse a mi polla que la esperaba erguida. Cuando se sentó sobre mí lo hizo midiendo hasta dónde se permitía hundirse. Poco a poco, centímetro a centímetro mi polla fue perdiéndose en su interior, hasta que se acomodó, las rodillas apoyadas en el suelo, el trasero en el respaldo que ofrecían mis piernas, e inició un sueva vaivén. Mecido en sus balanceos me creía en alguno de mis sueños adolescentes, aquellos en los que Clara me enseñaba todo lo que un muchacho debe saber. Quería hacerlo de carne y hueso, sentir que lo que estaba pasando en aquella oficina aquella noche era real, así que coloqué mis manos en sus costados, en ese punto donde la cintura se une a la cadera, y acompañé sus movimientos. Despacio, aguantando mis ganas, dejándola reposar después del reciente orgasmo, me movía. En cada empujón mi polla recorría su coño, me abría paso entre sus paredes, me calentaba en su calor, bebía en sus flujos. Lento, lento, fuerte. Una y otra vez, hasta que una sonrisa se dibujó en los labios, y otra vez; suave, suave, intenso, y un gemido escapando de su boca. Siempre el mismo ritmo, dos movimientos dulces, casi caricias prodigadas con la polla, y uno duro. Hasta que mis manos buscaron apretar la carnosidad de su trasero, entonces empujaba su cuerpo en dirección contraria al avance de mi rabo, hasta provocar el choque. Una y otra vez, una y otra vez. Clara se empezaba a acelerar, sus pechos bailaban incluso en una coreografía marcada por el resonar de nuestros cuerpos frotándose. La dureza en mis cojones me hizo olvidar la delicadeza, ya no me movía suave, le daba todo el impulso que podía a cada una de mis acometidas, hasta hacerla botar sobre mí. Me corría. Tal vez un minuto, tal vez medio, no sabía lo que iba a durar aquel sueño transformado en realidad tantos años después. Rodeé a Clara con mis brazos, la atraje hacia mí, comí su boca con toda el hambre atrasada, y mientras mi polla ascendía incansable por su coño, me dejé ir en varios espasmos que desbordaron su sexo cuando después de unos minutos agarrado a mi sueño la flacidez volvió a mi pene y escapé de su cuerpo.