Después de la primera mentira (última parte)

Después de la primera mentira, toda verdad se convierte en duda.

Después de la primera mentira, toda verdad se convierte en duda.

Tercera y última parte.

13 de junio

Ávila es una ciudad rodeada por murallas medievales en plena época de la globalización. Esta paradoja hace más encantador al pequeño municipio que cualquier otra circunstancia. Sin embargo, Alfredo no tenía el ánimo para percatarse de esos detalles. Cuando Samuel y él penetraron en un gimnasio y preguntaron por Sergio Sotomayor, su corazón latía desbocado, pues sabía que ese día revelaría muchas cosas sobre la vida de Marta, quizás no muy cruciales, pero sí lo bastante importantes como para iluminar zonas llenas de penumbras.

Al poco de aguardar, apareció ante ellos un individuo frisando la cuarentena, peculiar, cuyo cuerpo estaba repleto de tatuajes y portaba un pendiente en la oreja izquierda y un aro en la nariz. Era alto, calvo (con la cabeza afeitada), musculoso y su aspecto intimidante, desconcertó a Alfredo. “¿Este tío salió con Marta?” . Se saludaron y después les condujo a un pequeño despacho del primer piso, donde les obsequió con un café de máquina. Se aposentaron cada uno en sillas polvorientas y algo desvencijadas. Aquel habitáculo olía a sudor, a humedad, a rancio.

- Pues ya me diréis- les tuteó-. Si queréis información sobre Marta, no tengo ningún problema como ya te dije por teléfono. - se dirigió a Samuel.- Pero esa información cuesta pasta. No voy por ahí comentando mi vida por que sí…

- Ya te dije que te daríamos dinero. Su cuantía dependerá de la información que nos proporciones, evidentemente.

- Vale. ¿Qué queréis saber exactamente?

- Tus relaciones con Marta y…

- Sin obviar nada, incluso los detalles más escabrosos- interrumpió Alfredo.

El coloso le miró, confundido. Samuel también le miró de hito en hito. Habían acordado que Alfredo guardase silencio, pasase lo que pasase y se mantuviese en un segundo plano de manera deliberada y ahora, a las primeras de cambio, infringía lo convenido. El viejo detective, aclaró irritado:

- Sí, todo lo sucio y obsceno…

- ¡Ah, vale!- dijo el interpelado encogiéndose de hombros-. Vamos a ver. La conocí cuando yo todavía trabajaba como guarda jurado y frecuentaba un gimnasio allá por el barrio de Prosperidad. Joder, la tía estaba más buena que el pan. Como para no fijarse en el pandero que le hacían las mallas o las tetas que se le marcaban mazo en sus tops. Las primeras veces la veía de lejos y de vez en cuando se cruzaban nuestras miradas hasta que un día, ella se me acercó y se presentó. Parecía maja la tía. En fin, que, entre aparato y aparato, entre ejercicio y ejercicio, pues quedamos un día fuera del gimnasio. En esa primera quedada estaba como un flan y mira que tengo experiencia con las mujeres. Cuando llegué al pub, la fiché enseguida. Iba con un vestidito que, a duras penas, sujetaba todo su arsenal. ¡Qué buena estaba la tía! Me acerqué y empecé a bromear con ella.  Se notaba que le gustaba porque se reía de todos mis chistes y mira que hay alguno en mi repertorio que es malo de cojones. Yo estaba algo inseguro porque hay tías que en la primera cita quieren guardar la compostura y tal y le estaba dando vueltas a posibles tácticas de aproximación cuando va Marta y, de sopetón,  ¡pufff! me pega un morreo de quitar el hipo. Creo que su lengua tocó hasta mi campanilla. Estábamos en un pub de Alonso Martínez, a tope de gente, pero os juro que para mí el tiempo se detuvo. Estuvimos allí un rato calentándonos como perros. Nos sobamos bastante, para qué mentir. Sin embargo, esa noche no hubo tema. Me dejó el rabo tieso como la trompa de un elefante, pero ya está. Llegué a mi casa maldiciendo a todas las calientapollas del mundo. A los pocos días coincidimos en el gimnasio y, al principio, nada, como si no me conociera. Así estuvo varios días. Luego, un día se me acercó y empezamos a charlar como si tal cosa. A mí me dio que la tía era muy rara, que no estaba bien de la chota. Un día bien, super simpática y tal y al otro día, ni te conozco. Este tipo de personas me tocan los cojones, pero, claro, Marta era especial. Tendría que ser paciente. Al terminar ese día era ya bastante tarde, por lo que al ir a las duchas no estaba ni Perry. Me estaba enjabonando el cuerpo, pensando en mis cosas, cuando apareció Marta con sus mallas ajustaditas y su top diminuto. Verla allí, delante, me excitó a tope. Yo en pelotas y ella mirándome con cara de viciosa. Vino hasta mí y sin preguntar me tomó la polla entre sus manos y me empezó a hacer ¡¡¡una puta bartola!!! ¡Joder! Sus tetazas dentro del top se movían que era una locura y cuando quise tocarlas me dio un buen manotazo. Cuando intenté acercarme a ella para besarla, se apartó. Su top era blanco y el agua le salpicaba un montón con lo que se le transparentaban sus pezones un huevo. Eran grandes, marrones, sabrosos, tentadores. Antes de decir ni pío, me corrí como un niño. Ella se limpió la mano con el agua y desapareció. Cuando salí de las duchas, la busqué por el gimnasio, pero allí sólo estaba el encargado con cara de pocos amigos.- calló un instante y sorbió un poco de café, rememorando-. Pasaron los días y ella no pasaba por allí. Y mira que yo iba cada día a la misma hora por ver si tenía suerte y coincidía con ella…y repetíamos experiencias. Hasta que al final apareció. Era un sábado. Estaba en la cinta haciendo running cuando ella se puso a mi lado a correr. Charlamos un rato y vi que ese día la tía estaba receptiva. Aunque tenía plan para esa noche, no era cuestión de desaprovechar la oportunidad, la propuse salir y ella aceptó. Anulé mi plan original diciendo que me encontraba mal y tal y me fui a mi casa a ponerme guapo. Salí pitando a la discoteca donde habíamos quedado. Ese día la tía estaba alucinante con su top ombliguero y unos tejanos ajustados que le marcaban muchísimo el culo. Creo que es el culo más acojonante que he visto en mi puta vida. Nos pusimos a hablar y tal y después a bailar. Joder, la tía bailando era super cachonda. Acercaba ese culo que gastaba a mi paquete y lo rozaba bastante con lo que yo me puse como un becerro enseguida.  Entre risas y tal le sobaba las tetas a través del top y ella, callada como si tal cosa, se dejaba hacer. La noche prometía. Pensé “Ahora o nunca” y no lo pensé más. Le planté un beso con lengua que llegó hasta sus amígdalas. No puedo decir lo que pasó luego, lo único que recuerdo es estar en unos sofás de la discoteca, metiéndonos mano como adolescentes salidos. Amasé a conciencia sus tetas y su culo y ella frotando mi rabo como pocas lo han hecho. La tía iba sin sujetador y al tocar su delantera a través de su top, se le pusieron los pezones duros como piedras. Yo estaba burrísimo, así que le dije que nos fuéramos de allí y nos marcháramos a mi casa… que era un cante lo que estábamos haciendo en la disco. Marta no dijo nada, se levantó, cogió sus bártulos y nos piramos. Salimos a la calle, subimos en mi moto y nos fuimos a mi casa. En la moto se abrazó a mí con fuerza para no caerse.  Podía sentir sus tetazas clavadas en mi espalda. Cojones, fue una tortura aquel viajecito…- sonrió pícaramente-. Subimos en el ascensor, devorándonos ya. Al entrar en casa, ella me arrojó al pequeño sofá que había en la sala de estar y me bajó los pantalones y todo lo demás. Me dejó en pelotas y empezó a juguetear con mi cuerpo. Pellizcos en mis pezones, mordiscos en el cuello, lametones en mi vientre. Mi termostato estaba a mil por hora. Era una guarra de primera… sabía cómo excitar.  Con esa carita inocente se inclinó ante mí y cuando pensaba que iba a cogerme el cohete con las manos, va la tía y me la chupa. Era una puta máquina. Sin manos sólo con su boca…Ufff…casi me da un infarto por lo inesperado y porque la tía tenía una cara de vicio que te pasas. Es que cambió su expresión totalmente, joder. Yo tenía el cuerpo tenso, tenía ganas de desnudarla y meter mi mortadela en su coño. Pero la jadeputa no me dejaba. Y la tía no paraba de succionar el chupachups. Nunca he sentido mi polla tan gorda y palpitante, estaba a punto de reventar. Le magreaba a conciencia sus tetas a través del top y quizás en algún momento le hice daño al pellizcar sus pezones, porque me dio un manotazo que vi las estrellas. Pero yo no estaba para bromas. Así que me levanté, la cogí y la tiré al sofá. Con mi mano cogí su top y se lo arranqué de golpe. Aparecieron unos melones brutales a mi vista y allí que hundí mi cabeza. Me tiré comiéndoselos un buen rato. Sus pezones, gordos y marrones, estaban tiesos como pitones y se me cruzó por la cabeza abofetear esas tetazas.  Y la tía gimiendo. Cuando le quité los vaqueros, le arranqué el tanga. ¡Joder la tía tenía el coño depilado! ¡Ni un puto pelo! Eso me puso brutísimo, lo confieso. Su coño estaba encharcado, la muy guarra estaba disfrutando de lo lindo. Bajé al pilón y hala a chupar como un señor. Sentía cómo vibraba su cuerpo a cada ataque. Cuando me cansé, me calcé una goma y enfilando bien el rabo, se la clavé hasta los huevos, así de primeras. El cohete entró en el agujero con una facilidad pasmosa. Pegó un berrido que casi se vino abajo la casa. La bombeé un buen rato, hipnotizado por el movimiento de sus perfectas peras. Se la empotré una y otra vez hasta que estallé. Martita se había corrido ya varias veces y yo aguanté ahí hasta el final como un cabrón. Fue el primer orgasmo de la noche, pero no el último.  Creo que follamos en posturas que ni yo mismo conocía. No decía no a nada, salvo a darle por el culo. Esa puerta siempre se mantuvo cerrada para mí. Al amanecer se largó, dejándome los huevos secos y la cabeza llena de pájaros.

Así estuvimos cinco meses con una relación super extraña. Apenas sabía nada de su vida. Nuestra relación se basaba simplemente en el sexo. No teníamos intimidad en otros aspectos. Al principio no me molestaba, pero con el paso del tiempo tenía un montón de preguntas que quería hacerla, pero las ocasiones en que quedábamos terminaban siempre en lo mismo. ¡Cojones, me di cuenta que sólo quedábamos cuando la señorita quería follar! A pesar de que ganaba una mierda y la mayor parte de mi sueldo iba para pagar el alquiler de mi piso, ahorré lo suficiente para proponer a Marta un viaje a Lanzarote para pasar un puente con esa mujer de bandera. Quería estar varios días con ella, disfrutar del sol y playa. Quería intimar con Marta, saber qué pensaba, qué metas tenía en su cabeza, ese tipo de chorradas… Hacer otras cosas además de follar como animales. Si ella, en aquella época, me hubiera propuesto cualquier locura como, por ejemplo, casarnos, yo hubiera estado encantado. Estaba totalmente agilipollado por ella. Cuando se lo comenté ella se rió, me dio un beso, me dijo que era encantador, pero que no podía ser…Ese día me enfadé, parecía un gilipollas en sus manos. Cuando quiero, quedo contigo y cuando no, pues te jodes, campeón. Era más o menos lo que vino a decirme. Durante unos días dejé de ir al gimnasio, pero al final, me pudieron las ganas de verla de nuevo. Durante varios días, no fue por allí y me asusté al pensar que ella se había cansado y se había ido a otra parte. Pero no. Regresó un día y como una gatita en celo vino a mí y me pidió que quedáramos esa noche. Viendo su carita de niña buena, no lo pensé mucho y quedamos en la calle Cardenal Silíceo. No es un sitio de marcha, precisamente. Es una calle más bien tristona, la verdad. La esperé en una esquina más de veinte minutos. Empezaba a pensar que me había dado plantón y ya me piraba cuando apareció de repente con una camiseta ajustada, marcando tetas y unos shorts de infarto, enseñando pierna. ¡Iba pidiendo guerra, vamos! Esa noche presentí que iba a ser histórica, apoteósica. Sin decirme nada, tomó mi brazo y nos fuimos a un pub. Era un local raro. Un portero con cara de bestia, una taquillera con cara de aburrida. Un camarero avispado nos atendió y nos dio unas toallas. ¿¿¿Toallas??? Joder, ¿dónde coño me ha traído esta tía loca?, pensaba. Yo estaba con un mosqueo tremendo…Bebimos y charlamos en la barra y veíamos pasar a gente joven y de mediana edad. La música se repetía más que el cocido. Al final, Marta, que debía conocer ya el sitio, me llevó a un lugar donde había unas taquillas y la vi desnudarse. Ella al ver mi cara de panoli se rió de mí y me dijo si nunca había ido a un club de intercambio. ¿¿¿Un club de intercambio??? ¡¡¡La madre que la parió!!! “Pues, no”, fue mi respuesta. Empecé a pensar que mi gozo iba a parar a un pozo, pero bueno, no todo estaba perdido, creí. Ver a Marta en bolas, me hacía perder la cabeza. Me desnudó como si fuese un niño y cogiendo mi mano me llevó a un sitio donde había una piscina. Allí todo el mundo estaba en pelotas, algunos follando y otros, no, simplemente mirando. Me impactó lo que vi porque no estoy acostumbrado a follar con espectadores. Para tranquilizarme me besó y me acarició la polla. He sido toda mi vida un picha brava y cuando me tocan ciertas partes del cuerpo pues me pongo en plan campeón en muy poco tiempo. Tiramos al suelo nuestras toallas y nos tendimos en ellas y le comencé a refregar su coño con mi glande, sin penetrarla. Estaba chorreando la niña. Me pregunté desde entonces si Marta no tenía una vena exhibicionista como todos los que estaban allí. Estaba ahí concentrado en lo mío, excitándola como a una perra, cuando vi una mano que le sobaba la teta derecha. Me quedé boquiabierto y cuando iba a soltar alguna barbaridad a aquel cabronazo, observé que Marta, lejos de montar el pollo, me echaba a un lado, se incorporaba y se fijaba en el tío sobón. Pareció que le gustaba, pues se marchó con él. Era un tío corpulento, alto, con la nariz aplastada como si fuese un boxeador y una buena herramienta. Y ya lo que me dejó fuera de juego es que vino a mí una chica rellenita, resultona de cara, y arrimase cebolleta. No sabía qué hacer. Si reventarle la cara al tío que se largó con Marta, a Marta por zorra, o a la gorda pesada que no paraba de manosearme. Al fin decidí descargar en la pesada. Así que la tumbé, me puse una goma y me fijé que Marta, no paraba de mirarme. Lo más chocante de todo, es que la tía estaba siendo ensartada como un pollo por aquel cafre, en la posición del perrito. Cerraba los ojos, de vez en cuando, gozando como aquel tipo se la metía bien dentro y bien duro. ¡Qué cara de puta se le ponía cuando estaba excitada, la muy cabrona! La verdad es que era una imagen super caliente y tengo que reconocer que me hubiera gustado estar en el pellejo de ese cabronazo. La sensación de tenerla tan cerca y sentirla tan lejos, me jodía bastante. Y yo ahí bombeando a una pájara que no me atraía mucho. ¿Para qué coño me ha traído hasta allí? ¿Para liarse con otros tíos delante de mis narices? ¿Para mostrarme que yo era uno más? La tía estaba fatal de la mollera. Pero lo peor aún no había llegado, señores, porque un zángano que estaba revoloteando por ahí, se acercó a ella de frente y le hizo una señal pidiendo permiso. Ella no estaba en la mejor situación para negar nada, disfrutando de la penetración que la estaban propinando como una maldita perra en celo. Así que el otro, aprovechando una ocasión como aquella, se enfundó un condón y le metió el nabo en la boca de Marta. Yo me quedé ojiplático como diría mi madre. ¡No podía creer lo que estaban viendo mis ojos! ¡Hija de la gran puta! La tía chupaba el sable de aquel subnormal con verdadera maestría. Ver esa imagen, en vez de excitarme, me jodió una barbaridad. Así que me quité de encima aquella tía a la que estaba follando y me largué de allí, rabiando. Luego, Marta no se dignó a llamarme para pedirme disculpas o algo. Para ella nuestra relación era un juego y yo su juguete.

Para colmo de males, un día al acabar mi turno de trabajo se me acercó un tío bien vestido, se presentó como Pedro no se qué y diciéndome que era novio de Marta, se había enterado que me habían visto con ella y quería saber qué ocurría. Me tocó los cojones la situación. Entendí en ese momento que Marta estaba mal de la cabeza y decidí devolvérsela. Le dije que lo sentía por él, pero debía admitir que me la follaba cada vez que quería. Mi contestación lo dejó tocado. La tía era una auténtica caja de sorpresas.

Pasaron los días y Marta no volvió más al gimnasio.

Después de lo vivido, lo más sensato hubiera sido salir corriendo, huir, pero pasó lo contrario, me obsesioné con ella. Quería saber qué hacía en su vida privada, si tenía familia, en qué trabajaba, con cuántos tíos salía (porque yo estaba seguro que estaba con varios a la vez)… Pedí diez días de permiso a la empresa y decidí seguir sus pasos durante ese tiempo. Sabía que subía al autobús que llevaba al aeropuerto en Cibeles porque un día lo vimos a lo lejos y ella entre risas comentó que lo quemaría con gusto. Así que completamente obcecado, me levanté un día a las cuatro de la mañana y me fui para allá.- el rostro de atleta se oscureció- . Esperé cinco horas como un auténtico gilipollas muerto de frío y maldiciendo mi perra suerte…hasta que apareció vestidita de azafata, aguardó al bus y se subió en él. Yo rápido hice lo mismo en mi moto. Trabajaba en el aeropuerto como azafata de tierra para una compañía suiza. A eso de las tres, terminó, y yo, de lejos, la seguí hasta su casa. Vivía en unos apartamentos muy chulos en la Avenida de América. Nunca pude saber si vivía con alguien o no. Por las mañanas, de lunes a sábado, trabajaba en el aeropuerto. Sin embargo, lo más extraño es que por las tardes, al terminar su trabajo de azafata, iba a su casa, se cambiaba y después se dirigía a un piso situado en la calle H…………., donde se pasaba toda la tarde hasta las diez de la noche, más o menos. A esa hora, salían un grupo de chicas jóvenes y super guapas de esa casa. Marta, al menos durante esos días, marchaba con otra chica, iban a cenar juntas a un VIPS de la zona y después se marchaba cada una a su nido, excepto el viernes que acudían casi todas a un pub cerca de allí.  Me pregunté qué lugar era ese dónde iba cada tarde.  Así que, en un rasgo de ingenio, consulté por Internet escribiendo el nombre de la calle y el número de la finca y lo que vi me dejó muerto…

Samuel conducía de vuelta a Madrid con un fuerte malestar. Todavía seguía conmocionado. Le dolía la cabeza y su estómago estaba revuelto. No habían comido y su único sustento en ese nefasto día estaban siendo unos caramelos. Si él estaba mal, no quería ni pensar en cómo se encontraría Alfredo. Las confesiones del tatuado habían sido demasiado espectaculares, demasiado crudas, demasiado brutales…Lo miró de reojo. Iba con los ojos cerrados, simulando descansar, el gesto hosco, los brazos cruzados sobre su pecho, la respiración apenas perceptible. La única frase que emitió desde que salieron de Ávila fue la de transmitir la orden de ir a la calle H……. Y desde entonces, nada, ni una palabra. Así transcurrió una hora y media sumergidos en ese silencio espeso, incómodo. Al cruzar la sierra de Guadarrama, Samuel divisó Madrid en el horizonte envuelta en polución, iluminada por el sol vespertino. Respiró aliviado.

Mientras, la impaciencia corroía las entrañas de Alfredo, reconcentrado en su dolor. Del estupor había pasado a la indignación y de ahí a una aflicción profunda…Percibía claramente que su mundo había quedado trastocado para siempre. La persona sobre que había depositado todo su amor, todo su afecto, toda su confianza le había traicionado. Se sentía utilizado, decepcionado, ninguneado.

Aunque cabía todavía una última posibilidad y pasaba porque las declaraciones del fatuo de Ávila, estuviesen magnificadas o, al menos, inventadas en su mayor parte, para poder cobrar más. Por eso iban a la calle H………… para verificar la información. Ojalá todo fuese una burda mentira, un colosal engaño. Y se sujetaba a esa débil esperanza como un náufrago a su tabla de salvación.

Al llegar a la gran urbe, se mezclaron en el caos circulatorio e invirtieron mucho tiempo hasta alcanzar la calle H……... Bajaron del coche y se dirigieron al sitio que les indicó el presuntuoso tatuado. Allí había un portero que no les dijo nada al pasar. Subieron a la primera planta y al fondo de un pasillo vieron una puerta coronada por una placa que rezaba: “Masajes terapéuticos”. Tocaron el timbre y oyeron el ruido de tacones que se acercaban. Abrieron la puerta y accedieron. Al cerrar, una mujer sesentona, belleza marchita, les saludó servicial:

- Buenas tardes, señores. ¿Qué desean?- risas juveniles procedían de otro cuarto.

- Hemos llamado hace un par de horas por teléfono para informarnos.No sé si nos atendió usted u otra persona.

- No recuerdo, evidentemente. Pero acompáñenme por aquí, por favor, si son tan amables. Y así podré saber qué servicio quieren los caballeros.

Les condujo hasta un dormitorio amplio, iluminado de manera tenue, primorosamente amueblado, con baño incluido y una cama enorme en su centro. Gruesos cortinajes corridos impedían la entrada de la luz y de las posibles miradas indiscretas de fincas vecinas.

La mujer les ofreció una bebida y, seguidamente, les comentó la posibilidad de que las chicas se presentasen ante ellos. Lo único que quería saber era si el servicio iba destinado para los dos conjuntamente o de forma individual. El precio es distinto, puntualizó y sonrió de forma encantadora. Samuel la desengañó al instante y le preguntó desde cuándo trabajaba allí. El rostro de la dama se descompuso al creer que era la policía quien la preguntaba.

- ¿Son ustedes de la policía?

- No, no somos de la policía, señora, aunque soy detective privado y colaboro con las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado- respondió Samuel mostrando sus credenciales.

- Que yo sepa aquí no estamos cometiendo ningún delito…lo que hacemos aquí no es ilegal.

- Es verdad, pero puede que aquí se estén vulnerando derechos de los trabajadores, que haya explotación sexual y apostaría que también se cometen delitos contra la Hacienda Pública, como poco.

- No quiero hablar si estoy detenida. Si es así quiero la presencia de un abogado…

- ¡Válgame el Señor, cuánto mal han causado las películas americanas! No está usted detenida. No tenemos facultades para eso. Sólo queremos información. ¿Desde cuándo lleva usted trabajando aquí?

- Desde hace 26 años, primero como profesional y después como encargada del gallinero.

- Perfecto. ¿Conoce usted a esta mujer?- Samuel le mostró una foto de Marta.

- No puedo proporcionarle esa información.Es norma de la casa guardar la intimidad privada tanto de los clientes como de las chicas . ¡Faltaría más!

- Señora, como siga usted por este camino, vamos a tener un problema

- ¿Puedes dejarme con la señora a solas? – rogó Alfredo a Samuel. Éste le fulminó con su mirada, pero el rostro de Alfredo se mostró imperturbable y firme.

- Como quieras. Te espero en la calle- rezongó.

Samuel bajó resignado y profundamente enojado. Debió haberse opuesto rotundamente a que Alfredo le acompañase en sus pesquisas porque su intromisión le estaba obstaculizando gravemente. O se retiraba del campo o se desentendería del asunto. Así de cristalino. Después de un buen rato esperando, vio que Alfredo aparecía en la acera ceñudo y visiblemente perturbado. Se aproximó hasta Samuel y luego de suspirar, le susurró:

- No quiero ir a casa. Llévame a un hotel, por favor. Tengo dos llamadas perdidas de Marta y no sé qué hacer - reconoció.

- ¿Qué ha pasado ahí arriba ?

- Sí- dijo escuetamente.

- ¿Sí, qué?

- Marta estuvo trabajando en este puto sitio . Su nombre aquí era Laura. Me ha dado el nombre y dirección de una chica que era muy amiga suya en este antro. Quiero visitarla y conocer más detalles de la vida de mi muj…de ella- rectificó en el último momento. Desde aquel momento dejó de calificarla como esposa.

- Mira, te dejo en un hotel, cena, toma un somnífero y descansa esta noche . Tienes un aspecto horrible. Por ahora no llames a Marta, manda un mensaje inventando cualquier excusa y mañana voy yo a interrogar a esa señorita…

- No, deseo ir contigo . Quiero saber hasta qué punto he sido un gilipollas con Marta... Y pensar que todo comenzó con una denuncia de la DGT…¡La vida que curiosa es a veces!- se lamentó con un rictus de amargura.

Media hora más tarde, Samuel lo dejó en un hotel céntrico y él se marchó a su casa exhausto. A última hora de la noche, Alfredo envió un WhatsApp a Marta diciendo que por motivos de trabajo le era imposible dormir en casa. Ella le llamó varias veces y al constatar que Alfredo no atendía sus llamadas, le contestó por mensajería instantánea con un “ No te creo, mentiroso ” y unos emoticonos rojos enfurecidos. A punto estuvo de perder los nervios, de responder y ponerla de vuelta y media. Pero pudo refrenarse a duras penas y se tendió en la cama, vestido, repasando su vida con Marta…por fin, en la soledad de la habitación, pudo dar rienda suelta a su desconsuelo y comenzó a llorar. Fue un llanto silencioso, tímido, como era él en su vida privada. Sintió una orfandad infinita, insondable. La evocación de Marta le torturaba dolorosamente. Nunca había querido tanto a una persona como lo había hecho con Marta y por eso nunca nadie le había causado tanto daño como ella le estaba generando ahora. En su cabeza martilleaba machaconamente la misma idea “¿Tan mal marido he sido? ¿Qué he hecho mal?” Comprendió, en aquellas horas amargas, que ella nunca le había amado. Que lo único que le sedujo era el tren de vida, disfrutar de los lujos y comodidades que él le podía ofrecer. Ahora comprendía por qué ella se obstinaba en no tener hijos aún. Quería sorber hasta la última gota la copa de los placeres, ver colmado sus deseos más locos. ¡Había estado tan ciego! Era el marido de una persona tóxica, manipuladora, fría, dotada de un ego monstruoso… Y él recibía como recompensa a su amor lo único que podía dar Marta, desprecio, engaño y mentiras. Un desdén que se manifestaba en hechos, hechos que evidenciaban que Alfredo no significaba nada para Marta. Y fue, de repente, en ese momento, cuando la imagen de su madre se materializó en su mente nítida y clara. La única persona que le había amado de verdad, que le había advertido que Marta no le merecía confianza alguna y él le había respondido, como un hijo ingrato, con su internamiento en una residencia de mayores. Su pesadumbre se tornó en insoportable.

Las primeras luces del amanecer le sorprendieron, desvelado, sumido en la desesperación.

14 de junio .

A la mañana siguiente, temprano, Alfredo llamó a su socio para avisarle que tampoco iría al trabajo ese día. Ante la cólera indisimulada de Javier, Alfredo le contó la verdad, sin tapujos. Aunque el asunto de la OPA era fundamental para su devenir profesional, el tema de Marta lo tenía anonadado, descentrado, desnortado.

Javier quedó abrumado por las novedades que le contaba Alfredo. Tenía un especial cariño por la pareja y, en el fondo, siempre les había envidiado. “¡Parecían tan felices! ¡Joder!”

Javier, de todas formas, insistió en los temas del trabajo y le comunicó que, al fin, el despacho había desvelado la identidad del “caballero blanco”. Era una empresa alemana con importantes intereses en el sector farmacéutico en España. Y esperaba sus instrucciones para actuar. En realidad, era todo el departamento mercantil el que aguardaba con impaciencia las indicaciones de su jefe, de su líder. Hastiado, pero consciente de su responsabilidad, ordenó a Javier que se pusiera en contacto con dos personas, una, un político relevante (muy próximo al Gobierno) y otra, un miembro de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia. Que les llamara para quedar con ellos de forma separada, esa misma tarde sin dilación. Que les explicara bien el asunto de la OPA y resaltara que esa compra por la empresa alemana, provocaría una concentración en el sector que sería contraria a la Ley de la Defensa de la Competencia. Y, sobre todo, que les remarcara una cosa. “ Es la hora de devolver los favores a Alfredo Piñeiro” . Ellos comprenderían. Que más tarde, se pusiese en contacto con determinados periodistas relevantes para azuzar y atacar al “caballero blanco” sin piedad, describiendo la operación como lesiva para la economía nacional. Había que moverse rápido y sigilosamente. Y no dar tiempo a que ZELTACO pudiese reaccionar.

Cuando colgó el auricular, Alfredo se sorprendió al ver su figura reflejada en el espejo. Unas cárdenas ojeras asediaban sus ojos y unas profundas arrugas surcaban su frente. Tenía un aspecto verdaderamente deplorable y aunque no había pegado ojo en toda la noche y su cabeza fuera un hervidero de ideas, se forzó en aparentar una serenidad que estaba muy lejos de sentir. Se regaló con una prolongada ducha de agua caliente que relajó sus músculos y se vistió. Desayunó copiosamente, pues llevaba un día y medio sin probar bocado y aguardó a Samuel en el hall del hotel.

A las once, puntual como un reloj, apareció el viejo sabueso y ambos se encaminaron a la dirección señalada por la madame. Era un chalet de dos pisos, con tejado a dos aguas, de pizarra negra, ubicado en una zona exclusiva de Aravaca. Alfredo imaginó que seguramente esa chica, de nombre Carla, se habría casado con otro gilipollas como él, rico y enamorado. Picaron en un telefonillo fijado en la entrada. Al poco, respondió una voz femenina y Samuel se identificó como detective. Tras unos segundos de titubeo, sonó el zumbido que les abría la puerta. Enfilaron por un sendero que cruzaba un jardín, algo abandonado, que los dirigió a la puerta de la vivienda. Allí les aguardaba una rubia espectacular, alta con unas curvas de infarto, vestida con una camiseta, ceñida a su talle, que realzaba sus formas y unos pantalones tejanos gastados.

- ¿A qué debo su visita, señores?- preguntó con un suave acento portugués.

- ¿Es usted Carla Gomes?

- Sí, soy yo. ¿Qué ocurre?

- Venimos a preguntar por una amiga suya, Marta Jaramillo.

Al oír ese nombre, Carla enarcó las cejas, sorprendida.

- Hace mucho tiempo que no sé nada de ella. No sé en qué podría ayudarles, la verdad.

- Soy Alfredo Piñeiro, marido de Marta. Y quiero, mejor dicho, necesito respuestas sobre su vida. Lamento abordarla de esta manera, pero no veo otra forma más sencilla- murmuró compungido.

Carla escrutó su rostro demacrado y después de unos breves segundos de duda, les indicó que podían pasar. La casa era espaciosa, luminosa, alegre. Se sentaron en una terraza abierta al jardín, en cuya mesita descansaban los restos de un desayuno y un libro sobre Literatura española de la Edad Media. La mujer les acercó unas sillas y todos se sentaron en torno a la mesa. Carla rompió el silencio:

- Lamento el desorden, pero he acabado de desayunar y me disponía a estudiar. Estoy terminando la carrera de Filología Hispánica, ¿saben?- dijo señalando el libro y luego, fijándose en Alfredo, le preguntó- ¿Es usted de verdad el esposo de Marta?

- Sí, lo soy.- para disipar cualquier duda, Alfredo sacó su móvil del bolsillo de su chaqueta y mostró fotos que se había hecho con Marta a lo largo del tiempo.

- De acuerdo. Discúlpeme, pero ¿cómo ha sabido que yo fui amiga de Marta y mi dirección?

- ¿Sinceramente? Por el único medio que usted sabe que he podido obtenerlo.- y acto continuo Alfredo contó todo lo que había padecido en los últimos meses.

Al terminar, Carla le miró con compasión, apiadada de su desventurada experiencia.

- Lamento escucharle, señor- posando su mirada en ambos interlocutores, continuó-. A Marta la conocí en la calle H…………., yo ya estaba trabajando allí cuando ella se unió al gallinero, como lo solíamos llamar. Al principio, era muy callada y levantó bastantes envidias entre las demás cuando la mayor parte de los clientes la elegían. Poco a poco, como suele pasar, Marta dejó de ser la novedad y las cosas volvieron a su cauce, aunque la chica que tenía más demanda, de largo, era precisamente ella. Sin embargo, demostró que poseía carisma, un encanto especial, no sé cómo llamarlo, pues de una u otra manera, embelesó a casi todas las chicas que se pegaban por estar a su lado. Y digo “casi” porque yo fui una de las pocas que mantuvo cierta distancia con ella. Observaba cómo Marta me estudiaba, pero no sabía muy bien cómo actuar conmigo. He sido una persona bastante solitaria e independiente en mi vida y las personas que quieren ser mis amigas se lo tienen que merecer. Un día uno de mis clientes habituales me sorprendió cuando, además de mí, escogió a Marta para una sesión. Mi cliente era un señor mayor que nunca había demostrado ser muy imaginativo en temas sexuales, pero, al ver a Marta, se le despertó un vivo interés por vernos juntas. El señor se sentó en un sillón mientras Marta y yo nos mirábamos a los ojos queriendo saber cuál de nosotras llevaría la iniciativa. Nunca antes en mi vida había tenido relaciones lésbicas fuera de la “casa” y en H……… algunos caballeros morbosos solicitaban el servicio. Así que, para ser honesta, Marta no era ni mucho menos la primera mujer con la que había estado antes. Lentamente, me aproximé a ella y rodeando su cintura besé sus labios. Eran gruesos, sensuales y muy suaves.  Al principio, su respuesta fue tímida por lo que, desplazando a un lado su espesa melena negra, le daba pequeños piquitos a lo largo de su cuello. Mis manos, audaces, la desnudaron dejando al descubierto su cuerpo apenas cubierto por un diminuto tanga. Nunca antes había visto a Marta desnuda y tuve que reconocer que era la mujer más hermosa que jamás había visto. La llevé contra una de las paredes y me recreé toqueteándole y chupándole los pezones que coronaban sus espléndidos pechos. Debía tener mucha sensibilidad en ellos porque respondieron con una nítida erección. Nos besábamos sin descanso intentando excitar al cliente. Amasé dulcemente sus nalgas por largo rato y después mis manos fueron hacia delante. Generalmente, en la “casa”, las relaciones lésbicas eran más una actuación que otra cosa y, en algunas ocasiones hasta exageradas porque eso “ponía” a los señores y por ello me extrañó que, al palpar sus braguitas, éstas estaban algo humedecidas. ¿Marta se estaba poniendo cachonda? De repente, sentí cómo su lengua se abría paso por mi boca, explorándola. Esa reacción me cortó la respiración por lo inesperada, por lo intensa, así que, como respuesta, metí mis dedos en su tanga y frotaron su clítoris. Marta gimió rendida a mis caricias. Desde ese momento, perdí la noción de la realidad, me olvidé donde estaba, si alguien nos miraba o no. Para mí, allí solamente estábamos ella y yo. Mi lengua luchó contra la suya, confundiendo nuestras salivas. Sus manos recorrían mi cuerpo erizando mi piel. Sin saber cómo, nos dirigimos hacia el lecho, ella intentando quitarme el vestido, yo procurando resistirme, ambas pretendiendo vencer en esa competición de besos y caricias. Por fin, ella me despojó de la ropa y su lengua transitó por todo mi cuerpo, libre y candente. Mis pechos fueron juguetes en su boca, mi clítoris fue la fruta que consumió varias veces. Éramos dos gatas excitadas que terminamos devorándonos mutuamente. Debo confesar que muy pocas veces me calenté en el trabajo y esa ocasión fue una de ellas. Marta era una amante consumada y ardiente. Sabía cómo dar placer. Nos entregamos tanto la una a la otra que, al finalizar la sesión, mi cliente nos abrazó alborozado, excitado por el espectáculo que le habíamos brindado sin saber que nos habíamos olvidado completamente de él. Desde ese día nació una estrecha amistad entre ella y yo.

- ¿Sabe usted quién es Gonzalo?

- ¿Gonzalo? – repitió Carla-. ¿Amigo de Marta?- Samuel asintió con la cabeza-. Sí, claro. Supongo que ustedes se referirán a Gonzalo Meléndez- al escuchar ese nombre las cejas del detective se fruncieron, aunque su mueca pasó desapercibida para el resto-. Era un cliente de Marta. Ella se coló por él, desde el primer momento. Me comentó que había quedado con él, fuera. No es lo habitual, pero sucede. Después, cuando transcurrió algún tiempo, Marta me animó a quedar con ellos, que era un encanto de chico y todas esas cosas. Una noche, con un amigo, quedamos a cenar con ellos. Durante esa velada, demostró ser muy simpático y amable. Era muy guapo y sabía hacer feliz a Marta y parecía rico, pues pagó la cena de todos y luego, nos enseñó su coche deportivo rojo, supongo que para ponernos los dientes largos. Yo tenía sentimientos encontrados, pues, si, por una parte, me alegraba por ella, por otro, tenía ciertos celos. Al lunes siguiente, pregunté a Marta si Gonzalo era un empresario rico o algo así y me chocó cuando me dijo que trabajaba como policía. ¿Qué clase de policía tiene un Maserati en su garaje? No quise decir nada a Marta porque la veía radiante de felicidad y lo último que deseaba era ser una aguafiestas. Más tarde, las cuatro viajamos a Marrakech y a Roma. Hacían una pareja espectacular. Allá por donde iban llamaban la atención, pero, en el fondo, había algo en el chico que no me terminaba de convencer, no me inspiraba confianza. Literalmente, tiraba el dinero, al menos cuando estaba con nosotras y eso no era normal. Ella no prestaba mucho caso a eso. Un día, sin embargo, Marta no acudió a trabajar y me mandó unos mensajes diciéndome que fuese a su casa al terminar. Intrigada, fui hasta allí y la vi ahogada en lágrimas. Gonzalo había desaparecido de un día para otro sin dejar rastro. Llamamos a un amigo suyo que conocíamos y nos informó que asuntos internos había investigado a Gonzalo. Nadie sabía muy bien qué había pasado, salvo que Gonzalo presentó su dimisión en el cuerpo y se marchó de Madrid, sin decir nada a nadie. Marta pasó una temporada fastidiada y me invitó a vivir con ella. Me pareció bien porque yo estaba también pasando una mala racha por la enfermedad de mi madre en Curitiba y…

- ¡Dios mío! ¡¡Tú eras la brasileña!!- interrumpió Alfredo.

- ¿Disculpe?

- Los viernes mis compañeros del trabajo y yo coincidíamos habitualmente, después de trabajar, con unas chicas muy guapas que se presentaron como modelos en un pub de la calle Conde de Peñalver. Allí conocí a Marta y fue también allí donde, algunas veces, se mencionaba a una brasileña de su trabajo a la que nunca conocimos porque jamás se dignó a ir.

- A mí las reuniones de más de cinco personas me abruman y me aburren a partes iguales. A Marta, en cambio, le encantaba alternar con un montón de personas diferentes y es verdad, yo jamás fui con ellas los viernes. Simplemente, esas salidas nunca me llamaron la atención.

- Ahora empiezo a entender muchas cosas…¡Dios mío, qué estúpido he sido!- se lamentó Alfredo consternado.

- Continúe, por favor- dijo el sabueso a Carla.

- ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! De buenas a primeras, me trasladé a su casa y nos hacíamos compañía. Su piso era muy pequeño para dos personas, pero nos la arreglamos. Éramos jóvenes, bellas, libres y ganábamos muchísimo dinero…se inició una de las etapas más hermosas de mi vida, aunque, en aquel momento, no fui consciente de ello. Viajamos a las ciudades más bonitas del mundo, comimos en restaurantes de cinco tenedores, compramos en tiendas de lujo, nos hospedamos en los hoteles más caros del planeta.  Salvo por su trabajo, estábamos todo el día juntas. Nos convertimos en inseparables hasta el punto de que en H…….. nos apodaban Epi y Blas. Hubo un día muy especial, un día que marcó en mí un antes y un después. Había una única alcoba en su casa y las dos dormíamos en una cama grande. Yo había comenzado a estudiar la carrera de Filología Hispánica por la UNED y aprovechaba algunas noches para repasar en la cama mientras Marta veía la tele en el cuarto de estar. Ese día observé que “mi paisa” (como familiarmente la llamaba) estaba más melancólica que de costumbre. En la cama, solíamos dormir ambas solo con pequeñas camisetas, pues el edredón daba mucho calor. Serían las once, más o menos, cuando apareció Marta, reptó hasta el lecho, se tapó con la manta y se acurrucó a mi lado. Estaba recién duchada y olía deliciosamente a rosas. Su presencia me descentró de mis estudios cuando advertí claramente el calor que desprendía su cuerpo. Dejé el libro y los apuntes en la mesita de noche, apagué la luz y la abracé en la oscuridad. Pude notar con claridad cómo sus pechos rozaban los míos y sus pezones se endurecían a través de la fina tela.  Le pregunté si estaba bien, pero ella no contestó. Le pregunté si quería dormir, pero tampoco contestó. Cuando iba a hablar de nuevo, percibí su respiración muy cerca de mi rostro y casi inmediatamente noté sus labios posarse sobre los míos muy suavemente. No rechacé el beso. Al contrario, se lo devolví muy delicadamente al principio y con más pasión, después. Desde nuestro affaire en el trabajo no habíamos tenido más contactos sexuales y ni siquiera habíamos hablado del tema. Pero ese contacto era distinto. No era trabajo, era simplemente un deseo latente que queríamos satisfacer las dos. Fue un acto libre, sin dinero, ni interés, ni clientes, sólo dos chicas que se deseaban y querían apagar un fuego que las consumía, que las devoraba, aunque ninguna quisiese confesarlo. No estábamos tan desamparadas emocionalmente, después de todo…¿Qué más queríamos?   Después de aquello nuestra amistad se afianzó mucho más. Pero, claro, todo muere…incluso los sentimientos más puros.

- ¿Qué pasó?

- Fue al verano siguiente. Marta y yo vivíamos juntas en su casa, aunque yo tenía mi propio piso. A principios de julio, ella me dijo que iba a venir su hermano a Europa. Comprendí su insinuación y volví a mi domicilio. Su casa era muy pequeña para convivir tres personas y quedamos en vernos una vez su hermano hubiera llegado a España. Marta me comentó que su hermano llegaría un lunes y durante dos días no supe nada de ellos, lo que era perfectamente natural. El miércoles por la mañana Marta me llamó por teléfono para quedar en su casa y presentarme a su hermano. El bloque donde vivía Marta tenía una piscina comunitaria, por lo que mi amiga me recomendó que fuese con bikini para pasar la tarde. Yo llamé a H……… para comunicar que ese día me lo pillaba libre y allí fui. Cuando llegué, ellos ya estaban tendidos en sendas hamacas, disfrutando del sol. Al verme, ambos se incorporaron y me saludaron afectuosamente. Edison es unos nueve años más joven que su hermana. Es muy alto, muy musculado, muy guapo. Después de dejar mis cosas en otra tumbona, nos fuimos al agua como si fuéramos unos críos, chillando y jugando dentro de la piscina. Aguadillas, empujones, algún que otro toqueteo inocente. Nos sacamos mil fotos esa tarde. A ellos se les veía tremendamente felices recuperando el tiempo que la vida les robó.  Al anochecer nos fuimos a cenar a un restaurante del barrio. Esa noche me sentí especial porque estaba acompañada de dos personas excepcionales en todos los sentidos, rebosantes de energía, vitalistas, atrayentes, ingeniosas, espectacularmente lindas. Quizás fantaseé un tanto con Edison y así conocer íntimamente a los hermanos Jaramillo. Estaba como subyugada, hipnotizada por ellos y debo reconocer que tonteé inocentemente con él esa velada. Pero bueno, aquella noche pasó y el jueves transcurrió sin novedades. El viernes por la mañana, Marta me llamó para cenar e ir de fiesta después. Acepté encantada. A eso de las diez y media, hice acto de presencia en el restaurante donde nos citamos y al poco rato llegaron. Marta con un top y un short blancos que resaltaban sus formas y su piel morena y Edison con una camisa azul oscura de seda y unos pantalones blancos de lino. Cenamos muy bien y percibí, claramente, que entre ellos existía una complicidad especial. No era de extrañar porque habían pasado varios años sin verse y por lo que me contó Marta en su momento habían estado muy unidos. La muerte de su padre les marcó para siempre y ella ejerció un poco de madre, hermana y amiga. Brindamos, reímos, charlamos de nuestras vidas, nos hicimos confidencias…Edison como Marta estaban especialmente atractivos esa noche. Estaba pasando una velada genial.  Después, ellos en su coche y yo en el mío, nos fuimos a una discoteca a bailar y divertirnos. Bebimos y bailamos casi todo el tiempo. Para ser honesta, me sentía un poco desplazada porque Marta y Edison no paraban de hablar y bailar entre ellos. Porque sabía que eran hermanos, sino hubiese pensado que eran una pareja de enamorados. Al poco tiempo, un chico comenzó a bailar conmigo y para no sentirme sola le seguí el juego. El chaval era majo y bailaba muy bien por lo que procuré olvidar a los hermanos y lo conseguí plenamente. Sobre las cinco de la mañana mi pareja de aquella noche me invitó a ir a su casa, pero decliné la oferta y me dispuse a buscar a Marta y a Edison. No los encontré en el local y aquello me decepcionó bastante porque todo indicaba a que se habían marchado sin avisarme. Estaba bastante achispada para qué negarlo y pensé en mil cosas. Me dirigí a la calle, me subí a mi coche y enfilé hacia la casa de Marta. El amanecer de ese día de julio ya despuntaba ahuyentando las sombras de la noche. Llegué rápidamente porque apenas había circulación. Un sexto sentido me empujaba al piso de Marta, pero sin saber muy bien el porqué. En mi bolso aún conservaba las llaves de su casa por lo que muy sigilosamente abrí la puerta intentando no despertar a nadie, si es que alguien estaba allí. No se oía un alma dentro por lo que en un primer momento deduje que el piso estaba vacío. Lo más probable es que Marta y su hermano hubiesen ido a otra parte a apurar la noche. Cuando me iba a ir, hubo algo que me detuvo. Eran unos pantalones blancos tirados en el suelo del pequeño pasillo. Al acercarme pude advertir más claramente que su tejido era lino…eran los pantalones que había llevado Edison aquella noche. Noté como la embriaguez que abotargaba mis sentidos se desvanecía de repente y me hacía ser más consciente que nunca de lo que estaba haciendo. Las ventanas del corredor estaban abiertas y una ligera brisa mecía los visillos. No había nadie ni en la sala de estar ni en el baño ni en la cocina, por lo que mis pasos se encaminaron al dormitorio cuya puerta permanecía entreabierta. Con el corazón bombeándome a mil por hora me aproximé a la misma con todo el cuidado posible. Eché una mirada al interior y lo que vi me dejó helada…En la cama yacían los dos hermanos dormidos, él, boca arriba completamente desnudo, con su grueso pene flácido, ella de cubito prono, junto a él, sólo cubierta por un diminuto tanga que mostraba su rotundo culo. Descansaba su cabeza en el pecho de Edison, sus senos acariciando el cuerpo de su hermano, su brazo izquierdo circunvalando su vientre, muy cerca de su miembro. La ropa arrojada en el parqué, las sábanas revueltas, un olor denso que apestaba a sexo y alcohol... Esa visión me impactó, me dejó petrificada. ¡Nunca lo hubiera esperado! ¿Qué habían hecho aquella noche? La simple sospecha me horrorizó. Temblando, despechada y asustada, volví sobre mis pasos. Al franquear la puerta de salida, me di cuenta que estaba llorando, pero antes de irme para siempre de allí, dejé las llaves del piso de Marta en el mueble de la entrada. Ese sería mi último mensaje a Marta.

Jamás la volví a ver. No regresó al trabajo de H…………. y al cabo del tiempo se rumoreó que estaba saliendo con un hombre rico y poderoso, pero no quise saber más, no me importaba. Bastante daño me había hecho ya.

Un sonoro silencio siguió a su declaración. Alfredo estaba pálido como un muerto y sus manos temblaban ligeramente. Samuel permanecía sumido en sus pensamientos, conmocionado, sin duda, y Carla permanecía con la mirada perdida en el espacio. Finalmente, la chica rompió la quietud e incorporándose, les dijo:

- Señores, lo siento mucho, pero debo terminar de estudiar este libro tan entretenido. Dentro de tres días tengo un examen. Les acompaño hasta la entrada.

Al salir del inmueble se toparon con un caballero muy elegante de edad madura que les observó de forma torva. Sin duda, era el conde Muffat que iba a ver a su Naná carioca y al que, al parecer, no le gustaban las visitas inesperadas.

Alfredo al subir al automóvil estaba aún más derrotado y abatido que antes y Samuel, realmente, no sabía qué decir para consolarle. Le dejó en el hotel y al quedar solo, se dispuso a hacer una llamada que consideraba fundamental para esclarecer muchas cosas.

20 de junio.

Alfredo cruzó el umbral de su casa con la confianza de que allí no estaría Marta. El mismo 14, se comunicó con Javier, su socio y le hizo ir hasta su hotel. Le anunció su propósito de divorciarse de Marta de manera fulminante, pero quería hacerlo sin revuelos ni escándalos. Su intención era formular un convenio regulador elevado a público ante Notario, acordando su divorcio de mutuo acuerdo. Por una vez en la vida, se alegraba de no tener hijos en común con ella y poder acelerar los trámites de la disolución de su matrimonio lo más rápidamente posible. Para incitar a Marta a aceptar esta salida, le propuso, a través de Javier, esta solución: la tienda de modas de Ortega y Gasset para ella y una renta mensual de 4.000 € durante dos años para que tuviese tiempo de rehacer su vida y salida inmediata de su hogar y de su vida sin alborotos, sin jaleos. En caso contrario iba a hacer público su pasado, sin contemplaciones, aunque eso salpicase a su propia reputación.  Alfredo sabía que Marta era muy celosa de su vida y una de sus grandes obsesiones era mantener al máximo su privacidad.  Apostaba a que Marta aceptaría el trato sin pensarlo dos veces. Si su idea era reiniciar su vida cuantas menos historias se supiesen de ella, mucho mejor. No quería verla más, así de sencillo. Según Javier, recadero y artífice del acuerdo, Marta rechazó de plano las imputaciones que le hizo su marido. Sin embargo, al referir con todo lujo de detalles determinados hechos íntimos, Marta calló, recapacitó y tras consultar con una amiga abogada, firmó los documentos relativos al divorcio ante fedatario público. En menos de 72 horas la mayor parte de sus pertenencias estaban fuera del hogar familiar.

Así, solo, anduvo por su casa, desolado y deprimido, escuchando como el ruido de sus pasos resonaban por las habitaciones desiertas. Al llegar al salón y sentarse pesadamente en su sillón favorito, asumió que aquellas cuatro paredes guardaban demasiados recuerdos y proyectos frustrados. Debía empezar de nuevo, aunque ahora no tuviese ni aliento ni fuerzas para proseguir. Estaba tan absorto en sus pensamientos, tan ensimismado en su desgracia que la presencia de Angelines le asustó por lo inesperada. La fiel criada, su vieja aya, se puso a su lado y como cuando era niño, le atusó el cabello. Alfredo lloró, derrumbado, añorando las caricias de una persona que ya no volvería.

21 de junio.

El reloj de una torre cercana anunciaba las once. Ya era noche cerrada y Samuel disfrutó de la tranquilidad de la plaza de las Salesas en aquella hora. Un murmullo sordo, de voces de alguna terraza veraniega, resonaban en el lugar. A lo lejos, vislumbró la silueta de una figura conocida que se acercaba con presteza a su encuentro. Al llegar hasta él, le extendió la mano y Samuel la estrechó con tibieza. Era un hombre alto, corpulento, aún joven, atractivo, de pelo ralo y sonrisa encantadora.

- Buenas noches, maestro- saludó con cierta sorna.

- Buenas noches, Gonzalo-

- ¿Qué se te ofrece? Parecías muy ansioso por verme. Quince llamadas perdidas son muchas…

- Si te hubieras puesto a la primera te hubieras ahorrado las otras catorce.

- Ya…¿Qué puedo hacer por ti, maestro?

- ¿De qué conoces a Marta Jaramillo?- le preguntó a bocarrajo.

- ¿A Marta Jaramillo? Es una amiga, simplemente.

- ¿Una amiga o una amante?

- ¿A qué coño viene eso?

- Mira, Gonzalo, te voy a ser claro. Cuando oí tu nombre por primera vez en todo este desafortunado asunto, no sé el porqué, pero presentí que tu acercamiento a Marta Jaramillo no había sido precisamente romántico por tu parte, que algo más material te movía.

- Nunca he sido muy sentimental y tú lo sabes.

- Alguien contrató tus servicios como detective y te dijo que Piñeiro se encargaba de la OPA de ZELTACO, ¿verdad?

- Puede.

- Seguramente cuando pusiste bajo vigilancia a Piñeiro y te topaste con que Marta era su mujer, no creerías tu suerte. Una antigua amante en bandeja. Supongo que tentarías al destino, ¿no es cierto?

- Y yo supongo que no me habrás hecho venir hasta aquí para decirme esto, ¿no, viejo?

- Has ido muy lejos en este caso y no te has dado cuenta que has pasado por encima de gente demasiado poderosa.

- No sería la primera vez.

- Y lo peor no es eso. Si no que has cometido demasiadas torpezas para apropiarte de información valiosa y ofrecerla a tu cliente…hasta llegar al delito.

- Hasta una momia como tú, Sam, debe saber que para imputar la comisión de un delito deben existir pruebas… -replicó descarnadamente Gonzalo.

- Esta momia como tú dices sabe más por viejo que por diablo…no intentes jugar conmigo, querido- respondió Samuel enfurecido cambiando su tono de voz-. Cuando tú vas yo ya estoy de regreso. Si he sido tan insistente en ponerme en contacto contigo es porque precisamente tengo pruebas que te incriminan.

- ¿Estás seguro?

- Mira, imbécil, basta de rodeos. De tus encuentros furtivos con Marta, estoy seguro, conseguiste una copia de la llave de la casa del matrimonio Piñeiro y lograste que ella te revelase muchas cosas acerca de su marido, incluido el número secreto de su caja fuerte e hiciste que un fulano medio gilipollas allanase su casa. Ese fulano se llama Enrique Barrientos y desconocía que la casa de Alfredo Piñeiro estaba vigilada las 24 horas. Si lo hubiese sabido no hubiera actuado de una forma tan chapucera. Lo único que nos faltaba era desvelar la razón de por qué un desgraciado como Barrientos se permitía el lujo de huronear en la vivienda de Piñeiro. El desgraciado actuaba por encargo de alguien, eso era evidente. Lo que nos faltaba era saber quién era ese alguien. Al escuchar tu nombre el otro día, se me hizo la luz. Solo necesito hacer una llamada para que la policía le detenga y cante todo lo que sabe. ¿Sigo?

Gonzalo le miró fijamente a los ojos y se percató de que, en esta ocasión, al menos, tenía las cartas perdedoras.

- No hace falta. Te vuelvo a hacer la misma pregunta ¿qué quieres?

- Quiero tres cosas: La primera, un 25% de la cantidad que te ha pagado ZELTACO por tus servicios, pagadero en un solo plazo, en metálico. Y lo quiero para el próximo lunes. Y no me intentes dar gato por liebre que sé la cantidad que te ha pagado ZELTACO. La segunda es saber si te has follado a la mujer de Alfredo Piñeiro estos últimos meses.

El rostro de Gonzalo se endureció. El viejo carcamal seguía siendo el mejor en la profesión. Aquel no era el momento de enfrentarse a él, ya llegaría el día de ajustarle cuentas.

- De acuerdo a la primera cuestión y a la segunda, sí. Al principio. Teníamos muchas cuentas que saldar desde que me fui de Madrid. Nos teníamos muchas ganas el uno al otro. Follamos como auténticos conejos una buena temporada recordando los viejos tiempos. Algunas veces me dio lástima su esposo, en serio. En fin, aprovechando la buena sintonía que teníamos, la sondeé para buscar su colaboración con respecto al trabajo de su marido. Fue entonces cuando Marta se opuso frontalmente. Curiosa la mentalidad de ciertas personas, ¿verdad? Pueden ponerle los cuernos a su pareja sin remordimientos, pero cuando le pides algo más de implicación, se niegan en rotundo y se ponen dignos. Marta se negó en redondo a cooperar conmigo, así que tuve que actuar de otra manera más expeditiva.

- Entiendo. ¿La chantajeaste entonces?

- No me dejó otra opción. Ella, al principio, me dio grandes sumas de dinero, pero eso no era lo que yo quería. Necesitaba información. Poco a poco, fue aceptando su situación. O cooperaba conmigo o su marido se iba a enterar de muchas cosas sobre su pasado.  Si quería dejar de verme, tendría que ayudarme, la solución era muy sencilla. Y, al final, lo hizo a su manera. Me dijo donde guardaba su marido la documentación sensible de su trabajo, me proporcionó una copia de las llaves de su casa, el número secreto de su caja fuerte, pero nada más. Su participación terminaba ahí.- Gonzalo suspiró-. Ahora va de señora distinguida y tiene que guardar las apariencias. En realidad, tiene demasiados cadáveres a sus espaldas, demasiadas historias que ocultar. Y, a fin de cuentas, lo único que le importa a Marta es ella misma, lo demás carece de valor. Esta es la historia…Y ahora dime ¿cuál es la tercera cosa que pides?

- Que te retires del mercado por una temporada. Hay demasiadas personas, demasiados intereses que van a intentar remover Roma con Santiago para descubrirte y arruinar tu vida.

Gonzalo entendió el mensaje a la primera. El viejo zorro no quería competencia por una temporada.

- Está bien. Desapareceré por unos meses. Si no tienes nada más que decirme, me largo.

El viejo sabueso asintió con la cabeza y el más joven partió por donde había venido.

Samuel permaneció algún tiempo más en la plaza, absorto y meditabundo. Cada día que vivía le asqueaba más el mundo, pero ya que él no podía cambiarlo, lo mejor era adaptarse y acomodarse a las circunstancias.

En silencio, encendió un cigarro y se alejó de allí, lentamente, con su alma más negra, tortuosa y condenada de lo que ya era.

11 de abril.

Las pruebas de paternidad habían sido positivas. Los documentos que reflejaban los resultados los tenía el estupefacto padre entre sus manos. La doctora le miraba con atención, sin saber muy bien si felicitarle o condolerse.

Algo aturdido, el hombre salió a la calle y con la emoción reflejada en el rostro se subió a su automóvil. No sabía si reír o llorar. No sabía si considerarse feliz o maldecir su suerte. Su vida daba un vuelco. Un vuelco definitivo.

Al llegar a su despacho, Irene, le salió al paso, con gesto inquisitivo y preocupado. Por toda respuesta, él le extendió el papel y se sentó en su mesa, presa de agitación y absolutamente desconcertado. Alfredo había convertido a Marta en madre. De marido desdichado a padre inesperado. Todo concordaba, ya que, sin duda, la criatura se concibió en mayo tras la fiesta de los señores Lezcano. El destino, siempre el destino tan caprichoso y voluble con él.

Y, sin embargo, con la criatura, su existencia volvía a adquirir sentido. Ahora debía luchar por aquel ser inocente, por verle nacer, crecer sano, fuerte, feliz, por educarle correctamente. Pero ¿podría hacerlo sólo?

Empezaba un nuevo tiempo y nuestro protagonista no sabía cómo afrontarlo…aún.