Después de la primera mentira (Parte 2ª)

Después de la primera mentira, toda la verdad se convierte en duda.

Después de la primera mentira, toda verdad se convierte en duda (2ª parte)

8 de mayo .

Samuel citó a Alfredo ese día a las doce en el parque de la Dehesa de la Villa. Rincón solitario, inédito y bello, de la matritense ciudad. Un oasis de paz y sosiego en medio del caos que invade a toda ciudad moderna.

Ávido de noticias y, a su vez, algo temeroso, Alfredo descendió del taxi que le había conducido a la entrada del jardín. Era la primera vez que se reunía con Samuel desde el 6 de abril y presentía que el viejo detective le iba a desvelar todos los secretos y misterios que rodeaban a Marta.

A la entrada, le aguarda el experimentado detective, fumando un cigarrillo. Al verlo, se aproximó a él y se saludaron. El rostro del sabueso era duro y adusto y profundas arrugas surcaban su atezada piel. Se internaron en el parque sin mediar palabra hasta que Samuel señaló un banco sombreado por un árbol. Ambos se sentaron en él. Unos críos de unos cinco o seis años corrían y alborotaban por el césped a unos metros de distancia.

  • A veces, envidio la inocencia de los niños. Uno sabe que se hace viejo por los pecados que arrastra su vida- sentenció Samuel. Luego, miró fijamente a Alfredo.- Ahora, vas a explicarme detalladamente la vida de tu esposa. Dónde, cómo, cuándo la conociste...

  • ¿Su vida? ¿Por qué? Explícate, primero.- replicó alarmado Alfredo.

  • Para serte franco tengo que reconocer que he minusvalorado este caso. Creí que iba a ser algo sencillo, casi trivial. Pero el tiempo que llevamos invertido en él y los escasos progresos obtenidos me están haciendo pensar que todo este asunto es mucho más complejo. Tu mujer tiene una doble vida, eso está claro, pero aún no somos capaces de desentrañar su fondo. La mayoría de los días hace vida normal. Va y vuelve de la tienda de moda que tenéis a vuestro nombre en la calle Ortega y Gasset, se ve con clientes y proveedores, acude regularmente a un gimnasio en la calle Alberto Aguilera, asiste religiosamente a saraos de la alta sociedad, queda con sus amigas, viaja por motivos de trabajo. Y sabemos que esos días son normales porque utiliza sus tarjetas y lleva su móvil encima todo el rato. Es decir, no le importa estar localizada. Sin embargo, hay otros días que, sin motivo aparente, sale y no usa tarjetas y lo es que más chocante, deja su celular en casa. Es decir, no usa dispositivos electrónicos habituales que permitan conocer sus pasos. No obstante, sabemos que en esos días emplea otro teléfono que ni tú ni nadie de su entorno conoce, tal y como puedes comprobar por estas fotografías que hemos tomado-. Sacó un sobre blanco arrugado del bolsillo de su chaqueta y de él extrajo unas instantáneas que mostraban a Marta hablando por un dispositivo que Alfredo nunca había visto antes-. Pero lo que es más atípico. Los operativos de seguimiento que siempre hemos diseñado han demostrado su esterilidad ya que ella actúa obedeciendo unas pautas de conducta. Jamás usa su propio coche, siempre taxis y, en un determinado momento, baja de ellos y emplea, invariablemente, la misma táctica. Se introduce en lugares muy concurridos con distintas alternativas de salida y se confunde entre la multitud hasta desaparecer. Es algo muy profesional y estudiado, no es espontáneo. Y, como digo, ese patrón de comportamiento se repite una y otra vez. Joder, si uno va a visitar a su abuela al hospital no se toma tantas molestias para despistar a no se sabe quién, ¿verdad?

Alfredo no salía de su asombro. Rememoró aquella fatídica noche de la discoteca en la que su cónyuge actuó de la misma manera.

  • ¿No habéis logrado ningún resultado entonces? – preguntó atónito.

  • Creo haber dicho que hemos obtenido “escasos progresos”, no ninguno. Pero antes de revelártelos, háblame de ella- contestó cortante.

  • Pero, ¿qué quieres que te diga?- repuso azorado.

  • Empieza desde el principio. ¿Es española?

  • No, no es española. Colombiana, de Medellín. Por lo que ella me ha contado, tuvo una infancia tranquila…bueno, estamos hablando de la Medellín después de Pablo Escobar. Un hecho que la traumatizó fue la muerte de su padre. Un accidente de tráfico. Siendo muy jovencita vino a Europa con su madre dejando a un hermano más pequeño en Colombia. Marcharon a Holanda donde tenía familia. En ese tiempo ella compaginaba sus estudios con un trabajo de camarera de hotel. Su madre no logró adaptarse a Europa y regresó a su país. Marta permaneció en los Países Bajos hasta que terminó la secundaria, se echó un novio holandés y vinieron a España, primero a Alicante y después a Madrid. Un cazatalentos la vio un día y la convenció para ingresar en una escuela de modelos. Allí aprendió muchas cosas desde buena educación hasta desfilar como una maniquí. Consiguió algunos contratos poco importantes, pero su madre le demandaba más y más dinero. La academia era cara, los contratos escasos y poco rentables y había demasiadas necesidades que cubrir. Cortó con su novio (debía ser un zángano redomado) que retornó a Holanda. Decepcionada, abandonó la escuela y se metió como azafata de tierra en una compañía aérea. Fueron tiempos difíciles de los que Marta apenas habla.

  • ¿Fue en esa época cuando la conociste? ¿Cómo fue?

  • Sí, fue por aquella época. Por aquel entonces yo estaba trabajando en la asesoría jurídica de una compañía de seguros y los viernes a última hora, al terminar de trabajar, algunos compañeros íbamos a un pub cerca de nuestra oficina. Empezaron a llamarnos la atención un grupo de chicas muy guapas que regularmente se reunían allí con el mismo propósito que nosotros, relajarnos después de una jornada dura de trabajo. Con el paso del tiempo entablamos relaciones con ellas. Yo me fijé especialmente en Marta…como casi todos. Para ser francos Marta no me prestó demasiada atención. Era alegre, llamativa, espectacular, pero sabía mantener las distancias. Creo que todos le tiramos los tejos, en uno u otro momento, y a todos nos dio calabazas. Yo estaba fascinado por aquella muchacha y perseveré en mi empeño. Con un amigo del trabajo decidí montar nuestro propio despacho. Con un sueldo de asesor jurídico de una empresa aseguradora mis perspectivas no eran mi halagüeñas y yo debía hacer algo que atrajese a Marta. Aunque ya no trabajaba en la compañía de seguros, me dejaba caer los viernes en ese pub. Algunas temporadas, Marta desaparecía lo que provocaba en mí un profundo desasosiego. ¿Estaría saliendo con alguien? Invariablemente, antes o después, ella volvía y ese misterio, esa aura enigmática, la hacía aún más interesante y atractiva a mis ojos. En mi vida profesional, las cosas iban como un tiro, los éxitos nos sonreían y, el boca a boca, hacía que nuestro trabajo adquiriese más prestigio en el mundo de los negocios. Importantes firmas llamaban a nuestras puertas y nuestro despacho se empezó a quedar pequeño. El dinero llama al dinero. Era el momento de ir a por Marta antes de que fuese demasiado tarde. Estuve dos años y medio tras ella, asombrándola con regalos, mimándola con mil detalles, tratándola como a una princesa de cuento, haciéndola sentir única entre todos y lo logré, la enamoré.- dijo Alfredo rematando sus recuerdos con una sonrisa de satisfacción.

  • ¿Una vez casados has notado algún comportamiento extraño en tu mujer?

  • No, en absoluto. Fue aquella denuncia de la DGT la que ha iniciado toda esta tortura. Quizás, no he prestado toda la atención que requería Marta- se culpabilizó.

  • Bueno, creo que es momento de revelarte todos los progresos que hemos obtenido- dijo Samuel mirándole fijamente.

Alfredo le devolvió la mirada con expectación.

  • En vista de que este caso necesitaba medidas extremas se las hemos aplicado- prosiguió extrayendo un pequeño móvil del interior de su chaqueta-. Te presentó el celular misterioso de Marta. No te preocupes. Tu mujer no sufrió daños, aunque supongo que se sobresaltaría bastante al echar en falta el dichoso aparato.- La cara de Alfredo era de estupefacción cuando lo tomó entre sus manos.- De su análisis lo más sorprendente es que de sus contactos sólo hay un nombre, Gonzalo, y que de sus conversaciones de WhatsApp con el mismo, la mayoría están eliminadas. Lo que sí podemos deducir por los mensajes que han sobrevivido es que el susodicho debe ser un antiguo conocido de Marta. ¿Te ha mencionado alguna vez a un tal Gonzalo?

Alfredo negó con la cabeza consultando el contenido del teléfono, incrédulo. Después de unos largos instantes, se lo devolvió a Samuel.

  • No entiendo nada.- acertó a decir.

  • Hemos comenzado con una línea de investigación que creo nos va a dar resultados- dijo el viejo incorporándose del asiento.- Tan pronto tenga novedades interesantes, te llamaré.

Alfredo, absorto, le estrechó la mano y observó como el detective se alejaba por las veredas sombreadas del parque, dejándole en la más absoluta perplejidad.

11 de mayo.

El estado de ánimo de Alfredo decayó enormemente. Las dudas, la desconfianza, el sentirse como un extraño ante Marta, le embotaba el entendimiento la mayor parte de las ocasiones. En otras, una sorda inquina, una aversión profunda contra Marta, le dominaba. ¿Qué le tenía que ocultar su mujer con tanto empeño? ¿Quién era ese Gonzalo? El afán de encubrir una faceta de su vida, ¿escondería la mayor traición de todas? Finalmente, todo se traducía en desasosiego, en culpabilidad, en responsabilizarse de todas las cosas. ¿En qué había fallado a Marta? Indefectiblemente, el recuerdo de su madre le perseguía recordándole que él había tomado la decisión de casarse con Marta a pesar de sus advertencias.

La noche de aquel día, sábado, Marta y Alfredo habían sido invitados a una fiesta en la casa del matrimonio Lezcano. Éste estuvo, varias veces, tentado a declinar la invitación sintiendo que no tenía los ánimos para muchas celebraciones, pero era un compromiso social ineludible. Tras afeitarse y ducharse, se vistió con un traje de entretiempo azul y una corbata de seda roja y, como siempre, aguardó en el salón a que su mujer hiciera su aparición, meditabundo y abstraído. No percibió la presencia de su esposa hasta que casi la tuvo enfrente vestida con un escueto vestido traje de honor de color negro, algo escotado, reflejando el contorno de sus senos. Su pelo, engominado y espeso, caía en cascada sobre su espalda desnuda, enmarcando su ovalado rostro. Sus llamativas piernas descansaban en unos zapatos negros con tacones de vértigo. Esa imagen que antaño le hubiera excitado sobremanera y hubiera provocado algún comentario halagador hacia su esposa, ese día, sin embargo, le ocasionó una irritación incipiente y el silencio se hizo ensordecedor. Marta, que observaba hacía días la conducta fría y distante de su marido, calló igualmente, dolida ante la actitud de Alfredo.

Al llegar a la fiesta, él se unió al grupo nutrido que en torno al señor Lezcano se había formado y aunque aparentaba atender a los comentarios y chismes de sus componentes, no perdía ojo a su esposa que estaba sentada junto con otras personas en el jardín. Increíblemente bella, resaltaba entre todas las demás mujeres allí reunidas, y ese aire melancólico que desprendía, la hacía todavía más subyugadora. De tanto en tanto, sentía como los verdes ojos de Marta se clavaban en él, como buscando respuestas. Y él rehuía esas miradas sistemáticamente, turbado y complacido, a la vez.

A la hora de la cena, Alfredo tomó del brazo a su esposa y se dirigieron hacia el comedor. La venerable señora Lezcano, se les acercó y, sonriendo, deslizó una frase que le dejó un tanto entristecido:

  • Tienes una esposa encantadora, Alfredo. Y no lo digo por decir. Cuídala que personas así no las encuentra uno todos los días. Es muy fácil encariñarse de ella.

  • Lo sé. Yo he sido víctima de su encanto. No he dejado de estar enamorado de ella desde el primer día- notó como la mano de Marta le estrechaba suavemente la suya.

Al alejarse la atenta anfitriona, Marta le besó en su mejilla:

  • Es la primera vez que me dices una frase cariñosa desde hace días.

Ese simple beso, inesperado y sencillo, volatilizó toda la rabia acumulada en Alfredo. No, aquella mujer no le podía engañar, estaba seguro de ello. Pondría la mano en el fuego por ella. La conocía demasiado bien, no había un gramo de cinismo y doblez en su mujer. Era independiente, egocéntrica y muchas cosas más, pero no era falsa.

  • A veces, se me olvida que soy tu Pigmalión, pero lo que nunca se me olvida es que tú eres mi Galatea.

Durante la cena, Marta se convirtió sin querer en la protagonista de la misma, pues la conversación orbitó sobre la situación social de Iberoamérica y su opinión e ideas fueron requeridas en numerosas ocasiones, pues ella era la única oriunda de esa parte del mundo. En esa velada estuvo particularmente inspirada y al concluir la comida, la mayoría se acercó a la bella paisa para continuar la charla en la terraza. Alfredo tuvo que separarse de su cónyuge para tratar de un tema especialmente relevante con el señor Lezcano. Al regresar, halló a su mujer departiendo alegremente con algunas provectas señoras.

Al percibir su presencia, Marta se disculpó y se unió a su marido. Se encaminaron a las estrechas veredas del jardín de la mansión, entrelazados, como dos enamorados, despertando a su paso murmullos de admiración y envidia. Escogieron el camino menos iluminado y, en consecuencia, el más tupido y cuando creyeron que estaban lo suficientemente lejos de la casa, se detuvieron bajo un árbol frondoso, cuyas ramas y hojas les protegían de miradas indiscretas. No se cruzaron ni media palabra. Sus labios se buscaron, ávidos, y pronto las lenguas iniciaron una tórrida lucha dentro de sus bocas. Las manos de él amasaban a conciencia el apetitoso culo de Marta; los brazos de ella, rodeaban el cuello de Alfredo. Poco a poco el vestido de la colombiana no pudo resistir unos ataques tan despiadados e, imperceptiblemente, comenzó a replegarse sobre sí mismo, dejando al descubierto el respingón trasero de su dueña solo cubierto por un escueto tanga blanco.

Las manos de Marta también se volvieron aventureras y descendieron por el torso de su marido hasta llegar a su entrepierna. Lo que palpó la excitó:

  • Ya veo que el soldadito está en posición de firmes- se rió susurrando en el oído de su esposo-. ¡Vámonos de aquí, por Dios o nos van a detener por exhibicionistas!

Inquietos, agitados, soliviantados se precipitaron a la vivienda y despidiéndose casi a la francesa, subieron a su coche y retornaron a la propia. Con felina agilidad, al llegar a su garaje, Marta bajó del automóvil y con presteza se dirigió a la piscina, desprendiéndose de sus ropas en el camino. Al alcanzar la alberca solo se cubría con el tanga y, de cabeza, se tiró al agua. A escasos segundos hizo lo mismo Alfredo completamente desnudo. En el agua se abrazaron y dieron rienda suelta a su pasión. Se besaron con fruición, con furia, como saciando una sed que les ahogaba en días. Cuando más encendido estaba Alfredo, Marta se desprendió de sus brazos y nadando, salió del agua y se fue directa a ponerse una camiseta blanca interior que a duras penas alcanzaba a cubrirle su portentoso trasero. Su cónyuge la siguió como un autómata y quedó cautivado con la visión de Marta apenas tapada con la prenda que absorbiendo el agua traslucía, claramente, sus pezones. Se miraron a los ojos y se percataron que en esta ocasión no iba a ser un polvo más. Que habría un antes y un después de esa noche. La polla de Alfredo se mostraba enhiesta, retadora, amenazante, atrayente. Marta, como fiera en celo, se aproximó hasta él y arrodillándose tomó el falo entre sus manos, agitándolo suavemente, primero, para sacudirla después con mayor energía. Cuando su esposo sintió sus labios rodear su glande casi le hizo perder el equilibrio. Succionaba, salivaba, y chupaba el miembro viril como si fuera una delicia del paraíso. Amasaba el culo de Alfredo con ambas manos, separando sus nalgas hasta que, con suma delicadeza, sus dedos índice y corazón juguetearon con su ano, penetrando aquel agujero oscuro y estrecho. Aquella inesperada intromisión provocó una cierta incomodidad en su cónyuge, pero esa excitante felación acompañada por las maniobras cada vez más audaces de sus dedos dentro de él, le relajaron y pudo sentir un indefinible placer. Marta actuaba como si fuese una profesional, acompasando sus movimientos de forma sincronizada. Alfredo percibía como una ola de sangre se agolpaba en su entrepierna y cuando parecía que iba a estallar, Marta de detuvo. Un largo y espeso reguero de saliva, unía su boca con el pene de su marido. Una visión impactante, sucia y obscena que encendió más la lujuria del hombre. Éste notando como su corrida se quedaba a mitad de camino, burlada, cobró justa venganza y de pie, tomando a su mujer en volandas, la alzó hasta el cielo y, lenta y pesadamente, la hizo caer sobre su caliente polla que transmutada en rígido metal, implacable, perforaba las entrañas de su esposa, una y otra vez. Alfredo estaba poseído por una fuerza animal, salvaje. Era Sansón redivivo. Jugaba con el cuerpo de su mujer como si fuese una muñeca de liviano peso. Marta, sorprendida y excitada, se sujetaba al cuello de su marido que, inclemente, penetraba su húmedo coño con frenesí. Sus piernas se enredaban en el cuerpo de Alfredo para no caer; sus tetas bailaban dentro de la camiseta al son de cada brutal embestida. Su interior se derretía a cada nuevo ataque. Y cada ataque era más sañudo que el anterior. La temperatura en su organismo se elevaba más y más, haciéndose placenteramente insoportable. Ni ella misma supo cómo logró desprenderse de la única prenda que portaba. Se percató que estaba completamente desnuda cuando su cónyuge le comió sus turgentes pechos cuyas areolas respondían, sensibles, a cada lametón que le propinaban. Los gemidos, imperceptibles al inicio, se transformaron en gritos que enardecían a los amantes hasta conducirlos al paroxismo. Cuando por enésima vez sus labios se fundieron en un tórrido beso y sus lenguas se entrelazaron en un obsceno morreo, sintieron que el orgasmo les alcanzaba al fin, que se prendía de sus cuerpos y no les abandonaba. Al fin, sus cuerpos convulsionaron; el de Marta recibiendo la leche de la vida; el de Alfredo, dando lo más un íntimo de su ser.

Cuando la calma regresó, como adolescentes enamorados, recogieron sus ropas tiradas por el jardín, entre risas y miradas cómplices. Al dirigirse a su dormitorio, aún desnudos, con sus manos entrelazadas, Marta le susurró:

  • Trátame bien que soy una princesa que merece mucho cariño- y sonrió de aquella manera tan única y especial que la hacía diferente al resto.

Ya en su habitación, cuando Marta dormía plácidamente, abrazada a él, Alfredo, al contemplar la imagen inocente y cándida de la bella durmiente, se convenció que aquella mujer era lo más importante que había pasado en su vida y estaba seguro que jamás ella le haría ningún daño:

  • De cualquier otro, quizás, de ella nunca, estoy seguro.- concluyó feliz.

Y durmió como hacía muchos días no lo había hecho, con la certeza de que la persona que más quería en este mundo, también le quería a él.

14 de mayo.

Esa jornada fue reseñable por una razón extraña. Al abrir la caja fuerte de su despacho en casa, uno de los pen drive que contenía una buena parte de la documentación relativa a la adquisición de la empresa farmacéutica, apareció en un sitio diferente de donde lo depositó. Estaba seguro de ello, pues era bastante meticuloso y obsesivo en esas cosas.

Sin embargo, ¿quién podría haberlo hecho? Marta, ¿cuyo interés por su trabajo profesional era nulo? ¿Angelines? Su lealtad y honradez la descartaban completamente. Ellas eran las únicas personas que tenían acceso a su despacho que permanecía cerrado a cal y canto para el resto. ¿No sería su imaginación? ¿No se estaría volviendo paranoico? Cerró la caja fuerte con la sensación de que alguien había husmeado en su interior, pero ¿quién?

29 de mayo.

Aquel día fue terrible en el despacho profesional de Alfredo. La OPA sobre ZELTACO ya había sido publicada en los distintos medios de comunicación y, de repente, a primera hora de la mañana se recogieron los primeros rumores en los mentideros bursátiles de que el Consejo de Administración de ZELTACO (la empresa farmacéutica objeto de la OPA), iba a emitir un informe sobre su disconformidad en relación con la oferta de adquisición. El bufete reaccionó rápido y tanteó el terreno para confirmar esas noticias y la sorpresa fue mayúscula cuando por cauces extraoficiales, les comunicaron que el órgano de Administración de ZELTACO no sólo se oponía a la oferta, sino que, además, estaba a punto de lograr un acuerdo con un “caballero blanco”. La OPA podía venirse abajo estrepitosamente. De la incredulidad inicial se pasó dramáticamente a conclusiones más sombrías y pesimistas. Los hechos demostraban, en ese caso, que ZELTACO había obtenido información de esa OPA con mucho tiempo de antelación, tanto como para diseñar tan detalladamente su estrategia de defensa, en otras palabras, que se había producido una fuga de información que podría ser letal. Pero, ¿cómo había sido ello posible? ¿Dónde se había podido producir ese fallo tan grosero? ¿Del propio oferente? ¿Del despacho? ¿Qué cojones estaba ocurriendo? Se inició una caza de brujas inmediatamente. Se interrogó a todos y cada uno de los miembros del departamento mercantil del bufete, se registraron las distintas dependencias de los mismos, se inspeccionaron los ordenadores personales por si en alguno de ellos había indicios de traición. Porque esa era precisamente la palabra que rondaba en la cabeza de los responsables del despacho. Deseaban que, si se confirmaban las noticias, esa falla se hubiese originado desde el ámbito de la oferente y no en el despacho. De lo contrario, el prestigio de la firma se vería muy comprometido en el futuro. Javier y Alfredo se reunieron varias veces durante ese largo día. La compañía compradora se puso en contacto con ellos al conocer la resistencia de ZELTACO y pidió a Alfredo que buscase alternativas para salvar esa oposición. Todo dependía de ese nuevo comprador y el precio que ofreciese por las acciones. Lo primero era adelantarse y saber quién era ese “caballero blanco” tan misterioso.

Al calmarse algo los ánimos, Alfredo y Javier decidieron repartirse las funciones. Éste intentaría depurar responsabilidades dentro del despacho (en el supuesto de que existiesen y no fuesen otros los responsables) y Alfredo se centraría en diseñar una nueva estrategia de la OPA ya que las circunstancias habían variado absolutamente. No obstante, la documentación más sensible de la operación descansaba en la caja fuerte de su domicilio y hasta allí nadie llegaría.

De todas formas, Alfredo habló por teléfono con Samuel y trataron del asunto de la OPA. Quería tener plena certeza de que la fuga de información no se había originado en su despacho y quería respuestas concretas. Porque si esa información provenía de su despacho, cortaría cabezas sin piedad, de eso podía estar seguro todo el mundo en el bufete. Samuel prometió que una parte de su oficina se pondría inmediatamente con ello.

Alfredo presentía que algo fallaba en su entorno, no sabía qué o quién…aún.

31 de mayo.

Desde el 11 de mayo se abrió una nueva etapa en la esfera sentimental y más privada de Alfredo. La seguridad en Marta (a veces, teñida de cierta inquietud) y las complicaciones que se desarrollaban en torno a la OPA hicieron que su atención se desviase hacia otros ámbitos, aplacando su espíritu atormentado.

Por eso, le sorprendió un tanto la llamada de Samuel citándole para esa tarde y reportarle los nuevos avances en su investigación sobre su mujer. El día anunciaba un verano caluroso, sofocante, tórrido.

Por el timbre de voz del viejo, Alfredo presintió que las novedades que le iba a desvelar, no iban a ser especialmente agradables. Salió de su despacho, desasosegado e intranquilo, como reo pendiente de una sentencia condenatoria. Durante los días previos de quietud estuvo tentado de llamar a Samuel para dar por terminada la investigación, pero una voz interna le incitaba a continuar y conocer toda la verdad sobre el maldito Gonzalo.

Habían quedado en la rosaleda del parque del Oeste, ameno y pequeño jardín, guarecido por robustos árboles, que a aquellas horas de la tarde proporcionaban deliciosas sombras. La fragancia de las rosas era embriagante y avispas y moscardones revoloteaban despreocupadamente entre ellas.

Se saludaron gravemente y tras sentarse en un banco y cruzarse unas frases de cortesía, Samuel entró de lleno en el meollo de la cuestión:

  • ¿Sabías que tu mujer tenía una cuenta de Facebook cuando era soltera?

El rostro de Alfredo reflejó cierta confusión:

  • No, no lo sabía.

  • Era una cuenta que empleaba mucho cuando era soltera. La hemos recuperado a pesar de que ella eliminó esa cuenta hace tiempo. Todo lo que se deposita en una red social, permanece, porque los datos que proporcionan los usuarios es propiedad de Facebook, en este caso, que los conserva. Es una valiosa información que como tal se convierte en mercancía y como toda mercancía se compra y se vende, después. Échale un vistazo a todas estas fotos y dime si hay algo que te llame la atención.- dijo pasándole un móvil.

El atribulado Alfredo se apoderó del aparato y con avidez estudió las fotos que su cónyuge colgó hacía unos años. Instantáneas de cenas, de fiestas, del trabajo, se intercalaban con otras de lugares que visitó por aquel tiempo…Roma, París, Londres, Berlín, Nueva York, Marrakech, Los Ángeles, San Francisco, San Diego, Egipto… Hoteles y restaurantes de alto standing, tiendas de primeras marcas salpicaban y adornaban esas estancias que se traducían en lujo y derroche.

  • No entiendo…- balbuceó- ¿Cómo pudo viajar tanto por aquel entonces? Marta siempre ha recordado con aprensión esos años por las estrecheces económicas que padecía. Elude recordar esa época porque al hacerlo rememora circunstancias, privaciones y sacrificios que le causan pena y tristeza, generalmente. Pero esto…es incomprensible.

  • Sí, esa es la misma pregunta que me he formulado estos días. Hay algo que no encaja, evidentemente. Creo que ya tenemos la respuesta a aquellas ausencias prolongadas en las que Marta desaparecía de vez en cuando y que a ti tanto te acongojaban.

Alfredo guardó silencio como intentando digerir toda esa información que le había sido revelada de forma tan abrupta y repentina. ¿No era Marta aquel ser desvalido y abnegado que él creía? ¿No había existido ningún tiempo de renuncias y necesidades nunca satisfechas? ¿No había nada de cierto en lo que le contó? Pero, ¿por qué lo haría? Una fuerte pesadumbre se apoderó de su ánimo. Aquellos temores y sospechas que consideraba vencidos resurgían con mayor plenitud, más amenazantes, más terribles, arrasándolo todo a su paso.

  • En esa cuenta, ¿habéis podido identificar a Gonzalo?

  • No, aún no. Estamos buceando en toda la información obtenida, que no es poca, eliminando aquella que no guarda relación con lo que buscamos. Sin embargo, mientras tanto nos hemos puesto en contacto con algunas de las personas que aparecían como “amigos virtuales” de tu esposa en busca de más información.

  • ¿En contacto directo? ¿No es un medio demasiado evidente? Nos estamos descubriendo descaradamente. Pueden ir con el cuento a Marta.

  • Bueno, no creo, si uno explica bien las razones, no desvela ninguna identidad y si, además, esos “amigos” venden lo que saben, todos quedamos blindados. Sé cómo hacer mi trabajo, no hay problema por eso. Aunque eso sí, me temo que la factura se va a disparar bastante.

  • No te preocupes por esa cuestión. En esos “interrogatorios”, ¿habéis tenido alguna noticia de Gonzalo? ¿Alguien sabe algo sobre él?

  • No, nadie lo conoce. Es tan invisible como un fantasma. Es extraño, la verdad…Pero hay algo que quizás te interese saber. Marta te confesó que solo había tenido una relación seria hasta que te conoció, ¿verdad?

  • Sí, eso me dijo.

  • Pues entrevistamos a un tío que se califica como novio suyo en Madrid y es español, no holandés. Su nombre es Pedro Solé.- le enseñó una foto en la que aparecía Marta con un hombre atractivo rodeados por un grupo de personas. Alfredo ignoraba la existencia de ese caballero y de las demás personas que sonreían junto a ellos.- Según dice, estuvo saliendo con ella en plan novio unos siete meses. Y lo más interesante de su declaración. Cortó con ella porque le fue infiel. Marta estaba saliendo con otro y ese otro, lamento decirlo, no eras tú. Identificamos a ese nuevo sujeto como Sergio Sotomayor. Vive ahora en Ávila, regentando un gimnasio. Hemos quedado con él mañana en la ciudad abulense…

Esa nueva noticia descolocó aún más a Alfredo. ¿Había habido otros antes que él? ¿Por qué no dijo nada Marta sobre estas relaciones? Siempre pensó que Marta era demasiado hermosa para haber tenido una sola relación estable. Él mismo había sido testigo de cómo, en el pasado, casi todos sus compañeros de trabajo habían tentado su suerte con ella y ninguno obtuvo éxito, salvo él que le costó sangre, sudor y lágrimas. Empezó a atisbar que la vida de Marta no había sido precisamente como ella le había contado, aunque si le hubiese confesado que había tenido varios novios lo hubiese comprendido perfectamente. Lo que le dolía, especialmente, era que no hubiese confiado en él, que le hubiese hurtado esa información que le parecía trivial y se hubiese inventado una realidad paralela completamente absurda…pero ¿por qué? ¿Por qué todo ese ocultismo, ese misterio?

  • Quiero ir contigo. Ya es hora de que tome en serio este asunto- resolvió Alfredo después de unos instantes de indecisión.

  • No sé el porqué, pero esperaba este momento. ¿Estás seguro?

  • Nunca lo he estado tanto como ahora.

  • No me parece buena idea, pero tú mandas. A las diez de la mañana quedamos en Moncloa para irnos. Yo llevo el coche.

Alfredo se incorporó de su asiento, emitió un gruñido a modo de despedida y se alejó de allí, malhumorado y taciturno.

Al llegar a su hogar, Angelines le informó que la señora no estaba en casa, por lo que él se encerró en su despacho e intentó ordenar sus ideas. ¿Por qué Marta guardó silencio sobre su imponente tren de vida? ¿Por qué le mintió? Alfredo comenzó a elucubrar una respuesta, la más lógica. Seguramente, salió con un hombre viejo, rico y baboso que le abrió las puertas a un aspecto de la vida hasta entonces vedado para ella: la opulencia y el lujo. Después, su mujer, seguramente, cortaría esa relación y quiso ocultar esa fase de su vida a todos, abochornada por esa etapa, avergonzada de sí misma. ¿Sería ese anciano el tal Gonzalo? ¿Habría regresado a la vida de Marta? ¿Su aparición la estaría condicionando de alguna manera? ¿Por qué volvería ese asqueroso dinosaurio a importunar a Marta? ¿Sabría que ya estaba casada? ¿Conocería el hecho de que estaba casada precisamente con él? Quizá el viejo verde se hubiese arruinado y aprovechando las circunstancias personales de su mujer, la estaría extorsionando. Su silencio tendría un precio y de ahí que en los últimos meses las disposiciones de dinero de su esposa eran más frecuentes y cuantiosas. Sí, sería eso. Ya empezaba adivinar una respuesta a todo lo que estaba viviendo.

Pero, ¿cómo encajaba esta conclusión con ese atractivo hombre que cortó su noviazgo con ella al saber que le era infiel con otro? Muchas preguntas. Pocas verdades. Demasiadas dudas. Excesivos silencios.

Llamó a su socio Javier para advertirle que a la mañana siguiente no acudiría a trabajar. El tono lúgubre y contristado de su voz, le hizo ver a su interlocutor que lo más sensato era, por ahora, callar, aunque aquel no era el momento más propicio para ausentarse. Él era el capitán del equipo y ese vacío no lo podía llenar ningún otro. Alfredo le prometió un pronto regreso, pero el asunto que llevaba entre manos era tan grave que no podía posponerlo por más tiempo. Javier sólo le deseó que las cosas (cualesquiera que fuesen) se resolviesen pronto y adecuadamente.

Alfredo se tomó un potente somnífero y se fue a la cama sin cenar. Su mundo se tambaleaba. Ojalá fuese todo un mal sueño y despertar al día siguiente como si los negros presagios no existiesen.