Después de la boda (cornudo)

La sumisión natural te lleva a estar junto a la persona que sabe cómo tratarla

Allí estaba, de nuevo casándome otra vez en tan poco tiempo, en una ceremonia ficticia pero que iba a cambiar nuevamente mi vida. Tantos cambios estaban ocupando mi vida de una forma totalmente inesperada para mi, aunque no puedo negar que me llenaba y me habían transportado al mundo que tantas veces me había imaginado. Estas nuevas vidas emprendidas tienen muchos más matices de los que ni siquiera se me habían pasado por la imaginación. Llevada de la mano de Laura había traspadaso cualquier límite que remotamente veía en el horizonte.

Aquí estoy, de pie en la sala del banquete, delante de una mesa, sentada a la derecha de mi mujer, mi Ama. Ella en el centro y Ernesto a su lado izquierdo. El vestido azul, claro, de gasa cubriendo el tronco de mi cuerpo, con un corpiño negro con cordones en la espalda, cuidadosamente cruzados y ajustados para realzar la silueta esbelta que había aprendido a tener. Encaje por delante, incluso en las copas de los pechos que transparentaban las tetas postizas que siempre me hacían compañía. Se transparentaba a través del vestido, exhibiendo la zorra sumisa que lo rellenaba. Medias negras sujetas con los elásticos de un liguero blanco también de encaje, tanga negro brillante y zapatos azules del mismo tono que el vestido. El maquillaje, provocaba lo justo, insinuando los labios pintados de color cereza. Para la ocasión una peluca pelirroja de media melena cuidadosamente peinada.

Intentaba concentrarme en cuanto había pasado, en lo que había provocado que estuviera allí sentada, con esa presencia que se había transformado no hacía tanto tiempo: Al día siguiente de mi primera transformación, siguiendo las indicaciones de Laura, sus órdenes mejor dicho, me presenté en la empresa y les comuniqué que solicitaba una excedencia de 4 meses, que hacía tiempo que tenía un proyecto rondándome la cabeza y que había llegado el momento de ponerlo en marcha. Esperaba que me pusieran pegas, que intentasen convencerme para que esperase un poco más de tiempo. Pero no fue así. Me lo facilitaron todo. Así que a media mañana me dirigí de vuelta a casa, donde me esperaba la ropa que mi Ama me había dejado preparada en el sofá, al lado de una caja de plástico donde tenía que depositar la última ropa masculina que me quedaba y que llevaba puesta, para guardarla en algún lugar que solo Laura conocía. Me puse el vestido, sencillo, de color amarillo con falda de vuelo, justo hasta encima de las rodillas. Unos pantis con aberturas delante y detrás, una braguita pequeña color crema que tapaba lo justo, un sujetador crema también, "la prótesis mamaria" como decía Laura, zapatillas estampada con flores, creo que margaritas. Y así empecé a limpiar. Hasta que llegó Laura y me hizo sentar a su lado en el sofá.

  • Cariño, he invitado a Ernesto a que venga a casa, a tomar algo. Le he dicho que estás muy avergonzada de tu actitud y que quieres pedirle disculpas - no daba crédito a lo que oía, me estaba costando asimilarlo -. Verás cielo, quiero te muestres recatada con él, aunque muy cercana. Entiendes, ¿verdad?.

  • Creo que sí - le respondí casi en susurros.

  • Bien. Además, quiero que sepas que pasa algo más. Se da el caso que me casé con un hombre, con el que quería tener buen sexo, de la forma que me apeteciera, pero bueno a fin de todo. Pero con todo lo que ha salido de tí, sin demasiados esfuerzos, me hace pensar que realmente no eres mi hombre, mi macho, al menos para la cama.... y con esa pinta.... - estaba más asombrada con cada palabra, más humillada -. Así que quiero proponerte algo. Tu disfrutas de hombres, de unos cuantos, cosa que además veo que te gusta y que cada vez te hace estar más salida- intenté negar con la cabaeza, mirando al suelo - si no solo tienes que ver cómo te exhibiste el otro día con Ernesto, casi metiéndole el culo en la cara, sobándole. Y Ahora con tu transformación más aún. Y eso no es justo, ¿no crees? - negué con la cabeza nuevamente -. No te oigo cielo.

  • No, no es justo - susurré.

  • Entonces, como crees que podemos solucionarlo. Porque me siento engañada, tan machito como eras. Y ahora así, vestida como lo que realmente eres, te mereces. ¿O creias que no me daba cuenta? - cada frase, cada pregunta que hacía me humillaba más, me hacía sentir más rebajada. Y pensar que lo hacía por complacerla, por estar siempre a su disposición y que fuera la mujer más feliz del mundo -. Vamos, cariño di algo. ¿Cómo podemos solucionarlo?.

  • No se me ocurre amor mio - no se me ocurría cómo corregir y que no se sintiera engañada -. Haré lo que quieras, sabes que te quiero más que a nada en el mundo - me miró con cariño, afecto, cosa que me hizo sentir más perdida. Realmente sentía que lo que decía era cierto.

  • Alguna solución tendremos que encontrar, ¿no? - asentí con la cabeza -. ¿De verdad estás dispuesto a complacerme? - volví a asentir -. Igualmente, como lo tuyo no tiene marcha atrás, por fin te muestras cómo eres... Te voy a proponer algo, mejor, a informar de algo, porque quiero que sea consentido por ti, como muestra de tu entrega y amor. Ernesto está colado por ti, aunque no sabe de tu transformación. Así que quiero que le caliente, con recato, pero que le despiertes el deseo. Eso lo sabes hacer muy bien. Estaremos los tres en casa, así que hazlo con discreción, sin salirte. Porque lo que quiero es tirármelo yo, debe tener un miembro muy interesante, porque el tuyo, la verdad, tan pequeñito, tan encogido últimamente y no sé por qué.... deja ya mucho que desear. Estoy convencidad de que ni siquieras podrías satisfacerme con él. Ya verás, sácalo que lo vea - totalmente vejada, rebajada, levanté la falda, iba a bajar la braguita cuando Laura me dijo: "no la bajes, sácala por el elástico de la ingle". Lo hice y la vergüenza, el ridículo que me invadía hizo que me costase encontrarla -. ¿Lo ves, no la encuentras?. Anda, déjalo - y se levantó, secando una lágrima que iba a resbalar por la mejilla. Me dijo que no me pusiera triste, que solo deseaba que fuera feliz y que lo conseguiría, pero que ella también se merecía serlo y tener sexo con una buena polla.

  • Haré lo que quieras amor mio - le dije.

  • Que contenta estoy cielo. Eso es lo que quería oir. Entonces ya sabes. Cuando le notes el bulto bien hinchado bajo el pantalón, te levantas, se la sacas delante delante mia y la preparas para mi - asentí de nuevo -. Vamos a tener juegos interesantes a partir de ahora, porque dos mujeres viviendo juntas podemos pasarlo genial, ¿verdad? - moví la cabeza asintiendo, intenté incorporarme y acercarme a ella, pero me retuvo con las manos -. No cielo, no. Pareces no haberte dado cuenta a partir de ahora TU ya no puedes. Solo vas a poder preparar y buscar machos auténticos que me follaré yo. Desde ahora, eres mi cornudo, un cornudo consentido que no me va a tocar más, solo mirar cuando te deje y oir, todas las veces.

Realmente estaba humillada, perdida, no podría tocar, acariciar más a mi mujer a Laura. Podría hacerlo cualquier hombre, cualquiera menos yo, rebajada a la condición más baja que pudiera imaginar. Y todo porque quería complacerla en todo, de la forma más sumisa, pero que fuera feliz.

Me hizo poner de rodillas sobre el sofá, apoyando el pecho en el filo del respaldo y me dió unos azotes en las nalgas, cada vez más fuertes y pausados con una pala de madera que había cogido de la cocina. Me abrió las nalgas y empezó a follarme el culo. "Tendremos que irlo preparando, cielo. Sabes que es lo único que puede usar y parece que se va a convertir en tu coñito. A los tios les gusta bien apretadito. Aunque tu eso ya lo sabes, cornudito mio". El sentir esa mezcla de trato entre cornudo y mujer hacía que estuviera más perdido aún, intentando adivinar cuál era mi sitio mi posición en el mundo de Laura.

  • Uuuuiiii, si ya está punto de llegar. Anda sácate eso y mete este plug - ordenó entregándome el mismo que usé la noche de mi transformación -. Baja la falda, esconde el clítoris entre los muslos y ya sabes lo que tienes que hacer, cornudito.

Saqué el consolador, introduje el plug y me senté en el sofá, notando la invasión de mi interior y el dolor en el ano hasta que se amoldase al tamaño.

Cuando llamaron a la puerta, Laura fue a abrir, indicándome que me quedara sentada, sin hacer nada, "de momento". A los pocos segundos, apareció Laura, precedida por Ernesto que se le notaba contento. Le hizo sentar en el sillón y ella lo hizo a mi lado, muy cerquita, dejando una mano en mi rodilla, metiendo los dedos por debajo del filo del vestido, a la vez que decía:

  • Ernesto, rosa quiere pedirte disculpas por tu inapropiado comportamiento del otro día. Aunque por desgracia está muy afónica por el llanto que tuvo cuando se dió cuenta de lo mal que se había portado, ¿verdad rosa? - asentí con la cabeza, moviendo los labios sensualmente en un "sí" sordo, a la vez que me tocaba la garganta, el miedo por lo que me había dicho Laura antes y la vergüenza por la situación hizo que me sonrojara -. Es muy vergonzosa como puedes ver. Anda rosa, ¿no invitas a nuestro invitado? - me levanté a la vez que mi mujer le preguntaba qué quería -. Pues cava para los dos. Tú mejor tomas agua, por los medicamentos que te estás tomando, cielo.

Me levanté, notando la caricia de Laura en la rodilla a la vez que me incorporaba. Saqué el cava de la nevera y las copas a la vez que les oía hablar y alguna risa. No paraba de pensar en lo que había vivido desde que me casé, de lo sometido y humillado que me había sentido, en lo usado que había estado, pero jamás pensé que acabara convertida en la mujer que estaba bajo esa transformación y en el cornudo consentido de mi esposa, que todo apuntaba en que tendría todo el sexo con los hombres que quisiera. Y lo que era más vejatorio, que tendría que preparárselos yo misma.

Cuando salí con las copas de cava y el agua para mi, Ernesto ya estaba sentado en el sofá, en el centro, al lado de Laura. Contorneandome como sabía, me puse delante de él y quedándome muy cerca me agache para darle el cava que tomó con una sonrisa. Me agaché de nuevo para entregarle la suya a Laura y al sentarme en el otro lado de él, simulé que había calculado mal es espacio y me senté por leves segundo en sus piernas, con las mias casi desnudas, pasando con descuido una mano por su paquete que enseguida reaccionó, quedándome tan pegada a sus piernas que notaba el calor de su cuerpo.

Mi Ama se observaba con atención, aunque disimulando lo que estaba por venir.

  • Es que también es un poco torpe, como puedes ver, además de salida, de no saber cuál es el momento - lo entendí como que no esperase más. Me moví un poco en el sofá, para que notara el roce, la provocación, hasta que su bulto se hizo evidente -. ¿Qué es eso? -preguntó laura mirándolo fijamente - y sin pensarlo más, toqué por encima del pantalón, como si Laura no estuviera allí, disimulando su presencia, como si un resorte hubiera disparado mi lívido. Como Ernesto no reaccionaba, no decía nada, bajé ante la atenta mirada de mi mujer la cremallera y urgando saqué su polla, erecta, dura, que empece a acariciar, dejando el prepucio al descubierto.

  • Si serás guarra - soltó Laura. Seguí con mi maniobra, empezando a mover la mano subiendo y bajando por la polla mucho más grande que mi clítoris. Me incliné mirando a mi mujer de reojo y vi una sonrisa de satisfacción que me animó a seguir y metí la punta en la boca, cogiéndola entre los labios, succionando para dejarla bien preparada -. Anda ve a llenarme la copa - me dijo. Me levanté y fui a la cocina, mientras oía que le decía "parece que vas salido. ¿Qué pasa, que no follas?". Me quedé alucinada, parada de las palabras y la soltura con que le hablaba. Cuando salí, ella le estaba tocando el miembro, acercándose a él, casi poniéndose ya encima-. Anda rosa, creo que prefiere que le hagas una mamadita, guarra que al final vas a conseguir lo que querías -. Y sin pensarlo, me arrocillé y la metí en la boca, succionándola, provocándole oleadas de placer. Hasta que dándome un ligero empujón, Laura hizo que callera sentada, espatarrada enseñando las braguitas -. Espero en la cocina, zorra, lo que viene ahora no tienes derecho a verlo.

Me dirigí a la cocina, escuchando cómo se movía en el sofá, cómo hacía que Ernesto se desnudara y cómo provocó que la desnudara a ella, rescostándose en el apoyabrazos para que le lamiera el sexo mientras que estirando los brazos acaricia sus pechos, sus firmes y suaves pechos. Imaginaba lo que hacían, oía lo que se decían, cómo mi mujer le dijo "eso es una polla, no como la de mi marido. mmmm Ernesto...." Me sentí morir, de vergüenza, al oir cómo clasificaba mi clítoris, cómo me humillaba. Yo allí, en la cocina, sentada en una silla, las piernas juntas, atenta a lo que hacían y a si necesitaban algo. Les oía gemir, el movimiento en el sofá, los suspiros, haciéndome a la idea de la pérdida de contacto con Laura, mi Ama, y que ya era un cuerpo prohibido para mi. Era un cornudo, una sumisa que solo podría estar con hombres. Y eso si mi mujer me lo permitía o si no me los quitaba. Los gemidos cada vez eran más fuertes, más profundos. Oía cómo Laura decía que la quería mamar, que quería exprimirla, seguro de que lo hacía para rebajarme más aún, para dejar claro que ya era su cornudo consentido, una mujer sumisa que nada tenía que hacer con ella, salvo oir cómo gozaba con otros hombres, con machos de verdad, con pollas que realmente la complacieran. Hasta que le dijo que se la metiera, que la follara como nunca supo hacerlo su marido, el cabroncete de su marido que se pensaba que le daba placer y que solo le daba pena, disimulando orgasmos que nunca había conseguido darle. Extrañamente me sentía excitado, por la humillación, por lo vejante de sus palabras y por el trato que me estba dando, gozando, disfrutando de una verdadera verga. Hasta que oí verdaderos gemidos de placer, de orgasmos, de sexo intenso.

Justo cuando se corrieron, Laura me llamó, acudiendo enseguida, encontrándolo aún jadeantes, el cabello de mi Ama revuelto, Ernesto encima de ella, jadeando, tomando aire.

  • Anda guarra, limpiale la polla. Eso sí que es una polla - me miraba complacida, alegre. Empecé a marmarla cuando Laura me dijo "he dicho limpiarla, putilla". Y le pasé la lengua, de abajo hacia arriba, buscando los restos de semen para saborearlos, sintiendo cómo la mujer iba tomando fuerza en mi, como salía la zorra -. Para ya. Ahora limpiame a mi, antes de que manche el sofá. Uuuussffff menuda corrida has tenido Ernesto. mmmmm delicioso, verdad rosa? - asentí con la cabeza. Abrió las piernas y empece a lamer, absorver con los labios, dándome una bofetada Laura en ese momento-. Te he dicho que me limpies, no que me oses besar ni hacer nada que no sea para dejarme bien limpia - volví a ponerme a limpiarle, solo con la lengua, intentado no propasarme ni que Laura volviera a darse cuenta que buscaba saborearla.

Ernesto me miraba con cara de asombro, por lo obediente que me mostraba, por lo complaciente, servicial.

  • Verás - le dijo -, estoy haciendo un favor a mi marido, soportando a esta guarra en casa, intentando que se vuelva una persona más decente, pero la verdad, está costando. Así que he pensado, mejor que sea mi criada, mi guarra y salida criada. Y eso es lo que es.

Él no dijo nada, miraba asombrado.

  • Bueno, Ernesto, espero que hayas disfrutado y que te lo hayas pasado bien. A ver si pronto esta guarra puede hablar y podéis deciros lo que querráis - Ernesto asintió -. Bien, ahora debería irte, tengo que hablar con rosa - añadió entre gemidos justo cuando terminaba de limpiarle el semen que Ernesto había depositado en su interior.

Esperamos unos minutos a que se vistiera y se fuera. Laura se incorporó en el sofá, sentándose, indicándome que permaneciera de rodillas.

  • Ya has empezado cielo, ya eres el cornudo consentido que te mereces ser. Ya sabes lo insatisfactorio que es tu clítoris. Por eso he tenido que buscarme otras pollas que sepan darme el placer que merezco y que tu no has sido capaz de darme. De ahora en adelanate, además de mi zorra sumisa, mi putita para el uso que quiera, serás también mi cornudo consentido. Siempre, repito siempre y cuando a mi me apetezca, podrás limpiarme de las corridas de los machos con los que folle. Y tú, claro está, ni tocarme, solo para lo que yo te ordene o para lo que necesite. Y jamás, jamás vuelvas a intentar darme placer cuando me limpies, ni en ninguna otra circunstancia porque no te lo mereces. Me vas a oir follar muchas veces, muy a menudo. Me vas a ver tener sexo con otros hombres cuando yo quiera, cuando te lo merezcas o cuando quiera humillarte. Es lo que le toca a un cornudo consentido y estúpido. ¿Está claro, perra?

  • Sí, Laura - me dió un bofetón que me hizo perder el equilibrio.

  • Nada de Laura, solo pudes llamarme así cuando estemos en familia o en algún lugar comprometido. Aunque ambas cosas se darán muy poco, por no decirte que nunca. Ahora sientate en el sillón, las piernas encima de los apoyabrazos, brazos hacia atrás por los lados del sillón.

Hice lo que me había ordenado mientras iba a buscar algo. A su regreso, traía unas cuerdas, las pinzas y unas mordazas. Ató un extremo de la cuerda a un tobillo, la subió envolviendo la rodilla, la pasó por debajo del silló e hizo los mismo con la otra pierna, dejándo la cuerda tensa, forzando la apertura de las extremidades, volvió a pasarla por debajo del sillón, ató una muñeca, luego la otra juntándo las manos lo que pudo, subió la cuerda por la parte de atrás del respaldo, pasando la cuerda por entre el canalilló de los pechos postizos, envolvió el respando con la cuerda, dió tres vueltas a la altura de la cintura, dejándome totalmente inmovil, expuesta, abierta, inmovilizada. Puso una pinza en cada pezón, uniendo la cadenilla de la pinzas a la cuerda de la cintura, dejándolas tensas, fuertes, provocándome un dolor tan agudo que me hizo soltar unos gemidos de dolor. Me puso la mordaza "para eso la quería, para no oirte tanto".

  • Así estás mejor, para que no hagas tonterías. Por que estás muy salida, lo sabes, ¿verdad cornudo?- asentí con la cabeza -. Si es que eres una putilla. Ahora voy a salir. He quedado con tres compañeros de trabajo. Vamos cenar unas tapas, unas copas y vendremos a casa. Imagina la sorpresa cuando te encuentren así y te magrean cuanto quieran, aunque si dejarte correr. Y eso sí, me voy a follar a los tres, a ponerte los cuernos más grandes que hayas imaginado, en la habitación o aquí, en el sofá. Mientras follo con ellos, a lo mejor dejo que limpies alguna polla. O que follen la boca, putita, mientras gozó de los tres machotes, por todos mi agujeros, cosa que tu solo puedes hacerlo con uno y cuando me plazca a mi. !Qué cornudo que vas a ser! !Y cómo me a gustar tenerte tan humillado, con tanto cuerno, usada como quiera y se me antoje!!!! Y todo porque eres un inútil que no ha sabido disfrutar de lo que tenía. Aunque vas a hacerlo de esta otra manera, con los cuernos que vas a lucir cada día, cada segundo, estúpido cornudo.

Terminó de arreglarse y cuando estaba abriendo la puerta me dijo:

  • Sabes que te quiero, ¿verdad cariño? - y cerró la puerta enviándome antes un beso.