Después de la boda: Capítulo III

m/F, incesto

Cuando me desperté la mañana siguiente, mamá ya no estaba en la cama. Hacía algo de frío en la habitación, así que supuse que hacía bastante frío en la calle. Me estiré sobre la cama y luego me senté al borde. Miré hacia abajo y vi mi rabo semierecto allí, después de haber tenido una noche agitada. Me daba morbo pensar que ahora tenía donde meterlo y apaciguarlo cada vez que se empinara, pero tampoco quería pensar en mi madre de ese modo, porque la quería de verdad y no podía pensar en ella como un objeto de satisfacción sexual por mucho tiempo.

Me puse de pie y fui al cuarto de baño, ya que mamá parecía no estar en casa. Después de usarlo se me ocurrió darme una ducha caliente para quitarme el frío, así que cogí una toalla y la colgué detrás de la puerta. Me metí entonces en la ducha y me relajé sintiendo el agua caliente cayendo por mi cuerpo. Imágenes fugaces de lo que había pasado la noche anterior no dejaron de asaltarme mientras, con los ojos cerrados, me enjabonaba la cabeza. Había sido algo tan increíble...

Acabada la ducha, me sequé y me puse ropa limpia. Fui a la cocina, donde leí una nota que mamá había dejado que decía: "He ido a comprar unas cosas. Vuelvo enseguida." Me hice el desayuno y me lo comí tranquilamente en la mesa de la cocina. Cuando colocaba los platos en el fregadero oí que se abría la puerta de la calle y al poco vi a mamá entrar en la cocina. Llevaba puesto un abrigo negro y debajo un chaleco ajustado que realzaba sus pechos y una falda de invierno. Llevaba puestos zapatos de salón negros con medias de color piel. Sonreía radiante.

-¿Ya has desayunado? -me preguntó mientras se quitaba el abrigo y lo soltaba sobre una silla.

-Sí. ¿Dónde has estado?

-En la farmacia -dijo sonriendo.

-Ah -dije yo también sonriendo-. Has sido rápida.

-Tengo ganas de que mi niño disfrute de las cositas de su madre.

-¿Quieres ahora?

-Si te apetece, bueno. Si quieres luego, pues luego. No corre prisa, cariño. Cuando tú tengas ganas, aquí está el chichi de mamá para que te alivies. Para eso tiene un chichi tu madre, para darle gusto a mi niño y, de paso, dármelo yo también, porque tú serás mi niño, pero tienes una cosa ahí de hombre...

-Tengo ganas de meterla ahora, se me ha empinado.

Mamá sonrió y me tocó el bulto que había salido en mis pantalones. Luego se pegó a mí y me besó en la boca apretando su cuerpo contra el mío. Mi rabo estaba aplastado contra su entrepierna, que de seguro estaba ya húmeda y preparada.

-Me estoy muriendo de ganas -me dijo al oído mamá después de besarme y moviendo sus caderas de forma que mi dureza rozara su zona más erógena.

Yo cogí entonces a mamá en brazos (todavía no sé cómo tuve fuerzas) y la llevé hasta la cama de matrimonio donde habíamos hecho tantas guarradas la noche anterior. Se quitó atropelladamente el chaleco, la falda y los zapatos mientras yo hacía lo mismo con mis pantalones y mi camisa. Si poderme contener, me encargué yo del sujetador de mamá, que dejó libres sus tetas al poco y luego le bajé las bragas mientras ella me quitaba los calzoncillos torpemente, dejando al aire la erección que estaba a punto de hundirse en ella.

Desnudos ya los dos, me quedé mirando la entrepierna de mamá, totalmente visible ahora al estar ella con las rodillas flexionadas y las piernas separadas. Tenía mucho pelo, pero estaba bien cuidado y su raja era perfectamente simétrica, sin pliegues que sobresalieran afeando el conjunto. Mi polla estaba totalmente dura y pidiendo a gritos ser introducida en aquel agujero cálido, pero nos faltaba lo esencial y fui yo quien se llegó a la cocina a coger la caja de condones. Cuando volví, mamá me agarró con sus brazos y me echó encima de su cuerpo, besándome y apretándome mientras, casi sin yo quererlo, mi rabo se introducía en su vagina hasta el fondo ayudado por sus movimientos pélvicos.

A mamá no parecía importarle ya quedarse embarazada de su propio hijo, se limitaba  a besarme con fuerza y a animarme a que la penetrara con vigor. Eso fue justamente lo que hice, apoyando para ello mis manos una a cada lado de los hombros de mamá para mayor comodidad y estrellando mis caderas justo donde a ella más le gustaba. Gemía con los ojos cerrados con fuerza mientras yo invadía su cuerpo, introduciendo mi gordo y largo miembro en su dilatado agujero, que debía sentir mil goces merced a su roce.

Lo más lógico pasó a los pocos minutos, menos de cinco, creo. Mamá se corrió en medio de jadeos y apretones de mi cuerpo, pero yo logré sacar mi miembro antes de correrme e incluso llegué a evitar mi corrida. Me quedé de rodillas viendo a mamá recuperar la compostura poco a poco y con mi gran miembro empinado y necesitando ser introducido de nuevo en el calor de su rincón más lujurioso. Mamá se incorporó un poco y apoyó la espalda en el cabecero de la cama. Sus tetas estaban preciosas y majestuosas en aquella postura, así como su húmeda vulva recién follada. Sus pies, apoyados sobre la cama, estaban tan sexis como de costumbre.

Mamá se inclinó un poco hacia delante y acarició mis muslos y mis manos mientras observaba el fabuloso rabo empalmado que acababa de satisfacerla. Sabía yo lo mucho que ella adoraba su tamaño y el hecho de que su propio hijo fuera su dueño. Estaba seguro de que se sentía orgullosa de aquello y que le complacía rendir sus encantos a su propio hijo, que era para ella, quiero suponer, el único gallo de su gallinero, el único con derecho a estrellar su furia viril entre sus piernas y a gozar del calor y la estrechez de su necesitado coño.

Aquellas caricias casi me hicieron perder el control, pero logré, no sé cómo, dominarme y no tirarme encima de mi madre y violarla salvajemente. Mamá se acercó más a mí y me besó suavemente en los labios mientras empezaba a masturbarme lentamente y yo toqueteaba sus tetas y pellizcaba sus gordos pezones.

-¿Sabes?, me das más gusto que nadie -me comentó mamá en voz baja.

-¿Que nadie? -le pregunté yo sospechando que aquello se le había escapado y que indicaba que efectivamente sí se había acostado con otros.

Mamá se turbó un poco y aquello confirmó mis sospechas.

-No tienes por qué contarme nada de lo que hayas hecho, pero no entiendo por qué me mentiste cuando te pregunté si habías hecho cosas cuando salías con tus amigas -le dije.

-No quería que pensaras que era una fresca -me dijo cabizbaja-, pero sí, casi todas esas noches acababa en la cama con alguno, a veces incluso con más de uno.

Aquello me dejó alucinado; no sólo se habían confirmado mis sospechas, sino que las actividades de mamá superaban mis temores.

-¿Con más de uno? -le pregunté, quizá no tanto por saber algo que en el fondo odiaría saber, sino por la sorpresa.

-Sí, algunas noches me iba con dos chicos algo mayores que tú al apartamento de uno de ellos.

La repugnancia se apoderó de mí en aquel mismo momento y me hizo apartarme de mamá. Mi erección se desinfló y mamá dejó caer los brazos pesadamente sobre la cama, como resignada ante algo que había previsto ya. Las lágrimas empezaron a caer por su cara.

-Comprendo que me consideres una puta, es lo que he demostrado ser -me dijo.

-No pienso que lo seas, porque cualquier persona, sea hombre o mujer, tiene derecho a acostarse con quien le dé la gana. Lo que no me gusta es que me hayas mentido.

-No quería que supieras que este cuerpo que te había entregado a ti había pasado ya por muchos otros hombres, algunos incluso de casi tu edad. Fue por necesidad, aunque comprendo que te sea difícil asimilarlo. No tenía marido y yo necesito sexo a diario. Por desgracia rara ha sido la semana que lo he podido hacer más de una vez y la mayoría de las veces, te lo digo con total sinceridad, ni me han dado placer. Los tíos que hay por ahí van a lo suyo y les importa muy poco lo que yo sienta. Yo siempre te he querido como madre tuya que soy, pero también me he sentido muy atraída hacia ti como mujer desde hace un tiempo y soñaba con que los dos pudiéramos vivir como una pareja, pero no sólo en la cama, sino en todo mientras estemos en casa. Pero creo que he metido la pata... siempre acabo estropeándolo todo -se lamentó mamá.

Yo me quedé pensando un poco. Si algo había aprendido durante años era a saber cuándo mamá decía la verdad y cuando mentía. Cuando faltaba a la verdad lo detectaba rápidamente y aquella vez no sucedió nada, por lo tanto creí lo que me decía y hasta lo comprendí, a pesar de ser un celoso empedernido. Sin decir nada, acaricié uno de sus pies con mi mano derecha y luego su pierna. Después me agaché y le di varios besos breves en el pie y fui subiendo por su pierna, colmándola de besos y caricias mientras mamá seguía soltando lágrimas en silencio. Pasé por su rodilla y me adentré en el tramo más suave de su pierna, la parte interna de su muslo. Mis manos agarraron entonces las de mamá y las apretaron. Luego hice que se tumbara de nuevo mientras sentía el aroma de mujer cada vez más cerca. Su coño estaba ya ante mí cuando mamá se terminó de acomodar en la cama. Acaricié sus muslos e hice que separara las piernas más para poder empezar a saborear su manjar más íntimo y delicioso.

Por fin, cuando estábamos en una postura cómoda los dos, acerqué mi cara al núcleo de su feminidad y respiré profundamente el aroma enloquecedor que desprendía. Era suave, no tan fuerte como el de otras mujeres, y eso lo hacía aún mejor. Pasé mi lengua por primera vez por su raja y me encontré de lleno por primera vez con su sabor a almizcle. Luego lo comencé a lamer sin miramientos de arriba abajo mientras ella ponía sus pies sobre mi culo y mis muslos (yo estaba tumbado boca abajo) y ella empezó a gozar realmente. Sus gemidos se hicieron audibles y sus manos empezaron a sujetar mi cabeza, que trabajaba entre sus piernas como quizá ninguna hubiera trabajado ahí anteriormente. Degustaba sus líquidos y me relamía y luego seguía lamiendo de arriba abajo y, a veces, centrándome en su clítoris.

Mamá se corrió un par de veces de aquella manera, puesto que estuve chupándole el coño durante unos veinte minutos. Cuando habían pasado ya, yo no podía aguantar más y coloqué mi erección en la entrada de su vagina. Luego empujé suavemente hacia adelante y mi rabo entró deslizándose con total facilidad. A mamá parecía darle igual que no me hubiera puesto un condón, de modo que me puse a embestirla con gran vigor mientras ella me mantenía en posición con sus piernas alrededor de mi cintura. Sabía ya que no era el único gallo del gallinero, pero me daba igual. No me importaba que a aquel agujero hubieran tenido acceso otros, lo único que quería era follármelo a tope.

Por cuarta vez aquella mañana, mamá se corrió, gimiendo y haciendo muecas de placer. Me apretaba fuerte con sus piernas y me besaba frenéticamente sujetándome la cabeza con ambas manos como si temiera que me fuera a apartar. Sin yo poderlo evitar, llegué a mi propio orgasmo. Mi esperma empezó a salir a chorros dentro de su coño húmedo y caliente sin que mamá aflojara las piernas para permitir que me retirara. Por la satisfacción que se podía leer en su cara, supe que no le importaba en absoluto que me corriera dentro de ella. Cuando la saqué pringada por la mezcla de nuestros fluidos, mamá se me echó encima y se puso a comerme a besos.

Calmados ya los dos, mamá se quedó a mi lado pensativa, aunque sonriendo.

-¿Sabes una cosa? -me preguntó.

-¿Qué? -quise saber.

-En realidad no me he acostado con nadie esas noches... Te lo he dicho todo para probarte y ver si merecía la pena ser tu mujer. Ahora sé que voy a serlo y que vas a ser el único que disfrute de mi cuerpo.

Aquello, una vez más, me dejó de piedra. O sea, que al final iban a ser infundadas mis sospechas... No sabía muy bien si creerla o no, pero me decanté por hacerlo para no pasarlo mal. La quería como madre y la deseaba como mujer, ¿por qué pensar tanto entonces?

-Y tú la única que disfrute del mío -le dije.

-Soy la madre con más suerte de España -me dijo sonriendo con total sinceridad.

-Y yo el hijo más afortunado al tener el chocho de mi madre para cada vez que se me empine.

-Y mi boca también, no te olvides de eso... -añadió mamá con mirada de quinceañera caliente.

-Bueno, pues entonces tengo una madre para follar con ella y para que me la chupe cada vez que se me empine. Y, por supuesto, para saborearle el chocho cada vez que tenga hambre...

-¡Qué bien nos lo vamos a pasar...! -exclamó mamá tirándose de nuevo encima de mí y besándome mientras yo le sobaba las tetas y rozaba su vello púbico con mi polla semierecta.