Después de la boda: capítulo II

m/F, incesto

Cogí su mano sin demora y empezamos a andar hacia su dormitorio. Era algo morboso estar junto a mi  madre y dirigiéndome con ella irremediablemente hacia la lujuria con la polla empinada, viendo sus tetas moverse de un lado a otro y sabiendo que sus pies estaban pringados del semen que acababa de arrojar. Yo era en aquel momento el dueño de su amplio culo, de sus grandes pechos, de sus generosos muslos blancos y, sobre todo, de su negra entrepierna, donde ya había introducido mi virilidad, marcando así mi territorio y ofreciéndole humildemente mis favores.

Al llegar a su dormitorio, mamá se sentó en una silla que tenía frente a la cama y cruzó las piernas de forma sexi, moviendo los pies de forma que el conjunto que formaban con sus sandalias resultara sugerente. Desde luego, si lo que pretendía era calentarme aún más, lo logró con creces, porque se me empinó aún más; tanto, que pensé que no podría contenerme y que me abalanzaría sobre ella para poseerla como un animal. Me pregunto ahora si no era eso precisamente lo que pretendía... Yo, desde luego, me quedé allí mirándola sin hacer nada hasta que volvió a poner los pies en el suelo y pude apreciar bien cómo mi esperma blancuzco brillaba entre sus dedos y junto a las tiras del empeine y cómo se alternaba con el morado oscuro de la pintura. ¡Santo cielo!, ¿cómo podía una cuarentona tener aquellos pies de adolescente cachonda e inexperta?

Mamá se quedó mirándome un poco mientras yo observaba atentamente también sus tetas, que eran ya colgonas, pero de una forma agradable. Era evidente que a ella le atraía mi cuerpo delgado, aún no de hombre totalmente, pero desde luego ya no de niño. Mi rabo destacaba mucho, siendo más grande de lo que correspondía a un cuerpo como el mío, y mamá no dejaba de analizarlo con sus ojos brillantes, admirando lo empinado que estaba y recordando el placer que le había dado minutos antes. Sabía muy bien que ahora le pertenecía y estoy seguro de que se complacía en pensar que su coño húmedo y hambriento iba a ser el receptor de mi furia viril adolescente.

-Ahora eres tú quien me come con los ojos, ¿verdad? -le pregunté.

Mamá salió de sus ensoñaciones y sonrió sonrojada.

-Sí, no me puedo creer que esto esté pasando -dijo.

-¿Te arrepientes?

-¡No!, ni mucho menos, cariño. Es sólo que se han unido varias cosas que deseaba en una sola. Yo llevaba demasiado tiempo sin sexo, había siempre deseado que me lo hiciera un chico bien dotado y encima me gustabas tú mucho aunque fuera tu propia madre. Y ya ves... aquí estamos los dos.

-Tú siempre me has puesto muy cachondo, mamá. A veces creo que lo hacías a propósito...

-Es que era a propósito -reconoció riéndose-. Me encantaba pensar que te las hormonas se te volvían locas por dentro y que te hervía la sangre de deseo. Sabía lo dura que te la ponía y no te puedes imaginar la de veces que he tenido que masturbarme para enfriarme...

¡Joder!, mi madre había hecho todo aquello... Yo alucinaba escuchándola.

-¿Sorprendido? -me preguntó-. ¿A que no te esperabas que tu propia madre se metiera dedos pensando en ti y fantaseando con tu cuerpo?

-No... desde luego que no... Pero, ¿desde cuándo lo haces?

-Desde un año antes de separarme de tu padre, desde que tenías quince años y te pusiste tan guapo. ¿Recuerdas aquella vez que entré en el baño por equivocación y te vi desnudo con dieciséis años?

Moví la cabeza afirmativamente. Recordaba muy bien aquel día y la vergüenza que pasé.

-Pues aquélla fue la gota que colmó el vaso. Noche tras noche durante semanas no dejé de masturbarme pensando en tu cuerpo y en dejarte meterte entre mis piernas. Estuve a punto en varias ocasiones de liarme con tipos por la noche, pero todos me parecían babosos y patéticos a tu lado, ¿comprendes?

-Lo entiendo muy bien porque yo también me he masturbado pensando en ti, en tus tetas y en tu culo. Estaba deseando podértela meter y me la meneaba dos y tres veces al día... -dije.

-Mi cielo, eso ya no vas a tener que hacerlo más. Ahora tienes a tu madre para quedarte bien a gusto cada vez que se te empine. Mis tetas y mi chocho son tuyos ahora...

Mamá se puso de pie entonces y yo me acerqué a ella despacio. Nuestros cuerpo entraron en contacto primero por la boca, porque nos fundimos en un beso húmedo y profundo, y luego por el pecho y por abajo, porque mi erección golpeó su vello púbico. Nuestras lenguas se entrelazaban mientras sobábamos nuestros cuerpos con las manos, torpemente a veces y con destreza otras. Mamá movía sus caderas hacia delante para que mi polla hiciera mayor presión contra su vulva. Aquello nos estaba poniendo tan increíblemente calientes que nos tiramos sobre la cama y seguimos morreándonos y magreándonos.

De esa forma estuvimos un buen rato. Mamá acabó masturbándome despacio y yo pasando dos dedos por su raja y luego metiéndolos asombrado de lo fácil que era gracias a su lubricación. A ella le encantaba que le acariciara el coño y que le metiera aquellos dos dedos, así que no paré durante varios minutos hasta que se corrió, sobre todo gracias a la atención especial que presté a su clítoris. Mamá se sentó entonces sobre la cama con las piernas flexionadas delante del resto de su cuerpo y sus pies sexis, aún con las sandalias puestas, junto a mí. Yo me senté también, aunque con las piernas cruzadas como los indios y la espalda apoyada en el cabecero de la cama. Mi rabo seguía completamente erguido.

-Eres guapísimo, cielo -me dijo mamá mirándome con ternura.

Yo sonreí, aunque seguía confuso por todo lo que estaba sucediendo.

-Ahora te voy a hacer otra cosa que te va a gustar... -dijo mamá después.

Se puso de rodillas en la cama y avanzó a cuatro patas hacia mí, dejando que sus tetas se balancearan de lado a lado mientras lo hacía. Luego, acercó la cara a mi pecho y me dio un beso en él. Lentamente, recorrió mi abdomen dándome pequeños besos hasta llegar a mi vello púbico, donde levantó la cara. Entonces sucedió algo que ni en mis fantasias más atrevidas hubiera imaginado... mi madre se puso a chupármela. Comenzó rodeando con sus labios mi bálano reluciente y enrojecido, saboreando despacio los líquidos previos a la eyaculación que había segregado. Luego, con la delicadeza que sólo una madre puede tener con su hijo, bajó más hasta meterse la mitad de mi miembro en la boca. Después, mientras yo sentía el suave roce de sus tetas en los muslos, empezó a subir y a bajar la cabeza lentamente, con un esmero admirable. Las sensaciones de aquellos momentos eran indescriptibles y aún lo siguen siendo, ¿o es que se puede describir lo que se siente al tener a alguien sexi haciéndote una mamada y que encima ese alguien sea tu madre?

Su cabeza se movía de arriba hacia abajo despacio, sus labios rozaban y apretaban bien mi rabo y sus tetas acariciaban mis muslos de la manera más erótica que jamás había imaginado. A veces se sacaba mi miembro de la boca y utilizaba pasaba su lengua por mi glande y parte del resto de mi verga, lamiéndola siempre cuidadosamente, como si de un arte se tratara. Luego, cuando menos lo esperaba, se la volvía a meter en la boca y la chupaba con brío durante un rato, para luego disminuir la intensidad y reducir el acto a un roce sensual de sus labios. Tan efectivo resulto su método, que consiguió dejarme indefenso y sin poder contenerme, de forma que un chorro de leche salió disparado de mi polla y cayó dentro de su boca. Mamá se la sacó entonces y dos chorros posteriores pringaron sus mejillas, parte de su pelo y su mentón. Los dos últimos cayeron sobre sus tetas y su mano derecha, con la que me estuvo masturbando mientras me corría. Finalmente, mamá se volvió a sentar, esta vez sobre sus gemelos y se quedó mirándome.

-No me esperaba eso... -le dije.

-¿Te ha gustado? -me preguntó quitándose del mentón la gota de semen que había caído con un dedo y metiéndoselo luego en la boca para saborearlo.

-¿Estás de broma? ¡Claro! Jamás me habían dado tanto gusto.

-Y a mí jamás me habían puesto tan caliente... Ni tan pringada -dijo mamá sonriendo pícaramente y metiéndose en la boca los otros goterones de semen que habían pringado su cara.

-¿Todavía tienes ganas...? -le pregunté.

-No especialmente, pero ya veo que esto sigue muy animado... -dijo pasando la mano derecha por mi rabo, que sorprendentemente seguía empinado-. Lo malo es que ya te has corrido dos veces y no tengo condones, así que mejor será que no me la metas, no vaya a ser que me dejes... embarazada.

-Eso sería fuerte... -comenté.

Mamá se quedó pensativa un momento y luego agarró mi rabo de nuevo y me empezó a masturbar despacio mientras me miraba.

-¿De verdad que no me engañabas cuando me dijiste que no te habías estrenado? -me preguntó.

-Te lo prometo -contesté.

-Sólo te lo decía porque aguantas muy bien, parece que tienes experiencia.

Yo sonreí.

-¿Y tú realmente has estado dos años sin sexo? -le pregunté, sintiéndome en el derecho de hacer yo mis propias preguntas.

-De verdad, te lo aseguro; nada de nada...

-Pues deben estar tontos los tipos que pululan por la noche madrileña, porque tú eres muy sexy...

-Pero es que yo no me entrego al primero que pasa. Algunas, incluidas mis amigas, se prestan a rollos de una noche, pero eso no va conmigo, por mucho que lo necesite. Quizá, como lo nuestro ha sucedido tan repentinamente, creas que soy una facilona, pero no es así, te lo aseguro.

-Claro que no, yo no había pensado eso -mentí mientras ella seguía masturbándome sin prisa, pero sin pausa.

-Y si lo hubieras pensado no sería raro, porque es que uno primero piensa.

-Yo lo único que espero es que esto no sea sólo esta noche... -dije.

-No, eso puedes tenerlo por seguro. Llevo años deseándote y ahora que por fin te tengo no voy a parar así como así.

Yo volví a sonreír mientras miraba cómo mamá me hacía aquella paja. La mano que me la estaba haciendo era suave y hábil y me dejaba claro que mamá había hecho varias pajas en su vida. Me costaba trabajo creer que no hubiera comido pollas o se hubiera dejado follar todas aquellas noches que salía con sus amigas, pero por otro lado me parecía imposible que quisiera sexo conmigo si tenía otros ligues por ahí.

Pensando en aquellas cosas me olvidé de lo que estaba haciéndome mi madre y cuando me di cuenta estaba a punto de correrme. Mamá me la estaba meneando rápidamente, pero al ver que me acercaba al orgasmo frenó un poco y luego se detuvo. Me miró de la forma más pícara y sugerente que pueda imaginarse y se inclinó sobre mi rabo, metiéndoselo de nuevo en la boca y empezando a chuparlo con vehemencia. Me lo estuvo mamando un poco y, cuando se dio cuenta de que me iba a correr, se lo sacó y se dio la vuelta de forma que sus pies, sacados apresuradamente de las sandalias de tacón negras, pudieran continuar la paja. Lo hicieron así y, al poco, empecé a echar leche de nuevo. No hubo chorros potentes aquella vez, sino un simple fluir de esperma blanco, que caía sobre la pintura negra de las uñas de los pies de mamá y se metía entre sus dedos blancos y pulcros. Sus sandalias, aún algo manchadas de semen, estaban junto a mí, pero mamá las cogió cuando acabé de correrme y volvió a ponérselas, pringando las tiras de los dedos. Mamá se sentó mirando hacia mí y flexionó las piernas, apretando de nuevo las rodillas contra su pecho. Sus pies con las sandalias de tacón pringadas de esperma puestas eran la visión más erótica que jamás había tenido ocasión de disfrutar y mamá me la estaba brindando con un sonrisa pícara y maternal al mismo tiempo. A pesar de ello, mi rabo ya no se mantuvo erguido y cayó hacia un lado semierecto. Mamá, tras ofrecerme aquella maravillosa vista, se puso de rodillas en la cama y luego se puso de pie en el suelo. Allí estaba aún más sexi, con sus sandalias repletas de virilidad y el espesor negro de su entrepierna satisfecho.

-Ya verás cuando compre condones lo que me vas a hacer aquí... -me dijo guiñándome un ojo y señalando su vulva. Luego se dio media vuelta y se metió en la ducha.

Yo me quedé tirado sobre la cama, exhausto, pero habiendo recibido las dosis de erotismo más increíbles de mi vida.