Despues de la batalla de los 5 ejercitos

esta es una historia de la segunda edad Sangre y sexo en la Tierra media (Son 23 capitulos, por ahora)

Después de la batalla de los cinco ejércitos

Esta es una historia de mediados de la segunda edad, donde todavía en la tierra habitaban numerosos Elfos, los reinos de los Hombres recién nacían y las fuerzas del Mal asechaban.

En antiguos pergaminos, escritos en el idioma común, con partes borrosas escritas en runas élficas se cuenta la historia de la defensa de los pasos del Río Hirviente y las andanzas de algunos de los Jefes Guerreros de los reinos de los hombres, de los que aun se nombran en las canciones y de algunas de sus mujeres, recordadas por su belleza y valentía.

UNO

Después de la batalla de los cinco ejércitos, donde – como se cuenta en las canciones de los elfos y de los hombres – un millar de lanceros elfos de los bosques, varios clanes de enanos dirigidos por Thorin, escudo de roble, y cientos de hombres del lago dirigidos por Bardo, con la ayuda de Beorn y las águilas, destruyeron el poder de Bolgo señor de los ORCOS de las Montañas Nubladas, durante muchos años las fuerzas del mal se mantuvieron ocultas en lo profundo de sus guaridas.

Solo de tanto en tanto, tropas de ORCOS atravesaban las fronteras y se internaban por la noche en la tierra de los hombres, atacando pequeñas villas o caseríos desprotegidos destruyendo todo lo que no podían robar o comer.

No se atrevían a entrar en el bosque oscuro, o en los bosques de plata donde aun moraban los elfos, que aunque lejanos parientes de sangre, eran sus mortales enemigos.

Los elfos, ya en retirada, estaban transfiriendo la responsabilidad de la defensa de la tierra media a los hombres contra las fuerzas del mal. Durante eras esta había sido su obligación y durante eras habían detenido a los orcos y sus aliados confinándolos a las cuevas.

Pero Saurón, el Maia caído, principal discípulo de Melkor, ya había vuelto, su aventura con los numeronianos había terminado en fracaso y el castigo impuesto por los Valar del Norte había finalizado.

Con el regreso de Saurón, las incursiones de los Orcos comenzaron a aumentar en cantidad y en peligrosidad. Pero también las eras habían pasado y los últimos nacidos, ya estaban bien preparados, ya se habían formado algunos reinos poderosos y los señores de los hombres habían aprendido el arte de la guerra.

Ya no solo los antiguos herreros elfos, discípulos de Eöl, fabricaban espadas, también en las fraguas de las ciudades de los hombres se forjaban filos y los escudos metálicos y los yelmos de hiero habían reemplazados a los gorros de piel y los escudos de madera.-

Los enanos, que no sentían ninguna simpatía por cualquiera de las otras razas, pero seguían comerciando con todas, traficaban con los hombres y entregaban a cambio de los productos de las planicies y valles sus hermosas y fuertes cotas de malla, incluso las fabulosas hachas de combate, forjadas en sus cuevas con el hierro y el carbón que arrancaban del interior de las montañas.-

Los expertos artesanos del pueblo de los enanos, a cambio de algunas prebendas de los reyes de los hombres, habían transmitido algo de sus conocimientos – recibidos de los elfos o directamente de los Valar - a los herreros humanos.

El armamento de los hombres ya era apropiado para luchar contra orcos y otras alimañas del mal. Pero nada sobre la tierra igualaba a los filos elficos de las antiguas edades, incluso ya no había entre los elfos que habitaban en la tierra media nadie capaz de forjar esas magníficas y mágicas espadas, espléndidamente decoradas y con su hoja repleta de runas antiguas donde se relataba la historia del arma y de su fundidor.

Pero - como se cuenta en las canciones y en los pergaminos de antaño - el peso de la lucha contra orcos y otras alimañas parecidas, que durante las antiguas edades recayó sobre los elfos dirigidos por Fëanor y sus hijos, y entre ellos el más valiente Mahedros ahora reposaba en los hombres.

Aun no se había consolidado el poder de Sauron y la lucha consistía en esporádicas e innumerables escaramuzas entre las avanzadas de los ORCOS que se internaban en tierra de los hombres y los ejércitos de Minas Thirit, de Rohan, los numeronianos de la costa y el resto de los reinos humanos.

A veces, algunos de los elfos verdes del bosque negro, o del último refugio participaban en la defensa, pero las huestes elficas ya no eran lo que en las antiguas épocas, el peso de la guerra de desgaste actual y de la guerra que se avecinaba estaba asignado a las huestes de los hombres.

Pero – como se cuenta en las antiguas canciones – en algo los hombres superaban ampliamente a las bandas de orcos incursoras. El uso del Caballo.

Jamás los orcos pudieron montar otra cosa que lobos o los malvados wargos.

Los caballos no soportaban en su lomo a un orco, pero si respondían espléndidamente ante un jinete elfo o humano.

La destreza de los lanceros, junto a su velocidad de desplazamiento y la violencia de sus embestidas era el principal freno de las incursiones, junto con las sólidas defensas de piedra de las ciudades humanas y la valentía de los defensores.

Los elfos grises, habían transmitido a sus amigos humanos la destreza en el uso del arco, pero – como también todos sabemos porque así lo cuentan las leyendas cantadas de los guerreros – ni el mejor de los arqueros de los hombres igualaba en destreza, precisión y fuerza a los arqueros elfos.

Sin embargo, decenas de años de práctica en cacerías y en la guerra, habían hecho de los hombres también buenos arqueros y las construcciones, aprendidas de los arquitectos enanos o de los antiguos artesanos elfos estaban bien preparadas para la utilización del arco. Jamás los orcos dominaron el arte de la arquería, y esta desventaja en la lucha a mediana distancia era bien aprovechada por los defensores de los ejércitos de los hombres y especialmente por los elfos, cuando – muy esporádicamente – se involucraban en la guerra en defensa de sus cada vez más reducidos territorios.

En las fronteras de los reinos de los hombres, mas allá de los valles y los campos de cultivo o las praderas de pastoreo, los destacamentos de guardianes moraban en pequeños fortines o barracones rodeados por empalizadas de troncos, junto con sus perros, caballos y bueyes.

Allí, en precarias torres de troncos, los vigías estaban día y noche atentos a los movimientos de la pradera.-

Un avance de orcos podía ser detectado con bastante anticipación si se prestaba atención a los signos que – inequívocamente – señalaban el peligro.

Frente a una incursión de las fuerzas del mal, los animales – sobre todo más los pequeños y las aves – detectaban el movimiento y huían en dirección contraria al avance de los invasores.

Con una buena vista y mucha atención aun mucho antes que se divisara la tropa invasora el centinela podía reconocer el peligro y aun más, de que dirección provenía.-

                        • *

En el fortín de Nan-Tathren, esa noche, de la noche de los tiempos, antes que los hombres escribieran sus historias, Teralonwë dormitaba en lo alto de la torre de vigilancia cuando en el silencio de la noche se comenzó a escuchar el sonido inequívoco de animales al galope. A la escasa luz de la luna en menguante Teralonwë percibió rebaños de ciervos y cabras monteses intentando cruzar el Río de la Aguas Hirvientes, por el vado que protegía el fortín. No solo era extraño que los rebaños intentaran vadear el río de noche, sino que jamás las cabras monteses se habían alejado tanto de sus montañas y mas extraño aun que este movimiento de los rebaños fuera en esta época del año, la estación de las migraciones aún no había comenzado.

Algo extraño sucedía, el silencio de la noche de verano era denso. Los ruidos de la noche habían cambiado. No se sentía el chirriar de los grillos y las cigarras, solo el ruido del agua entre las rocas del canal y el vado, el chapoteo de ciervos y cabras en el agua y luego el ominoso silencio.

Instantes después los perros del fortín cortaron la noche con aullidos seguidos de feroces ladridos.

En aquellas lejanas épocas, poco tiempo hacia que los perros eran compañeros de los hombres. Pocas generaciones habían transcurrido desde su pasado de lobos, casi no existía diferencia entre ambas razas.

Teralonwë no dudó. Tomó el cuerno y con toda la fuerza de sus pulmones dio la señal de alarma.

La grave y penetrante voz del primitivo instrumento resonó en la pesada noche, sus ecos se extendieron resonando en los acantilados del río y a lo largo del valle del Río que Hierve, avivando aun más la furia de la jauría en las perreras, los bufidos de caballos y bueyes en el establo y poniendo en movimiento al pequeño destacamento.

Antorchas encendiéndose, órdenes cortas, ruido de hombres corriendo y entrechocar de las armas retiradas de urgencia de los depósitos.

Ansiosos ojos tratando de ver algo en la cada vez más oscura noche, pues la luna se estaba ocultando en el horizonte.

Turnes, el jefe del destacamento de guardias se sumó al vigía en lo alto de la torre.

Nada se veía, solo un pequeño grupo de gacelas retrasadas que se arrojaba al vado con sus rabos enhiestos, señal inequívoca de terror.

El movimiento de la pradera predecía que no se trataba de un pequeño grupo de incursores, debía tratarse de algo más peligroso. O un gran número de orcos, tal vez todo un clan, o tal vez algo más.

Turnes calculó que con los 20 hombres de que disponía no estaba en condiciones de hacer frente a un ataque de un clan orco o cualquier otro peligro que hubiera precipitado tal estampida en la pradera allende el Río.

Y el ataque venia de lejos, solo así se justificaba la huida de las cabras monteses.

Sin duda los Orcos de las montañas nubladas, o de más allá de ellas, estaban en movimiento.

Ordenó que los tres mejores caballos, de la raza de Rohan que pifiaban en los establos fueran montados por los tres más resistentes jinetes y partieran hacia la Ciudad con la noticia, mientras los cuernos de los guardias seguían sonando para poner sobre aviso a cualquier hombre que se encontrase en las cercanías, en especial a los pastores que en buen número aprovechando los pastizales de verano en las cercanías del río habían traído sus ganados huyendo de la seca de las tierras altas.

Los ecos de los cuernos de combate resonado sobre los acantilados, retransmitidos por los pequeños destacamentos instalados a lo largo del río - frontera fueron escuchados por los guardias del fortín de Iant Lauré, o puente de oro en lengua moriquendi, o Kamar-Al-Futura como lo designaban los humanos, distante tres horas de marcha, que protegía el único puente que cruzaba el gran cañón del Río de la Aguas que Hierven.

Este puente ya era tan antiguo que nadie recordaba desde cuando existía, pero la senda de piedra que a él llegaba venia de muy lejos mas allá de la Ciudad y seguía allende el cañón solo unas leguas y de pronto se cortaba en el medio de la nada, solo en el medio de la planicie, como si los constructores hubieran decidido que era el lugar indicado o bien que por alguna razón mágica o catastrófica resolvieran desistir de la obra.

Nadie entre los hombres sabía si la construcción había sido hecha por hombres, elfos o enanos y solo la fuerte construcción de piedra de arcos superpuestos, que no se parecía a ninguna otra construcción en tierras de los Hombres, sabía su historia.

Las leyendas adjudicaban la construcción a los enanos dirigidos por artesanos elfos grises, pero nada podía afirmarse, solo que el desgaste de las piedras de su basamento por las aguas del río señalaba que estaba allí desde muchas generaciones atrás.

También se decía que la construcción fue obra de los primeros nacidos, dirigidos personalmente por Aulë, aunque no parece que esto fuera cierto. Si bien era una construcción espectacular, no parecería que el constructor de Arda se dedicara a obras tan pequeñas (para él) como esta.

El puente tenía una gran arcada sobre la calzada en cada uno de sus extremos, y cada arcada tenia una fuerte puerta de troncos forrada en metal. Tales puertas eran pesadas, tan pesadas que se requería la fuerza de 20 hombres para moverlas. Nadie se explicaba porque la madera de aquellos troncos secos nunca se pudría, ni era atacada por los insectos o las aves. Nadie recordaba que alguna vez se hubiera cambiado alguno de los troncos, ni nadie recordaba que significaban los dibujos tallados en las placas de hierro que cubrían las puertas.

En las canciones de los antiguos nada se decía sobre las puertas de Kamar-al-futura y los humanos ancianos que conocían las runas de elfos y enanos no podían reconocer los signos.

Los Laikendi, elfos verdes del Bosque Oscuro, que alguna vez pasaron por las puertas rumbo a la pradera de allende el Río hirviente, contaron a sus guardianes que las inscripciones y signos no eran elficos sindarín, sino más antiguas, tal vez en el idioma prohibido de los Noldor, pero desconocidas para los actuales morikendi, lo que reforzaba la leyenda sobre la mano de Aulë en la obra. Pero lo cierto es que el fuerte allí estaba desde siempre y nadie sabía algo concreto sobre su origen.

La sucesión de toques provenientes del paso, repetidos por todos los pequeños destacamentos a lo largo del río y por los pastores desde sus precarios campamentos de verano puso sobre alerta a toda la línea defensiva, pero tanto en el fuerte de Kamar – al - Futura como en el resto de la línea, aun en el fortín del paso, se desconocía claramente que peligro asechaba, desde hacia ya tiempo, los ejércitos de los hombres habían establecido distintos tipos de señales para comunicarse a la distancia, y la señal transmitida por los cuernos de guerra era clara: solo "ataque orco".

La cerrada noche se pobló poco a poco de movimiento, los pastores rápidamente arreaban sus rebaños, los gritos de los jinetes, los bufidos de bueyes y vacas, los perros pastores ladrando se unieron en la noche y un tropel de cascos resonó señalando el comienzo una gran marcha, donde hombres, vacas, ovejas y cabras huían hacia la protección de las tierras altas siguiendo la estampida de los animales de la pradera, poco a poco las costas del río fueron quedando desiertas, solo los guardianes en sus fortines permanecían velando las armas sentados alrededor de las hogueras.