Despues de la batalla de los 5 ejercitos (5)

Capitulos 9 y 10 de la defensa de los pasos del RIO QUE HIERVE.

NUEVE

En la Ciudad el Maestre de armas estaba organizando la defensa y ubicando en los sectores de las murallas a los diversos contingentes que empezaban a llegar de las marcas. La estrategia era simple, hasta tanto no se reportara la gran mayoría de los guerreros feudales y el resto de la población, no se intentaría una salida para dar batalla en campo abierto a la invasión. Por ahora lo que aconsejaba la prudencia era reforzar las defensas de la Ciudad y aguardar no solo la llegada de los guerreros de las marcas y los legionarios convocados sino también mayores detalles del peligro que asechaba al reino.

Varios de los nobles que estaban en la Ciudad antes de la noticia, habían partido hacia sus feudos a levantar a sus gentes, las marcas del oeste, las mas pobladas y mas lejanas de la Ciudad y de la Frontera estaban a dos días de a caballo, ni aun los correos habrían llegado y para contar con los cinco o seis mil jinetes de Oestrasser había que esperar no menos de 4 días , la gente de las marcas más cercanas podían estar en posición de combate en uno o dos días más. Dos centurias de legionarios (el segundo cuerpo de la Legión) ya estaban sobre las armas y habían sido enviadas, en decurias móviles a patrullar la zona entre la frontera y la Ciudad para detectar posibles avances del enemigo. Nada más se podía hacer en el ámbito militar.

El maestre de la Ciudad era el que mas trabajo había recibido. Tenia que organizar, alojar, planificar el abastecimiento e ir armando a los campesinos y sus familias que estaban llegando, en caravanas cada vez mas numerosos de los pueblos y villorrios de todo el reino. Las calles de la Ciudad era un verdadero pandemonio de hombres, mujeres, niños, asnos, bueyes, ovejas, carros, perros y caballos.

La regente después de un día y una noche casi sin dormir reunida con los consejeros organizando todo lo organizable, en traje de batalla salió a recorrer la Ciudad y las defensas.

Montada en su yegua alazana, ensillada con la mejor montura de la caballeriza, vestía una resplandeciente cota de malla de plata de cadenas triples, antigua obra artesanal que los orfebres del pueblo de los enanos había regalado a su abuela en agradecimiento al derecho de paso que esta les concediera desde sus montañas a cualquier frontera del reino. La cota cubría totalmente su cuerpo desde el cuello hasta los tobillos y la regente usaba solamente esa prenda sobre una ligera túnica de hilo blanco, no llevaba yelmo, su larga cabellera estaba cubierta con un pañuelo rojo de la legión. Seguida de una decuria de robustos legionarios enfundados en negros trajes de combate cabalgó desde el tórrido mediodía al anochecer por todas y cada una de las murallas, torres y puestos de defensa avanzada, se alejo varias veces hasta dos o tres leguas de las murallas para recibir a los grupos de aldeanos o las formaciones de guerreros feudales. En sus apariciones en estos lugares fue ovacionada por las tropas que golpeaban con sus lanzas y espadas sus escudos. Nunca una regente se mostró al frente de su pueblo en esa forma. La regente sabia que – más allá de su gusto personal por armas y caballos – ponerse al frente de las tropas y la demostración de coraje que significaba alejarse con tan poca escolta de las murallas en medio de una alarma de ataque, ayudaba a levantar el ánimo de los defensores. La gran mayoría de los habitantes del reino y por ello de los soldados, eran todavía semi salvajes y los lideres solo mantenían su liderazgo demostrando no solo inteligencia si no también valor personal. Esas tropas seguramente seguirían al combate a esta Regente que cabalgara con ellos hasta el fin del mundo, (Mas aún si se mezclaba en el combate y manchaba con la sangre de algún enemigo su espada) con mucho mas ánimo que si esta se quedaba en la seguridad de palacio. En fin, para mandar en este reino "hay que tener cojones" (era la frase utilizada en el ejército), y si la Regente no los tenía (por obvias razones) debía demostrar que sus ovarios le daban también valor y coraje.

Al anochecer, cuando en los campamentos avanzados se encendían las hogueras y en las murallas las antorchas, la Regente y su escolta volvían al trote hacia la Ciudad. Al tomar el camino real el pequeño grupo se encontró con dos correos, uno que venia del oeste y otro de las postas del rumbo de la Legión.

No había luz suficiente para leer los despachos, así que sin dejar de trotar los correos se colocaron a la diestra de la Regente y de viva voz adelantaron las novedades que traían. Nada pudieron adelantar los correos sobre el misteriosos mensaje que venia en un zurrón cerrado y que le fuera entregado al correo por otro que venia de una posta reten mas lejana, con la indicación que una medio – elfo que portaba una espada histórica, se lo entregó al decurión para que llegara urgente a la Ciudad y que venia "del sur".

Trotando la comitiva de la regente entró en la Ciudad y trotando llegó al patio frente al palacio. Los Legionarios siguieron hacia su cuartel (Seguro a comer como trogloditas, beber como esponjas y dormir como troncos, porque desde que salieron al medio día hasta ahora, ya bien entrada la noche, la regente no paró un instante, solo para dar de beber a los caballos y doce horas al galope provocan en los legionarios esta reacción), los correos entregaron sus zurrones con los despachos a la guardia y siguieron el mismo camino.

La Regente, que hasta ese momento no había demostrado signos de cansancio, fue ayudada a desmontar por sus sirvientas y se dirigió directamente a su dormitorio. Allí - sin mas - se arrojo sobre la cama y se quedó profundamente dormida.

Las sacerdotisas vírgenes que oficiaban de ayuda de cámara de la regente estuvieron largo rato para destrabar los cierres de la cota de malla y liberar el bello cuerpo de la regente de su traje de plata. Medio día a caballo bajo un calor abrasador habían causado decenas de magulladuras y raspones, la túnica de hilo debajo de la armadura estaba parcialmente destruida y totalmente manchada de sudor y sangre. Una cota de malla no es - precisamente – el mejor traje de montar para tan prolongada cabalgata en el sol del verano.

Cantidad de paños fríos y una larga serie de ungüentos recorrieron el magullado cuerpo, la regente no había abierto los ojos y solo sonreía entre sueños, bebió largas jarras de leche con miel y por último ya pasada la media noche se durmió desnuda entre sabanas de hilo y un par de ayudantas que le echaban viento con grandes abanicos.

DIEZ

Al amanecer del tercer día de marcha, las avanzadas de la legión alcanzaron el fortín de Nan-Tathren en el paso. Allí el pequeño destacamento de guardias de la frontera descansaba sobre las armas.

No había habido ninguna novedad, la columna invasora no se acercó, solo se sabía por los exploradores enviados por la noche que se había detenido a más de tres leguas de KAMAR AL FUTURA y estaban acampando ya hacia más de un día.

Cerca del medio día llegó el grueso de la columna y también comenzaron a llegar los pequeños destacamentos montados de los diversos fortines de la línea. También un grupo de pastores que no huyeron con el resto de sus compañeros y que decidieron unirse a los defensores, a ellos nunca les había llegado la orden de la Regente – según dijeron - y su espíritu montaraz no cuadraba con ir a encerrarse en una ciudad amurallada. En el grupo había tres mujeres, que cabalgaban como el resto de los hombres y portaban las cortas y pesadas espadas orcas de hoja ancha y doble filo, a más de sus arcos.

Hildegarth recibió de Turnes el mando del fortín y el resto de los Jefes de Marcha de la línea se pusieron a sus ordenes a medida que llegaban. En total la fuerza de combate que se disponía para defender el paso o atacar a la invasión era de 222 legionarios, 183 guardias de la frontera, 14 pastores nómadas y tres mujeres. Obviamente un numero insignificante contra 10 o 15.000 orcos.

Turnes consideraba que la detención de la columna era solo transitoria, seguramente estarían esperando mas tropas que venían de otro lugar o bien más atrasada en la marcha.

Hildegarth decidió que esa tarde nada se haría, todos los hombres debían descansar, por la noche volverían a enviarse espías a vigilar la columna y a otear el desierto. Se pusieron guardias del otro lado del paso y una avanzadilla a más de una legua desierto adentro en la única formación rocosa en leguas a la redonda que servia de atalaya natural.

Hidelgarth llamó al jefe de los nómadas. El y sus hombres estaban intrigados por la presencia de las mujeres en el grupo – que las mujeres portaran armas y se unieran a los grupos de guerra no era común en el reino, como ya se dijo – y en especial por las espadas que portaban.-

Gruner se reunió con el Jefe Legionario, sus centuriones, Turnes y algunos de los Jefes de Marcha bajo los árboles en la costa del Río Que Hierve.

Este fue – más o menos- su relato:

Las tres mujeres que los acompañaban se les habían unido hace ya varios meses, al principio de la primavera, cuando estaban guiando los rebaños desde las tierras altas a los pastizales de verano. Venían huyendo del desierto y contaron que eran las únicas sobrevivientes de un pequeño clan nómada del sur que fue atacado por una tropa de unos 100 orcos en pleno desierto. Allí se combatió muy duro y los nómadas pusieron en fuga a los incursores pero -todos heridos- no sobrevivieron al veneno que los Orcos habían puesto en sus filos y flechas, solo las tres mujeres por alguna razón desconocida (Mágica para los nómadas) sobrevivieron a su heridas. Tomaron las armas de los enemigos que habían matado, según la tradición de su tribu, hicieron con gran esfuerzo un túmulo con los restos de sus parientes que formaban el clan y por vados peligrosos y pasos escondidos volvían a sus tierras cuando se toparon con los pastores. Obviamente Gruner sospechó inmediatamente de tal increíble historia, deduciendo que eran espías de Saurón y estaba por ordenar su ejecución cuando fueron reconocidas por dos de sus compañeros como hijas de un bravo guerrero del Sur – ya fallecido años atrás – y del que se decía que tenia sangre élfica en sus venas.

Las historias que circulaban entre los nómadas eran que ese componente élfico – o algún sortilegio de sus ancestros que las cuidaban desde las salas de Elrond - las salvó del veneno, como así también era lo que les daba esa singular belleza, bravura y resistencia al cansancio y a la vida al aire libre, virtudes que no muchas mujeres del reino podían exhibir. Habían acordado con Gruner que se quedarían con el grupo durante el verano y acompañarían a los pastores cuando volvieran a las tierras altas, luego ellas seguirían a su país, distante bastantes leguas del lugar en el que las vicisitudes de su vida le habían llevado. Surgió luego la huida ante el ataque Orco y en las tres mujeres se encendió la sed de venganza contra los que mataron a sus parientes y – decían los pastores - el odio ancestral de los elfos para con los orcos. Así se unieron al grupo que decidió combatir.