Después de corrido aún me gusta más comer un coño

... Está más rico, está rico, rico, rico... Lo devoro hasta que la mujer se vuelve a correr en mi boca

Estaba en viaje de negocios en Venezuela. Entré en una cafetería en que las mesas de la terraza estaban casi vacías. Vi a una chica sentada delante de la barra que me hizo salivar. Era una joven de más de un metro setenta de estatura. Tendría unos 20 años, si llegaba a ellos, tenía los ojos grandes y achinados, el cabello marrón y largo, aunque no mucho y estaba rellena. Vestía una camisa azul y unos vaqueros y cubría su boca y su nariz con una mascarilla azul. Le dije al barman que le dijera que estaba invitada a lo que quisiera... Poco después la joven me miraba y levantaba su vaso de tubo. Tenía que intentarlo. No era tan alto cómo ella, ya que ando en el metro setenta, pero soy un hombre fuerte y atractivo. Fui a su lado y, guardando más de un metro de distancia, le dije:

-¿Qué hace bebiendo sola una chica tan rica cómo tú?

-Espero a una amiga.

-¿Podrías decirme cómo te llamas?

Me respondió:

-Podría, pero no te lo voy a decir.

-Yo me llamo Simón.

Se bajó la mascarilla y vi que era muy guapa. Bebió un trago de limonada y después de subir la mascarilla, me dijo:

-Cómo el Libertador.

-No, yo no me llamo Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco.

-Me sorprende que sepas el nombre completo del Libertador. Debes ser el único extranjero que lo sabe.

-Para hacer negocios aquí hay que saber todo sobre tu Libertador, máxime con quien está en el poder..

-No hables de esas cosas que las paredes tienen oídos. ¿Eres español?

-Sí.

Cogí en el bolsillo del pantalón la cajetilla de Winston, saqué un cigarrillo y le pregunté:

-¿Fumas?

-No está permitido.

Guardé el tabaco. Me dijo:

-Visita de negocios y te hospedas en un hotel cercano.

-Lo clavaste.

-No era difícil acertar, cómo no lo es que estás intentando coger conmigo.

-Dicho así...

-¿Qué dirías tú que estás haciendo?

-Para ti el chicle.

¿Qué?

-Qué tienes razón, mi idea era llevarte a la cama. ¿Te molesta?

-No, me halaga, pero no vas a conseguir nada. Corren malos tiempos para las relaciones intimas, y aunque no corrieran no soy chica que se entregue a un desconocido.

-¿Sabes?

-¿Qué?

-Eres la mujer más bonita que vi en ese país.

-Mientes, pero me gustó oír esa mentira.

-Eres muy bella, esa no es ninguna mentira.

Pasó un dedo alrededor de la boca del vaso de tubo y sin mirarme, dijo:

-Y la más gorda.

-Estás rellena. Gorda... Ojalá hubiera más gordas.

-¿Qué te pasa con las gordas?

-No te lo puedo decir. Son cosas que no se pueden hablar con una chica dulce como tú, me tomarías por un guarro.

-Eso quiere decir que lo eres.

-No se te escapa una.

-Cuenta.

-¿No decías que las paredes tenían oídos?

-Dímelo en bajito.

Se lo dije casi susurrando. Cómo no me oía, acercó su oído a mi boca dejando de guardar la distancia de seguridad. Se lo volví a repetir:

-Los mejores polvos que he echado han sido con gordas.

-Eso no tiene nada de guarro.

-¿De verdad quieres oír la parte guarra?

-Sí, carajo, dime que es eso guarro que le harías a una gorda cómo yo.

-Tú no estás gorda.

-¡Y dale! ¿Qué harías?

Le estaba acabando con la paciencia así que sacié su curiosidad.

-Me gusta calentarla hasta que se moja y luego comérselo hasta que se corre. Después de corrido aún me gusta más comer un coño, está más rico, está rico, rico, rico... Lo devoro hasta que la mujer se vuelve a correr en mi boca

La venezolana comenzó a tener serias dudas sobre mi estado. Se separó de mí y me dijo:

-Dime una cosa. ¿Estás encadilado?

-Si, me encadiló tu mirada.

-Te encadiló lo que sea que estás bebiendo.

-Estoy bebiendo tónica. Me limitaba a decirte lo que me gusta hacerle a una gorda.

Volvió a bajar la mascarilla, echó otro trago, montó una pierna sobre la otra, y me preguntó:

-¿Y a una delgada no?

-Todo lo que viene a la red es pescado, pero las gordas me gustan una barbaridad. Hay más donde agarrar.

-¿Siempre le hablas tan sucio a las mujeres cuando quieres coger con ellas?

-¿Sucio? Hablar sucio es hablar de comer un culo de mujer. ¿Quieres que te diga cómo lo cómo?

Descabalgo la pierna, se alejó de mí y me dijo:

-¡No!

-Vale, pero no levantes la voz.

Era muy curiosa, lo supe porque se volvió a acercar a mí, y con su boca cerca de mi oído, preguntó:

-¿Para qué le comes el culo a una mujer?

-¿Para prepararla?

-¿Para qué...? No me lo digas, no me lo digas. ¡Qué cabrón! Y decías que no querías calentarme.

-¿Acaso lo hice?

-No, pero por intentarlo no quedó.

-No se te escapa una.

-¿A ti tampoco, verdad?

Me di por vencido. Bajé del taburete en el que estaba sentado, y dejando el vaso con la tónica más de mediado, le dije:

-Tú sí, tú te me escapas viva. Bueno, encantado de haberte conocido.... Cómo te llames.

Me preguntó:

-¿Vas para tu hotel?

Intuí que se abría una puerta y me lancé:

-¿Te gustaría ver mi habitación?

Se ve que la había calentado, ya que me respondió:

-A cincuenta metros de aquí hay un jardín, espérame allí.

Vamos al turrón.

Entramos en la habitación del hotel, cerré la puerta, la miré y vi que estaba mirando para las dos camas gemelas. Me preguntó:

-¿No estás solo?

La cogí por la cintura, la besé en el cuello, y le respondí:

-No, vine a Venezuela con mi socio, pero no te preocupes, ese no vuelve hasta la noche.

Le quité la mascarilla, quité la mía, las puse sobre un mueble y fui desabotonando su camisa mientras la besaba, en el cuello, en las orejas y en la boca cuando giró la cabeza. Al quitarle la camisa y el sujetador le eché las manos a sus chiquitas y calientes tetas, se las magreé, moje en la lengua dos dedos de cada mano y le acaricie los pezones. Mi polla empalmada se moría por salir de su cárcel. Le di la vuelta. Me arrancó la camisa. Los botones saltaron por los aires y su boca me comió las tetas. Estaba muy excitada. La tiré sobre la cama, le quité las deportivas, le quité el pantalón y las bragas al mismo tiempo. Me eché encima de ella, le cogí los pulsos y le devoré las tetas, unas tetas chiquitas con areolas grandes de color marrón claro y lamí y chupé sus pequeños pezones. Le solté las manos y metí mi cabeza entre sus piernas. Su coño pelado estaba mojado y la humedad brillando en él hizo que lo viera cómo una joya, una joya mojada cómo a mí me gusta. La primera lamida cubrió mi lengua con una especie de crema que al saborearla me supo a pecado, un pecado agridulce. Luego le enterré la lengua en el coño, la venezolana se estremeció, le metí dos dedos en el coño y "con el ven aquí" le fui acariciando el punto G al tiempo que mi lengua lamía el glande de su clítoris, que sobresalía del capuchón. Sus gemidos eran excitantes. Mi polla latía y la aguadilla que salía de ella había traspasado los calzoncillos y el pantalón. Los dos queríamos corrernos, pero fue ella la que se corrió, se corrió en mi boca mientras cogía mi cabeza y decía:

-¡¡Que ricoooo!!

Jadeando cómo una perra en celo y retorciéndose cómo una serpiente de cascabel inoculó su veneno en mi boca, un veneno delicioso que solo la mataba a ella, la mataba de placer.

Cuando acabó de viajar le quité los dedos del coño y se los di a chupar. Luego seguí lamiendo los labios vaginales, despacito, sin tocar su clítoris, ya que lo debía tener muy sensible, después cogí la almohada y se la puse debajo del culo, metí un dedo dentro del coño, después jugué con la yema en su ojete, para acto seguido meterlo y sacarlo de su culo y pasar muy suavemente la lengua por sus labios. La venezolana levantaba el culo, intentando que mi lengua entrase dentro de su vagina, pero yo lamía alrededor de ella, y seguía lamiendo los labios. En uno de sus intentos volví a lamer alrededor de la vagina y después se la clavé y se la saqué unas veinte veces. Al tenerla a punto me acabé de desnudar. Tenía la polla tiesa como un palo. Lamí de abajo a arriba y me dijo:

-Métemela.

Se la metí. Nos corrimos los dos juntos al llegar la polla al fondo por décima vez. No sé si gimió, si se sacudió... No sé nada de lo que pasó. Me bajé del mundo por un instante y estuve ausente no sé cuanto tiempo. Al abrir los ojos vi a mi socio sentado en el borde de su cama, me miró y me dijo:

-No pierdes el tiempo. ¿Dónde encontraste a esa preciosidad?

Cogí un cabreó de los gordos.

-¡¡Lárgate de aquí!!

Germán, que era moreno cómo yo, un año menor y más alto y más guapo, se levantó y me dijo:

-Vale, vale, me voy. Oye, y si le preguntas si quiere hacer un trío.

-¡Qué te largues, coño!

La venezolana, debajo de mí y con la polla dentro de coño, me dijo:

-Hacer un trío es una de mis fantasías.

Germán se desnudó a la velocidad de la luz. Al verlo desnudo me vine arriba, ya que mi socio tenía la polla más pequeña y más delgada que la mía, por no hablar de los huevos.

Minutos después la venezolana estaba en cuclillas con una polla en la mano izquierda y otra en la derecha. Se turnaba en las mamadas, ahora mamaba la de mi socio y meneaba la mía, ahora mamaba la mía y meneaba la de mi socio. Con los dos empalmados, se volvió a echar sobre la cama. Se veía que era su primer trío, ya que esperó acontecimientos. Mi socio se echó a su lado izquierdo y yo a su derecho, cuando él le mamaba las tetas, yo la besaba y cuando él la besaba le chupaba yo las tetas, luego Germán se puso a sus pies y le masajeó las plantas, se las lamió, le chupo los dedos de uno en uno, de dos en dos, de tres en tres, de cuatro en cuatro, el gordo y después los cinco dedos juntos... De un pie pasó al otro mientras yo le acariciaba el clítoris con dos dedos, magreaba sus tetas, y le comía la boca, de la que no paraban de salir dulces gemidos. Luego Germán fue besando y lamiendo el interior de sus muslos, llegó a su coño, lo lamió seis o siete veces. La venezolana se corrió y al hacerlo me metió un mordisco en la lengua cómo si fuera una perra. Corriéndose se sacudió una cosa mala. Mi socio cuando la venezolana se acabó de correr le puso la polla en la boca y le dijo:

-Te toca.

Le cogió la polla con una mano y le echó la otra mano a la mía. Se la puse también en la boca. Lamió, chupó los glandes, mamó, beso y los frotó uno contra el otro... Cuando nos tenía perros llevó las pollas a sus pequeñas tetas y las frotó en sus pezones y areolas, frotándolas nos masturbó... Poco después se corría Germán en su teta derecha y yo en la izquierda.

Estaba crecida, ya que al acabar nos preguntó:

-¿Quién me limpia?

Ante el asombro de mi socio y de la venezolana, lamí mi leche de la teta sobre la que me corriera y después la besé en la boca con mi leche en ella. Mi socio viendo con la efusividad que me besaba la venezolana, lamió su leche de la otra teta y después la besó. La venezolana aún lo beso a él con más ganas que a mí. Tras los besos estaba tan cachonda que preguntó:

-¿Ahorita que toca?

Le respondí yo:

-Ahora toca ponerte a cuatro patas para que te coma el culo.

No se hizo de rogar. Se puso a cuatro. Comencé a lamerle el ojete y a darle mordisquitos a su culo mientras me tocaba para volver a poner la polla dura. Mi socio se arrodilló delante de ella, cogió la polla morcillona y se la metió en la boca... Al rato él magreaba sus tetas y le follaba la boca. Yo metía y sacaba la punta de mi lengua de su culo, que se abría y se cerraba intentando atraparla. Lo mismo hacía su coño pues dos de mis dedos entraban y salían de él. Al estar bien cachonda. Me eché boca arriba, y le dije:

-Ven que te vamos a follar.

Me montó y puso su culo a disposición de mi socio, que se la metió despacito mientras yo la tenía en la entrada de la vagina. Le gustaba que se la metiera en el culo. Sus ojos mientras se la iba metiendo se pusieron en blanco varias veces. Su coño no paraba de abrirse y de cerrarse sobre la punta de mi polla y sus gemidos eran de placer. Mi socio, al principio la folló el culo con delicadeza, cómo si estuviera follando a una princesa, pero poco después, sintiendo sus escandalosos gemidos, empezó a follarla cómo a una puta. Tanta caña le dio que trabajo me costó seguir su ritmo, y lo digo por qué cuando metía él sacaba yo y cuando metía yo sacaba él. Tres veces seguidas se le pusieron los ojos en blanco antes de que se le cerraran de golpe, comenzara a temblar, su coño apretase mi polla, su culo la de mi socio y se corriera cómo una loca mientras la llenábamos de leche.

Poco después se iba aquella preciosidad de mujer.

Quique.