Después de clases (Parte 1)

Una profesora a punto de llegar a los 40 descubre que fantasear con sus alumnos ya no es suficiente.

Después de clases

I

Ahora que lo pienso, no sé de dónde surgió la idea, aunque más que la idea, la atracción, la peligrosa tentación de la posibilidad. Llevaba un par de años como docente y nunca había visto a ninguno de mis estudiantes de esa manera. No pasaban de ser chiquillos jugando a ser hombres, con sus caras bonitas, sus groserías ingenuas y un mundo todavía demasiado grande para ellos como para yo hacerme un hueco insignificante en sus vidas.

Pero tenía que pasar. Me gusta verlo así porque así era.

Al inicio fueron puras fantasías. Fantasías inocentes que terminaban con algún roce no muy mal intencionado en algún pupitre, un poco de exhibicionismo, culpa, por supuesto, de una falda demasiado corta, problemas de vestuario que cualquier mujer puede enfrentar por la que a ninguna se puede culpar. Me masturbaba con frecuencia recordando las expresiones perplejas de mis alumnos ante mis «recatadas» insinuaciones. Al inicio la humedad casi llegaba sola. Me imaginaba a mí misma en el salón, con nada debajo de mi aburrido traje gris. Les daba la espalda a los alumnos mientras fingía escribir en el pizarrón, y los imaginaba: se masturbaban al ritmo del movimiento de mis caderas mientras yo fingía escribir sólo para dejar caer el marcador y así agacharme a recogerlo dejando a su disposición mi vulva, que podían ver pero no tocar, al meno no por el momento. Casi podía sentir el líquido caliente que comenzaba a derramarse bañando el glande, humedeciendo sus duros penes, todavía demasiado inexpertos pero tentadores igual. El mejor portado no era el más lindo ni de lejos pero igual merecía su premio, y sin verlos lo llamaba y él ya sabía qué tenía que hacer: me penetraba con fuerza, con la prisa de la curiosidad, me sujetaba de las caderas y se dejaba ir en mí una y otra vez mientras sus compañeros sólo podían imaginar qué se sentía eyacular dentro de su sosa profesora de Sociales. Tenían que haberlo imaginado a su vez, tal vez fantaseaban conmigo aunque mi aburrida fachada de profesora no les hiciera mucha gracia. Era la ropa, no mi figura. Sé que más de alguno se llegó a preguntar: ¿cómo será la profesora debajo de sus trajes? Era otras de mis fantasías. Me colaba dentro de sus habitaciones y los veía masturbarse mientras pensaban en cogerme a mí, mientras me imaginaban su pene rozando mi garganta y mi vulva húmeda y palpitante deseosa de ser penetrada hasta hacerme gritar. Los montaba en sus camas en sus habitaciones de adolescentes y les tapaba la boca para que sus padres no escucharan sus jadeos de muchachos afortunados porque una mujer madura estaba dispuesta a tragarse su semen sin rechistar saboreando hasta la última gota.

Aun con todo esto, mis dedos no eran capaces de traducir mis fantasías de la manera que yo anhelaba. Tenían que suceder algo para que yo me sintiera por fin satisfecha. Tenía que conseguir que algo sucediera.


Matías fue al primero que noté, ya había considerado a otro par antes pero nadie me miraba como él, como si supiera leer mis intenciones, de ser así no necesitaría ni mucho tiempo ni mucho esfuerzo. No pensaba en los posibles problemas, eso que quedara para cuando sucedieran, si se daban. Yo sólo quería hacer algo. Moría por hacer algo.

Aprovechando la temporada de exámenes le pedí que se quedara para corregir los errores en su evaluación, había tachado varias respuestas correctas para llamar la atención y había funcionado. Me fingí atareada mientras esperaban que los demás abandonaran el salón. Incluso cuando esto pasó le dije que me esperara mientras iba por algo, que no era más que una escapadita para cerciorarme de que no habían muchas personas cerca y, de paso, acercarme al tocador para deshacerme de mi ropa interior.

Cuando al fin regresé lo encontré sentado en un pupitre cerca de mi escritorio. Cerré la puerta con cuidado, para que no escuchara como la aseguraba. Quería tantear un poco la oportunidad, jugar con ella, tentarlo de manera recatada pero lo suficientemente obvia para despertar una respuesta en él. No estaba pensando en ser meticulosa ni calculadora. Sólo pensaba en le juego. Sabía que se notaría fácil. Los muchachos son así.

—Disculpa que te haya pedido que te quedaras —dije en voz baja. Matías no respondió. Entonces el aire acondicionado del salón dejó de ronronear, clara señal de que la mayoría ya había abandonado el instituto—. ¿Tienes prisa?

—No mucha —respondió al fin pero con indiferencia. Desvió la mirada hacia la puerta y sonrió.

Tal vez no iba a funcionar. ¿Qué podría significar esa sonrisa? No fue ni maliciosa, ni insinuante, fue una sonrisa pasajera, quizá un recuerdo. Tal vez pensaba en su novia, a la que había prometido ver después de clases. ¿Qué interés podría tener en una profesora de casi cuarenta por muy bonita que esta fuera?

Persistí.

Le dije que se acercara para corregir su examen. Lo hizo. Algo dentro de mi comenzó a palpitar debido a su cercanía. Tal vez era la emoción. Debajo de mi blusa no llevaba nada y esperaba que mis pezones se endurecieran los suficiente para que los notara y pellizcara. Quería que mi humedad fuera tan marcada que pudiera sentirla sin tocarla.

—Espero no vayas a tener problemas por esta nota tan baja —dije, fingiendo preocupación—. Ya habrá manera de recuperarla.

Si me dejas chuparte el pene, por ejemplo, pensé.

Matías se revolvió un poco a mi lado, lo suficiente para que su piel tocara la mía. Ya no podía esperar más.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó él. Encontré inocencia en sus ojos, también expectación. No podía decir cuánto de eso era producto de mi fantasía y cuando de la realidad, pero me encantó.

Sin saber muy bien lo que hacía deslicé la mano sobre su pierna. Si subía un poco más, ¿encontraría un duro bulto entre sus piernas? Lo deseaba. No saberlo me estaba carcomiendo por dentro. Así que insistí, despacio, mientras el silencio de la habitación nos alentaba a continuar, a ambos, intuyendo así la complicidad del colegial, deseoso igual, sediento. Cuando mi mano al fin lo tocó supe que ya no había vuelta atrás. Pasé saliva con dificultad y, en voz baja, le pregunté:

—¿Me detengo?

Matías negó. No me atreví a verle el rostro. ¿Estaría sonrojado? ¿Sonreiría? ¿Cómo sería su sonrisa, de triunfo, de desconfianza? ¿Habría imaginado algo así? Bajé la cremallera lentamente. No estaba para tantas atenciones. Necesitaba ver su pene, tenerlo entre mis manos, en mi boca, quería saborear su semen sin más demora.

—Es más grande de lo que imaginé —susurré más para mí misma. Me humedecí sin remedio con sólo verlo. No se me ocurrió otra cosa que lamerlo, esperando que no fueran necesarias muchas más atenciones para endurecerlo. La impaciencia iba ganando terreno. Ahora sólo quería tenerlo dentro de mí, sentir su semen derramarse entre mis muslos.

—¿Es tu primera vez? —pregunté con cierta malicia. Matía respondió que no entre jadeos contenidos. Perfecto. —¿Te gusta así? —pregunté antes de, sin preámbulos, tragármelo hasta la base. Matías se estremeció con tal impaciencia que pensé que su semen mojaría mi garganta, pero no ocurrió. Me jaló el cabello, conteniendose para no hacerme daño, y detuvo sus suspiros, retrasando el orgasmo. Entonces, para mi deleite, me sostuvo de ambos extremos de la cabeza y se empujó contra mí con tanta violencia que casi pude experimentar arcadas. Pero me estaba volviendo loca. La forma en cómo penetraba mi boca, cómo se dejaba ir y venir dentro de mí, hizo que ya no pudiera contenerme más.

Pareció quejarse cuando lo solté.

—Has sido un buen chico —le dije. Me alegraba que mi elección hubiera terminado siendo tan acertada. Matías no era tímido. Matías quería cogerme con ganas y no necesitaba explicaciones. Por eso no hizo preguntas tontas, no me miró anonadado, la situación no lo superó, ni siquiera esperó instrucciones de mí. Sabía lo que iba a suceder, sabía lo qué tenía que hacer. Lo sabía todo. ¿Habría esperado a un chico más tímido? Para esa primera vez no habría funcionado. Esa fantasía podría interpretarla después, tal vez con Marco o Julio. Ahorita Matías era perfecto.

Me levanté la falda hasta la cintura. Mis senos, grandes y duros al descubierto. Mi sexo, depilado y claro palpitaba, estaba húmedo. No necesité decirle nada. Me mordió los pezones y enseguida buscó mi clítoris con los dedos. ¿Qué pensaría de semejante humedad? ¿Qué pensaría de mí ahora que me dejaba expuesta ante él y estaba dispuesta a que me cogiera y se corriera dentro de mí, dentro de cualquier agujero que él eligiera? ¿Qué pensaría si le dijera que a veces también fantaseaba que todo el salón hacía conmigo lo que se le antojaba? ¿Participaría también? ¿Cómo aleardaría de su conquista con los demás chicos? ¿Al relatar la experiencia se le pondría dura? ¿Incitaría a los demás a que me buscaran? ¿Les diría lo fácil que fui? Lo estaba deseando.

—¿Quieres cogerme? —le pregunté—. ¿Quieres correrte dentro de mí?

Su respuesta llegó con prisa. Se levantó del asiento, me tomó de la cintura, me volteó y con fuerza hizo que apoyara los codos sobre el escritorio. Separó mis piernas tanto como pudo y tanto como pudo me penetró de una buena vez, sin preámbulos, sin palabras, agitando mi cuerpo que apenas se sostenía del suelo con la punta de los pies.

Y ahí estaba al fin, ese calor que tantos días llevaba queriendo sentir dentro. Su pene, grande para su edad, se hizo espacio en mi interior, casi desgarrándome por la impaciencia y la inexperiencia, pero delicioso. Lo sentía hacerse camino, me rozaba por dentro sin mucha técnica, pero era efectivo y funcionaba. La fricción, el calor, los jadeos que contenía y ese orgasmo que se iba acumulando. Sucedía al fin. Estaba teniendo sexo con un alumno y aunque faltaría mucha práctica para convertirlo en el mejor sexo de mi vida, la sola experiencia me estaba volviendo loca.

—Más duro, Matías, metemela más duro —le susurré al oído. Matías se detuvo un momento, pero continuó.

—Profe —jadeó.

—Está bien, quiero tu semen, dame tu semen, Matías, te quiero todo dentro de mí.

Volvió a detenerse pero para cambiar de postura. Me volteó sobre la mesa, me acomodé para hacerle espacio, así él también se subió, encima de mí, para nuevamente insertar su pene en mi sexo húmedo e hinchado. Los movimientos de sus caderas seguían siendo torpes, sus estimulos a mis pezones más dolorosos que placenteros. Pero ya habria tiempo para resolver eso, yo sólo quería sentir su semen caliente dentro de mí.

Qué aguante tiene este niño, pensé, recordando amantes anteriores, más viejos y experimentados. Quizá Matías ya se había corrido un par de veces dentro de mí y era su juventud la que lo hacía continuar.

—Dentro, ¿me entiendes? —le recordé—. Lo quiero dentro, Matías, dentro. Todo. Quiero que me llenes. Sí, así, dame más duro, Matías. La tienes tan grande. Es deliciosa. ¿Habías fantaseado así? ¿Me has violado en tus fantasías mientras te masturbas? No me digas nada, quiero pensar que es así. Más duro, Matías, más y más.

Esta vez Matías ya no se detuvo. Siguió penetrándome con fuerza. Con tanta que pensé que terminaríamos en el suelo. Me apretaba a él intentando conocerle, intentando decirle que estaba bien, que no sería la última vez, que no se contuviera, que tenía planeado recibirlo en mi culo, que podía desnudarme y exhibirme, que incluso podíamos tomarnos una clase con todos sus compañeros para que vieran como él siempre quedaría marcado como el primer alumno que decidí debía cogerme.

—Ya viene —jadeó.

Ya viene, ya viene. La emoción me agitó. Algo se atoró en mi garganta. Ahí venía, el semen espeso y caliente con el que me bañaría. Me detuve y dejé que él continuara. Quería estar tranquila. Quería sentir su pene palpitante derremando su semen dentro de mí. Mi propio orgasmo podía esperar.

—Más, más…

Entonces sucedió. Y el deje de frustración que siempre había impregnado mis fantasías desapareció. Ya no más fantasías. Uno de mis alumnos al fin me llenaba con su espeso semen y yo lo estaba disfrutando como una loca poseída por el placer.  Le apreté las nalgas para evitar que saliera de mi interior. Correte dentro, hasta la última gota, lléname entera, te quiero adentro, todo tu semen adentro y el de todos tus compañeros. Quiero beberlo. Exprimirlos a todos a mamadas. Chuparselas sin pena y sin culpa. Recibirlos en mi interior, tantos al mismo tiempo como pueda por todos mis agujeros.

¿Se los dirás por mí, Matías?

Matías, ¿harías eso por mí?

¿Les dirás a tus compañeros que, de vez en cuando, deberían quedarse después de clases?