Despidiéndome de una pareja
Se acerca la hora del vermú, tendremos que ducharnos. Esa fue su frase cuando subió las escaleras. Me quedé mirándole, todavía tumbada en el suelo. Junto a mi, el charco de semen como prueba de lo que acababa de ocurrir y justificación de mi sudor.
“Se acerca la hora del vermú, tendremos que ducharnos”. Esa fue su frase cuando subió las escaleras. Me quedé mirándole, todavía tumbada en el suelo. Junto a mi, el charco de semen como prueba de lo que acababa de ocurrir y justificación de mi sudor. Si quieres saber qué pasó, entra en
http://todorelatos.com/relato/112586/
.
No podía decir que no me hubiese gustado. Inmovilizada, follada por Miguel y después por un desconocido. Opté por no pensar demasiado.
En cuanto me recuperé, en cuanto las piernas me volvieron a responder, subí. Él ya se estaba duchando. Le veía desde el dormitorio, lavándose, ajeno a mi. Notó mi presencia, y me sonrió. Entré bajo el agua, le quité el gel de las manos y, como si fuese su esclava, le enjaboné. A pesar de estar algo más gordito seguía musculoso y duro.
“Me ha gustado mucho”, le susurré al oído. Él no respondió.
Limpié su gorda verga con esmero, deleitándome en sus pliegues, adorándola en cierta manera. Se la habría comido de nuevo allí mismo, pero él estaba al mando. No necesitaba decirlo para saberlo.
Fue él el que se arrodilló delante de mi. Cogió espuma de afeitar y la expandió por mi pubis.
“¿Qué haces?”, pregunté, como una estúpida, como si no fuese obvio.
Recorrió mi piel con la cuchilla hábilmente. No dejó ni un pelo. Sobre la pila fue cayendo, centímetro a centímetro, el vello de mi pubis, de mi coño. La peligrosa caricia del acero de la hoja me excitaba. Lo hizo meticulosamente, dejándome como un bebé.
Me enjuagó. Su tacto se notó delicado, suave. Cuando me hubo limpiado abarcó mi sexo con su boca, y su lengua apartó mis labios para penetrarme. La noté dentro, como una pequeña y húmeda polla, y sus dientes en mi clítoris. No necesitó más para volverme a tener cachonda.
Pero no siguió. Sólo se levantó. Se puso detrás de mi. Noté su sexo, hinchado, en mi culo.
“A todas os gusta”. Me rodeó con un brazo, haciéndome sentir muy pequeñita, y otro dedo se metió inesperadamente en mi coño. Suspiré.
“A todas os gusta”, repitió, y salió de la ducha, dejándome sola y caliente.
Cuando salí me esperaba ya vestido, sentado frente a la cama. Sobre la misma, un disfraz de criada. Cofia, delantal y minifalda negra. Le miré sorpendida.
- Póntelo. Sin nada debajo. Te espero en el patio.
Las medias blancas me llegaban hasta casi la mitad del muslo. Mis largas piernas se veían estupendas en el espejo, con mi cuerpo cubierto sólo por ellas. Primero me puse sólo la cofia. Una auténtica puta dispuesta para agradar. Me hice una foto con el móvil y se la mandé.
El uniforme me quedaba corto, muy corto. Por detrás prácticamente se me veía el culo. Me tapaba los hombros, pero me bajé las mangas un poco por los brazos, resaltando el escote.
Sí.
Estaba muy cachonda.
Disfruté de mi propia visión en el espejo. El prototipo de una película porno barata y zafia: una niña mona, con un buen par de tetas y un disfraz que grita “fóllame”.
Bajé al jardín. Miguel esperaba sentado junto a una mesa, a un par de metros de la alberca. Al acercarme se quitó las gafas de sol para contemplarme.
- Date la vuelta.
Giré para que me pudiese ver.
- Estás preciosa.
Me incliné hacia él sin doblar las rodillas, dejando mi culo en pompa, despacio. Él mantuvo la vista fija en mi escote al hacerlo. Mis labios se acercaron a los suyos.
- No.
Me negó el beso.
- Esto no funciona así. Es tu despedida, y harás lo que nosotros te digamos.
En ese momento sonó el timbre de la entrada.
Ábreles.
¿Así? - le miré sorprendida, señalando mi uniforme.
No tuvo que decírmelo dos veces.
Cuando le di la espalda me propinó un sonoro azote. Ni me giré.
Abrí la puerta. Una pareja. Él, pequeño y rubio. Ella, aún más pequeña, peliroja, tetona. Entraron de la mano. No se sorprendieron al verme. Pasaron, ignorándome, como quien ignora a la de servicio. Justo antes de salir al patio con Miguel ella me miró y me soltó un guiño.
- Sentáos, sentáos. Ella es María, mi nueva sirvienta. Ellos, una pareja de amigos, Ángel y Sonia.
Me dieron un beso en una mejilla. Sólo uno.
- Tráenos algo de vino, María.
Obediente, fui a la cocina. Cogí una bandeja para poder llevar la botella y tres copas. Cogí también, recordando mis tiempos de camarera, unas aceitunas. Justo cuando iba a levantar la cargada bandeja vi que Sonia me miraba desde la puerta.
- Tienes buen culo.
Se acercó a mi. Tenía los ojos negros como la noche. Levantó el dedo índice.
- Chupa.
Me lo metí en la boca sin apartar su mirada. Comencé a chupárselo como si fuese una polla.
- Lo haces bien.
Me iba notando más y más húmeda cuanto más la chupaba.
- Coge la bandeja.
Me dejó allí, mientras cargaba con el vermut, volviéndose con los chicos.
Llevé la bebida con toda la elegancia que me permitía mi disfraz de actriz porno y mi calentura. Les serví el vino.
- Gracias, puta - dijo ella. Yo agaché la cabeza y esperé instrucciones mirando al suelo. Ellos se pusieron a hablar de mierdas. Ella me escrutaba con la mirada. Notaba sus ojos recorriendo cada centímetro, calculando su siguiente movimiento mientras bebía de su copa.
Sonrió.
Metió el dedo índice en la copa, y después me lo mostró.
Me acerqué.
Los chicos dejaron de hablar, y concentraron su atención en mi boca, introduciéndose el dedo de ella.
¿Te gusta el vino?
Mmm… - acerté a decir, sin sacarlo. Ella repitió la operación varias veces, dándome de beber mediante su dedo.
Su novio, sentado a nuestro lado, se quitó los pantalones. Miguel nos miraba sonriente.
- Te vas a tragar todo el vino, puta. - dijo ella cuando, aún con su dedo en mi boca, virtió buena parte de la copa en la polla de su novio.
Me arrodillé frente a él, y lamí la polla y los huevos, limpiándole el vino. Ella echó más, y yo seguí, empapando mi cara con ello. Lamí hasta dejarle lo limpio que pude, y le miré a los ojos en el momento en que su punta comenzaba a desaparecer entre mis labios.
Su novia me agarró el culo, indicándome que me pusiera a cuatro patas. Lo hice sin dejar de comer a su novio, empeñada en que esa polla se pusiese más y más dura frente a ella.
Echó parte de la botella por mi espalda, y el vino resbaló, frío, hasta gotear desde mi coño. Me estremecí.
Gemí, ahogada por su verga, cuando Ella enterró su cara en mi culo y comenzó a lamerme.
- ¿Te gusta, puta?
Gemí.
- ¿Te gusta, puta?
Volví a gemir, metiéndome todo lo que podía de aquella carne. Ella gritó.
¿TE GUSTA?
Sí, joder, sí… Me gusta…
Me dio un azote, muy fuerte, y paró de comerme. Me agarró la cabeza y me obligó a comer más y más. Me ahogaba.
Las manos de Miguel apartaron mis nalgas y separaron un poco mis piernas mientras se arrodillaba detrás de mi.
Ella me retorcía los pezones con una mano mientras con la otra me axfixiaba con la polla de su chico.
- Fóllatela - dijo.
Noté el ariete de Miguel abriéndome desde detrás, y llenándome por completo. Habría gritado si hubiese podido. Ha
- Así, puta, así…
Moría de placer con cada embestida. Ella se separó pero seguí alojando la polla que me comía en mi garganta, explorando mis límites mientras era follada como nunca. Las fuertes manos de Miguel movían mi cuerpo a su antojo, como si me usase para masturbarse. Mi disfraz estaba hecho ya un guiñapo.
Ella metió un dedo en mi culo, y se arrodilló junto a mi, para hablarme al oído.
- Te van a follar por todos tus agujeros, puta.
No aguantaría mucho más.
- Te vamos a torturar hasta que llores.
Un poco más, por favor… Los huevos de Miguel golpeaban contra mi clítoris. Ella metió el dedo en mi culo hasta los nudillos
Me voy a correr en tu boca tantas veces que tu novio saboreará mi coño.
Un poco más… - grité, sacándome la polla de la boca.
Miguel salió de mi.
- ¡No! - grité, fuera de mi.
Los tres se separaron, dejándome a punto de correrme, a cuatro patas, en el suelo, sola.
- No… - imploré. Mi mano fue a mi coño instintivamente, pero ella lo impidió. Se puso delante de mi, agarrándome los brazos y, levantándose la falda, me puso el coño en la boca.
Se lo comí como si me fuese la vida en ello. Mi sexo palpitaba con vida propia.
- No hay nada como una puta loca por correrse comiéndote - dijo ella.
Miguel, por fin, comenzó a terminar el trabajo a medias. Su polla entró de golpe sin esfuerzo.
- ¡SÍ! - grité. Bastaron dos empijones para que comenzase a correrme, y mi orgasmo se prolongó durante toda su follada. No sé cuánto tiempo estuvo, sólo sé que ella también se corrió en mi boca, y que sus flujos se derramaban por mis comisuras.
Y que me gustó.
Y que, cuando ya no pude más y caí al suelo, ellos se corrieron sobre mi cuerpo. Cerré los ojos, pero noté su semen caliente sobre mi cara. Ella, gentilmente, me acariciaba el pecho.
- Despierta, que acabamos de empezar.
Creo que me quedé traspuesta. Abrí los ojos cuando unos brazos me levantaron. Un negro enorme me levantaba en volandas. ¿El que me folló por la mañana?
Volé por los aires, lanzada por él. Por un momento sentí pánico. Sorprendida y confundida, me preparé para un golpe, pero caí en la piscina. El agua me quitó el semen de la cara, y me sentí sucia y limpia al mismo tiempo. Me dejé hundir, relajada, unos segundos.
Noté un cuerpo cayendo junto a mi. El negro me sacaba a la superficie.
Abrazados, le besé.