Desperté siendo mi suegro
Despertar y no ser tú. tomar lo que no es tuyo.
Desperté. Las luces del alba se filtraban a través de las rendijas de la persiana, pero a mi lado izquierdo, y no a mi lado derecho, como estaba acostumbrado a recibirlas. Lo que también me extrañó fue que al pasarme la palma de la mano por mi cabeza noté que estaba calvo, y algo alarmado me acabó de extrañar lo fuerte que roncaba mi mujer. Busqué la luz de la mesita de noche y aunque logré encenderla no me era familiar la situación en la que estaba ubicado el interruptor. El dormitorio se iluminó, sin embargo no veía con claridad la estancia, aunque ya empezaba a resultarme obvio que no estaba en mi dormitorio. Sobre la mesita de noche había unas gafas que cogí y me puse, sin saber muy bien el porqué de ese gesto, pero me las puse; así vi claramente, ya sentado al borde de la cama. No me encontraba ni más ni menos que en el dormitorio de mis suegros, los padres de mi esposa.
Eso me alarmó, mas no hice ningún intento de huir ni nada por el estilo, solo me levanté y me miré frente al espejo. No me desmaye, pero muy poco faltó, porque lo que se reflejó fue el rostro de mi suegro. ¡Joder! Desperté siendo mi suegro. No permití que me dominara el pánico y me tranquilicé. Al fin y al cabo ¿qué cosa mala podía pasarme en aquellas circunstancias? Lo que pasaba es que a partir de ese momento no sabía muy bien como proceder. Algo asustado lo único que me atemorizó fue que mi suegra se despertase y percibiese la suplantación. Algo de ruido hube de hacer porque desperté a Fernanda.
-Pedro, corre las cortinas y sube la persiana. Es hora de levantarse –me dijo.
Obedecí la orden bastante confuso, pero intenté serenarme y no hacerme demasiadas preguntas respecto a lo que estaba sucediendo, tales como si todo era un sueño, si esa situación se perpetuaría eternamente, o que pasaba en el lugar donde en aquel momento me correspondía estar a mí. Eran las nueve de la mañana. Por lo pronto me quedé pensativo procurando saber con que ropa había de vestirme. Tienes lo tuyo sobre esa silla – indicó Fernanda. Respiré aliviado comprendiendo que se refería a mi ropa. Hasta los calcetines y zapatos estaban preparados. Se veía que era una esposa de las de antes, fidelísima y servicial: lo que deseaba cualquier machista capullo. Un tanto contrariado mirando aquella vestimenta que para nada venía conmigo no reparé en lo que Fernanda hacía justo a mi espalda… Se quitaba el camisón para vestirse y durante unos instantes quedó tal como Dios la trajo al mundo. ¿Qué había de hacer yo, si se suponía era su esposo y sentí un deseo como hacía tiempo no sentía? Por lo pronto también me desnudé y una potente erección se hizo evidente.
- Pedro ¿has tomado viagra? –preguntó ella.
- En absoluto… Ha sido al verte así.
- Pero me ves muchas veces –replicó.
- Hoy ha de ser un día especial –dije y añadí- así que no lo desperdiciemos.