Despertares
¿Acaso hay algo mejor en la vida que ver despertar a tu lado a la mujer que amas?
DESPERTARES
Te miro mientras despiertas, entornas los ojos para mirar a tu alrededor.
Sonríes al encontrarme a tu lado y estiras un brazo fuera de las sábanas para posarlo sobre mi cara. Recorres con la yema de tus dedos los accidentes geográficos de mi rostro, deteniéndote sobre los labios. Tus dedos están calientes: aún retienen parte del calor acumulado bajo las sábanas en la noche. Extraes tímidamente la lengua y te humedeces ligeramente los labios. Sin embargo, en la penumbra del dormitorio, tu lengua se me asemeja a la de un ofidio, captando el calor reinante, recogiendo las miles de señales olorosas que impregnan el ambiente. Tus ojos se achatan y ronroneas débilmente, emitiendo un sonido grave que, a mi parecer, se torna en ronca llamada, en sutil saludo, en afrodisíaca melodía.
Correspondo a tu sonrisa con otra, de un cariz igual de ambiguo, igual de comprometedor. El brazo que aún retienes dentro de las sábanas repta y se desplaza entre las telas calientes. Navega entre pliegues almidonados. Tu lengua asoma con mayor frecuencia, captando la urgencia de mi deseo; conoces mis deseos. Tus dedos alcanzan la turgencia de mi miembro envarado y otra sonrisa, aún más insinuante, aún más comprometedora, se dibuja en tus labios cuando cierras tus dedos alrededor de él.
No hace falta que emitamos palabra alguna: conversan nuestras miradas brillantes, susurran nuestras sonrisas, habla tu mano que se escabulle bajo la cintura del pijama. Los dedos dejan atrás el vello púbico y empuñan mi verga erecta para luego dejarla atrás y masajear los testículos laxos.
Un gruñido sale de mi garganta al recorrerme un escalofrío de placer. Tu risa comprometedora se escucha cerca. Tus dedos culebrean y se enredan entre el vello, sortean el miembro endurecido y se dedican a trazar arabescos en torno a mi vientre oculto bajo el pantalón del pijama.
El corazón me late deprisa, el aliento sale de mi garganta enrarecido. Te miro con deseo y tú sonríes, sabiendo que me tienes prisionero, que mis pensamientos solo tienen un dueño y una finalidad. Me inclino y saboreo el interior de tu boca. Mi lengua se encuentra con la tuya, tu aliento se funde con el mío, tu saliva espesa me sabe a néctar dulce, a aguardiente afrodisíaco. Nuestras humedades aderezan el festín de tu boca, un festín que apetece degustar, que apetece comer, que apetece devorar. Y nuestras salivas son licores que embriagan y enaltecen, que nos sumergen en un estado de divina embriaguez.
Me enciendo, me revuelvo, todo mi cuerpo te necesita. Necesito tocarte, necesito participar de la comunión de mi piel con tu piel, necesito sentir el palpitar de tu corazón, el ardiente volcán que surge de entre tus piernas. Pero tú, consumada conocedora de mí, apartas mi mano de tu cuerpo, privándome de lo que más ansío en este momento. Te sabes irresistible, y te tornas inalcanzable. Sólo tu mano bajo mi pantalón tiene el privilegio de someter, de tornar mi deseo angustioso en placer enfebrecido. Lentos movimientos sobre mi verga me despojan del poco control que todavía retenía sobre mi cuerpo. Extraigo un gemido que te provoca una sonrisa más grande, más pícara, más apetecible.
Limitas la presión, juegas con el ritmo, me atormentas con tu mirada fija, reflejando tu ceño fruncido la intensidad de las sacudidas. Tu sonrisa no oculta el placer de verme sufrir, de verme boquear extasiado entre la penumbra del dormitorio, emitiendo quejidos cada vez más frecuentes, más intensos a medida que tu diestro sacudir extrae mil penurias de mi agotado corazón.
Suplico, rezo para que este tormento se prolongue, rebusco en mi cuerpo cualquier migaja de control que me permita postergar esta deliciosa agonía. Pero tú redoblas tus energías, imprimes una rapidez que centuplica mis esfuerzos.
No puedo postergar mi orgasmo. Me conoces tan bien que conoces y reconoces todos y cada uno de mis signos: convulsiones abdominales, muslos tensados, cuello agarrotado. Sonríes ampliamente cuando el semen sale disparado, pringando mis pantalones, tus dedos, mi vello. Varias descargas de espeso néctar caliente inundan y manchan mi entrepierna mientras yo me debato entre descargas eléctricas que comban mi espalda y endurecen mi vientre. Disfrutas de mi efímera agonía, de mi desconsuelo por no haberme podido resistir, una vez más, a tu destreza. Es frustrante que conozcas mi cuerpo mejor que yo, que lo hagas doblegar a tu antojo y que anules por completo mi autocontrol.
Ríes triunfante una vez más, te reconfortas en una victoria que sabías de antemano que sería tuya sin duda alguna. Te sabes dueña absoluta de mis pensamientos, dominas mi deseo mejor que yo mismo. Ignoro qué oculto saber te ha sido concedido para disponer de mi cuerpo y mi mente a tus caprichos, pero doy gracias por ello, doy gracias con cada mirada y cada sonrisa que me dedicas.
Es por eso que sabes que me tendrás siempre a tu lado, que jamás te dejaré escapar de mis abrazos y mis besos. Me sabes tuyo y, aunque ya lo sabes y te lo acabo de demostrar una vez más, no puedo por más que expresarlo con palabras mientras beso toda tu cara y tu cuello:
—Te quiero.
—Ginés Linares—
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