Despertares

La de veces que te puedes despertar a lo largo de la misma jornada

Cuando abrí los ojos esta mañana no estaba sola como de costumbre, no. Me desperté al lado de una hermosa morena con la que me gusta despertar.

El proceso comienza antes de abrir los ojos. Se trata simplemente de sentir ese tacto de piel (o pijama), esa sensación de sentirse arropada por aquello que no son las mantas. Se trata también de inspirar todo ese olor, ese perfume del cuerpo que tienes pegado a ti. Entonces despegas los ojos e intentas adaptar todos los nervios oculares a la fastidiosa claridad de la mañana soleada de febrero, y una difuminada imagen comienza a tornarse nítida ante ti. Y ves tu cara reflejada en unos ojos que sonríen y sientes unos labios que te besan en la frente y escuchas un murmullo que te dice "buenos días". Te sientes bien, tranquila, cómoda. Y no quieres despertar. Quieres pasar así el resto del día, aunque tampoco quieres que el día pase.

Tratas de tornar eterno un instante fugaz que, sin saber por que, va a estar en tu memoria por mucho tempo.

Después llega el tiempo de los juegos entre las sabanas. Un leve empujón por un lado, unas caricias por otro, y quilos y más quilos de mimos y besos. Un infinito abrazo compartido, ese gesto cómplice que te indica que este día empieza bien y creas en tu cabeza la convicción de que no se va a estropear.

A lo mejor no recuerdas si nos acostamos con ropa o sin ella, pero si recuerdas las risas, las caras, los gestos que te presto al levantarse de la cama para gozar del desayuno. También recuerdas la persecución por la cocina a la hora de servir el café. Su cabeza apoyada en tu hombro con un gesto mimoso mientras giras la cabeza para darle el beso número 100 desde que abriste los ojos esta mañana.

Comienzas ya a ser experta manejando cualquier utensilio empleado para llevar la comida a la boca solo con una mano. La otra está ocupada cruzando y descruzando los dedos propios y ajenos. Es como tener dos manos igualmente, pero una no es tuya. También te da de comer (aunque peleando) y te limpia lo que queda en la comisura de los labios. Sin embargo, esa nueva mano izquierda, hace que la comida siente mejor.

Vuelves a despertar otra vez y ahora la ves sentada a tu lado, comiendo pipas lentamente, absorta en esa película de bolleras que acabas de poner en el DVD. Está preciosa cuando se concentra tanto y, de súpeto, una mirada por el rabo del ojo y una lengua echada de lado, te indica que aun está enfadada por el racionamiento de ese pequeño vicio que tiene con ese determinado fruto seco.

No puedes contener la risa que te sale de dentro porque sabes que ese enfado no es tal, pero resulta muy gracioso verla con esos gestos infantiles. Sientes esos impulsos tú también, y te gusta saber que los puedes hacer sin miedo, puedes ser tú, así, tal cual.

Y también resulta complicado contener las ganas de comerla entera porque no es una niña, no. Es esa mujer que te hace poner del revés cuando la tienes cerca de ti.

Sabes que no eres fuerte; ella es un imán y tu una lapa. Sabes que, con su espalda en tu cara vais a acabar cayendo, y no es bueno hacer lo contrario de lo que uno desea. Y te dejas llevar.

Ella no lo sabe, pero cierras los ojos y dejas que tus manos y tu boca hagan un reconocimiento de todo eso que quieren palpar. Ella no lo sabe, pero tú te excitas con solo evocar su imagen en tu cabeza. Ella no lo sabe, pero en ese momento tienes miedo de aquella cosa que se extiende en tu interior. Ella no sabe el poder que ejerce sobre ti, aunque se sienta vulnerable. La deseas. Deseas que goce de tus caricias tanto como gozas tú haciéndoselas.

Quieres estar dentro de ella, dentro de su cuerpo. Quieres saber lo que siente, lo que le corre por su cuerpo cuando tú haces lo que haces. Entonces abres los ojos y ves ese indescriptible gesto en su cara. Esos contoneos imposibles. Ves como va moviendo la cara de un lado a otro. Los ojos apretados, la frente arrugada, la boca abierta, las mejillas coloradas, una mano en tu espalda y la otra cerca de su cabeza para tener algo que morder.

Quieres saber a que sabe y, como una exhalación, acudes a beber de ese licor que te sube a la cabeza sin que te llegue a emborrachar pero que dura más en el gusto que la peor de las resacas de licor café.

Y, una melómana como yo, no puede llegar ni a aproximarse a recitar la melodía que de esa mujer sale cuando mi senestra trata de componer una partitura imposible.

Y cuando vuelves a su boca y su lengua te regala una dulce bienvenida, no quieres parar de acariciar ese punto de placer hasta que un grito apagado en tu cuello y una tensión de músculos generados en su cuerpo, te indica que te puedes echar a temblar porque su placer sacó el tuyo también

Con mucho esfuerzo y aturdimiento se logra lo imposible de una momentánea separación para cocinar un improvisado almuerzo de divertida preparación, gracias a las dos inquietas diablillas que ocupan la cocina.

Y, accidente incluido, conseguimos el reto de asentar la comida en la mesa y degustar tal cosa con vino, risas, miradas, manos, pies y besos.

Visita inesperada en el medio de la comida, café anticipado, dulces, naranjas y hielo. Vestimentas impropias de tal hora y de tal invasión. Veinte minutos y, de nuevo, risas incontroladas por el mal disimulo y por la poca discreción de nuestro invitado obligatorio.

Despiertas una vez más, y no te cansas de hacerlo una y otra vez. Estás en una situación por la que ya has pasado hace unas horas, detrás de ella, contando las mil y una pecas que adornan el camino que va desde el cuello hasta el lugar donde la espalda deja de ser tal. Y vuelves, una vez mas, a tocar, besar y acariciar toda aquella extensión de piel que han puesto ante tus ojos haciendo que tu amante caiga de nuevo en las redes que vas haciendo con tu saliva.

Con la misma prisa con la que se gira buscando tu boca, os arrancáis las pocas prendas que quedan, ya descolocadas, sobre vuestros cuerpos

La imagen, el sentir que me quedó impreso a fuego en mi aturullada cabeza fue el de esa mujer sentada sobre mí, contoneándose de mil formas imposibles para que su mano complaciese mi sensibilizado cuerpo. Todo su torso hacia mi, su cara con una mueca de indescriptible pasión. La sensualidad me estaba tocando con sus largos dedos.

Que difícil es mantener los ojos abiertos ante tal invasión de placer que te recorre por el cuerpo. Incluso podría afirmar que hay un sentido más que, en esos momentos, aparece para que dejes de ser tú y te transformen en un nosotros

Sus movimientos sobre mi, sus suspiros huidos, las caricias, los gestos, los besos, los instrumentos que compusieron una inolvidable canción de final improvisado por mi seca garganta que apuró un grito final que quedo grabado en el pecho de la directora de orquesta.

No se si es por el esfuerzo que sufre el cuerpo ante tal descarga de tensión o porque se cruzan las órbitas, pero es tarea harto compleja abrir los ojos después de llegar a ese clímax. Pero mientras estás así, con los ojos cerrados y tratando de normalizar tu respiración, tienes un montón de pensamientos que se amontonan en tu cabeza y, uno de ellos, una frase corta, una sola palabra, baja a tu boca como loca para que la sueltes en voz alta, eso que a veces le dices mientras duerme. Pero te la tragas y te quedas callada mostrando una sonrisa mientras ella te llena de besos.

Despiertas una vez más. Ya se acabó la tarde y ella está metida en la ducha y juegas a espiarla, y no te cansas de ver ese cuerpo desnudo con el agua corriendo sobre el. Te hace gracia ver su cara de vergüenza por sentir esa pequeña invasión de su intimidad que estás haciendo. Pero no puedes dejar de hacerlo, sabes que van a pasar unos cuantos días hasta que la vuelvas a ver, y quieres retener una vez más su imagen.

Por mucho que se demora el momento, la despedida acaba por llegar y, como siempre, la payasadas hacen que el "hasta luego" sea un poco mas llevadero, aunque sigue siendo igual de triste

Y una vez más te asomas a la ventana desde la que la ves subir al coche. Ves su mano repitiendo una vez más el gesto de despedida. Y te vuelves a quedar unos minutos sin moverte de allí, cavilando en las cosas que te asaltan siempre en ese momento.

La última vez que despiertas es la una de la mañana, ya hace horas que ella se marchó y tú te ves sentada en el suelo, arropada por alguna melodía tranquila y por una vela que amenaza con consumirse en cualquier momento. Cierras los ojos reviviendo aquellos momentos de horas atrás para plasmarlos de algún modo, acertado o no, en un pedazo de papel en blanco. Aun está su olor en las mantas, en la habitación y en tus manos. Y aun te hierve su beso en tus labios.

Dejas de pensar en todas aquellas cosas que tenías en la cabeza y te diriges al dormitorio. Te metes en la cama y decides cerrar los ojos para poner punto y final a un bonito día digno de recordar.

Mañana ya tendremos mas despertares