Despertando a un nuevo mundo

m/F, incesto.

Yo aún no era muy consciente de algunos fenómenos que estaban teniendo lugar en mi cuerpo. Tenía por aquel entonces doce años recién cumplidos y no hacía mucho que había despertado a la sexualidad. En realidad, ese despertar se reducía a la actividad más recurrente en los adolescentes (y no sólo en los adolescentes), que se realiza con una mano generalmente. En mí era bastante recurrente esta actividad, que desarrollaba en la más estricta intimidad.

Vivía entonces con mi madre solo, ya que mis padres se habían divorciado cuando yo era más pequeño y mi padre había pasado de mí completamente, viniendo a verme sólo en contadas ocasiones. Con mi madre la vida era bastante agradable, sobre todo después de una curiosa herencia (y lo de curiosa es porque nadie esperaba que fuéramos a heredarla nosotros) de una tía de mi madre, que nos dejó casi trescientos millones de euros y nos resolvió la vida en un momento.

Mi madre se dedicó desde entonces a disfrutar de la vida a su manera, leyendo y cuidando de sus plantas. Vivíamos en un piso en la última planta de un moderno edificio de Madrid. En realidad, el piso era un dúplex, con una planta abajo y un ático arriba con una amplia azotea. En ella era donde mi madre tenía su gran colección de plantas y desde allí disfrutábamos de unas buenas vistas de la ciudad.

A mí me encantaba nuestra nueva vida de millonarios, pero no dejé de estudiar, porque la adquisición de conocimientos, me decía mi madre, es siempre necesaria y es la sal de la vida. Ella siempre procuraba aleccionarme lo más sabiamente posible y yo se lo agradezco ahora mucho, porque gracias a ella y a su aliento conseguí sacar una carrera y labrarme un provechoso porvenir.

Mi madre y yo convivíamos, como he dicho, muy bien. Los dos teníamos intereses más o menos parecidos, aunque yo me inclinaba claramente hacia mi ordenador y la música. Solíamos pasar largos ratos charlando sobre cualquier cosa, ya fuera para que yo aprendiera algo o simplemente por pasar el rato. Los dos éramos bastante solitarios y teníamos pocos amigos. Yo salía sólo de vez en cuando con algunos compañeros del colegio, pero lo pasaba mejor en casa con mi madre por raro que parezca.

El súbito despertar de mis hormonas trajo consigo algo en lo que yo no había pensado y que me alarmó bastante al principio. Sucedía que cada vez que veía a mi madre pasearse por delante de mí en camisón o con otra prenda cualquiera que dejara poco a la imaginación no podía evitar tener una erección. No es que mi madre fuera desnuda por la casa, pero sus curvas (como se podrá apreciar en la siguiente descripción) eran difíciles de disimular casi con cualquier prenda.

Mi madre era de estatura media (un metro sesenta y algo), pelo castaño oscuro y piel blanca. A los 36 años tenía la complexión de una típica ama de casa, rellena y con un amplio culo. Tenía anchas caderas, grandes pechos y piernas no muy largas y robustas. Sus medidas, según una vez le oí decir a alguien, eran 98-72-104, lo cual demostraba que estaba algo rellena.

Como aquellas erecciones no hacían más que ir en aumento, al final me hicieron dar un paso del que me avergonzaba, pero que no podía evitar: espiar a mi madre. Esto era tarea sumamente fácil, ya que nuestro cuarto de baño principal tenía una ventana que daba a un pasillo desde el que se podía mirar dentro con poco riesgo de ser descubierto. El cuarto de baño era muy grande y la ventana estaba a unos cinco metros de la zona donde uno se desvestía y de la bañera. Además, para mayor seguridad, había varias plantas delante de la ventana en la zona interior que reducían la vista considerablemente.

La primera vez que decidí espiarla esperé a que se encerrara en el baño y ya no saliera a coger toallas o ropa limpia. Me fui sigilosamente al pasillo y abrí un poco la ventana, sólo una raja. Miré dentro y vi a mi madre manipulando los grifos de la bañera, supongo que para graduar la temperatura del agua. Aún lo llevaba todo puesto (unos pantalones vaqueros, una camiseta y un chaleco), pero eso cambiaría pronto.

Una vez graduada el agua, mi madre se quitó el chaleco y luego se desabrochó los pantalones. Hecho esto, se sacó la camiseta de manga corta que llevaba puesta y pude ver que llevaba puesto un sujetador blanco y pequeño debajo, que con dificultad contenía sus grandes tetas. Después se desenganchó el sujetador y sus grandes melones quedaron libres. Pude entonces apreciar (aunque no sin cierta dificultad, debido a la distancia) que sus pezones eran gordos y sus areolas amplias y rojas, con un diámetro que yo calculé en 8 ó 10 centímetros.

Cuando se hubo resarcido de toda la parte superior, empezó a bajarse los pantalones y yo descubrí que llevaba puestas unas pequeñas braguitas blancas tipo biquini que no lograban cubrir su vello púbico totalmente. Una vez el pantalón estuvo quitado, mi madre se bajó las bragas y me dejó ver sin ningún tipo de obstáculos su negra y poblada vulva de forma triangular.

Como es lógico pensar, la erección bajo mis pantalones era tal que me dolía y mi necesidad de liberarla era tan acuciante que no tuve más remedio que bajarme los pantalones y comenzar a acariciarme el pene mientras veía a mi madre meterse en la bañera. El único problema con el que me encontré fue que mi madre tenía la mala costumbre de sentarse en nuestra gran bañera, así que no pude verla hasta que terminó y fue a secarse. Entonces fue cuando seguí masturbándome hasta que un potente chorro de esperma se estrelló contra la pared del pasillo que quedaba bajo la ventana. Como vi que mi madre se empezaba a vestir y estaba a punto de salir, me fui de allí corriendo y me metí en mi cuarto aún con los pantalones bajados.

Aquella práctica espiatoria se fue convirtiendo poco a poco en una práctica y al cabo de tres meses era ya una cita ineludible. Mi único error fue que no me preocupaba del esperma que caía sobre la pared y me iba de allí sin limpiarlo, algunas veces incluso cerrando la raja de la ventana con dedos pringosos, lo cual sería "fatídico" para mí.

Una tarde invernal, cuando ya hacía bastante frío en la azotea, mi madre y yo nos fuimos al salón del piso de abajo a ver la tele, que he de decir que era un placer, ya que la pantalla gigante y el sonido dolby surround que teníamos habría hecho las delicias de cualquier aficionado al cine. Mi madre se sentó en su sillón habitual pero, en lugar de encender la tele, se quedó mirándome con una expresión seria, pero no a causa de un enfado.

-Un día de estos a ver si me dejas que te vea sin ropa, nene -me dijo rompiendo el silencio.

Yo me quedé de piedra; me habría esperado antes un maremoto en Madrid que aquella pregunta.

-¿Có. . . cómo? -fue lo único que acerté a decir.

-Que como tú me ves desnuda cada vez que me ducho sería justo que tú también me dejaras que te viera sin nada encima, ¿no?

-Que yo. . . ¿qué?

-Cielo, no seas tonto, que sé que me espias cuando me voy a duchar. . . He visto cómo has manchado la pared de debajo de la ventana del pasillo y que también has pringado un poco el aluminio de la ventana. El olor era inconfundible. . .

Yo no salía de mi asombro; jamás había supuesto que mi madre fuera tan observadora y no sabía qué decir.

-Mamá, yo. . . no. . .

-Tranquilo, cielo, yo no estoy enfadada -dijo con una expresión más sonriente-, me parece bastante natural que tengas a tu edad ciertas curiosidades y necesidades, pero me parece un poco injusto que tú me veas a mí desnuda y yo no pueda verte a ti desnudo.

-Pero. . . ¿tú tienes ganas de verme a mí desnudo?

-Claro, ¿es que crees que yo no tengo curiosidad también? Tengo muchas ganas de verte la colita, sobre todo si está dura. . . Hace mucho tiempo que no veo una. . .

-¿De verdad?

-Sí, en realidad sólo he visto la del imbécil de tu padre y la tuya cuando tú eras más pequeño, y tengo ganas de vérsela a mi niño otra vez. . .

-Bu. . . bueno, vale -dije yo, nervioso ante tan extraña petición.

Llevaba puestos unos vaqueros y me los bajé delante de ella quedándome sólo con mis pequeños calzoncillos, abultados por la erección que había tenido al hablar con ella de esas cosas. Después me quité el chaleco y la camisa que llevaba puestos y finalmente me bajé los calzoncillos, enseñándole a mi madre mi erección de 14 cm de largo y 3 cm de ancho, unas medidad bastante buenas para un chico de mi edad. Mi madre se quedó mirándome seria y luego dijo:

-La tienes de un tamaño muy bueno para tu edad, nene.

-¿De. . . de verdad?

-Sí, porque tu padre la tenía así siendo ya un adulto. . .

Yo me limité a asentir y dejar que las cosas siguieras como mi madre deseara.

-¿Quieres que me quite la ropa yo ahora? -me preguntó para mi asombro.

-Sí -respondí firmemente después de pensarme la respuesta durante unos segundos.

-Pues venga.

Mi madre se puso de pie y dejó caer su camisón al suelo, haciéndome descubrir que no llevaba nada puesto debajo. Sus grandes tetas y su poblada vulva hicieron que la excitación hiciera hervir mi sangre.

-¿Te gusta mi cuerpo, cariño? ¿Te gusta el chochito y las tetas de mamá?

-Mucho. . . -dije yo.

-A mí también me gusta mucho tu colita, nene. ¿Te gustaría que mamá te la tocara?

-S. . . sí, vale.

Mi madre me indicó que me acercara a ella y con una mano comenzó a acariciarme el pene despacio. Mi glande estaba ya rojo y relucía con los fluidos que rezumaban de dentro debido a la excitación. Yo miraba el cuerpo de mi madre mientras permanecía allí inmóvil. Ella se percató de esto y me dijo:

-¿Por qué no te sientas aquí a mi lado y me tocas mientras yo te toco?

No dije nada, me limité a hacer lo que me sugirió y me senté a su derecha mientras pasaba una mano suavemente por mi erecto miembro. Yo llevé una mano a uno de sus pechos y comencé a estrujarlo y acariciarlo. Después llegué a su vulva, donde pasé mi mano para sentir el suave cosquilleo de su vello.

-¿Te gusta tocar a mamá ahí? -me preguntó sonriendo.

-Sí.

-A mí también me gusta tocarte.

-Mamá. . .

-¿Qué, cielo?

-¿No me vas a dejar que te meta la colita ahí entre los pelitos?

-Mmm, ¿tienes ganas de darte gustirrinín en el chochito de mamá. . . ?

-Sí, muchas. . . ¿me vas a dejar, mamá, por favor. . . ?

-Claro que sí, cariño, a mamá le gusta que le metan la colita en el chocho. . . Ven, ponte aquí entre mis piernas. . .

Yo me levanté y mi madre separó las piernas flexionando las rodillas y apoyando sus pies en el filo del sofá mientras se echaba hacia atrás acomodándose sobre el respaldo del mismo. Me puse entre sus piernas con mi erecto pene a pocos centímetros de la ahora visible raja de mi madre. Estaba rodeada de pelos, pero el lugar donde sus dos labios se unían se podía ver perfectamente. Ambos estaban bien unidos, no dejando ver casi la piel sonrosada que habían tras ellos.

Yo me acerqué un poco más a ese mágico lugar de placer y mi glande entró en contacto con la más íntima carne de mi madre. Sólo mirar su raja llena de pelos hacía que me entrara hambre. Mi madre agarró mi pene y lo guió hasta la entrada de su húmedo y cálido agujero de placer. Fue entonces cuando cambió sus piernas de posición y las cerró alrededor de mi cintura. Con ellas me apretó desde detrás hasta que mi glande entró dentro de su cuerpo. Después yo mismo empujé hacia dentro y hundí todo mi miembro, haciendo que el acto que habíamos comenzado ya no tuviera vuelta atrás.

La sensación que estaba experimentando era totalmente nueva. La vagina de mi madre era como una mano que se cerrara sobre mi pene y apretara un poco, pero una mano húmeda y cálida. Yo comencé instintivamente a meter y sacar mi miembro del húmedo lugar (en realidad no lo sacaba totalmente, tan sólo hasta la corona del glande). El placer era inmenso, indescriptible. Miraba y veía cómo mi pene se hundía y desaparecía entre sus pelos hasta que mi vello púbico entraba en contacto con el suyo.

Mi madre jadeaba suavemente mientras era penetrada, y eso me excitó aún más. Apretaba con fuerza mi cuerpo con sus suaves piernas mientras sus grandes tetas se movían de un lado a otro con los pezones erectos. Yo se las acariciaba despacio mientras seguía uniendo mi carne a la suya, acercándome cada vez más al esperado final.

Mi madre se empezó a revolver sobre el sofá y sus jadeos se hicieron más intensos, siendo ahora acompañados por gemidos ahogados. Un enorme orgasmo recorrió su cuerpo de arriba abajo paralizando su cuerpo durante unos segundos y entonces mi pene se vio "succionado" hacia dentro por los espasmos de su vagina, lo cual hizo que mi propio clímax fuera ya algo inevitable e ineludible.

Sin que pudiera contenerlo, un abundante chorro de semen comenzó a inundar las incestuosas profundidades de la vagina de mi madre, llenando el cuello de su fértil útero. Uno tras otro, los chorros de semen se estrellaban contra el cérvix de mi madre. Nunca me había corrido de esa manera, segregando tal cantidad de esperma, y el hecho de que lo estuviera haciendo dentro de mi madre hacía que la eyaculación se prolongara más y más.

Cuando los espasmos de mi orgasmo remitieron y la última gota de esperma (sorprendentemente abundante para mi edad) fue depositada dentro de mi madre, los dos suspiramos aliviados. Yo mantuve mi miembro dentro de su vagina durante un rato más hasta que se puso flácido y no se mantenía dentro. Había sido mi primer coito, y no podía haberlo hecho con nadie mejor. Mi madre me había dado la vida y ahora me había dado el regalo de la sexualidad.

Desde aquel frío día, mi madre y yo no dejamos de practicar el sexo casi a diario. Yo dormía con ella y me comportaba en muchos aspectos como un marido. Casi nunca utilizábamos preservativos (ella se tomaba píldoras poscoitales) y copulábamos de muchas formas. Nos iniciamos en el sexo oral (a mi madre le encantaba que me corriera en su boca) y también en el anal, aunque éste lo practicábamos con menos frecuencia. Fueron muchos años de sexo, que no se detuvieron hasta que cumplí los 26 años y conocí a una chica. Me casé con ella dos años después, pero siempre he continuado haciéndolo de vez en cuando con mi madre, que ahora cuenta 57 años y agradece mucho el placer que le proporciono en su maternal vagina.