Despedida

Me despedía de mi exnovio y de su jefe como deseaba.

RELATO PREVIO Y SU CONTINUACIÓN

1

Entré en el lujoso restaurante marinero. El metre me preguntó si tenía mesa y yo le contesté que sí, que estaba citada con Julián. En seguida hizo un gesto de saber de quién se trataba y en un tono exquisitamente educado me pidió:

-Sígame, por favor.

Julián, se levantó al verme llegar. Me miró por encima de sus gafas cuadradas de pasta oscura. A sus cincuenta y cinco años, no se podía afirmar que estuviese precisamente bien conservado. Regordete, con una gran barriga contenida a duras penas por la blanca camisa, a la que parecía le fuesen a saltar los botones.

Casi totalmente calvo, un gran bigote centraba la cara redonda bajo su nariz chata y pequeña. Del rostro colgaba una ostensible papada, gorda y sudorosa.

Sus ojos recorrieron lentamente toda mi fisiología. Mi pelo moreno, bien cuidado, liso, no muy largo. Se detuvo cruzando su mirada con la mía, contemplando los ojos oscuros y grandes, recreándose en mi rostro insultantemente joven. Paseó su vista descaradamente por mi cuerpo, enfundado en el elegante vestidito corto de fiesta color rojo, y finalmente, se entretuvo largo tiempo admirando las medias de cristal color ceniza que realzaban increíblemente mis muslos, rodillas y pies, calzados éstos con unos tacones altos del mismo color que el vestido.

-Eres muy bella Dolores. Llevo largo tiempo pensando en ti. Desde que nos conocimos en la fiesta, no he podido apartarte de mi mente.

Yo no dije nada. El motivo de aquella velada era lo suficientemente desagradable como para que encima, aquel cerdo pretendiese que me mostrara amable con él.

Se acercó a mí y tomándome de la cintura me dió un beso en los labios.

Yo me mantuve impasible. Sentí la humedad de su boca sobre la mía y el bigote rozando mi labio superior y mi nariz.

Julián es el jefe de Andrés, mi novio. La fiesta a la que se refería fue una cena de empresa, que con motivo de los buenos resultados del trimestre, había tenido lugar hacia algunas semanas.

Yo había notado la mirada perversa y obscena del gordo sobre mí durante todo el tiempo que estuvimos juntos. La babosa observación de mis pechos y mi trasero. Incluso algún intento de rozar su cuerpo con el mío.

Hubo baile después de cenar y en un par de ocasiones se restregó contra mí fingiendo que eran toques accidentales.

Andrés y yo nos vamos a casar dentro de unos meses, posiblemente en verano. Aún no tenemos fijada la fecha, pero seguramente será en Septiembre. A mi me gusta el 09 del 09 del 2009. Soy un poco fanática de los números.

Hasta ahora, la carrera de mi novio en la empresa había sido meteórica. Es muy inteligente y trabajador, y todo aquel proyecto que le han encargado, se ha visto de forma sistemática acompañado por el éxito.

El problema vino por un dinero que Andrés tomó prestado de los fondos que administra. Lo hizo con la intención de devolverlo pronto, pero sucesivos imprevistos impidieron que lo hiciera, y Julián acabó descubriendo el asunto.

La cantidad, diez mil euros, no era tan importante como para que no hubiésemos podido, haciendo un esfuerzo y tocando algunos hilos, devolverla pronto. Pero mi chico pensó que nadie se enteraría y creyó poder reponerla más alante de forma discreta.

Julián había aprovechado el asunto para chantajearle. Y el objetivo del chantaje era yo.

-No hay porqué dramatizar-

Le había dicho.

-Nadie tiene porqué enterarse.

Sabes que has cometido una falta muy grave y que si esto sale a la luz tus días en la empresa están contados. Pero no te preocupes. Tengo algo que proponerte para tapar el asunto.

Andrés escuchó la propuesta de Julián sin atreverse a dar crédito a lo que oía, pero aguantando el tirón debido a lo serio del tema. Su despido estaba garantizado si Julián se iba de la boca. Eso sin contar la posible denuncia y las más que probables consecuencias legales a las que tendría que hacer frente.

-Dolores es tan hermosa. Eres un chico con mucha suerte.

Yo soy un hombre casado y ya algo mayor. Con mi mujer apenas hago nada, no se deja. Tú ya me entiendes. Además, ha perdido todo el atractivo que tenía.

Diez mil es una cifra importante, pero tú sabes que me sobra el dinero. Yo te repondré la cantidad, no te preocupes. No hace falta que me lo devuelvas enseguida, ya me irás dando algo según puedas.

Yo se que la juventud de hoy está muy liberada, y tu novia, Dolores, es un bombonazo.

Solo tendrías que convencerla, ya sabes a lo que me refiero. Que se muestre atenta y cariñosa conmigo en alguna ocasión.

No te ofendas, sólo compréndeme. A cambio de esa amabilidad de tu chica, todo este lío del dinero pasará a ser tan sólo un pequeño desliz sin importancia que quedará entre nosotros.

No hace falta que me contestes ahora. Piénsatelo.

Háblalo con ella y ya me dirás.

A mi novio le costó trabajo no liarse a golpes con su jefe allí mismo. Salió del despacho dando un portazo y después se sumió en una depresión. Se encontraba en un laberinto de difícil salida. Aguantó varios días sin decirme nada, aunque yo insistía en que le notaba raro y preocupado.

Por fin hace una semana se sinceró conmigo y me lo contó todo, lo del dinero y el chantaje de Julián.

Me enfadé como no lo había estado nunca. Un sentimiento mezcla de asco y rabia tomó posesión de lo más íntimo de mi alma, pero no lo exterioricé.

-Deja que lo piense mi amor. Vete a casa, ya te llamaré por teléfono.

Lo vi claro desde el principio. Maldita las ganas de tener relaciones con un viejo como aquél, gordo, asqueroso y además, en aquellas circunstancias, contra mi voluntad y la de mi chico.

Pero el empleo de mi Andrés era demasiado bueno y demasiado bien remunerado. Nos iba a permitir una vida holgada y cómoda. Y además no estaba dispuesta a verlo sentado en el banquillo de ningún juzgado.

Le llamé al día siguiente.

-Si tú lo admites, estoy dispuesta. Será un mal trago, pero saldremos de ésta y pronto estará olvidado. No te preocupes por mí, mi vida. Dile que sí, que accedo.

Cuando volvimos a vernos, Andrés no quiso contarme los términos de la conversación en la que cedía a los deseos de su jefe. Estaba totalmente cabizbajo, tenía un complejo de culpabilidad horroroso, se sentía humillado y no acababa de admitir la idea de saberme en brazos de aquel asqueroso chatajista..

-El lunes a las diez has de ir a cenar con él en el restaurante Los Remos, en la carretera de la Coruña. Te estará esperando.

Pero yo no estoy convencido. No quiero que lo hagas. Di que no, aún estamos a tiempo de tomar otro camino.

Me dijo aquello sin mirarme a la cara. Quiso irse, pero le retuve del brazo. Le besé como no lo había hecho en mi vida, con un beso largo y apasionado.

-Sabes que sólo te quiero a ti, mi amor. No pienses más en ello. Vete. Sólo te pido una cosa, no me preguntes nuca por lo que ha de suceder. Debes prometerme que harás como si nada hubiese pasado.

Él asintió resignado y se marchó tan triste, que por un momento pensé en matar a aquel gordinflón indecente en la cita que tenía preparada.

La cena transcurrió por mi parte casi en total silencio. Pidió los mejores mariscos, el mejor vino, los mejores postres. Con cualquier pretexto me tomaba la mano y la acariciaba.

Yo tenía prevista mi actuación. Me tendría, pero sólo mi cuerpo le pertenecería, no pensaba colaborar en nada a su depravado placer.

Así que cuando me acariciaba las manos o cuando tras quitarse el zapato, su pie enfundado en el calcetín negro me recorrió el interior de las piernas subiendo hasta los muslos, no hice gesto alguno, permanecí hierática, como una estatua griega.

-Tengo un pequeño regalo para ti, Dolores.

Espero que te guste, no lo rechaces, por favor. Quiero que sepas que todo esto lo he hecho a pesar mío. Jamás me hubiese atrevido a realizar algo tan bajo, pero estoy enamorado de ti desde que te vi.

No deseo que seas mía, ni que dejes a Andrés. Tan sólo he de saciar esta fiebre que me consume.

No te pido que me comprendas, sólo que no me rechaces. Por favor.

Sacó un pequeño estuche y me lo dió. Al abrirlo comprobé que era un anillo de oro blanco con un diamante precioso.

Lo guardé en el bolso, sin ponérmelo, sin darle las gracias.

Salimos del restaurante. Para hacer un poco menos duro el amargo trago que me esperaba, había tomado algo más de vino de lo normal. La cabeza se me iba un poquito y perdía por momentos la sensación de que todo aquello fuese verdad. Se me representaba todo como si se tratase de un sueño.

Montamos en el flamante Mercedes negro. El me cerró la puerta galantemente. Puso música y condujo explicándome que íbamos a un pisito que tenía en las afueras de Madrid, en la localidad de Las Rozas.

Su mano se posaba en mi muslo de vez en cuando. Resbalaba por la media dibujando caricias redondas que se internaban hacia la cara interna de la pierna y subían discretamente hacia arriba hasta rozar mi corto vestidito. Apenas a escasos centímetros de mis bragas. No seguía avanzando como yo temía, sino que paraba y volvía a bajar hacia las rodillas.

Me sorprendí a mí misma, a la tercera o cuarta caricia deseando que subiera más, que por fin tomara contacto con mi triangulo escondido tras la braguita rosa transparente que me había puesto.

Mentalmente lo rechacé, pero lo cierto es que lo había deseado, no podía negarlo.

Julián abrió la puerta del piso. Era enorme y lujosamente decorado. Sirvió unas copas. La mía casi la acabo de un trago. Luego puso música.

-Bailemos, Dolores.

Me quitó la copa de la mano dejándola en la mesa y me tomó nuevamente de la cintura. Yo colgué mis brazos de aquel cuello gordo, sin ningún tipo de interés, como una marioneta guiada por los hilos del destino.

Una chica de diecinueve años no está preparada para resistir ciertas cosas, y esa era una de ellas.

Me apretaba contra la inmensa tripa, suavemente pero con firmeza. Una de sus manos bajó a las redondas retaguardias de mi vestido y comenzó a saborear el trasero prieto y perfecto sobre la fina tela del modelito.

Fue en ese mismo momento cuando noté por primera vez la dureza de su excitación contra mi vientre.

La restregaba sibilinamente, para que yo la notase. Y ¡vaya que si la notaba! Estaba totalmente erecto.

-Dolores, ¿Cual es tu zona más sensible?

Aún no sé porqué contesté.

-El cuello.

Tras apartar el pelo, descubriendo mi orejita, su boca comenzó a recorrerme la zona.

No puedo resistir esa caricia. Me aflojo y me sumerjo en un mar de sensaciones que me excitan y vencen mi resistencia.

Yo no quería, pero mis pechos se erizaron, endureciendo las puntas que se marcaron en el vestido.

Él lo notó.

La prenda roja se cerraba con una cremallera a la espalda. Sin dejar de bailar, pegado totalmente a mi cuerpo, comenzó a bajarla hasta que llego al tope, justo donde comenzaba a verse la tira de mi tanguita.

Sus manos recorrieron la espalda desnuda. Acariciando mi columna, mis omoplatos. Paladeando cada centímetro de joven carne. Tomando posesión de aquel territorio furtivamente. Mientras mordía el cuello y su lengua jugueteaba con mi oreja y el pendiente.

-No llevas sujetador, ¿Verdad?

No le contesté con palabras, sólo con un movimiento de cabeza.

-Eres realmente preciosa.

Se separó de mí, y descolgando los hombros del vestidito, lo dejó caer al suelo. Me tomó de la mano y saqué las piernas fuera, quedando vestida tan sólo con mi braguita, las medias y los tacones.

Se quedó un buen rato mirándome así, casi desnuda.

Yo no le miraba. Permanecía con la vista gacha.

Sentí como se acercaba y como su boca comenzaba a lamer mis senos, duros y erizados a mi pesar.

Mi excitación crecía sin poder resistirlo.

Su mano se situó encima del tanga. Sabía donde acariciar, donde apretar, donde jugar con sus dedos. Pronto mojé mi tierna rajita ante la sabiduría del delicado masaje. Y su boca pasaba del uno al otro pecho, lamiendo, succionando, mordisqueando con cuidado y pasión.

-Quítate tu solita las bragas.

Lo hice sin rechistar, pero sin poner ningún detalle erótico. El tanga rosa y transparente quedó abandonado en la alfombra. Ya sólo me quedaban las medias ceniza de cristal y los tacones rojos. Debía parecer una mujer de la vida.

Mi pubis depilado a lo brasileño quedó desnudo a su mirada. Lo tocó y manoseó mucho tiempo. Gozando los ensortijados ricitos, acariciando los labios mojados, calientes y resbalosos.

Me giró y se arrodilló a mis espaldas. Él aún vestido totalmente. Yo ya totalmente desnuda.

Abrió mis piernas y sentí su aliento llegar entre los mofletes esféricos, su bigote rozó las cálidas carnes y su lengua penetró en el valle oscuro hasta encontrar los íntimos agujeros prohibidos.

Degustó toda mi intimidad, comiendo, chupando y lamiendo cada vello y cada pliegue de piel.

Se tumbó en el suelo y me pidió que me pusiese en cuclillas sobre su cara. Quedé abierta sobre la boca que me devoraba, sentí entrar su lengua hondo, muy hondo.

Entraba y salía, una y otra vez y jugaba con el botoncito duro y rojo de mi placer.

Mi vello se confundía con el bigote. Él me saboreaba y me olía, aspirando el perfume de la joven entrepierna, disfrutando la fruta prohibida. Y yo, comencé a gozar una extraña excitación. No quería sentir placer pero lo sentía a raudales, invadirme cada poro de mi piel, cada una de mis neuronas.

Nunca me habían comido así, con tal sabiduría y destreza. Y la postura, agachada, casi sentada sobre aquella boca y aquel bigote. La irrealidad del sueño pretendido se estaba tornando en un hecho cierto e increíblemente placentero.

-¿No te importaría hacérmelo tú a mí?

Yo le supliqué

-No, por favor, eso no.

-No te preocupes mi niña, no importa.

Me puso de rodillas sobre la moqueta. Sin quitarme las medias ni los zapatos, de espaldas a él, recostada sobre el sofá.

Abrió nuevamente mis piernas y se arrodilló entre ellas.

El inconfundible sonido del la cremallera me avisaba.

Había pensado, desde que tomé la decisión de ir a la cita, que sería un momento horrible. Pero no fue así. Lo deseaba. Deseaba tenerle dentro. Procuraba no demostrar mi deseo, pero soy consciente de que él había notado desde hacia rato mi disponibilidad y el placer que me invadía.

Sus caricias, su degustación bucal en mis pechos y en mi sexo, habían provocado en mí el deseo cierto e intenso de ser penetrada, poseída finalmente.

Lo hizo lentamente, milímetro a milímetro, abriendo con la redonda cabeza de la estaca los belfos que le esperaban. Luego con un ritmo pausado me gozó, tan largo rato, que mi orgasmo se precipitó mucho antes que el suyo.

Fue delicado en no hacer comentario alguno al notar mis convulsiones.

Golpeó durante una eternidad mis glúteos con sus caderas. Fue elevando poco a poco el ritmo de sus golpeos y finalmente su volcán me estalló dentro.

Aún después de acabar, continuó acariciando mi espalda y mi trasero.

Puso su mano en la gruta que le había recibido y recogió delicadamente las gotas de su propio orgasmo que me salían de dentro.

* Ha sido maravilloso.

He de darte infinitas gracias mi bella niña.

Tienes mi promesa de que nunca volveré a molestarte.

Yo me tengo que marchar a casa. Duerme en el piso si quieres. Mañana le dejas las llaves al portero.

Había estado toda la noche callada y en silencio dejé que se fuese. Miré las llaves encima de la mesa del salón. Dormiría en la casa.

Me asomé a la ventana y al cabo de un rato vi salir el coche brillante en la noche. Se adivinaba tras el cristal su rostro redondo y el inmenso bigote.

2

Andrés no volvió a ser el mismo desde entonces, y yo, he de confesarlo, tampoco.

El mantener aquel encuentro con el gordo cincuentón, y sobre todo, el que la velada me hubiese provocado una experiencia física tan intensa y morbosa, hizo que mi perspectiva cambiase.

Aunque no era consciente del todo, mi actitud ante el sexo se había tornado más amplia, menos remilgada y más abierta a nuevas experiencias.

Me había excitado mucho más de lo que hubiese imaginado.

Practicar el coito con un hombre de cincuenta y cinco años, gordo y descuidado. En unas circunstancias forzadas, sin mi consentimiento, sin deseo, asaltada bajo chantaje por un depravado viejo.

No me sabía capaz de gozar tanto y tan intensamente en un contexto tan adverso, pero los hechos eran obstinados y concluyentes.

Andrés, por su parte, no me trataba igual, no me besaba igual, no me miraba igual. Continuaba con su depresión y su tristeza vital a pesar de que el problema del dinero había dejado de existir.

Comenzó a hacer preguntas, a pesar de su promesa de no remover el tema.

Yo me mantuve en el más absoluto de los silencios y, cada vez que pretendía conocer algún detalle sobre el encuentro con su jefe, le recordaba nuestro pacto y le decía que todo había terminado y que lo mejor era olvidarlo.

La cuestión es que nuestra relación se deterioró paulatina e inexorablemente. Y ese deterioro, aumentó vertiginosamente cuando días más tarde, Julián, ante la insistencia de mi novio, acabó compartiendo con él los detalles más escabrosos y obscenos de nuestro encuentro.

Yo no se lo reprocho. Los hombres gustan de alardear de sus aventuras, y más, si es otro el que le insiste para que cuente.

Una tarde Andrés se presentó a nuestra cita con el gesto raro. Sonreía, pero con una sonrisa cínica, poco natural.

-¿Qué te pasa? Estás muy raro.

Él contestó con voz de reproche.

-Ayer me contó Julián todo lo que hicisteis, con todo lujo de detalles.

Cómo te desnudó, cómo te agachaste sobre él, abierta de piernas para que te hiciera de todo, cómo te comió y como te tomó por detrás, de rodillas.

¿Fue así, verdad?

¿Lo pasaste bien?

Tuve un momento de duda. Era la enésima vez que me lo preguntaba, pero ahora ya sabía lo que había sucedido y resultaba inútil y patético intentar mantenerme en los términos de nuestro acuerdo.

-Andrés, yo soy una mujer y Julián tiene mucha experiencia.

Créeme que en ningún momento quise colaborar ni me entregué a él.

Pero sí, gocé.

Supo hacerme gozar y tuve un orgasmo fortísimo.

Le hablaba enfadada, casi gritando.

-Ya lo sabes. ¿Estás contento? ¿Eso es lo que querías, no?

Seguro que le has bombardeado como a mí, con mil preguntas, hasta que has conseguido tu propósito, hasta que se lo has sacado todo.

Ha sido un error. Debías haberlo olvidado, ignorarlo, como ignoras mis encuentros con los chicos que han salido conmigo antes que tú. No sabes lo que hice con ellos, ni te importa. ¿Por qué no has sido capaz de hacer lo mismo ahora? Tú sabes que no siento nada por tu jefe, que sólo lo hice para salvar tu empleo.

Cambié de tono, y con voz dulce y tierna, mirándole directamente a los ojos le dije.

Sabes que sólo te quiero a ti, amor mío.

Andrés me oía, pero sin escuchar.

No iba a olvidar nunca el asunto, sería como una losa sobre nuestra relación. Los celos y el complejo de culpabilidad se apoderaron de su mente, nublaban su razón y cegaban su entendimiento.

Me volvió a preguntar.

-Te lo pasaste mejor que conmigo. ¿Verdad? Seguro que sí.

Eres una zorrita, lo he sabido siempre.

Su comentario, frío e inesperado, fue la gota que colmó el vaso.

No estaba dispuesta a dejar que me humillara de aquella forma y menos después del sacrificio que hice por él. No iba a mantener una relación en la que la tónica general fuera su desconfianza, sus reproches y sus celos.

-Lo siento, Andrés. Esto no puede seguir así. Creo que es mejor que dejemos de salir durante algún tiempo.

Si te decides a olvidar de una vez por todas a Julián y lo que ha pasado, y quieres que volvamos a intentarlo, me llamas.

Hasta entonces es mejor que no volvamos a vernos.

Me di la vuelta y me alejé apresuradamente, embargada por intensísimas emociones de ira, enfado y desilusión.

Según le dejaba atrás, oí sus últimos exabruptos y reproches.

-Vete, sí.

Huye a acostarte con todos los tíos que se te pongan por delante, como la zorra que eres.

No quise contestar. Mis pasos me alejaron de aquel chico al que tanto había querido y al que aún quería con locura. Los ojos llorosos no me dejaban ver bien.

Las sombras de la noche que iban tomando y conquistando las últimas luces de la tarde, invadían mi alma también, y me sumergían en una tristeza profunda e inconsolable.

Habían pasado diez o doce días desde mi ruptura con Andrés cuando recibí en el móvil una llamada que no esperaba.

Era Julián.

-Hola Dolores. Perdona que te llame de improviso. Espero que no te enfade hablar conmigo. Tu teléfono me lo dió Andrés.

Si no quieres hablar me lo dices, cuelgo y te borro de la agenda.

Superé la sorpresa del momento y le contesté.

-No. Dime, ¿que quieres?

Al oír de nuevo la voz de Julián mi corazón dió un vuelco. No pensaba que me fuese a impresionar tanto. Sus palabras revivieron de golpe en mi mente, todos los recuerdos de nuestro encuentro.

Miré mi mano.

Desde la ruptura con mi novio, me había puesto el anillo de oro blanco con aquel refulgente brillante en el centro. Julián me lo había obsequiado y ya no había motivo alguno que me impidiera lucirlo.

Era lo único positivo que me había quedado de todo aquel embrollo.

-Te llamo porque he estado hablando con Andrés. Me enteré de vuestra ruptura. Sé que ha sido por mi culpa y no quiero que esto quede así. Me gustaría saber qué puedo hacer para enmendar mi error.

¿A cuento de qué venía ahora el interés de Julián por mí? Decidí cortar el asunto y pasar página.

-No te preocupes. Si algo como lo sucedido, ha sido capaz de borrar en su corazón todo el cariño y el amor de dos años de noviazgo, es que no me quería como pensaba.

Mejor así.

Yo estoy ya mucho más tranquila. He pasado unos días algo triste y deprimida, pero ya estoy bien.

Te agradezco tu interés. Pero será mejor que los tres nos olvidemos de todo.

Me encontraba algo nerviosa por volver a hablar con él. Sentía algo raro. En mí se mezclaban sentimientos contradictorios. Algo de rechazo, algo de comprensión hacia Julián y no poca excitación ante los recuerdos revividos.

Desde que Julián había abusado de mí, revivía con frecuencia, a solas en mi cama, todos los detalles de aquella noche. Me excitaba recordarlo. Mis dedos habían jugado entre los muslos, recuperando en mi mente los más tórridos pasajes de cada escena vivida. Había llegado al orgasmo más de una vez sumergida en ellos.

-De todas formas quiero que quedéis como amigos.

Le he propuesto al chico invitaros a mi casa y hacer una cena los tres. Me encantaría que vinieseis para dejar todo solventado y que los tres, quedemos como buenos amigos.

Andrés está de acuerdo.

Me comentó las burradas que te dijo en vuestra última cita, y está muy arrepentido.

No es que quiera volver a iniciar lo vuestro, pero desea disculparse.

¿Lo preparo todo para el sábado?

Callé un buen rato. No sabía que responder.

Lo cierto es que me sonaba un poco a encerrona.

-Deja que me lo piense. Esta tarde te llamo.

Cuando marqué el número de Julián aquella misma tarde, para decirle que sí, que iría de nuevo al pisito de Las Rozas, estaba tan nerviosa como una niña ante su primera cita.

Se mostró eufórico al conocer mi respuesta y se ofreció a recogerme en mi casa el sábado a las nueve.

-Sólo te pido una cosa. Por favor, ponte tan guapa como la última vez.

El dulce tono de su voz sólo consiguió aumentar mi nerviosismo.

La lujosa berlina aparcó en la plaza de garaje del piso de Julián. Andrés bajó el primero, Iba en los asientos de atrás y se apresuró a abrirme la puerta de mi plaza, la de copiloto.

Se había mostrado exquisitamente cortés desde el principio.

Elegí un vestido precioso de lentejuelas. Es plateado, radiante y muy sexy. No tiene tirantes, el escote es recto, rodeando mi torso bajo mis axilas, debajo de una de las cuales nace la cremallera que lo cierra.

Es muy cortito, bastante por encima del medio muslo.

Medias negras de rejilla y tacones de aguja de charol, negros también, remataban mi más que vistoso atuendo.

Quería restregarle a Andrés por los morros mi más escultural presencia, mi semblanza más erótica y sexy.

Deseaba cumplir el desagravio a su falta de entrega, que se arrepintiese de su decisión y se diese cuenta de lo que había dejado escapar.

Por la mañana fui a la peluquería y me arreglé el negro cabello lujuriosamente, dándole volumen y unas preciosas ondulaciones.

Me había maquillado algo más de lo normal, oscureciendo mucho el perfil de mis ojos azabaches. Mis labios pintados en un tono ocre rojizo muy oscuro, con brillos de cristal.

Ya en el piso, no me quitaban el ojo de encima. Sentada en el sofá en el que Julián me había reclinado la noche fatal, crucé las piernas en un gesto imposible, para demostrar que era yo la que llevaba allí la voz cantante. Los muslos dejaban ver el final del la media y una línea de carne desnuda y tersa insinuante y retadora.

Julián rompió el silencio reinante.

-Bueno vamos a ir picando algo. Como veis no falta de nada.

Era cierto sobre una mesa habían dejado preparado un lujoso catering con canapés variados de foie de oca, salmón, caviar, platos de jamón ibérico, queso y un sin fin de delicadezas culinarias. Dos velas rojas y altísimas encendidas, y una cubitera con dos botellas de champán francés.

Hablamos de todo un poco. De la empresa y el futuro que se le presentaba a Andrés por delante. De mis proyectos, del tiempo, de música y de mil cosas más.

No nos atrevíamos a entrar en materia, a comentar ninguno de los hechos que habían provocado la cita entre Julián y yo, y la posterior ruptura de mi relación con Andrés.

Nos habíamos bebido casi botella y media del champán helado cuando Julián se levantó, se dirigió hacia un estante cercano y tomó una cajita volviendo hasta nosotros.

Se colocó detrás de mí y abriendo la caja, sacó una gargantilla que comenzó a poner en mi cuello.

-No es suficiente con mis simples disculpas, Dolores.

Admite este pequeño regalo como símbolo de mi arrepentimiento y de las disculpas de Andrés.

Mi ex estaba sentado en frente. Veía como Julián me ponía la gargantilla.

Las copas de espumoso habían hecho su efecto. Me sentía más bella y más erótica que nunca.

La joya en mi cuello me hizo sentir como una meretriz a la que pagan por adelantado. Algo estaba a punto de suceder, y yo, estaba inexplicablemente dispuesta a que sucediese.

El estar en el piso en el que todo había pasado con el vejete, hacía que recordase vividamente la velada anterior. Ahora Andrés miraba y eso dotaba al asunto de un morbo adicional.

Cuando el cincuentón terminó de abrochar la gargantilla, comenzó a acariciar con la yema de los dedos la parte desnuda de mi pecho sobre el vestido, mis hombros redondos, altivos, mi largo cuello, apartando el pelo para hacerlo.

-¡Que hermosa estás hoy! Creí que sería imposible verte más bella que el último día, pero hoy te has superado.

No sé a que acuerdo habrían llegado, pero Andrés miraba tranquilo, como si hubiera sabido con antelación lo que su jefe iba a hacer. Miraba las caricias de Julián con gesto desafiante, sin decir nada, como retándome a seguir recibiendo las atenciones del vejete, como apostando a que no era capaz de dejarme tocar delante de él.

Acepté el reto.

Quería demostrarle a aquel niñato que ya no le pertenecía.

Tomé con mi mano la de Julián, por la muñeca. Empujé dulcemente hacia abajo para que entrase en el vestido, bajo el escote recto. Su mano desapareció oculta por las lentejuelas y alcanzó la cumbre erecta del seno derecho. El travieso dedo pellizcó y rozó el botoncito mientras las miradas de Andrés y mía se cruzaban.

Él no pudo evitar cambiar el gesto. Noté sus celos en la mirada. Su contrariedad ante mi valentía.

Entorné los ojos por el placer que el manoseo me proporcionaba, y al echar la cabeza hacia atrás, sin querer, mi nuca chocó contra el paquete de nuestro anfitrión, ya inmenso.

No aparté mi cabeza del miembro duro y receptivo. Lo acaricié con mi nuca y mi precioso pelo sobre la tela del pantalón.

-Bájale el vestido. Déjale las tetas al aire.

El enfado de Andrés se tradujo en una huida hacia delante. Tomó la decisión de poner toda la carne en el asador. Tal vez esperaba que me rindiese y abandonara.

-¿No te importa mi niña?

-No

La pregunta de Julián fue dulce como el almíbar. Mi "no" rotundo y concluyente.

Levante el brazo izquierdo y yo misma bajé la cremallera lo suficiente para facilitar la tarea.

El gordo se asomó para ver mis pechos al ser liberados de la ocultación del vestidito y tiró despacio de él hacia abajo. Yo mojé la oculta rajita ante el increíble morbo que me invadía de arriba abajo.

No tengo los senos grandes, pero tampoco pequeños. Mis pezones son rosados y sensibles al más mínimo roce.

Estaban totalmente enhiestos, altivos a la contemplación de mis acompañantes.

Andrés se puso en pie y sin mediar palabra se extrajo el instrumento aún flácido.

No pude evitar una sonrisa al compararlo con la estaca que rozaba mi nuca.

Julián miraba incrédulo y seguía acariciando y pellizcando los senos recién liberados.

Mi ex se situó frente a mí y acercó a mi boca la morcilla deseosa.

-Ya sé que sabes hacerlo muy bien. Muéstrale a Julián tus habilidades.

Tuve mis dudas, estaba tan enfadada con él que no deseaba darle gusto alguno. Pero pudo más mi excitación y mis ganas, la íntima perturbación que me provocaba el tener la cabecita escotada entre semejantes herramientas.

Tomé con una mano las bolsitas peludas y con la otra me lleve su deseo al interior de la boca. Comencé a lamerle sabedora de que los dos me observaban, elevando al límite mi excitación y mi deseo.

Bajé la piel oscura descubriendo el rojizo fruto sin su revestimiento. Miré hacia atrás y Julián me animó.

-¡Adelante, bonita!

Lo olí primero. Me encanta el olor acre y profundo que exhala recién descubierto. Después lo engullí y succioné con tal fuerza, usando la lengua y los dientes y las húmedas y cálidas paredes de la boca, que en pocos instantes la sangre afluyó abundante.

Julián me bordeó y se colocó junto a Andrés.

-Hoy sí me lo harás, ¿verdad?, Dolores.

Su estaca desnuda se colocó junto a la de Andrés y comencé a alternar mis atenciones entre ambos falos. Uno ahora, otro después.

Nunca había saboreado dos penes al mismo tiempo. Nunca me había sentido tan zorrita, mujer fácil, dispuesta a todo.

Me descubría a mi misma en una nueva piel. Con una nueva mentalidad, obscena, impúdica.

Sabía que ellos me juzgarían, abandonando el respeto que por mí hubiesen tenido. Pero no me importaba. Gozaba de aquel lance con tal vitalidad y éxtasis que lo demás me era totalmente ajeno.

Me incorporaron y mi vestido volvió a caer, como en la primera ocasión.

Abrieron mis piernas descaradamente. Los tacones y mi entrepierna libre a sus accesos, apoyadas sobre los bellos tacones de charol negro.

Ambos se arrodillaron, reviviendo la primera experiencia, tal y como su jefe se la había contado.

Comenzaron a lamerme el vientre y el culito que Andrés abría con sus manos. Sentí la lengua de Julián entre los labios verticales, y la de Andrés en el arete prieto, lubricando y venciendo su resistencia.

Sentí muchos dedos tocar y penetrar ambos agujeros, ellos ya de pie, besando mi boca, mordiendo mi cuello.

Julián se sentó en el sofá y yo encima de él, metiendo por fin una de aquellas trancas en mi sexo. Lamía mis pechos a la vez, jugaba con los pezones tiesos en su boca. Cambiaba del uno al otro mientras se olvidaba del falo que ya tenía en mi interior.

Después y al mismo tiempo, Andrés colocó su cuerpo de forma que su miembro pudiese acceder al otro agujero, al pequeño.

Era mi primera doble penetración.

-La zorrita está disfrutando de lo lindo, jefe.

No me importó la falta de gusto del comentario de Andrés. Incluso me gustó lo de "zorrita". Moví el culo y gemí alto y repetidamente.

No podía evitar dar pequeños grititos. Nunca había gozado con mis dos cobijos tan llenos.

Julián más delicado, más atento.

-¡Cómo me haces gozar, mi cielo!

Sentí venir el orgasmo en el mismo momento en que Andrés me tomaba con dureza del pelo y empujaba en mi trasero metiéndose entero.

Julián me pellizcó ambos senos a la vez, mientras mis convulsiones inundaron como un maremoto mi piel y mis nervios.

Siguieron poseyendo aquel cuerpo de diecinueve años. Andrés me insultó varias veces, intentando humillarme. Hacer menos dolorosa la pérdida que ya tenía garantizada.

Me hacia daño al tirarme del pelo, penetrando mi culo con saña y dureza.

Quiso terminar con un detalle más guarro, más depravado.

-Vamos a hacerlo en su boca. Julián, túmbala en el suelo.

Los ojos del gordo me miraron interrogando. Yo le respondí con un gesto.

Allí, en la moqueta, tumbada con las medias de rejilla y los tacones negros, los vi arrodillarse a ambos lados y masturbar sus instrumentos.

Andrés llegó antes, lo hizo sobre mis ojos y mi pelo. Reía con risa de venganza. Pero yo disfruté como él no era capaz de comprender.

Julián tardó más, cuando le vino apunto a mis pechos.

No nos hemos vuelto a ver, ni volveré jamás a verlos.

Yo continuaré mi historia. Y mis lectores seréis testigos de otros eventos, Pero ya no estarán ellos.

DOLORES