Despedida de Soltera

Simplemente salí a encontrarme con un amigo a bar y me encontré con una chica que despedía su soltería.

DESPEDIDA DE SOLTERA

A las nueve de la mañana del miércoles por fin se abrió la puerta de la habitación donde permanecí toda la noche y entró una camarera cuarentona que vestía uniforme rosa, muy quitada de la pena, y fue tanta su sorpresa al verme sujeto a cada esquina de la cama que aventó por allá la escoba y el recogedor que portaba, se llevó una mano a la boca y abrió tamaños ojos al tiempo que se santiguaba, negándose a dar crédito al cuadro que tenía enfrente. Tuve que hablarle con la escasa paciencia que me quedaba para convencerla que no estaba muerto, ni me encontraba bajo de la influencia de ninguna droga para que viniera a liberarme con toda confianza, ya que su intención fue salir corriendo.

El martes, a las siete treinta de la noche, Oscar y yo habíamos acordado reunirnos en el bar donde acostumbrábamos tomar la copa ocasionalmente. Como era natural, por el día y la hora, toda la concurrencia que observé en la penumbra del lugar fue una pareja de enamorados que bebían del mismo vaso, arrinconados en una mesa del fondo; así que mientras llegaba mi amigo me senté en un extremo de la barra y pedí un escocés con agua mineral.

-¡Pero mire nada más¡ ¿Cómo permitió que lo amarraran de esta forma? ¡Porque no creo que haya sido por su propia voluntad¡ ¿Verdad? -comentó la camarera, mientras forcejeaba con las ligaduras. Sin entender todavía el penoso estado en que me había encontrado, agregó: A lo mejor le pusieron cierta droga en una bebida para dormirlo y aprovechando que estaba inconsciente lo dejaron en esta situación.

Transcurrían unos minutos de las ocho de la noche cuando llegó a sentarse a tres lugares de donde me encontraba una atractiva mujer, de boca sensual y abundante cabellera negra, que escasamente rebasaba los veinticinco años. Ocultaba sus ojos detrás de unos enormes lentes oscuros y por lo que pude distinguirle del rostro diríase que era de facciones bellas. Vestía pantalón y saco de piel, todo en color negro. Ordenó un Tom Collins para beber y se puso un Marlboro en los labios, dejando encima de la barra el paquete de cigarros. Con toda prontitud me acerqué a ella y le ofrecí la llama de mi encendedor. Gracias -dijo cortésmente, sin levantar el rostro de la bebida que acababan de servirle.

La camarera había logrado liberarme la pierna derecha y expresó en tono maternal: ¡Ay, joven! No sé en que estaba pensando mientras lo maniataban como animal para el sacrificio. Hasta le pudieron haber hecho alguna maldad y usted ni siquiera hubiera podido defenderse –añadió, a modo de reproche –. La juventud de hoy no sabe divertirse sanamente como la juventud de ayer; ahora todo se les va en cometer locura y media en compañía de mujerzuelas; porque dígame usted: ¿qué señorita decente permitiría que su novio lo lleve a un hotel, como las que entran y salen de aquí a cada rato? - Hasta que consiguió soltarme ambas piernas la buena mujer pareció darse cuenta que me encontraba completamente desnudo, así que me echó una sábana encima para que cubriera al menos mis partes pudorosas.

El instinto de conquistador se me despertó por lo que decidí tomar asiento junto a la mujer en el bar. La noté meditabunda paseando el dedo índice por el borde de la copa, como si pensara algo trascendente. Sin más la abordé.

-¿Viene seguido por aquí? -le pregunté, esbozando una sonrisa que tenía bien estudiada frente al espejo y que me había magníficos resultados con el sexo opuesto.

-No, es la primera vez –contestó, sin advertir mi sonrisa estudiada.

-Yo vengo regularmente. Esta vez espero a un amigo, pero todo parece indicar que me dejó plantado –agregué, dando pie para iniciar la conversación.

-Así pasa a veces –señaló con agradable voz, volteando a verme.

De inicio abordamos el infaltable tópico del clima, ligándolo enseguida con los problemas citadinos que se viven en toda urbe gigantesca como la nuestra. De allí la plática derivó a una diversidad de temas que hizo agradable el momento. A pesar del detenimiento como me observaba aquella hermosa mujer a través de sus lentes, juzgué que, en el fondo, mi presencia no le fue indiferente.

¿Cómo te llamas? -le pregunté, cuando creí oportuno que ya era tiempo de presentarnos.

-Hummm... por esta noche puedes llamarme Azalea –respondió, con cierto dejo de misterio.

-¿Y la noche de mañana y la de pasado mañana cómo te llamarás -insistí en develar su identidad?

-Escucha: lo que importa en este momento es que estamos pasando un buen rato, el cual confío que se prolongue hasta donde lo aceptemos de mutuo acuerdo, así que vamos a ignorar nuestras identidades e imaginar que somos viejos conocidos –señaló con firmeza Azalea, al tiempo que solicitaba al cantinero que sirviera la siguiente ronda.

-Bien, Azalea, pues por esta noche para ti seré Tom Collins –acepté de buen agrado la sugerencia, haciendo hincapié en la bebida que tomaba.

Durante el tiempo que conversamos pude apreciar que además de su hermosura, Azalea poseía una clara inteligencia así como una amplia cultura; también tenía bien cimentado su sentido de independencia, asimismo confirmé que podía hacer gala de un valor a toda prueba y una originalidad que no tenía límites, pues me pareció de lo más singular cuando expresó que esa noche había salido a celebrar su despedida de soltera ya que, aseguró, en fecha próxima contraería nupcias. En la evolución de la charla me pareció de lo más natural que se interesara en conocer a fondo mi personalidad, así como detalles de mis preferencias e historial de mi trato con las mujeres; como no es muy amplio lo que podía indagar al respecto, ya que no me considero, ni remotamente, un afortunado en la materia, quedó satisfecha con lo poco que detallé. Nunca imaginé que más que simple curiosidad se trataba de un interrogatorio muy bien disfrazado.

Luego de forcejear con las ligaduras la camarera por fin consiguió liberarme completamente; sin embargo no pude ponerme de pie de inmediato debido al adormecimiento que me produjo el permanecer tanto tiempo asegurado, por lo que permanecí recostado en tanto se normalizaba la circulación en mis extremidades.

-¡Esta noche quiero vivir algo verdaderamente extraordinario, que se salga de lo establecido, donde no importe el tiempo ni la moral y que lo conserve en mi memoria para siempre! –expresó Azalea llena de euforia.

-Pondré todo lo que esté a mi alcance para que lo consigas –agregué emocionado, por la facilidad cono se daban los hechos.

Dando por consumada la conquista concluí que cada minuto que permanecíamos en el bar eran momentos desperdiciados, por lo que le propuse que fuéramos a un sitio que nos diera la privacidad que necesitábamos para lograr sus propósitos. Abandonamos el lugar y a las once y media de la noche cruzamos el umbral de la habitación 223 del Hotel Miraflores. Tan pronto cerré la puerta quise abrazarla.

-¡Espérate!, todo a su tiempo –detuvo mis impulsos con una encantadora sonrisa.

-¿Qué sugieres? –pregunté ansioso, tratando de complacerla.

Luego de meditarlo unos instantes señaló:

-Quiero que te desvistas para mí... pero hazlo de forma tal que logres excitarme y me lleves a un estado de verdadera lujuria – concluyó con la misma sonrisa, acomodándose en un sillón.

Pensando que aquello no presentaba mayor problema, comencé a despojarme de la ropa con toda celeridad.

-¡No, así no! Deseo que vayas demostrándome tu desnudez lentamente, como si estuvieras sobre un escenario y quisieras agradar a los ojos que están fijos en ti – corrigió mi apresuramiento.

-Pero... es que yo nunca he realizado un acto de tal naturaleza –reparé algo inquieto por su insólita petición.

-Estoy segura que con un poco de empeño y algo de imaginación podrás hacerlo; además, recuerda que una vez terminada tu actuación yo me desvestiré para ti de la misma forma – señaló con una sensualidad que prometía la noche más placentera que hubiera yo soñado.

Amablemente solicitó que me vistiera de nuevo e indicó que esperara la señal que ella me daría para empezar de nuevo. Sintonizó una melodía adecuada en el aparato que proporcionaba ambientación a la estancia y enseguida me animó para que comenzara mi número. Con la escasa experiencia que guardaba de las esporádicas ocasiones que presencié espectáculos de desnudismo, me fui despojando de mis prendas y contoneándome con movimientos que debían provocar su excitación, al tiempo que le mostraba mis partes íntimas, al suponer que era lo debía interesarle. Mientras desarrollaba mi acto, con más pena que gloria, de eso no me cabe la menor duda, ella se dedicó a sobarse provocativamente por encima de la ropa.

-¡Estupendo! Te salió de maravilla, ni un profesional lo hubiera hecho mejor; realmente lograste prenderme –dijo emocionada, cuando concluí mi actuación. Enseguida agregó, poniéndose de pie:- Ahora me toca desnudarme a mí... Pero antes quiero pedirte que me permitas atarte a la cama y así poder gozarte a mis anchas, al tiempo que concreto una fantasía que hace tiempo he querido realizar – agregó, dejándome ver su evidente agitación.

-¡Mi cuerpo entero es tuyo, puedes hacer lo que quieras con él! –acepté encantado de compartir esa fantasía que le interesaba.

De su bolso de mano extrajo un carrete de cinta adhesiva y fue sujetándome convenientemente de manos y piernas a cada esquina de la cama, con trozos que arrancaba del mismo. Una vez que estuvo segura de la firmeza de las amarras, aprovechó un ritmo sensual que inundaba el ambiente para comenzar su actuación. De no haber tenido las manos sujetas hubiera podido tocarla. Mientras se movía sensualmente al compás de la música, se despojó del saco sin mayor trámite y quedé maravillado viendo como se transparentaban sus pezones por encima de la camiseta que llevaba puesta. Se los acarició suavemente hasta ponérselos erectos y disfrutó plenamente el manipuleo. Enseguida fue desabrochándose el pantalón, con toda lentitud, y lo deslizó a lo largo de sus piernas de un modo endiabladamente seductor y ya que se los hubo despojado, lo hizo a un lado con el pie. Al desprenderse de la camiseta sus manos aprisionaron prodigiosamente cada seno, dibujándose en su rostro un deseo creciente. Se inclinó hacia mí y acercando un pezón a mi boca sugirió, lasciva:

-¿Te gustaría probarlo?

-¡Sí...! –respondí de inmediato, anhelando sentir en mi boca su delicada protuberancia.

Con sumo cuidado pasó su pezón lo más cerca que pudo de mis labios, sin rozarlos siquiera, y enseguida se incorporó, dejándome aturdido de placer. Una ola frenética hizo presa de ella y comenzó a tocarse su entrepierna por encima de la prenda que escasamente la cubría, reflejando una excitación desbordada. Ya que alcanzó cierto grado de voluptuosidad se resbaló la prenda suavemente por sus caderas, hasta quedar completamente desnuda ante mis ojos. Apreciar su cuerpo maravilloso fue verdaderamente encantador. Los lentes, que aún conservaba, le daban cierto aire de misterio y la hacían verse más provocativa.

-¿Quieres que me ponga encima de ti? – volvió a sugerir, aproximando su rostro, en el que pude recrearme viendo como su lengua entraba y salía tentadoramente por la abertura de sus labios.

-¡Anda, hazlo y llévame a disfrutar...! –asentí emocionado, al pensar que había valido la pena esa angustiosa espera y que al fin se compensaba al permitirme la dicha de sentir su cuerpo. Poco importaba que fuera en esa posición tan incómoda, lo medular era gozarla a plenitud.

Acto seguido se subió a la cama, parándose encima de mí, abierta de piernas, y prosiguió con su ritual fantástico. Tras prolongados minutos de permitirme fantasear que el acoplamiento vendría de un momento a otro, se acuclilló para acercar su pubis a mi boca.

-¿Te gustaría sentir mi clítoris en tu lengua? –preguntó con la respiración agitada, pasando las manos por su entrepierna para despejar la abundante vellosidad que ocultaba su mágica hendidura.

-¡Claro que sí..! –acepté fascinado, celebrando enormidades haber encontrado a esa increíble mujer, cuya imaginación rebasaba con creces cualquier encuentro que hubiera soñado.

Cuando juzgó que el contacto de mi rostro con su pubis era inminente, se levantó rápidamente dejándome embriagado con el aroma que despedía su hendidura. Al apreciar que estaba llevándome a un estado de verdadera enajenación, susurró:

-¿Desearías verme por detrás?

Esta vez no esperó mi respuesta, simplemente giró su cuerpo, sin abandonar su posición, y arrimó su adorable trasero a escasos centímetros de mi rostro, el cual volvió a retirar cuando sintió que alcanzaba a tocárselo. Movida por una pasión que aun no puedo explicarme, utilizó ambas manos para separar cada uno de sus glúteos y así poder mostrarme hasta lo más recóndito de su intimidad. Después se colocó encima de mi espléndida erección y utilizó la mima táctica de acercamiento y rechazo. En ciertos momentos que yo veía su bajovientre acercándose arqueaba el cuerpo desesperadamente, con la intención de sentirla, así fuera un instante, pero ella no permitió ni un roce.

-¡Permíteme gozarte siquiera un poco!- manifesté al borde de la locura, tratando de entender hasta donde pensaba llegar aquella mujer.

  • Al igual que tu, siento un inmenso deseo de hacerlo pero mis principios me lo impiden, ya que debo llegar al matrimonio sin haber sido tocada por ningún hombre. Gózame todo lo que quieras con los ojos- declaró toda trémula, cimbrándose como si estuviera haciendo el amor de pie.

Así me martirizó todo el tiempo que quiso, utilizándome como un objeto que estuviera a disposición de su capricho, hasta que en determinado momento llevó una mano a su cueva, al tiempo que con la otra se manipulaba las tetas, y alcanzó un orgasmo en medio de enérgicas arremetidas de su pelvis y aullidos de placer. Cuando recobró la calma descendió de su sitio y se vistió rápidamente, marchándose enseguida, sin escuchar mi súplica para que me retirara las ligaduras. No quise ponerme a gritar para que vinieran a auxiliarme, al imaginar la vergüenza que sentiría que me hubieran visto en ese penoso estado, por lo que decidí esperar a que llegara el personal que aseaba las habitaciones regularmente.

Antes de abandonar la habitación del hotel repaso los acontecimientos y pienso que Azalea no pudo haber tenido mejor despedida de soltera; asimismo concluyo que, aparte de sus principios tan sólidos, en cierta forma era muy pudorosa pues no tuvo el valor suficiente para quitarse los lentes en toda la noche, porque si le hubiera visto los ojos, con toda seguridad, se habría muerto de vergüenza.