Despedida de soltera
Madre e hija son invitadas a una despedida de soltera, y a pesar de las reticencias iniciales de la madre a asistir, ambas enmarcarán aquella fecha como especial.
A Sara nunca le gustaron las despedidas de soltera y menos ahora, a sus cuarenta y cinco años, cuando se suponía que en su círculo de amistades más cercanos ya no quedaba nadie para vestir santos. Todos andaban ya con hijos, e incluso en algunos casos, esperando nietos, pero su amiga Pilar se divorció y en menos de un año quería aventurarse de nuevo en los vericuetos del matrimonio, de ahí que quisiera celebrar por segunda vez su despedida de soltera, y evidentemente contaba con su amiga Sara, y como no, con su hija Paula.
La relación que Paula tenía con sus padres era especial, pero sobre todo lo era con su madre, para la que no tenía secretos. Era una correspondencia en la que evidentemente Sara era su madre, pero al mismo tiempo, cuando tenía que ejercer de amiga sabía como hacerlo.
Sin duda, a Sara no le apetecía para nada ir a la despedida, pero entendía que tenía que ir para no hacerle un desplante a su amiga, en cambio, para Paula era una novedad, pues con sus veintidós años era la primera despedida y el hecho de ir con su madre le seducía aún más.
Con cuarenta y cinco años, el atractivo de Sara todavía era de los que incitaba a los hombres a voltearse a su paso. Su marido era consciente de ello y, aunque no quería mostrarse posesivo ni celoso, no le hacía gracia que su mujer saliese con todas aquellas lagartas por la noche sabiendo donde suelen ir, y también como suelen acabar en algunos casos aquellas fiestas en donde la bebida y la euforia llevan al desmadre. Por otro lado, Felipe sabía que podía confiar en ella porque nunca le dio motivos para lo contrario y el hecho de que fuesen juntas madre e hija era un bálsamo.
Después de pasar por la sección de chapa y pintura, las dos desfilaron delante de Felipe para que les pusiera nota y les diese su beneplácito, y evidentemente la nota era de matrícula para ambas.
—Estáis las dos de diez. ¡Cuida de tu madre! —le dijo Felipe a su hija sin estar plenamente convencido de lo que quince mujeres con más alcohol del permitido en el cuerpo eran capaces de hacer.
—Claro papá, —le contestó Paula. Ambas se despidieron de él con un beso y salieron a divertirse.
—Papá está nervioso.
—Sí. No está acostumbrado a que salga sola por la noche.
—No vas sola, vienes conmigo.
—Lo sé, pero ya me entiendes. ¿Y tu novio que te ha dicho?
—Está tranquilo también porque voy contigo.
—Entonces cuidamos la una de la otra para que no nos desmadremos ¿no?
—Eso es lo que cree, —dijo Paula, y ambas rieron.
Como solía ser habitual en la mayoría de las despedidas, después de la cena las mujeres acudían a uno de esos lugares en donde había un gogó o striper, del mismo modo que los hombres hacían otro tanto asistiendo a locales donde disfrutaban de los striptease femeninos, de manera que se pasaba un rato agradable, cuatro bailes, cuatro toqueteos, cuatro risas y lo que daba de sí la noche. Esa era la idea.
Con la bebida como aliada, las mujeres vitoreaban a los gogós con sus bailes insinuantes paseándose ante las mujeres y enseñando sus vergüenzas, y después de muchos vítores, el gogó se desprendía del taparrabos, quedando como Dios lo trajo al mundo y luciendo sus atributos. Algunas se aventuraban a tocar, otras más pudorosas no lo hacían por vergüenza, por prejuicios, o simplemente porque no querían.
Tras un prolongado desfile de stripers, parecía que había llegado el momento culminante esperado por todas. Le tocaba salir a la estrella. Un negrazo musculoso vestido de policía salió a la pista bailando al ritmo de una canción marchosa con movimientos sugerentes y de lo más provocativos, mientras contorneaba su cuerpo y se aproximaba a las chicas descaradamente. Las mujeres gritaban y aplaudían. El negro, sin embargo iba a lo suyo. Tenía su coreografía ensayada y sabía lo que tenía que hacer y en qué momento. Primero se quitó la parte de arriba, dejando al descubierto un torso esculpido a base de horas de gimnasio. En la parte interna del pantalón una tremenda hinchazón bajaba hasta mitad de la pierna rompiendo su silueta y generando otra más informe. Todas las féminas sabían lo que aquello era, hasta las más ingenuas. Algunas se atrevían a tocar a través del pantalón aquel relieve, mientras que las intenciones del striper consistían en reservar el momento culmen, de tal modo que fuese la novia quien se encargase de tirar de una fina tira de velcro hacia abajo, y cuando llegó el momento no se hizo de rogar tras una indicación del striper. Una desmesurada verga hizo su aparición entre los vítores, ovaciones y aspavientos de todas las allí presentes ante lo que parecía la porra que completaba la indumentaria del hombre disfrazado de policía, por tanto, el uniforme le iba que ni pintado, ya que la porra la llevaba incorporada.
La histeria era colectiva. Las mujeres vociferaban desgañitándose como locas viendo como el gogó balanceaba el péndulo de lado a lado, adelante y atrás con unos movimientos de cadera que se hacían hipnotizantes para tanta fémina. La novia se puso las manos en la boca mientras miraba absorta y se reía, evaluando si aquello era real o posiblemente un truco. Pero lejos de ser fruto del ilusionismo, era la polla mas inmensa que todas cuantas había en la fiesta habían visto, y mucho menos tocado o probado.
Ahora tenían todas la oportunidad de recrearse viendo ese portento de la naturaleza, pero también tocarlo, e incluso chuparlo. Era su dueño quien decidía quien lo hacía y quien no. La novia, por supuesto, era la anfitriona y por ello fue la primera, pero solo la tocó de forma tímida, como con miedo, como si de una boa se tratase y en un momento dado fuese a morderle o a enroscarse en su cuello, o quizás era vergüenza al estar todas las miradas y comentarios pendientes de ella. A continuación el negro fue pasando de una a otra luciendo, moviendo y basculando aquel badajo de burro. Muchas estaban ansiosas por tocar, otras tocaban y no querían soltar, otras más osadas, se atrevieron a chupársela.
El negro iba paseándose por la sala para que ninguna se quedase sin su ración, hasta que le tocó el turno a la que parecía la más joven de la sala. El hombre policía movía su pelvis de forma provocadora adelante y atrás basculando la enorme polla que le ofrecía a Paula, y ante la mirada de aprobación de su madre deslizó su mano a través de ella. Finalmente le tocó el turno a Sara y buscó también la aprobación de su hija como si la necesitase para tocarla, y sin duda, la tuvo. El mandingo empezó a bailar frente a ella y se quedó maravillado ante sus preciosos ojos verdes, los mismos ojos que iban detrás de ese péndulo que oscilaba de derecha a izquierda y de delante a atrás mientras el negro hacía su coreografía. Cuando decidió que la tenía en el punto que él quería avanzó unos pasos y la invitó a cogerla. Sara miró de nuevo a Paula y a continuación buscó con la mirada la aquiescencia de las demás mujeres.
Todas gritaban y la animaban a ello, y al parecer, la aprobación era total, y sin demorarse más cogió la polla y la sopesó. Eran como treinta y cinco centímetros de carne y Sara pudo dar fe de que aquella cosa era real. Verdaderamente una monstruosidad, pero una enormidad muy morbosa, pensó. El negro le cogió las manos y se las pasó por sus abdominales y sus pectorales, después las dejó sobre la verga. Parecía que el mandingo la espoleaba a algo más, pero ella retrocedía, con lo cual, el hombre policía se cogió la desproporcionada polla y se la acercó a la boca, por lo que Sara no tuvo más remedio que abrir sus fauces y meter un trozo de esa carne en ellas. No podía introducirse mucho más porque aquello no era tragable. La verga morcillona fue ganando un poco en dureza y Sara acaparó lo que daba de sí su boca. No más. Quería que el negro pasase ya a la siguiente y la dejase en paz. No le estaba gustando aquello. Todas las miradas estaban puestas en ella, y en cierto modo, se sentía humillada, pero a la vez, notaba sus bragas mojadas, con la incomodidad añadida de que se le estaban metiendo entre sus labios vaginales.
El negro parecía que no tenía interés en cambiar de objetivo para el cobijo de su verga, pese a ello Sara no estaba cómoda con la situación y se echó hacia atrás para impedir que siguiera con el acoso. Tras varias evasivas, el semental se dio por aludido y siguió con su coreografía dejando a la mujer en paz.
Cuando ya pasó toda la exaltación, el show parecía que no daba más de sí y las chicas decidieron abandonar el local para ir a una discoteca a bailar. El lugar estaba hasta los topes y cada una de las mujeres buscó su hueco en la pista, pero con la falta de espacio se hacía casi imposible dar un paso sin sufrir un codazo repentino, o un pisotón inesperado, por lo cual, Sara le sugirió a Paula sentarse ante tal muchedumbre.
—Estás desentrenada mamá. Tienes que salir más —le dijo.
—Lo sé. Estoy anquilosada.
—Has estado muy bien con el negrazo ese.
—¡Madre mía! No le digas nada a tu padre de esto.
—Tranquila. Soy una tumba. Recuerda que yo también he pecado.
—Nuestros labios están sellados.
—Depende de para qué, ¿no?
—¡Qué mala eres!
—Con una polla así, no es que te despegue los labios, es que te desencaja la mandíbula, —dijo entre risas Paula. ¿Habías visto alguna vez algo parecido? —le preguntó.
—Jamás, —contestó con firmeza.
—Ya no lo podrás decir ¿no? Y encima la has tenido en la boca.
—Por Dios Paula. Ni se te ocurra decir nada o tu padre me mata.
—¿Qué voy a decir? Yo también lo he tenido en la mano ¿recuerdas?
—¡Qué locura!
—¿No te has puesto caliente?
—¡Paula! —exclamó turbada.
—¿Qué? Cuando lo he tenido yo en la mano me he excitado, y después, al verte a ti, todavía más.
—La verdad es que yo también, aunque esté mal decirlo. Una no es de piedra.
—Menuda polla tenía el negro ese. Ya no volveremos a ver nada igual.
—Y que lo digas.
Dos jóvenes de veinticinco años montaban guardia en la barra observando a madre e hija como un posible botín para esa noche. La madura estaba de muy buen ver para hacerle un favor tras otro, y su hija no se quedaba atrás. Era una proeza difícil, pero había que intentarlo.
—Esos dos nos están mirando, —le advirtió Paula a su madre.
—Pues que miren.
—Están muy buenos, sabes.
—¡Paula! Ya has bebido bastante.
—No dejan de mirarnos.
—Pues no los mires tú.
—Hemos salido a divertirnos ¿no?
—Sí, pero no a ligar.
—¿Y por qué no?
—Tienes novio ¿recuerdas?
—Bueno, ya he tocado una polla esta noche, ¿qué más puede pasar? Si tú no dices nada, yo tampoco lo haré.
—¡Paula! Soy tu madre.
—¿Nunca has echado una cana al aire mamá?
—No, nunca.
—Este podría ser un buen momento. Esos dos no paran de mirarnos y están buenísimos, además, las dos estamos calientes.
—Sí, pero de ahí a irse a la cama con alguien dista mucho.
—Tampoco tenemos por qué irnos a la cama. Sólo divertirnos un rato.
—Podría ser su madre.
—Eres la mía. ¿No te gustan los jovencitos?
—Me gusta tu padre.
—Pero él no está aquí y a esos dos se les está cayendo la baba mirándote.
—Es más probable que te miren a ti.
—Podemos averiguarlo. ¡Mira, ahí vienen!
Miguel y Edu se acercaron a la mesa y se presentaron, pidiendo también permiso para sentarse con ellas, y naturalmente, Paula les animó a ello. Parecía que los roles se habían intercambiado, siendo la más lanzada la hija, adjudicándole el cometido de introvertida a su madre.
—No parecéis madre e hija, más bien me inclino a pensar que sois hermanas, —dijo Miguel.
—Gracias por el cumplido, pero soy su madre, —sentenció Sara.
—Nadie lo diría, —señaló.
Miguel parecía estar más interesado en Sara y Edu en Paula, por su parte, Sara consideraba aquella situación una insensatez y la actitud de su hija no ayudaba a calmar su desazón, y lo que aparentaba ser antes una conversación divertida con tonos picantes llevaba camino de transformarse en algo más serio, y lo malo era que Paula estaba encantada con el curso que estaban tomando los acontecimientos. Al parecer su disposición a retozar con aquellos dos salidos era total, no sabía si era por un exceso de la bebida o es que el tener aquella enorme verga en la mano había encendido su coño y necesitaba sofocarlo. Asimismo, a Sara aquella situación también la había excitado, pero para ella las cosas no eran tan fáciles como un “sí” o un “no”. Sara era más madura y reflexiva y barajaba pros y contras de embarcarse en la desatinada acción de retozar con aquellos dos jóvenes tan lanzados. Sin embargo, al parecer, Paula no lo era menos, pues ya estaba retozando con Edu en el sofá.
—Podemos ir a un sitio más tranquilo si os parece bien, —sugirió Miguel.
—No, —sentenció Sara.
—Sí, —exclamó Paula, abandonando por un momento la boca que se estaba comiendo.
—Paula, deberíamos irnos, —sugirió sin convicción.
—Mamá, por favor, no seas aguafiestas, —le reprochó, mientras la mano de Edu se perdía por dentro de su minifalda buscando su humedad.
Paula exhaló un suspiro cuando notó un dedo recorriendo su raja en estado de remojo y se dejó hacer por aquel joven experimentado.
Sara estaba poniéndose muy caliente viendo como aquel desvergonzado le estaba metiendo mano a su hija en su presencia, y no contento con ello, se desabrochó el pantalón y se sacó la polla ante sus narices, cogió la mano de Paula y la colocó sobre su miembro. Ella aferró la dura polla y empezó a masturbarla mientras Edu le follaba el coño con su dedo.
Sara abrió involuntariamente la boca viendo el espectáculo. No había mucha luz en aquel rincón, pues estaba situado allí expresamente para situaciones en las que se buscase intimidad, sin embargo aquellos dos no parecían mostrar ningún pudor ante cualquier mirada indiscreta que se aventurara por la zona. El sexo de Sara empezó a desconectarse del hemisferio izquierdo de su cerebro, cuando la lengua del joven que estaba a su lado inició un paseo por el lóbulo de su oreja, provocando que su raja se abriera y se humedeciera todavía más. Sara cerró los ojos y se dejó llevar por las sensaciones que el joven le estaba provocando. Notó una mano apretando sus tetas y una lengua que se adentraba en su boca en busca de la suya. El joven pellizcó sus pezones completamente duros, sin dejar de morrearla. Una mano se posó en su pierna y avanzó por dentro de la falda hacia sus ingles, hasta toparse con su sexo. Cuando su coño notó el contacto, su humedad evidenció su estado. Sintió como un dedo se deslizaba por su raja y dio un respingo. A su vez, ella buscó la pierna de miguel para ir subiendo a su entrepierna que ya presentaba una pronunciada erección.
—¡Qué buena estás!¡Menudo polvazo tienes! —le dijo Miguel completamente excitado.
Los dedos de su joven amante se adentraron en el coño mojado, y la mano de Sara resbaló sobre la polla hinchada. Miguel la tumbó sobre el sofá y le hizo el tanga a un lado, le abrió un poco las piernas y metió la cabeza entre ellas lamiendo aquella raja que tan reacia se había sentido en un principio. La lengua del joven recorrió la abertura al tiempo que los caldos de la mujer madura fluían de su cavidad y se desparramaban sin contención, mientras gozaba de los golpeteos de la joven lengua. Sara suspiraba de placer, pero también miraba a su alrededor comprobando que nadie se percatara de la concupiscente escena. En el sofá de enfrente Edu la contemplaba gozando mientras disfrutaba de la mamada que Paula le estaba aplicando en esos momentos. Sus miradas se cruzaron y Edu sonrió de satisfacción en tanto que Sara observaba como su hija basculaba la cabeza zampándose una deliciosa polla.
Sara se incorporó y se deshizo del joven que abrevaba en su entrepierna.
—Creo que deberíamos irnos a otro sitio. Aquí nos pueden ver, —sugirió.
—¡Vámonos! —dijo Miguel, y Paula abandonó muy a su pesar la polla que se estaba zampando, sin embargo, aún le dio unas cuantas sacudidas antes de soltarla por completo.
Los cuatro amantes abandonaron la sala, salieron de la discoteca y se encaminaron hacia el parking a por el coche. Sara y Miguel subieron en la parte trasera y Paula subió delante junto a Edu. Rápidamente los cuatro amantes retomaron las caricias y Paula volvió a apoderarse de la polla que había tenido que abandonar minutos antes, por su parte Sara le desabrochó el pantalón a Miguel para encontrarse de nuevo con la hermosa verga descapullada que la saludaba. La cogió y la masturbó durante unos segundos antes de repasarla toda con la lengua, para después introducírsela en la boca. Reconoció que la polla del joven rebasaba en dimensiones a la de su esposo, y la que hasta ese momento había sido una buena y fiel esposa, estaba ahora intentando atragantarse con la verga de un joven de veinticinco años. En el asiento delantero los gemidos de Paula la delataban saltando ahora sobre el miembro de Edu, en tanto él ya se había deshecho de su camisa y su sujetador y devoraba sus pezones al mismo tiempo que ella jadeaba del cipote que arremetía en su coño.
A su vez, la excitación de Sara iba in crescendo y estaba claro que el hemisferio izquierdo de su cerebro no funcionaba, por lo tanto sólo trabajaba el derecho. Abandonó la mamada, se deshizo del tanga y se montó encima del joven, cogió la polla y se sentó despacio, introduciéndosela poco a poco hasta tenerla por completo dentro. Era la primera vez desde que se casó que otra polla que no era la de su esposo visitaba sus dominios, sin embargo, en esos momentos no tenía remordimientos. El miembro sobre el que saltaba era de mayor envergadura que al que estaba acostumbrada, y podía asegurar con creces que el placer era mayor. Entretanto, la lengua de su joven amante golpeaba sus pezones y trazaba círculos sobre ellos. La calentura de madre e hija llegó al punto de ebullición, y como si estuvieran sincronizadas, ambas se corrieron a la vez liberando su orgasmo y acompañándolo entre jadeos.
Sara se quedó inmóvil encima del muchacho después de la descarga, pero el joven semental estaba ahora como un toro y se la quitó de encima, a continuación abrió la puerta y salió del coche y tumbó a Sara en el asiento sacando sus piernas, de tal modo que quedaba su culo a su merced. Miguel apoyó el glande en su vagina y se la volvió a meter por detrás y Sara rescató el placer que regresaba a su sexo con renovadas energías.
—Tienes un culo que me mata, cabrona, —le dijo mientras se la follaba con vehemencia.
Sara gemía de nuevo de las acometidas que el potro salvaje que arremetía en su retaguardia le estaba dando, y de pronto sintió un escupitajo en su ano y a continuación un dedo que se introducía mientras el joven le pegaba la follada de su vida. Cuando intentó averiguar qué había pasado con su hija, comprobó que estaba recostada en el capó del coche y Edu la follaba con gran ímpetu con sus piernas balanceándose en el aire.
Sara sintió como la polla del joven intentaba entrar en su culo y se quejó con un pequeño grito, pero ya era tarde. La verga avanzó hasta casi la mitad y ella continuó quejándose. Miguel, sin embargo, le presionó la cabeza en el asiento y la inmovilizó mientras la enculaba.
—¡Para cabrón que me haces daño! —protestó.
Pero su semental estaba demasiado exultante como para detenerse y en lugar de parar arremetió con más rapidez, y después de unos minutos de suplicio la sensación dolorosa se tornó más placentera, con lo cual, Sara empezó a disfrutar de la sodomía. Nunca le habían dado por el culo anteriormente y aquello era nuevo para ella, como también lo era la infidelidad, del mismo modo que follar junto a su hija con dos amantes.
Su semental empezó a jadear de forma acelerada advirtiéndole de su inminente orgasmo y Sara también quería correrse. Le estaba gustando mucho la nueva sensación de la polla reventándole el ano, pero no creía poder correrse de ese modo y cuando el muchacho empezó a soltar lastre dentro de su esfínter, en ese momento Sara sintió que podía correrse de ese modo si continuaba a ese ritmo, por tanto le alentó a continuar.
—¡No pares! ¡No pares, por favor! ¡Sigue follándome que me corro! —rogó entre gritos.
Miguel siguió embistiendo después de su orgasmo y el semen empezó a esparcirse por la zona por la fricción de la polla entrando y saliendo de su ano, provocando sonoros chapoteos mientras su pelvis golpeaba con contundencia las nalgas, y ante la dedicación del joven potro que arremetía en su culo, Sara alcanzó un orgasmo al que acompañó con gritos y jadeos.
Cuando el placer remitió, se incorporó y buscó sus bragas, pero no las encontró. Se bajó la falda y salió del coche. En ese momento escuchó como Edu jadeaba mientras se corría. Se asomó un poco y vio a Paula arrodillada, mientras Edu descargaba su leche en su boca y ella se afanaba intentando no desperdiciar nada de la esencia que, pese a su amargo sabor, Paula parecía deleitarse limpiándole hasta la última gota de la polla.
Sara cogió los dos bolsos y la ropa de Paula y fue a rescatarla de aquella polla a la que continuaba amorrada.
—¡Vamos, vístete y vámonos de aquí! —le dijo mientras la cogía del brazo y la arrancaba literalmente de la verga que estaba zampándose y que se resistía a soltar.
—¡Eh! —se quejó Edu.
—¡Mamá! —protestó Paula al quedarse sin su caramelo.
—¡Date prisa! —la espoleó.
—¿Por qué tanta prisa? —preguntó Paula sin entender las razones de su urgencia.
Después de tanta euforia, la realidad de los hechos empezaba a golpear con contundencia los pensamientos de Sara. El hemisferio izquierdo de su cerebro recobraba sus funciones y ahora tomaba conciencia de lo que habían hecho las dos. Deseaba escapar de allí a la mayor celeridad posible, puesto que se avergonzaba de su libidinosa actitud en la que había arrastrado a su hija. Aunque había sido al revés, era Sara la que se consideraba culpable de todo. Los remordimientos atenazaban su espíritu y quería irse de allí y alejarse cuanto antes de los dos jóvenes que acaban de follárselas. Sara ayudó a Paula a terminar de vestirse y no quería perder ni un segundo más.
—¡Espera! No encuentro mi tanga.
—Yo tampoco. ¡Déjalo! ¡Vámonos! —la apremió.
Miguel y Edu las observaron mientras se alejaban del coche hacia la discoteca, y palmearon sus manos en señal de que la noche había sido muy provechosa, mucho más de lo esperado.
—¿Dónde estabais? —preguntó su amiga, la casadera.
—Hemos salido un rato. Paula no se encontraba muy bien. Parece que ha bebido demasiado. Nosotras nos marchamos ya.
—Está bien. ¡Id con cuidado! Por cierto, ¿os lo habéis pasado bien?
—Mucho, —respondieron a la vez.
—Nos vemos, —se despidió Sara.
Madre e hija subieron al coche y Sara salió del parking quemando ruedas.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Paula sin entender todavía a qué venía aquella actitud.
—Nada. Sólo me pasa que acabo de echar mi vida por el retrete.
—Mamá. Nadie tiene por qué enterarse.
—Tu padre no merecía esta canallada y esta deslealtad por mi parte. Y encima te he arrastrado a ti a esto.
—No me has arrastrado. Ha sido decisión de las dos y nadie tiene por qué enterarse. Lo mantendremos en secreto.
—El problema es que yo lo sé y no estoy segura de si podré vivir sabiendo que he hecho semejante felonía.
—No te pongas así. Pasa página y olvídalo.
—Lo que ha pasado no se puede olvidar. Intentaría pasar página y olvidarlo si hubiese sido una experiencia desagradable, pero me estoy reconcomiendo pensando en que lo he disfrutado. He disfrutado como una salvaje. Ese tío me ha dado por el culo y en ese momento me he sentido muy puta, pero en el buen sentido de la palabra, y contrariamente a lo que se pueda pensar, me ha hecho gozar como nadie.
—¿Y dónde está el problema?
—El problema radica ahí mismo. Estoy intentando achacarle al exceso de alcohol mi actitud, pero el alcohol no tiene nada que ver. Estaba muy caliente y sabía que acabaríamos follando con esos dos. Ese es el problema. Que yo lo deseaba tanto como tú, aunque pareciera que mi disposición no fuese la misma. Ha sido el mejor sexo de mi vida. ¿Entiendes?
—Lo entiendo, pero no te tortures. Hemos disfrutado más que con nuestras parejas. Guardemos esto en secreto en un huequecito de nuestro cerebro, junto a nuestros mejores recuerdos.
—Eso haremos.
—Deberíamos haberles pedido sus teléfonos.
—Si lo hubiéramos hecho, ten la certeza de que esta aventura no acabaría bien.
—Tienes razón. Mejor que quede para el recuerdo. Por cierto, Miguel y Edu también se han llevado un buen recuerdo.
—No lo dudes.
—Mamá.
—¿Qué?
—Lo decía por la bragas. Se han quedado en el coche.