Despedida

Mis últimos días en el vecindario me impulsaron a vivir aventuras que antes no hubiera imaginado.

Esta es la historia de mis últimos días en el edificio en el que viví hasta hace muy poco tiempo. Pasé tres años en él pero la relación con los vecinos nunca pasó de lo necesariamente cordial . No es que en el edificio no hubiera mujeres lo suficientemente apetecibles como para intentar algo pero nunca me convenció la idea de follar ocasionalmente una muchacha y tener que volver a verla a diario.

El edificio no era demasiado grande por lo cual todos los vecinos nos conocíamos y raramente pasaban muchos días sin vernos.

Prácticamente podría informarles los horarios en que cada uno de ellos salía o volvía a casa.

Y eso sumado a las ganas que le tenía a más de una hembra del edificio me lanzó a pensar que esos últimos días serían los más gloriosos en ese lugar.

El motivo por el que me marchaba era la oferta de un muevo empleo en otra ciudad por lo que difícilmente volvería a ver a aquellos vecinos.

Por si algo faltaba para terminar de convencerme fue el encuentro con Marita, mi vecina del departamento D. Ocasionalmente la cruzaba muy temprano por la mañana, saliendo al trabajo. Tenía una figura hermosa, delgada, alta, de piel trigueña y cabello negro, con sus tacos altos y su fina blusa escotada sumado a una pollera que envolvía soberbiamente su trasero y un perfume excitante que al cruzarla y oir su saludo casi ni pude responder.

-Buen día Gabriel – me dijo como lo hacía habitualmente. Una mujer quizás a esa hora esté más despierta pero yo apenas puedo mantener los ojos abiertos.

-Hola Marita – dije haciendo un esfuerzo para abrir mis ojos y deleitarme con su bella figura.

El viaje en ómnibus era tan monótono como siempre. Sentado en uno de los asientos traseros miraba distraídamente por la ventana hasta que recordé mi encuentro con mi vecina, cerré los ojos y me concentré en ella. Me olvidé del ómnibus, del viaje y de mi trabajo. Sólo recobré la conciencia a oir un bocinazo. En ese instante sentí una presión entre mis piernas. La erección que me había provocado el recuerdo de Marita era impresionante.

Tras un día de trabajo normal y entusiasmado por las sensaciones provocadas por mi vecina repasé a las otras hembras del edificio con las cuales vería con mucho agrado un encuentro cercano de cualquier tipo.

Estaba Paulita, una jovencita casi adolescente de unos 20 años a la cual veía regresar a diario de su trabajo a eso de las 7 de la tarde.

Ella era menudita, como de 1,55 , piel blanca, con una colita normal, pero sus pechos, grandes para su cuerpo, eran la delicias de mis miradas.

Demás está decir que ganas no me faltaban pero no me imaginaba como abordarla. Me la imaginaba muy tímida y reservada. Hacía poco que se había mudado junto a su novio y se los veía como a una pareja feliz.

Luego recordé a Liliana, como de unos treinta, con un cuerpo más bien exuberante. 1,75 de altura, con un culo y pechos generosos.

Lucía su cabello oscuro con reflejos que casi la hacían rubia. Bonita de rostro y con una boca pequeña de esas que de solo verlas te las imaginas halagando denodadamente a tu miembro.

Pero al llegar a casa todas mis expectativas se derrumbaron. Al entrar al edificio me crucé con Miguel, un hombre de unos 40 años de cabello corto y una figura varonil que se derrumbaba al decir sus primeras palabras:

Hola Gaby, que tal tu día? – preguntó cariñosamente

Muy bien. Cómo estás tú?

El hecho de que Miguel fuera gay no hacía mella en nuestra relación ya que siempre se dirigió a mí con respeto y sin demostrar intenciones de intentar algo más conmigo.

Luego crucé a Doña Carmen, ya de unos 60 a la cual no voy a describir porque difícilmente podría recuperar el clima de este relato.

La cuestión era que estaba de vuelta en casa , era las 6 y media, y todos mis pensamientos se desmoronaron al llegar al edificio y no ver a ninguna de "mis" chicas.

Ni siquiera la Colorada, una chica como de 25 a la cual veía salir todas las noches como a las 10 con un bolso junto a una amiga que la pasaba a buscar en un coche de alquiler.

Pasaban los minutos y pensé en Paulita, ya se hacía la hora en que regresaba a casa y sabiendo que su novio no volvía como hasta las nueve, me dejaba un margen de maniobra como para intentar algo.

Miré por la ventana hasta que la ví aparecer doblando la esquina. Calculé el tiempo suficiente como para encontrarla en el pasillo del edificio.

Al verme me miro fijo y me saludó: - Hola Gabriel

Hola Paula , como estás? – Le pregunté con intenciones de que la charla no quedara en nada más que un saludo.

Muy bien, y tú? –Me preguntó con intenciones de seguir caminando hacia su puerta.

Preparando la mudanza – le dije con intenciones de atraer su atención.

Mudanza?

Sí , es que me voy del edificio.

Como es eso que te vas? – me preguntó curiosa, y dándome una idea de abordaje.

Debes estar cansada luego de trabajar todo el día, si quieres tomamos una taza de café y te cuento.

Bueno, está bien – Dijo mirando su reloj, viendo que todavía era temprano para la llegada de su novio. – Tomémoslo en casa.

Entramos a su departamento y me invitó a sentarme en un sillón para luego desaparecer por la cocina. Mientra el agua para el café se calentaba pasó a su cuarto a cambiarse de ropas.

Apareció con unos jeans sueltos y una musculosa blanca que resaltaba sus hermosos pechos y dejaba ver el comienzo de la hendidura que los separaba.

Durante la charla pude contarle los motivos por los que me iba, pero además pude enterarme que su vida de pareja no era el lecho de rosas que todos imaginábamos. Su novio era muy celoso , además de trabajar hasta tarde, por lo cual Paulita no salía de casa ya que su novio no veía con agrado que luego del trabajo se juntara con sus amigas.

No sé bien porqué pero mi instinto me decía que no era el momento para intentar nada así que decidí despedirme de Paula y volver a mi departamento. Nos levantamos y nos dirigimos a la puerta cuando para mi sorpresa me miró y me dijo :

-Te voy a extrañar !

En ese momento todas las intenciones que tenía contenidas me desbordaron y sin pensarlo la besé.

La reacción de ella fue casi desesperada aferrándose a mi prácticamente con violencia, agarrando mi rostro con ambas manos atrayéndolo hacia ella para que mi lengua penetrara más profundo.

Me quitó como pudo la camisa , empujándome hacia atrás para observarme un instante y sin quitarme los ojos de encima se quitó la musculosa dejando sus pechos sostenidos por su corpiño negro que los enaltecía aun más.

Fue entonces que decidí tomar la iniciativa y llevarla hasta un sillón donde comencé a acariciarla, para luego liberar los senos de su sostén. Levaba mucho tiempo deseando verlos.

Sus manos buscaron desabrochar mi pantalón, y tras conseguirlo se introdujeron debajo de mi slip encontrándose con un miembro erecto en todo su eplendor.

Desabroché sus jeans y pronto nos liberamos de nuestros pantalones. Su tanga negra abandonó su cuerpo ayudada por mis manos casi al mismo tiempo que ella hacía lo mismo con mi slip. Me dediqué a lamerle lentamente sus pechos , mordisqueando sus duros pezones para luego descender y comenzar a jugar con mi lengua en su empapada vulva.

Lamí sus labios, mordisqueé su clítoris mientras Paulita comenzaba a convulsionarse.

Me detuve y me senté en el sillón levemente recostado hacia atrás dejando la iniciativa en manos de ella.

No tardó un segundo en montarse sobre mí dirigiendo con una mano la cabeza de mi pene al orificio de su vagina. Comenzó una cabalgata que fue ganando en intensidad, moviéndose al ritmo que su excitación le pedía logrando un orgasmo fabuloso que dejó sus uñas marcadas en mi pecho.

Se levantó, me hizo señas de quedarme quieto y ofreciéndome su espalda volvió a introducirse su miembro sentada sobre mi. Comencé acariciando sus nalgas para luego frotar su clítoris, mientras ella aceleraba el ritmo de sus movimientos. No tardó en acabar nuevamente ni en dejarme a mí al borde de la explosión.

-Estoy por correrme, hermosa – Le dije suave pero excitadamente sabiendo que correrme dentro de ella no era lo más aconsejable.

-Espera, no te muevas.

Se levantó y arrodilló en el suelo junto a mí. Comenzó a pajearme brutalmente con su mano hasta que casi no pude más.

Se detuvo y me hizo poner de pie para sentarse ella en el sillón frente a mí.

Siguió sacudiéndome hasta que no pude más. Sentí un orgasmo que sacudió mi cuerpo y pude ver como mi semen salía despedido hacia los senos de Paula, quien con su otra mano se lo esparcía por su cuerpo.

Luego de recobrar el aliento lo único que me dijo fue:

  • Debes marcharte, voy a ducharme - Seguramente su novio llegaría en un rato y no quería una escena de celos.

Entré a mi departamento y luego de ducharme pedí la cena por teléfono a un restaurante cercano.

A la mañana siguiente busqué repetir el encuentro con la hermosa Marita, por lo cual salí unos minutos antes y aguardé en el frente del edificio.

Luego de unos instantes apareció tan deslumbrante como la mañana anterior. Luciendo una nueva blusa que acariciaba su silueta permitiendo adivinar un cuerpo hermoso.

-Buen día Marita! – Le dije, ya no tan desprevenido como la otra vez. Aunque su belleza no dejó de atontarme.

-Hola Gabriel! Sales al trabajo?

-Sí, voy a tomar el autobús. – Ella tomaba otro, pero ambos se detenían en la misma parada.

Caminamos juntos unos metros en silencio, casi hasta sentirme un tonto por no saber qué decir para romper el hielo.

Luego de unos instantes lo único que se me ocurrió fue comentarle de mi nuevo empleo y mi partida hacia otra ciudad.

-Bueno, debes estar feliz por este paso tan importante!

Realmente mi nuevo trabajo me alegraba debido a las perspectivas de progreso que alentaba pero en ese momento no podía quitar mi mente de mi hermosa vecina, de su hermoso culo que se meneaba a cada paso, de su aroma que me llegaba hasta el centro de mi virilidad.

Su autobús llegó primero y al subirse mientra no le quitaba mis ojos de encima me dijo:

-No te vayas sin pasar a despedirte!!!

-Claro que no... –Fue mi respuesta , que seguramente ella no oyó pues fue más un pensamiento que otra cosa.

Nuevamente en el viaje no pude quitar mi mente de Marita. Las ganas que le tenía iba creciendo a cada instante pero sabía que la suerte que tuve con Paulita no me acompañaría toda la vida.

Pasó mi jornada de trabajo, durante la cual estuve bastante distraído pensando en mis vecinas ya que al fin y al cabo Marita no era la única.

En la oficina el staff femenino dejaba bastante que desear, y seguramente el día que intentara algo me acusarían de gerontofilia.

Recién llegado a casa y luego de refrescarme bajo la ducha salí a ventilarme un poco.

Me crucé con algunos vecinos que me saludaron amablemente aunque sin saber que eran mis últimos días entre ellos. Sabía que Paula y Marita no se lo dirían a nadie.

Decidí ponerlos al tanto de la situación , tal vez podría sacar algún provecho de ello.

Salí a caminar un rato pues el anochecer se mostraba muy bello. Corría una suave brisa que movía las hojas de los árboles y hubiera sido un pecado no disfrutarlo.

Regresé al edificio en el preciso instante en el que salía Liliana, la cual ya conocemos físicamente, con una personalidad bastante común, aunque es de esas mujeres que no quieren perderse detalle, todo el día en casa, con un marido muy trabajador que vuelve tarde por las noche y un crío que transcurre sus días en la escuela o en la casa de algún amiguito. Es por eso que disponía de todo el santo día para conocer hasta el último chismerío del vecindario.

Esa forma de actuar es típica de mujeres de mayor edad pero la soledad que la invadía durante el día, más su carencia de imaginación la volcaban a ese tipo de actividades.

Hola Gabriel, cómo estás? – Me dijo como esperando que le dijera algo.

Muy bien.

Justo iba a la baulera a buscar unas cajas, no me darías una mano?

Por supuesto, vamos.

Entramos en la baulera, que más que baulera era el estacionamiento de aquellos vecinos que eran propietarios de cocheras en el edificio, además era utilizado para guardar todo tipo de objetos que seguramente molestaban dentro de los departamentos.

Bueno, aquí estamos –Me dijo deteniéndose junto a dos cajas ubicadas junto a un auto rojo.

Déjame cargarlas –Le dije en tono caballeresco.

Oh! Eres muy fuerte - Me dijo –Es una pena que debas irte del edificio.

Dicho esto acarició y palpó mis bíceps demostrando una profunda admiración por mi condición física.

Me quedé duro sin saber como reaccionar pero sosteniendo mi mirada en sus ojos lo cual pareció excitarla de un modo inusual.

Sus manos abandonaron mis brazos y fueron descendiendo por mi torso cubierto por una remera de algodón que me permitió sentir el paso de sus dedos sobre mi cuerpo ayudado por un sutil rasguño de su largas y rojas uñas.

Sin dejar de mirarme desabrochó mis pantalones y sin poder reaccionar la deje hacer.

Rescató mi miembro de mi slip, todavía estaba blando pues la sorpresa era más fuerte que lo excitante de la situación.

A continuación se arrodilló frente a mí y se lo introdujo de un solo movimiento en su boca.

Comenzó succionando con fuerza como queriendo atraer todo el torrente sanguíneo para regalarme una brutal erección.

Mi miembro fue ganando en volumen y al notarlo corrió hacia atrás la envoltura de mi glande para dedicarse a lamerlo furiosamente.

Sintiendo que mi pene estaba totalmente endurecido suavizó el tono de sus caricias, recorriéndolo de punta a punta con su lengua y jugueteando sabrosamente en la enrojecida cabeza.

Sus movimientos se regulaban de acuerdo a mi grado de excitación. Cuando sentía que podía hacerme alcanzar el orgasmo se detenía esperando su oportunidad para continuar.

Mis manos comenzaron a acariciar sus pechos ya que quería de alguna manera devolver todo el placer recibido.

Sintió mis caricias y respodió casi instantáneamente introduciendo una de sus manos dentro de su tanga frotándose salvajemente hasta alcanzar un poderoso orgasmo.

Luego llevó sus dedos empapados hasta mi boca para deleitarme con sus jugos.

Volvió a introducirse mi verga entre sus labios y comenzó una mamada que ya no se detendría. Mi excitación iba en aumento y mis manos en su cabeza acompañaban el vaivén que le imprimía a sus movimientos.

Cuando mis espasmos anunciaron la llegada del orgasmo sus labios se sellaron en torno a mi pene hasta que no pude dominar mi instinto y comencé a eyacular dentro de su boca.

Mis gemidos ahogados se perdían entre los de Liliana que rugía de placer tragando todo el líquido que emanaba de mi miembro.

Al finalizar mi corrida retiró mi verga de su boca sin despegar sus labios de ella como queriendo retener hasta la última gota de semen que pudiera saborear.

Como despedida pasó su lengua por toda mi verga como queriendo que ese momento no tuviera fin.

Las cajas quedaron esperando ya que Liliana salió velozmente a su departamento sin decir una sola palabra. Volví a casa todavía alucinado por la increíble mamada recibida, una de las mejores que disfruté en mi vida.

Luego de cenar me dispuse a descansar pues me esperaba el último día de trabajo.

A la mañana siguiente me desperté más temprano que de costumbre, seguramente invadido por la ansiedad que me provocaban los cambios a producirse en mi vida.

Luego de beber una taza de café decidí salir a caminar un poco para distenderme y disfrutar del amanecer.

A esa hora el edificio permanecía en silencio y la posibilidad de encontrar a algún vecino era bastante remota.

Pero para mi sorpresa un auto se detuvo en la puerta y del mismo descendió la Colorada con su bolso y su llamativo atuendo. Seguramente ese sería un misterio que nunca develaría ya que por lo impúdico de mis sospechas siempre reprimí el deseo de preguntarle que era lo que hacía.

Luego de saludarla emprendí mi caminata. Era una dulzura escuchar el canto de los pájaros al amanecer. Sólo éramos los árboles, las aves y yo. Casi el paraíso. Y digo casi porque lo único que le faltaba a ese paraíso era una "Eva" y si me hubieran dado a elegir creo que no había mejor candidata para desempeñar ese papel que la muchacha que en ese momento doblaba la esquina dirigiéndose hacia mí. No tardé ni un instante en reconocerla, tampoco demoré en dibujar una gran sonrisa en mi rostro ya que ver a Marita era uno de los momentos más hermosos del día. Iba vestida con una musculosa ajustada al cuerpo y unos shorts que exhibían sus hermosas piernas más resaltadas aún por el brillo del sudor que las cubrían.

-Hola Gaby, que sorpresa verte tan temprano!

-Hola Marita, no sabía que salías tan temprano a hacer ejercicio – De haberlo sabido seguramente me hubiera convertido en uno de los atletas más entrenados del país.

-Ya estabas regresando?

Le contesté afirmativamente, aunque mis planes fueran otros, ya que la atracción que sentía por ella hubiera sido capaz de alterar cualquier plan en mi vida.

-Que te parece si salimos juntos a tomar el autobús?

-Buena idea, aunque todavía es muy temprano.

-Qué te parece si desayunamos juntos, a modo de despedida? Deben restarte pocos días por aquí!

-Acepto, en el tuyo o en el mío?

-Te espero en 20 minutos, todavía debo darme un baño- Me respondió antes de entrar en su departamento.

Me vestí para ir a trabajar, aunque esa mañana lo hice mucho más cuidadosamente de lo que acostumbraba. Elegí mis mejores ropas y me impregné con el perfume que suelo hacerlo antes de salir con una chica.

Terminé de arreglarme y me dirigí hacia la puerta del departamento D. Golpeé y luego de unos instante oí la voz de Marita:

-Ya voy!!!

Miré mi reloj y difícilmente hubieran transcurrido los 20 minutos que me había pedido para bañarse.

Con el cabello aún mojado y envuelta en un toallón me abrió la puerta y al pasar junto a ella me percaté como ella percibía mi perfume.

Nunca voy a terminar de entender cómo una mujer puede darse cuenta cuando un hombre muere por ella. No sé si será un sexto sentido o en realidad los hombres somos tan evidentes como para no poder disimularlo.

-Gabriel !! – Me llamó desde la habitación. No pensé que me pedía que fuera pero de todos modos lo hice.

Ella luchaba en vano con su secador de cabello que estaba empecinado en no funcionar.

-Sabes algo acerca de estos artefactos?

No tenía idea de cómo reparar uno, aunque me senté en la cama junto a ella y presioné las perillas para ver si ocurría algún milagro. Naturalmente, como los milagros que se venían sucediendo en mi vida por esos días eran de otra índole el aparato no se dio por enterado de mis intenciones por hacerlo funcionar.

El rostro de Marita expresaba su gran decepción por no poder arreglar su cabello antes de ir a trabajar. Su afán por verse siempre reluciente terminaron por tensar sus nervios.

Quise tranquilizarla:

-Te ves hermosa con el cabello mojado!

-De verdad lo dices? – Preguntó con una mirada inocente y pícara a la vez.

-Por supuesto – dije , deslizando mis dedos entre sus cabellos.

Al sentir que recibía mis caricias deslicé mis manos hasta sus hombros desnudos para masajearlos intentando aflojar las tensiones que aquejaban a Marita en ese momento.

Ella se dejó hacer y viendo lo placentero que le resultaba se acostó boca abajo en la cama:

-Por favor, no te detengas.

Seguí con mi sesión de masajes notando que Marita lo disfrutaba cada vez más intensamente.

Me quité los zapatos y me arrodillé dejando sus piernas entre las mías.

Abrí el toallón que la envolvía continué mis masajes por su espalda.

-Ahh! – Suspiraba manifestando el gusto que le proporcionaban mis manos.

Luego de unos instante y ya llegando al comienzo de su hermosa cola supe que ya no me detendría.

Mis manos cubrieron sus nalgas haciendo movimientos circulares separándolas y juntándolas dejando ver sus orificios en primer plano. Para mi mayor excitación su culito y su vagina no tenían un solo pelo. Se los veía suaves como una seda. Mis pulgares comenzaron a rozar sus labios vaginales y el contorno de su ano lo que hacía que Marita comenzara a contorsionarse de placer.

Me quité la camisa ya que la temperatura iba en aumento y corría un severo riesgo de deshidratarme.

Continué explorando su cueva y descubrí una intensa humedad proviniente de su interior. Utilicé sus jugos para para deslizar suavemente mis dedos hasta encontrar su clítoris y excitarlo con caricias suaves.

Me quité el pantalón pero aún no quería dejar de jugar en la zona más íntima de Marita.

Mis dedos húmedos comenzaron a transportar sus jugos hasta la entrada de su ano para poder masajearlo presionando levemente en su parte exterior y luego introducir levemente la yema del pulgar en su interior proporcionando una fuente intensa de placer a Marita.

Me deslicé hacia abajo y recorrí con mi lengua todo lo que mis dedos habían encendido.

Marita gimió de placer y continué lamiendo su vulva.

Decidí incrementar su deseo introduciendo un dedo en su vagina. Comencé a moverlo lo cual la dejó al borde del orgasmo. Una caricia en su clítoris basto para que el volcán entrara en erupción. A desatarse el orgasmo supe que era el mejor momento para introducir un dedo en su ano, a esa altura lo suficientemente dócil. Esto multiplicó la excitación de Marita, lo cual extendió su orgasmo por un instante que parecía no terminar.

Después de un momento, Marita recobrándose levantó levemente su culo:

-Te quiero dentro mío!!!!

Me desprendí de mi slip de un solo movimiento y dirigí mi glande a la empapada entrada de su vagina.

La cabalgué suavemente, sabiendo que era uno de esos momentos únicos en la vida, irrepetibles, que solo perduran en la memoria y quería disfrutarlo al máximo.

Ella comenzó a marcar el ritmo de mis estocadas. Luego se irguió quedando en cuatro patas.

Me incliné para acariciar sus pechos y jugar con sus pezones. Su culo arremetía contra mi cuerpo pidiendo más acción. Aceleré el ritmo de mis embestidas y un nuevo orgasmo comenzó a florecer en su interior. Se dejó caer hacia delante dejando que el peso de mi cuerpo empujara mi verga hasta el fondo de su vagina. Sus gemidos eran infernales. Sin dejar de penetrarla incline levemente mi cuerpo para dar paso a mis dedos buscando seguir abriendo el camino de su hermoso culo.

Primero un dedo, luego otro y ambos a la vez entrando y saliendo de su culito bien lubricado y Marita envuelta en un orgasmo sin fin.

Creo que es momento adecuado y dirijo mi pene a la puerta de su orificio.

Empujé levemente comenzando a introducir el glande. Ella respondió presionando suavemente hacia atrás, indicándome el movimiento que debía realizar.

Con la cabeza completa dentro de su ano descansé un instante dejando que su cola se amoldara a mi miembro. Al instante presioné aun más comenzando una penetración lenta pero satisfactoria.

Mi pija había entrado hasta la mitad y mi deseo de placer me llevó a darle estocadas suaves pero firmes al mismo tiempo. Sabía que ella sentía algún dolor y quería transformarlo en placer. Deslicé mi mano debajo de su cuerpo y busqué su clítoris para masajearlo.

Ella respondió fabulosamente ya que comenzó a impulsar su cuerpo hacia atrás haciendo cada vez más profunda la penetración.

Un nuevo orgasmo se apoderó de ella y el mío que ya comenzaba a anunciarse:

-Ugghhh!! Que ganas de acabarte!!

-Quiero que me inundes, mi amor!!!

Apresuré el ritmo y mi cuerpo se convulsionó.

Hilos de semen comenzaron a emanar del culo de Marita y sin dejar de penetrarla me recosté sobre ella.

Me miró y nos besamos. Increíblemente ese fue nuestro primer beso.

El silencio y un cigarrillo anunciaron el momento en el que debíamos salir a trabajar.

Caminamos juntos a la parada del autobús y nos despedimos.

Luego de celebrar mi despedida con mis compañeros de trabajo regresé al edificio.

Tenía mucho por hacer ya que a la mañana siguiente partía hacia mi destino.

-Hola Gabriel , así que te vas del edificio?

-Así es , mañana por la mañana. Conseguí un nuevo empleo en otra ciudad.

-No quieres tomar un café y me cuentas?

-Bueno , en tu departamento o en el mío, Miguel?

FIN