Despedida
Todas las despedidas son tristes, y ésta no es una excepción
La alarma del buque anuncia emprendida.
En derredor, los albatros.
Mis valijas lloran.
Ya no queda tiempo para vacilar.
La sirena del barco itera su ululato.
Un viaje sin retorno,
travesía para vaqueros.
El mortuorio horizonte hace señales de humo.
tú me suplicas que no aborde.
¡Cuánto ansío llevarte conmigo
y escapar juntos a una isla virgen…!
Pero tú no puedes ir
ni yo, detenerme;
No aceptas quedarte en puerto
ni yo, irme sin ti…
¿Me voy… me quedo…?
¡No sé qué hacer!
Si huyo te hiero
y si no huyo, me hieres tú…
Los motores se encienden.
La tripulación ha abordado.
Sólo restan yo y mis maletas ;
¡Ojalá también tú!
La gélida partida está en suspenso.
Mas no queda tiempo para vacilar…
El mar recita los cariacontecidos versos
-que un bardo acaba de componer
la última estrofa de su poesía
con un desenlace luctuoso
para una inconclusa historia de amor-
De pronto noto que se desvanece
y el lívido muelle se inhuma en el crepúsculo.
¡Demonios –oh dios- ¡qué he hecho!
El errante navío olvidó sus botes.
¡Demasiado tarde para desistir!